Archivo mensual: marzo 2011

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS, Nº 8. GREGORIO MARTÍN DE GUIJO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Toca ahora ocuparme de los hechos ocurridos el año de

1661

-Años del rey (8 de abril).

-Traída de Nuestra Señora de los Remedios (14 de junio).

-Segunda octava de la virgen (3 de julio).

-Muerte de una nieta del virrey (11 de agosto).

-Colación de nuestra Señora Copacabana (5 de octubre).

-Apertura de la iglesia de San José de Gracia (26 de noviembre).[1]

    Para los estándares de nuestro cronista, de la fuente a la que ahora recurro, el conjunto de fiestas parece austero, probablemente influido por el factor de la “traída de Nuestra Señora de los Remedios”, hecho que debe destacar alguna desgracia importante sufrida por la ciudad en aquellos momentos. Aún así, todavía quedaban estelas de las fiestas que registró Juan Dávila Galindo en su Atlante alegórico, político diseño del gobierno prudente de un príncipe acertado. Que (aunque ocurrido en) la… ciudad de los Ángeles dedicó en los emblemas, y poesías de la real portada. Al excelentissimo… Juan de Leyva, y de la Cerda… Puebla: Vda. Juan de Borja, 1660. O también la que Pedro Fernández Osorio también dedicó en torno al Júpiter Benevolo. Astro Ethico Político, Idea Simbólica de Príncipes. Que en la sumptuosa fábrica de un arco triunfal dedica… la ilustrísima Iglesia Metropolitana de México al Excmo. Señor D. Juan de la Cerda y Leyba, Conde de Baños… México: Vda. De Bernardo Calderón, 1660.

   Afortunadamente, hay un registro ocurrido en ese 1661, y que legó Diego de Ribera bajo el título: Descripcion breve de la plausible pompa y solemnidad festiva… México: Vda. De Bernardo Calderón, 1661.

   No debemos olvidar que, entre 1628 y 1632 aproximadamente la ciudad de México quedó anegada luego de las intensas lluvias, pero sobre todo por el hecho de que este sitio no contaba con un sistema de desagüe avanzado, mismo en el que por esas épocas Enrico Martínez aplicó sus conocimientos para concretar obras de esa naturaleza, cuyo desahogo estaba en el tajo de Nochistongo. Debieron pasar muchos años para que esta ciudad consiguiera una estabilidad, puesto que, desde los tiempos de Hernán Cortés se decidió como el centro de todos los poderes, aún a pesar de que sus condiciones no eran las óptimas pues debe recordarse que la ciudad México-Tenochtitlan estuvo rodeada por lagos y siempre sujeta a condiciones de hundimiento.


[1] Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65).

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SOBRE LA CORNADA QUE, EN 1908 SUFRIÓ RODOLFO GAONA EN PUEBLA.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. Sobre la cornada que, en 1908 sufrió Rodolfo Gaona en Puebla.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    Espero resolver el siguiente galimatías. Hace 103 años, Rodolfo Gaona sufrió una de las cornadas más graves en su carrera. Fue una herida de cinco centímetros de extensión por veinte de profundidad, en la fosa isquio-rectal derecha, interesando el recto y peritoneo. Tal hecho sucede el 13 de diciembre de 1908. Imagínense ustedes que, ante un hecho de aquella dimensión, el servicio médico de la plaza de toros de Puebla simplemente quedó rebasado, por lo que hubo necesidad de trasladarlo urgentemente desde Puebla a la ciudad de México, decisión que puso en serio peligro la vida del diestro leonés. Algunas versiones que he escuchado al respecto, mencionan que Gaona al llegar a la ciudad, esto por Xochimilco (sic), el Dr. Carlos Cuesta Baquero ya lo esperaba para de inmediato atenderlo. Pero Roque Solares Tacubac, que tal era el anagrama de Cuesta, se quedó “con un palmo de narices”, pues el herido quedó bajo la responsabilidad del Dr. Aureliano Urrutia, en un sanatorio cercano a San Felipe Neri. Este detalle molestó profundamente a Carlos Cuesta, quien era, hasta ese momento un gaonista declarado, y cuyos elogiosos escritos se publicaron en diversos semanarios y revistas de la época. Años más tarde, Roque Solares Tacubac no pudo ocultar su enojo y se convirtió en “antigaonista” furibundo.

   Desde mi muy personal punto de vista, cuando el Dr. Cuesta atendió la cornada que causó la muerte de Antonio Montes, el 13 de enero de 1907, este simple detalle pudo haber sido ingrediente para que Gaona o quienes le rodeaban en el viaje de Puebla a México decidieran la intervención del Dr. Urrutia y no la del Dr. Cuesta. Pero insisto, esto no es más que una especulación.

El Dr. Carlos Cuesta Baquero, tercero de izquierda a derecha, ante

el cadáver del torero español Antonio Montes. Col. del autor.

    Por su parte, la revista española Sol y Sombra Nº 664, del 14 de enero de 1909, daba cuenta del acontecimiento que aquí se refiere en los siguientes términos:

   El acontecimiento ensombreció a la afición de aquel entonces, pues de inmediato, comenzaron a circular unos versos anónimos en cientos de hojas de papel volando, que, con un grabado de José Guadalupe Posada al frente, y otro de Manuel Manilla al reverso salieron de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, convirtiéndose en caja de resonancia de aquella “tragedia”.

http://www.museoblaisten.com/v2008/indexEsp.asp?myURL=paintingSpanishFondo&numID=5705

Fondo “Díaz de León”.

   De Urrutia debo decir que cargó con dos “sanbenitos” toda su vida: Ser compadre del Gral. Victoriano Huerta, el mismo que encabezó el frío y calculador episodio de la “Decena Trágica” en febrero de 1913, y luego haber participado de manera “sesgada” en el asesinato del senador Belisario Domínguez, hecho ocurrido el 7 de octubre de ese mismo año. Urrutia, enfrentado profesionalmente al también médico cirujano Belisario Domínguez, le cortó la lengua al cadáver del senador enviándosela más tarde a Victoriano Huerta. Luego de intensas investigaciones realizadas por un grupo de senadores, parientes y amigos de la víctima, se descubrió la verdad de los hechos, lo que aceleró la caída de Huerta y el inicio de una terrible carga moral que llevó desde ese momento y hasta su muerte el Dr. Aureliano Urrutia que, por otro lado, fue un eminente cirujano y hasta ocupó el cargo de Director de la Escuela Nacional de Medicina en el periodo 1913-1914.

   Varias cosas más en torno al Dr. Urrutia. Efectivamente nació en Xochimilco en 1872, lugar que se refiere como el del posible encuentro entre Rodolfo Gaona y Cuesta Baquero, pero esto era imposible pues dadas las condiciones de salud del diestro, como las de cualquier herido, en todo caso se trataba de hacerlo llegar lo más pronto posible a un sanatorio. Dicho «sanatorio» debió haber sido el que en la época llevó el nombre de Sanatorium (además, propiedad de Urrutia), inaugurado por el Gral. Porfirio Díaz en 1910 y que se encontraba en Coyoacán. Finalmente, y aunque parece un sarcasmo, pero también una paradoja, es el hecho de que la tesis profesional del Dr. Aureliano Urrutia, que presentó y defendió en 1895 llevara el curioso nombre de La conservación de los cadáveres y de las piezas anatómicas.

El Dr. Aureliano Urrutia junto al Gral. Victoriano Huerta.

