A TORO PASADO. UNA CRÓNICA DEL 30 DE OCTUBRE DE 2001.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    La presente crónica –inédita-, la escribí el 30 de octubre de 2001. ¡Que la disfruten!

 RITO Y SACRIFICIO JUNTO A LA ORACIÓN, AUNQUE SURGIDOS DE DISTINTO SITIO, SEPARADOS SOLO POR UNA CALLE, OCURRIERON POR LA TARDE AL MISMO TIEMPO. Crónica para el festejo inaugural de la temporada 2001-2002 en la plaza de toros “México”, la tarde del 28 de octubre de 2001.

 México, D.F., 28 de octubre de 2001.

Para la memoria. Envío Nº 1.

Desde la mortalidad.

    En espera de que se encuentre bien, controlada de sus alteraciones recientes, quiero contarle un acontecimiento que en sí mismo es una muestra de devoción, ocurrida en dos recintos extremadamente opuestos. La plaza “México” se convirtió una vez más en el escenario para el rito y el sacrificio de la tauromaquia. El estadio de junto, cuyo uso se destina a partidos de futbol soccer o americano, se transformó en capilla, altar o iglesia de grandes proporciones para la oración. Sí, una oración “viviente” y colectiva que de seguro debe haber concentrado multitudes.

   Rito y sacrificio, junto a la oración, aunque surgidos de distinto sitio, separados solo por una calle, ocurrieron por la tarde al mismo tiempo.

   La oración suplicante en olor de santidad por un lado, y la emocionada gritería de los ¡olés! por el otro, buscan y exaltan a un dios misterioso desde dos fuentes proporcionalmente opuestas en su intención, intención que convocó a reunirlos para orar por un lado. Para el disfrute por el otro.

   Que yo recuerde no se había dado un caso así. Generalmente el domingo para una familia “conservadora”, transcurre con el hebdomadario cumplimiento acudiendo a la misa matinal, ya para expiar pecados; ya para confirmar la fe. Por la tarde, se presta para la reunión familiar o acaso la escapada, tentados por lo profano a los toros, por ejemplo.

   Quien no guarde demasiado rigor en sus vidas, solo debe dejarse llevar, tan libre como se sienta para hacer de su destino la mejor decisión.

   Y en la plaza, como en el estadio acudieron miles para ser testigos de sendos actos consagratorios. En uno, el rito junto al arte y la técnica más toreras “sacrifican” seis ejemplares, confirmando ancestrales tradiciones, sumergido en tremendo aquelarre, tocado además por lo apolíneo y lo dionisiaco.

   El otro rito seguramente quedó sumido en la silenciosa devoción misma que no pudo mantenerse ecuánime, debido a tanta alteración, porque la oración requiere de silencio, de intimidad para hacerla y sentirla más grata y conmovedora, al borde de que tiemble el misterio.

   Fue un suceso tan parecido a aquel que recoge Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a Brantz Mayer (viajero extranjero que estuvo en México hacia los años cuarenta del siglo XIX) en los siguientes términos:

 (quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un «sermón» y una «lección» que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.

    Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O’ Gorman se encarga de envolver este panorama:

 Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: «el ser para la vida» y el «ser para la muerte», y todo en el mismo domingo.

 LA CRÓNICA

    Por la tarde, la plaza de toros “México” presentaba un aspecto como hacía tiempo no se veía: es decir casi un lleno, porque por otro lado, hace ya varios años que el coso capitalino no presume un lleno hasta la bandera, de no cabe un alfiler en los tendidos. El clima era intensamente frío, y solo una buena tarde podría hacernos olvidar de semejante desgracia. Pero no pudimos alcanzar una temperatura agradable más que en uno de los capítulos, que ya veremos de quien se trata.

   Las cuadrillas fueron encabezadas por Eloy Cavazos, Leopoldo Casasola quien habría de confirmar su alternativa y Pablo Hermoso de Mendoza, a caballo, quienes se enfrentaron a un conjunto de animales descastados a más no poder: 4 de Santiago, uno de Vistahermosa y otro de Bernaldo de Quiros, que no supimos cual de todos fue el peor, pues los seis se pelearon con garra el dichoso título.

