EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    No me sorprende la actitud que mostró la Comisión de Administración Pública de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), encargada de impulsar la prohibición a las corridas de toros en el Distrito Federal, apenas este 22 de marzo. La gestión encabezada por los diputados José Luis Muñoz, Beatriz Rojas y Víctor Varela (del Partido de la Revolución Democrática, PRD), que votaron a favor, en tanto que Carlos Flores (del Partido Acción Nacional) y Lizbeth Rosas, también del PRD, se abstuvieron de votar, ocurre apenas unos días de haber concluido la temporada en la plaza de toros “México”, siendo réplica del mismo propósito el cual comenzó a hacer ruido antes de iniciado también el mencionado serial capitalino. Es decir, intentaron “calentar” un ambiente contrario que no prosperó y ahora pretenden darle continuidad. En ese antes y después, comenzaban los tiempos electorales. Hoy, se encuentran en una etapa ascendente y comprometida también.

   La maniobra pretende concentrarse en la modificación al art. 42 de la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos, del 13 de enero de 1997 y que a la letra dice:

 CAPÍTULO II

De los Espectáculos Taurinos

Artículo 42.-Para la presentación de Espectáculos taurinos se deberá observar, además de lo previsto en la Ley, las disposiciones del reglamento correspondiente.

    Entiendo que hasta hoy, en términos de legalidad se ha respetado. Pero estos “representantes” olvidan que al interior del espectáculo se han generado usos y costumbres, de que es una expresión de arraigo bastante metida en la entraña del pueblo y que, en tanto tradición ha conseguido alcanzar los 486 años de convivir entre nosotros. Olvidan también que la infraestructura para su desarrollo ha generado fuentes de ingreso, lo cual en caso de suceder la autorización de ese propósito, pondría en serios problemas la condición laboral de muchos. El asunto, es que al turnarse el dictamen ya validado, pase al pleno de la asamblea para que 66 diputados decidan si es conveniente o no la modificación al mencionado artículo 42, lo cual simple y llanamente se convertiría en la prohibición a las corridas de toros en el Distrito Federal, sin más.

   Olvidan que este es un patrimonio intangible, pero sobre todo buscan polemizar, con base en sus opiniones, los significados rituales y ceremoniales que posee la fiesta en grado sumo. Nosotros, que reconocemos la existencia del sacrificio y muerte de un animal, no nos identificamos como alentadores de la tortura, primer gran argumento del que se valen los contrarios no solo para descalificar, sino desvirtuar y manipular la conciencia de una sociedad a la que es necesario concientizar para hacerle entender que ese no es el mejor camino. Por lo tanto, me parece bueno recordar lo que apuntaba hacia el mes de octubre pasado, con respecto a este mismo síntoma, que para entonces comenzaba a inquietar las aguas del ambiente taurino:

   Cuando tengo necesidad de escribir todo lo que hasta aquí he pretendido decir, es porque en efecto, los movimientos que se están levantando en contra de las corridas de toros puede que tengan un peso de razón, pero no la suficiente pues entonces caemos en el terreno de los deberes y los derechos que establecen diferencias muy claras entre la raza humana y la raza animal. Si la pretensión es dar a la raza animal atributos que sólo corresponde a la humana, estamos cayendo en un equívoco que debe solucionarse marcando la natural diferencia que comienza en el raciocinio. Por otro lado es preciso aclarar que los pueblos, en buena medida se han integrado a lo largo de los siglos en sociedades que construyen formas de ser y de pensar, con sus creencias y preferencias. Desde luego lo que hoy somos como grupo social sería imposible que se adaptara si, por razones de un “túnel del tiempo”, tuviésemos que regresar 100 o 200 años atrás; o viceversa. Quedan en el ambiente o en el imaginario colectivo una serie de circunstancias que seguimos conservando –cambia la forma, el fondo permanece-. Y en ese sentido, las corridas de toros son un ejemplo muy claro.

   Quedaron establecidas en México luego de que ocurrió un proceso de conquista, de expansión y de guerra. Se impuso no el poderío español, que era más bien un frente de batalla muy débil, pero se intensificó gracias a que se unieron grupos indígenas que estaban sometidos, sobre todo por el imperio azteca. Fue la espada primero. Luego fue la cruz. En esa medida, los misioneros cumplieron un papel incómodo, destruyendo la religión que practicaban los pueblos prehispánicos para imponer otra. Se había producido, para bien o para mal, nunca como efecto maniqueo, un mestizaje el cual, trajo consigo diversas formas de expresión en el campo de la vida cotidiana. Las nuevas generaciones inmediatamente después de esa etapa colonizadora se amalgamaron y fue así como el padre español y la madre indígena se empeñaron en adaptarse a una nueva realidad en la que se acomodaron diversas formas de vivir. Una, entre muchas, fue la de compartir el toreo, como lo fue, y sigue siendo la religión; como lo fue y sigue siendo también el burocratismo que, desde Felipe II y hasta nuestros días permanece incólume.

   En esa nueva condición de adaptarse y asumir, hacer suya una condición que formaría parte del devenir histórico, los toros como espectáculo se convirtieron en elemento que cohesionó no sólo desde el ritmo de lo profano. También de lo sagrado, y esto, tomó siglos; sigue configurándose. Y hoy, en pleno siglo XXI, esa “rara avis” como ya es vista la tauromaquia, permanece viva en medio de nuevos escenarios y formas de pensar. No es posible, reflexionarán algunos, que un espectáculo anacrónico y “salvaje” como es el de los toros, aún siga perviviendo con su dinámica, una dinámica que ha acumulado siglos de configuración, de acomodos y reacomodos hasta ser lo que hoy día es: Una clara herencia de ese pasado que ahora pretenden borrar, sin más.

