A los aficionados en general:
Hago una atenta invitación para la conferencia que dictaré el próximo lunes 5 de diciembre de 2011 en Tenancingo, estado de México. Este es el cartel:
Por su atención, muchas gracias.
A los aficionados en general:
Hago una atenta invitación para la conferencia que dictaré el próximo lunes 5 de diciembre de 2011 en Tenancingo, estado de México. Este es el cartel:
Por su atención, muchas gracias.
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EFEMÉRIDES TAURINAS DE SIGLO XX.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
UN ENCIERRO DE RANCHO SECO LIDIADO EN CELAYA. EFEMÉRIDE DEL 4 DE FEBRERO DE 1940.
Digamos que la apreciación para este pequeño pasaje, nos da la posibilidad de observar tres diferentes ángulos. Uno, el que nosotros tenemos al admirar, como en perspectiva lo que el acercamiento de los otros dos nos da sobre un motivo específico: el encierro de esos cuatro ejemplares que pertenecieron a la ganadería de Rancho Seco, lidiados en la plaza de toros de Celaya, Guanajuato, el 4 de febrero de 1940. Con estos auténticos toros se las «entendieron» Jesús Guerra “Guerrita” y “Joselito” Campos, novilleros cuyo arrastre y popularidad se desplegaron en el coso de la calle de Aldama, de la todavía provincia población del bajío mexicano.
Desconozco qué fue de aquella tarde, pero el hecho es que con seguridad hubo cosas muy interesantes. La segunda imagen fue obtenida por mi padre, el señor Jesús Gustavo Coello Ramírez quien al unísono, mejor dicho al alimón, logró coincidir con la tercera, tomada al mismo tiempo por mi abuelo, el señor Pedro Coello Urenda, con lo que estas tres dimensiones, la nuestra, la que hoy planteamos, nos acercan al detalle de las otras dos y casi acariciar; admirar en una palabra, el trapío, la corpulencia, la cornamenta también de un encierro anunciado como novillada, pero que resultó ser una corrida de toros, que ¡oh casualidad!, cada vez se ven menos.
Son dos fotografías que reúnen la esencia de un acontecimiento ocurrido hace poco más de 70 años, con una carga de evocación maravillosa, porque una corrida de toros en Celaya levantaba impresionante expectación, que solo el recuerdo es capaz de sacudir a la memoria.
Frente y reverso con notas manuscritas.
Detalle del encierro de Rancho seco lidiado en la plaza de toros de Celaya el 4 de febrero de 1940. Fotografía tomada por Pedro Coello Urenda. Fuente: colección del autor.
Me atrevería a decir que no debe quedar nadie que nos dé un fiel panorama de lo que representó para los aficionados celayenses, la jornada del 4 de febrero de 1940, día que pasó entre celebraciones, pues conforme a calendario religioso, el día de la Candelaria, además de recordar que es el fin de la pascua, “al levantar al niño”, es una fiesta cuyo poder de convocatoria reunía a la de toros, en una cada vez más lejana conmemoración, reducida a sitios como Cañadas, Jalisco, donde siguen ocurriendo, como desde hace ya varios siglos esas intermitentes celebraciones.
Encierro de Rancho Seco lidiado en la plaza de toros de Celaya el 4 de febrero de 1940. Fotografía tomada por Gustavo Coello Ramírez. Fuente: colección del autor.
No quiero decir que la sola fiesta de la Candelaria haya desaparecido del calendario festivo en Celaya. Durante buen número de años los toros hicieron acto de presencia, armónica compañía que los nuevos tiempos, los cambios propios de diversas generaciones, sus diferentes sustentos culturales y hasta un desinterés evidente han hecho que una celebración más se pierda en el mar de la indiferencia o en la todavía aún más triste situación de falta de recursos para seguir estimulando ciertas tradiciones como el día de la Candelaria.
Finalmente, si observamos las tres imágenes, -porque la tercera la estamos creando nosotros, desde nuestra perspectiva-, como si fuera el conjunto que se dirige a un mismo objetivo, se tiene entonces una metaficción.
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POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Esta efeméride ocurrió el 3 de junio de 1877.
Se publicó en EL ÓRGANO DE LOS ESTADOS, D.F., del 2 de junio de 1877, p. 3:
TOROS.-Mañana los aficionados a esta diversión están de fiesta en Tlalnepantla, en donde el famoso Lino Zamora se promete lucir sus habilidades.
Detalle de la cromolitografía aparecida en La Muleta, D.F., año I Nº 13, del 27 de noviembre de 1887. Col. del autor. En esta imagen, Pepe García, recrea la competencia sostenida entre Lino Zamora (en la imagen) y Jesús Villegas allá por 1863 en Guanajuato.
Y sigue la nota:
Aconsejamos al público que no lleven relojes, pues los cacos se saben aprovechar de las ocasiones.
Ojalá y la empresa del ferrocarril cumpla con el reglamento vigente.
Debo apuntar, que por aquellos días del mes de junio, Lino Zamora realizaba pequeña temporada por esos lares mexiquenses. La plaza de toros en Tlalnepantla fue inaugurada entre abril y mayo de 1874, pero no fue sino hasta tres años después en que hay noticias de la presencia del que, al parecer fue guanajuatense, pero que los queretanos pelean como suya tan entrañable matria, para lo cual diversas y sabrosas evidencias proporcionadas por Heriberto Frías en sus Leyendas Históricas lo afirman como tal. El hecho es que el célebre Lino Zamora, quizá con 34 años de su edad, seguía imponiéndose en diversos puntos del país, rompiendo feudos para afirmar el suyo, ya fuese en Tlalnepantla o en Querétaro, o Guanajuato, o Zacatecas, lugar que el 7 de febrero de 1878 encontró la muerte, no precisamente por un arriesgado enfrentamiento con algún toro. No. Fue a causa de un triángulo amoroso, en el que su “matador”, Braulio Díaz, también se disputaba el amor de Prisciliana Granado.
De regreso por Tlalnepantla, destaca el hecho de que los asistentes, advertidos por la prensa, evitaran llevar relojes, “pues los cacos se saben aprovechar de las ocasiones”.
¿A qué se referirá el “reporter” cuando afirma que Ojalá y la empresa del ferrocarril cumpla con el reglamento vigente?
Las constantes quejas de las que se puede uno enterar en los periódicos de la época, destacan la informalidad en las salidas y llegadas de los trenes de la ciudad de México a Tlalnepantla y viceversa.
Quizá ese sea el reproche del que se hace énfasis. Por otro lado, existía un transporte aledaño como eran los wagones tirados por mulitas o también llamados “trenes de sangre”, seguramente por el esfuerzo que deben haber mostrado ya sea mulitas o caballos que tiraban aquellos carros, muchas veces, como en los días de corrida, llenos de gente, pero tan colmados de gente, que hasta El Ahuizote. Semanario feroz, hizo en apuntes de su ilustrador, una crítica ídem, denominando aquello que miraron los ojos del caricaturista como EL MUNDO AL REVES.-La civilización conduciendo a la barbarie, como puede comprobarse en la siguiente portada:
Portada de EL AHUIZOTE. SEMANARIO FEROZ AUNQUE DE BUENOS INSTINTOS del viernes 22 de mayo de 1874. En: María del Carmen Ruiz Castañeda. LA PRENSA. PASADO Y PRESENTE DE MÉXICO. Universidad Nacional Autónoma de México, 1987, p. 125.
No olvidemos que por esos días, se daba una intensa campaña por parte de escritores ilustrados que impugnaban severamente las corridas de toros, considerándolas como un efecto dañino del pasado. Tales acciones fueron encabezadas por Ignacio Manuel Altamirano y seguidas por otros personajes como Enrique Chávarri «Juvenal», aunque vistas con desparpajo por Guillermo Prieto.
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POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Vuelve con nosotros, luego de unas merecidas vacaciones nuestro “colaborador” Antonio de Robles, quien, con su DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703) va a encargarse de seguir dando cuenta de diversos acontecimientos relacionados ahora con el año de
1680
-Dedicación nueva capilla de Nuestra Señora de Loreto (5 de enero)
-Día dela Epifanía, misa, sermón y mucho concurso (6 de enero).
