PONENCIAS, CONFERENCIAS y DISERTACIONES.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
RETRATO TAURINO EN LA CIUDAD DE MÉXICO. 1835 y 1867. (Cohesión social entre lo urbano y lo rural). 3 de 6.
BERNARDO GAVIÑO Y RUEDA: ESPAÑOL QUE EN MÉXICO HIZO DEL TOREO UNA EXPRESIÓN MESTIZA DURANTE EL SIGLO XIX.
El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal.
Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.
Conforme avanza el siglo XIX, el proyecto de patria provoca que el mexicano vaya buscando y encontrándose así mismo, con todas sus utopías, pero también con todas sus realidades que limitadas o no, viables o no en ese nuevo estado en el que ahora conviven y convivimos, hacen de ese siglo una de las aventuras más fascinantes, por complicadas, bajo tiempos difíciles entre la inercia del intento por vivir en el progreso; porque lo único que encuentran es un regreso o estancamiento que parece no identificarse con una meta que, entre otras cosas, busca símbolos de lo nacional, sin soslayar herencias de tres siglos coloniales.
Col. del autor.
Los mexicanos pintados por sí mismos de Hesiquio Iriarte (1854) que reúne autores como Hilarión Frías y Soto y Niceto de Zamacois, entre otros, es un tesoro iconográfico del costumbrismo decimonónico, vivo reflejo de la sociedad, retrato que se identifica con la forma de ser del mexicano. Me atrevo a decir que a dicha obra faltó el capítulo distintivo de las corridas de toros, diversión popular que arraigó poderosamente al consumarse la conquista. De alguna manera el mexicano en cuanto tal la enriqueció, inyectándole un carácter que se iba identificando pero también diferenciando del español, aunque sin perder sus raíces, por lo que sólo la forma, pero no el fondo se modificó luego del paso de aquellos trescientos años de dominio colonial.
Como ya vimos, al independizarnos: el “ser” por y para “nosotros” le da una nueva apariencia al toreo que en consecuencia lo torna cada vez más “nacionalista”. Bajo esta premisa, el arribo del torero español Bernardo Gaviño y Rueda a México en 1835 produce un giro radical en la expresión hasta entonces vigente. La tauromaquia se reactiva gracias a la participación de varias generaciones de diestros que nutren constantemente un quehacer que parece estancarse en medio de cierto enrarecido ambiente. Bernardo entendió que al hacerse valer como español y como torero corría el peligro de ser rechazado por mexicanos que se están definiendo como parte del nuevo estilo de vida que han adquirido apenas unos años atrás a la aparición de Gaviño en el panorama. Por eso fue que asumió un carácter que hizo suyo, y como he dicho en muchas ocasiones: Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.
Cuando Bernardo llegó a nuestro país entre 1829 y 1834, de inmediato organizó cuadrillas y recorrió el país mexicano, despertando en todas las regiones la afición al espectáculo que, aunque no era desconocido, por los muchos españoles que había en el territorio (muy a pesar de la expulsión que sufrieron hasta antes de 1836, año en que España reconoce la independencia de México), ofrecía novedad como Gaviño lo presentaba. Gaviño se ajustó a los gustos del público y creó una manera especial de toreo. Los picadores montaban en caballos con el pecho y ancas cubiertos de cuero y no picaban a los toros, sino que los pinchaban en cualquier sitio. Los banderilleros clavaban invariablemente tres pares, repartidos por todo el cuerpo de la res y, cuando sonaba el clarín, salía Gaviño con un capote arrollado a un palo en la mano izquierda, y después de dar tres o cuatro lances, se colocaba a la derecha del toro con el capote extendido, hacía con éste un movimiento hacia la derecha del toro y al tiempo que el toro embestía al trapo, le introducía en la tabla del cuello, casi siempre bajo, el estoque, que sacaba inmediatamente, dando una vuelta sobre los talones y mostrando al aire el acero victorioso al tiempo que la degollada res rodaba.
