CRÓNICAS.
23 de enero de 2011. Plaza de toros “México”. Rodolfo Rodríguez “El Pana”, Alejandro Talavante y Arturo Saldívar, con 6 ejemplares de San Isidro.
¡PANA…!: AL FIN QUE TENEMOS TU TIEMPO…
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
El arribo a la plaza de Rodolfo Rodríguez “El Pana” tuvo tintes de gloriosa recepción que sólo puede darse entre ciertos héroes o líderes, en olor de santidad. Parecía un gladiador recibiendo la calurosa ovación que recordaba los viejos textos de Próspero Merimée cuando nos relata en CARMEN la misma circunstancia en la persona de Escamillo. Por cierto la etiqueta de gladiador o “Capitán de gladiadores” no es ajena al ambiente taurino, puesto que en el siglo antepasado, así se les conocía a muchos de los primeros espadas que encabezaban las cuadrillas que “trabajaban” por diversas partes del país.
Estábamos viendo la primera puesta en escena con que Rodolfo Rodríguez suele cautivarnos o impresionarnos, cuando faltaban apenas unos minutos para que comenzara el festejo en que alternó junto a Alejandro Talavante y Arturo Saldívar para despachar un encierro justo, justito en presentación de San Isidro, y más aún en un juego que rayaba en una nobleza apenas a un paso del de las “hermanas de la caridad”, salvo el séptimo que tuvo casta y puso a prueba al diestro de Badajoz.
Y Rodolfo, que se les sabe de todas todas, no tuvo empacho en seguir sobreactuando. Se tomó cerca de 40 minutos para conmover, hacer reír, o sobresaltarnos con algunos detalles que se le agradecen sobremanera pero que no culminaron en la tarde que todos esperábamos. El suyo, fue un conjunto de chispazos que no detonaron en la gran hazaña que se quedó en grato intento y más, cuando la representación nos la proporcionó un hombre con 60 años de edad, cosido a cornadas, minado por el alcohol; mejor amigo de la bohemia y supongo, con una vida más disfrutada que sufrida.
Se ve que no le importó en lo más absoluto el tiempo, ese tiempo con que se mide religiosa y rigurosamente la tauromaquia, ese tiempo que hasta José Delgado “Pepe Hillo” en grabado de la época llegó a definir de la mejor manera, llevando un reloj, una leontina, y diciendo en frase sentenciosa, -palabras más palabras menos- como muchos años adelante también lo dijo Francisco Montes que luego se convirtió en canción: “Ese toro ha de morir en punto de las cuatro y media”.
Tengo que reconocer que nos quedamos con ganas de ver al “Pana” que publicidad previa nos anunció con la confesión de que me siento como un “novillero”. Lo que vimos fue a un Rodolfo Rodríguez a ratos dueño de aplomo indiscutible y en otros, a un “Pana” desigual y contrastante. Detalles, sería en primera instancia el reporte más contundente a todo el conjunto de cosas que pudo ofrecernos. Que mató de media en la yema, y que para que le dieran esa discutida oreja fue necesario el respaldo de un obsequio de pañuelos a tutiplén a las afueras de la plaza; que sirvieron luego como mensaje subliminal y de presión para que el juez se viese en la penosa necesidad de otorgar el auricular, fue todo uno. Y el “Pana” con esa oreja extendió aún más el tiempo en el primer capítulo de la tarde, cosa que le debe haber sabido a gloria en sendas vueltas al ruedo. El público, en términos generales fue muy consecuente y tolerante también con el diestro de Apizaco.
De esos brillantes episodios que iluminaron su primer faena, enriquecida por “Sanjuaneras”, alguno que otro pase por la derecha de limpia hechura o el trincherazo que supo a do de pecho (un poco fingido) en boca y pulmones de un tenor que tiene que detener su interpretación para recibir la espontánea ovación del respetable, no vimos otra cosa que no fuera a un Rodolfo Rodríguez tomándose su tiempo en forma deliberada, tranquilamente, como si no pasara nada y como si anduviera paseando por la alameda. Después de eso vino el otro lado de la moneda y si abrevió fue lo mejor de su comparecencia en el cuarto de la jornada.
Quien sorprendió gratamente fue Alejandro Talavante, pero más aún Arturo Saldívar.
A Alejandro tuve la oportunidad de verlo en la encerrona de Madrid hace cosa de dos años y, francamente estuvo fatal aquella ocasión. Afortunadamente no queda ni sombra de ese gris Talavante que hoy fue toda luminosidad e intensidad. Si ya entendió que es Alejandro Talavante y no una mala copia de José Tomás, es el primero en dar el gran paso, por lo que al pronunciar su discurso, este se intensificó en momentos de dominio y armonía. Echó la muleta abajo, sin excederse, corriendo la mano, templando al gusto del público mexicano que de inmediato sabe en quien aterrizar sus emociones y así ocurrió con este torero al que, en sus tres ejemplares (regaló un séptimo cajón), tuvo la desgracia de pinchar. Si en la escuela, al ser descubiertos por la maestra o el maestro habiendo escrito mal alguna palabra, el castigo era una plana de cien veces la misma palabra, hasta aprenderla a escribir, así Talavante, tendrá que repetir hasta la saciedad la suerte de matar que hoy la espuerta se fue de vacío.
