POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Barcelona y su afición taurina, han acogido de siempre a los diestros mexicanos, por lo que se tiene una entrañable relación, desde que Ponciano Díaz actuó en su plaza en octubre de 1889, como parte de su campaña en la que el día 17 del mismo mes, culmina con la alternativa en Madrid, otorgada por Salvador Sánchez Frascuelo, teniendo a Rafael Guerra Guerrita de testigo.
Entrado ya el siglo XX, nuevas figuras nacionales, en sus campañas por ruedos españoles, fueron contratados por diversas empresas taurinas de la ciudad condal. Actuaron en Las Arenas: Vicente Segura, Rodolfo Gaona, Juan Silveti, a quien el propio Luis Freg le concedió la alternativa. Del mismo modo también actuaron Pedro López, Salvador Freg, Juan Espinosa Armilla, Pepe Ortiz, Jesús Solórzano, José González Carnicerito de México, Fermín Espinosa Armillita, quien se elevó a niveles inconmensurables luego de su histórica faena a Clavelito de Aleas, toro al que despojó de orejas, rabo…, y por si fuera poco, las cuatro patas y las criadillas de aquel ejemplar de la ganadería de Justo Puente, antes Vicente Martínez. Aquella ocasión del 26 de julio de 1934, Armilla alternó con Juan Belmonte y Marcial Lalanda. Lorenzo Garza o Luis Castro El Soldado; todos ellos poco antes de desbocarse el tremendo capítulo del “boicot del miedo”.
Otro episodio que no puedo dejar de mencionar es el que se registra en 1932, cuando José González se encerró el 12 de octubre con seis de Pallarés, un caso de suyo curioso, como lo fue también, y quedó registrado en una interesante fotografía, el de aquel momento en que un torero, pequeño pero grande de corazón, David Liceaga entraba a matar a un toro de Arranz que le superaba en estatura. De la imagen referida sólo me pregunto: ¿cómo se lo quitó de encima?
Barcelona, desde luego, no fue una plaza menor comparada con la de Madrid, pero se convirtió en la antesala y trampolín para lanzar a los toreros triunfadores a todo el escenario español, e incluso portugués, para luego ponerlos en ruedos mexicanos como figuras consumadas que cerraban un círculo triunfal. Hoy extrañamos esa notable ausencia de toreros, salvo la honrosa excepción de Eulalio López El Zotoluco, que se ha convertido en el único diestro mexicano que espera, desde luego ser recibido por la afición catalana, de la que estamos seguros, le alzarán como un triunfador más. Su firme trayectoria lo merece.
Tras reanudarse las relaciones taurinas en 1943, un año más tarde, las autoridades españolas extienden un acuerdo, fechado el 24 de julio con el que se pone fin a un enojoso pleito, estableciéndose en 11 cláusulas, sobre todo la primera de ella, que planteaba lo siguiente: “A partir de la fecha de la presente disposición, y sin otras limitaciones (…), podrán torear libremente en España todos los espadas mexicanos de alternativa y sin ella”. Poco tiempo después actuaron figuras como Carlos Arruza, Antonio Rangel, Luis Castro, Fermín Rivera, Carlos Vera o Arturo Álvarez, cada quien en su línea, pero destacó en lo fundamental el Ciclón mexicano cuyo estilo personal deslumbró a los entusiastas aficionados catalanes, hasta consagrarlo en sitio y escala muy particular, sobre todo durante el año de 1944.
Más tarde, tuvieron actuaciones destacadas los recordados Tres mosqueteros, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo y Rafael Rodríguez.
El 25 de septiembre de 1966, toca el turno a Jesús Solórzano hijo, que es elevado a matador de toros en dicha plaza, de manos de Jaime Ostos. La presencia de Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Marcos Ortega o Rafael Gil “Rafaelillo” también llenaron páginas importantes para la tauromaquia mexicana que se demostraba capaz frente a la fuerte competencia detentada por un sólido grupo de toreros que emergieron en el último cuarto del siglo pasado. Lamentablemente, de entonces para acá no ha habido matador de toros mexicano que haya actuado en el coso de la moderna capital condal, que espera, junto a la prudencia, que la medida de que Barcelona, sea considerada como ciudad antitaurina, no prospere. Ello puede convertirse en un severo golpe a las aspiraciones para el desarrollo de una fiesta perfectamente consolidada en la península española.
¿Qué es lo políticamente correcto ante una decisión que pone en entredicho a la secular afición taurina de Barcelona?
Si hoy día, los grupos ecologistas se están pronunciando por el fin de las corridas de toros, es probable que su defensa ante el “atentado que supone violencia y agresión en el toro de lidia”, produzca ignorancia sobre la parte enigmática que sostiene el vigor del espectáculo. Habrá que hacer un serio recuento de los factores y elementos vinculados con el rito ancestral del sacrificio, los ciclos agrícolas y hasta su misteriosa relación con poderosas culturas como la mesopotámica, egipcia o romana que confluyeron en el territorio de la piel de toro para descargar todos sus ingredientes y así, con el paso de los siglos, conformar y articular un extraño espectáculo, anacrónico en sí mismo, pero que pervive en pleno desarrollo del siglo XXI. Son aspectos de suyo complicados, pero de ello dependen los argumentos que nosotros, aficionados a los toros habremos de demostrar y defender a capa y espada para lograr la pervivencia de ese extraño enclave que conocemos como corridas de toros.
Todo lo anterior, nos lleva a retomar el postulado que planteó la dupla Delgado-de la Tixera en el Avance de la Tauromaquia de Pepe-Hillo, publicada en Cádiz, año de 1796:
Lejos de aquí los genios pacatos, envidiosos y aduladores que han tenido valor de llamar bárbara a esta afición. Sus razones son hijas del miedo, producidas por envidia y acordadas por su suma flojedad e indolencia. Quien ve los toros desmiente con la experiencia misma las máximas de semejantes entusiastas. Allí reconoce que el valor y la destreza aseguran a los lidiadores de los ímpetus y conatos de la fiera, que al fin da el último aliento en sus manos.