Con alrededor de 57 años de vida profesional entre España, Uruguay, Cuba, Perú y México este importante torero decimonónico no podía ser olvidado de un plumazo, menos cuando el balance de actuaciones alcanza en ese número de años la friolera de 721 tardes donde su nombre figuró en los carteles. Es por eso que el presente esfuerzo busca reafirmarlo, otorgándole y reconociéndole los méritos que acumuló en tiempo de ejercicio tan prolongado, siendo uno de los pocos casos que, por excepcionales en cuanto a longevidad, se registran en los anales del toreo. Pedro Romero mataba toros a los 80 años de edad. Bernardo lo hizo hasta los 73. En nuestros días, el caso recae en la figura mítica de “Curro” Romero quien a sus 65 años sigue siendo el consentido, sobre todo en Sevilla, donde sus partidarios le prodigan afectos, a pesar de sus contrastes. Asimismo, no podemos olvidar el caso “extraordinario” que escenificó Antonio Chenel “Antoñete” justo el 24 de junio de 1998 en la plaza de toros de LAS VENTAS, al celebrar sus 66 años de vida ocasión que aprovechó para vestirse de lila y oro y lidiar dos toros de “Las Ramblas” como homenaje a la afición de Madrid. Esa tarde, dicen las crónicas, estuvo sencillamente magistral, al demostrar la summa de sus facultades todas, recordando que summa es la reunión de experiencias que recogen el saber de una gran época.
Como vemos, no son muchos los casos de longevidad que guarden esa dimensión maravillosa de la permanencia.
Por otro lado, y como dice Artemio de Valle Arizpe: lamentablemente “(…) quebró la casa de comercio en la que [Bernardo Gaviño] tenía depositados sus ahorros, cosa de ochenta mil pesos, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó perdido y miserable para toda la vida. Pero no vino sola la pobreza, sino que se presentó acompañada de su corte de enfermedades y achaques que lo redujeron a muy triste estado. Del gran fausto fue bajando a suma estrechez. Pasaba muchas necesidades y menguas. Se le metió la desventura en los huesos”. Hasta aquí la cita.
Pobre, muy pobre acepta firmar un contrato para torear en Texcoco. El desenlace, como todos ustedes saben, sobrevino luego de varios días de agonía tras recibir tremenda cornada, muriendo a consecuencia de ella, el 11 de febrero de 1886.
Retrato de Bernardo Gaviño. Recreación del pintor mexicano Antonio Navarrete.
El mestizaje en el que se envuelve Bernardo Gaviño permitió que actuara incontables tardes en ruedos de nuestro país, lo mismo en la ciudad de México que en Toluca o Puebla. También en Morelia o en sitios tan alejados como Durango y Chihuahua. Más allá de nuestras fronteras, Perú, Cuba y Venezuela fueron lugares donde su nombre y sus triunfos coquetearon con la fama. Pero lo más destacable en todo esto es la escuela y la enseñanza que heredó entre toreros de diversas generaciones, siendo uno de ellos, Ponciano Díaz, el alumno que descolló y sobresalió con mayor fuerza hasta convertirse en el diestro de la resonancia que hoy entendemos al cumplirse el siglo cabal de su muerte en 1999.
Bernardo Gaviño no es una casualidad para la historia taurina en el México del XIX. Su presencia perfila el destino de aquel espectáculo matizado por la invención permanente y efímera al mismo tiempo, en la que una corrida era diferente a la otra, presentando diversidad de cuadros que hoy pudieran resultarnos increíbles por su riqueza de contenido. En medio de aquel ambiente, Gaviño protagonizaba como actor, el papel principal, permitiendo que la fiesta discurriera deliberadamente tal y como lo anunciaban los carteles.
Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros en esos 57 años en América, desde su llegada en 1829 a Montevideo, y el momento de su percance mortal en Texcoco a principios de 1886, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal. El poco tiempo que le debe haber tomado alguna práctica, ya en el matadero, ya en alguna plaza de la región andaluza –que no sabemos con precisión cuanto pudo ser-, debido más bien a su corta edad, también se suma a ese largo recorrido que acumuló infinidad de anécdotas, hazañas, desilusiones, actitudes, gestas…, recuerdos como el que ahora proponemos, el de un perfil biográfico donde pudimos entender no solo al personaje de leyenda. También al hombre de carne, hueso y espíritu. Su actividad encierra importantes, muy importantes situaciones que le dieron a la tauromaquia nacional el valor, la riqueza, elementos con los cuales hoy comprendemos tan importante dimensión.
La influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista. Solo Francisco Jiménez “Rebujina” conocerá y alternará con Gaviño en su etapa final. José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho Carlos Cuesta Baquero, autor imprescindible en el análisis de un trabajo que concluye con esta sentencia:
NUNCA HA EXISTIDO UNA TAUROMAQUIA POSITIVAMENTE MEXICANA, SINO QUE SIEMPRE HA SIDO LA ESPAÑOLA PRACTICADA POR MEXICANOS influida poderosamente por el torero de Puerto Real, España, Bernardo Gaviño y Rueda. En este personaje se deben encontrar los verdaderos cimientos de creación de la que en su tiempo se llamó “escuela mexicana”, como lo afirmaba una publicación taurina española hace poco más de un siglo.[1]
PABLO Y BENITO MENDOZA. TOMÁS Y JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ, TOREROS DEL OTRO SIGLO QUE NO SE PERDIERON GRACIAS A SUS HAZAÑAS DE PRONTO OLVIDADAS.
