Archivo mensual: septiembre 2011

EN EL CENTRO DE LOS PRODIGIOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

EN EL CENTRO DE LOS PRODIGIOS. UNA HISTORIA CULTURAL DEL JUEGO, EL SUSPENSO Y LO EXTRAORDINARIO, DE MAURICIO SÁNCHEZ MENCHERO.

   Todos los aspectos de los que se ocupa Mauricio Sánchez Menchero, invariablemente tienen que ver con el desarrollo de los espectáculos públicos metidos en la entraña de la sociedad española decimonónica, para lo cual no queda sino comprobarlo con la lectura gozosa de En el centro de los prodigios[1] la cual resultó para mí un descubrimiento, pues aunque tengo clara conciencia de la dinámica aquí planteada, nunca me había encontrado con un trabajo de investigación tan acucioso que no sólo va a las fuentes, sino que las desmenuza y las contextualiza en términos muy acertados, lo que lo convierte en un HISTORIADOR, así, con mayúsculas y que se atiene a aquella grata recomendación que algún día nos legó otro grande: Edmundo O´Gorman quien dijo al respecto del quehacer de los historiadores:

 Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable.

   …y como decimos los taurinos: “Al toro que es una mona”.

   El texto de Sánchez Menchero va más allá de la simple apreciación que tiene no sólo el aficionado. También el estudioso en su conjunto. Su visión supera con mucho a los “clásicos” proporcionando instrumentos que permiten alejarse de unos conceptos que parecían imponerse como dogmas a riesgo de quedar sembrados como sentencias o juicios sumarios. Ahora bien, en el ámbito taurino suele creerse a pie juntillas el comentario que se sustenta en la fuente poco confiable, poco analizada y que por razones que yo consideraría como golpe de suerte, se sostienen como infalibles.

 

   Aquí encontramos la rica propuesta del investigador cuyas visiones e interpretaciones no se casan con la enajenante obsesión en que caen los taurinos movidos más por la pasión que por la razón. Celebro el hecho de que mi colega y amigo haya logrado un sondeo poco común en momentos donde ya se hacía necesaria una fresca aportación de elementos que subyacen del velo misterioso de un puente inestable entre los siglos XVIII y XIX por donde transitaron expresiones no sólo taurinas; también parataurinas, complemento no solo escenográfico sino protagónico de unas manifestaciones que escaparon al control de la propia tradición. Esto es, que el toreo en medio de intensos reacomodos con objeto de evitar el caos que produjo la transición monárquica de Austrias a Borbones, manifestó reacciones con síntomas como las mojigangas y sus derivados, mientras el espectáculo taurino buscaba ordenarse, reglamentarse, profesionalizarse hasta conseguirlo bien entrado el siglo XIX, mientras esos otros divertimentos desaparecían o daban su último adiós como meros recuerdos de dos centurias que permitieron amalgamar y definir rutas en expresiones –la taurina y la circense en su conjunto-, hasta separarse definitivamente.

   Sánchez Menchero logra independizar y explicar cada expresión para luego integrarla en la unidad no siempre articulada que fue la corrida de toros durante esos dos siglos que parecen convertirse en el laboratorio donde concurrieron el pueblo y la inventiva, el arrojo y la creación. El relajamiento y la búsqueda del equilibrio.

   Pues bien, con esta primera apreciación debo decirles que, para tener una idea de conjunto, sus observaciones me remiten a hacer un balance de un espejo de la realidad plasmada En el centro de los prodigios. Una historia cultural del juego, el suspenso y lo extraordinario, que es, en forma de este libro maravilloso, la culminación de un amplio estudio que lo llevó a obtener el grado de Doctor en Historia de la comunicación social, por la Universidad Complutense de Madrid. Y es que me refiero al particular acontecer del espectáculo taurino en el México del XIX, que recoge y hace suyos muchos de los elementos estructurales de los que se constituye la tauromaquia de a pie concebida como tal en España, pero va a ser en ese México, como antes ocurrió con el virreinato, donde se perciba una fuerte presencia espiritual, hermanada a la reciente independencia, aunque sin negar los distanciamientos habidos con la España que sigue siendo tutora, pero tutora a distancia.

   Y es que en esa España de entresiglos tuvo que irse configurando un espectáculo donde los nuevos actores principales fueron los toreros de a pie, que se están incorporando de manera contundente al espectáculo mientras finaliza el siglo XVIII. Quedaron atrás aquellas estampas del toreo detentado por la nobleza, un toreo que en su mayoría se practicaba desde el caballo, siendo la plaza mayor de muchas poblaciones el espacio para esos torneos. Una casa reinante como los Borbones, poco afecta al toreo, en alianza con la asunción de los ilustrados que cuestionaban severamente la vigencia de aquel espectáculo bárbaro y retrógrado, pusieron en vilo la continuidad del toreo caballeresco, lo que, por otro lado permitió que irrumpiera el pueblo, haciendo suyo el espectáculo, en medio del caos, puesto que las reglas o disposiciones sólo estaban hechas desde siglos atrás para la expresión ecuestre. Fue necesario entonces que uno de los principales actores en escena, el sevillano José Delgado, mejor conocido como Pepe-Hillo dictara a un su amigo, José de la Tixera las primeras experiencias que se materializaron en la Tauromaquia o arte de torear. Obra utilísima para los toreros de profesión, para los aficionados y toda clase de sujetos que gustan de toros, cuya primera edición se publicó en Cádiz en 1796. Este instrumento fue rector en el devenir y futuro de la tauromaquia entendida no sólo como diversión pública, sino como espectáculo crematístico del que, al finalizar el siglo XIX, tanto en España como en México logró alcanzar su sentido profesional.

   Para ello fue necesario una suma de condimentos entre los que el cartel anunciador jugó un papel en el que no sólo se anunciaban un conjunto de diversas representaciones, sino que fue el elemento discursivo por parte de empresarios y toreros que echaron mano de la retórica de aquella época para atraerse correligionarios, materializando aquellas extravagancias en realidades que hoy nos parecerían mero fruto de la fascinación o la invención.

   Para muestra, un ejemplo.

 PLAZA DE TOROS EN SAN PABLO. JUEVES 13 DE DICIEMBRE DE 1839.

Función extraordinaria a beneficio del hospital de mujeres dementes.

   La piedad de los mexicanos ha tenido su mano benéfica a los establecimientos del hospicio y casa de expósitos de esta capital, proporcionando recursos a favor de los infelices que en él se encuentran, ya por medio de suscripciones y ya dedicándoles espectáculos públicos, cuyos productos han contribuido eficazmente al logro de sus piadosos deseos. Mas su celo filantrópico, no ha fijado su atención a otro establecimiento igualmente benéfico a la humanidad, cual es el de mujeres dementes que existen en el hospital del Divino Salvador.

   Este sin duda reclama imperiosamente una mirada de compasión; porque aquellas desgraciadas están careciendo aún de los auxilios más precisos e indispensables por falta de recursos. Tan lastimosa situación que llegó a noticia de mi esposa, la compadeció en sumo grado, y desde luego formó el proyecto de auxiliarlas en cuanto le fuese posible, poniendo pues en práctica sus deseos y contando con la filantropía de sus paisanas a quienes las considera animadas de los mismos sentimientos, a vista de cuadro tan lastimoso y con la cooperación de todos los mexicanos, me pidió una función de toros a beneficio de este Hospital, no dudando que unas y otros contribuirán por su parte al mayor brillo de ella, y aumentando sus productos. Habiendo yo accedido a su petición, deseoso asimismo por mi parte de contribuir a tan loable objeto, no sólo por una vez cedí este día que por su solemnidad es uno de los que en la empresa saca algunas utilidades, sino que me propongo anualmente darlo a dicho beneficio, interin yo sea el propietario de la empresa, destinando sus productos al solo fin de vestir la desnudez de aquellas desgraciadas. Para que estos tengan todo el aumento necesario, he procurado ahorrar todos los gastos posibles, a cuyo efecto invité a las compañías y dependientes de la plaza, para que dejasen la parte que voluntariamente quisieran de sus sueldos, y éstos generosamente dejan la cuarta parte de ellos. Este ahorro, con lo que me prometo sacar de las lumbreras de sombra que he destinado a las autoridades y familias acomodadas de esta capital, a cuyas localidades no he querido señalar precio alguno, dejándolo arbitrario a la generosidad de éstas, y lo que produzca la entrada eventual, formarán sin duda una cantidad capaz de cubrir aquel fin que nos hemos propuesto, al mismo tiempo que patentizadas por este medio tan graves necesidades de aquel útil establecimiento, encontrarán sin duda otros protectores que las alivien enteramente. La función está distribuida del modo siguiente:

   Seis toros escogidos de la sobresaliente raza de la hacienda del Astillero, de los cuales uno será embolado para que jueguen los Figurones en burro, cuyo intermedio por ser de suma diversión a los concurrentes, se ha preferido a cualesquiera otra.[2]

   Indudablemente se trata de un “discurso” planteado por el polémico empresario Manuel Barrera (por cierto Rafael Herrerías es un Manuel Barrera redivivo), a quien la Doctora Ana Lau Jaiven ha dedicado un amplio trabajo que tituló: Las contratas en la ciudad de México. Redes sociales y negocios: el caso de Manuel Barrera (1800-1845), publicado por el Instituto “Mora” en 2005.

   Cito a continuación un catálogo de aquellas recreaciones o elementos parataurinos, decorado infaltable en las corridas de toros durante buena parte del siglo XIX mexicano:

   Durante buena parte de ese siglo, se llevaron a cabo representaciones del más curioso tono tales como cuadros teatrales que llevaron títulos de este corte: «La Tarasca», «Los hombres gordos de Europa», «Los polvos de la Madre Celestina», «Doña Inés y el convidado de piedra», “El macetón floreado”, entre muchos otros, que se trasladaron del teatro a la plaza. A esta circunstancia se agregan los hombres fenómenos, globos aerostáticos como fueron las ascensiones de Adolfo Theodore, Eugenio Robertson, Benito León Acosta, Joaquín de la Cantolla y Rico, así como algunos otros aventurados en estos menesteres. No puede faltar el imprescindible coleo, el jaripeo y el manganeo, donde sus mejores representantes fueron Pedro Nolasco Acosta, Lino Zamora, Ignacio Gadea, y desde luego Ponciano Díaz, todo ello salpicado de payasos, enanos, saltimbanquis, mujeres toreras (como Pilar de la Cruz, que actuó en 1810 o María Aguirre e Ignacia Fernández “La Guerrita” que destacan al finalizar el XIX, junto con la española Margarita Fernández, quien ostentaba el alias de La Dorada a fuego, fungiendo como picadora; de ella se apuntaba en la prensa: “Esa Dorada a fuego debe ser un dije”) sin faltar desde luego la «lid de los toros de muerte». Esto como base y fundamento del toreo español, que finalmente no desapareció del panorama. No puede quedar de lado la presencia de personajes como Alejo Garza, “El hombre fenómeno”, a quien faltándole los brazos, realizaba una serie de evoluciones como aquellas ocurridas la tarde del 7 de febrero de 1858, en la plaza de toros del Paseo Nuevo. Y para muestra, traigo aquí el contenido del cartel:

 PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO. Magníficas y extraordinarias funciones para el domingo 7 de febrero de 1858, en obsequio del Exmo. Sr. Presidente interino, general D. Félix Zuloaga, y de los dignos generales y jefes del ejército.

TOROS DE ATENCO.

MAGNÍFICOS FUEGOS DE ARTIFICIO.

ILUMINACIÓN GENERAL.

EXTRAORDINARIO FENÓMENO

ALEJO GARZA

CUADRILLA DE B. GAVIÑO.

   Participando la empresa del regocijo público que justamente han causado los últimos sucesos, que han dado por resultado un día de gloria a México y una fundada esperanza ala Repúblicatoda, de que muy breve será restablecida la paz y el orden, se propone solemnizar la tarde de este día con una extraordinaria y sobresaliente función, que honrará con su presencia el

Exmo. Sr. General presidente interino D. Félix Zuloaga, y tendrá su verificativo en el orden siguiente:

   Comenzará la corrida, en la que se jugarán SEIS TOROS escrupulosamente escogidos de lo mejor que hoy tiene el cercado de Atenco, y para lo cual ha tomado el mayor empeño el señor propietario, deseando contribuir por su parte al brillo de la función.

   Para que ésta sea verdaderamente extraordinaria, la empresa tiene la satisfacción de anunciar que en uno de los intermedios se presentará, por primera vez en esta plaza, ALEJO GARZA, el sorprendente fenómeno que, careciendo de manos y brazos, ejecuta admirablemente cosas tan extraordinarias que, apenas se les podría dar asenso si el sentido de la vista no las ratificara. En la tarde de hoy ejecutará las siguientes:

1ª.-Cargará y disparará una escopeta.

2ª.-Bailará un trompo y tres perinolas.

3ª.-Bailará una chicharra ó peonza.

4ª.-Barajará un naipe.

5ª.-Ensartará una aguja de chaquira con seda.

