ILUSTRADOR TAURINO. INTRODUCCIÓN Y LAS DOS PRIMERAS…

ILUSTRADOR TAURINO. PARTE II. LAS HOJAS VOLANTES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Col. del autor.

    Una bonita hoja en folio mayor acaba de salir del Depósito de aleluyas y romances. Librería de Maucei Hermanos, 1ª del Relox, núm. 1. En ella se reúnen las suertes del toreo que hoy día se practican no sólo en los ruedos de España, sino también en los de nuestro país, formando parte del repertorio un nutrido conjunto de suertes con la capa, la presencia de valientes picadores, la de banderillas y los pases de muleta previos a la estocada sin que falten otros detalles con que los personajes de nuestro tiempo han sabido enriquecer a la tauromaquia. Allí están el “Salto de la garrocha” (imagen 28), las “Banderillas con silla” (imagen 20), “Perros al toro” (la Nº 36) o la suerte de la “Media luna (que aparece vistosa en el cuadro Nº 37).

   Dichas suertes son, en efecto “Costumbres de España” o “Diversión española”, que nada dejan que desear de las muchas que hoy día se practican en los ruedos de plazas tan famosas como la “Real Plaza de toros de San Pablo”, o la plaza del “Paseo Nuevo” por nuestros propios espadas, sin que falte el aliento de un auténtico “Capitán de Gladiadores”, lo mismo en la persona de Bernardo Gaviño, que en la de Luis o Sóstenes Ávila, Fernando Hernández o Mariano González “La Monja”.

   El impreso que ha salido en varios y bonitos colores, es el mejor testimonio que puede ofrecer nuestra casa editorial para que se tenga testimonio verídico de la ejecución de suertes del toreo y se encuentra a un precio sumamente accesible.

   Los interesados, ocurran a la dirección…

    Pareciera como si el discurso que acabamos de leer tuviese cierta semejanza con la realidad. Más bien, se ha puesto a prueba la imaginación y esto ha salido. Pero es bueno recordar que, al margen de fantasías, la realidad es muy cercana con los hechos ocurridos en el toreo decimonónico. Si estas fueron suertes españolas, aquí se les supo dar un peculiar sabor mexicano, sin que perdieran su esencia hispana. Ya vemos, el mestizaje pudo más. Varias de estas imágenes se dieron a conocer a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX en nuestro país. Al menos se sabe de otras tres que se integrarán más adelante al rico catálogo del ILUSTRADOR TAURINO. Concluidas esas miradas, es más que preciso un buen conjunto de reflexiones.

 31 de enero de 2011.

 

 

 

 

ILUSTRADOR TAURINO, PARTE I.

 SIGLO XIX (Análisis general de la iconografía seleccionada).

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Luego de una exhaustiva búsqueda en diversas fuentes y archivos, están localizadas un buen número de imágenes con objeto de entender el significado concreto de la fiesta de toros decimonónica en cuanto tal. Desde luego sólo se trata de enfocar la apreciación –y de momento- a la primera mitad del siglo XIX, teniendo para ello el sustento más pertinente. Una primera reflexión que salta a la vista es el caos como hilo conductor, alimentado por una rica, riquísima serie de condiciones que nutrieron la corrida, quizá bajo una condición no solo normal, sino natural de las cosas. Me explico. A pesar de que ya existían ciertas condiciones que intentaban controlar los síntomas del espectáculo, este reaccionaba gracias a un conjunto de estímulos surgidos de la espontaneidad, la creación y recreación de suertes y momentos efímeros que al gustar o ser motivo para el gozo fueron repitiéndose y ya con ese ritmo, afinándose incluso. Como todo tenía que suceder en presencia del toro, la suma de tales suertes se desplegaba intensa y fuera de sí durante el tiempo que durara la función. Por eso no es extraño encontrar la presencia de mojigangas, o de globos (cautivos o aerostáticos); fuegos de artificio y otra serie de expresiones materializadas en una puesta en escena paralela a la corrida de toros misma. La seducción provocada debe haber estado al borde de lo fantástico pues, aunque mediaran intentos de equilibrio, o estuvieran vigentes ciertas reglas, el encanto de la seducción obraba por cuenta propia.

