POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La efeméride de esta ocasión, ocurrió el 5 de agosto de 1883.
Tenemos tan poca idea de algunos protagonistas decimonónicos, que es preciso realizar un apunte en cuanta oportunidad se presente para ampliar perfiles, anecdotarios, pendencias, tribulaciones y otras circunstancias que permitan, en conjunto, tener una mejor idea de su paso por el toreo mexicano. Salvo Bernardo Gaviño, Ponciano Díaz o Ignacio Gadea, del resto de aquellos toreros no hay muchas semblanzas, de ahí que se aproveche este momento para ocuparme de Felícitos Mejía “El Chato” o “El Veracruzano”.
El Jueves, D.F., del 9 de agosto de 1883, p. 3:
TOROS.
Ha llegado a nuestra mesa de redacción, la siguiente hoja suelta:
MUERTE DEL BRAVO FELÍCITOS MEJÍA.
Lloviendo y de tan mala gana como el público recibe el nikel, nos dirijíamos en una periquera de primera, a la Plaza del Huisachal.
Pero no sé a qué torero de los de fama le hé oído decir, que Dios es muy flamenco y le gusta ver los toros, por lo que siempre despeja el pedazo en que se lidia.
No sé hasta dónde llegará la verdad de tal dicho, pero el Domingo (5 de agosto de 1883), tan pronto la charanga empezó a dejar oír sus acordes, las nubes se pusieron con precipitada fuga y todo prometía una gran tarde.
Sol y Sombra; que desde entonces ya hubo divisiones, se veían cubiertos de gente, distinguiéndose las “Sociedades Obreras” que habían concurrido al llamamiento del beneficiado, Felícitos Mejía primer espada de la cuadrilla.
Salió el primero de Santín, garboso, de libras, y de empuje, aunque blando al castigo; recibió cuatro puyas sin resultados y los chicos, lo adornaron con tres pares de todas familias, sin ningún arte y en todas partes.
Felícitos, cojió los avíos de despachar becerros, y brindó por las “Sociedades Obreras”, se fue al bicho, y con tres pases buenos, se arrancó con una estocada travesada, que concluyó con la fiera.
Botinero, bragao de libras y muchos pies, ora el segundo, que tomó cinco puyazos sin resultados, y se encontró con tres pares de caireles prendidos como los chicos pudieron y esparramaron en todo el toro.
El Chato, brindó el toro a un señor del Palco núm. 1 y con una media en su sitio y un mete y saca de los de escuela, arremató al bicho.
El diestro oyó palmas, y del Palco núm. 1, recojiós algunos pesos.
Fue el tercero, de libras, corniabierto, bien parado, arremetió con la gente de lanza, dejando en la Plaza cinco aleluyas a cambio de siete puyazos a los quites; muy oportuno Felícitos.
No hablemos de las banderillas, el toro pegaba a los chicos, huían el bulto por lo que era algo difícil que se encontraran.
Felícitos, tuvo al toro, dos veces en postura, pero por una razón muy grande dejó el caso para luego, y la fiera fue lazada y muerta por el cachetero.
El Cuervo, se llamaba el cuarto, que fue llevado al corral en medio de una rechifla, y a un amigo me dijo que aquel toro debía llamarse Ministro de Hacienda, según la demostración tan espontánea que recibía del público.
Lucero salió, en reemplazo del anterior, de muy buena estampa, cornicorto de libras, se arrancó con gran empuje a la gente de a caballo, dejando en la escena cuatro traviatas de las que ya ni cantar pueden, sino que se mueren mudas.
En la suerte de banderillas, FElícitos pidió permiso para poner una banderilla con la boca y citó al toro; el diestro no calculó bien la distancia, encontrándose con el toro que le cortó el terreno, recogiéndolo dos veces con las astas por el costado izquierdo, sin tocar tierra.
Desde el momento se comprendió que las heridas eran graves, aunque nadie suponía un desenlace tan próximo.
Tranportado el diestro al interior de la plaza, murió a los pocos momentos, mientras en el redondel reinaba el pánico natural en estos momentos.
El toro fue lazado por no haberse prestado a que El Chato le hubiera dado muerte, recibiendo del cachetero siete puñaladas en la nuca, y el público se dispersó comentando la desgracia de aquel infeliz, víctima de su temeridad.
RESUMEN:
De a caballo, Mota y Conde.
De a pié, Felícitos.
En la muerte, el Chato.
Caballos muertos, diez.
México, 5 de Agosto de 1883.
“EL CURRO”.
El autor de la hoja, mal informado sin duda, en cuanto se refiere al torero Mejía dice en dicha hoja que aquél falleció, lo cual no es exacto, si bien es cierto que se halla en un estado sumamente grave y que será muy probable que fallezca.
El Lunes, D.F., del 9 de septiembre de 1883, p. 2:
Dicen que los gatos tienen siete vidas. Créelo así: gatos he visto, tan invulnerables, como el Aquiles de Homero; pero como donde hay bueno hay mejor, hé aquí que Felícitos Mejía, que pertenece a la raza humana y no a la felina, tiene más de siete vidas, supuesto que, como los gladiadores romanos, cuenta tantas cicatrices de heridas mortales, como bichos ha despachado…
E pur si mouve.
Ese capote y esa tizona, son capaces de hacer pases de muleta a la misma pelona….. Este Felicitos sería capaz de clavar una banderilla de fuego hasta a un prestamista, que es cuanto hay que decir…
El domingo último, inmensa concurrencia invadió el Huisachal, ávida de penetrar en la plaza, para saludar a este atrevido lidiador. Se presentó, en efecto, con los siniestros signos de la convalecencia. Los concurrentes revelaron la ansiedad que tenían por verle de nuevo y saludarlo. No trabajó; pero sí recibió una honorífica banda, obsequio de la Empresa y gran número de regalos de parte de los entusiastas espectadores.