6ª.-Sacará lumbre con eslabón y piedra.

8.-Tirará de pedradas con una honda.

9ª.-Lazará un caballo en la velocidad de su carrera, lo ensillará y montará.

   Continuará la corrida con los otros toros de juego, terminando con el TORO EMBOLADO para los aficionados.

   En seguida aparecerá la plaza brillantemente iluminada, y tendrán lugar unos HERMOSOS FUEGOS ARTIFICIALES, preparados por el mismo hábil pirotécnico D. Zeferino Jiménez, siendo de las principales una hermosa MACETA DE VERSALLES, adornada con exquisitas flores de nueva invención; alternando los intermedios con magníficos cohetones.

   Con toda la mezcla anterior -que tan solo es una parte del gran conjunto de la «fiesta»-, imaginemos la forma en que ocurrieron aquellos festejos, y la forma en que cayeron en ese desorden y esa anarquía auténticamente válidos, pues de alguna manera allí estaban logradas las pretensiones de nuestros antepasados.

   Por otro lado, los hermanos Ávila –también toreros- pasan por ocupar un decanato de alrededor de cincuenta años es decir, no hay una precisión al respecto debido a que existen noticias que los remontan a 1808 y otras a 1819 en Necatitlán, así como en la plaza del Boliche respectivamente; y hasta 1857, tanto Luis como Sóstenes son quienes ocupan la atención.

   Gracias a los testimonios de la Marquesa Calderón de la Barca quien en la novena carta de La vida en México deja amplísima relación de una corrida presenciada a principios de 1840, pero sobre todo una frase que sintetiza su apreciación sobre el espectáculo que admiró. Esta mujer, Frances Erskine Inglis, escocesa de nacimiento, con unas ideas avanzadas y liberales en la cabeza acepta el espectáculo, se deslumbra de él y, estando en Tulancingo manifiesta lo siguiente:

 Los toros son como el pulque, al principio les tuerce uno el gesto; después les toma uno el gusto (…).

   Conforme pasaban los años, el espectáculo taurino arraigó de manera especial, sobre todo en el centro del país, pero tuvo que llegar el año de 1867, mismo en el que al finalizar este se aplicó para la empresa de la plaza capitalina la Ley de Dotación de Fondos Municipales, debido al hecho de que el empresario en turno, José Jorge Arellano no estaba al corriente en pago de impuestos, por lo que la sanción se aplicó en forma tajante, y además, quedó firmada por Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Aquella medida aplicó 20 años, por lo que el espectáculo taurino tuvo que refugiarse en provincia, enfrentando además las fuertes embestidas de un frente de liberales bien posicionados que encabezaba en lo fundamental Ignacio Manuel Altamirano. Su condición a favor del progreso, la influencia que ejerció el positivismo fueron aspectos que desacreditaron el espectáculo, al grado de que esas ideas permearon en una buena parte de la prensa, misma que desdeñó el curso de las corridas, y apenas tenemos alguna idea de lo que fueron a lo largo de ese tiempo de restricción. Aún así, tanto empresarios como toreros pudieron organizar festejos en los alrededores de la ciudad de México en plazas como Puebla, Amecameca, Texcoco, Cuernavaca, Toluca, Tenancingo, Tlalnepantla e incluso en el Huisachal. Para entonces la corrida como espectáculo había perdido un enorme peso de importancia porque estaba detentada por improvisados que de tanto agregar decorados o maquillaje en exceso, hicieron que se perdieran muchos de los elementos originarios que le eran consubstanciales al toreo, de ahí que entandamos el hecho de un fuerte posicionamiento del jaripeo como expresión nacionalista, así como el coleo, el manganeo y otros elementos que crearon un diálogo permanente entre lo rural y lo urbano. También aparecieron los payasos, las mojigangas, el toro embolado, la cucaña o palo ensebado, o aquellos toros que salían al ruedo adornada la testuz por monedas de plata y oro en espera de valientes que se las desprendieran burlando embestidas en toreras demostraciones próximas a una hazaña. Allí está también la génesis del “Tancredo”, ese personaje que, vestido de blanco, se colocaba de pie en un pedestal, esperando en forma por demás arriesgada que el toro que salía de los toriles no terminara más que acercarse y olisquear al susodicho quien, terminada la suerte, era premiado con cerrada ovación. Pues bien, ese antecedente se le vio en México hacia la octava década, del XIX cuando Antonio González “El Orizabeño” realizaba el mismo alarde, solo que vestido de esqueleto. La suerte fue conocida entonces como “el esqueleto torero”.

   Al reanudarse las corridas de toros en el Distrito Federal, a principios de 1887, quien ya se encontraba en el candelero era el torero Ponciano Díaz, un híbrido, pues lo mismo a pie que a caballo realizaba diversas suertes que provocaron no sólo la locura colectiva, sino que también surgió una fuerte pugna que de nacionalismo pasó al deforme patrioterismo, y más aún cuando justo en ese año que refiero, ocurre la reanudación de las corridas con la llegada de toreros españoles que, en masa, se apoderaron del ambiente de los cuernos en este país. Tal fue la dimensión de aquel capítulo que en específico he denominado como “reconquista vestida de luces”.

   Plazas como las de Puebla, Querétaro, Hidalgo, pero fundamentalmente del estado de México (Tlalnepantla, Texcoco, Cuautitlán y el Huisachal) fueron los mejores sitios para el desarrollo de esa tauromaquia aborigen, dueña de unas propiedades sumamente particulares, donde el concepto híbrido: a pie y a caballo, junto con ascensiones aerostáticas, locos, payasos, saltimbanquis, fuegos de artificio y otras cosas notables establecieron las condiciones con las que se condujo el toreo, de 1868 a1886, antes de la etapa que llamo como la reconquista vestida de luces, la cual debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

   El grupo de diestros españoles que tiene aquí protagonismo central, aparece desde 1882, aunque los personajes centrales sean José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos “Ojitos”, cuya llegada se va a dar entre 1882, 1885 y luego en 1887. Esa fue suma de esfuerzos que determinó una nueva ruta, afín a la que se intensificaba en España, por lo que era conveniente acelerar las acciones efectuadas en nuestro país, hasta lograr tener el mejor común denominador. Los toreros mexicanos –en tanto- no solo tuvieron que aceptar, sino adecuarse a esos mandatos para no verse desplazados, pero como resultaron tan inconsistentes, poco a poco se fueron perdiendo en el panorama. Pocos quedaron, es cierto, pero cada vez con menores oportunidades. Y Ponciano Díaz, que vino a convertirse en el último reducto de todas aquellas manifestaciones, aunque aceptó aquellos principios, no los cumplió del todo, e incluso se rebeló. Y es curioso todo el vuelco que sufrió el atenqueño, porque después de su viaje a España, a donde fue a doctorarse el 17 de octubre de 1889. Creyó que su regreso sería triunfal. No fue así. Los aficionados maduraron rápidamente en aquel aprendizaje impulsado por la prensa, y se dieron cuenta por lo tanto, de que Ponciano ya no era una pieza determinante en aquel cambio radical que dio como consecuencia la instauración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.

   De igual forma, los comportamientos de la prensa taurina en los últimos 15 años del siglo XIX, determinaron un conjunto de decisiones con que pudieron definirse nuevos criterios que hicieron suyos los aficionados taurinos en su totalidad, tan necesitados entonces de una guía específica y doctrinaria.

   En 1884 aparece el primer periódico taurino en México: El arte de la lidia, dirigido por Julio Bonilla, quien toma partido por el toreo “nacionalista”. Bonilla es nada menos que el apoderado de Ponciano Díaz. Dicha publicación ejemplifica una crítica al toreo español. En 1887, en contraparte surge La Muleta dirigida por Eduardo Noriega quien estaba decidido a “fomentar el buen gusto por el toreo”. Un dato por demás curioso: entre 1884 y 1911 existe un registro de hasta 120 títulos de periódicos en todo el país que abordaron el tema.

   A lo anterior deben mencionarse las tareas del centro taurino “Espada Pedro Romero”, consolidado hacia los últimos diez años del siglo XIX, gracias a la integración de varios periodistas entre los que destacan: Eduardo Noriega, Carlos Cuesta Baquero, Pedro Pablo Rangel, Rafael Medina y Antonio Hoffmann, quienes, en aquel cenáculo sumaron esfuerzos y proyectaron toda la enseñanza taurina de la época. Su función esencial fue orientar a los aficionados indicándoles lo necesario que era el nuevo amanecer que se presentaba con el arribo del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, el cual desplazaba definitivamente cualquier vestigio o evidencia del toreo a la “mexicana”, reiterándoles esa necesidad a partir de los principios técnicos y estéticos que emanaban vigorosos de aquel nuevo capítulo, mismo que en pocos años se consolidó, siendo en consecuencia la estructura con la cual arribó el siglo XX en nuestro país.

   Iniciada la segunda mitad del siglo XIX, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, fueron Atenco, San Diego de los Padres, propiedades ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1836 fue creada Santín, bajo la égida de José Julio Barbabosa que surtió de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.

   Durante el periodo de1867 a 1886 -tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el Distrito Federal- y aún con la ventaja de que la fiesta continuó en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural hecha por los mismos criadores, por lo que para 1887 da inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegando procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra los primeros que llegaron por entonces.

   El 16 de marzo de 1887 en la plaza San Rafael se desarrolló una pésima corrida en que los toros de Santa Ana la Presa fueron malísimos. Sin embargo el sambenito de aquel desaguisado se le colgó a Luis Mazzantini, diestro español que toreó el 1º de diciembre de 1889 en El Paseo. La destrucción de la plaza, fue motivo más que suficiente que originó una nueva prohibición contra las corridas de toros. Su duración fue de cuatro años. Luis Mazzantini, tuvo que poner pies en polvorosa, y estando ya en la estación del ferrocarril, pronunció una frase rotunda que iba así: “¡De México, ni el polvo quiero!”. Claro, dijo la prensa: ¿Pero qué tal las talegas de dinero?

   Y es que aquella irrupción de toreros españoles, al principio de aquella re-volución, o re-evolución tuvo tonalidades de riesgo, las que poco a poco fueron atenuándose conforme se entendían mejor sus principios y postulados técnicos y estéticos, con los que prensa y afición terminaron aceptando de manera definitiva. Ya no había otro camino. Renovarse, o morir.

   Para bien o para mal, nunca como sentido maniqueo, la presencia española en ruedos mexicanos, se consolidó como auténtica “reconquista vestida de luces”. Pocos fueron los diestros nacionales que pudieron ponerse a tono con los hispanos, por lo que tuvieron que pasar buen número de años en lo que surgía el más adelantado alumno de aquella naciente edad taurina mexicana, en la persona de Rodolfo Gaona.

   Esta es, además, la generación de varias rupturas, ya sea porque tienen frente a sí a un México que se ha levantado apenas del amargo capítulo de la Revolución, fenómeno a gran escala que no se daba desde hacía un siglo, independientemente de otras jornadas bélicas que alteraron los alcances de una paz deseada, la cual fue posible, “hasta el triunfo dela República en que se logra la conquista de la nacionalidad”, como apunta Edmundo O´Gorman, tras haber superado los pulsos más agitados, donde las más diversas filiaciones anhelaron el poder: realistas, independentistas, federalistas, centralistas, monarquistas y finalmente la dictadura.

   No es casual que Rodolfo Gaona fuese el modelo a seguir. La doctrina de Saturnino Frutos “Ojitos” –su maestro- fue decisiva para crear todo un concepto de nueva escuela mexicana del toreo, depósito de experiencias cuyas raíces nacen con Cayetano Sanz. Luego, su sólido tronco lo sustentan “Lagartijo” y “Frascuelo” y, la armonía de su ramaje se va distribuyendo bajo la contribución generosa (no por ello rígida) desplegada por Saturnino Frutos, que encontró en México un caldo de cultivo rico en posibilidades. Los resultados, saltan a la vista.

   Finalmente, recupero, para cerrar y celebrar la que hoy se convierte en la presentación en sociedad de este libro, visión muy amplia, quizá la primera que se da desde la academia, abarcando no uno; varios componentes de las diversiones públicas, que, en específico su autor se ocupa sobre las ocurridas en la España del siglo XIX. Aquí, y con la venia de Mauricio Sánchez Menchero, procuré realizar una faena a contraestilo de su propia obra, demostrando que aquella metáfora del “espejo enterrado” por lo menos no se corresponde con todo lo ocurrido a través de ese espejo mexicano y decimonónico que nos desveló apenas una serie de fascinaciones en las que vivió inmersa la fiesta taurina de ese siglo.


[1] Mauricio Sánchez Menchero: En el centro de los prodigios. Una historia cultural del juego, el suspenso y lo extraordinario. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2009. 316 p. Ils. (Colección Debate y Reflexión).

[2] DIARIO DEL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA MEXICANA, D.F., del 9 de diciembre de 1839, p. 4.

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LA “RECONQUISTA VESTIDA DE LUCES”. 5 de 5.

