POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
MELANCOLÍA N° 16
Supe un buen día
que se presentaría el milagro.
Llegó como llegan las aves
de repente, como se fueron.
Cuánta esperanza desfallece
de un amor-fuego que se va
traspasando vedadas fronteras
donde las almas juegan a ignorarse.
Muerte: muchas veces te deseo;
te aborrezco desesperado otras.
Fue la ilusión un camino
brilló y se apagó entre latidos
que lo surcaron siempre indescifrable
para llegar a ser lujuria ensangrentada
“rayo que no cesa”
que lo dijo Miguel
en medio de todas sus cárceles
hasta en la gozosa cárcel de la poesía.
Ya iremos recordando
qué fue de la vida…
MELANCOLÍA N° 17
De la nostalgia
padecemos su dolor
y aunque con ella
el gozo alimenta lo ya ido,
no podemos dejar de sufrir.
Todas las espinas
escriben un verso
y acontece que se buscan con la mirada
de secreto diálogo
hasta descubrir lo que parece
la revelación del misterio.
Fácil parece la difícil
voluntad de no morir
y ellos, desde su interior
escarban intermitentemente;
son ajenas a una razón
que no se les escapa.
Viven, se sienten en el abandono
y a veces son más que un Dios
ofician sin saberlo,
escapan de la muerte con la suerte,
exorcizan su propio destino.
Ellos son almas fugaces
cuya vida parece no ser
de este espacio del universo.
MELANCOLÍA N° 18
¡Qué ausente vas!
tu pérdida parece irreparable,
el paso andado:
y “puede morir el hombre”
el paso que diste atrás
y “pudo morir el arte”[1]
No dejes alucinarte por la derrota
sabes que te espero
pero quizás no sea hoy.
Anda pues tu camino…
MELANCOLÍA N° 19
La gloria no sabe de los dolores;
estuvo aquí y se fue.
Tanto la pretendemos. Con uno se queda.
Salen a pasear los dos
luego de la batalla:
¡qué reposo hacen del estrépito,
qué locura de la razón!
Su deseo mutuo pasa inadvertido
del otro lado del mar.
Aquí la tormenta no tiene fin.
MELANCOLÍA N° 20
…ya moriré, deseando sentir
descansada mi alma
sin el terror del tiempo…
EN
MÉXICO
CIUDAD,
EN EL DÍA 30
DE AGOSTO
DEL AÑO DE GRACIA
MILÉSIMO
NOVECENTÉSIMO
Y NONAGÉSIMO
NOVENO.
LAVS DEO
[1] Lo dijo sabiamente “José Alameda” en su magistral sentencia: “Un paso adelante, y puede morir el torero. Un paso atrás, y puede morir el arte”.