    Por fortuna, Rodolfo Gaona se restablece del serio percance e incluso, reaparece el 17 de enero de 1909 (un mes y días luego de la cornada en Puebla), alternando con Rafael Gómez “El Gallo” y Antonio Boto “Regaterín”, quienes se las entendieron con toros de Piedras Negras.

Fotografía incluida en el reportaje publicado por Sol y Sombra.

    Un velo de misterio se tendió sobre aquel episodio del que Gaona, por fortuna, salió avante, a pesar de que los progresos médicos de la época no eran, ni con mucho los de hoy día. Aquellas curaciones de “caballo” que encaraban los toreros, tuvieron tintes de “hazaña”, y en eso el pueblo sabía muy bien a quien considerar como “sus héroes”. En ese tipo de circunstancias se tejieron muchas historias, lo que les daba a los matadores un aura diferente, tanto que no tiene ningún parecido con lo que hoy el “marketing” o agencias de publicidad hagan por los que se visten de luces.

   “Los tiempos cambian que es una barbaridad…”

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ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE Y LOS TOROS. 1ª DE 4 PARTES.

EFEMÉRIDES TAURINAS DEL SIGLO XX. ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE Y LOS TOROS. 1ª DE 4 PARTES.

 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Esta efeméride corresponde al 15 de noviembre de 1961.

   Pronto se cumplirán 50 años de la desaparición del Lic. Artemio de Valle-Arizpe. Por tal motivo, me parece más que oportuno traer hasta aquí –ahora que busco editor- un pequeño pasaje de mi libro: ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE y LOS TOROS (inédito), con objeto de conocer la dimensión de uno de los autores más prolíficos que nos dio el siglo XX mexicano.

Portada del libro.

 

INTRODUCCIÓN

 Dr. Pablo Pérez y Fuentes

¡Va por usted!

In memoriam

    Artemio de Valle-Arizpe fue originario de Saltillo, donde se dice nació el 20 de octubre de 1883.[1] Muere en la ciudad de México el 15 de noviembre de 1961. Es uno de esos raros ejemplos que caracterizan a un autor prolífico, intenso, dedicado. Estas peculiaridades se traducen en una obra basta, de más de 50 títulos, cada uno de ellos construido con lenguaje rico en detalles, donde el uso constante de palabras poco comunes, muchas de ellas auténticos anacronismos, vistieron los relatos, pasajes, diálogos, leyendas y tradiciones.

   Adquirir uno a uno cada título y leerlos después –más bien devorarlos-, se convirtió para mí en un deleite. Incluso en obsesión, pues llegó el momento de seguir ciertos ejemplos, fallidos lamentablemente. Dejarme crecer el bigotillo y engatusarlo a lo “kaiser”, a lo “Valle-Arizpe”, a la “borgoñoña”, “intento de gran mostacho donjuanesco y maligno” apuntaba Amado Nervo; fue un remedo, nada vistoso como para lograr lucimiento varonil. En realidad, era lo de menos. Pero buscar escribir como él fue la catástrofe, porque en el intento de lo exhaustivo, cada escrito salido de mi pluma, en su afán pretencioso y petulante se ahogaba en sí mismo. Conclusión: zapatero a tus zapatos. Pronto me quité el bigote de puntas enhiestas y pronto también entendí la lección aprendiendo a escribir para buscar mi propio estilo, bajo la disciplina rigurosa, el ejercicio constante con la recomendación de Rafael Solana a cuestas quien me aconsejaba: Siga, siga usted. No deje de escribir. Si tiene que escribir, hágalo. Basta incluso con una cuartilla diaria, pero no deje de hacerlo. Y ya han pasado muchos años desde aquel momento en que el hijo del viejo periodista, del mismo nombre y apellido, pero bajo el remoquete de Verduguillo, me proporcionaba un secreto digno para escritores. El cambio, por supuesto que es notorio. 28 años de quehacer literario, en combinación con los del historiador que ahora me permiten salir a la liza sin miramiento alguno, dicen que se han dado cambios, pero también mejoras. Y sin embargo, la influencia y la presencia de don Artemio se mantiene viva, a tal grado que hoy quiero pagar la deuda después de aquellos dos alardes. El trabajo que hoy emprendo tiene la finalidad de recoger todos aquellos pasajes donde el tema taurino está presente en su obra integral; y vaya que son bastantes. Pero no solo basta la cita, es necesario el contexto para ir entendiendo el gusto que por los toros tuvo en su obra Artemio de Valle-Arizpe. Esa atención tan específica transita en diversas épocas no solo del período virreinal. También durante el siglo XIX, y acaso hasta nos sorprenda alguna otra sobre el siglo XX –ya metido totalmente en su carácter de cronista de la ciudad de México-, espacio temporal en el que por más de 50 años dejó claras evidencias de un trabajo arduo y disciplinado, además de emotivo y entrañable.

   La faena que aquí comienza, seguirá un criterio bastante sencillo. Ocupará su atención de forma cronológica, desde su primera obra: La gran Cibdad de México Tenustitlán, perla de la Nueva España, según relatos de antaño y ogaño hasta Jardín perdido, con lo cual no será posible respetar ese otro criterio que va de la mano con el tiempo. De pronto, aparecerán sucedidos de esta o de aquella época. Pero fundamentalmente, habrá de conocerse –hasta donde lo permita el detalle-, a cada uno de los personajes, los escenarios y las distintas circunstancias en que ocurrieron aquellos hechos narrados bajo la pluma ágil del autor saltillense.

 CONTINUARÁ.


[1] Sin embargo, otras fuentes refieren este dato con diferentes fechas. Entre otras:

Artemio de Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas. México, 5ª ed., Editorial Jus, 1977. 531 p., p. 139. En tal libro se apunta que nació en Saltillo el 25 de enero de 1888. Del mismo modo lo afirma Henrique González Casanova en Amor que cayó en castigo. Otros datos apuntan lo siguiente:

En Mauricio Magdaleno: Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 p. Según Magdaleno, Artemio de Valle-Arizpe nació en Saltillo, Coah., el 25 de enero de 1884 y murió en México el 15 de noviembre de 1961.

 

 

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MINIATURAS TAURINAS. CONVITE TAURINO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    Convite se llama en el más puro lenguaje taurino a aquel acontecimiento donde toreros venidos de la “legua” (de todos esos caminos, de pueblo en pueblo y de “novenario” en “novenario”), y que han llegado a otro pueblo más, anuncian su participación en la fiesta que habrá de darse por la tarde, yendo por las calles principales a pie o en algún carromato, o en un vehículo descubierto, ataviados con los trajes que lucirán en ese festejo tan “publicitado”, que por eso lo llaman así: Convite. Convidan, invitan a los lugareños para que asistan por la tarde a la plaza o al lienzo de la localidad, presentándose también la cuadrilla, el zarzo de banderillas y todo al son de pasodobles, marchas y otras piezas del repertorio de la charanga que les acompaña. En fin, la compañía que actuará buscando complacer y divertir a la población que decida asistir a esa “grandiosa corrida”, de la que queda constancia en los carteles que obsequian a su paso, y de otros cuyo fin son algunas esquinas, a donde se acercan los curiosos para enterarse de “santo y seña” de la “corrida de postín” que habrá de celebrarse horas más tarde.

Procesión en la fiesta de la santa patrona. México.

Gustave Janet. (ca. 1840).