LA “RECONQUISTA VESTIDA DE LUCES” (Las corridas de toros y su entorno, en el México de 1877 a 1911). 5 de 5.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 NOVENO Y DÉCIMO: Que ciertos personajes hispanos, como Ramón López o Saturnino Frutos, tuvieron una mirada objetiva para alentar los firmes y potenciales casos de toreros mexicanos, que se encuentran en estado embrionario. Y, Rodolfo Gaona en escena.

    Raro es el siglo que tiene la particularidad de iniciar su marcha temporal junto con otros procesos sociales o políticos. Estos más bien, hayan un puente por donde cruzar y por donde seguir. El siglo XX mexicano aparece en escena con un síntoma de continuidad en el régimen porfirista, lo que por un lado marca cierta estabilidad económica y política; por el otro, la intranquilidad social. Sin embargo, la respuesta de muchos inconformes, merece una atención especial. Por una parte los trabajadores de algunas fábricas despertaron el ánimo rebelde que llegó a oídos de muchos integrante del pueblo que probablemente no imaginaron sumarse a la bola, término que se le dio a las multitudes que participaron en el movimiento armado de 1910. La bola bien a bien no tuvo una idea clara que sí tuvieron sus dirigentes, cabecillas y “caudillos”, los cuales, además de tener bien definido el propósito de eliminar todo rastro de la dictadura sostenida por el General Porfirio Díaz, aprovecharon la coyuntura para encaramarse en puestos estratégicos de la lucha por el nuevo poder, independientemente de que operó un constituyente el cual, para el 5 de febrero de 1917 logra poner en circulación un nuevo documento rector para la nación, desplazando al que estuvo en boga desde 1857.

Francisco Villa y Emiliano Zapata, entrando a la ciudad de México el 14 de diciembre de 1914.

    Por otro lado, se tenía la idea de que el trabajador en las haciendas mexicanas fue un elemento de explotación indiscriminada. Pero en muchas de ellas se ha encontrado un paternalismo entre el hacendado y los peones. Esos arreglos de conveniencia hacen ver que las relaciones laborales, determinada por ciertas presuposiciones en torno al peonaje, de la transmisión hereditaria de deudas, de la ruindad de la “tienda de raya”, así como de los créditos y adelantos impuestos a los trabajadores, del pago del salario en “vales” o “fichas”, del empleo de deportados a la fuerza y finalmente, de la utilización de la violencia física, ha hecho que muchos autores encuentren una relación entre las características del sistema y las acciones de la revolución agraria. Ahí se condensan los atributos del sistema de hacienda supuestamente inaguantables, vistos en conjunto como la variable independiente de una considerable, si es que no decisiva, participación de los trabajadores agrícolas en la revolución de 1910-40.

   En la peculiar rareza del inicio de un siglo donde prácticamente hay punto de partida, esto va a ocurrir en el toreo mexicano. Poco más de 10 años bastaron para que la expresión nacionalista encabezada fundamentalmente por Ponciano Díaz fuera liquidada por la “reconquista vestida de luces”, que se estableció en México desde 1883. Ya sabemos que aquel grupo de diestros españoles encabezado por José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos Ojitos, junto con la labor doctrinaria de la prensa cimbraron la estructura de la tauromaquia mexicana, enriquecida con los “aderezos imprescindibles” denominados mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otros. El débil andamiaje que todavía quedaba en pie en el postrero lustro del XIX fue defendido por el último reducto de aquella manifestación. Me refiero de nuevo a Ponciano Díaz quien al morir se lleva a la tumba la única parcela del toreo nacional que quedaba en pie, pero que ya no significaba absolutamente nada. Era ya solo un mero recuerdo.

Ramón López, en una imagen tomada hacia 1888. Col. del autor.

    1901 amaneció para México dominado por la presencia torera española, en contraste con una floja puesta en escena de diestros nacionales, encabezados por Arcadio Ramírez “Reverte mexicano”, lo que representaba un desequilibrio absoluto, una desventaja en el posible despliegue de grandeza, mismo que se dejará notar a partir de 1905, con la aparición de Rodolfo Gaona.

   La del leonés no fue una presencia casual o espontánea. Surge de la inquietud y la preocupación manifestada por Saturnino Frutos, banderillero que perteneció a las cuadrillas de Salvador Sánchez Frascuelo y de Ponciano Díaz. Ojitos, como Ramón López decide quedarse en México al darse cuenta de que hay un caldo de cultivo cuya propiedad será terrenable con la primer gran dimensión taurina del siglo XX que campeará orgullosa desde 1908 y hasta 1925 en que Gaona decide su retirada.

   Rodolfo Gaona Jiménez, había nacido el 22 de enero de 1888 en León de los Aldamas, estado de Guanajuato. Con rasgos indígenas marcados, y sumido en limitaciones económicas, el muchacho, solo no tenía demasiado futuro. Se dice que Saturnino Frutos emprendió el difícil camino de buscar promesas taurinas en el bajío mexicano, sitio en el que estaba gestándose uno de los núcleos más activos, sin olvidar el occidente, el norte y el centro del país.

   El encuentro de Frutos y Gaona se dio en 1902, imponiéndose desde ese momento una rígida preparación, bajo tratos despóticos soportados entre no pocas disputas o diferencias por Rodolfo, único sobreviviente de una primera cuadrilla que luego se desmembró al no soportar el ambiente hostil impuesto por el viejo banderillero, convencido de la mina que había encontrado en aquel joven que lentamente asimiló el estudio, el estudio y el carácter.

   El “indio grande”, el “petronio de los ruedos”, el “califa de León” y otras etiquetas determinaron y consolidaron la presencia de ese gran torero quien, como todo personaje público que se precie, también se involucró en algunos oscuros capítulos, que no vienen al caso.

   Rodolfo Gaona, el primero gran torero universal, a decir de José Alameda, rompe con el aislamiento que la tauromaquia mexicana padeció durante el tránsito de los siglos XIX y XX. Ello significó el primer gran salto a escalas ni siquiera vistas o comprobadas en Ponciano Díaz (9 actuaciones de Ponciano entre España y Portugal en su primera y única temporada por el viejo continente), no se parecen a las 81 corridas de Rodolfo solo en Madrid, repartidas en 11 temporadas, aunque son 539 los festejos que acumuló en todo su periplo por España. Sin embargo, los hispanos se entregaron a aquel “milagro” americano.

Rodolfo Gaona colocándose efímeramente, una tiara pontificia. Fot. Enrique Sosa.

 Gaona ya no solo es centro. Es eje y trayectoria del toreo aprendido y aprehendido por quien no quiere ser algo alguien más en el escenario. Independientemente de sus defectos y virtudes, Rodolfo –y en eso lo ha acentuado y conceptuado perfectamente bien Horacio Reiba Ibarra-, sobre todo cuando afirma que Rodolfo Gaona es un torero adscrito al último paradigma decimonónico. Y es que el leonés comulga con el pasado, lo hace bandera y estilo, y se enfrenta a una modernidad que llegó al toreo nada más aparecieron en el ruedo de las batallas José Gómez Ortega y Juan Belmonte, otros dos importantes paradigmas de la tauromaquia en el siglo XX.

   Tal condición se convirtió en un reto enorme para el torero mexicano-universal, sobre todo en un momento profundamente singular: la tarde del 23 de marzo de 1924, cuando obtuvo un resonante triunfo con QUITASOL y COCINERO, pupilos de don Antonio Llaguno, propietario de la ganadería de San Mateo. Esa tarde el leonés tuvo un enfrentamiento consigo mismo ya que, logrando concebir la faena moderna sin más, parece detenerse de golpe ante un panorama con el que probablemente no iba a aclimatarse del todo.

   Los toros de San Mateo no significaron para Gaona más que una nueva experiencia, pero sí un parteaguas resuelto esa misma tarde: Me quedo con mi tiempo y mi circunstancia, en ese concepto nací y me desarrollé, parece decirnos. Además estaba en la cúspide de su carrera, a un año del retiro y a esos niveles de madurez donde es difícil romper con toda una estructura perfectamente diseñada y levantada al cabo de los años.

   Es importante apuntar que la de San Mateo era para ese entonces una ganadería moderna que se alejó de los viejos moldes con los que el toro estaba saliendo a las plazas: demasiado grandes o fuera de tipo, destartalados y con una casta imprecisa. El ganado que crió a lo largo de 50 años Antonio Llaguno González recibió en buena medida serias críticas más bien por su tamaño –“toritos de plomo”- llegaron a llamarles en términos bastante despectivos. Pero en la lidia mostraron un notable juego, eran ligeros, bravos, encastados; incluso una buena cantidad de ellos fueron calificados como de “bandera”.

   El quehacer de Rodolfo Gaona se convirtió en modelo a seguir. Todos querían ser como él. Las grandes faenas que acumuló en México y el extranjero son clara evidencia del poderío gaonista que ganó seguidores, pero también enemigos.

 CONCLUSIONES

    La reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos como los que se pudieron ver, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

   De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de periodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.

 MUCHAS GRACIAS.[1]


[1] LA “RECONQUISTA VESTIDA DE LUCES” (Las corridas de toros y su entorno, en el México de 1877 a 1911), CONFERENCIA DICTADA EN LA CASA DE LA ACEQUIA, SEDE DEL ATENEO ESPAÑOL DE MÉXICO, A.C., ISABEL LA CATÓLICA 97, CENTRO HISTÓRICO, EL 24 DE JULIO DE 2002, DENTRO DEL CICLO “EL RESCATE DELA MEMORIA”, CONVOCADO POR EL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DEL PORFIRIATO, A.C.

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ILUSTRADOR TAURINO. INTRODUCCIÓN Y LAS DOS PRIMERAS…

ILUSTRADOR TAURINO. PARTE II. LAS HOJAS VOLANTES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Col. del autor.

    Una bonita hoja en folio mayor acaba de salir del Depósito de aleluyas y romances. Librería de Maucei Hermanos, 1ª del Relox, núm. 1. En ella se reúnen las suertes del toreo que hoy día se practican no sólo en los ruedos de España, sino también en los de nuestro país, formando parte del repertorio un nutrido conjunto de suertes con la capa, la presencia de valientes picadores, la de banderillas y los pases de muleta previos a la estocada sin que falten otros detalles con que los personajes de nuestro tiempo han sabido enriquecer a la tauromaquia. Allí están el “Salto de la garrocha” (imagen 28), las “Banderillas con silla” (imagen 20), “Perros al toro” (la Nº 36) o la suerte de la “Media luna (que aparece vistosa en el cuadro Nº 37).

   Dichas suertes son, en efecto “Costumbres de España” o “Diversión española”, que nada dejan que desear de las muchas que hoy día se practican en los ruedos de plazas tan famosas como la “Real Plaza de toros de San Pablo”, o la plaza del “Paseo Nuevo” por nuestros propios espadas, sin que falte el aliento de un auténtico “Capitán de Gladiadores”, lo mismo en la persona de Bernardo Gaviño, que en la de Luis o Sóstenes Ávila, Fernando Hernández o Mariano González “La Monja”.

   El impreso que ha salido en varios y bonitos colores, es el mejor testimonio que puede ofrecer nuestra casa editorial para que se tenga testimonio verídico de la ejecución de suertes del toreo y se encuentra a un precio sumamente accesible.

   Los interesados, ocurran a la dirección…

    Pareciera como si el discurso que acabamos de leer tuviese cierta semejanza con la realidad. Más bien, se ha puesto a prueba la imaginación y esto ha salido. Pero es bueno recordar que, al margen de fantasías, la realidad es muy cercana con los hechos ocurridos en el toreo decimonónico. Si estas fueron suertes españolas, aquí se les supo dar un peculiar sabor mexicano, sin que perdieran su esencia hispana. Ya vemos, el mestizaje pudo más. Varias de estas imágenes se dieron a conocer a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX en nuestro país. Al menos se sabe de otras tres que se integrarán más adelante al rico catálogo del ILUSTRADOR TAURINO. Concluidas esas miradas, es más que preciso un buen conjunto de reflexiones.

 31 de enero de 2011.

 

 

 

 

ILUSTRADOR TAURINO, PARTE I.

 SIGLO XIX (Análisis general de la iconografía seleccionada).

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Luego de una exhaustiva búsqueda en diversas fuentes y archivos, están localizadas un buen número de imágenes con objeto de entender el significado concreto de la fiesta de toros decimonónica en cuanto tal. Desde luego sólo se trata de enfocar la apreciación –y de momento- a la primera mitad del siglo XIX, teniendo para ello el sustento más pertinente. Una primera reflexión que salta a la vista es el caos como hilo conductor, alimentado por una rica, riquísima serie de condiciones que nutrieron la corrida, quizá bajo una condición no solo normal, sino natural de las cosas. Me explico. A pesar de que ya existían ciertas condiciones que intentaban controlar los síntomas del espectáculo, este reaccionaba gracias a un conjunto de estímulos surgidos de la espontaneidad, la creación y recreación de suertes y momentos efímeros que al gustar o ser motivo para el gozo fueron repitiéndose y ya con ese ritmo, afinándose incluso. Como todo tenía que suceder en presencia del toro, la suma de tales suertes se desplegaba intensa y fuera de sí durante el tiempo que durara la función. Por eso no es extraño encontrar la presencia de mojigangas, o de globos (cautivos o aerostáticos); fuegos de artificio y otra serie de expresiones materializadas en una puesta en escena paralela a la corrida de toros misma. La seducción provocada debe haber estado al borde de lo fantástico pues, aunque mediaran intentos de equilibrio, o estuvieran vigentes ciertas reglas, el encanto de la seducción obraba por cuenta propia.