-Dedicación en San Felipe Neri de una colateral (29 de enero).
-Fiesta dela Universidad(18 de febrero).
-Fuegos, hachas, luminarias (5 de abril)
-Fiesta en San Agustín (28 de agosto).
Por cuanta noticia nos proporciona, se entiende que en cada una de ellas, aunque no hay una mención precisa de los hechos taurinos como tales, pero la circunstancia y razón festiva fue suficiente motivo para que, en el contexto de esas seis noticias, hubiese toros como parte no sólo de un patrón de comportamiento, sino como la manera convencional en el que la o las fiestas representaban suficiente pretexto para generar estos hechos. Además, algunos otros autores engrandecen, con sus “relaciones de sucesos” la magnificencia de esas y otras conmemoraciones, destacando la que aparece al final de esta pequeña nómina. Es decir, la obra de Carlos de Sigüenza y Góngora:
Alonso Carrillo y Albornoz. Descripción en verso, de la celebridad con que entró en México su nuevo virrey el Excmo. Sr. Conde de Paredes. México, 1680.
Diego Ribera. Festiva pompa con que se celebró en México el nuevo patronato del ínclito patriarca San José. México, 1680.
Juan Antonio Ramírez Santibañes. Pierica narración de la plausible pompa con que entró en… México, el… conde de Paredes… México: Francisco Rodríguez Lupercio, 1680, y
Carlos de Sigüenza y Góngora. Glorias de Querétaro. México: Vda. De Bernardo Calderón, 1680. (Contiene también Primavera indiana).
En la revisión hecha a esta obra,[1] se puede tener una idea de lo que, a los ojos del autor, entre otras obras de La libra astronómica y filosófica… representó aquel importante acontecimiento. Veamos.
Es una completa descripción de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Santiago de Querétaro, destacando desde un principio que se trata de “una de las más hermosas, grandes, opulentas, floridas y agradables…” Ningún lugar ni detalle escapan a sus apuntes, como es el caso de la “famosísima obra de la cañería y arcos por donde viene el agua limpia a la Ciudad…”
Gloria es de Querétaro… afirmó una y muchas veces en elogiosa exaltación nuestro autor los prodigios de dicha ciudad y el afán de muchos prohombres –en lo religioso o lo civil- que la fueron constituyendo con sus bienes, donaciones, aportaciones e ideas arquitectónicas hasta darle el lustre que alcanzó por aquellos años culminantes del siglo XVII.
Facsímil de la obra de Sigüenza y Góngora. En: José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 64.
En esta obra se vuelca el barroco en términos literarios, destacando el que fue leitmotiv de las susodichas fiestas: la devoción de María Santísima de Guadalupe y la manera en que se introdujo, indicando que para el efecto se pusieron en marcha las obras para levantar una iglesia suntuosa, a expensas de D. Juan Caballero y Ocio, Clérigo Presbítero y su posterior dedicación que se materializó en fiestas. Tal hecho ocurrió el doce de Mayo y de ahí, en adelante fue necesario ocupar otros tantos días más para continuar con los festejos, que no eran poca cosa por aquel entonces. La víspera hubo iluminación con candilejas y mecheros por todas las calles, se quemaron fuegos artificiales, entre cuyas figuras no faltaron los toros. Vino el repique de todas las campanas, acompañadas de multitud de tambores, clarines y chirimías, así como la representación de una Máscara por los indios de dicha jurisdicción que se confundían entre “chichimecos montaraces y otros bárbaros representantes que “horrorizaban a todos con algazaras y estruendos”. Aparecieron de pronto los carros triunfales mientras en otros puntos la puesta en escena con fondo musical y todo permitía desarrollar un auténtico “Tocotín Mexicano”, ostentosa representación de la “lucha” simbólica entre indios y españoles hasta que, finalizado el día, nuevamente se desplegaron los fuegos de artificio. Antes de las corridas de toros, también se representaron comedias (como la del Príncipe de Fez), certámenes poéticos, se lucieron algunos personajes con largos y cesudos sermones y así, el “programa” se repitió o enriqueció. Sin embargo:
Proviene de la obra que, en 1803, publicó el Br. D. Joseph María Zelaa e Hidalgo. Véase nota 1 a pie de página.
Aún todavía le restaba a la fiesta su complemento, porque aún no habían pasado el Lunes y el Martes de la semana siguiente, en cuyas dos tardes hubo dos Corridas de Toros, cuyas circunstancias no me ha parecido justo el que aquí se omitan. Fabricóse el Circo en la Plazuela de San Francisco, siendo de Don Juan Caballero cuanta madera fue necesaria para fabricar los tablados, los que se ocuparon con muy selecto concurso, sobresaliendo entre todos el que se destinó para el Noble Ayuntamiento de esta Ciudad y para toda la Congregación de Presbíteros Seculares de nuestra Señora de Guadalupe, con otras personas de distinción, a quienes festejó el generoso Caballero con cuantos agasajos costosos suelen ser ordinarios en estas tardes. En una y otra admiró la curiosidad el que todos los toros que se lidiaron fueran tan iguales en el color y las pintas, que no se diferenciaban en lo más mínimo los unos de los otros: fue esta una circunstancia que se arrebató los aplausos, y que pudo conseguir D. Juan Caballero en la multitud de ganado que poseía en sus Haciendas. Los Toreadores desempeñaron su oficio con toda perfección y magisterio.
Disponible noviembre 25, 2011 en: http://www.implanqueretaro.gob.mx/pdf/antecedenteshistoricos
Este mismo Caballero, que en todo se manifestó tan generoso, quiso en esta ocasión dar una nueva prueba de su generosidad y munificencia, mandando que ninguno de los Toros quedase en aquellas dos tardes con vida, y que todos se repartiesen en los Conventos Religiosos, en el Hospital, en la Cárcel, entre los Pobres, y que algunos de ellos quedasen en las calles, para que como bienes mostrencos fuesen del primero que les echase mano. Para sacar de la Plaza los Toros muertos, tuvo prevenido un hermoso tiro de cuatro Mulas con gualdrapas, guarniciones y cabezadas de grana, ribeteadas con franjoncillos de plata, que se acompañaron de plumeros, cascabeles y campanillas, las que gobernaron seis Lacayos con libreas proporcionadas; consiguiéndose aún en la menor de estas plausibles acciones, el que á beneficios de Don Juan Caballero se equivocase entonces Querétaro con la Imperial Corte de México, supuesto que nada se echó menos de lo que en ella se practica con pompa y con majestad, debiéndose a la liberalidad de un individuo solo lo que necesitaba de la solicitud de muchos para su complemento y su grandeza.
Descripción y detalle, despliegue de un lenguaje propio de la época, son en esencia, parte de esta experiencia al contemplar, con la mirada de Sigüenza y Góngora parte de lo que resultaron aquellos “fastos” y que no podía ignorar, dada su naturaleza y dimensión, que así como los disfruté espero que ustedes tengan el mismo sentimiento.
[1] Disponible noviembre 25, 2011 en: http://books.google.com/books?id=xAQOAAAAIAAJ&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false
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PONENCIAS, CONFERENCIAS y DISERTACIONES.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
María Aguirre e Ignacia Fernández que destacan al finalizar el XIX, junto con la española Margarita Fernández, quien ostentaba el alias de La Dorada a fuego, fungiendo como picadora; de ella se apuntaba en la prensa: “Esa Dorada a fuego debe ser un dije” sin faltar desde luego la «lid de los toros de muerte».
María Aguirre (1865-1963) decidió seguir una línea poco común en cuanto a la presencia que la mujer tuvo en México a finales del siglo XIX, asumiendo y haciendo suyo por tanto un papel protagónico donde la podemos ver participando activamente en quehaceres al parecer solo privativos del sexo masculino en eso de montar a caballo y realizar suertes arriesgadas.