   Para 1796 cuando José Delgado ya había legado en forma de experiencias su Tauromaquia o arte de torear, sus recomendaciones teóricas no permearon entre nuestros antepasados sino mucho tiempo después. Esto puede comprobarse en un hecho: en el catálogo de la biblioteca del conde de la Cortina, existía para 1840 un ejemplar de dicho tratado, lo que pudo haber despertado entre los interesados, pero sobre todo en un personaje en lo particular, Bernardo Gaviño, la disposición para hacer efectivos los anhelos que Pepe-Illo logró concentrar como resultado de su experiencia en los ruedos. ¿Por qué dicha “Tauromaquia” tan indispensable tuvo efectos tan tardíos en México? Bien a bien no se sabe, pero podría explicarse de la siguiente manera. Una buena cantidad de “toreros” quizá eran analfabetas, si para ello nos atenemos al estado de cosas que se registra precisamente en los balances y estudios de la población en aquel entonces. Es posible que también se deba al hecho de la ruptura natural que se dio con la independencia, a pesar de que estaban tendidos los puentes entre la metrópoli y su colonia permitiéndose con ello alimentación y retroalimentación de ideas o influencias, con mar de por medio inclusive. A ello debemos sumar el carácter o espíritu impreso, junto a un gesto o alarde de arrogancia o ensoberbecimiento muy propios y distantes en relación con España misma. Pero también no podemos olvidar que entre 1829 y 1835 llegó al país, el torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, personaje que decidió hacer su vida en nuestro país por el resto de sus días, muriendo a edad muy avanzada, pues todavía en 1886 tuvo más que arrestos, necesidad de firmar un contrato para actuar en la plaza de Texcoco el 31 de enero de ese año, saliendo herido. A consecuencia de la cornada que recibió en una zona muy sensible, y dado el escaso tratamiento a que fue sometido, muere el 11 de febrero siguiente.

   Pues bien, todo ese panorama, junto a la visión general que debe darse a este propósito se respalda en buena medida en la iconografía, de la que iré dando cuenta a partir de esta colaboración, pero antes de ese propósito, debo, por razones muy claras remontarme a los siglos virreinales, con objeto de que se entienda en mayor y mejor medida la forma en que el toreo pudo ser trasladado a la imagen. Lamentablemente son muy pocos los ejemplos. Sin embargo, me ocuparé de ellos a continuación.

 Siglo XVI.

    El mejor ejemplo puede apreciarse en la famosa fuente que se encuentra en Acámbaro, Guanajuato. Se conoce también como “Pila de Águila”, ubicada en el antiguo atrio del Convento de San Francisco, cuya construcción concluyó en fecha muy temprana, es decir 1532.

Las dos escenas taurinas en la fuente de Acámbaro.

  Conviene apuntar que ya desde 1527 se introdujo el agua potable a la población guanajuatense, gracias a la gestión de fray Antonio Bermul, lo que supone la posibilidad de que en esos años fuese construida la pieza que ahora revisamos, aunque algunos investigadores apuntan que pudo haber sido puesta en pie y tallados sus relieves en el curso del siglo XVI; en tanto que otros remontan el hecho a la siguiente centuria. En ella pueden apreciarse algunas escenas taurinas de la época, tales como el percance de un torero y la forma en que este es salvado por medio de un “quite” milagroso. Otra ilustra la suerte de la “desjarretadera”, instrumento metálico cuyo perfil parece el de una media luna de acero, misma que servía para cortar los tendones de los toros, hecho que practicaban toreros cimarrones, cuyo aprendizaje asimilaron de los primeros conquistadores españoles.

Detalle del “desjarrete”

Detalle del percance y momento del “quite”.

Esos toreros “cimarrones” no son sino una especie de personajes anónimos, formados en el ámbito rural y que, por las constantes tareas que desempeñaban en el campo, era preciso defenderse de la acometida de este o de aquel toro que los pusiera en peligro. Como se sabe, en una época pasada, la pila pudo haber tenido un remate diferente al actual, y que pudo haber la figura de algún santo. Hoy día, la columna está rematada por el símbolo del escudo nacional que es un águila con las alas abiertas, posada sobre un nopal y devorando una serpiente. Dicha columna es de estilo jónico.

 CONTINUARÁ. 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Las tauromaquias en México

no se escribieron.

Se ilustraron.

   Reconstruir cómo se daba una puesta en escena del toreo en nuestro país, durante algunas épocas bien localizadas del siglo XIX -en lo particular-, ya es posible, gracias a que una serie de pintores y grabadores (los hay de reconocida firma o los agrupados en el anonimato), dejaron su propio testimonio acerca de la forma en que percibieron el espectáculo. Un argumento perfectamente interpretado que entendió esa forma de ser y de pensar, como extensión imaginaria de “Los mexicanos pintados por sí mismos”, obra de Hesiquio Iriarte.