Saldívar habiendo toreado tan bien a su primero no logró que se enteraran la mayoría de los que ocuparon aquellos semidesiertos tendidos, si consiguió conectar en el sexto hasta causar conmoción y emoción de un torero apenas recién alternativado pero con una solvencia que, de seguir así, tendrá asegurado un futuro interesante. En lo personal me gustó su acento, y así parece haber ocurrido con muchos otros aficionados que quedaron complacidos con acertada y serena actuación, la cual además, quedó sellada con una oreja.
Tarde rica en detalles, que no hay una, por mala que ésta sea, donde el aficionado siempre tiene materia para los comentarios, los recuerdos y las reflexiones consabidas.
24 de enero de 2011.
El espectáculo de… los toros. 10ª corrida de la temporada 2010-2011. Domingo 9 de enero de 2011. Toros de Real de Saltillo…
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Créanme que cuando uno se aferra al pasado, la cosa resulta como de película, o como nombre de cine, que hubo uno de grato recuerdo que llevaba el nombre de “Bella época”. Y miren que de pronto nos llevamos cada chasco, porque cuando hay modo de comprobarlo, nos encontramos ante unas imágenes que no corresponden a la realidad y los toros, no eran los “grandes toros”, ni los toreros las “figuras” que nos quisieron imponer en otras tantas crónicas. Y en ese anhelo becqueriano que se traduce en aquel meloso poema suyo de “Volverán las oscuras golondrinas”, de repente se encuentra uno con este verso:
(. . . . . . . . . . .)
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas… ¡no volverán!
De repente uno puede afirmar que los toros ¡sí volverán! ¡Y volvieron!
Tal milagro ocurrió en la plaza de toros “México”, lo que sirvió para recuperar credibilidad, después de haber visto el desfile de varios encierros que no han correspondido con la realidad (y salvo Real de Saltillo también hay que mencionar el encierro de San Marcos, lidiado recientemente). En esencia, vimos toros, bordeando las cinco yerbas, de bonita lámina, excedidos de peso, lo que quizá fue un factor en contra, pues les pesaron los kilos, pero no se ahogaban, eran toros que iban por los capotes y las muletas, por los picadores y banderilleros y todo cuanto se moviera en frente suyo. Toros, sin más. Un conjunto de ejemplares que dejaban ver su buena crianza; la dedicación habida para mandarlos a la plaza con la mayoría de edad, que lo demás se dio por añadidura. Si bien hubo casta en unos, faltó la bravura en otros.
Y fueron toros a contraestilo, de ese estilo que ya no estila y que permite las excelsitudes del toreo moderno. Estos toros de Real de Saltillo, me parece que estaban sacados de aquellas fotos color sepia y vinieron a la plaza capitalina a buscar pelea. Que alguno desluciera, no lo dijo alguna vez Antonio Llaguno: “Los toros no tienen palabra de honor”. Por esa sencilla razón el festejo del 9 de enero de 2011 tuvo toda esa carga de interés que no vieron muchos. La tensión que produce el toro en el ruedo es diferente a la de un novillo y eso se observó claramente a lo largo de la tarde. Por eso es de lamentar que buena parte de aficionados capitalinos se conforman con ver la mitad del espectáculo, pues son más toreristas que toristas, de ahí que pierdan parte de la dimensión que contiene la corrida de toros en cuanto tal. ¿Qué somos muy sensibles? No lo negamos, pero la sensibilidad también aplica en términos de apreciar no por lo que nos cuentan, sino por lo que estamos viendo.
Cuando hay toros, no hay toreros, que así reza una vieja sentencia, un antiguo adagio, de ahí que el dicho se cumpliera categóricamente. “Manolo” Mejía, en verdad sudó sangre y con toda la experiencia junta que le caracteriza, se derrumbó, por lo que debe pensar seriamente en una despedida digna antes de irse arrastrado por un escándalo o por la indiferencia, que no sabe uno qué es peor… Y ese punto tendrá que reflexionarlo seriamente Mario Aguilar quien estuvo como ausente, sin espíritu. Quien gozó de mejor suerte fue Pedro Gutiérrez Lorenzo, aunque sólo por momentos, debido a que no remontó la faena a los límites esperados, le faltó enjundia, con todo y que lo recibió con largas afaroladas, e hizo una lidia apropiada. Llevaba ya la muleta dándose a torear con entrega, en el menor espacio de terreno posible y la respuesta fueron algunos pases aislados, escasos de continuidad por lo que esa pasión no pudo desbordarse, a pesar de la estocada, algo traserilla que tiró “patas pa´rriba” al de Real de Saltillo con lo que conquistó una oreja.
“¡Qué pena!” me decía un amigo mientras constatábamos el panorama desolador en los tendidos de la plaza “México”. Cinco mil almas, algo más algo menos, fuimos quienes contamos con la suerte de presenciar este último domingo el “espectáculo de los toros”.
11 de enero de 2011.