POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Segunda novillada de la temporada 2011. Plaza de toros “México”. Domingo 24 de julio de 2011. 5 novillos de Marco Garfias y uno de La Punta. Salvador López, Lorenzo Garza Gaona y Angelino de Arriaga.
I
En mis 42 años de acudir a una plaza de toros, jamás había tenido oportunidad de presenciar un festejo desde el callejón, pero sobre todo desde lugar tan especial como el palco del ganadero. Tuve el honor de ser invitado por el Arq. Marco Garfias para acompañarle durante una tarde en la que se lidiaban novillos de su ganadería. Desde aquí mi agradecimiento. Aunque él intentaba ocultarlo, estaba sumido en una tensión que supone ser la prueba de fuego para muchos criadores de toros de lidia. Es un momento duro, como aquel que hemos pasado muchos, justo cuando se desarrolla un examen profesional. Intentaba estar relajado, bromeaba incluso pero se que en el fondo se sometía a un difícil proceso en el cual concluyen teorías y comienzan otras, en ese largo andar donde los ganaderos siguen en búsqueda del toro ideal, de ese toro afín a un propósito como es el de adecuar la casta, la bravura y otros aspectos propios de esa raza animal, para ponerlos al servicio de la tauromaquia, como expresión técnica y estética de nuestro tiempo.
II
Antes de comenzar la novillada de este 24 de julio último, un grupo de jóvenes –con derecho a hacer públicos sus reclamos-, se manifestaba a las afueras de la plaza “México”. Solo que su actitud sobrepasó los límites de la tolerancia, de ahí que los rodeara un cinturón de granaderos, y ya rodeados, se dedicaran a insultar, despotricar, sobajar, denostar pero sobre todo, argumentar con una serie de comentarios que, amparados en una posición como esa, solo adquirió dimensiones de provocación a un paso de la violencia. Lamento y mucho que esa actitud siga siendo su pendón, y una abierta declaración de guerra antes que prestarse a un diálogo prudente.
III
Tengo la impresión de que los taurinos a veces nos equivocamos con la falsa idea de que una pintura, una fotografía o una imagen cinematográfica recrean el momento más estético o emocionante de alguno de los pasajes ocurridos durante una tarde de toros. La voluntad de sus protagonistas es lograr la mayor talla posible, fundada en el manejo de unos instrumentos “toricidas” que sirven para probar, moderar y atenuar la fuerza de un toro para luego, en alianza con diversas intenciones estéticas, materializar el propósito que en estos tiempos tienen para ellos, los actores principales, y nosotros sus testigos presenciales de que se produzcan momentos capaces de ser retenidos por la memoria; ese arcón de recuerdos con los cuales solemos recuperar auténticos paradigmas o instantes de emoción o hasta de peligro.
Tras el aguacero, con un ruedo incómodo pero al menos, con las condiciones mínimas, quien corrió con la suerte de coquetear con la gloria –y en este caso abrazarla-, fue Angelino de Arriaga, joven novillero tlaxcalteca, en cuyos principios ya se nota una correcta formación, por lo que al dejarnos un sabor de boca muy agradable, intensifica esperanzas, abriendo expectativas para un futuro promisorio.
Dos constancias de un quehacer donde transpira afición a borbotones y exhala buenas maneras en porciones generosas. Además, ante la cara de sus enemigos, tiene idea para resolver los enigmas planteados, se sabe dueño del difícil toque del temple, mismo que se potencia gracias a esa caudalosa presencia de raza mexicana en general y tlaxcalteca en particular.
Si ya en su primero nos había sorprendido, y al final de ese episodio hasta se paseaba por el ruedo con una oreja del pupilo de Marco Garfias, en el otro, un sustituto de La Punta, áspero y de complicado acceso, al final logró obligarlo a que se entregara a una muleta colmada de poder, ligazón y temple propiedad de un Angelino de Arriaga que nos sorprendía una vez más, ahora con dos orejas, luego de colocar la espada como era el deseo de todos los allí presentes. Pero es que la intensidad de su faena se extendía por entre los desiertos tendidos del coso capitalino, desde donde surgieron emotivas reacciones de los aficionados que supieron valorar el digno quehacer de este aspirante a la categoría de matador de toros.
Correr la mano “de aquí hasta allá”, rematar sabrosamente algunas de las series con el de trinchera o el forzado de pecho le dieron peso a su faena, misma que nos mantuvo pendientes de sus mejores momentos, los cuales se disfrutaron a placer, como los disfrutó y sufrió el propio novillero, el cual, en cada momento que disponía para un breve respiro, lanzaba hacia los tendidos una mirada que permitía entender su capacidad de dominio, acompañadas de duros resuellos venidos desde su palpitante pecho.
Al final, consumada la hazaña, salió en hombros, en pleno olor de santidad de esta plaza que ahora se convierte en el reto a vencer, plaza desde donde el reloj monumental parecía, sin manecillas, un espacio donde la dimensión del tiempo jamás ha existido.
26 de julio de 2011.