EFEMÉRIDES TAURINAS DEL SIGLO XXI. Nº 1. ¡¡¡NUEVO!!!

In memoriam. 22 DE OCTUBRE DE 2010. ¡Alí…! ¡Adeu…!

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Vuelca su fiel aroma sobre el vaso,

lluvia de sueño o suavidad de forma,

y dentro, en el desnudo, se conforma

la lentitud aciaga de su paso.

 

Más fino que la luz. Como la nieve

límite de paloma, se convierte

en un silencio que rocío vierte

al velo del cadáver que lo mueve.

 

Así se hunde en agua congelada

ahogándose en los mares del olvido,

e idéntico al cristal, voz deformada

 

o mudo espejo del aliento herido,

clama en su transparencia: “El ser es nada”,

mas el ser es polvo enamorado.[1] 

   Antonio Eustolio Mohamed Alí Chumacero Lora, que tal era el nombre completo de ese gran poeta “completo” que todos conocimos simplemente como Alí Chumacero, nos abandonó el 22 de octubre de 2010, pretendiendo cumplir 200 años, cuando solo pudo llegar a los 92. Precisamente Hugo Gutiérrez Vega confesaba, a modo de reclamo el hecho de que Alí no hubiera cumplido su promesa de vivir doscientos años y aquel postrer día de su cumpleaños de dos siglos, moriría a manos de un marido celoso. Aún así, fue un largo peregrinar por las letras, pasión de su vida. Si tuviésemos que valorar su legado en términos taurinos diría que su mejor faena la logró con Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo, rematadas por Los momentos críticos, como certera estocada que lo encumbran y lo catapultan al “parnaso”, a donde ya reposa, pero no descansa, porque como inquieto lector y corrector de textos que era, de seguro le tendremos en más de una ocasión sugiriéndonos en espíritu, con esa voz rotunda, pero también con ese humor cáustico que lo delataba todas aquellas mejoras que convengan.

   Alí, como a Josefina Vicens, o como a Juan Rulfo no se les dio lo prodigioso o lo caudaloso de una obra que, por su dimensión, más bien parece huella de lo austero, pero también impronta de lo eterno. Josefina Vicens con El libro vacío y Los años falsos; Juan Rulfo con El llano en llamas y Pedro Páramo consideraron suficiente cumplir con la sentencia aquella de “lo bueno si breve, dos veces bueno” de Baltasar Gracian, pues tales propósitos se complementan con aquella otra parte que dice: “…y aún lo malo, si breve, no tan malo”.

   Tomaré, para construir el presente texto, partes de la última entrevista que Alí Chumacero concedió, el 30 de septiembre pasado a José Ángel Leyva[2] con objeto de entender al escritor en su mejor dimensión posible.

   La poesía que yo escribí es reflexiva, habla de amor, de la vida, pero no sobre los acontecimientos personales; no habla de manera directa de mis asuntos vivenciales, de mis experiencias, sino de los sentimientos universales, del pensamiento.

   Luego llega a afirmar: No puedo decir que abandoné la poesía, sólo me alejé un poco de la escritura poética.

   Cuando hablo del silencio hablo, por supuesto, de la ordenación del poema con el tema que trata. Hecho el poema, éste se despega de su tema, es una creación. El silencio es una forma de admirar, de contemplar aquello que solamente unos cuantos son capaces de percibir. Por ejemplo, la poesía de José (Pepe) Gorostiza es una obra que muy poca gente lee porque es complicada, difícil de entender. Es la poesía de mayor altura que se ha escrito en México. Es una poesía del silencio. El silencio al que me refiero es ése, el de la poesía.

   Seguramente es tal el silencio “poético” que sigue emanando que la falta, no sólo de voluntad, sino de sensibilidad del gobierno en turno no ha sido capaz de entender, que han ignorado la petición de familiares, pero también del reconocimiento mismo que conquistó el “poeta mayor” José Gorostiza para trasladar sus restos a la Rotonda de las Personas Ilustres. La petición se formalizó desde 2001 y es la hora en que tal asunto no sucede, bajo el pretexto de que como “el gobierno panista tiene como prioridad el traslado de otras personas”[3] a dicho lugar, por tal motivo no se ha materializado el propósito.

La Jornada, D.F., del 23 de octubre de 2010, p. 1. Fotografía de: Carlos Cisneros.

    Alí Chumacero confesaba ser un gran lector de la Biblia, del Viejo y el Nuevo Testamento. Me he empapado, o por lo menos humedecido, del gran pensamiento judío y cristiano. Es un libro que me ha ayudado mucho a trabajar las formas profundas.