   Para 1796 cuando José Delgado ya había legado en forma de experiencias su Tauromaquia o arte de torear, sus recomendaciones teóricas no permearon entre nuestros antepasados sino mucho tiempo después. Esto puede comprobarse en un hecho: en el catálogo de la biblioteca del conde de la Cortina, existía para 1840 un ejemplar de dicho tratado, lo que pudo haber despertado entre los interesados, pero sobre todo en un personaje en lo particular, Bernardo Gaviño, la disposición para hacer efectivos los anhelos que Pepe-Illo logró concentrar como resultado de su experiencia en los ruedos. ¿Por qué dicha “Tauromaquia” tan indispensable tuvo efectos tan tardíos en México? Bien a bien no se sabe, pero podría explicarse de la siguiente manera. Una buena cantidad de “toreros” quizá eran analfabetas, si para ello nos atenemos al estado de cosas que se registra precisamente en los balances y estudios de la población en aquel entonces. Es posible que también se deba al hecho de la ruptura natural que se dio con la independencia, a pesar de que estaban tendidos los puentes entre la metrópoli y su colonia permitiéndose con ello alimentación y retroalimentación de ideas o influencias, con mar de por medio inclusive. A ello debemos sumar el carácter o espíritu impreso, junto a un gesto o alarde de arrogancia o ensoberbecimiento muy propios y distantes en relación con España misma. Pero también no podemos olvidar que entre 1829 y 1835 llegó al país, el torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, personaje que decidió hacer su vida en nuestro país por el resto de sus días, muriendo a edad muy avanzada, pues todavía en 1886 tuvo más que arrestos, necesidad de firmar un contrato para actuar en la plaza de Texcoco el 31 de enero de ese año, saliendo herido. A consecuencia de la cornada que recibió en una zona muy sensible, y dado el escaso tratamiento a que fue sometido, muere el 11 de febrero siguiente.

   Pues bien, todo ese panorama, junto a la visión general que debe darse a este propósito se respalda en buena medida en la iconografía, de la que iré dando cuenta a partir de esta colaboración, pero antes de ese propósito, debo, por razones muy claras remontarme a los siglos virreinales, con objeto de que se entienda en mayor y mejor medida la forma en que el toreo pudo ser trasladado a la imagen. Lamentablemente son muy pocos los ejemplos. Sin embargo, me ocuparé de ellos a continuación.

 Siglo XVI.

    El mejor ejemplo puede apreciarse en la famosa fuente que se encuentra en Acámbaro, Guanajuato. Se conoce también como “Pila de Águila”, ubicada en el antiguo atrio del Convento de San Francisco, cuya construcción concluyó en fecha muy temprana, es decir 1532.

Las dos escenas taurinas en la fuente de Acámbaro.

  Conviene apuntar que ya desde 1527 se introdujo el agua potable a la población guanajuatense, gracias a la gestión de fray Antonio Bermul, lo que supone la posibilidad de que en esos años fuese construida la pieza que ahora revisamos, aunque algunos investigadores apuntan que pudo haber sido puesta en pie y tallados sus relieves en el curso del siglo XVI; en tanto que otros remontan el hecho a la siguiente centuria. En ella pueden apreciarse algunas escenas taurinas de la época, tales como el percance de un torero y la forma en que este es salvado por medio de un “quite” milagroso. Otra ilustra la suerte de la “desjarretadera”, instrumento metálico cuyo perfil parece el de una media luna de acero, misma que servía para cortar los tendones de los toros, hecho que practicaban toreros cimarrones, cuyo aprendizaje asimilaron de los primeros conquistadores españoles.

Detalle del “desjarrete”

Detalle del percance y momento del “quite”.

Esos toreros “cimarrones” no son sino una especie de personajes anónimos, formados en el ámbito rural y que, por las constantes tareas que desempeñaban en el campo, era preciso defenderse de la acometida de este o de aquel toro que los pusiera en peligro. Como se sabe, en una época pasada, la pila pudo haber tenido un remate diferente al actual, y que pudo haber la figura de algún santo. Hoy día, la columna está rematada por el símbolo del escudo nacional que es un águila con las alas abiertas, posada sobre un nopal y devorando una serpiente. Dicha columna es de estilo jónico.

 CONTINUARÁ. 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Las tauromaquias en México

no se escribieron.

Se ilustraron.

   Reconstruir cómo se daba una puesta en escena del toreo en nuestro país, durante algunas épocas bien localizadas del siglo XIX -en lo particular-, ya es posible, gracias a que una serie de pintores y grabadores (los hay de reconocida firma o los agrupados en el anonimato), dejaron su propio testimonio acerca de la forma en que percibieron el espectáculo. Un argumento perfectamente interpretado que entendió esa forma de ser y de pensar, como extensión imaginaria de “Los mexicanos pintados por sí mismos”, obra de Hesiquio Iriarte.

   Los ejemplos son ricos en cantidades y calidades, por lo que me parece indispensable primero, hacer un recuento de los artistas y luego, a partir de sus trabajos realizar la deseada aproximación para entender la manera en que se toreaba durante diversas épocas del siglo decimonónico. Mucho ayudarán algunas crónicas localizadas, así como otras tantas TAUROMAQUIAS publicadas en nuestro país, recordando que fue la de Francisco Montes la primera que apareció editada e ilustrada por el célebre autor Luis G. Inclán, en 1864.

   Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, cada cual en su estilo, independientemente de su gran producción, sintetizaron la tauromaquia en sendos juegos para niños. Ambas manifestaciones podremos admirarlas en el catálogo formado para esta publicación.

   Por ahora, la fotografía no tiene cabida en el presente recuento. Los pocos daguerrotipos, ambrotipos, tarjetas de visita y hasta ilustraciones estereoscópicas que han sido redescubiertas salen de este contexto, dado que rompen con el encanto de la pintura y el grabado, pero en cierta media fueron modelo para que otros tantos artistas mayores o menores se sirvieran de ellas, para enriquecer con su trabajo las publicaciones periódicas o para dar realce a algún volante de los muchos repartidos en las plazas, donde además se publicaban versos o corridos alusivos a alguna ocasión digna de memoria.

   Sabemos que la fotografía “enfocó” a la fiesta de los toros en nuestro país desde 1864. Luego, en 1885 aproximadamente podemos mencionar tres arcaicas imágenes que nos dan una vaga idea de un probable foto-reportaje, concepto que ya se va a dar en mejor medida hacia fines de 1897 cuando se han podido reunir hasta 6 fotografías que dan testimonio de una actuación de Ponciano Díaz en la plaza de Tenango del Valle, acompañado de la torera española Juana Fernández “La Guerrita”. Luego, el 26 de diciembre de ese mismo año se genera el que puede considerarse “primer gran foto-reportaje” en donde se dejó evidencia de una actuación de Luis Mazzantini y Nicanor Villa “Villita” con reses de Tepeyahualco en la plaza de Bucareli, que consta de más de 30 vistas. Ambos trabajos fueron logrados por Charles B. Waite y Winfield Scott, inquietos reporteros gráficos que además se encargaron de retratar otros tantos pasajes de la vida cotidiana de nuestro país, cuyo encanto terminó “atrapándolos”.

   Todavía en los primeros años de la Revolución y concluida esta, los grabados de Manilla y Posada se dispersaron por diferentes imprentas, mismas que usaron aquellas planchas para ilustrar el cartel encargado previamente. Pero fundamentalmente dejaron testimonio que afortunadamente fue rescatado y hoy rescatamos en esa indispensable labor ajena del olvido.

    Pues bien, la corrida va a empezar…

    Mientras los toreros cambian la seda por el percal, prevengo varias situaciones importantes. Para reconstruir esta “Magnífica corrida de toros”, me tomaré la libertad de utilizar todas las imágenes disponibles junto a extractos de reseñas, novelas, poesía y otros pasajes literarios que aludan o se aproximen a su vez con cada una de las estampas seleccionadas. Asimismo, y lejos de no concentrarme en una etapa específica -para no alejarme del gran escenario-, otra de esas libertades en que quiero cobijarme, es el hecho de transitar sin obstáculo alguno en todo ese siglo 19 maravilloso, para entender de manera completa la manifestación de un espectáculo que fue y ahora es alucinante.

 NOTA BENE

   Esta obra, luego de varias reflexiones, se extiende también a los siglos XVI, XVII y XVIII debido a que se tienen suficientes elementos para vestirla y enriquecerla. Sustentarla en una palabra. De ese modo, el “Ilustrador taurino” se ampliará a cuatro siglos fundamentales del toreo mexicano. Ignorar el siglo XX no es deliberado. En todo caso, dada su cercanía temporal, pero sobre todo a que existen toda una gama de condiciones para entenderlo plenamente, me lleva tomar esa decisión y ocuparme en esencia a los anteriores, como obligada necesidad de encontrar su explicación a través de dos importantes circunstancias: la iconografía y todo ese discurso que nos lleve a entender cómo se practicaban las suertes. Cómo se vestían aquellos personajes y cuál era el tipo de tauromaquia desplegada en tiempos que parecen –en un principio-, bastante oscuros y difusos. Veremos en qué medida puede darse una franca respuesta a este compromiso.

 31 de diciembre de 2010.

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CRÓNICAS. DESDE MÉXICO DECIMOS: ¡SÍ A LAS CORRIDAS DE TOROS EN BARCELONA!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Barcelona y su afición taurina, han acogido de siempre a los diestros mexicanos, por lo que se tiene una entrañable relación, desde que Ponciano Díaz actuó en su plaza en octubre de 1889, como parte de su campaña en la que el día 17 del mismo mes, culmina con la alternativa en Madrid, otorgada por Salvador Sánchez Frascuelo, teniendo a Rafael Guerra Guerrita de testigo.

   Entrado ya el siglo XX, nuevas figuras nacionales, en sus campañas por ruedos españoles, fueron contratados por diversas empresas taurinas de la ciudad condal. Actuaron en Las Arenas: Vicente Segura, Rodolfo Gaona, Juan Silveti, a quien el propio Luis Freg le concedió la alternativa. Del mismo modo también actuaron Pedro López, Salvador Freg, Juan Espinosa Armilla, Pepe Ortiz, Jesús Solórzano, José González Carnicerito de México, Fermín Espinosa Armillita, quien se elevó a niveles inconmensurables luego de su histórica faena a Clavelito de Aleas, toro al que despojó de orejas, rabo…, y por si fuera poco, las cuatro patas y las criadillas de aquel ejemplar de la ganadería de Justo Puente, antes Vicente Martínez. Aquella ocasión del 26 de julio de 1934, Armilla alternó con Juan Belmonte y Marcial Lalanda. Lorenzo Garza o Luis Castro El Soldado; todos ellos poco antes de desbocarse el tremendo capítulo del “boicot del miedo”.

   Otro episodio que no puedo dejar de mencionar es el que se registra en 1932, cuando José González se encerró el 12 de octubre con seis de Pallarés, un caso de suyo curioso, como lo fue también, y quedó registrado en una interesante fotografía, el de aquel momento en que un torero, pequeño pero grande de corazón, David Liceaga entraba a matar a un toro de Arranz que le superaba en estatura. De la imagen referida sólo me pregunto: ¿cómo se lo quitó de encima?

   Barcelona, desde luego, no fue una plaza menor comparada con la de Madrid, pero se convirtió en la antesala y trampolín para lanzar a los toreros triunfadores a todo el escenario español, e incluso portugués, para luego ponerlos en ruedos mexicanos como figuras consumadas que cerraban un círculo triunfal. Hoy extrañamos esa notable ausencia de toreros, salvo la honrosa excepción de Eulalio López El Zotoluco, que se ha convertido en el único diestro mexicano que espera, desde luego ser recibido por la afición catalana, de la que estamos seguros, le alzarán como un triunfador más. Su firme trayectoria lo merece.

   Tras reanudarse las relaciones taurinas en 1943, un año más tarde, las autoridades españolas extienden un acuerdo, fechado el 24 de julio con el que se pone fin a un enojoso pleito, estableciéndose en 11 cláusulas, sobre todo la primera de ella, que planteaba lo siguiente: “A partir de la fecha de la presente disposición, y sin otras limitaciones (…), podrán torear libremente en España todos los espadas mexicanos de alternativa y sin ella”. Poco tiempo después actuaron figuras como Carlos Arruza, Antonio Rangel, Luis Castro, Fermín Rivera, Carlos Vera o Arturo Álvarez, cada quien en su línea, pero destacó en lo fundamental el Ciclón mexicano cuyo estilo personal deslumbró a los entusiastas aficionados catalanes, hasta consagrarlo en sitio y escala muy particular, sobre todo durante el año de 1944.