   Esta es una tradición que persiste, quizá en menor medida porque finalmente los tiempos que corren marcan otras pautas o porque ya no nos enteramos de tan curiosos pasajes, los cuales se quedan muchas veces en esas poblaciones, que son refugio de ilusión.

   Nuestra ciudad, seguramente por contar con otra dimensión en cuanto a fiesta taurina se refiere, solo registra en algunos de sus barrios esta curiosa forma de publicidad de torerillos que se quedaron en el camino y uno que otro corrió con mejor suerte. Sin embargo, es en el corazón mismo donde ocurrieron, desde temprana fecha: 1526 los primeros festejos, peculiares por cierto, que en nada se parecen a lo que vemos en nuestros días.

   Poco a poco iremos contando algunos de los múltiples acontecimientos que cimbraron estos rumbos de la capital, y también de la provincia, sobre todo entre los siglos XVI al XIX cuando hubo en ella distintos escenarios en sitios inverosímiles donde ocurrieron numerosas fiestas, las cuales se celebraron por motivos y razones diversas.

   Los siguientes datos corresponden a la forma en que Los convites se celebraban –y siguen celebrándose- en el actual estado de Querétaro. Veamos.

Los convites

    Ahora hablaremos de los desfiles o paseos que se efectuaban para dar a conocer la próxima realización de un espectáculo y que servían para invitar al público a asistir a los mismos, la invitación así realizada recibe el nombre de convite.

Preciosa recreación del “convite” por el artista

jalisciense Luis Gómez.

El convite de los toros

    Valentín Frías nos describe cómo se realizaba el convite de la hoy llamada fiesta brava en 1850, mismo que salía de la Plaza de Toros de la Huaracha (Reforma entre Juárez y Vergara), y después de hacer un recorrido, que también detalla, regresaba a su punto de origen.

   La comitiva era como sigue: El payaso con silla vaquera en un caballo tordillo, rodeado de muchachos, llevando en la mano un puñado de anuncios y gritando más o menos lo siguiente: «Conque muy temprano las espero, chachitas -dirigiéndose a las señoritas de las ventanas-, a la corrida. Se lidiarán cuatro toros arrogantes de la Hacienda de Miranda; habrá palo encebado en el que se pondrán ricas prendas para el que guste subir a cogerlas y terminará la función con el embolado y la pantomima, tan divertida, de los hombres gordos… -y levantando la voz gritaba-: ¿Es verdad? y contestaban también a grito abierto: ¡Síiii!…. y aventando el gorro para arriba espoleaba al caballo y corría aventando anuncios a las multitudes, diciendo chistes que hacían reír a los muchachos[1].

   Como a cien pasos de distancia llevaban monos, monas, pericos, cuervos, payasos, floricuernos, ramos de flores, macetones, etc.[1]

   Poco detrás, la música de viento tocando la marcha «Las Amazonas» o algún paso doble. Enseguida, la cuadrilla a caballo de tres en tres como sigue: El capitán muy elegante en medio y a sus lados dos banderilleros poco menos elegantes; todos con sombreros charros de toquilla gruesa, de galones con grandes chapetones de plata, forrados los sombreros por debajo de seda verde, azul o roja, con grandes barboquejos de seda colgando hacia atrás [1].

   Luego seguían tres toreros de capa, los banderilleros y los picadores con garrocha en mano.

   Después, los monos sabios; dos llevando un tronco de mulas enfloradas; otro con una carretilla pintada de azul y otros tres sin nada. Estos iban vestidos de blanco con sombreros chilapeños con una ala arriscada adornada con un plumón de color[1].

Los hombres gordos iban tras de la cuadrilla, antes de los monos sabios, en burro. Estos eran cuatro, vestidos de blanco con sorbetes, llevando el traje muy amplio pero rellenado de paja, haciendo una figura muy risible, entrando el paseo a las dos de la tarde[1].

   Comenzaba la función a las cuatro, retirando antes la música los carteles de los parajes públicos y enseguida seguía la música tocando en el pórtico de la Plaza hasta poco antes de la corrida, hora en que entraba tocando, en medio del griterío del, tanto entonces como ahora, exigente público [1].

   Hasta aquí el relato de Alter, en lo referente al paseo previo, pues continúa describiendo la plaza y las suertes de la fiesta.

   En otra crónica, Frías describe como era este convite en 1870, refiriéndose al que hacía la empresa de la Plaza de Toros de Occidente ubicada en la ahora esquina de Ezequiel Montes y Avenida del 57.

Del mismo Luis Gómez es esta otra estampa

Del “Convite”.

    Los sábados a las once, se lidiaba, más bien se fastidiaba a un pobre bicho que la empresa prestaba al público, a manera de reclamo, para que se divirtiera con él y así calificar el valor de la corrida que se daría al día siguiente [2]. Esta diversión que se le conoció como el toro de once, consistía en un toro embolado que se usó después al fin de las corridas [1].

   Concluido el toro de once, salía el paseo, o convite, de la misma plaza a recorrer algunas calles.

   Aquí se presentan estas variantes, una es que hay un toro que se suelta al público como parte del atractivo, aún cuando veladamente lo cita en el relato anterior.

Además cita nombres de los participantes, identificando a Miguel Segura como el payaso de fama, al Maestro Aguilar como el director de la música, a Lino Zamora como el capitán de la cuadrilla, como antes se le denominaba a lo que ahora conocemos como matadores, por otro lado, les comentaremos que este Zamora está considerado el primer queretano matador de toros. Frías también cita en este relato, que en el centro iba Mónica, la mimada del público del sol y galería, sin dar mayores detalles [2].

Otro elemento que agrega Frías es el siguiente: De intento dejamos para lo último el zarzo de banderillas que ocupaban en el paseo el segundo lugar de la comitiva, y el cual lo componían hasta dieciséis curiosas banderillas, que representaban floricuernos, payasos, monas, pericos, macetones, etc., teniendo por remate el asta del zarzo un gran macetón de flores [2]. De aquí nos surge una duda: Los monos, monas, pericos, cuervos, etc., que cita en el primer relato, ¿se refiere a animales o al zarzo de las banderillas?

   Frías continúa diciendo: en 1900, ya todo había cambiado; pues los toreros salen al paseo en carretelas abiertas, solamente con chaquetín y gorra de partida, de lado, suprimiendo los picadores y demás comparsa, por descontado que mi buen vecino, el payaso, fue nulificado para siempre jamás. El toro embolado ya sólo se usa en las corridas bufas, y mucho menos las pantomimas y el palo ensebado [1].

   Si Frías se lamenta que para 1900, ya todo había cambiado, para el 2000, ya nada de esto se usa, sin embargo todavía en tiempos en que operaba la Plaza de Toros Colón (hoy edificio Colón 2) desaparecida en 1962, el convite, muy simple, se realizaba la noche anterior a la corrida y consistía en pasear a una banda de música colocada en la plataforma de un camión en la que se exhibía el zarzo con las banderillas; sólo en el caso que se promoviera un festival de lujo o de beneficio, se hacía acompañar a este vehículo de otros más en los que viajaban las reinas, quienes eran unas señoritas especialmente invitadas que iban ataviadas con trajes de «manolas» y luego formaban parte del paseíllo para partir plaza al inicio del espectáculo. Ahora, lo más que se hace en estos festivales es incluir a las damas en el momento de partir plaza pero sin vestimenta especial.

