EL ARTE… ¡POR EL ARTE! (XII).
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
José Gorostiza (Villahermosa, Tabasco 1901; Ciudad de México, 1973). Integrante de la generación de los Contemporáneos, así como colaborador en la revista del mismo nombre (1928-1931), se obsesionó por cuatro temas esenciales: el amor, la vida, la muerte y Dios aplicados en una poesía breve pero sustanciosa como la que más, sobre todo en “Muerte sin fin”, ese poema mayor, del que ahora hablaremos.
Alrededor del significado que en sí misma tiene la poesía en cuanto tal, considero que dos buenos argumentos son los que pueden encontrarse, tanto en la obra de Octavio Paz[1] como la de José Gorostiza.[2]
Avanzada la lectura de El arco y la lira, Paz afirma que
“El poeta no quiere decir: dice. Oraciones y frases son medios. La imagen no es medio, sustentada en sí misma, ella es su sentido. En ella acaba y en ella empieza. El sentido del poema es el poema mismo”.[3] Y luego Gorostiza complementa la siempre pretendida explicación que todo creador en este sentido propone, aunque no siempre bajo el espíritu romántico de Bequer cuando a pregunta expresa de una su admiradora “¿Qué es la poesía?”, la vaga respuesta que escuchó fue “la poesía, eres tú”, vaga respuesta que también va a contrapelo de reconocida obra de Rosario Castellanos y su “Poesía no eres tú”. No. Aquí de lo que se trata es ingresar al complejo terreno donde pueden tejerse sólidas redes infinitas en prueba de este difícil, pero a la vez sencillo y misterioso quehacer. Por eso, José Gorostiza apunta que: “Para el poeta, la poesía existe por su sola virtud y está ahí, en todas partes, al alcance de todas las miradas que la quieran ver”. Es más:
“La substancia poética, según esta mi fantasía, que derivo tal vez de nociones teológicas aprendidas en la temprana juventud, sería omnipresente, y podría encontrarse en cualquier rincón del tiempo y del espacio, porque se halla más bien oculto que manifiesta en el objeto que habita. La reconocemos por la emoción singular que su descubrimiento produce y que señala, como en el encuentro de Orestes y Electra, la conjunción de poeta y poesía”.
Precisamente, al buscarle explicaciones al complejo, y asimismo sencillo espacio de la poesía, es necesario acudir a metáforas, a esa construcción de castillos en el aire que todo y nada dicen al mismo tiempo. En ese sentido, quienes profesamos la afición a los toros, solemos acudir con frecuencia al viejo verso de Lope de Vega revestido por el diestro sevillano Pepe Luis Vázquez en estos términos: “El toreo, es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”. De ahí que sea el propio creador de Muerte sin fin quien nos diga que “la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la significación. Bajo el conjuro poético la palabra se transparenta y deja entrever, más allá de sus paredes así adelgazadas, ya no lo que dice, sino lo que calla”.
Y es por medio del propio Gorostiza quien llega al centro de toda esta atención, rebasando el límite finito, cuando afirma: “La poesía, para mí, es una investigación de ciertas esencias –el amor, la vida, la muerte, Dios- que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias…” Pero eso no es todo. “La poesía es una especulación, un juego de espejos, en el que las palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan unas en otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello que está más allá”.[4]
Y mientras Gorostiza apunta que “si la poesía no fuese un arte sui generis y hubiese necesidad de establecer su parentesco respecto de otras disciplinas, yo me atrevería a decir aún (en estos tiempos) que la poesía es música y, de un modo más preciso, canto”, Octavio Paz apuntala este dicho bajo la siguiente afirmación acudiendo a una explicación más, la que proporciona Rubén Darío cuando dice: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, y no hallo sino la palabra que huye… y el cuello del gran cisne blanco que me interroga”. Paz, extendiéndose en esa búsqueda por el más allá de la poesía insiste que “La “celeste unidad” del universo está en el ritmo. En el caracol marino el poeta oye un profundo oleaje y un misterioso viento: el caracol la forma tiene de un corazón. El método de asociación poética de los “modernistas”, a veces verdadera manía, es la sinestesia. Correspondencias entre música y colores, ritmo e ideas, mundo de sensaciones que riman con realidades invisibles. En el centro, la mujer: la rosa sexual (que) al entreabrirse conmueve todo lo que existe. Oír el ritmo de la creación –pero asimismo verlo, y palparlo- para construir un puente entre el mundo, los sentidos y el alma: misión del poeta”.[5]