   Más tarde, tuvieron actuaciones destacadas los recordados Tres mosqueteros, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo y Rafael Rodríguez.

   El 25 de septiembre de 1966, toca el turno a Jesús Solórzano hijo, que es elevado a matador de toros en dicha plaza, de manos de Jaime Ostos. La presencia de Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Marcos Ortega o Rafael Gil “Rafaelillo” también llenaron páginas importantes para la tauromaquia mexicana que se demostraba capaz frente a la fuerte competencia detentada por un sólido grupo de toreros que emergieron en el último cuarto del siglo pasado. Lamentablemente, de entonces para acá no ha habido matador de toros mexicano que haya actuado en el coso de la moderna capital condal, que espera, junto a la prudencia, que la medida de que Barcelona, sea considerada como ciudad antitaurina, no prospere. Ello puede convertirse en un severo golpe a las aspiraciones para el desarrollo de una fiesta perfectamente consolidada en la península española.

   ¿Qué es lo políticamente correcto ante una decisión que pone en entredicho a la secular afición taurina de Barcelona?

   Si hoy día, los grupos ecologistas se están pronunciando por el fin de las corridas de toros, es probable que su defensa ante el “atentado que supone violencia y agresión en el toro de lidia”, produzca ignorancia sobre la parte enigmática que sostiene el vigor del espectáculo. Habrá que hacer un serio recuento de los factores y elementos vinculados con el rito ancestral del sacrificio, los ciclos agrícolas y hasta su misteriosa relación con poderosas culturas como la mesopotámica, egipcia o romana que confluyeron en el territorio de la piel de toro para descargar todos sus ingredientes y así, con el paso de los siglos, conformar y articular un extraño espectáculo, anacrónico en sí mismo, pero que pervive en pleno desarrollo del siglo XXI. Son aspectos de suyo complicados, pero de ello dependen los argumentos que nosotros, aficionados a los toros habremos de demostrar y defender a capa y espada para lograr la pervivencia de ese extraño enclave que conocemos como corridas de toros.

   Todo lo anterior, nos lleva a retomar el postulado que planteó la dupla Delgado-de la Tixera en el Avance de la Tauromaquia de Pepe-Hillo, publicada en Cádiz, año de 1796:

    Lejos de aquí los genios pacatos, envidiosos y aduladores que han tenido valor de llamar bárbara a esta afición. Sus razones son hijas del miedo, producidas por envidia y acordadas por su suma flojedad e indolencia. Quien ve los toros desmiente con la experiencia misma las máximas de semejantes entusiastas. Allí reconoce que el valor y la destreza aseguran a los lidiadores de los ímpetus y conatos de la fiera, que al fin da el último aliento en sus manos.

    Al margen de reunir 250 mil firmas para conmover al alcalde Barcelona, y hacerlo desistir de aprobar la sentencia que pesa sobre la afición catalana, es preciso sumar esfuerzos y razones contundentes para explicar que el uso tendencioso del autoritarismo aconsejado por los rumores y posturas ecologistas, ajenos a entender el complicado amasijo de síntomas que ocurren al interior de este singular espectáculo, no puede proceder sin escuchar otras voces y otras razones. Es por eso que emitimos también desde México nuestro voto de confianza para apoyar una decisión más congruente con la realidad: ¡Sí a las corridas de toros en Barcelona!

   Pues bien, estas notas fueron el resultado del intento de una adhesión hace poco más de dos años, con lo que se pretendía estrechar la fuerza de la abolición. Hoy, vuelvo a escribir, justo en los momentos en que ya todo mundo habla del desenlace.

   Indudablemente, la lección de Barcelona nos deja con una serie de sentimientos encontrados. En teoría, el festejo del 25 de septiembre de 2011 ha sido el último celebrado en dicha ciudad, aunque una vaga posibilidad por revocar la medida dependerá de lo que ocurra en los días iniciales de 2012.

   Como se sabe, entre las razones de mayor peso se encuentran dos: Una que se atiene a un peso enorme de diferencias históricas derivadas de antiguas confrontaciones nacionalistas donde los catalanes no comparten el mismo espíritu de los españoles. Esa escisión deja ver en muchos aspectos sociales, políticos, de creencia y hasta de tradición lo que cada una es, hasta verse y sentirse diferentes, a pesar de que espacial y geográficamente se comparta el mismo territorio. Otro aspecto fue la sistemática campaña del argentino Leonardo Anselmi, quien, habiendo llegado a radicar a Barcelona desde 2001, acude en algún momento a una corrida de toros. Su sentir no se hizo esperar. Este vegano se movilizó, creó bloques que, frontalmente fueron luchando por la eliminación de esos “hechos de tortura” y a su iniciativa se unieron redes sociales y un paquete con 180 mil firmas que se entregaron al parlamento catalán, con lo que dio principio el proceso que ahora –por lo menos-, culmina con este incómodo capítulo.

   Durante el desarrollo del festejo en el que comparecían Juan Mora, José Tomás y Serafín Martín, la confrontación fue otro de los actores y protagonistas. Unos, los de fuera de la plaza, en contra. Los otros, los de adentro, a favor y unidos en un solo grito: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Pero el asunto no culmina ahí, cerrándose el expediente sin más. En todo caso, ese mismo expediente queda abierto para dar continuidad del mismo propósito en otras plazas españolas y las demás, ubicadas en Francia, Portugal y los países de América que detentan o conservan, entre sus tradiciones esta singular expresión.

   Por otro lado, mientras transcurría el décimo festejo de la temporada “chica” en la plaza de toros “México”, festejo Nº 10 de 12 programados, las circunstancias de su puesta en escena dejaban ver que el incómodo clima de adversidades amenaza no sólo a esta plaza sino a muchas otras del país. Aún y cuando la tarde fue, precisamente una de esas tardes ideales, con un sol esplendoroso y poco viento. E incluso las ocurrencias en el ruedo nos mantuvieron pendientes, el hecho es que la desolación en los tendidos volvió por sus fueros. Supongo que, encaminado el serial a su punto culminante, y ya con carteles confeccionados con triunfadores, el hecho es que la gente o la afición no ha respondido, y no responde por falta de visión de los empresarios que no apuestan por “vender” un espectáculo atractivo (y no detallo qué, pero incluso, tengo sugerencias). No responden porque la media en cuanto a la presentación del ganado se refiere es que, por la puerta de toriles han estado saliendo novillos justitos en presentación. No responden porque el común denominador de los novilleros ha sido la comodidad y no declarar la guerra. No responden porque los esquemas o planteamientos de los aspirantes a matadores de toros son, en su mayoría, iguales. Impera un espíritu contrario al que romántica e idealmente tenemos de los novilleros que van a partirse el alma en los ruedos, a no dejarse ganar. Son nulas sus aspiraciones por figurar ya no digo en el simple y frío escalafón, sino en coquetear por a una candidatura con vistas a convertirse en “ídolos”, o figuras en potencia. Claro, estoy hablando de novilleros, aspirantes, novicios y demás etiquetas cuando justo se encuentran en un proceso de evolución o madurez. Pero si ese punto lo siguen afirmando dentro de dos aspectos fundamentales: el “valemadrismo” y el minimalismo en que ha sido reducida la tauromaquia en nuestros días, pues todo ello es factor en contra, nutriente para el avance del enemigo que puede tener, además de todos los argumentos para dar razón a sus propósitos de prohibir las corridas de toros; no sólo en su parte “violenta” sino en la que, por las razones aquí expuestas; sino en aquella otra en la que la fiesta misma queda en evidencia, sin mayores posibilidades de defenderse.

   Creo que ha llegado la hora de articularnos mejor (Anselmi advierte que los taurinos son, per se, desorganizados). Y ayer, mientras Luis Conrado daba la vuelta al ruedo con la oreja ganada a ley, y luego nos daba una lección de serenidad con el segundo de su lote, aún así, la carga enorme de lo que, con horas de diferencia ocurría en Barcelona, no dejaba de haber un ambiente en el que hacían sentirse aires enrarecidos y remedos de tormenta que venían desde el otro lado del mar.

 26 de septiembre de 2011.

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EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 1675. Aquel año del señor, nuestro cronista, Antonio de Robles nos proporciona las noticias que, por su relevancia deben haber adquirido un matiz de extraordinarias, dado que se trata de fiestas o celebraciones multitudinarias que sirvieron de pretexto para la incorporación de festejos taurinos. A no dudar, exceptuando las fechas del 11, 19 y 20 de noviembre, las restantes debieron tener ese significado, pues no quedaba motivo religioso, político o estudiantil sin que estuviese adornado por torneos y festejos donde se podían correr algunos toros, ya fuese en la plaza mayor, ya en la del Volador; ora en la del “Quemadero” de la Inquisición e incluso en el atrio de alguna iglesia o convento, que luengo y amplio lugar tenían como para montar una plaza de toros con todas sus dependencias. Es de lamentar que así como quedan estos pocos datos, por otro lado no exista ninguna otra evidencia, por más que las he buscado, relacionadas sobre todo, con “Relaciones de sucesos”. A continuación, y del Diario de Sucesos Notables, se recogen las siguientes noticias:

 -Dedicación de San Cosme (13 de enero).

-La Universidadcelebra la fiesta ala Purísima Concepciónde nuestra Señora con comedias y torneo a lo “faceto” (27 de enero).

-Máscara ridícula (6 de febrero).

-Torneo y toros por fiesta dela Universidad(8 de febrero).

-Día de Corpus (13 de junio).

-Entrada del visitador de San Agustín (10 de octubre).

-Años del rey con comedia en palacio (6 de noviembre).

-Toros a los años del rey (11, 19 y 20 de noviembre).

    Bien vale la pena recordar que, entre las primeras participaciones de ganado de Atenco, destinado a fiestas durante el siglo XVII, está la del 11 de noviembre de 1675 cuando se corrieron tres toros con motivo del cumpleaños del Rey, donde además se presentó el Conde de Santiago, auxiliado de 12 lacayos. Tal acontecimiento ocurrió a extramuros de la que entonces fue la primitiva casa de los condes de Santiago-Calimaya, sito en el mismo lugar donde a partir del último tercio del siglo XVIII, Francisco Guerrero y Torres, el arquitecto de mayor prestigio por ese entonces en la Nueva España, estaba terminando de construir la enorme casa que, con el tiempo vino a convertirse en el Museo de la Ciudad de México. Así que fue en “el parque del conde” donde se desarrollaron aquellos hechos.

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DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. ENTREGA Nº 18.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    Juan Silveti ya ha pasado por aquí. Debo recordar que en una de las primeras entregas de esta serie, su figura quedó plasmada en la imagen del Silveti dispuesto a la guerra. Ahora, vuelve por aquí, más “engallado”, con ganas de echarle a perder un rato al que se quiera poner en frente. Y es que don Juan, no se deja ganar la pelea. Sus afanes no tienen límite, y si fuese necesario ha de montar a caballo y meterse, como dicen que ocurrió en su momento, a algún escenario de teatro, para “robarse” a la actriz o a la tiple de moda. Entre que sea verdad o una mera leyenda, el caso es que Silveti, el primero de la dinastía que ahora se consolida con Diego Silveti, que viene y viene triunfando fuerte por ruedos españoles, parece aconsejarle a su bisnieto que llevar ese apellido significa orgullo. Y no cualquier clase de orgullo.

   ¡Aquí estoy yo, para el que quiera algo de mí…!

   Esa expresión parece reflejarse en el retrato que, en 1922 publicó en portada El Universal Taurino, donde Juan Silveti, adoptando el estereotipo de charro, parece asumir la forma y representatividad de un nacionalismo que comenzaba a forjarse por aquellos años posteriores, pero todavía metidos en el proceso revolucionario, el cual dejó, entre otras cosas, la firme tarea de reivindicar y revalorar al México que estaba recuperándose de las mil y un batallas emprendidas desde el momento en que Francisco I. Madero imaginó, en el Plan de San Luis y luego en la Sucesión Presidencial de 1910 como la utopía que recuperaba, en buena medida, las condiciones ideales de un país que había venido sufriendo despojos y marginación.

Col. del autor.

    En ese rostro hay firmeza, contundencia, seguridad, fijeza del hombre que, aderezado de un sombrero de ala ancha, con filetes en oro, llevado de “lao”, el barbiquejo en el mentón, con ese enorme puro que caracterizaba al torero, el paliacate o más que paliacate, la bufanda enroscada en el cuello y esa camisa blanca con que se sellaba la imagen más nítida del charro, como quizá no se había visto desde los tiempos de Ponciano Díaz y que Silveti recuperó e hizo suya en el icono que daba razón de ser a tan pertinente como impertinente investidura.