Había estupendas actrices, cantantes, autoras, pero una que se distinguiera manejando las riendas, sentada al estilo de las amazonas, y colocando un par de banderillas a dos manos, de la misma manera que Ponciano Díaz, como lo muestra el impecable grabado de José Guadalupe Posada, por lo que la “Charrita” francamente era un “garbanzo de a libra”. De ahí que la María Aguirre escalara rápidamente hacia una cima, en la que, si no se mantuvo por mucho tiempo, lo hizo en cambio con bastante consistencia.
María Aguirre “La Charrita Mexicana” en plena madurez. Fuente: La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 26 de febrero de 1943, Año I., Nº 14.
Esposa en primeras nupcias con Timoteo Rodríguez.[1] El “acreditado artista” Timoteo Rodríguez era un consumado gimnasta, que para eso de los “trapecios leotard, el bolteo en zancos o los grupos piramidales” en que participaba no tenía igual, pues era de los que arrancaban las palmas en circos como el de la INDEPENDENCIA, ubicado en la calle de la Cruz Verde Nº 2. Precisamente, el admirable vuelo conocido con el célebre nombre LEOTARD, fue la última invención de este, suerte ejecutada por un solo individuo en dos trapecios, lo cual “causa admiración y sobresalto ver al artista salvar tan largas distancias cual lo puede hacer solo un ave”. A la muerte de este, ocurrida luego de padecer una cornada el 10 de marzo de 1895 y en la plaza de Durango, festejo a beneficio de su esposa, cornada que le causó un toro de Guatimapé. Por alguna razón, que llamaría descuido, se declaró la gangrena con tal rapidez que 4 días después falleció el que fue acróbata y torero al mismo tiempo. Curada la herida de la primera viudez, María casó una vez más, ahora con el cubano José Marrero, quien ostentaba el remoquete de “Cheché”. Este era otro torero de la legua, por lo que pronto se entendieron. Ambos continuaron sus andanzas, sobre todo al norte del país, sin dejar de hacerlo también en más de alguna plaza del centro del país.
José Guadalupe Posada. Un par de banderillas a caballo colocado por “La Charritamexicana”. Grabado en relieve de plomo. Fuente: Carlos Haces y Marco Antonio Pulido. LOS TOROS de JOSÉ GUADALUPE POSADA. México, SEP-CULTURA, Ediciones del Ermitaño, 1985.
La vigorosa ejecución de tan arriesgada suerte, el buril firme y seguro de Posada hacen que el resultado de la colocación de ese par a dos manos desde el caballo, siga levantando carretadas de ovaciones, a más de un siglo de haber ocurrido. Cuarenta años después, una guapa peruana recuperó –con otro estilo- la presencia femenina en los ruedos. Me refiero a “Conchita” Cintrón, de la cual se guardan gratos recuerdos.
Sin embargo, la presencia de “La Charrita Mexicana” y “La Guerrita” apodos de María Aguirre e Ignacia Fernández respectivamente, es de una importancia capital sin precedentes, pues ambas torean en diversas partes del país, cumpliendo bastante bien para los estándares de aceptación que tenía la mujer en esos momentos. Precisamente, y con motivo de un posible viaje por parte de María Aguirre a España, el Suplemento a El Enano, Madrid, del 18 de julio de 1895, p. 4, expresaba lo siguiente:
De El Arte de la Lidia, de México:
“Es un hecho que en este año, emprenderá viaje a España con el objeto de trabajar en las principales plazas de la Península, la popular y aplaudida Charrita mexicana, María Aguirre de Marrero.
En su viaje le acompañará su esposo el valiente matador de toros José Marrero “Cheché”, quien piensa tomar la alternativa en Madrid para después regresar al país”.
Ya verá la Charrita
y ya verá Cheché
que aquí los cornúpetos
no son de Guanamé.
Avanzado el siglo XX, una de las primeras mujeres que destacan es María Cobián “La Serranita”, a la que poco tiempo después acompañaría desde el caballo Conchita Cintrón y con los años se sumaría también Juanita Aparicio, surgida de la comunidad de charros y que se amalgamó perfectamente en el toreo de a pie, vistiendo además con la propiedad establecida en dicho entorno.
Con esa nueva expresión también llegó la mujer vistiendo el traje de luces (ya lo había hecho Juanita Cruz allá por los años 30 del siglo pasado) y cumpliendo con todas las formalidades establecidas por un espectáculo en el que “el torero” ha sido protagonista esencial. Juana Fernández “La Guerrita” en fugaz visita por nuestro país alternó con el torero de Atenco en un mano a mano, y se le puede admirar en algunas fotografías obtenidas por C. B. Waite o W. Scott en lo que probablemente sea la plaza de Tenango del Valle, o quizá la de Santiago Tianguistenco, allá por 1897.
La presencia de la mujer en el toreo como expresión estética o artística ha tenido, de siempre un papel importante. Ya vimos que es tan valiente como cualquier torero que se compromete con la vida y con la muerte, en los instantes del mayor peligro frente al toro. Pero también su imagen ha sido motivo para ser retratada en los cientos, quizás miles de carteles que nos recuerdan más de alguna tarde torera. En nuestro país, hubo a principios de siglo una “tiple” de fama, llamada María Conesa que, si no dedicó su actividad propiamente al espectáculo taurino, estuvo muy cerca y hasta tuvo la oportunidad de retratarse junto a un célebre toro, llamado BONITO de Arribas, Hnos. Corrían los primeros días del mes de febrero de 1908, en los corrales de la plaza el Toreo dela Condesa, el también famoso torilero Miguel Bello se encargaba de cuidar, acariciar a ese estupendo, bien presentado y bello animal que, por su sola presencia causaba admiración. Acudió la diva quien no quiso desperdiciar el momento, conservándose hasta dos fotografías que hoy son una auténtica curiosidad.
Juanita Cruz, María Cobián “La Serranita” y también Conchita Cintrón fueron “ídolos” en su momento. De Conchita Cintrón, no podemos olvidar sus creaciones literarias: ¿Por qué vuelven los toreros? y Aprendiendo a vivir, en las que encontramos, por encima de todo, el carácter humano, de sufrimiento y de gozo también, que tienen todos aquellos que pueden enfrentar en vida, la muerte de un lance torero.
Los TOREROS, las ganaderías bravas y el reglamento de las corridas de toros” (Edición coordinada por El Torilero). México, s.l.e., 1941. 80 p., p. 35.
María Luisa Garza escribió en 1922 el libro titulado Los amores de Gaona. San Antonio, Texas, E.U.A.[2] Curiosamente quedó firmado con el seudónimo de LORELEY. Independientemente de lo que cualquier torero puede despertar en cuestiones sentimentales y amorosas (Gaona tuvo consigo una aureola especial, cargada, lo mismo de su relación conla Moragas, tiempo después del escándalo conla Noecker), fue el mismo “indio grande” quien se encargó de aclarar que “los únicos amores intensos, verdaderos, son los de mi madre y de mi hijo; estos son los que realmente constituyen la razón de la vida y la felicidad de la mía”. Bajo esa realidad, María Luisa Garza deja esta novela como evidencia del carácter abierto en el que una escritora puede ingresar al género literario-taurino, que, como se ve, ya no se encuentra limitado a la creación femenina.
CONTINUARÁ.
[1] María actuaba como amazona en el circo “Toribio Rea”, donde conoció a Timoteo Rodríguez, casándose con él hacia 1885. Montaba de amazona y ponía los dos palos a la vez, con una mano, a la media vuelta.
[2] María Luisa Garza (LORELEY, seud.): LOS AMORES DE GAONA. San Antonio, Texas, E.U.A., Art Advertising Company, 1922. 112 p.
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CRÓNICAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Luego de celebradas tres tardes en la actual temporada “Grande” en la plaza de toros “México”, el balance en materia de ganado ha sido de auténtico fracaso. Hoy, ante las gestiones que vienen haciéndose para que la tauromaquia pueda convertirse en patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad, ¡con qué cara! podríamos salir airosos ante dicho intento, si un elemento tan esencial como es el toro, no hace acto de presencia en forma digna, al menos en la plaza más importante del país. Esa materia prima no ha presentado condiciones como para considerarla apropiada en términos de la dimensión que supondría la estatura del coso capitalino. ¿De quién es la culpa? ¿Cómo remediar ese abuso o la desmesura de su impresentable condición?