Gorostiza, al quite:
“El poeta no ha de proceder como el operario que, junto con otros mil, explota una misma cantera. Ha de sentirse el único, en un mundo desierto, a quien se concedió por vez primera la dicha de dar nombres a todas las cosas. Debe estar seguro de poseer un mensaje que sólo él sabrá traducir, en el momento preciso, a la palabra justa e imperecedera… Nadie sino el Ser Único más allá de nosotros, a quien no conocemos, podría sostener en el aire, por pocos segundos, el perfume de una violeta. El poeta puede –a semejanza suya- sostener por un instante mínimo el milagro de la poesía. Entre todos los hombres, él es uno de los pocos elegidos a quien se puede llamar con justicia un hombre de Dios”.[6]
Todos esos “hombres de Dios” convocados aquí, en tanto creadores, como congregación colectiva por un lado, y secular por el otro; que pretende aproximaciones sobre el mensaje en torno al toreo mexicano, se unen para decirnos a coro, resumido por Octavio Paz como sigue:
“Agudos, graves, esdrújulos, sobresdrújulos –golpes sobre el cuerno del tambor, palmas, ayes, clarines”- la poesía de lengua española es jarana y danza fúnebre, baile erótico y vuelo místico. Casi todos nuestros poemas, sin excluir a los místicos, se pueden cantar y bailar, como dicen que bailaban los suyos los filósofos presocráticos”.[7]
Y claro, no podían faltar algunas muestras del repertorio emblemático de José Gorostiza en su “Muerte sin fin”.
¡Oh inteligencia, soledad en llamas,
que todo lo concibe sin crearlo!
Finge el calor del lodo,
su emoción de substancia adolorida,
el iracundo amor que lo embellece
y lo encumbra más allá de las alas
a donde sólo el ritmo
de los luceros llora,
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie
y permanece recreándose en sí misma,
única en Él, inmaculada, sola en Él,
reticencia indecible,
amoroso temor de la materia,
angélico egoísmo que se escapa
como un grito de júbilo sobre la muerte
-¡oh inteligencia, páramo de espejos!
Helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico; pulso sellado;
como una red de arterias temblorosas,
hermético sistema de eslabones
que apenas se apresura o se retarda
según la intensidad de su deleite;
abstinencia angustiosa
que presume el dolor y no lo crea,
que escucha ya en la estepa de sus tímpanos
retumbar el gemido del lenguaje
y no lo emite;
que nada más absorbe las esencias
y se mantiene así, rencor sañudo,
una, exquisita, con su dios estéril,
sin alzar entre ambos
la sorda pesadumbre de la carne,
sin admitir en su unidad perfecta
el escarnio brutal de esa discordia
que nutren vida y muerte inconciliables,
siguiéndose una a otra
como el día y la noche,
una y otra acampadas en la célula
como en un tardo tiempo de crepúsculo,
ay, una nada más, estéril, agria,
con Él, conmigo, con nosotros tres;
como el vaso y el agua, sólo una
que reconcentra su silencio blanco
en la orilla letal de la palabra
y en la inminencia misma de la sangre.
¡ALELUYA, ALELUYA!
Para leer en su totalidad esta maravillosa obra, recomiendo el siguiente libro:
José Gorostiza. Muerte sin fin y otros poemas. Prólogo de Octavio Paz. México, Seix Barral, 2002. 149 p.
[1] Octavio Paz: El arco y la lira. El poema, la revelación poética, poesía e historia. México, décimo tercera reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 2003. 305 p. (Sección de lengua y estudios literarios).
[2] José Gorostiza: Muerte sin fin y otros poemas. México, Fondo de Cultura Económica-Cultura SEP, 1983. 149 p. (Lecturas mexicanas, 13).
[3] Paz: El arco…, op. Cit., p. 110.
[4] Gorostiza: Muerte…, op. Cit., p. 8-11.
[5] Paz: El arco…, ibidem., p. 93.
[6] Gorostiza, Muerte…, ibidem., p. 24-25.
[7] Paz, El arco…, ibid., p. 89.