Su sustituto, Moreno, no pudo matar los toros que le estaban destinados y, que fueron descabellados después de la aplicación del lazo.
No entro en detalles de la corrida, por ignorar hasta el tecnicismo del arte de Cúchares y el Chiclanero; sólo sí, diré que una grada vino abajo por la aglomeración de la gente que había en ella, lo que produjo el consiguiente desorden.
Por su parte Heriberto Lanfranchi[1] apunta sobre Felícitos Mejías “El Veracruzano”. Nació en Veracruz, Ver., y primero estuvo de banderillero con Benito Mendoza, para luego pasarse con Ignacio Gadea y Ponciano Díaz. Cuando ya tuvo su propia cuadrilla, se presentó en “El Huisachal”, edo. de México, el 5 de agosto de 1883, y al querer clavar una banderilla con la boca a la media vuelta, fue cogido y herido de mucha gravedad en el vientre. Se defendía con el capote y la muleta, pero mataba muy mal, y como era muy bravucón, siempre andaba a la greña con sus compañeros y los espectadores. Siguió toreando varios años más, hasta que atacado de parálisis progresiva, se retiró a vivir a Veracruz, donde falleció en 1891.
En la siguiente crónica, aparece citado varias veces nuestro personaje, quien, como se podrá comprobar, toreó poco más de un año después en la misma plaza del amargo percance.
PLAZA DEL HUISACHAL, EDO. DE MÉX. Domingo 16 de noviembre de 1884. 3ª corrida. Bernardo Gaviño (1), Francisco Jiménez “Rebujina” (2) y Felícitos Mejías “El Veracruzano” (1), con 4 toros de El Cazadero. La cuadrilla estaba formada por Felícitos Mejía y “Rebujina”. Como banderilleros “Cuquito” y “El Orizabeño” y como picadores el Negrito Conde y Santín.
B. GAVIÑO. No le gustó el único toro que tuvo que lidiar y esperó pacientemente, sin importarle los pitos, a que la autoridad ordenara lazo y puntilla.
La corrida del domingo…
La corrida del domingo
En el Huisachal, fue mala:
Los toros del Cazadero,
Allí resultaron vacas.
Escogidos por Bernardo,
Tenían valor y pujanza
En los llanos de la hacienda;
Pero al salir a la plaza…
Díganme si eran borregos,
Salieron dialtiro maulas;
Largaron en el camino
La bravura de su raza
Y por eso les llovían
Manantiales de naranjas.
Al presentar la garrocha
Y las banderillas varias
Hacían cortés saludo:
Dando la vuelta, volaban,
Haciendo a los lidiadores
Exasperarse de rabia.
Tímido estuvo Bernardo,
Rebujina como un ascua,
Cuquito el banderillero,
Conquistando muchas dianas,
Y Felícitos Mejía…
¡Estuvo el pobre de malas!
Que por clavar el acero
Donde los diestros lo clavan,
Lo fue clavar en la tierra,
Quiero decir, en la plaza.
No hubo toro que muriese
En regla de tauromaquia:
Fue preciso el cachetero
Para que le rematara
A traición, como hacen siempre,
Es decir, a cachetadas,
Encontrándose la bestia
Por el lazo dominada…
Sucumbieron dos caballos
Por casualidad nefanda,
Y todo el mundo les vido
El jigado e las entrañas.
¡Desdichados animales,
Bajo tales alimañas!…
¿Cómo pueden los humanos
Provocar esas desgracias?
Cosas hay que mortifican:
De la humanidad, mal hablan,
Que siempre ha sido el caballo
Un amigo fiel, y… basta
De inútiles comentarios,
Porque fatigan y cansan…
El público exasperado,
No daba gritos, bramaba,
Pidiéndole al empresario
La devolución, la entrada.
En fin, todo, todo, todo,
Raspa, raspa, raspa, raspa,
Que en tratándose de toros,
Pasa todo… ¡Todo pasa!…
Yo que vi lo que otros vieran,
Es decir, llena la plaza,
Dije para mi capote:
Bien puede haber 2,000 almas;
Y cuentan que no hay dinero!
Cuando aquella enorme entrada
Tantas iguales produjo…
¡Vaya! ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Vaya!
Para tortillas, no hay tlaco,
Mas el que al cuerno se larga,
Por disfrutar de los cuernos
Empeña hasta la frazada.
Cucharitos.[2]
Y luego, durante la tarde del 15 de enero de 1888, en la cual ocurrió la inauguración de la plaza de toros BUCARELI, en la ciudad de México, se tiene muy claro, gracias a las crónicas que Felícitos Mejía, estuvo ahí. Toreando (Ponciano Díaz) con la muleta y en la brega demostró lo limitado de la anticuada escuela de toreo, aunque estuvo más aliñado que en otras ocasiones. No hizo uno solo de los quites. Esa tarea la desempeñaron Ramón Márquez y Felícitos Mejía. Banderilleó a caballo al sexto toro. En el quinto toro, en una colada que dio el bicho cuando le toreaba con la muleta, le entró pánico al espada y tirando el engaño salió huyendo, perseguido por el marrajo que le hubiera cogido, si Márquez no interviene oportunamente.
Finalmente, no se tiene idea exacta de sus rasgos físicos, de su talante en alguna tarjeta de visita, de aquellas que salían de los gabinetes de los mejores fotógrafos que entonces se encontraban instalados en las céntricas calles de la ciudad de México. Más de algún cartel son la mera referencia de sus andanzas taurinas en el desenlace del siglo XIX.