   Y algo más contundente, rotundo:

   Nunca he sido amigo de los hombres serios. El hombre serio pone un retrato de la tontería por delante, de autodefensa. La seriedad es una forma de la muerte. Por eso nunca hice una carrera, que es el sueño de todo hombre solemne: tener éxito, poder, autoridad. El hombre alegre tiene, por supuesto, momentos de sosiego para ponerse a escribir y debe aprovecharlos a plenitud. No riñe pues la alegría, la celebración, con el acto creativo. Nadie ha sido más desordenado que yo, pero cuando me encerraba a escribir, nadie podía interrumpirme.

   La siguiente pregunta formulada por J. A. Leyva va en el sentido de saber si la poesía en México se debate entre la tradición, por una parte de la literatura española y la otra, la de la mera búsqueda…

   No, definitivamente. La poesía mexicana se nutrió siempre más de la poesía francesa y claro, también de la de España. Pero siempre ha existido un sentimiento de rechazo hacia lo español por lo que ha significado en términos de dominio, de conquista. Creo que no fue sino hasta con los Contemporáneos cuando se vuelve a retomar la tradición española, pero los poetas mexicanos siempre han puesto los ojos en otras culturas. La literatura postrevolucionaria ha influido más de lo que se cree en las nuevas generaciones. Desde que aparecieron las vanguardias en México, en 1920, su presencia fue de apariencia efímera, pero dejaron una estela imperceptible en las nuevas generaciones.

   Y aquí viene una confesión alejada de todo prurito.

   Mi otra pasión, además de la lectura, han sido los toros, la tauromaquia. Ser torero fue un sueño, pero no tuve oportunidad de probarme en el ruedo (…) Es un arte que descubre los instintos más ocultos del público y del torero. Para mí es un arte, un espectáculo alejado de la compasión, de la piedad. Desde 1930 me aficioné a la fiesta brava y he sido un taurómaco,[4] un taurófilo,[5] un taurómano.[6] He publicado algunos textos sobre el arte taurino y me avergüenzo de ello, porque no soy un experto y no acostumbro a escribir sobre algo que no domino. Hay algunas notas que no di a conocer, están allí, en mi carpeta de reserva. Nunca escribí poemas taurómanos, pero sí algunos versos relacionados. Yo veo los toros desde la barrera, desde el relajo. Me aparto de los taurinos que no hablan de otra cosa. De hecho huyo de quienes son fieles a un solo tema, los monotemáticos. A la media hora de escucharlos ya te quieres suicidar. Alguna vez conocí a “Manolo” Martínez, el último gran torero de México. Hablamos un buen rato y hablamos de un poema que alguien le dijo que era mío y hablaba de la fiesta taurina. Él reconoció que lo había leído, pero me confesó que no lo había entendido. Claro, me dije, él no está para entender, sino para matar. El día que un torero entiende un poema se acabó la fiesta…

   He aquí el poema, escrito en 1990:

 

A MANOLO MARTÍNEZ

 

Sobre la arena irrumpe la furiosa

verdad del toro, arcilla que destella

olas de asombro y alas de centella

que iluminan la tarde esplendorosa.

 

En suave conjunción, la mano airosa

del matador se acopla a la querella

del bruto: en su percal brilla la estrella

que guía aquel incendio hacia la rosa.

 

Contra viento y marea, fluye el brío

que habrá de sucumbir en la certera

quietud, como la yedra fatigada,

 

porque el diestro, al brindar su poderío

y detener el tiempo en su carrera,

levanta una columna sosegada.

                                                            Alí Chumacero.[7]

 24 de diciembre de 2010.


[1] Alí Chumacero: Poesía. México, Fondo de Cultura Económica, 2008.

[2] La Jornada semanal, D.F., suplemento cultural de La Jornada, 14 de noviembre de 2010, Nº 819, p. 4-6.

[3] La Jornada, D.F., del 19 de diciembre de 2010, sección Cultura, p. 2a.

[4] Taurómaco: Dícese de la persona entendida en tauromaquia; así como todo lo relativo a la misma.

[5] Taurófilo: Que tiene afición a los toros.

[6] Taurómano: Si nos atenemos al Diccionario de la Real Academia Española, y observando que no existe el término aquí buscado, sólo podríamos entenderlo buscando el término “manía” que tiene las siguientes definiciones: manía.

(Del lat. manĭa, y este del gr. μανία).

1. f. Especie de locura, caracterizada por delirio general, agitación y tendencia al furor.

2. f. Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada.

3. f. Afecto o deseo desordenado. Tiene manía por las modas.

[7] Guillermo H. Cantú: Manolo Martínez, un demonio de pasión. México, Diana, 1990. 437 p. ils., fots., p. 11.

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