   Los ejemplos son ricos en cantidades y calidades, por lo que me parece indispensable primero, hacer un recuento de los artistas y luego, a partir de sus trabajos realizar la deseada aproximación para entender la manera en que se toreaba durante diversas épocas del siglo decimonónico. Mucho ayudarán algunas crónicas localizadas, así como otras tantas TAUROMAQUIAS publicadas en nuestro país, recordando que fue la de Francisco Montes la primera que apareció editada e ilustrada por el célebre autor Luis G. Inclán, en 1864.

   Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, cada cual en su estilo, independientemente de su gran producción, sintetizaron la tauromaquia en sendos juegos para niños. Ambas manifestaciones podremos admirarlas en el catálogo formado para esta publicación.

   Por ahora, la fotografía no tiene cabida en el presente recuento. Los pocos daguerrotipos, ambrotipos, tarjetas de visita y hasta ilustraciones estereoscópicas que han sido redescubiertas salen de este contexto, dado que rompen con el encanto de la pintura y el grabado, pero en cierta media fueron modelo para que otros tantos artistas mayores o menores se sirvieran de ellas, para enriquecer con su trabajo las publicaciones periódicas o para dar realce a algún volante de los muchos repartidos en las plazas, donde además se publicaban versos o corridos alusivos a alguna ocasión digna de memoria.

   Sabemos que la fotografía “enfocó” a la fiesta de los toros en nuestro país desde 1864. Luego, en 1885 aproximadamente podemos mencionar tres arcaicas imágenes que nos dan una vaga idea de un probable foto-reportaje, concepto que ya se va a dar en mejor medida hacia fines de 1897 cuando se han podido reunir hasta 6 fotografías que dan testimonio de una actuación de Ponciano Díaz en la plaza de Tenango del Valle, acompañado de la torera española Juana Fernández “La Guerrita”. Luego, el 26 de diciembre de ese mismo año se genera el que puede considerarse “primer gran foto-reportaje” en donde se dejó evidencia de una actuación de Luis Mazzantini y Nicanor Villa “Villita” con reses de Tepeyahualco en la plaza de Bucareli, que consta de más de 30 vistas. Ambos trabajos fueron logrados por Charles B. Waite y Winfield Scott, inquietos reporteros gráficos que además se encargaron de retratar otros tantos pasajes de la vida cotidiana de nuestro país, cuyo encanto terminó “atrapándolos”.

   Todavía en los primeros años de la Revolución y concluida esta, los grabados de Manilla y Posada se dispersaron por diferentes imprentas, mismas que usaron aquellas planchas para ilustrar el cartel encargado previamente. Pero fundamentalmente dejaron testimonio que afortunadamente fue rescatado y hoy rescatamos en esa indispensable labor ajena del olvido.

    Pues bien, la corrida va a empezar…

    Mientras los toreros cambian la seda por el percal, prevengo varias situaciones importantes. Para reconstruir esta “Magnífica corrida de toros”, me tomaré la libertad de utilizar todas las imágenes disponibles junto a extractos de reseñas, novelas, poesía y otros pasajes literarios que aludan o se aproximen a su vez con cada una de las estampas seleccionadas. Asimismo, y lejos de no concentrarme en una etapa específica -para no alejarme del gran escenario-, otra de esas libertades en que quiero cobijarme, es el hecho de transitar sin obstáculo alguno en todo ese siglo 19 maravilloso, para entender de manera completa la manifestación de un espectáculo que fue y ahora es alucinante.

 NOTA BENE

   Esta obra, luego de varias reflexiones, se extiende también a los siglos XVI, XVII y XVIII debido a que se tienen suficientes elementos para vestirla y enriquecerla. Sustentarla en una palabra. De ese modo, el “Ilustrador taurino” se ampliará a cuatro siglos fundamentales del toreo mexicano. Ignorar el siglo XX no es deliberado. En todo caso, dada su cercanía temporal, pero sobre todo a que existen toda una gama de condiciones para entenderlo plenamente, me lleva tomar esa decisión y ocuparme en esencia a los anteriores, como obligada necesidad de encontrar su explicación a través de dos importantes circunstancias: la iconografía y todo ese discurso que nos lleve a entender cómo se practicaban las suertes. Cómo se vestían aquellos personajes y cuál era el tipo de tauromaquia desplegada en tiempos que parecen –en un principio-, bastante oscuros y difusos. Veremos en qué medida puede darse una franca respuesta a este compromiso.

 31 de diciembre de 2010.

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