POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
A mi entrañable amiga Rossana Fautsch Fernández, le “brindo esta faena literaria”.
El pasado 4 de abril, fui invitado por el “Centro Taurino Queretano, A.C.” en el marco de la inauguración de su nuevo centro de reuniones, para dictar la conferencia que lleva el título: “Futuro y porvenir de la tauromaquia en México”. Me parece oportuno traerla hasta aquí, con objeto de que los navegantes conozcan su contenido, cuyo enfoque tiene que ver con una especie de labor evangelizadora, con vistas a cumplir con las condiciones de un proceso que busca impulsar la declaratoria que la UNESCO podría hacer a favor de la tauromaquia para otorgarle el nivel de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
I
En buena medida, el pasado constituye alientos y desalientos entre los taurinos que gozan o cuestionan hechos heroicos o episodios, nutrientes para buena parte de la historia del toreo. Ahora bien, cuando es preciso valorar el presente nos queda un dejo de incertidumbre pues ante los hechos contrastados es más que evidente aquellos que hemos observado, sin necesidad de mayores comentarios, o como afirmaba Santo Tomás, “Hasta no ver, no creer”.
En estos tiempos que corren queramos o no, formamos parte de la globalización. Los recursos actuales como el de la computación han llegado a unos extremos en los que no podemos sustraernos, a menos que se aplique el síndrome de “Robinson Crusoe” y la isla solitaria.
Estos recursos han hecho suyos a la tauromaquia, expresión que sigue conservando anacronismos que, junto al ritual de sacrificio y muerte hoy siguen siendo blanco de opiniones a favor o en contra. La cobertura que alcanza y comprende a los toros se encuentra al alcance de todas las escalas sociales y espectros culturales, bajo las condiciones de acceso que así lo permiten.
Aún así, y aquí comparto no sólo la pregunta sino la inquietud inherente a la misma: ¿cuál va a ser el futuro taurino? ¿Qué posibles escenarios podemos prever? Sobre todo porque no hay puesta sobre la mesa ninguna condición de seguridad.
Que van a terminarse y a desaparecer un día, es creíble, pero para que eso suceda es evidente la presencia de elementos que produzcan o provoquen tal eliminación. Es deseable por tanto analizar aquí y ahora algunos paisajes que nosotros, aficionados a los toros con esta parte recorrida del siglo XXI tenemos que hacer, en aras de trabajar y analizar; evitando así, y en la medida de lo posible que ninguna amenaza ensombrezca ese futuro, por ahora, impredecible.
Exceso de poder, falta de control y sensibilidad sobre la protección y resguardo de esa tradición, la presencia articulada y cada vez mayor de los antitaurinos. Aunque a veces opiniones como las de Rafael Herrerías son suficientes para explicar lo que sucede entre nosotros. Este personaje “non grato” ha dicho: “Para qué queremos antitaurinos. Con los taurinos tenemos”. Plazas semivacías, novillos y no toros, utreros y no novillos. Toreros, pero no figuras, telegramas y no crónicas, ausencia de plumas pertinentes y no excesos de folletineros son entre otros, las constantes con las que convive la fiesta de los toros. Cultura limitada, falta de especialistas en diversas materias no son, por ahora, suma de optimismo.
A pesar de que Jorge Manrique ha sido nuestro aliado con aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”, nos encontramos que la verdad solo se le da a la fiesta de vez en cuando, de ahí que una embarcación llamada mentira, navegue a sus anchas por el océano taurino.
Ahora bien, Crisis y porvenir de la ciencia histórica es un libro que, para muchos historiadores podemos entenderlo como paradigmático. Este trabajo de Edmundo O´Gorman, publicado por la Imprenta Universitaria en 1947, anuncia lo que después sería una de las obras más rotundas del historicista mayor: La invención de América, compendio de muchas razones que sirvieron para polemizar, debatir sobre si lo del descubrimiento de América fue un invento, encuentro, desencuentro o encontronazo de culturas. Y más aún, por el hecho de que con una obra así, se allanaba el camino matizado de ligerezas planteadas en ausencia del rigor. Sobre todo del rigor histórico.
Crisis y porvenir de la ciencia histórica me ha servido de modelo o referente para ocuparme, frente a ustedes, de un asunto que nos llena de preocupación: el futuro y porvenir de la tauromaquia en México. Para ello es preciso aclarar lo siguiente. Según el Diccionario de la Real Academia Española:
Futuro: Es lo que está por venir;
Porvenir: Suceso o tiempo futuro. Situación futura en la vida de una persona, de una empresa, etc.