   En mi MANOJO DE VERSOS DEDICADOS AL VALIENTE TORERO JUAN SILVETI, que estoy reuniendo para representar dignamente a uno de los personajes más peculiares que ha dado México en el siglo XX, escribo lo siguiente:

   Uno de los toreros mexicanos que ha sido centro y motivo de elogios y exaltaciones, gracias a su protagonismo o a muy particulares especificidades en el desarrollo de su quehacer, ha sido Juan Silveti Mañon (8 de marzo de 1893-11 de septiembre de 1956).

   Por tal motivo, me parece más que apropiado, reunir un manojo de versos, los que a lo largo del siglo XX le fueron prodigados por diversas plumas, algunas de ellas anónimas. Pero en cuanto a las muy afortunadas en su exquisitez literaria, encontramos dos ejemplos claves: uno, el de Alfonso Camín, quien le dedica la Epístola a Juan sin Miedo (1934) así como el trabajo del modernista Rafael López en una Loa Humorística (publicado en 1957) simplemente fascinante.

   Margarito Ledesma,[1] poeta popular del que se dijo que era un humorista involuntario, también se une a la causa con el célebre poema A Juan SILVETE (sic) que es todo un himno de la puesta en escena, debida a una muy recordada actuación del diestro de la tierra, asimismo entendida por el poeta de Chamacuero,[2] Guanajuato (hoy día Comonfort).

   De ahí que traiga hasta este espacio unos versos que delínean el carácter y la personalidad del “Tigre de Guanajuato”.

 DE “JUAN SIN MIEDO”

 (Juan Silveti) (Bola suriana)

 Aquí estoy, mis vales, yo me hago presente

pues quiero contar a ustedes

todita la historia del gran cuatezón

el merito Juan Silveti.

 

En un Rancho del Estado del famoso Guanajuato

nació Juanito Silveti, del público idolatrado.

 

Desde muy pequeño se portó muy bien

con todos sus familiares,

pues es de los hombres de gran corazón

para remediar los males.

 

Como fue creciendo le gustó tener

dinero pa´ la versada

y desde pequeño empezó a tener

profesión muy arriesgada.

 

En su tierra trabajaba todito el día en el Rastro

de ahí nació su afición para llegar a ser astro.

 

Era Juan Silveti un muchacho listo

muy bueno pa´ las capeas,

en sus ratos de ocio se solía ensayar

con unas vacas muy feas.

 

Como esas no le llenaban para sus aspiraciones

empezó a torear novillos ante sus admiradores.

 

Juanito ha tenido toda su vida

el corazón muy bien puesto,

él quería llegar a la Capital

para ocupar un buen puesto.

 

Se presentó en “El Toreo” y con tan buena fortuna,

la Empresa lo contrató para una prueba muy dura.

 

Toreó con toditos los que más picaban

y le vinieron muy flojos,

a esos novilleros Juanito les dijo:

-¡Ahí va el peine!, ¡ábranse, piojos!

 

Después de tanto luchar le dieron la alternativa

y a España reparó luego muy rápido su salida.

 

Llegó a los Madriles, se hizo popular,

“El Meco” de Juan Silveti

en todos los lados se dio a respetar

con el público exigente.

 

Luego de vuelta a su tierra fue el terror de los toreros

pues tiene tan gran valor pa´ meterte entre los cuernos.

 

Juanito Silveti, por todos querido,

es el amo del cotarro,

pues es el torero a quien más le cuadra

andar vestido de charro.

 

Con su puro y su mascada, con su pistola al cinto,

sombrero de calavera va en su caballo retinto.

 

A todos saluda, a nadie hace menos,

por eso lo quieren bien;

le habla al diputado, le habla al general

como al preso de Belén.

 

Cuando va en auto amarillo (los técnicos) le saludan[3]

él se arregla su mechón, sabe guardar compostura.

 

A todos él quiere, si al paso se encuentra

les tiende franca su mano;

 

“Manito”, le dice al hijo del vecino

para él todos son hermanos.

 

Por eso cuando torea, aunque haga mucho calor,

ahí están sus cuatezones todititos los de Sol.

 

En España tuvo una gran cornada

de un sufrimiento tremendo,

se la dio en Valencia un toro español

cornigacho y muy berrendo.

 

Cuando salió de esta herida a México se volvió,

y a toditos sus paisanos, que es muy hombre, demostró.

 

Por aquel entonces aquí hacían furor

Belmonte y Sánchez Mejías

y el guanajuatense, con su regadera,

les daba los buenos días.

 

Solamente con Gaona se ha portado muy parejo

pues Silveti es muy valiente y Gaona, su maestro.

 

Se fue Juan Silveti a torear a Lima

y su trabajo gustó,

el público a gritos pedía que volviera,

la empresa lo contrató.

 

Volvió a su tierra contento, lleno de satisfacción,

su público fue a esperarlo a la merita Estación.

 

La empresa fue a verlo y lo contrató

pa´torear la “Covadonga”

con Sánchez Mejías y con Algabeño

lo que de luego aceptó.

 

Toros de “Coaxamalucan” mandaron pa´la corrida

y el primer toro le dio a Juanito gran cogida.

 

-¡Juanito se muere! –la gente decía y

los doctores con tristeza,

si les preguntaban que cómo seguía,

nomás movían la cabeza.

 

La Providencia Divina quiso que al fin se salvara

de las garras de la muerte por esa gran cornada.

 

Todos a Silveti debemos querer,

pues lleva sangre de hermano,

porque él nunca niega y a orgullo lo tiene

ser purito mexicano.

 

Aquí se acaba el corrido del “Cuatezón Juan Silveti”,

el orgullo de la raza por lo noble y lo valiente.

 

Andrés Alcántara.[4]

Col. del autor.


[1] Seudónimo de Leobino Zavala, (Uriangato, Guanajuato, 1887 – San Miguel de Allende, 1974).

[2] El nombre primitivo del municipio fue Chamacuero, vocablo tarasco que significa “derrumbarse” o “lugar de ruinas”. El día 1º de enero de 1562 don Francisco de Velasco la declara Villa de Chamacuero y el primer asentamiento ordenado tiene lugar en el barrio actualmente conocido como San Agustín. Por decreto del Congreso del estado se le denomina Chamacuero de Comonfort.

[3] Policías de tipo británico llamados “Técnicos” durante el Gobierno del general Plutarco Elías Calles, 1925-28.

[4] Vicente T. Mendoza: Lírica narrativa de México. El corrido. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1964. 419 p. Ils., retrs., facs. (Estudios de Folklores, 2)., p. 347-350. Letra de Andrés Alcántara. Hoja impresa. Ed. Eduardo Guerrero (s/f). 

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ILUSTRADOR TAURINO. LA PRESENCIA INFANTIL EN LAS CORRIDAS DE TOROS. Cont…

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    D. Amadeo Riva Castañeda:

    Por aquellos días en que el niño Rodolfo Gaona Jiménez (que había nacido en León de los Aldamas el 22 de enero de 1888), circulaba, sobre todo en la ciudad de México, una interesantísima curiosidad, salida de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo. Se trata de

Col. del autor. Ca. 1905.

    Allí podemos apreciar cómo el espíritu de Vanegas Arroyo y de José Guadalupe Posada estaba tratando de difundir una cultura a nivel de esas pequeñas historias, destinadas a los niños, pensando quizá en el modelo de Salgari, de Charles Dikens o más aún, con el de la Nueva Biblioteca del Niño Mexicano que circuló también durante los primeros años del siglo pasado y que reivindicaba varios de los pasajes y personajes históricos que el régimen porfirista intentaba destacar como modelos para establecer un eje más de héroes que de antihéroes.

   Ya en escena, Rodolfo Gaona, fue la pieza que Saturnino Frutos “Ojitos” destacó a partir de la cuadrilla original que se formó en León de los Aldamas, y que comenzó a gestarse desde 1902, cuando Rodolfo, con 14 años, fue capaz de asimilar rápidamente los aprendizajes del que en un tiempo fue banderillero de Salvador Sánchez “Frascuelo” y más tarde hasta se integró a la cuadrilla de Ponciano Díaz. Frutos, al darse cuenta de posibles caldos de cultivo que vendrían luego de asentado el esquema que fijaron los diestros españoles en forma masiva a partir de 1887, y donde el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna fue una realidad en nuestro país, decidió fijar residencia en nuestro país. Realizó diversos viajes de experimentación, sobre todo en el bajío mexicano, hasta encontrar señas claras de algún grupo de niños y adolescentes que mostraron, luego de su inspección en la capital del estado de Guanajuato, la evidencia de lo que andaba buscando. Y hasta allá fue a dar, aleccionado sobre todo por personajes como Manuel Malacara, quien se convirtió en el motor de esa aventura. Consolidada esa etapa inicial, la cuadrilla se presenta en 1905.

Cortesía del señor Víctor López Tovar, “navegante” de este blog.

    La presencia de Saturnino Frutos desde un principio estuvo marcada por una rigurosa dirección que luego, con los años devino ruptura. Sin embargo, la figura quedó formada, alcanzando tal estatura que hoy, a más de un siglo de esa primera integración, los aficionados nos convencemos de que el papel de “Ojitos” fue determinante para que Rodolfo Gaona se convirtiera en uno de los mejores toreros del siglo XX. Aquel puente de comunicación entre la época de “Lagartijo” y “Frascuelo” y la de Gaona mismo, permitió concebir un elemento de las mayores aspiraciones técnicas y estéticas, como pocas ha habido. Gaona, ese Gaona que con orgullosa dignidad cargó con sobrenombres como “El Indio Grande” dejó ver que su origen indígena no lo reducía a la marginación, y mucho menos a la humillación. En todo caso, superó el trauma y hasta se mostró orgulloso de tales etiquetas. Fue precisamente en su etapa infantil con rumbo a la adolescencia en la que se desarrollaron todos esos prodigios que ahora vengo refiriendo.

Cartel de la presentación de la cuadrilla Juvenil Mexicana. 1º de octubre de 1905. Col. del autor.

    El niño Rodolfo mientras tanto, tuvo una correcta preparación como estudiante, y esto en función de las posibilidades que, por aquella época se dejaban notar, sobre todo en espacios urbanos en proceso de desarrollo. Así, entre las curiosidades que se conservan hasta nuestros días, está una libreta escrita de puño y letra por el propio Gaona, el Gaona niño donde se encuentran transcripciones de poemas, propios de su edad y más de uno surgido de su propia inspiración. El pequeño volumen a que me refiero, perteneció a la colección del Lic. Julio Téllez.

   Ya en su madurez, “El Petronio de los Ruedos”, aleccionaba a su hijo Rodolfo y la imagen que acompaña estas notas, nos deja ver que, a unos días de su retirada, misma que ocurrió el 12 de abril de 1925, quedaba registro de esa circunstancia en el ruedo de la plaza de tienta en Atenco. Aquello no pasó del “susto” que supondría la continuidad de la sucesión generacional, por lo que sólo se convirtió en un detalle, pero que al mirar el lance estaban impresos todos los genes de Rodolfo padre en Rodolfo hijo, y el lance a la “verónica” quedó ahí, para ver quién lo superaba.

Col. del autor.

    Mientras tanto, disfruten ustedes del pasodoble que va a interpretar en seguida la banda infantil que por cierto, llevó el nombre del célebre músico y director Velino M. Preza. Procede del hermoso rincón provinciano de Valle de Bravo. ¡Música, maestros!

La banda va a amenizar…

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GLOSARIO Y DICCIONARIO TAURINOS. XII

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hace unos días, un amigo me preguntaba sobre cuál sería el estilo de torear en la época previa a la llegada de Bernardo Gaviño (misma que se fija entre 1829 y 1835), y de ahí hasta la primera mitad del siglo XIX. Mi respuesta no tuvo la suficiente firmeza, debido al hecho de que al desatarse el movimiento de emancipación en 1810, esto ocasionó una ruptura total -y no- con España. Sin embargo, se sabe que al menos tres grandes instituciones quedaron profundamente arraigadas en el espíritu de la nueva nación: La iglesia, el burocratismo que venía desde los tiempos de Felipe II y las corridas de toros. En ese sentido, la tauromaquia practicada entre siglos XVIII y XIX, era una combinación de suertes lo mismo a caballo que a pie. Jerárquicamente aquellos seguían ocupando una posición de privilegio frente a estos, pero dudo mucho que, por otro lado, se practicara el toreo, sobre todo de a pie, conforme a los principios de que ya estaban permeadas las estructuras taurómacas españolas. Quizá se haya dado algún tipo de acercamiento o al menos, de insinuación entre los primeros toreros postindependentistas, entre quienes se encuentran los hermanos Luis, Sóstenes, José María y Joaquín Ávila (cuya presencia e influencia se dejó sentir entre 1808 y 1864). De ellos, salvo por el hecho de que sus nombres aparecen constantemente en carteles de múltiples festejos celebrados en la Real Plaza de toros de San Pablo, por lo demás, poco sabemos sobre las labores cotidianas que pudieron haber puesto en práctica, hasta convertir aquella condición en verdaderos esquemas o modelos que sirvieran a otros tantos diestros que, como Andrés Chávez, o el mismísimo Bernardo Gaviño; con objeto de servirse de ellos y así enriquecer su bagaje; en el entendido de que dichas propuestas terminaban siendo del gusto de aquellos públicos que disfrutaban tales puestas en escena.