    También se consideran en estos casos el convite del teatro, de los circos, de las fiestas de navidad, de los cines y del box y la lucha libre, sin faltar los que hoy día se realizan, siguiendo la costumbre, aunque con otras infraestructuras. En cuanto al

 Bando Solemne

    Una forma de dar a conocer al pueblo las nuevas disposiciones legales o al ganador de las elecciones, era a través del llamado bando solemne, que consistía en que la autoridad, precedida por una banda de música, llegaba a un punto clave en el cual se congregaban los ciudadanos y daba lectura al decreto correspondiente, el cual posteriormente se fijaba a la pared para que quedara a la vista de todos. Este ritual lo repetían en varios lugares.

   Así Luis F. Pérez, Secretario de Gobierno en ese entonces, fue el responsable de ejecutar el bando correspondiente a la promulgación de la Constitución en 1917.

Los toreros y sus cuadrillas, incluyendo el zarzo de banderillas, camino

a la plaza. Autor desconocido.

 Conclusión

    Esta forma de hacer partícipe al público de los espectáculos que se ofrecerán, ha sido sustituida por los medios masivos de comunicación, sin embargo fue nuestra intención informar a los jóvenes como se realizaba esto en antaño y tratar de que los no tan jóvenes evocaran estos acontecimientos.

NOTAS

 [1] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas III-U.A.Q.-Qro.-1988-p. 281 y ss.

[2] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas II-Ed. Provincia-Qro.-1976- p. 220 y ss.

[3] RODRIGUEZ FAMILIAR, José-Efemérides Queretanas – Qro.-1973-T. IV p.182 y 236.

 Estas notas aparecieron en: “NUESTRO QUERÉTARO”. Editor: José Sosa Padilla. Semanario, Nº 103, 26 de junio de 2000.

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EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. 2ª DE DOS PARTES.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 II

    Por eso, y regresando a los acontecimientos nacionales debo centrar ahora la atención en una de las ganaderías que brillaron con luz propia en el firmamento taurino mexicano: Atenco, la de mayor importancia durante el siglo que ahora revisamos.

   En la fiesta de los toros, la ganadería cumple un papel fundamental. En México desde 1526, el espectáculo ha tenido gran arraigo que se fortaleció aún más durante el siglo XIX. Atenco como ganadería surge en 1528 por lo que se convierte en la más antigua de todas, conservándose en el mismo sitio hasta nuestros días y ostentando de igual forma el fierro original.

   En la segunda mitad del siglo antepasado el toreo, como auténtico sentido nacional, vivió en plenitud, apenas alterado por la presencia de Bernardo Gaviño, torero español que aquí desarrolló todo su potencial (de 1835 a 1886) pero cuya decisión fue dejarse absorber, congeniar en perfecta armonía con las estructuras dominantes en el toreo mexicano.

   España, 1836: Francisco Montes aportaba al espectáculo su Tauromaquia, como el más adelantado instrumento teórico que sustentaba las normas con que este ejercicio alcanzaba por entonces una madurez que acaparaba también al arte. Bernardo, aunque pudo haber traído consigo estas experiencias se acomoda a las formas vigentes en México, pero con toda seguridad impuso también un principio: nunca alejarse de las bases que concebían al toreo. De ahí que Ponciano Díaz asimilara el legado, pero también terminara por rechazarlo, mostrándose ante la afición como un torero híbrido, es decir, tan poderoso a caballo como a pie.

   El torero de origen gaditano actúa en medio de una escenografía tan variada como la que se pone de manifiesto durante sus mejores épocas. En 1867 se prohíben las corridas de toros en el D.F.; sobre esto, muchos piensan que Benito Juárez fue quien consumó tal medida. Puedo decir al respecto que la empresa de la plaza Paseo Nuevo mostraba un desorden administrativo, y el principal motivo que generó la sanción fue su falta de pago de impuestos, asunto que despachó la Ley de Dotación de Fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867, discutida y aceptada por el Congreso en funciones por entonces.

   El decreto, en consecuencia, pasó a firma de Benito Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la república y secretario de Gobernación respectivamente.

   ¿Que Juárez era un aficionado a los toros? lo demuestra su asistencia a cuatro corridas con su investidura como presidente interino y constitucional. Las fechas: 27 de enero de 1861, 9 de noviembre de 1862, 22 de febrero de 1863 y 3 de noviembre de 1867. Lejos de rechazar, aprobaba y asistía. Solo que los términos jurídicos se impusieron y no le quedó más remedio que autorizar la prohibición.

   Con lo anterior simplemente hacemos la separación del hombre público con respecto a la del ciudadano común y corriente, para no enjuiciar a un personaje más que con las bases de que disponemos.

   De 1868 a 1886 las corridas de toros se refugiaron en provincia y se produjeron fenómenos como la formación y consolidación de feudos taurinos, desmembrados por el propio Ponciano.

   Y se reanudan las corridas el 20 de febrero de 1887 con gran entusiasmo. Entre 1887 y 1888 se inauguran cinco plazas: San Rafael, Paseo, Coliseo, Colón y Bucareli. El feudo del de Atenco es esta última, sitio donde se comprobaron idolatría, el grado superlativo de torero «mandón» pero también su derrumbe.

   Idolatría dado el fuerte aprecio de parte de un pueblo que exaltó al diestro en versos, grabados, música o literatura diversa. Mandón, «porque está solo, sin pareja, sin rival permanente, invadiendo terrenos y ganando batallas hasta quedarse solo mientras el boumerang de su propia dictadura se vuelve contra él», nos dice Guillermo H. Cantú.

   Derrumbe porque no soportó los efectos de algo que podría considerarse la «reconquista» de los toreros españoles, encabezada por José Machío y Luis Mazzantini, mismos que sometieron al espada nacional, imponiendo el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, concepto que modificado llega hasta nuestros días, vigoroso y engrandecido.

   Con la de nuestros antepasados es posible entender un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas -que veremos más adelante-, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. De ese modo, diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando; lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Eran escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia.

   Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega.

   Durante el siglo XIX se manifestó una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco participaron permanentemente, siendo importantes para el desarrollo del espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas.

   Lo destacable en todo esto es el esplendor, pero también la permanencia de una ganadería que pasó del terreno informal al profesional en cuanto a la cría de toros bravos, con lo que obtuvo un estilo definido. Por otro lado, no se tiene en claro cual fue el pie de simiente que definió las características de casta del toro bravo atenqueño.

   La importancia de Atenco durante el siglo XIX se dio gracias a la constante crianza de cabezas de ganado a partir de una selección autóctona, aprovechando sobre todo el origen criollo de los toros que se multiplicaron en la región del valle de Toluca; también fomentó el esplendor de Atenco la frecuencia con que fueron enviados los encierros, fundamentalmente a plazas del centro del país. Un personaje y dos familias son protagonistas de toda esta historia: Bernardo Gaviño, torero español radicado en nuestro país, además de los Cervantes y los Barbabosa, propietarios de la mencionada hacienda.

   En muchas temporadas taurinas, efectuadas en plazas como la Plaza Nacional de Toros, San Pablo, Paseo Nuevo de Bucareli y otras (sobre todo en el interior del país) aparece constantemente el nombre de Atenco. La hacienda contaba hacia 1860-1870 con aproximadamente 3,000 hectáreas (2,977 hectáreas en 1903), propiedad donde pudo concentrarse una gran cantidad de cabezas de ganado destinadas para la lidia. Su cercanía con la ciudad, pero sobre todo, la garantía de bravura permitió el acuerdo entre empresa y ganadero para la venta de dichos toros en infinidad de temporadas, memorables en su mayoría.