Definitivamente no podemos fingir demencia cuando hemos sabido de los intermitentes periodos de crisis a que ha quedado expuesta la tauromaquia en nuestro país, por lo menos desde el siglo XIX y hasta nuestros días. Un intermitente cuestionamiento, aunque sin consecuencias mayores se dio en el virreinato en dos sentidos: uno el que provenía de la iglesia. Otro el que algunos representantes de la corona o el gobierno se opusieran, sobre todo en los momentos en que la Ilustración, ese peculiar fenómeno ideológico del siglo XVIII embestía poderosamente. Pero dicho comportamiento persiste hasta nuestros días, lo que es motivo para reflexionar y dejar sentado el hecho de que nos vemos obligados a cobrar conciencia sobre el futuro de las corridas de toros. De ahí que se haya puesto en marcha un proceso sin precedentes, para que por medio de una serie de razones y sólidos argumentos, sea posible que la UNESCO declare a la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Con todo lo anterior, se tiene un marco de referencia para volcarnos en una revisión lo suficientemente rápida para entender la forma en que ha transitado la tauromaquia, desde los siglos virreinales hasta nuestros días, y con ello tener una mejor idea para construir un futuro sólido y confiable, contando así con la prospectiva más lógica y coherente que nos deje presupuestar lo por venir.
El virreinato y los toros. Una síntesis.
Tres siglos virreinales siguieron, luego de consumada la conquista el 13 de agosto de 1521, por un sendero en el que las dos culturas: europea y americana, se amalgamaron, quedando como resultado un mestizaje peculiar, distinto incluso entre las colonias restantes. Además, nuevas formas de vida cotidiana fueron el indicador perfecto de que aquellas sociedades evolucionaban con todos los síntomas y contrastes que les fueron consubstanciales.
En aquel complejo escenario, la diversión de los toros se integró a dicho engranaje, hasta el punto que fue necesario establecer una infraestructura que satisfaciera o satisficiera[1] la fuerte demanda de un número indeterminado de fiestas, entre solemnes y repentinas, o que seguían el patrón del calendario litúrgico, bajo condiciones como las establecidas en la “Tabla de las fiestas”.
Para 300 años de virreinato el recuento de tan notables acontecimientos no llega a 400 registros de los denominados “Relación de sucesos”, lo que apenas dan una idea de aquella dimensión. Querétaro en este caso no escapa al hecho de contar por lo menos con tres de ellas, a saber:
1680. Carlos de Sigüenza y Góngora: Glorias de Querétaro. México: Vda. De Bernardo Calderón, 1680. (Contiene también Primavera indiana).
1701: Loa que se representó en la ciudad de Santiago de Querétaro en las fiestas que hizo dicha ciudad a la coronación, y jura de nuestro católico monarca don Luis Primero: Muestran con ella su lealtad los texedores de obrages.
1738: Francisco Antonio Navarrete: Relación peregrina de el agua corriente, que para beber… goza la… ciudad de Santiago de Querétaro… México: José Bernardo de Hogal, 1739.
El toreo a caballo detentado por nobles, más que por plebeyos se consolida en buena parte del virreinato. Sin embargo, al final de dicho periodo el toreo de a pie ocupará lugar protagónico importante. Para entonces ya se conocen diversas ganaderías como El Jaral, la Goleta, Enyegé, Xaripeo, Bledos o Atenco, entre otras. En cuanto a plazas, casi todas ellas efímeras, salvo las de Real de Catorce, la de Cañadas, en Jalisco, o la de Zacatecas, fueron construcciones primitivas hechas de mampostería, entre los siglos XVII y XIX. En la ciudad de México, se encontraban estas:
Don Toribio Por 1813-1828
Jamaica Por 1813-1816
Plazuela de los Pelos 1803
Tarasquillo 1803
Volador 1803-1815
Villamil
Boliche 1819 (?)
Plaza Nacional 1822-1823
Necatitlán 1808?-1845
San Pablo 1815-1821
[Como Real Plaza de Toros
de San Pablo] 1833-1850 y hasta 1864.
Paseo Nuevo 1851-1867
Siglo XIX, o el laboratorio del caos.