   De ahí que el ejercicio por hacer, ha de contar con una buena porción imaginativa.

   Por ahora, lo que sigue es dar continuidad a la visión que para 1862 tuvo de todo esto nuestro autor invitado: Luis G. Inclán, quien a su vez está haciendo suya o reinterpretando la Tauromaquia atribuida a Francisco Montes. Habiendo revisado e ilustrado las primeras 15 descripciones, agregaré a este glosario nueve más de las 30, faltando seis para rematar el presente “tranco”.

 Fig. Nº 16. SALTOS. SALTO A TRASCUERNO. Para dar este salto, se sale al toro con el cuerpo limpio, como se sale para hacer un recorte, pero tomándolo bastante atravesado; se procura que el toro conozca el viaje para que empiece a cortar tierra, y el diestro lo va deteniendo o acelerando para llegar al centro de la suerte, enteramente atravesado y con la salida tapada: en este caso, al humillarse el toro para recoger el bulto, el torero se aprovecha de este movimiento para saltar encima de sus cuernos y librar la cabezada. También se hace cortándole al toro terreno, y al llegar al centro de la suerte, tirarle el capotillo enrollado para que humille, y emprender el salto sin detener el viaje.

Fig. Nº 17. SALTOS. SALTO SOBRE EL TESTUZ. Lo practican los muy ligeros diestros, a toro levantado y a toro parado, para lo cual lo cita de frente, y al tiempo mismo que humilla, le pisa el testuz o nacimiento de los cuernos, en medio de la cabeza, emprendiendo el salto para pasarlo todo y caer por la cola, pues al tirar el hachazo ayuda con él a dar más impulso al torero, y facilitarle salida con diverso viaje.

Fig. Nº 18. SALTOS SALTO CON LA GARROCHA. Para éste toma el diestro una vara de las de detener, y prevenido con ella hace la cita corriendo en dirección del mismo viaje que el toro trae, para que al humillar para hacer por el bulto, emprenda el brinco, y soltando la vara encuentre salida por detrás del bicho.

Fig. Nº 19. SALTOS. LA MEMELA. Para esta suerte se pone el diestro tirado en el suelo boca arriba, en línea recta del viaje que el toro trae o intenta tomar, y al tiempo de que humilla le pone los dos pies en la frente para que lo haga dar una machicuepa, siga su viaje y el torero salga por los pies del toro.

   De la misma manera se ponen flores con los pies, pero solo se puede practicar al salir el toro del coso para que no vuelva sobre el bulto.

   También junto a la puerta del coso se pica al salir el toro, estando un hombre sobre otro hombre, o se banderilla, y otra porción de suertes que particularmente discurren los diestros, según su inteligencia y valor, pero siempre ayudados o de la situación en esperar, a merced al engaño de la capa de sus compañeros, que para estos lances de previenen.

Fig. Nº 20. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA RECIBIENDO O A TORO RECIBIDO. Cuando el diestro esperando a pie firme estoquea sin abandonar su terreno, sino que tendiendo, perfilando o leando su muleta envaina su espada en el punto del cuerpo donde se la dirigió al toro y habiéndolo ejecutado remata la suerte haciendo un quiebro, con que se libra y saca su espada.

Fig. Nº 21. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA O VUELA PIE. La estocada que ejecuta el diestro dejándose ir sobre el toro sin dar tiempo a que le parta, rematándola con una media vuelta por su terreno para desenvainar.

Fig. Nº 22. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A LA CARRERA O A TORO LEVANTADO. Cuando aprovechando el viaje que trae el toro le sale el diestro al encuentro y lo estoquea, sin haber antes intentando ponerlo en el terreno de la suerte.

Fig. Nº 23. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A MEDIA VUELTA. Cuando se cita al toro por detrás, y al dar la vuelta para hacer por el bulto, se le estoquea a este modo vulgarmente se le dice, a la mala.

Fig. Nº 24. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A PASO DE BANDERILLAS. Las que ejecuta el diestro embraguetándose con un toro que se ciñe, haciéndose el cite al trascuerno y cargándole la suerte lo remata sin hacer el vuelapié.

DESCABELLAR. Cuando con la punta de la espada le pica el diestro la nuca al toro y lo remata por no querer prestarse a entrar en suerte y estar mal herido o muy aplomado.

   La calificación de estocadas es la siguiente:

POR ALTO. Cuando entrándole al toro la espada por entre dos vértebras corta la médula espinal, y sin que haya entrado mucha espada causa la muerte muy violenta.

   Cuando la espada se ha introducido un poco oblicua y pasa por la herradura, bajando un tanto al pecho.

   La que por cruz y pecho trae dirección casi perpendicular, y si acaso ofendió los pulmones hace producir sangre por la boca (hocico), a cuya estocada llaman los toreros pasadas por pasar, y al toro que está herido de ella, pasado de parado, que muy bien se distinguen de las de gollete.

POR LO BAJO, GOLLETE O DEGOLLADO. Cuando el toro habiendo sido herido por el pescuezo penetra la espada para el pecho, ofendiéndole el pulmón, hace que el toro arroje mucha sangre por boca y narices.

DE PECHO. La que introduciéndose la espada por el pecho, también ofende el pulmón sin agraviar al corazón.

POR CARNE. Cuando ciñéndose mucho el toro al entrar en suerte la espada toma dirección por el lado de afuera y solo ofende la espaldilla contraria, o porque al sentir el toro la punta de la espada, abandona su viaje antes de rematar, pues cualquiera de las dos causas hace que el diestro pierda su posición al esperar, y la puntería que con el estoque había formado a cuyas estocadas se les dice también envaines.

EN HUESO. Cuando por alguna de las razones dichas pica la espada en hueso y no halla lugar donde introducirse.

ATRAVESADA. Cuando por entrar diagonal en el pecho asoma la punta por el otro lado del toro.

DE DESCONCIERTO. Cuando entra la espada por la espaldilla, muy recta, y solo corta algunas vértebras o tendones, deja al toro desconcertado e inútil de afirmarse en las manos, procurando echarse desde luego.

ATRONAR O REMATAR AL TORO. Si es con la espada sobre echado, es atronar, y si con la puntilla rematar.

 CONTINUARÁ.

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FRAGMENTOS Y OTRAS MENUDENCIAS. MINIATURAS TAURINAS. Nº 11.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 EL TORO EMBOLADO

    Gracias al amigo Cándido Morgan quien radica en Santiago Tianguistenco, México, por facilitarme copia de dos páginas de la publicación denominada “La Familia” Año V, México, viernes 24 de febrero de 1888, N° 8 (pp. 329-330). En ellas aparece un delicioso texto de Federico de la Vega, quien recrea en EL EMBOLADO una situación al borde del fanatismo por parte de un aficionado, Juan de nombre, carpintero de oficio, el que tenía por los toros singular inclinación. Tanta era, que lo poco ganado con el sudor de su frente lo discutía con Chucha, su esposa a la hora de repartirlo en el gasto, por cierto miserable, mismo que daba “a cuenta gotas” para la manutención de los niños, quienes debían andar más tiempo en la calle, nada más que para distraer el hambre.

   Pero Juan no escarmentaba. Frente al llanto de la Chuchay sus reproches, en una de sus conversaciones volvió a salir el tema taurino mostrando el indino un boleto para la siguiente corrida, por cierto donde actuó Ponciano Díaz. No lo hubiera hecho, su mujer auténticamente indignada reclamó lo que Juan hacía, dejándolos a ella,  al Andrés y a la Lupe en el total desamparo yéndose tan campechanamente a los toros. Además, en esa corrida no faltó la diversión complementaria del “toro embolado”, tan añeja como que desde el siglo XVIII ya estaba metida en las corridas de toros.

   Si el festejo tuvo defecto y malos, el “embolado” no. Aunque a Juan y sus ciegos propósitos, el costo fue dar al hospital con tres costillas rotas.

   Chucha sólo se preguntaba: ¿Qué comerán mis hijos mañana?

   A continuación, presento completo el texto para que nos demos cuenta de lo que, alrededor de aquel divertimento podía pasar con una pareja sumida en la miseria, siendo el tema de los toros el que causaba mayor inquietud.

 EL EMBOLADO

 I

             Había toros enla Plaza de Bucareli

            ¡Toros!

            ¡El supremo deliquio!

            ¡Y lidiados por Ponciano! ¡el rey de los matadores! ¡el ídolo del pueblo!

            ¿Qué cabeza mexicana podía estar tranquila en tan solemne día!

            Ninguna.

            Y la de Juan menos que la de nadie.

            Porque Juan, como diría un discípulo de Lavater, había nacido con la protuberancia taurómaca.

            O como diríamos nosotros, dignos descendientes de Pepe Hillo y Costillares, Juan tenía sangre torera.

            ¡Sí, la tenía hasta la última gota!

            Un par de banderillas puestas al cuarteo le entusiasmaban.

            Una estocada en la cruz lo sacaba de quicio.

            Para Juan, el gran Ponciano, pasando de muleta á un toro de Atenco, tenía seis codos más de estatura que Morelos en la defensa de Cuautla.

 II

             Juan era carpintero.

            Pero desde que los padres de la patria autorizaron las corridas en el Distrito, para mayor honra y gloria de la civilización, la garlopa y el escoplo andaban como Dios quería.

            A lo mejor, nuestro torero abandonaba el taller y se iba a la pulquería de la esquina a discutir con otros aficionados los conmovedores lances de la corrida del último domingo.

            ¡Y con qué calor se comentaban las suertes!

            La sangre hervía, los puñetazos menudeaban sobre el mostrador, y algunas veces iban desde el mostrador á las narices de los contendientes.

            Pero las cosas no habían pasado á mayores, es decir, no habían llegado á puñalada limpia.

 III

             En el día á que hacemos referencia, Chucha, la mujer de Juan, salía de la cocina, á tiempo que entraba su marido en el humilde cuarto que ocupaba en una casa de vecindad del callejón del Manco.

            -¡Está la comida? -preguntó el carpintero.

            -¡Hace una hora! –respondió Chucha con acento desagrido. –Para lo que había que guisar…

            -¿Qué hay que comer?

            -Frijoles.

            -¿Nada más?

            -¿Querías que te pusiera mole de guajolote con los dos reales que me diste ayer?

            -Y medio esta mañana.

            -Sí, pero esta mañana se hizo el desayuno, y tú no dejaste de tomar tu café con leche.

            -¿Y los chicos?

            -Por la calle.

            -¿Y qué hacen en la calle?

            -Distraer el hambre.

            -¡El hambre! Cualquiera que te oiga dirá que aquí no se come.

            -Pues ese cualquiera no andaría muy equivocado.

Antes, había semana que me dabas quince pesos para el gasto. ¿Cuánto me das ahora?

            -¿Qué sé yo! No llevo cuenta.

            -Pues yo sí. ¡Veinte pesetas a lo sumo!

¡Y para cinco bocas! ¡Y haga usted milagros!

¡Y póngale usted al señor en cada comida tamales y carnero en barbacoa! ¡Maldita sea hasta la hora en que se hizo la primera plaza!

            -¿Ya vas á armarme el mitote?

            -¡Siempre! Que con tus condenados toros entró la miseria en esta casa.

            -No es cierto. Es que ahora no hay trabajo.

            -¡Lo que no hay es vergüenza; ni ganas de trabajar!

            -¡Chucha! No me andes pasando de muleta, porque te embisto.

            -¡Mejor fuera que embistieras á otro!

            -Cuando lo haya.

            -No te falta. Mejor fuera que hicieras menos visitas a la pulquería…

            -¿Cuándo voy, habladora?

            -Siempre. No paso una vez por el taller que no estés allá, gastando el tiempo y el dinero con otro holgazán como tú.

            -¡Chucha! Mira que yo no aguanto banderillas y que vas á llevar un revolcón!

            ¿Más revolcada de lo que uno está con tus malditas aficiones?

            -¡Silencio! ¡Y la comida!

            -¿Estás de prisa? ¡Ah! Vamos, ya sé por qué.

            -Pues si lo sabes, cállatelo.

            -¿Vas hoy también de toros?

            -Y si fuera, ¿qué?

            Un rayo de cólera brilló en los ojos de Chucha.

            Pero se dominó, fue á la cocina, trajo una cazuela de frijoles y un puñado de tortillas y puso ambas cosas encima de la mesa.

Cromolitografía aparecida en uno de los interesantes números de La Muleta, Revista de Toros, cuyo director fue Eduardo Noriega “Trespicos”. La imagen, se debe al artista Pepe García, quien siguió el modelo que estableció Daniel Perea en La Lidia, española. Ca. 1888.

 IV

 La comida empezó en silencio.

A la mitad de la misma, preguntó Juan:

            -¿No hay pulque?

            -Creí que tenías ya bastante en el cuerpo. Pero si me das para la cena iré a buscarlo.

