POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La imagen fue capturada por Felix Miret.
Col. del autor.
Me parece que por lo demás posee unas virtudes propias del discurso estético que permite entender la calidad que ya, para esos primeros años del siglo XX tiene la fotografía. Esa claridad, esa definición fueron capaces de atrapar la realidad… que impera en blanco y negro.
Como puede apreciarse, la “vista” fue obtenida el 28 de febrero de 1909, en la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa, en la ciudad de México. Aquella tarde, el cartel estuvo formado por Vicente Segura, “Morenito de Algeciras” y Francisco Martín Vázquez, quienes se las entendieron con 6 y uno de regalo de la legendaria ganadería de Miura. El de la fotografía fue el primero de la tarde, de nombre Perdigón (homónimo del burel que mató al “Espartero” en Madrid). Marcado a fuego con el número 13. Le correspondió a Diego Rodas “Morenito de Algeciras”.
Antonio López “Farfán” que era el picador en turno, lo ha recibido con un puyazo en todo lo alto, mientras las infanterías se mantienen pendientes del tumbo inminente. El sol alumbra con tal intensidad que permite ver con lujo de detalles la forma en que el miureño se arrancó como un tren sobre la cabalgadura, leitmotiv que ocupa el centro no sólo de la imagen, sino el de todas las miradas.
“Farfán” ha perdido el castoreño, y no sé si ocurrió por el hecho de que se lo lanzó a “Perdigón” en afán provocativo o fue en el momento del encuentro, el caso es que esta escena heroica por donde quiera vérsele, nos da una idea de los procedimientos primitivos que se tenían hace poco más de un siglo para realizar la suerte de varas. El caballo no lleva el peto protector, defensa que comenzó a utilizarse en España en 1928 y dos años más tarde, justo el 12 de octubre de 1930 en México. Las viejas crónicas del siglo antepasado y primeras del XX refieren con frecuencia que una corrida no había sido buena si en el balance no se registraban un buen número de bajas en la caballería. Afortunadamente eso ha cambiado y ahora, aunque salen con un peto que rebasa las dimensiones o los estándares más apropiados, el hecho es que se ha reducido notoriamente el número de puyazos, con la consiguiente pérdida del tercio de quites, ese momento en el que los matadores de toros o de novillos tenían por obligación la de intervenir para salvaguardar la vida del “hulano”. Hoy día el uso incorrecto del término “quite” no nos permite entender que su objetivo original era otro, “quitar”, alejar al toro del peligro que su misma presencia podría provocar hiriendo de más a un picador o a un caballo.
El “minimalismo” de nuestros tiempos en término de lances ha quedado reducido a “verónicas”, “chicuelinas” y algunos más, salvo que anden por ahí ciertos toreros con un catálogo amplio en florituras con el capote.
Termino apuntando la presencia de un público que, por los usos y costumbres de la época, puede verse que buena parte de la asistencia iba a los toros de traje, corbata y sombrero. En su mayoría son hombres, y la presencia femenina, aunque no era tan notoria, tampoco dejaban de acudir, y si lo hacían era haciendo honor a la galantería, con vestidos hasta “el huesito”, sombreros de amplios vuelos, guantes, sombrilla y una belleza de arrebato.