   En la hacienda de Atenco estaba presente una buena organización, a pesar del dispendio y banca rota que propició el hacendado José Juan Cervantes y Michaus, último conde de Santiago de Calimaya. A este señor le sucedió Juan Cervantes Ayestarán, quien ya no ostentó ningún cargo nobiliario. La administración se reforzaba con la ayuda de los caporales; de ese modo la ganadería aseguraba el intenso movimiento de toros en las plazas donde eran lidiados.

   Bernardo Gaviño desempeñó un papel protagónico dentro y fuera del ruedo. Este torero influyó de manera muy particular en los destinos de la hacienda ganadera de Atenco. Señor feudal de la tauromaquia, fue protegido por el último conde de Santiago de Calimaya con quien efectuó gran parte de los cambios registrados no sólo en Atenco, también dentro de la fiesta brava en México.

   Estas son, a mi parecer, algunas de las facetas que proyectó el toreo en México durante el siglo XIX, dejado llevar por la independencia y la autonomía hasta lograr lo que de manera perfeccionada y evolucionada observamos hasta nuestros días.

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UN CAPÍTULO MÁS SOBRE BERNARDO GAVIÑO y RUEDA.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. UN CAPÍTULO MÁS SOBRE BERNARDO GAVIÑO y RUEDA.

POR. JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

ALTRUÍSMO: UNA RAZÓN PARA SALVAR LAS PENURIAS DE DOÑA CARMEN GAVIÑO PELAEZ, HIJA DEL FAMOSO TORERO BERNARDO GAVIÑO EN EL AÑO 1936.

    Con el verdadero afán de ir dando a conocer la figura, el perfil de Bernardo Gaviño, torero importantísimo en el siglo XIX mexicano, traigo hasta aquí uno más de esos recuerdos que nos permiten entender la dimensión que tuvo el portorealeño en nuestro país, pues no es ninguna casualidad su permanencia por estas tierras, donde dejó un legado que hoy, a más de 120 años de su muerte, sigue siendo motivo de análisis y reflexión. Sobre todo, por el hecho de que en 2012 se celebrarán 200 años de su nacimiento. Nunca mejores ocasiones como estas, para ir entendiendo a un hombre de carne, hueso y espíritu que ocupó un sitial de notable relevancia y que hoy es preciso recuperar en la medida de lo posible.

    Bernardo Gaviño, torero pasional, amante que fue seguramente de muchas mujeres porque su oficio le permitió ese gozo, esa dicha. Las historias nos hablan de “Lupe la torera” (“Se decía que el célebre espada español Bernardo Gaviño fuera su primer amante y que muchas veces habíalo acompañado por distintas ciudades de la República cuando Gaviño iba a lidiar reses bravas aun desafiando a las partidas de indios bárbaros en las regiones del Norte”. En cuanta a Guadalupe Luna, poco conocemos de ella. El pasaje de Núñez y Domínguez nos muestra su mejor perfil y amante o no de Santa Anna, amante o no de Gaviño, que también era un mujeriego incorregible, no dudamos que “Lupe, la torera” anduviera “colocada” en alguna cuadrilla mixta, común entonces, o como una “torera” más) y de otra mujer que le arrebató de muy mal modo, su paisano Lázaro Sánchez, quien se fugó de México hacia Cuba con la mencionada dama luego del “obstruccionismo” que impuso Bernardo a cuanto torero español, e incluso mexicano se le cruzara en el camino. El diestro español avecindado en México tuvo en Carmen Gaviño Peláez, a la hija que lo reconoce como el padre que atravesó por etapa difícil en sus últimos días y en esas condiciones dejó a sus deudos. Dicha penuria se prolongó por muchos años, tantos, que medio siglo después de la muerte de don Bernardo en 1936, la propia hija, sumergida en el desamparo total, decide plantear su situación a las autoridades y a los aficionados para decirles lo siguiente:

 Ciudad de México.-D.F.

7a. “Ayuntamiento” 156

Marzo 9 de 1936

 

Señor Don COSME HINOJOSA.

Jefe del “Departamento Central

del Distrito Federal”. En su

Oficina para tramitar.

    CARMEN GAVIÑO PELAEZ, respetuosamente aunque por su ignorancia no emplee las palabras apropiadas, solicita de Usted que con el carácter de autoridad indicada y con atribuciones supremas, la conceda permiso para hacer una COLECTA en la plaza de toros “El Toreo”, pidiendo desde el redondel un óbolo a los concurrentes que haya en la corrida que ha de ser efectuada el próximo domingo, día quince.[1] La colecta será para beneficio de mí exclusivamente, de su producto no tendrá participación otra persona.

   Tiene la finalidad de mejorar la angustiosa situación en que estoy. Pobre, con edad de SESENTA AÑOS y enfermiza. Para obtener mi sustento y albergue tengo que acogerme a la generosidad de una familia, que granjeo haciendo quehaceres domésticos.

   Confío en que Usted impulsado por su humanitarismo para auxiliar a desvalidos, concederá el permiso que solicito. Por tanto simultáneamente al envío de ésta solicitud, inicio gestiones y súplicas para los empresarios de la corrida y a los toreros -matadores de toros- que han de actuar en el festejo. Espero que no rehusarán, impulsados también por el noble móvil citado, pero si Usted no da el permiso resultarán inútiles sus anuencias y no podrá ser la colecta. El permiso de Usted es basal.

   Dígnese Usted seguir leyendo para que sepa porqué motivos elijo a los aficionados o sea a los afectos a la fiesta de toros, para que sean mis auxiliadores. Soy hija del antiguo torero español -matador de toros- ya fallecido, nombrado BERNARDO GAVIÑO. Puedo comprobar el parentesco y que no soy impostora, presentando papeles y retratos familiares y además el testimonio de personas honorables, incapaces de afirmar una falsedad.

   Mi padre residió durante CINCUENTA Y UN AÑOS en la República Mexicana, siendo muy popular y estimado. Durante esa larga etapa tuvo la personificación de la Tauromaquia en México. Estuvo en ese sitio no solamente por su mérito de torero, sino por ser fraternal compañero de los toreros mexicanos, su consejero en los trances difíciles de la lidia y maestro de los principiantes. Por esto respetuosamente le nombraban: “El Maestro Don Bernardo”. El último de los discípulos que tuvo mi padre fue el famoso Ponciano Díaz, también extraordinariamente popular. Justificadamente puedo afirmar que mi padre fue el fundador del ANTIGUO ARTE TAURÓMACO, que durante muchos años hubo en las plazas de toros mexicanas. Esta afirmación no implica comparación con el MODERNO ARTE TAURÓMACO, ahora existente y merecidamente estimado y aplaudido. Aquellos antiguos toreros mexicanos aleccionados por mi padre, causaron el deleite de los aficionados de entonces, abuelos y padre de los aficionados actuales. ¿No es de justicia que los de ahora den unas monedas a la hija de quien enseñó a los que deleitaron a sus ancestrales?