La guerra de Independencia, según Orlando Ortiz, comenzada por Hidalgo en 1810 y concluida –formalmente- en 1821, marcó el arranque de una etapa conflictiva –política, social y económicamente- en extremo para el país. Según Paul Vanderwood, entre 1821 y 1875 México fue sacudido por ochocientas revueltas. Esto, desde luego, repercutía directamente en todos los niveles de la economía, pero por si fuera poco, no faltaban los vivales que sabían que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, y con un granito de arena –parecido al peñón de Gibraltar- contribuían a agravar las desigualdades socieconómicas.[2]
En los hechos taurinos, se puede entender que lo que ocurrió en nuestro país, fue espejo de aquella realidad.
Entre los toreros mexicanos sobresalientes puedo mencionar a los hermanos Ávila, a Mariano González “La Monja”, Lino Zamora y en especial a Ponciano Díaz. Este grupo convivió de una u otra forma con un personaje clave: Bernardo Gaviño, de quien trataré de dar un breve perfil a continuación.
Gaviño llega a nuestro país entre 1829 y 1835. Muere, a los 73 años por cornada de toro en 1886, así que fue un torero longevo. Su trayectoria no abarca solamente a México, también otros países como Cuba, Perú y Venezuela. Que en 51 años toreó, según registros que he hecho de él en 712 ocasiones, 388 de ellas fueron ante ganado de Atenco. Por cierto, aquí otro dato clave. Entre 1815 y 1915 fueron lidiados 1068 encierros de esta hacienda emblemática, lo que señala que estamos ante una unidad de producción agrícola y ganadera con altos niveles de capacidad que conviven con naturales periodos de crisis.
Hablé de Ponciano. El torero nacido en Atenco en 1856 en cierta medida es depositario de los avances tauromáquicos del XIX no solo a pie. También a caballo. Habiendo realizado una biografía sobre este personaje, puedo afirmar que por recuentos exhaustivos que van de 1877 a 1899, están registradas 579 actuaciones entre México, Estados Unidos, Cuba, Portugal y España. Sin embargo su paso por el toreo fue un periodo que se caracterizó por irregularidades pero también de cismas, altos niveles de popularidad y cambios que así como lo pusieron en lugar de privilegio, también sirvieron como elemento para su destrucción.
El siglo XX.
Del cúmulo de hechos ocurridos la pasada centuria debo sintetizarlo en cinco nombres clave: Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Silverio Pérez, “Manolo” Martínez y la ganadería de San Mateo. Lo demás es complementario, accesorio.
Durante el siglo pasado se afirmó la expresión del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, siendo Rodolfo Gaona el que hizo suya dicha modalidad, materializándola y enriqueciéndola de clasicismo, pero sobre todo, universalizándola, según nos lo dijo en su momento José Alameda pues al ser aprehendida por los nuestros, fue Gaona el que de alguna manera les regresa a los españoles ese bagaje, corregido, aumentado y adecuado con expresiones estéticas importantes.
La del leonés no fue una presencia casual o espontánea. Surge de la inquietud y la preocupación manifestada por Saturnino Frutos, banderillero que perteneció a las cuadrillas de Salvador Sánchez Frascuelo y de Ponciano Díaz. Ojitos, como Ramón López decide quedarse en México al darse cuenta de que hay un caldo de cultivo cuya propiedad será terrenable con la primer gran dimensión taurina del siglo XX que campeará orgullosa desde 1908 y hasta 1925 en que Gaona decide su retirada.
Por otro lado, hace poco más de tres décadas que Fermín Espinosa Armillita dejó la mortalidad para incluirse en el terreno de los inmortales. Después de Rodolfo Gaona, el diestro saltillense abarca un espacio que comprende la “edad de oro del toreo” en su totalidad (1925-1946) extendiendo su poderío hasta el año 1954. O lo que es lo mismo: treinta años de dominio y esplendor. Como se ve, al cubrir las tres décadas se convierte en eje y timón para varias generaciones: una, saliente, que encabezan Juan Silveti y Luis Freg, la emergente, a la que perteneció; y más tarde otra en la que Alfonso Ramírez Calesero, Alfredo Leal, Jorge Aguilar El Ranchero o Jesús Córdoba -entre otros- se consolidan cada quien en su estilo.
Para entender a Fermín debemos ubicarlo como un torero que llenó todos los perfiles marcados en las tauromaquias y reclamados por la afición. Federico M. Alcázar al escribir su TAUROMAQUIA MODERNA en 1936, está viendo en el torero mexicano a un fuerte modelo que se inscribe en esa obra, la cual nos deja entrever el nuevo horizonte que se da en el desarrollo del toreo, el cual da un paso muy importante en la evolución de sus expresiones técnicas y estéticas.