Al margen de reunir 250 mil firmas para conmover al alcalde Barcelona, y hacerlo desistir de aprobar la sentencia que pesa sobre la afición catalana, es preciso sumar esfuerzos y razones contundentes para explicar que el uso tendencioso del autoritarismo aconsejado por los rumores y posturas ecologistas, ajenos a entender el complicado amasijo de síntomas que ocurren al interior de este singular espectáculo, no puede proceder sin escuchar otras voces y otras razones. Es por eso que emitimos también desde México nuestro voto de confianza para apoyar una decisión más congruente con la realidad: ¡Sí a las corridas de toros en Barcelona!
Pues bien, estas notas fueron el resultado del intento de una adhesión hace poco más de dos años, con lo que se pretendía estrechar la fuerza de la abolición. Hoy, vuelvo a escribir, justo en los momentos en que ya todo mundo habla del desenlace.
Indudablemente, la lección de Barcelona nos deja con una serie de sentimientos encontrados. En teoría, el festejo del 25 de septiembre de 2011 ha sido el último celebrado en dicha ciudad, aunque una vaga posibilidad por revocar la medida dependerá de lo que ocurra en los días iniciales de 2012.
Como se sabe, entre las razones de mayor peso se encuentran dos: Una que se atiene a un peso enorme de diferencias históricas derivadas de antiguas confrontaciones nacionalistas donde los catalanes no comparten el mismo espíritu de los españoles. Esa escisión deja ver en muchos aspectos sociales, políticos, de creencia y hasta de tradición lo que cada una es, hasta verse y sentirse diferentes, a pesar de que espacial y geográficamente se comparta el mismo territorio. Otro aspecto fue la sistemática campaña del argentino Leonardo Anselmi, quien, habiendo llegado a radicar a Barcelona desde 2001, acude en algún momento a una corrida de toros. Su sentir no se hizo esperar. Este vegano se movilizó, creó bloques que, frontalmente fueron luchando por la eliminación de esos “hechos de tortura” y a su iniciativa se unieron redes sociales y un paquete con 180 mil firmas que se entregaron al parlamento catalán, con lo que dio principio el proceso que ahora –por lo menos-, culmina con este incómodo capítulo.
Durante el desarrollo del festejo en el que comparecían Juan Mora, José Tomás y Serafín Martín, la confrontación fue otro de los actores y protagonistas. Unos, los de fuera de la plaza, en contra. Los otros, los de adentro, a favor y unidos en un solo grito: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Pero el asunto no culmina ahí, cerrándose el expediente sin más. En todo caso, ese mismo expediente queda abierto para dar continuidad del mismo propósito en otras plazas españolas y las demás, ubicadas en Francia, Portugal y los países de América que detentan o conservan, entre sus tradiciones esta singular expresión.
Por otro lado, mientras transcurría el décimo festejo de la temporada “chica” en la plaza de toros “México”, festejo Nº 10 de 12 programados, las circunstancias de su puesta en escena dejaban ver que el incómodo clima de adversidades amenaza no sólo a esta plaza sino a muchas otras del país. Aún y cuando la tarde fue, precisamente una de esas tardes ideales, con un sol esplendoroso y poco viento. E incluso las ocurrencias en el ruedo nos mantuvieron pendientes, el hecho es que la desolación en los tendidos volvió por sus fueros. Supongo que, encaminado el serial a su punto culminante, y ya con carteles confeccionados con triunfadores, el hecho es que la gente o la afición no ha respondido, y no responde por falta de visión de los empresarios que no apuestan por “vender” un espectáculo atractivo (y no detallo qué, pero incluso, tengo sugerencias). No responden porque la media en cuanto a la presentación del ganado se refiere es que, por la puerta de toriles han estado saliendo novillos justitos en presentación. No responden porque el común denominador de los novilleros ha sido la comodidad y no declarar la guerra. No responden porque los esquemas o planteamientos de los aspirantes a matadores de toros son, en su mayoría, iguales. Impera un espíritu contrario al que romántica e idealmente tenemos de los novilleros que van a partirse el alma en los ruedos, a no dejarse ganar. Son nulas sus aspiraciones por figurar ya no digo en el simple y frío escalafón, sino en coquetear por a una candidatura con vistas a convertirse en “ídolos”, o figuras en potencia. Claro, estoy hablando de novilleros, aspirantes, novicios y demás etiquetas cuando justo se encuentran en un proceso de evolución o madurez. Pero si ese punto lo siguen afirmando dentro de dos aspectos fundamentales: el “valemadrismo” y el minimalismo en que ha sido reducida la tauromaquia en nuestros días, pues todo ello es factor en contra, nutriente para el avance del enemigo que puede tener, además de todos los argumentos para dar razón a sus propósitos de prohibir las corridas de toros; no sólo en su parte “violenta” sino en la que, por las razones aquí expuestas; sino en aquella otra en la que la fiesta misma queda en evidencia, sin mayores posibilidades de defenderse.
Creo que ha llegado la hora de articularnos mejor (Anselmi advierte que los taurinos son, per se, desorganizados). Y ayer, mientras Luis Conrado daba la vuelta al ruedo con la oreja ganada a ley, y luego nos daba una lección de serenidad con el segundo de su lote, aún así, la carga enorme de lo que, con horas de diferencia ocurría en Barcelona, no dejaba de haber un ambiente en el que hacían sentirse aires enrarecidos y remedos de tormenta que venían desde el otro lado del mar.
26 de septiembre de 2011.