   Además, por la prolongada residencia en la República Mexicana, mi padre sin abandonar su nacionalidad nativa de español, fue paulatinamente y con agrado adhiriéndose a los ideales y costumbres netamente mexicanos. Matrimoniando en dos ocasiones con mexicanas, formando así definitivamente hogar y familia mexicana. Por éstas circunstancias fue formándose otra nacionalidad adoptiva: La de mexicano. Nacionalidad espiritual que amaba igualmente o más que la nativa. Por éste cariño nunca negó su humilde contingente de torero y de particular, para loar fastos mexicanos, disminuir los perjuicios provenidos de catástrofes y hacer obra de beneficencia.

   Para tales finalidades toreó gratuitamente en bastantes corridas. Especialmente en las que organizó la Señora Doña Margarita Maza, esposa del benemérito Presidente Licenciado Don Benito Juárez, al comenzar la defensa nacional contra los invasores franceses. El producto de esas corridas sirvió para establecer un hospital nombrado “Hospital Zaragoza”, donde fuesen atendidos los heridos del ejército mandado por el General Comonfort, en la batalla que libró en las cercanías de la ciudad de Puebla, sitiada por el ejército francés mandado por el Mariscal Forey.

   Desde que falleció mi padre, víctima de mortal cornada que sufrió toreando en la plaza de toros de la población de “Texcoco”, he trabajado afanosamente, durante CINCUENTA AÑOS, sin recurrir a implorar el auxilio de los aficionados. Ahora a últimas fechas, obligada por mi edad y enfermedades hago tal imploración. Sé que usted tiene antipatía para las colectas en la plaza de toros, pero si Usted bondadosamente y atendiendo a lo que expongo hace excepción en mi caso, estaré agradecida el resto de mi vida. Suplico que cualquiera que sea su resolución, favorable o contraria, dé oportuna respuesta, que recabaré del “Departamento de Diversiones”. O si Usted extrema su bondad, diríjala a la séptima calle “Ayuntamiento” 156. De allí llegará seguramente a mis manos. Suplico dispense distraiga su atención para un asunto completamente personal, sin importancia generalizada.

    Quedo a las órdenes de Usted, atenta y segura servidora

 Carmen Gaviño Peláez.

    De todo esto surgen muchos comentarios. De hecho, la petición se hizo bajo un planteamiento justo y razonado. ¿Prosperó al ser recibida por las autoridades, y si así ocurrió en qué festejo se le proporciona la ayuda solicitada por doña Carmen?

   Sabemos, por otro lado, que en el Panteón del Tepeyac está enterrada Consuelo Gaviño, misma que muere en enero de 1925 (cuyos restos se alojaron en el lote “Z” fosa 99 del mencionado panteón). ¿A dicho lugar irían a dar los restos del gran torero? No lo sabemos a ciencia cierta, pero el hecho de que algunos autores hayan dedicado su tiempo a indagar donde quedaron los restos del diestro, permite que se supongan las insinuaciones al respecto. Así, José María Álvarez nos dice:

 Aquel torero, después de haber ganado mucho dinero durante su azarosa carrera, murió en la mayor miseria. Por aquella su última corrida le fueron pagados 30 pesos, y sus amigos y compañeros, encabezados por sus dos fieles picadores, Corona y “El Negrito” Conde, tuvieron que costear el entierro, que se efectuó en una fosa de tercera clase, marcada con el número 1763, en el Panteón de Dolores, donde, por no haberse adquirido dicha fosa a perpetuidad, fueron desalojados sus restos que guardó piadosamente el sepulturero Juan Cortés, reinhumándose posteriormente según se cree en el panteón de la Villa de Guadalupe.[2]

    Algún día haremos una detallada revisión al “Libro de entierros” que se encuentra en poder de las autoridades que manejan el citado cementerio con la esperanza de encontrar datos al respecto.

 Portada de El arte de la lidia, revista taurina

que da cuenta del fallecimiento de Bernardo Gaviño,

ocurrido en la ciudad de México, el 11 de febrero de 1886.


[1] En tal ocasión, 15 de marzo de 1936, Alberto Balderas y Lorenzo Garza se disputaron públicamente el título de “Torero de México” lidiando toros de San Mateo. Garza toreó fenomenalmente a PAJARITO y a FUNDADOR, cortando oreja y las dos orejas y el rabo respectivamente. Del propósito de doña Carmen Gaviño Peláez, desconozco si fue o no aceptada la petición.

[2] José María Álvarez: Añoranzas: El México que fue. Mi Colegio Militar. México, Imprenta Ocampo, 1948. 2 T., tomo I, pág. 175.

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ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO. PARTE III: LOS TERCIOS COMBINADOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Desde un principio, esta serie tiene entre sus objetivos mostrar cómo, a través de la iconografía de época, pueden descubrirse una serie de circunstancias que permiten entender la forma en que la tauromaquia fue tomando forma. En otras palabras, evolucionando, a pesar de los diferentes momentos que son motivo de análisis.

   La presente imagen apareció publicada en un cartel del año 1859. En esos momentos y en la ciudad de México, sólo estaba en funciones la plaza de toros del Paseo Nuevo. Precisamente la imagen seleccionada corresponde al interior de dicho escenario.

   En ella podemos apreciar el momento en que transcurre el tercio de varas. Cuatro son los personajes: tres toreros de a pie, uno a caballo, mientras el toro acomete a la cabalgadura. Entre los varios aspectos por analizar se encuentran el del preciso momento en que el toro se encuentra a punto de recibir una vara, casi en el centro del ruedo. El picador lo toma terciado, es decir no de frente, con el riesgo consiguiente de un tumbo. Además, el caballo lleva colocada una anquera, elemento de cuero que se colocaba en las ancas del equino y que, según los conocedores sirve para “quitarle las cosquillas”, pero que en esencia, servía también como un elemento protector en momentos en que el caballo no era motivo de protección alguna. Además, por aquella época, según se percibe en algunas aisladas reseñas que se publicaban en la prensa, una corrida no era buena si no morían varios caballos por tarde. Ese tipo de parámetros afortunadamente ya no existen, y hoy se mide la calidad o nivel del festejo con otros raceros.

   Pero si usted observa, detrás del conjunto ya analizado, aparece un banderillero listo a colocar quizá el primer par de palitroques, lo que indica el desorden que predominaba en aquella lidia. Sin embargo, eran otros tiempos, y el posible caos que para nosotros resultaría esta “barbaridad”, en esa época poseía unas condiciones absolutamente normales, tanto, que 20 o 30 años después, la dinámica de los “tercios combinados” era cosa común. El dicho de lo anterior me permite confirmarlo un grabado del artista popular Manuel Manilla, que debe haber burilado más o menos en la octava o novena décadas del siglo XIX, como puede verse a continuación:

   El conjunto del picador y caballo es, en esencia la misma cosa pues el caballo lleva colocada la anquera, aunque aquí ya se ha producido el encuentro donde, por cierto, la vara queda delantera. El toro, embiste humillando la jeta, pero observen ustedes el lomo del bovino: lleva colocado un primer par de aquellas banderillas bombachas, trabajadas con papel de china en exceso, y rematadas con listones que deben haber sido todo un espectáculo, pues algunos de esos pares contaban con mecanismos especiales para que de pronto salieran palomas o papelillos de colores.