Se entiende que, para que un encierro de seis toros (y los excesos desmedidos de varios “regalos”) alcancen una calificación aprobatoria indudable, es porque la empresa hizo labor de “campo”, y se confió para ello en el trabajo de un “veedor” de todas las confianzas. Además, se tiene la certeza de que él o los ganaderos, están ofreciendo un producto que cumple con el libro de registros, es decir, se garantiza que tienen la edad reglamentaria. El o los criadores elegidos para una temporada, supongo, se esmerarán en preparar el lote de toros escogidos para mandarlos a la plaza con una presentación impecable, razón suficiente para elevar su prestigio.
Adquiridos esos toros y enviados a la plaza, son sujetos de la aceptación y/o rechazo que el Juez de Plaza, junto a los veterinarios deberán de valorar, en función de varios criterios. El primero de ellos es el del Reglamento, seguido del cumplimiento documental que avale sin sospecha alguna que se trata de toros. Si estos llegan a los corrales con una presentación más que sobrada de trapío, con cornamenta ofensivo-defensiva lo suficientemente desarrollada para que no queda la menor duda de que el producto ofrecido por el ganadero, con el aval del “veedor”, es en esencia suficiente motivo para el desarrollo de la corrida el domingo siguiente, día en que los integrantes de ese encierro se han recuperado del traslado de la ganadería a los corrales, circunstancia que trae consigo la pérdida de su libertad para pasar a un cautiverio, causándoles “stress”, baja de peso, negativa de comer o beber agua en otro espacio que no reconocen como suyo. Todo lo anterior se convierte en la suma de factores en contra que podrían ocasionar aceptación o rechazo, antes de proceder al sorteo. Si el ganadero envió un lote mayor en número de lo previsto, o si la empresa dispone de toros de reserva, es probable que cualquier imprevisto, en el cual la toma de decisión del Juez de plaza y veterinarios, quede totalmente superado, por lo que existen condiciones para celebrar el sorteo y con ello, razón previa autorizada para que el festejo se realice conforme a todo lo previsto. Luego, con la salida de seis ejemplares dignos de la crianza de su ganadero, sucede o discurre –en teoría- una buena tarde, ese factor dependerá de muchas otras causas. Lo importante es destacar que han salido, por la puerta de toriles, simple y sencillamente toros. Lo demás viene por añadidura, aunque es de esperar la presencia de un reflejo contundente a lo largo de toda la lidia. Ello estará indicando si los empeños del ganadero fueron los correctos o no, en aras de mantener vigente la casta de la que provienen sus ejemplares, afirmando lo que en México se llama “reata”, que en términos de crianza significa mantener los valores de bravura y nobleza aunados a los de la vigorosa presencia de esos maravillosos animales.
Lamentablemente estos apuntes solo tienen una fuerte carga de idealismo. En la realidad, está ocurriendo lo contrario y si por alguna razón me equivoco, apelo a los resultados que esos tres festejos han arrojado en términos de presencia y juego mostrados por 24 animales que ni por casualidad han cumplido con el status de toros, ni sus juegos o lidian han tenido la digna calificación ya no digo de extraordinario, sino de bueno, sin más.
Por eso, como al principio me pregunto: ¿De quién es la culpa?, si el gran ausente hasta ahora ha sido el toro en una plaza de toros.
Cualquier abuso, colma la paciencia de propios y extraños. Reiterarlo una y otra vez convertirá la maniobra cómplice en el consabido “tanto va el cántaro a la fuente… hasta que se rompe”. Quienes están involucrados en esto, a lo que se ve, no está midiendo las consecuencias, tanto de sus excesos como de sus errores. Ojalá y no se presente un episodio desagradable, incluso antes de tiempo pues detonando sin remedio, creo también que se estrellan contra el piso muchas aspiraciones, quedando todos nosotros en evidencia por culpa de unos cuantos. Además, si los medios de comunicación no realizan su labor de manera digna, honesta, clara y contundente, estaremos ante un caso evidente de exaltación de la mentira. El público que paga un boleto, se nota, es en su mayoría, una masa crítica que no está dispuesto a tolerar ese tipo de abusos, de “tomadas de pelo”, como ocurrió con la devolución de ese primer “toro” que le correspondía a Enrique Ponce en la tarde inaugural. El público, que no la afición, se da cuenta de si hay o no condiciones de calidad. Muchos asistentes en estos últimos tiempos son entusiastas interesados que acuden a la plaza, como resultado de la publicidad, del poder de convocatoria que generan los carteles, más que la profundidad o no de su conocimiento, pues esa formación se va a dar en la medida en que se integren de manera permanente a la fiesta, la hagan suya y se documenten en forma ávida y personal hasta adquirir perfiles de conocimiento adecuado que los convierta en aficionados, dispuestos a seguir con sus “pasiones” el decurso de la tauromaquia de aquí en adelante. Aunque también es probable, en el peor de los casos, el desencanto y abandono definitivo ante las demasiadas evidencias de hacerles creer una cosa cuando están viendo otra.
Si con todo lo anterior los que detentan el control de esta circunstancia aún siguen empeñados en seguir mintiéndole a la afición, a los públicos, a la prensa y a sí mismos, me parece que este será un propósito fallido, un capítulo más de sus terquedades, de sus obsesiones, de sus caprichosas formas de seguir engañando y cumpliendo con intereses muy poderoso$ que sólo benefician a unos cuantos, pero afectan, y mucho, a la fiesta de los toros en general, al punto de someterla al riesgo de que su reputación quede, una vez más, en la peor de las dudas.
22 de noviembre de 2011.
Archivado bajo CRÓNICAS
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
En el historial de la plaza de toros del Paseo Nuevo, puede recogerse un pasaje además de curioso, escandaloso. Resulta que el sábado 25 de septiembre de 1858, fueron ejecutados a las afueras del coso de Bucareli, cinco reos, acusados de haber cometido tremendo asesinato. Veamos.
Aviso de la ejecución. La Sociedad, D.F., del 25 de septiembre de 1858, p. 4.
En la Defensa leída el 5 de agosto de 1858, en los estrados de la Exma. Tercera sala de la Suprema Corte de Justicia, por Luis M. Aguilar y Medina, abogado defensor de Trinidad Carrillo y Quirina Galván, acusados en la causa relativa a los robos y homicidios que se verificaron en la hacienda de Chiconcuac, la noche del 17 de diciembre de 1856, y en la de San Vicente Zacoalpan, la mañana del 18 del mismo mes y año. México: 1858. Imprenta de Manuel Castro, calle de las Escalerillas número 7. 64 p.
La famosa causa llamada de “San Vicente” comenzó a armar revuelo desde que ocurrió la noche del 17 de diciembre de 1856 por el sitio llamado “la Hoyadel Socavón”, cerca de Chiconcuac, y en la madrugada del 18 del mismo mes y año en la hacienda de San Vicente Zacoalpan, donde
Trinidad Carrillo, de la hacienda de Dolores, casado, labrador de 40 años; Miguel Herrera (a) Cara de Pana de Amacusac, soltero, azucarero, de 33 años; Inés López (a) El Maromero de la hacienda de San Nicolás, soltero, jornalero, de 24 años; Camilo Cruz Barba (a) El Chato, de la hacienda de Chiconcuac, soltero, jornalero, de 18 años; Nicolás Elite (sic) de Xochi, soltero, jornalero, de 43 años fueron condenados a la pena de muerte, luego de cometer (véase p. 3) asesinato en la persona de D. Nicolás Bermejillo y Víctor Allende, quien separó de a Trinidad Carrillo de su trabajo por los perjuicios que causaban sus animales y quien, al parecer, quedó bastante resentido, junto con su esposa Quirina Galván, la cual llegó a decir “que había de tener (el dicho Bermejillo) más consuelo sino que los españoles de la hacienda se habían de revolcar en su sangre: que supieran que a ella se debía haberse contenido un suceso, porque ella y su familia les servía allí de mucho; pero que una vez separados de allí, pronto sabrían los resultados”.
