POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Convite se llama en el más puro lenguaje taurino a aquel acontecimiento donde toreros venidos de la “legua” (de todos esos caminos, de pueblo en pueblo y de “novenario” en “novenario”), y que han llegado a otro pueblo más, anuncian su participación en la fiesta que habrá de darse por la tarde, yendo por las calles principales a pie o en algún carromato, o en un vehículo descubierto, ataviados con los trajes que lucirán en ese festejo tan “publicitado”, que por eso lo llaman así: Convite. Convidan, invitan a los lugareños para que asistan por la tarde a la plaza o al lienzo de la localidad, presentándose también la cuadrilla, el zarzo de banderillas y todo al son de pasodobles, marchas y otras piezas del repertorio de la charanga que les acompaña. En fin, la compañía que actuará buscando complacer y divertir a la población que decida asistir a esa “grandiosa corrida”, de la que queda constancia en los carteles que obsequian a su paso, y de otros cuyo fin son algunas esquinas, a donde se acercan los curiosos para enterarse de “santo y seña” de la “corrida de postín” que habrá de celebrarse horas más tarde.

Procesión en la fiesta de la santa patrona. México.
Gustave Janet. (ca. 1840).
Esta es una tradición que persiste, quizá en menor medida porque finalmente los tiempos que corren marcan otras pautas o porque ya no nos enteramos de tan curiosos pasajes, los cuales se quedan muchas veces en esas poblaciones, que son refugio de ilusión.
Nuestra ciudad, seguramente por contar con otra dimensión en cuanto a fiesta taurina se refiere, solo registra en algunos de sus barrios esta curiosa forma de publicidad de torerillos que se quedaron en el camino y uno que otro corrió con mejor suerte. Sin embargo, es en el corazón mismo donde ocurrieron, desde temprana fecha: 1526 los primeros festejos, peculiares por cierto, que en nada se parecen a lo que vemos en nuestros días.
Poco a poco iremos contando algunos de los múltiples acontecimientos que cimbraron estos rumbos de la capital, y también de la provincia, sobre todo entre los siglos XVI al XIX cuando hubo en ella distintos escenarios en sitios inverosímiles donde ocurrieron numerosas fiestas, las cuales se celebraron por motivos y razones diversas.
Los siguientes datos corresponden a la forma en que Los convites se celebraban –y siguen celebrándose- en el actual estado de Querétaro. Veamos.
Los convites
Ahora hablaremos de los desfiles o paseos que se efectuaban para dar a conocer la próxima realización de un espectáculo y que servían para invitar al público a asistir a los mismos, la invitación así realizada recibe el nombre de convite.
Preciosa recreación del “convite” por el artista
jalisciense Luis Gómez.
El convite de los toros
Valentín Frías nos describe cómo se realizaba el convite de la hoy llamada fiesta brava en 1850, mismo que salía de la Plaza de Toros de la Huaracha (Reforma entre Juárez y Vergara), y después de hacer un recorrido, que también detalla, regresaba a su punto de origen.
La comitiva era como sigue: El payaso con silla vaquera en un caballo tordillo, rodeado de muchachos, llevando en la mano un puñado de anuncios y gritando más o menos lo siguiente: «Conque muy temprano las espero, chachitas -dirigiéndose a las señoritas de las ventanas-, a la corrida. Se lidiarán cuatro toros arrogantes de la Hacienda de Miranda; habrá palo encebado en el que se pondrán ricas prendas para el que guste subir a cogerlas y terminará la función con el embolado y la pantomima, tan divertida, de los hombres gordos… -y levantando la voz gritaba-: ¿Es verdad? y contestaban también a grito abierto: ¡Síiii!…. y aventando el gorro para arriba espoleaba al caballo y corría aventando anuncios a las multitudes, diciendo chistes que hacían reír a los muchachos[1].
Como a cien pasos de distancia llevaban monos, monas, pericos, cuervos, payasos, floricuernos, ramos de flores, macetones, etc.[1]
Poco detrás, la música de viento tocando la marcha «Las Amazonas» o algún paso doble. Enseguida, la cuadrilla a caballo de tres en tres como sigue: El capitán muy elegante en medio y a sus lados dos banderilleros poco menos elegantes; todos con sombreros charros de toquilla gruesa, de galones con grandes chapetones de plata, forrados los sombreros por debajo de seda verde, azul o roja, con grandes barboquejos de seda colgando hacia atrás [1].
Luego seguían tres toreros de capa, los banderilleros y los picadores con garrocha en mano.
Después, los monos sabios; dos llevando un tronco de mulas enfloradas; otro con una carretilla pintada de azul y otros tres sin nada. Estos iban vestidos de blanco con sombreros chilapeños con una ala arriscada adornada con un plumón de color[1].
Los hombres gordos iban tras de la cuadrilla, antes de los monos sabios, en burro. Estos eran cuatro, vestidos de blanco con sorbetes, llevando el traje muy amplio pero rellenado de paja, haciendo una figura muy risible, entrando el paseo a las dos de la tarde[1].
Comenzaba la función a las cuatro, retirando antes la música los carteles de los parajes públicos y enseguida seguía la música tocando en el pórtico de la Plaza hasta poco antes de la corrida, hora en que entraba tocando, en medio del griterío del, tanto entonces como ahora, exigente público [1].
Hasta aquí el relato de Alter, en lo referente al paseo previo, pues continúa describiendo la plaza y las suertes de la fiesta.
En otra crónica, Frías describe como era este convite en 1870, refiriéndose al que hacía la empresa de la Plaza de Toros de Occidente ubicada en la ahora esquina de Ezequiel Montes y Avenida del 57.