   Eloy Cavazos –vestido de grana y oro- se enfrentó a COPLERO, astado que no representa ningún peligro, por su juego y su presentación. Eloy hoy no ha venido a por mucho, por lo que se limita a unos lances de trámite mientras permite se le castigo al morito con severidad. El público se muestra reacio y dispuesto a no tragar una escena pueblerina más. Pinchazo, estocada caída y gran silva. Con CEREZO, no era la cereza dulce del pastel y aunque Eloy quiso sacudirse el incómodo San Benito del anterior, con este las cosas no rodaron nada bien. Si escuchamos cinco tibios olés fue mucho. El santo estuvo de espaldas, definitivamente. Estocada hasta los gavilanes saliendo rebotado, aunque sin los efectos deseados. Un descabello y se retira entre pitos.

   Por su parte Pablo Hermoso de Mendoza, calificado por la revista 6TOROS6 como el “fundador del nuevo toreo a caballo…, que prosigue con su obra legislativa, es decir, (fomentando) la ampliación de la tauromaquia a caballo con la creación de nuevas suertes, la recreación de otras y la conquista de espacios inéditos para la lidia” simplemente estuvo en maestro. Y veamos porqué.

   Con el tercero de la tarde, llamado MORO (de Vistahermosa), Pablo Hermoso nos hizo olvidarnos del invierno en otoño, para obsequiarnos con una genial actuación, maravillosa, donde las geometrías jugaron un papel determinante para su interpretación exacta, medida, certera, donde además de su dominio, el asombrosa la forma en que ha podido conducir a su cuadra de excelentes caballos, con los cuales tiene verdaderos colaboradores que conviven y comparten cada una de las gestas protagonizadas por el navarro. Como al final dejara la hoja de peral más bien trasera pero suficiente ración para terminar con el soso enemigo, bajó pronto de la cabalgadura para esperar a pie la entrega definitiva del morito, aún así la plaza toda se levantó entusiasmada aplaudiendo y clamando los trofeos, que llegaron a manos de maravilloso hombre de a caballo, quien paseó en vuelta por el anillo.

   Luego saldría en quinto lugar SOÑADOR de Bernaldo de Quiros, malo en todos sentidos. Sin embargo, el quehacer de Pablo Hermoso de Mendoza no midió la poca colaboración de este ejemplar y en su afán profesional superó la nota, aunque no se proyectó demasiado por razón del pésimo juego de un burel que no le quitó el sueño a nadie, por lo cual el público no fue tan intenso como en el de su presentación. Hizo lo que estuvo a su alcance. 2 pinchazos y ½ que escupió aunque ya dañado. Salida al tercio.

   BIGOTÓN, el primero de la tarde, justo en presentación y con una lidia incierta, amarrado a la arena y haciendo cosas de manso, fue el “toro” de la ceremonia de confirmación de alternativa de Leopoldo Casasola (blanco y oro), quien se llevó el primer susto cuando el enemigo se le puso por adelante apenas abrir el capote. Lances nerviosos a la verónica –un puyazo-. Tras la ceremonia se le vieron cosas interesantes, pero no contundentes. Salió con el traje tinto en sangre por varios arreones durante la faena. Estocada casi entera, tendida y caída, además de un descabello fue la ración final. Luego saldría a los medios a recibir una tibia ovación.

   Llegaba a su fin la corrida con ESPARTANO, al que Leopoldo lanceó a la “verónica” aunque sin animar al cotarro. Un puyazo recargando y a otra cosa. Con espada y muleta corrió la mano por ratos bien, pero a ratos dejándose enganchar la franela. Deja una estocada tendida y por tal cosa, el gran juez de plaza (así, con minúsculas) concedió una oreja que en nada ayudará al joven espada, porque fue obtenida sin los méritos correspondientes. ¡A donde iremos a parar con semejante criterio!

   Como verá usted “doña” memoria, mientras padecemos nuevamente la impunidad –ahora en México- tras el asesinato infame de Digna Ochoa, representante cabal de la defensa de los derechos humanos, otras muestras de impunidad van revelándose también en el medio taurino, pues el peso y poder de Rafael Herrerías sigue y creo seguirá imponiéndose sin que haya remedio, forma, persona o alguna otra instancia de hacerle ver –y él por su lado aceptarlo- toda la suma de arbitrariedades que comete él y sus corifeos.

   Ay memoria, cuán desagradable es a veces esta mortalidad.

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