Silverio Pérez. La sola mención de Silverio Pérez nos lleva a surcar un gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino.
Silverio Pérez representó una fuerza que fue a unirse a aquella majestuosa expresión del nacionalismo cultural como medida de rescate, al recibir su generación todo lo que queda del movimiento armado que deviene movimiento cultural, en inquieta respuesta vulnerada entre el conflicto de quienes pretenden extenderla como signo violento o como signo demagógico. Pero en medio de aquel estado de cosas, Silverio Pérez al incorporarse al esquema de la otra revolución, la que enfrenta junto a un contingente de extraordinarios toreros y una tropa de subalternos eficaces, genera una de las marchas artísticas y generacionales de mayor trascendencia para el toreo de nuestro país. En todo esto, el papel protagónico de Silverio Pérez, con su peculiar y personal expresión de la tauromaquia, nos dice que una vez más esta grande expresión de arte y de técnica, se abrió para acumular el sello propio de un gran torero, exponente quintaesenciado que por ningún motivo representa a una escuela mexicana del toreo, fabulosa invención que lo único que consigue es confundir unos cuantos árboles con el gran bosque.
Manolo Martínez pertenece a la inmortalidad desde el 16 de agosto de 1996, al abandonar este mundo luego de haber logrado uno de los imperios taurinos más importantes del pasado siglo XX.
Cuando me integré de lleno a la fiesta, el diestro de Monterrey mandaba y regía en el espectáculo de modo muy especial. Era la figura torera por antonomasia. Ocupaba el lugar de privilegio que tuvieron en su momento figuras como Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa, Lorenzo Garza, Silverio Pérez o Carlos Arruza.
Sin embargo me consideraba antimartinista porque en esos años ejercía un papel de mando que hacía infranqueable cualquier posibilidad para que algún torero se acercara a sus terrenos. Eso por un lado, y por el otro realizaba un toreo que atentaba los cánones más puros al abusar de ciertos privilegios que da el mando y el control sobre los demás, a partir de un ejercicio donde lo limitado de su quehacer, así como detalles en el uso y abuso del pico de la muleta y lo crecido de ésta, daban la impresión de un marcado exceso cercano más a la comodidad que al compromiso por ser modelo a seguir.
Ahora, al paso de los años, de sensibilizar más en el significado de la fiesta en cuanto tal, me doy cuenta de ciertas equivocaciones. Mi cerrazón como aficionado tradicionalista o conservador no me permitieron observar una serie de situaciones que hoy analizo con más reposo. Una de ellas, creo que la principal, es su personalidad, dueña de un carisma cercano al aspecto dictatorial. Mi observación no pretende calificar con tono peyorativo su papel protagónico, pero el hombre se convierte en una figura emergente que poco a poco se fue adueñando del terreno que pisaba siempre con mucha fuerza, aspecto que al final convenció a miles de aficionados que, por «istas», fueron legión. Verle caminar con aquel donaire y desaire a la vez lo convierten en centro de atención y polémica. Manolo se desenvuelve con un desenfado y una arrogancia que no compró ni copió a nadie. El mismo supo crearse esa imagen que pocos toreros han logrado.
Su sola presencia inmediatamente alteraba la situación en la plaza, pues como por arte de magia, todos aquellos a favor o en contra del torero revelaban su inclinación. Parco al hablar, dueño de un gesto de pocos amigos, adusto como pocos, con capote y muleta solía hacer sus declaraciones más generosas, conmoviendo a las multitudes y provocando un ambiente de pasiones desarrolladas antes, durante y después de la corrida. Mientras, en los mentideros taurinos se continuaba paladeando una faena de antología o una bronca de órdago.
Es importante apuntar que la de San Mateo en su primer origen y desarrollo fue una ganadería moderna que se alejó de los viejos moldes con los que el toro estaba saliendo a las plazas: demasiado grandes o fuera de tipo, destartalados y con una casta imprecisa. El ganado que crió a lo largo de 50 años Antonio Llaguno González recibió en buena medida serias críticas más bien por su tamaño –“toritos de plomo”- llegaron a llamarles en términos bastante despectivos. Pero en la lidia mostraron un notable juego, eran ligeros, bravos, encastados; incluso una buena cantidad de ellos fueron calificados como de “bandera”. San Mateo por tanto se convierte en ganadería madre de otras tantas a lo largo de todo el siglo XX, por lo que es posible que haya quedado perfectamente definida una influencia sin precedentes en la historia de la ganadería de bravo en nuestro país.
CONTINUARÁ.