Pablo y Benito Mendoza. Tomás y José María Hernández fuera del espacio taurino decimonónico, serían cuatro ilustres desconocidos. Pasada la segunda mitad del siglo 19 surgieron estos protagonistas que parecen ocupar papeles secundarios y por eso la historia, junto a la escasez de testimonios no los valora en su exacta dimensión. Pero los cuatro, cada quien en su propio espacio, supieron forjar hazañas que buscaremos contar, a partir de diversos documentos que nos dan idea cabal de su existencia.
Tengo ante mi vista un cartel que corresponde a la tarde del domingo 6 de septiembre de 1857. Aquella jornada, ocurrida en la plaza principal de toros, “en la de San Pablo”, se presentó Pablo Mendoza con su cuadrilla, en estos términos:
PLAZA PRINCIPAL
DE TOROS
EN LA DE SAN PABLO.
Domingo 6 de septiembre de 1857
La empresa de esta plaza, que sólo anhela á proporcionar al respetable público de esta capital, el que en los espectáculos que en ella tengan lugar, sean variados y desempeñados por las personas más inteligentes en el arte de torear, no ha omitido sacrificios ni gastos para formar una compañía de lo más escogido: al efecto, la que el día enunciado dará principio á sus tareas será comandada por el hábil cuanto diestro mexicano
PABLO MENDOZA,
el que infinitamente ha adelantado en tan arriesgada profesión, la ha formado con acuerdo de la empresa con los individuos que abajo se expresan para conocimiento de los aficionados á esta diversión, que tan bondadosamente la honra en la plaza.
La empresa, pues, espera que tanto los españoles residentes en esta capital, que están acostumbrados a ver en su país las selectas y hábiles cuadrillas de lidiadores de toros, así como muchos mexicanos que en el espresado país también las han visto, y todos los que en las diversas ocasiones han presenciado en esta capital y en las de los Estados de la República el trabajo de variadas compañías, darán por sin duda su calificación favorable á la presente, la que á más de su diestra habilidad, está resuelta a desempeñar sus tareas con gusto, actividad y esmero.
SEIS FAMOSOS TOROS
de la estancia de Cerro-Bravo serán los que se presenten á la lid la tarde de este día; y como no habían visto gente hasta el tiempo que fueron á cogerlos en la estancia espresada, costó infinito trabajo para reunirlos; de manera que han dado mucho quehacer en el camino á sus conductores, y por lo mismo están tan soberbios y arrogantes, que merecen en sus juegos los aplausos debidos a su valentía.
TRES TOROS
para el coleadero cubrirán los intermedios, dando fin la función con el TORO EMBOLADO de costumbre, para los aficionados.
PERSONAL DE LA CUADRILLA
CAPITÁN Y PRIMERA ESPADA
PABLO MENDOZA
PRIMEROS PICADORES
Serapio Enriquez Caralampio Acosta
SEGUNDOS PICADORES
Teodoro Villaseñor Diego Olvera
Joaquín Carretero Antonio Rea.
SEGUNDA ESPADA Y BANDERILLERO,
Pedro Córdova.
BANDERILLEROS
Victoriano Guevara Francisco Contreras
Silverio Cuenca Félix Castillo
CHULILLO
Eugenio Friact.
LOCOS
José María Vargas Tranquilino Fernández
CACHETERO
Víctor Reyes
LAZADORES
Antonio Leiva.-Amado Guzmán.-Estanislao Franco
Pablo Mendoza repitió en la misma plaza ocho días después (con la salvedad que dicha corrida “no se dió el día que anuncia este programa sino el día 20…”).
Regresó a la capital del país el domingo 25 de octubre del mismo año, lidiando
CINCO SOBRESALIENTES TOROS.
Después de recibir la muerte el segundo toro, se echarán a volar para dentro de la plaza, del alto de las cuatro puertas del circo de ellas,
DIEZ Y SEIS PALOMAS
adornadas con listones y monedas de ORO Y PLATA cada una, para que las tomen las personas adonde ellas vayan á parar en su vuelo.
Los demás intermedios serán cubiertos por
DOS TOROS PARA EL COLEADERO;
dando fin la función con
UN SOBERBIO TORO EMBOLADO
de costumbre para los aficionados.
[1] Los Toros. Año II, Nº 48, Madrid, 8 de abril de 1910, p. 14.