“Nos corren por don Víctor, y no he de tener más gusto que verlo revolcado en su sangre” remató diciendo doña Quirina.
Tales declaraciones las negó, aunque fueron contundentes en la causa porque en su juicio o en él, el hecho es que comenzaba a escribirse la sentencia. Casualmente ya no se le vuelve a citar en el juicio.
Por su parte Trinidad, para cometer los asesinatos, también se ayudó de María Sabina Coria, amasia de élite, de 26 años que fue condenada a un año de reclusión en la cárcel de Cuernavaca. Igual con Isidro Carrillo, de Xochi, casado, labrador, de 41 años, prófugo y de Mariano Marcelo Bernal (a) Chelo, portero de la hacienda de San Vicente, condenado a 10 años de presidio con retención.
En medio de un incierto juicio se fue desahogando el caso, donde Luis M. Aguilar y Medina cuestiona que estos personajes, sobre todo Trinidad Carrillo hayan sido los culpables de todo aquel asunto, y afirma la probabilidad de que por coincidencia se haya hecho presente una gavilla de delincuentes, bien organizada para cometer el asesinato. Claro, hubo un reparto del botín por parte de los acusados que no les niega –en consecuencia- su participación. ¿Estos cometieron robo o asesinato o ambas acciones de manera concertada?
Además de Bermejillo y Allende, también fueron victimados Juan Bermejillo, Ignacio Tejera, León Aguirre (españoles).
Todo parece indicar que quien encabezaba aquella desagradable cuadrilla de bandidos y asesinos fue producto de la reunión celebrada en el cerro de Zayula el 17 de diciembre de 1856, dos gavillas de malhechores que regenteaban, una Matías Navarrete, y la otra Nicolás élite que de inmediato se dirigieron a Chiconcuac a consumar sus bajas pasiones.
Una notoria incompetencia de los jueces llevó el caso a tener en Trinidad Carrillo a un reo cada vez con más cargos y acusaciones. El responsable de aquella acción, Nicolás élite, todavía tuvo oportunidad de pedir se le nombrase nuevo defensor.
“ACTO DE EJECUCIÓN DE LOS CINCO REOS CONDENADOS A MUERTE por los asesinatos y robos cometidos en las Haciendas de S. Vicente y Chiconcuac, cuya Ejecución se verificó el día 25 de Septiembre de 1858, entre 9 y 10 de la mañana”. Este curioso grabado presenta toda la escena a las afueras de la plaza de toros El Paseo Nuevo. Aquel sábado que quedó marcado para los cinco reos no nos indica si al día siguiente, 24 de septiembre, las puertas del coso abrirían sus puertas normalmente.
Fuente: Salvador Novo: Hoy día, hace ciento. México, editorial Porrúa, 1971.
Además, esta escena, proviene del siguiente libro:
Acusación fiscal que en la tercera sala de la Suprema Corte de Justicia pronunció el Sr. Ministro Fiscal de ella don José María Casasola, en la causa instruida a varios reos, por el asalto, robos y asesinatos cometidos la noche del 17 y mañana del 18 de diciembre de 1856, en las haciendas de Chiconcuac y S. Vicente del partido de Cuernavaca, perteneciente al departamento de México. México, Imprenta de A. Boix, a cargo de Miguel de Zomoza. Cerca de Santo Domingo número 5. 1858. 87 p. Ils., retrs.
Luego fueron dictándose una a una las sentencias, por parte de los licenciados José Antonio Bucheli, Ignacio Sepúlveda, Ignacio Aguilar, Miguel Atristain. José María Bocanegra, Marcelino Castañeda y Teodosio Lares. Hubo también diligencias practicadas de orden del supremo gobierno en la capilla de la ex – acordada, contra los reos Carrillo, Cruz Barba, Inés López y Miguel Herrera, a consecuencia de la solicitud que hizo el Presbítero D. Francisco J. Aguilar y Bustamante, a nombre del reo Trinidad Carrillo para que se le indultara de la pena capital a que quedó condenado.
Casualmente, sólo el Teatro Nacional programó una función para el día siguiente.
La Sociedad, D.F., del 26 de septiembre de 1858, p. 4.
Mientras tanto, la actividad taurina que registró la plaza, tuvo efecto hasta el martes 5 de octubre. 5 toros de Atenco. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, aunque no hay cartel publicado en la prensa, salvo del que da razón del siguiente festejo, ocurrido el domingo 10 de octubre siguiente:
La Sociedad, D.F., del 10 de octubre de 1858, p. 4.
Por circunstancias con fuerte trasfondo político, este cartel que celebraba el “memorable y glorioso día 27 de septiembre de 1821”, no pudo realizarse como era de esperarse el lunes siguiente, que fue 27, contando con la presencia del Sr. Presidente de la República, Gral. D. Félix Zuloaga. Se sabe que quien cargaba con un fuerte sambenito era el Gral. Juan Álvarez, uno de los principales sospechosos en este grave y delicado asunto, el cual se consumó con la ejecución al viejo estilo de los tiempos de la Inquisición; es decir aplicando garrote vil. Por esos meses, se establecieron una serie de garantías procesales en las materias civil y penal, y se prohibieron la tortura, los azotes y las penas trascendentes o infamantes, pero se conservó la pena de muerte para causas graves como la traición a la patria, el parricidio y el homicidio con alevosía, premeditación y ventaja.
Sin habérmelo propuesto, me parece que además de recordar algunos hechos relevantes, dentro o fuera de la histórica plaza del Paseo Nuevo, estos pasajes se convierten en una buena oportunidad para evocar a dos importantes personajes de aquel momento. Su constructor, el Arq. Lorenzo de la Hidalga y el torero Bernardo Gaviño, dos españoles que se metieron en la entraña de la forma de ser y de pensar de nuestro pueblo mexicano.
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EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Hoy, 19 de noviembre de 2011 celebramos el 155 aniversario del nacimiento de Ponciano Díaz Salinas, por lo que considero oportuno no dejar escapar tan importante hecho y recordar a nuestro personaje.
Vió la luz primera en la hacienda de Atenco. Fue hijo de D. José Guadalupe Albino Díaz “El Caudillo”, hábil vaquero de la propia hacienda, enclavada en el Valle de Toluca, en el estado de México. Su madre, Doña María de Jesús Salinas. Para entender mejor esta destacada figura, escribo a continuación una semblanza humana del personaje.
PONCIANO DÍAZ SALINAS REPRESENTA EN LO TAURINO AL SIGLO XIX MEXICANO.
Ponciano Díaz Salinas representa en lo taurino al siglo XIX mexicano. Y no es para menos, debido a la complicada forma en que debemos entender aquel espacio histórico, lleno de conflictos internos, de convulsiones y de complicadas situaciones que, aunque impiden verlo de pronto con absoluta pureza, buscamos entenderlo quienes como historiadores tenemos compromiso de llevarlo hasta ese territorio donde la claridad sea dominante.
Su profunda personalidad ha sido motivo para estudiarla desde diversas perspectivas. Sobre todo la humana, esa que siempre está llena de laberintos. Habiendo nacido, como es de todos conocido, el 19 de noviembre de 1856 en la hacienda de Atenco, su protagonismo en el último tercio del siglo decimonónico nos obliga a poner los ojos con un alto grado de atención para entender la forma en que influyó en esa tauromaquia mexicana, espejo fiel, como ya quedó señalado, de lo que fue y significó aquella centuria en el destino de nuestro país. Ponciano parece ser uno más de esos personajes arrancados de la leyenda –entre patriótica y mitológica- que navega también, entre el héroe y el antihéroe. Su presencia no fue una casualidad. Cuando ya galopaba seguro de sí mismo por cuanta plaza, por cuanto pueblo y ciudad pudo pasar, las multitudes se le rendían incondicionalmente, hasta el punto de la frontera con la glorificación. Ese torero híbrido, a pie y a caballo, logró encontrar y aprovechar el secreto de una afirmación taurina que se consolidó en varios territorios: Atenco, Bernardo Gaviño y el nacionalismo, que más tarde devino patriotería y aún algo más doloroso: la decadencia.