   Los toros como fiesta o espectáculo, contiene diversos elementos rituales, lúdicos, de profundo arraigo que hace suyo un pueblo, sin que existan de por medio diferencias de ninguna especie (sobre todo las que se refieren a las escalas sociales). En ese sentido y de esa manera se explican las corridas de toros, como convocantes y materializadoras de un proceso que decanta en la celebración, en la congregación colectiva que acude a un espacio abierto donde se pondrán de manifiesto un conjunto perfectamente articulado de condiciones donde diversas mayorías se convierten en testigos no sólo del ritual en sí, sino del resto de otras tantas expresiones en las que habita lo técnico o lo estético, dos razones entre muchos que justifican su puesta en escena. Y si en todo ese amasijo de condiciones que la constituyen, se entiende que va de por medio el desempeño de cientos, quizá miles de otras tantas personas que destinan una fuerza de trabajo y de eso depende su ingreso, pues vamos entendiendo mejor que el asunto ha encontrado a lo largo de varios siglos, entre otras cosas, una razón más de ser.

   Por esas y otras muchas razones vale la pena explicar qué son las corridas de toros, sobre todo en el siglo de los avances vertiginosos. Espero que estos no sean signos de moralidad puritana que apuesta por impedir determinados hábitos que las sociedades han procesado a lo largo de muchos, muchos años.

   El asunto apenas ha comenzado a despuntar. Debemos irnos preparando para argumentar y defender con mejores razones el significado de una fiesta, mismo que se pierde en la noche de los tiempos. Pero es preciso que nosotros, los taurinos, no nos perdamos tampoco en el falso y vago discurso de los lugares comunes.

   En los postulados que hoy invocan tantos candidatos, desde los que aspiran a la presidencia de la república hasta los de jerarquías que van de la cámara de senadores, a la de diputados o la misma Asamblea de Representantes, deben existir infinidad de prioridades que alienten el empleo, la educación, la cultura, la economía, así como recomponer el marco social, hoy en terrible estado de descomposición a raíz de la infructuosa guerra que el estado ha mantenido con el narcotráfico, con lo que se desdice o se deslinda de otras responsabilidades. A mi leal saber y entender es en esos puntos donde debe estar concentrada su atención y preocupación. Este asunto de la cosa taurina, además de estar convertido en una moda, impulsada por voces ajenas pero bastante evangelizadoras por cierto, ha hecho que sea blanco de tamaño desconcierto. Mi opinión muy pero muy personal es que dejen esto por la paz. En casa, hay mucha ropa sucia que lavar, eso es cierto, pero si la pretensión es alentar la ideología y no la praxis de lo cotidiano. Si el propósito es acabar con una decisión así con las corridas de toros sin contemplar todo el imaginario popular construido en siglos de recorrido, alterarán un ciclo natural de condiciones que no son sólo de orden urbano. También rural. La infraestructura que se ha construido en torno al espectáculo y todas sus circunstancias tendrá un severo impacto que no solo perjudicará un mercado ya establecido. Afectará al campo como un ecosistema perfectamente articulado, y con el cambio climático ya tienen suficiente los ganaderos para reparar lo irreversible del daño en esas unidades de producción agrícolas y ganaderas.

   En fin, que lo suyo no es sentenciar a una fiesta, espectáculo o representación simbólica y ritual al mero propósito que persiguen. El efecto “dominó” que puede haber detrás de todo esto es el verdadero síntoma de preocupación. Suficiente tuvimos este sexenio con el cuento de que un “presidente del empleo” se iba a encargar sólo de desarticular esa esperanza de muchos mexicanos como para que ustedes se conviertan, entre otras cosas, en cómplices perfectos de nuevos candidatos al desempleo y aliento de la violencia, lo que pone esto al rojo vivo. Suficiente hemos tenido los mexicanos con tan malos gobiernos que una muestra más, por parte de sus representantes populares no le vendría mal a su ya descalificado y devaluado proceder. ¿O qué les parece la nueva cifra –no de Forbes-, sino de la realidad misma, de que al terminar este sexenio, México tendrá 60 millones de pobres?

 23 de marzo de 2012.

Post scriptum

    En la emblemática columna ¿La fiesta en paz? del amigo Leonardo Páez,[1] acaba de apuntar algo en lo que estoy totalmente de acuerdo, trayendo aquí algunas de sus palabras y afirmaciones:

   “Revestidos de la actitud seudomodernizadora y de la incultura compasiva adoptada por los separatistas catalanes, estos jóvenes metidos a legisladores han preferido ignorar aspectos medulares de la fiesta, cuya revisión y eficaz legislación es imperiosa, como serían el desmantelamiento gradual de una tradición centenaria, gracias a la ineficaz autorregulación de sus promotores; los criterios de otorgamiento de licencia de funcionamiento de un coso; sanciones y causas de revocación de ésta cuando se incumple la Ley para la Celebración del Espectáculos Públicos en el Distrito Federal, y la convocatoria para escuchar, con cuestionamientos sustentados, a los indolentes aficionados y a los diferentes sectores implicados. Ello sería abordar el tema con verdadero espíritu legislativo, no con demagogia”.


[1] La Jornada, D.F., del domingo 25 de marzo de 2012. La Jornada de en medio, p. 10 a.

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