POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
NO SOY METÁFORA DE LO QUE ERA…
Quién iba a pensarlo. Apenas unos meses antes de la extinction de Luz y Fuerza del Centro, empresa a la que orgullosamente pertenecí, andaba yo escribiendo estas cosas, prediciendo situaciones de desempleo y que aquí, como premonición quedaron expuestas en un desesperado intento por encontrar lo que siempre he querido llegar a ser. Comparto con ustedes esa sensación que sin proponérmelo, quedó rematada como digna labor literaria, o al menos eso es lo que creo ahora…. No sé que piensen ustedes al respecto de esta “faena” en el ruedo de la escritura.
Los términos de la literatura en tiempos de recesión hacen que se produzca la tremenda sensación de crisis, como efecto paralelo de aquella sobre esta. Ha transcurrido ya buena parte del año 2009 y mi producción en términos de escritos y otros quehaceres relacionados con actividades de esa naturaleza andan “a la baja”, como acciones en quiebra. Soy, ante el maravilloso mundo de las letras un desempleado más que intenta acomodarse en una u otra oportunidad de las diversas que ofrece el espectro que no es solo un simple mundo. Es el universo todo. Ya me veo con la hoja en blanco, o el cuaderno abierto. También frente a la página digital de un archivo Word totalmente desnuda, sólo con el cursor guiñándome intermitentemente…
No logro concebir un texto coherente, ni como ensayo, ni como poema, ni como prosa, ni como nada que no sea maldita la cosa. Voy a las librerías buscando un pretexto coherente que me permita destapar el frasco de los misterios que por ahora cargo sin oficio ni beneficio. Explicaría que las ideas que vengo pergeñando son parte de ese desesperado y desértico panorama en que me hundo. Salgo a las calles a buscar algo, por insignificante que sea para transformarlo en palabras y aunque a mi alrededor sucedan infinidad de cosas en un mismo instante, las palabras se limitan a no darme la mano. Me deshago en meditar a profundidad la forma en que debo entonar las primeras ideas del texto anhelado. Pero como un desempleado más me van negando la posibilidad de instalarme en cualquier actividad. Eso de andar por la ciudad, deambulando por ella bajo circunstancias de absoluto abandono me llevan a pensar en todos los delirios que produce tanto fantasma que se ha puesto a mi lado, hablándome al oído, susurrando las más obscenas ideas que van desde clavarme las más plumas atómicas que pueda en el cuerpo, como un harakiri inevitable, o lanzarme al río de los Remedios, sin saber ellos que de ese afluente no queda nada que no sea el mero recuerdo. Otro me lanza la idea de asaltar una tienda comercial y tomar todas las bolsas de sopa de letras que haya en el mueble destinado a las pastas. Hay quien se le ha ocurrido la bendita idea de buscar en el “Metro”, en esa oficina de objetos perdidos todas las letras que estén por ahí, ya que son uno de los artículos que menos reclaman los usuarios… Hasta es probable que entre todo aquel extraño apretujamiento de cosas, las más inverosímiles, anden un buen conjunto de palabras, suficientes para iniciar, junto a una taza de café lo que tanto anhelo…
En eso llevo casi medio año, por tal motivo nadie se acuerda de mí. No me han llamado para concertar la colocación de una editorial, o un interesante artículo sobre el espíritu de la ocasión, que no ha terminado de pasar… La espero como un camión que ya no pasa por aquí desde que quitaron la placa que marcaba parte de una ruta que ha desaparecido del panorama. ¿Será también a causa de tanta crisis y recesión?
No me produce ninguna sensación de tranquilidad el hecho de que abra periódicos y revistas sin que aparezca –ni por casualidad-, algo en relación a mi trayectoria. No existo para los demás. ¡Y claro!, ¿cómo no vas a existir? si en realidad lo último que escribiste aquella ocasión, -¿te acuerdas?- fue tan malo, que provocó bostezo en unos y sensación de lástima en otros.
Habrá que creer en la resurrección como la mejor posibilidad del último aliento, antes de morir de verdad. Al menos tengo para mis adentros que esa podría ser la razón postrera que me sostiene en esta vida para creer en algo. Sé que ya no puedo seguir dando lástimas. Fueron muchos días de soportarlo, de ser el blanco de las peores críticas y descalificaciones lo que he hizo sentirme en todo momento como un apestado. Quizá por esa razón dejé de frecuentar el mundo, quizá por todo ese peso que me abrumaba hasta la desesperación, tuve que tomarme un nuevo aliento que es con el que salgo de nueva cuenta, como si fuera una rata necesitando el alimento de cualquier desperdicio para iniciar lo que tanto deseo. Pero esa rata peligra ante el hecho de que pueda ser motivo de una caza, o de persecuciones terribles. Sometida quizá a las ingenuas como antiguas trampas para ratones (¡esos sí, que se jodan!).
No puedo dejar de pensar en el exterminio…
En fin, a tanto he tenido que llegar a compararme, luego de que en otros tiempos que fueron mejores, no lo puedo negar, me codeaba con lo mejor de la sociedad, esa que ahora me ha sentenciado al juicio sumario de desaparecer, de que te conviene mejor que vayas despidiéndote… ¡que no te queremos volver a ver!
Yo que me codeaba con este y con aquel… y resulta que este y que aquel son los que me lanzaron hasta el precipicio en que ahora me hallo. No tengo que pedirles nada. Todo me lo dieron, pero también todo me lo quitaron. La queja, el reproche no sirven de nada, y mucho menos para generar ningún tipo de nota o escrito. Valerme ahora de mi propia desgracia para escribir el mejor de los textos literarios de todos los tiempos me parece hasta antihigiénico. Lo peor de todo es que no se desprende de mí la fuerte pestilencia de vómito, mierda y otros tufillos…
No soy metáfora de lo que era, es decir que ahora me siento mutilado, sin posibilidad de poder escribir nada que no sea ni mi propio epitafio. Sólo quiero, antes de partir, antes de perderme y no seguir dando lástima, que me dejen vivir dos días más. Quiero humedecerme de la tristeza venida en forma de lluvia. Del rumor que soplan los vientos, iluminarme de sol y vestirme de la oscura noche. Ni siquiera pensar en un cementerio, eso me parece tan obvio. Quisiera que la tinta en que quedaré convertido, se deposite en la pluma inmortal, y pase, por obra de un estudiado mecanismo, hasta la mano de un solo individuo. Déjenme que lo elija y entonces, apenas en los instantes previos a mi muerte, confesaré su nombre…
Mientras tanto, me aferro a la resurrección… quien quita.
30.05.2009