En Atenco convivió de manera cotidiana con los quehaceres propios de una hacienda dedicada y destinada, entre otras cosas, a la crianza del toro bravo. Durante esa época, quien dedicó grandes esfuerzos a encontrar el toro ideal fue Bernardo Gaviño, diestro español por nacimiento; mexicano por adopción. El encuentro que durante más de 300 ocasiones tuvo con los atenqueños a lo largo de 40 años, permite entender la acertada elección del ganado que pastaba al pie del Valle de Toluca. Por eso, la presencia de don Bernardo era constante y deben haberlo considerarlo como uno más entre quienes participaban en las tareas campiranas, en muchos de cuyos lances convivieron juntos primero el padre de Ponciano, José Guadalupe Albino Díaz, quien además ostentó el famoso grado de Caudillo, es decir ocupaba la función de segundo jefe o subalterno del caporal. Más tarde, el joven Ponciano que debe haber encontrado en el “Maestro” al guía espiritual que esperaba para seguirlo y con quien tuvo que acercarse para formularle su mayor propósito: “Quiero ser torero…, como usted”.
Mientras para Gaviño pasaban los mejores años, pero su influencia seguía siendo una pesada losa en el medio taurino mexicano, Ponciano ascendía por la ruta tentadora de la popularidad a pasos muy rápidos. El toreo de esas épocas era fascinante, pero también un caos. Como el país. Hoy día es difícil entender la forma en que se planteaba una tauromaquia que convivía permanentemente con mojigangas, jaripeo, manganeo, fuegos de artificio, toros embolados y otra serie de invenciones y recreaciones que quedaban materializadas en una misma tarde. Ese comportamiento lo mantuvo Bernardo Gaviño, pero también lo alentó Ponciano Díaz. Y habiendo muerto el de Puerto Real, en1886, a Ponciano no le quedó otro remedio que defender a ultranza aquella razón de ser de la tauromaquia mexicana, mientras comenzaban a soplar vientos enrarecidos que llegaban de allende el Atlántico. Por eso debe haber intensificado el nacionalismo en cuanto aparecieron en escena un conjunto de diestros españoles que, a partir de 1882 y hasta 1888 en que logran su objetivo principal: el de consumar la “reconquista vestida de luces”. Tal “reconquista” debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole eso sí, una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.
México Gráfico, del 1º de julio de 1888, p. 2.
Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX, tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.
Dueño de la situación, es motivo de versos, litografías, corridos, grabados, exaltación, sin más. Inaugura con recursos propios su plaza, la de Bucareli un 15 de enero de 1888 y a su carrera, ascendente, no le falta más que consolidarla con la alternativa, práctica común en España desde hacía algún tiempo, pero que en México no se consideraba como necesaria. Para qué, si estaba Ponciano. Y Ponciano aceptó el reto, para lo cual se fue a España y allá la recibió un 17 de octubre de1889. A su regreso, las cosas no fueron iguales. De nuevo, en suelo mexicano, sus seguidores, que eran legión, consideraron que aquello era una traición y se lo echaron en cara, por lo que poco a poco la popularidad vino a menos, hasta el punto de la decadencia, y donde si no lo dijo, como dicen que lo expresó Rafael Guerra “Guerrita”, su padrino: “No me voy… me echan”, debe haberlo pensado mientras en medio de diversas derrotas, no sólo se le echaban encima sus partidarios. También aquel ejército de toreros hispanos que impusieron el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna.
Sin embargo, la obra de Ponciano Díaz puso de manifiesto la independencia taurina mexicana y que hoy valoramos en toda su dimensión, consientes de que aunque fue rebasada por los nuevos tiempos, sirvió para apuntalar el sentido de unos principios de auténtica libertad, supeditados eso sí, a los esquemas técnicos impuestos, para bien o para mal por su antiguo maestro Bernardo Gaviño, de quien por cierto tomó distancia, no sabemos si por diferencias de conocimientos, o por el hecho de que ambos, dueños de gran popularidad, entraban en pugna.
Hoy día, con un legado de información que resplandece más y más al “torero con bigotes” podemos entenderlo mejor, gracias al hecho de que se convirtió en un personaje popular de altos vuelos, pero ser humano al fin y al cabo, de carne, hueso y espíritu que al cometer aciertos y errores se convierte en uno más de los que deben pasar por el juicio de la historia para valorarlo en su dimensión más plena. Bien lo decía el historiador holandés Jacob Burckhardt: “No regañemos a los muertos. Entendámoslos”.
El personaje que fue Ponciano Díaz Salinas vuelve hoy a plantearnos la posibilidad de conocer, con una mejor perspectiva qué fue y qué significo no sólo para el siglo XIX. También para la tauromaquia mexicana. De ahí que conmine a las autoridades aquí presentes a recordarlo en su justa dimensión ahora que se acerca el año 2010, momento en que ocurrirá una de las mayores reflexiones sobre el Bicentenario dela Independenciay el Centenario dela Revoluciónmexicanas. Ofrezco para ello mi quehacer que, en tanto historiador he realizado desde hace más de 20 años alrededor de esta figura peculiar del toreo nacional para lograr que los mexiquenses sepan de aquí en adelante el papel protagónico que desempeñó nuestro personaje. El trabajo de acopio sobre su iconografía, la revisión hemerográfica o bibliográfica de la época, el análisis que supone ese paso que arranca en 1877 y llega a 1899 no terminan ahí. Apenas si le conocemos. Por esa y otras razones, es que pongo a la disposición de las instituciones académicas o de aquellos interesados, todos mis materiales que podrían integrar un capítulo de revisión a fondo de su vida y su obra. Ponciano merece dedicarle tiempo, publicaciones, exposiciones y reflexiones para que terminemos conociéndolo mejor.
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EL ARTE… ¡POR EL ARTE!
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
¿HACIA DONDE VA EL TOREO COMO ARTE Y EXPRESION? (Un recorrido, una reflexión por el tiempo).
Estas reflexiones fueron escritas en 1995, hace 16 años, lo que indica el punto de comparación de aquellas visiones con las que actualmente tenemos acerca de la fiesta de los toros.
A escasos 5 años de que arribemos al siglo XXI, la fiesta de toros sigue acumulando una infinidad de acontecimientos siempre en medio de intensos debates. Fiesta y diversión a la vez, la de toros alcanza en España, y como una realidad de su raíz profesional casi mil años de construcción permanente, lograda desde el momento en que por motivos nupciales de don Sancho de Estrada y doña Urraca Flores en la provincia de Ávila se realiza en ese año de 1080 concertada ocasión de lidiar (gente de a pie y de a caballo) «seis toros bravos y esquivos» en el coso de san Vicente. El mismo don Sancho, diez años después se distinguió como un bravo lidiador a caballo junto a Pedro Ansúrez y Pedro de Trava.
Si se trata de remontar la fiesta hasta el mundo romano encontramos que los emperadores Julio César, Claudio y Nerón [Julio César (360-63 d.C.); Claudio (41-54 d.C.) y Nerón (54-68 d.C.) ambos dentro de la dinastía Julio Claudia] introdujeron y fomentaron las corridas. Dice Fernando Claramount: Gordiano I [238 d.C.], cuando todavía era Questor, importó cien toros de Chipre (Touri Cypriani centum… haec omnia rapienda concessit die muneris, quod sextum edididt, Capitolino, Gordiani, tres: 3).
Tesalia fue el sitio donde la acción de lidiar con toros (lidia es el conjunto de suertes que se practican con el toro desde que se le da suelta del toril hasta que se arrastra. Se pueden hacer dos calificaciones: la lidia a pie y la lidia a caballo…) tuvo sus partidarios entre la élite de la juventud, convertida en verdadero juego nacional; y de esto hace más de tres o cuatro mil años. En reciente publicación de L. Alejandro Mora B., El enigma de la fiesta. México, Plaza y Valdés, 1995. 137 p., nos dice: El enigma de la fiesta se extiende [con] una profunda antigüedad que hasta el momento, en cuanto a ingredientes de la FIESTA COMO RITO o como diversión, innegablemente se presenta [desde] el 2,500 a.C.
Teseo y Minotauro.