   Ambas ilustraciones, aquella de un artista cercano a la inspiración de Escalante y esta de Manilla, recrean de manera más que exacta el compás, el vaivén de un momento en la lidia decimonónica, que todavía no estaba sujeta a ningún reglamento que estableciera condiciones especiales ligadas precisamente a estos procedimientos. Más bien, se redactaban para poner limitantes a los asistentes en los tendidos de la plaza. Nuestros antepasados entendieron que aplicar este tipo de circunstancias era una forma intuitiva que se acercaba a los principios establecidos, eso sí, en obras como las de José Delgado o Francisco Montes, tratados o “Tauromaquias” que fueron transmitidas oral o verbalmente, pues como ya he apuntado en algún otro sitio, fue hasta 1840 en que se conoce la existencia de un volumen de la “Tauromaquia” de “Pepe-Hillo”, gracias a que en la biblioteca de José Justo Gómez de la Cortina, el conde de la Cortina, existía un ejemplar de tal publicación. En cuanto a la influencia que haya podido ejercer la de “Paquiro”, es muy probable que su contemporáneo Bernardo Gaviño, se convirtiera en el encargado en permear tales principios, como resultado de una necesaria evolución, aunque tal hubiese sido más lenta en nuestro país, por el hecho de que el propio Gaviño debe haber impuesto el ritmo más conveniente. El de Puerto Real era en esa época el “mandón” y nada se movía si no era bajo su capricho o bajo sus órdenes más precisas.

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EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. 1 de 2

EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO.

Conferencia dictada el 6 de mayo de 1999 en el Centro Cultural “José Martí”, dentro del ciclo en memoria y homenaje a Daniel Medina de la Serna.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Al tiempo en que se activó la independencia de nuestro país, el toreo se comportó de igual forma y se hizo nacional perdiendo cierto rumbo que solo recuperaba al llamado de las raíces que lo forjaron. Esas raíces eran las españolas, desde luego.

   Caben aquí un par de reflexiones antes de ingresar a la magia proyectada desde la plaza de toros.

   Un análisis clásico ya, para entender el profundo dilema por el que navegó México como nación en el siglo XIX, es México. El trauma de su historia de Edmundo O’ Gorman. Es genial su planteamiento sobre la confrontación ideológica entre la tesis conservadora y la liberal. Resumiendo: Los conservadores quieren mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad. Los liberales quieren adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición.

   Es decir, en ambos la tradición es común denominador, y para los dos, el sentido de la modernidad juega un papel muy interesante que no nos toca desarrollar. Solo que en el toreo la modernidad llegó tarde, fue quedándose atrás y la tradición mostró nuevos ropajes.

   Si bien la estructura no perdió su esencia hispana, el vestido para la escena se colmó de mexicanidad y fue así como encontramos una fiesta sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos unos de otros, dada su creatividad, desde luego. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional.

   Un aspecto de profunda raíz en México y que es el de la iglesia, guarda semejanzas con la tradición torera también. Los principios católicos quedaron sembrados recién terminada la conquista. Poco a poco el indígena acepta una nueva religión y, en consecuencia, un nuevo dios. Con el tiempo aumentó la dimensión e importancia ya no solo de los principios o postulados, sino de quienes detentan y controlan el poder de la iglesia. De esa forma, el movimiento de emancipación para alcanzar el grado de nación fue encabezado por libertadores que enarbolaron la imagen de la virgen de Guadalupe. Por lo tanto, el arraigo de una cultura religiosa como la vigente en México desde 1521 y hasta hoy, ha trascendido distintas etapas sin riesgo de perder hegemonía. Antes al contrario, se mantiene vigorosa.

   De ese modo el toreo guarda condiciones semejantes, aceptándolo nuestros antepasados, haciéndolo suyo y luego, enriqueciéndolo en abundancia. Así fue como se integró a la forma de ser de los mexicanos y ha llegado hasta nosotros contando a lo largo de sus más de cuatro siglos y medio con apenas algunas interrupciones de orden legal, administrativo o incluso, por capricho de algunos gobernantes declaradamente antitaurinos.

   Fue así como Hidalgo en la ganadería, o Allende en la torería ponen punto de partida a unas condiciones que luego los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila se encargan de mantener en circunstancias parecidas a las que representaron Pedro, Antonio y José Romero en la España de fines del XVIII y comienzos del XIX. Y es que los hermanos Ávila (Luis, Sóstenes y José María) por más de cincuenta años aparecen como los representantes taurinos de México, dado que se convierten en las figuras más importantes que dan brillo al espectáculo en nuestro país. Fue así como desde 1808 y hasta 1857 ocupan la atención de la afición estos interesantes y a la vez misteriosos personajes, cuya principal actividad se concentró en la capital mexicana. Pocos datos existen al respecto de los tres, que son cuatro, con Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México. Desafortunadamente este último cometió homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo. De ese modo, sus perfiles ya no se pierden en las noches oscuras de la tauromaquia que aún quedan por descubrir.

   Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez:

-Lidia de toros «a muerte», como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia.

-Montes parnasos,[1] cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,[2] hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Benjamín Flores Hernández nos ofrece un rico panorama al respecto:

 -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762

-lidias en el matadero;

-toros que se jugaron en el palenque de gallos;

-correr astados en algunos teatros;

-junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos;

-ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un «loco»;

-otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores;

-cuadrillas de mujeres toreras;

-picar montado en un burro;

-picar a un toro montado en otro toro;

-toros embolados;

-banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que «…al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado»;

-locos y maromeros;

-asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa;

-dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo);

-en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones;

-diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos;

-la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos;

-galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo;

-persecuciones de venados acosados por perros sabuesos;

-globos aerostáticos;

-luces de artificio;

-monte carnaval, monte parnaso o pirámide;

-la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él.

   Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños. Ante todo esto es preciso saber qué pasaba con los dictados de la moda taurina que llegaban de España y los mexicanos recibían para darle un propio carácter. Es el autor español Rafael Cabrera Bonet quien en su conferencia “Evolución de los encastes del toro de lidia” nos revela parte de esta duda:

 (Mientras) transcurre el siglo XVII cada vez el público va demandando un mayor número de ganaderías (…). Dos (o) tres de ellas se enfrentan, si no en franca competencia, sí al menos en cuanto a la calidad de sus reses para el languidecente rejoneo o el vigoroso empuje de los de a pie. Porque no vaya a creerse nadie que este toreo a pie aparece, de golpe y porrazo, con el cambio de dinastía (de los Austrias a los borbones), en el siglo XVIII. No, ya en el último tercio del siglo anterior, y con mucha frecuencia en los postreros años del reinado de Carlos II, los lidiadores de a pie van constituyéndose en el eje del festejo, y los picadores de vara larga o de detener, suceden a los caballeros del rejoneo. Incluso en estos finiseculares años de la Casa de Austria es dado ver en la Plaza Mayor de Madrid, y ante la misma persona del monarca imperante, corridas en las que tan sólo actúan toreros a pie, solos o acompañados de varilargueros. Para este nuevo toreo, para esta nueva fiesta, se requieren otras reses, y éstas mismas van a modificar durante casi dos siglos los gustos del público.

