POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
D. Amadeo Riva Castañeda:
Sin ánimo de seducir, y mucho menos de engañar, debo justificar que la presencia infantil en las corridas de toros ha mostrado una importante realidad a lo largo de diversas épocas. Decanta y descansa en personajes específicos que pudieron consagrarse hasta el grado de haber trazado su destino. En efecto, muchos niños, por influencia paterna o materna han tenido que pasar por un proceso que quizá, en diversos casos no es el más agradable, pues en buena medida, su vida queda condicionada. En otros, ha tenido mucho que ver la presencia y la influencia de “casas” o “dinastías” que, a lo largo de muchos años configuraron varias generaciones, al grado de que todavía su presencia, aunque en menor escala, sigue estando presente si no en la realidad, sí en el imaginario colectivo. Ahí están ejemplos como los de la casa Dominguín, con Domingo del Campo a la cabeza, que influyó definitivamente para que Luis Miguel González Lucas abrazara tal situación desde temprana edad. En ese caso, Dominguín fue entre muchos, un caso particular, pues el desempeño mostrado a lo largo de esos años de infancia o adolescencia se consolidaron en su etapa adulta y de madurez, convirtiéndolo en figura del toreo. No voy a referir aquí un conjunto de detalles, pues esto me obliga a mostrar un perfil de vida para personaje tan específico, pero sí puedo apuntar el hecho de que con un ejemplo como el del madrileño se afirmó desde temprana edad. A los doce años debutaba y a los 22 tomaba la alternativa.
Del mismo modo, se encuentra el caso de Eloy Cavazos que, habiendo debutado como novillero en 1966, cuando ya contaba con 17 años, como becerrista pudo vestir el traje de luces y presentarse en diversas poblaciones de su estado natal (Nuevo León). Con los años se consagró como torero aquí y allá, sin abandonar una particular puesta en escena que causó las naturales diferencias entre seguidores y detractores.
Eloy Cavazos niño, en foto de estudio, vistiendo el traje de luces.
Otro caso es el que puede comprobarse en la presencia de “Manolo” Mejía, quien debutó en 1973, con sólo ocho años de edad. Hoy día permanece en activo e incluso, como se sabe, formará parte en el elenco de la próxima temporada grande 2011-2012 de la plaza de toros “México”.
El Manolo Mejía en nuestros días. Foto de Emilio Mendez. Disponible 25 de octubre de 2011, en: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=galprod&id=1919
Recuerdo perfectamente el pasaje de un “niño torero” que hizo las delicias de la afición de mi país hace cosa de 25 o 30 años. Se llama Juan Pedro Galán. Los taurinos lo veíamos como un niño prodigio, dotado de privilegios que se comprobaban tarde a tarde en triunfos muy particulares. Que en nuestros días su destino y situación no sean tan claros, e incluso se haya visto involucrado en situaciones deshonestas, no es motivo para desacreditarlo. Aquello quedó como muestra de sus capacidades.
Lo mismo sucede con Julián López “El Juli”, que habiendo nacido en Madrid en 1982, a muy temprana edad se traslada junto con su padre a México, donde van a ocurrir sus primeras presentaciones más que como novillero, como becerrista. Así que este país de alguna forma se convierte para Julián en el caldo de cultivo, en la primera formación espiritual y artística que hoy sigue causando admiración y respeto. “El Juli” será otro de los integrantes del elenco en la temporada que arrancará el próximo 6 de noviembre en la plaza de toros de Insurgentes.
Julián López en reciente triunfo de la temporada española de 2011. Disponible 25 de octubre de 2011, en: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=9789
En José Tomás cabe también un caso muy similar al desarrollado por Julián López. También siendo un “chamaco”, viene a México donde se desarrollan sus “primeras letras” en la tauromaquia, por lo que el de Galapagar lleva un peso de carácter mexicano en su forma de hacer y entender el toreo, mismo que lo ha conducido a cimas sólo comparables a las que hace más de 60 años puso en práctica Manuel Rodríguez “Manolete”, recordando que el cordobés fue uno de los toreros más queridos de nuestra afición, como lo es hoy día este otro, lleno de misterios.
