POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
La presente efeméride, corresponde al domingo 8 de abril de 1855.
En EL UNIVERSAL, del 1º de abril de 1855, p. 3 apareció la siguiente nota:
La actriz Doña Matilde Diez.
Asegúrase que vendrá precisamente a la República por el próximo paquete. Así, pues en muchos días, pasada la Pascua, no tendremos diversiones públicas en los teatros.
Más afortunados los amantes de la tauromaquia, podrán ocupar los asientos de la plaza de San Pablo, donde, según se dice, trabajará Bernardo Gaviño desde el domingo próximo. Este hábil torero se encuentra ya en esta capital, de vuelta de Veracruz, donde dio algunas corridas.
PLAZA PRINCIPAL DE TOROS DE SAN PABLO, D.F. Domingo 8 de abril.
“No habiendo determinado la empresa de toros del Paseo Nuevo dar funciones en la presente temporada, me decidí yo antes de partir para Veracruz, arrendar la plaza de San Pablo y disponer dar en ella 3 ó 4 corridas.
“El único obstáculo que se me presentaba era encontrar un ganado que llenara del todo mis deseos, para que el público quedara complacido y no echara de menos la buena calidad de los toros que últimamente había visto lidiar en Bucareli; pero felizmente creo haber allanado esta dificultad y estoy seguro que el ganado que he encontrado para esta funciones (que no es ni de Atenco, ni del Cazadero), dejará satisfecha a la concurrencia por su buena ley y bizarría (…). Bernardo Gaviño.
“Se lidiarán siete toros que yo mismo he elegido con todo empeño (…) (El Siglo XIX, Nº 2293, del sábado 7 de abril de 1855).[1]
A propósito, en las memorias de Juan Corona aparece el siguiente testimonio:
Muchos hechos notables se registran en esa misma plaza (la de San Pablo) de los toros de Atenco, entre ellos el de haberse suspendido en una de las corridas del mes de Abril del año 55 la suerte de varas por la razón de que el 1º y 2º toro inutilizaron á los cinco picadores después de haber matado 14 caballos. Trabajaba en esa corrida como espada Gaviño (este hecho me lo relató el mismo Corona –apunta F. Llaguno, el recopilador-, porque fue uno de los que ingresaron a la enfermería).
He aquí un viejo apunte, aparecido en la todavía más rara edición de Domingo Ibarra: Historia del toreo en México de 1887, que recrea al célebre picador de toros Juan Corona que con el tiempo, compraría una quinta por los rumbos del paseo de la Viga, donde fue a establecer por la octava década del siglo XIX un museo de curiosidades, visitado por otros tantos «curiosos».
[1] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots. T. I., p. 159.