            -No tengo nada que darte.

            -Pues entonces pásate sin él.

Otro momento de silencio, durante el cual asomaron dos lágrimas á los ojos de Chucha.

            -¡Juan! Dijo enjugándolas con el revés de la mano.

            -¿Qué hay? –respondió el carpintero alzando los ojos.

Y añadió viendo que su mujer lloraba:

            -¿Riego de plaza tenemos;

            -¡No hagas caso! ¿quieres hacerme favor de escucharme?

            -¡Habla! Si es que no dices muchas tonterías.

Chucha sacó un papel del bolsillo.

            -¿Sabes lo que es esto? –dijo.

            -Sí, un boleto.

            -Pues mañana se cumple, y vamos a perder la colcha y los zarapes, mientras que los chiquillos pasan la noche tiritando de frío.

            -¡Bah! ¡exageraciones tuyas! ¡A esa edad de cualquier modo se duerme bien!

            -Además, Andrés está desnudo…

            -¿Y qué?

            -Y Lupe anda ya enseñando los codos.

            -¿Y qué?

            -Que necesito comprar algunas varas de manta.

            -Pues ahora no hay dinero.

            -¡Juan!

            -¿Todavía… vas á llorarme más lástimas?

            -No, voy a pedirte un favor.

            -¿Cuál?

            -¡Que no vayas hoy á la corrida! ¡Que me des el peso que vas á gastar en esa barbaridad!

            -¿Estás loca…? ¿No ir á la corrida, cuando hay embolado?

            ¡Juan! ¡dame ese peso que me hace mucha falta! ¡Que no quiero perder esa ropa! ¡Que necesito vestir a los muchachos!

            -¿Pero no oyes que hay embolado?

            -¡Juan! ¡por la Virgende Guadalupe! ¡Por el amor de tus hijos!

            ¿Qué tendrá que ver el amor de mis hijos con los toros? ¡Ya se arreglará todo eso!

            -¿Cuándo?

            -Cuando se pueda.

            -¡Juan!

            -¡Que me dejes en paz! ¡Pues no faltaba más sino que no pudiera uno ir a distraerse un rato!

Chucha saltó en la silla como una leona.

            -¡Vete! ¡vete á gastar en cuernos el pan de tus hijos! –gritó echando chispas por los ojos. –Vete á cometer la infamia de que se avergonzaría el último ladrón!

            Se oyó el ruido de una tremenda bofetada y Chucha cayó a plomo sobre la silla.

            En esto, aparecieron en la puerta de la vivienda, tres chiquillos, rotos, como tres adanes, sucios, desgreñados, polvorientos.

            El mayor no pasaba de ocho años: el más pequeño no había cumplido cuatro.

            ¡Papá! ¡Papá! –gritó uno de ellos lloriqueando.

            -Anselmo el tuerto me ha hecho una herida en este hombro, jugando el toro! ¡Hiji! ¡Hiji!

            El carpintero se encasquetó el jarano, se abrió paso por en medio de su prole y se dirigió rápidamente hacia el Salto del Agua.

 V

             La corrida fue mala, considerada bajo el punto de vista artístico.

            Los toros, demasiado civilizados, no echaron al aire sino cuatro ó cinco bandullos de jamelgo.

            ¡Y qué es esto para dar al pueblo ideas viriles?

            ¡Nada, ó casi nada!

            El pueblo, para que tenga grandes y robustos sentimientos, necesita que en cada uno de esos espectáculos haya muchos metros de tripas chorreando sangre, arrastrando por la arena.

            Verdad es que un picador fue a la enfermería, a consecuencia de un batacazo.

            Verdad es que el mismo Ponciano sufrió un achuchón, sin consecuencias.

            Pero ¿qué es este magro contingente para dar realce a una corrida?

            Para colmo de males, los animalitos se entableraron, y el afamado diestro tuvo que matarlos como Dios quiso. A estocada de ciego, sin reparar si daba en pleno morrillo o encima del ramo.

            Pero, en cambio, si la corrida fue mala, el embolado fue bueno, demasiado bueno.

            Tanto, que merecía haber tenido las puntas libres.

            No hacia medio minuto que estaba en el redondel, y ya había una docena de barriles de pulque, digo, de pelados mordiendo el polvo.

            Nuestro amigo Juan, chaqueta en mano, le dio cuatro o cinco quiebros dignos de Costillares.

            Pero al sexto, el emboladito despreció el trapo, se fue al bulto, y Juan se encontró, sin saber cómo, á tres, o cuatro metros sobre la cabeza de la fiera.

            La ley de la gravedad le hizo descender; pero cayó en plena cuna, y efectuó una nueva ascensión.

 VI

             Dos horas después, entraba una vecina apresuradamente en la vivienda de Chucha.

            -Vecina –le dijo- tengo que darle una mala noticia.

            -Hable usted, vecina. Hace tiempo que no espero ninguna buena.

            -Pues es el caso de su marido…

            -¿Ha habido mitote en la plaza? ¿Está en Belem?

            -No señora, lo cogió el embolado…

            -¡Jesús!

            -Y está en el hospital con tres costillas rotas.

            Chucha se llevó las manos a la cabeza.

            Y luego murmuró con voz sorda:

            -¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué comerán mis hijos mañana?

 Febrero de 1888.

FEDERICO DELA VEGA.

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RAMÓN LÓPEZ VELARDE Y UN APUNTE DE TOROS EN 1916.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Si el universo de Ramón López Velarde (1888-1921) solo fuera su “Suave patria”, esa obra magistral de la que Octavio Paz dijo: “El poema es… el mediodía de su estilo… no de su poesía… Pule infinitamente –no como artífice: como enamorado- cada sustantivo y cada verbo porque en cada uno de ellos se juega su identidad”, el autor jerezano seguiría siendo universal, porque su texto es genial en la medida en que concibe un México lejos del embate armado, mostrándonos un cuadro idílico donde prevalece la idea que un provinciano sensible tenía de este país, sometido entonces a los cambios obligados por una revolución.

El niño Ramón López Velarde. Imagen tomada de la publicación electrónica muy bien. Aguascalientes, Ags., año I, Nº 5, p. 27. Edición bajo la responsabilidad de Joaquín Chávez Pérez (periodicomuybien.webs.com).

    Pero también López Velarde fue la “sangre devota” y “el son del corazón”, cuya alianza con los modernistas no estaba reñida con los nacionalistas, que irrumpieron para nutrir el mundo de las letras mexicanas con auténticas muestras de optimismo que legitimó el orgullo patrio.

   Y el creador de “Fuensanta”… oh Fuensanta; hombre de espíritu inspirado si los hubo, nos obsequia con un interesante pasaje taurino que habiéndolo escrito en 1916, evoca sus momentos infantiles, acudiendo no a una crónica de toros, sin más. Sino a todo aquello que lo impresionó en cuanto a la forma que una pequeña sociedad como la de Jerez, Zacatecas, tenía de celebrar una fiesta taurina el domingo de Pascua.

 Toros 

     Venía la Pascua y con ella el regocijo de las corridas de toros. Una cuadrilla improvisada en Zacatecas pasaba al redondel de mi pueblo. En la plaza de toros de mi tierra no hay palcos, y las familias se sientan en las gradas. Desde por la mañana comenzaban a mandarse a la plaza tapetes y tapetes, para que los vestidos estrenados el mismo día de la corrida no se ensuciara con el polvo del graderío. Manuel Borrego Hinojosa y yo entrábamos en congoja si a medio día no sacaban aún los tapetes de nuestras casas. Manuelito y yo nacimos en el mismo año, con diferencia de semanas; vivíamos en la misma calle, frente a frente; y éramos amigos inseparables en el velocípedo y en el volantín. El Domingo de Pascua no descansábamos: movíamos todas nuestras influencias hasta conseguir que de su casa y de la mía saliesen los tapetes: uno, con la imagen espantable de un tigre, y el otro, con una gran cesta de grandes rosas, ajadas por los pies de las visitas en luengos años de estrado. Manuel Borrego es hoy propietario de una mercería y ferretería en la ciudad de México, en el mercado de San Juan; es, además elegante y bailador; pero creo que no ha olvidado nuestra inquietud de 1893 y 1894, por ir a los toros.

Av. Juárez y calle de la Merced, Zacatecas. Ca. 1915. Foto: Autor no identificado. Colección Armando Perales. Fototeca del estado de Zacatecas “Pedro Valtierra».

      De la plaza, a las tres de la tarde, emanaba júbilo y salud e impulsivismo. Pronunciábamos palabras irrespetuosas a la llegada de cualquier personaje impopular: un señorito acicalado, un juez venal, un padre celoso de las hijas y verdugo de los novios. Con el azul espeso del firmamento, y con el olor de la tierra mojada, cobraban audacia los pretendientes tímidos, y se sentaban a dos metros de la dueña de sus pensamientos. Mientras soltaban el primer toro, los músicos de la banda, los pobres músicos que se derretían bajo el sol, machacaban “las mejores piezas de su repertorio”, al decir de los programas.

     No se hacía esperar mucho la primera diana. Con ella se premiaba un lance de capa, de banderillas o de estoque. Dianas, dianas y más dianas. Yo sentí el mal gusto y la pesadez de tanta sonoridad, y me consternaba que mis paisanos recargasen de epopeya los pistones y el bombo; pero después me he tranquilizado al oír dianas en el Abreu, una de estas noches. Y más que tranquilizó ver que el pianista Luis Alfonso Marrón era sacado en hombros, después de un recital en el Ideal, y después de que los pisaverdes le habían pedido el Himno y La golondrina.

     Quien provocaba más dianas en los toros de Jerez era Manuel Berriozábal, picador de toros y pariente del general don Felipe, que fue ministro dela Guerra. Unaexcelente amiga mía, ya con nietas de veinte abriles y que tiene una sabrosa conversación (por la que dejo el cenáculo del señor Gamoneda y me salgo dela Escuelade Altos Estudios), me ha referido las genialidades de Berriozábal. Hallábase una mañana mi amigo en su sala, con las ventanas bien cerradas, cuando de pronto se abrió un postigo con estrépito, deslizándose por él una garrocha. Era que Berriozábal, a caballo y chispado por el alcohol, asaltaba a mi amiga para decirle: “Doña Cuca, écheme la bendición porque hoy en la tarde voy a picar”.

     Y encima de la ebriedad de Berriozábal, caía la bendición de Nuestro Padre San Francisco. Y Berriozábal picaba a media plaza; y cuando la fiera no embestía, el picador la enardecía, arrojándole al hocico el sombrero charro, envidia de la comarca.

     Las reinas, escoltadas por chambelanes de dudosa gallardía, daban premios a los lidiadores, si la corrida era de aficionados. Íbase el sol, y en el cielo irrumpía una estrella ansiosa, contra la cual se dispararían luego los madrigales de Pepe Gil, poeta sin esterilizar. Arrastraban las mulas el cadáver del último toro y volvía la concurrencia “a la diaria faena del dolor y de la vida”, como dice don José de Jesús Núñez y Domínguez.

El Nacional Bisemanal, México, 22 de abril de 1916.

Panorama de Zacatecas. Ca. 1914. Foto: Fotógrafo no identificado. Colección Señoritas Ruiseco. Fototeca del estado de Zacatecas “Pedro Valtierra».

    Si López Velarde se deslumbró ante los preludios de “tapizar” los tendidos de aquella, la plaza, su plaza de Jerez, privilegiada con la presencia de algún torero de fama, pero también con los actos heroicos de Manuel Berriozábal, charro y picador que solía realizar la suerte de varas como algún día la ejecutaron Agustín Oropeza, Celso González o el intrépido Natividad Contreras “El Charrito del siglo”, no pudo tampoco dejarse de admirar por la típica reacción del elogio y celebración para cualquier suerte bien ejecutada, que terminaban con sendas “dianas” que constantemente ejecutaba la banda en la plaza, cosa muy parecida al fenómeno de exaltación del que fue motivo el pianista Luis Alfonso Marrón que concluyó su actuación como cualquier gran diestro: llevado en andas por los “capitalistas” o “costaleros” entusiastas, que lo pasearon por las principales calles de la ciudad capital.

   El recuento anecdótico de que está cargada su evocación nos recuerda a un poeta “sin esterilizar” como Pepe Gil, autor de madrigales de exquisita manufactura, pero también la forma en que el pueblo, al presenciar el arrastre del último toro de aquella tarde, no tenía más remedio que regresar a “la diaria faena del dolor y de la vida”, con lo que concluía la tarde torera, empezando, quizás, la larga espera para preparar una vez más tapices multicolores, mejor afinación a los instrumentos de viento y cruzar apuestas para saber si Manuel Berriozábal saldría al ruedo, una vez más, chispado por el alcohol.

   He ahí, dentro del gran universo velardiano, un intenso capítulo de evocación taurina que se quedó impregnada en su memoria, y ahora en la nuestra, la de los navegantes seculares y milenarios que somos del XX al XXI y del segundo al tercer milenio, respectivamente.

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