Del mismo Luis Gómez es esta otra estampa
Del “Convite”.
Los sábados a las once, se lidiaba, más bien se fastidiaba a un pobre bicho que la empresa prestaba al público, a manera de reclamo, para que se divirtiera con él y así calificar el valor de la corrida que se daría al día siguiente [2]. Esta diversión que se le conoció como el toro de once, consistía en un toro embolado que se usó después al fin de las corridas [1].
Concluido el toro de once, salía el paseo, o convite, de la misma plaza a recorrer algunas calles.
Aquí se presentan estas variantes, una es que hay un toro que se suelta al público como parte del atractivo, aún cuando veladamente lo cita en el relato anterior.
Además cita nombres de los participantes, identificando a Miguel Segura como el payaso de fama, al Maestro Aguilar como el director de la música, a Lino Zamora como el capitán de la cuadrilla, como antes se le denominaba a lo que ahora conocemos como matadores, por otro lado, les comentaremos que este Zamora está considerado el primer queretano matador de toros. Frías también cita en este relato, que en el centro iba Mónica, la mimada del público del sol y galería, sin dar mayores detalles [2].
Otro elemento que agrega Frías es el siguiente: De intento dejamos para lo último el zarzo de banderillas que ocupaban en el paseo el segundo lugar de la comitiva, y el cual lo componían hasta dieciséis curiosas banderillas, que representaban floricuernos, payasos, monas, pericos, macetones, etc., teniendo por remate el asta del zarzo un gran macetón de flores [2]. De aquí nos surge una duda: Los monos, monas, pericos, cuervos, etc., que cita en el primer relato, ¿se refiere a animales o al zarzo de las banderillas?
Frías continúa diciendo: en 1900, ya todo había cambiado; pues los toreros salen al paseo en carretelas abiertas, solamente con chaquetín y gorra de partida, de lado, suprimiendo los picadores y demás comparsa, por descontado que mi buen vecino, el payaso, fue nulificado para siempre jamás. El toro embolado ya sólo se usa en las corridas bufas, y mucho menos las pantomimas y el palo ensebado [1].
Si Frías se lamenta que para 1900, ya todo había cambiado, para el 2000, ya nada de esto se usa, sin embargo todavía en tiempos en que operaba la Plaza de Toros Colón (hoy edificio Colón 2) desaparecida en 1962, el convite, muy simple, se realizaba la noche anterior a la corrida y consistía en pasear a una banda de música colocada en la plataforma de un camión en la que se exhibía el zarzo con las banderillas; sólo en el caso que se promoviera un festival de lujo o de beneficio, se hacía acompañar a este vehículo de otros más en los que viajaban las reinas, quienes eran unas señoritas especialmente invitadas que iban ataviadas con trajes de «manolas» y luego formaban parte del paseíllo para partir plaza al inicio del espectáculo. Ahora, lo más que se hace en estos festivales es incluir a las damas en el momento de partir plaza pero sin vestimenta especial.
También se consideran en estos casos el convite del teatro, de los circos, de las fiestas de navidad, de los cines y del box y la lucha libre, sin faltar los que hoy día se realizan, siguiendo la costumbre, aunque con otras infraestructuras. En cuanto al
Bando Solemne
Una forma de dar a conocer al pueblo las nuevas disposiciones legales o al ganador de las elecciones, era a través del llamado bando solemne, que consistía en que la autoridad, precedida por una banda de música, llegaba a un punto clave en el cual se congregaban los ciudadanos y daba lectura al decreto correspondiente, el cual posteriormente se fijaba a la pared para que quedara a la vista de todos. Este ritual lo repetían en varios lugares.
Así Luis F. Pérez, Secretario de Gobierno en ese entonces, fue el responsable de ejecutar el bando correspondiente a la promulgación de la Constitución en 1917.

Los toreros y sus cuadrillas, incluyendo el zarzo de banderillas, camino
a la plaza. Autor desconocido.
Conclusión
Esta forma de hacer partícipe al público de los espectáculos que se ofrecerán, ha sido sustituida por los medios masivos de comunicación, sin embargo fue nuestra intención informar a los jóvenes como se realizaba esto en antaño y tratar de que los no tan jóvenes evocaran estos acontecimientos.
NOTAS
[1] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas III-U.A.Q.-Qro.-1988-p. 281 y ss.
[2] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas II-Ed. Provincia-Qro.-1976- p. 220 y ss.
[3] RODRIGUEZ FAMILIAR, José-Efemérides Queretanas – Qro.-1973-T. IV p.182 y 236.
Estas notas aparecieron en: “NUESTRO QUERÉTARO”. Editor: José Sosa Padilla. Semanario, Nº 103, 26 de junio de 2000.