   En efecto, para el toreo a pie se requieren toros que embistan con mayor claridad, que a la par que manteniendo la movilidad requerida desde antaño presenten buenas condiciones de nobleza y bravura. Sin embargo, esta evolución del toreo sufre un retraso importante por la aversión de Felipe V, al menos en sus primeros años españoles, hacia la fiesta taurina (cosa que también se reflejó en la Nueva España). Numerosas prohibiciones, y silencios expresivos, marcan gran parte de las innumerables solicitudes de festejos en las tres primeras décadas de su reinado. La fiesta apenas puede verse en la capital, durante esta época, en tres o cuatro ocasiones. Los amantes de este género de emociones han de trasladarse a los pueblos de la periferia, donde pueden ver capeas o novilladas de ínfimo orden, o a las capitales cercanas a Madrid, donde con otro carácter, menos trascendente y con menor boato, se suceden festejos de alguna mayor categoría. Pero, no obstante, esta evolución, iniciada en el pasado siglo, es imparable. Ya sea por los copiosos gastos que a la nobleza y alta burguesía le ocasionara la pompa y circunstancia de la fiesta de tiempos de Felipe IV, ya sea por la lógica inclinación del público hacia una fiesta más popular, anárquica y espontánea, ya sea por lo que fuere, el toreo caballeresco desaparece prácticamente de escena, siendo sustituido por el de vara larga, al que ampara una nutrida e indisciplinada grey de lidiadores pedáneos. Para esta fiesta se requieren otros toros y los ganaderos sabrán ofrecérselos. El toro comienza a ser eje central del festejo, y medir su bravura, su acometividad, burlar su noble embestida su finalidad última.

   Para esta evolución, que al principio surge con dos versiones fundamentales, toreo de vara larga y burla a pie, se requiere un toro bravo -en el sentido que hoy entendemos, es decir con gran acometividad y comportamiento definido en la suerte de varas- pero también ágil y revoltoso”.[3]

CONTINUARÁ.


[1] Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII», México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto.

[2] Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p. ils. Dicho libro está plagado de referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes:

Los hombres gordos de Europa;

-Los polvos de la madre Celestina;

-La Tarasca;

-El laberinto mexicano;

-El macetón variado;

-Los juegos de Sansón;

-Las Carreras de Grecia (sic);

-Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas.

[3] Rafael Cabrera Bonet: Evolución de los encastes del toro de lidia. (Conferencia pronunciada en el Círculo Taurino “Don Luis Mazzantini”, del Colegio Mayor Universitario de San Pablo, el día 8 de mayo de 1997). Madrid, Bibliófilos Taurinos de España, 1997. 42 p. Ils. Grabs.

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EL SUEÑO FRUSTRADO DE NEGUIB SIMÓN.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. EL SUEÑO FRUSTRADO DE NEGUIB SIMÓN.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Imagen aérea de la Ciudad de los Deportes [(en construcción (1945)]

documento obl sn 003393 de la

Colección de Aerofotografía del Acervo Histórico de ICA.

    Mientras la ciudad de México registraba un rápido crecimiento como resultado de su nueva visión cosmopolita, ciertas construcciones se realizaban en sitios que entonces parecían bastante lejanas. Dos casos concretos: la nueva ciudad Universitaria, en pleno pedregal de San Ángel, y el de la colonia “Nochebuena”, al sur de la ciudad donde los obreros del barrio de Actipan –entre otros- salían cada mañana hacia la fábrica de ladrillos “La Guadalupana”, superficie importante de las grandes extensiones adquiridas por Neguib Simón desde 1939 para materializar una de sus máximas aspiraciones: el proyecto de la “Ciudad de los Deportes”. Tal proyecto estaba pensado, entre otras cosas, para sustituir la vieja plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa, que ya empezaba a resultar insuficiente para aquella urbe.

   Fue el 28 de abril de 1944 cuando el Lic. Javier Rojo Gómez encabezó la ceremonia de colocación de la “primera piedra” de aquel complejo, mismo día simbólico en que comenzaron los trabajos de la plaza de toros y el estadio que, desde aquellos años es compañero permanente de nuestra plaza.

   Es de todos sabido que el 5 de febrero de 1946 fue inaugurada con un cartel de polendas: Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Procuna, que se las entendieron con ganado de San Mateo.

   Originalmente la plaza tuvo aforo para 50 mil espectadores. Sin embargo, el “Regente de Hierro”, Ernesto Peralta Uruchurtu, intervino para que Alfonso Gaona, empresario por aquellos años, realizara un ajuste a 41,262 localidades, salvo en casos extraordinarios –que ya no se dan- de lleno hasta “la bandera”, la capacidad de esta plaza puede reunir entre 45 y 48 mil asistentes.

   En nuestros días, la sombra de una amenaza se cierne sobre este coso emblemático, pues pesan sobre ella y el estadio señales de derrumbe que esperamos sean solamente un mero rumor. Una voraz señal de construcciones desmedidas rodean, y casi engullen a estos dos foros que, por razones de ese desorden, hoy día parecen estorbar y peor aún, causan conflictos entre el vecindario cada vez que se registra un partido de futbol, un festejo taurino o cualquiera otra actividad con poder de convocatoria cuando abren sus puertas cualquiera de estos dos espacios públicos.

21 de marzo de 2011.

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NOVIEMBRE DE 1908, MUERE SÓSTENES ÁVILA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 La efeméride de que me ocupo, se remonta al mes de noviembre de 1908.

    Si nos atenemos a lo publicado en LA VOZ DE MÉXICO, D.F., del 8 de noviembre de 1908, p. 2:

DEFUNCIÓN.-Falleció en el Rosario Sóstenes Ávila, que fue matador de toros y últimamente comerciante de ese lugar, se podría concluir que este personaje murió de una muy avanzada edad, puesto que los datos conocidos nos remontan hasta la mitad del siglo XIX donde Sóstenes, junto a sus hermanos Luis, José María y antes Mariano (aunque este, por problemas judiciales, al parecer ligados con un asesinato, dejó de torear) ejercieron dicha práctica en forma por demás prolongada.

   Algunas fuentes remontan su presencia hasta el año de 1808, momento en que esos nombres comenzaron a aparecer en diversos carteles.

   Manuel Bravo en compañía de los hermanos Ávila, Luis, Sóstenes y José María se van a convertir, por entonces, en las figuras que aclama el pueblo mexicano, mismo que aceptará con agrado al español Bernardo Gaviño y con el que se desentenderán de los posibles prejuicios de que se vio saturado el ambiente político de un país que no alcanzaba a despertar de la pesadilla de su independencia, y ya se encontraba frente a otra, traducida en la lucha del poder por parte de los distintos grupos que lo desean. Los hermanos Ávila sostuvieron el andamiaje del toreo mexicano decimonónico, un toreo que vive con ellos serias transformaciones que se van a dar entre los años de 1808 y 1857, largo periodo en el que son dueños de la situación.

   Desde luego, la mayoría de los datos que la historia nos da de estos toreros, ocurre entre la tercera y quinta décadas del siglo XIX para luego desaparecer del panorama, ya sea porque su ciclo había terminado o por el hecho de que se enfrentaban a Bernardo Gaviño, un torero que tuvo muy clara la extensión de sus dominios, no importando la formación de pequeños feudos, donde los Ávila pudieron tener el control de los mismos.

   Diversos carteles, sobre todo los que dan alguna luz al respecto, provienen de la plaza de toros de San Pablo, así como de diversas actuaciones que tuvieron en la plaza de Toluca. Como se puede colegir, Sóstenes eligió el norte del país y en particular la ciudad de Rosario, Sinaloa, para continuar con su vida, ahora metido como “comerciante de ese lugar” y que murió, ya lo sabemos ahora, en noviembre de 1908. ¿A qué edad? Imposible saberlo, pero bien pudo tratarse de un personaje longevo, un auténtico matusalén.

Ambos carteles, son reproducciones tomadas de la obra:

Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863.

Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura.

México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p. ils.

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