Así no se antoja aventura -continua Alejandro Mora- iniciar una historia en torno al origen del TOREO en la cultura Cretense, dejando como meras hipótesis más remotas la relación hombre-toro que existió entre los asirios, egipcios y los mismos iberos o pre-iberos y la que se vislumbra en algunos pasajes de la BIBLIA, misma que algunos estudios han demostrado, pero al parecer se trata de algo diferente, de «sacrificio», como podrá ser de cualquier otro animal, y no de «Fiesta Táurica»; tan sólo recuérdese el CULTO DE MITRA.
Y termina diciendo: En esta tesitura, aunque parezca arbitrario o caprichoso el origen de la FIESTA O TAUROMAQUIA, con antecedentes TAUROBÓLICOS y TAUROFÓRICOS, es lógico asentarla en la maravillosa CULTURA CRETENSE…
Y si de alguna manera queremos navegar por un principio más remoto pero incierto, aunque no descalificado por la imagen testimonial y la leyenda de que se rodea, caemos en los mitos de Hércules y el toro, el rapto de Europa y la lucha del Minotauro en el laberinto, el rito de la taurocatapsia, la imagen del toro en las culturas asiria, del oriente medio, egipcia para llegar hasta una preocupación intelectual de José Ortega y Gasset: la caza y los toros representado en buen número de estelas rupestres como Minateda, Alpera, Remigia y por supuesto Altamira, por lo que, puede decirse simplemente que «el toreo nació en Altamira».
Esto es, el cuerpo de la tauromaquia en cuanto tal que comienza a tener una forma desde hace más de tres mil quinientos años, se ha ido transformando lenta o radicalmente según las circunstancias, donde el pueblo siempre ha jugado un papel de espectador y protagonista al mismo tiempo, atestiguando con el lento discurrir de guerras y reinados; o de la nobleza que quiere controlar desde el caballo una hegemonía obtenida tras la guerra de los ocho siglos (711-1492), aunque decadente cuando declina el destino español en manos ajenas (los borbones). Hegemonía que se traza bajo principios bélicos, con los cuales deambuló por plazas hasta la transformación que devino en un concepto estético.
Es una larga historia que hoy presenciamos como producto y suma de consecuencias milenarias o centenarias, las cuales mueven a cuestionar lo que será del toreo para después. En tanto la tauromaquia actual se mece en la balanza de la aceptación y el rechazo, por fortuna más de aquella que de esta. Ahora mismo es un espectáculo refinado, cada vez más lejos de la tragedia y cada vez más cerca del imperio pausado del ritmo y cadencia de la danza, una danza que aunque macabra (recordando la obra musical de Camile Saint-Saëns) va desprendiéndose más y más de su expresión original, dura y trágica; amarga y terrible con que se ha venido representando desde el inicio del siglo XX. Nuestro siglo recoge una fuerte influencia decimonónica que se carga de dureza al principio, y conforme avanza y se desarrolla logra los perfiles que le conocemos.
Caballero en plaza. Obra de Rosana Fautsch Fernández.
¿Hacia dónde va el toreo? Nadie puede saberlo, ahora que su expresión causa emociones singulares sin alejarse del sentido que la costumbre ha establecido. ¿Qué le depara a la diversión popular de los toros en los próximos tiempos? ¿Ocurrirá la permanencia o la decadencia? Un siglo XXI que se presenta como símbolo de la tecnología más refinada al servicio de una sociedad cada vez más obligada a sintetizar los conocimientos en estos maravillosos descubrimientos como la computadora por ejemplo, tiene que volver la cara -seguramente- a las tradiciones que nos constituyen para seguir entendiendo cómo hemos sido capaces de lograr la madurez de nuestra cultura, o la inmadurez también si pensamos que no ha sido posible superar viejos postulados que se arraigan entre las nuevas generaciones; si ya en el siglo XIX se cuestionaba profundamente el hecho de conservar todo aquello con lo que se estableció la cultura hispana desde la conquista y colonización mismas. Ya lo decía José Vasconcelos, «incorporamos a España como parte nuestra. No a la España de la conquista y el coloniaje, sino a la España que ha hecho posible la rica identidad étnica y cultural de la región. España no sólo trajo arrogancia y codicia, sino también el espíritu en que se había formado bajo el largo dominio islámico. Ocho siglos en los que el español que descubrió, conquistó y colonizó a América, ha aprendido a mezclarse con razas y culturas diversas a la propia».
Son solo cinco los años de diferencia con el próximo siglo, y para el toreo muchas las expectativas. Aunque la tendencia es que sea inamovible durante buena parte de tiempo porque satisface las exigencias comerciales por un lado, las técnicas y estéticas por otro, a pesar de que este factor sea el que se cuide más con respecto al otras circunstancias. Por ahora, los toreros imponen sus estilos y sus escuelas, la van perfeccionando y depurando también. Ya lo decía Arturo Gilio luego de su faena a un toro de Rodrigo Aguirre la tarde del 26 de febrero de 1995, que con respecto a cargar la suerte encuentra no ya el típico y acostumbrado arquetipo que establecen las escuelas, sino uno diferente que él se ha acostumbrado a entender y a proponer también.
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PONENCIAS, CONFERENCIAS y DISERTACIONES.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Si bien, las mojigangas fueron ya toda una realidad entre los años que aquí se apuntan, ya hay desde el primer tercio del siglo XVIII insinuaciones claras de ese patrón de comportamiento, aunque no tan evidentes como ocurriría más adelante, sobre todo durante el siglo XIX.
En diversas consultas sobre documentos de la época, apenas si sabemos nombre de personajes secundarios, por lo que siendo Ana María de Guadalupe y Nava Castañeda una protagonista en ese tenor, parece que pretender seguir adelante con escasos testimonios, como los que –y cambiando de tercio y hasta de siglo-, he encontrado varias notas periodísticas que refieren a varias precursoras en estos menesteres. Por ejemplo
JUEVES DE EXCELSIOR, del 17 de marzo de 1949, p. 34:
PRECURSORAS DE CONCHITA CINTRÓN.
(…) La historia es larga y copiosa. En 1820, cuando aquel mozo de Puerto Real que en vida se llamó Bernardo Gaviño, toreaba en la plaza de Carlos III de La Habana, tuvo ocasión de alternar varias veces con una torera criolla, María Ávila “Morenita”, que en la suerte de frente por detrás –hoy la repetida “gaonera”-, y con las banderillas, era algo de asombro.
En México, en 1810, proclamación de la Independencia, hubo fiestas taurinas, en las que Pilar de la Cruz, mexicana cien por cien, floreó y banderilleó a caballo dos toros de Atenco –iniciación de aquella ganadería- y con un éxito apoteótico.
Y esta mujer era tan brava, que de ella se dice que encontrándose discutiendo, cierto día, condiciones de contrato con un empresario de Puebla llamado Allende, llegó con él a las manos y con tales arrestos que le golpeó e hirió con un palo, dejando maltrechos y en el suelo a dos servidores del indicado Allende que se encontraba en la estancia.
Cabecera de un cartel decimonónico.
Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938.
O esta otra publicada en
EL UNIVERSAL, D.F., del 30 de mayo de 1852, p. 4:
TOROS. En la plaza principal de San Pablo, para el domingo 30 de mayo de 1852.
Si la numerosa concurrencia que tuvo a bien asistir a esta plaza el pasado domingo, quedó enteramente complacida al ver la arrogancia y valentía de los toros que se jugaron, no quedará menos gustosa con los Siete toros bravos que están escogidos para que sirvan en la presente corrida. Intermedio extraordinario. Lo raro de este intermedio consiste en que una mujer nombrada Refugio Macías, se presentará en el circo montada en un hermoso corcel con garrocha en ristre, para picar a un toro de los valientes de la lid, cuyo lance tiene acreditado esta Lidiadora mexicana por Tierradentro, en las plazas de Querétaro, San Luis Potosí, etc., según los informes que ha tomado la empresa; y si la fortuna favorece su valor, como ya le ha sucedido otras veces, ofrece, sin apearse, clavar algunas banderillas al mismo toro.