José Tomás, se formó en México desde temprana edad. Hoy día es una gran “figura del toreo”. Disponible 25 de octubre de 2011, en: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=10024
Michael Lagravere, también se encuentra en esa misma condición. Todo parece indicar que siendo su padre el tutor y responsable de sus acciones y decisiones, ha sabido conducirlo y encauzarlo (no sé si condicionarlo) hasta convertirse en una especie de “niño prodigio”, asimilando la condición tan específica que poseen los toreros, hasta el punto de dominar sin mayores dificultades el complejo oficio de lidiar y matar reses bravas que, a su edad, siguen siendo todavía, becerros.
Disponible 25 de octubre de 2011, en: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=9775
Me admira el caso de otros tantos niños, como son: Juan Pablo Llaguno, Nicolás Gutiérrez, Adrián Estrada, Ricardo Rocha o la niña Milenia Salazar que seguramente quiere verse reflejada en Hilda Tenorio, otro ejemplo de formación habida desde temprana edad y que se materializó en su alternativa, convirtiéndola en la más reciente de las matadoras de toros en México.
Juan Pablo Llaguno, depositario de una “dinastía” que no sólo representa a un Ganadero Señor. También, a un torero en potencia. Disponible 25 de octubre de 2011, en: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=galprod&id=1818
A lo que se ve, seguirán presentándose capítulos y presencias de niños y niñas toreros, cuyos destinos pueden ser más claros si para ello tienen oportunidad de pasar por algunas escuelas que, como la de Aguascalientes, están formándolos desde esas tempranas edades, conscientes sus maestros y tutores, de que preparan a futuros profesionales. Que el destino sea o no una presencia importante que determine caminos a seguir, es algo que todavía estará por resolverse en sus vidas.
Dinastías mexicanas. Entre otros: Luis Castro “El Soldado”, Manuel Capetillo, Alfonso Ramírez “Calesero”, Fermín Espinosa “Armillita”, Juan Silveti, Lorenzo Garza, Eduardo Solórzano que acompañaron a sus hijos. Foto, Col. del autor.
Como penúltimo capítulo de esta pequeña serie, he podido reunir hasta ahora sólo algunos ejemplos que vienen desde mediados del siglo XIX y que continúan vigentes en lo que va del XXI con nombres como los aquí referidos, mostrando que no son casualidades, sino realidades plenas. En unos se materializó totalmente; en otros sólo fue una experiencia. Sin embargo, con todos los elementos citados es posible entender que la historia no sólo tiene en W. A. Mozart o en el discutido capítulo de los “Niños Héroes” que se convirtieron en figuras emblemáticas durante la guerra contra los Estados Unidos de Norteamérica, justo en septiembre de 1847, nutrientes de páginas que revisten orgullo. También en los “niños toreros” encontramos esa condición que admira y espanta al mismo tiempo. He visto en la plaza de toros “México” justo cuando han ocurrido casos en que se presentan niños toreros, que acuden con más frecuencia padres que acompañan a sus hijos, quizá con la intención de mostrarles un ejemplo más que se convierta en referente o modelo a seguir. Si en esas circunstancias es posible que los otros niños, desde el tendido entiendan que puede haber con alguno de sus iguales enfrentando a un becerrito, y eso se convierta en posibilidad de destino me parece que su mente no se daña. En todo caso, debe configurarse algo que signifique construir el querer ser… como alguien.
Habiendo traído hasta aquí varias imágenes propias del portal de internet ALTOROMEXICO.COM (http://www.altoromexico.com), aprovecho esta oportunidad para enviarle un saludo afectuoso a mi amigo Juan Antonio de Labra, quien hace algunos días ha tenido precisamente la fortuna de alcanzar, bajo su dirección, los primeros cuatro años de existencia, pero también el disfrute de que su página ha sido visualizada por poco más de un millón de visitantes. Este es un buen momento para desearle parabienes. ¡Honor a quien honor merece!