Con el objeto de aumentar la distracción de esta tarde, se presentará Antonio Pérez de Prian, Hércules Mexicano, a ejecutar varias suertes de equilibrios y fuerzas hercúleas, que desde luego increcerán la aprobación de sus compatriotas.
Los otros intermedios se cubrirán con dos toros para el Coleadero, finalizando la función con el toro embolado de costumbre.
(…)NOTAS.-La entrada a la media sombra se hará por la puerta que mira al paseo de la Viga.
Dará principio a las cuatro y media, si el tiempo lo permite.
Cartel con el que se celebra el festejo mencionado. Col. del autor.
Una más en este repertorio es Guadalupe Luna, mejor conocida como Lupe la torera, quien no sólo tenía que enfrentarse a las embestidas de toros bravos, sino a la de ciertos personajes con quien se involucró por “pecados de la carne”. Gozaba de fama, se movía con un desparpajo que dejaba intranquilo al mismísimo Antonio López de Santa Anna, y que, en cierto momento, como apunta José de Jesús Núñez y Domínguez, era la barragana de Bernardo Gaviño. Y hete aquí que en cierta ocasión, Lupe
lo hizo despojarse –a su Alteza Serenísima- de su brillante casaca, constelada de cruces y condecoraciones, de su albo chaleco de áureos botones y de su sombrero montado. Y así lo introdujo a la próxima alcoba, suplicándole que permaneciera allí en tanto que ella se ocupaba en cualquier menester; pero la pizpireta muchacha inmediatamente que desapareció el General se puso el chaleco, se encasquetó el sombrero de plumas tricolores, se enfundó en la levita llena de fulgurantes entorchados y empuñando el bastón que remataba un topacio, que usaba el dictador, abrió la puerta, se escapó de la casa y se fué a vagar por las principales calles de la ciudad de México.
Y como a todo el que le preguntaba le decía la procedencia de aquellas fastuosas prendas, no hay para qué expresar el asombro, la sensación y las risas que provocó aquella salida de la popular hetera.
Cuando llegó a oídos del dictador la burla de que era objeto, fué acometido de un ataque agudo de rabia y los edecanes procedieron inmediatamente a aprehender a la despreocupada “margarita”.
La conseja no cuenta qué castigo se impuso a “La Torera”, pero es fama que desde ese día no se la volvió a ver por ninguna parte.
-¡Qué porte! ¡Qué estampa! ¿Acaso será “Lupe la Torera”?
Fuente: Patricia Masse Zendejas: Simulacro y elegancia en tarjetas de visita. Fotografías de Cruces y Campa. México, INAH, 1998. 136 pp. Ils., retrs., fots (Alquimia) (Pág. 66: Mujer no identificada).
A propósito, Lupe fue hija del famoso torero Luna, aquel insurgente que fue terror de los españoles en Michoacán, en los primeros días del México independiente. Y amante o no de Santa Anna, amante o no de Gaviño, que también era un mujeriego incorregible, no dudamos que “Lupe, la torera” anduviera “colocada” en alguna cuadrilla mixta, común entonces, o como una “torera” más. Durante el siglo XIX destacan: Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruiz «La Barragana», Antonia Gutiérrez, María Aguirre «La Charrita Mexicana» y desde luego, la española Ignacia Fernández “La Guerrita”, a lo largo de la segunda mitad del siglo antepasado. De estas dos últimas me ocuparé en detalle más adelante.
“Lupe, la torera” probablemente se escapó de esta nómina femenina más por andar en escándalos públicos con personajes de alta jerarquía que por el gusto de seguir en las lides taurómacas.
Gaviño, hombre dado a la alternancia, o mejor dicho, a manejarse con un criterio incluyente, no dudó en agregar en su «trouppe» la presencia de dos féminas que, o le causaron una muy buena impresión, o estaban causando algo destacado, como para ganarse ese privilegio. Lamentablemente no pudieron prosperar sus aspiraciones, puesto que el resultado no pudo ser más evidente, e incluso debieron haber tenido que poner tierra de por medio para evitar más escándalos. Y todo esto ocurrió el 1º de enero de 1865, cuando «una mujer orizabeña» y «otra mujer peruana», aparecieron integradas a la cuadrilla de Bernardo Gaviño, una como picadora, la otra como banderillera. Fue tal el éxito que repitieron el domingo 12 de febrero siguiente. Después, se perdieron del panorama.
Las mujeres en la vida de Bernardo Gaviño, como en la de cualquier gran torero de fama, pero más aún, las mujeres con virtudes de valor, dispuestas a salirle al toro, fueron asunto que se dio con cierta frecuencia en su trayectoria como «capitán de gladiadores» o «jefe de cuadrilla», dispuesto no solo a montar un espectáculo clásico, sino el que fuera capaz de romper con las ortodoxias más cerradas. Y así como estuvieron estas damas en su cuadrilla, también se incluyeron «locos» en ambas funciones, fenómeno que iba siendo cada vez más frecuente y que puede comprobarse tanto en la cartelería como en las fuentes hemerográficas que existen para el caso.
Detrás de este retrato, que es uno de los cientos, quizá miles que recogen los registros penitenciarios de la segunda mitad del siglo XIX mexicano, se encuentra la afortunada mujer que un día probó la gloria de manera efímera y hasta compartió las palmas con el más importante torero que desarrolló fuerte hegemonía por cincuenta años. Me refiero a Bernardo Gaviño, quien vistió el traje de luces la friolera de 721 ocasiones.
Es una lástima que quien un buen día alcanzó el reconocimiento popular, otro lo cambiara por el desprecio que la sociedad tuvo al encontrarla culpable de robo. Se trata de una simple y desgraciada delincuente que tiene que dejarse retratar, cubrir con el rebozo la poca o mucha vergüenza que podía mostrar ese rostro moreno, de rasgos indígenas y cuyo nombre y remoquete juntos, recuerdan el de alguna célebre suripanta o “margarita” decimonónica dedicadas a las muchas y variadas formas de ejercer el efecto del amor…, aunque fuera comprado.
Identifíquese. Y aquí la escuchamos:
Me llamo Ignacia Ruiz, me dicen “La Barragana”.
Estoy aquí por robo. Apenas unos pocos años atrás probé fortuna en los toros, aunque sin demasiada suerte, pero la vida me ha llevado por senderos sinuosos que no siempre resultan ser los mejores. Desgraciada de mí que hoy enfrento la sentencia de usted, señor ministro, a quien pido clemencia, la necesaria para no padecer más penurias.
El Juez parece decirnos: Ese rostro aparenta inocencia pero también un dolor que tuvo que tragarse la –ahora sí- inconmovible mujer que cometió el delito de que se le acusa.
Desconozco el móvil de su detención, pero el hecho es que demuestra que eso de los toros no se le dio a Ignacia Ruiz como sí ocurrió con Lupe “La Torera”. Ahora bien, la pregunta que sigue aquí es en relación a su alias: “La barragana”. ¿”Barragana” de quién?
La fotografía del último tercio del siglo XIX tuvo entre otras funciones, la de un registro sobre aquellos personajes de la sociedad cuyo destino de pronto se enfrentaba a situaciones ingratas, tales como el robo, el asesinato, la prostitución. En el caso de Ignacia Ruiz quedó la “mancha” de haber sido acusada de robo, aunque hasta el momento no ha sido posible confirmar si por el seudónimo quedó también bajo sospecha de prostitución.
Ya en otros asuntos, miren ustedes lo que opinaba El Correo del comercio allá por marzo de 1871, enterada la redacción de la presencia de unas “toreras”: “En Puebla han estado trabajando en las corridas de toros, dos lidiadoras, tapatía por más señas una de ellas. Esta parece que solo tiene de mujer el cuerpo, pues monta a horcajadas, pica, banderilla y mata como si no supiera hacer otra cosa. Desgraciadamente, el domingo antepasado el toro la equivocó con algún barbudo y tuvo la poca galantería de darle una cornada en una pierna. El público decidió que después de muerto el bicho, se obsequiara con él a la intrépida lidiadora. Pues ya nos verán: a este paso, la vida es un soplo”.
CONTINUARÁ.
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