REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS Nº 34.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    A cuantas personas tengo el gusto de conocer, pero que, por circunstancias de edad, hoy día rebasan con facilidad los 70 u 80 años, suelo preguntarles si en algún momento tuvieron oportunidad de ver en la plaza de toros al genial escritor y cronista de la ciudad de México, don Artemio de Valle-Arizpe. De todos ellos, que son pocos en realidad, ninguno tiene presente ese detalle. Y es que ya corrieron 51 años de la muerte del autor de tantas “tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreynal”.

   Sin embargo, la imagen que ahora viste la presente colaboración, tiene para mí un significado muy especial porque podría ser el único testimonio gráfico que sobre el personaje aludido existe hasta estos momentos asistiendo a una plaza de toros. Pero tampoco estoy seguro de las afirmaciones que voy a presentar a continuación.

   En principio, se trata de la plaza de toros “El Toreo” de la ciudad de México. Deben estar corriendo los años 30 del siglo pasado y este grupo animoso de respetables caballeros, de seguro se dispone para presenciar algún festejo programado. Lo que puede apreciarse es aquella fantasmal imagen que presentaba el que, por otro lado es el memorable escenario de la colonia Condesa.

   Las celosías, el esqueleto en que se quedó toda su vida le dieron tan particular como peculiar sello, revestido de incómoda publicidad que aparecía por todas partes y la presente imagen no es la excepción.

   Todos ellos visten a la usanza de una época en que ciertos usos y costumbres establecieron salir a la calle vistiendo los señores trajes bien cortados, todos salvo unos cuantos- van tocados de sombrero, y alguno más calzando polainas. También se aderezan de bastones símbolo más de prestancia que para uso por razones que todos conocemos.

 ¿Valle-Arizpe y Ruano Llópis?

  Entre todos ellos, don Artemio aparece al centro, lleva sus típicos “quevedos” y cruzando graciosamente la pierna derecha misma que cae sobre el primer peldaño de la escalinata. A su diestra, es decir a la izquierda nuestra, aparece quien debe ser el pintor valenciano Carlos Ruano Llópis, recién llegado a nuestro país y que ya se le ve por las plazas con su habitual señorío. Poco más arriba, y un tanto a la derecha de nosotros, pareciera ser el Gral. Pablo González Garza, característico no sólo por las batallas libradas años antes durante la Revolución, sino por el hecho de ostentar un abundante bigote. Sin sombrero y con corbata de moño, también aparece debajo de González el que posiblemente sea el periodista Jerónimo Coinard o Merchand (ustedes sabrán disculpar mi inseguridad en la identificación de este personaje). Por encima del que lleva la gorra de militar, aparece un joven José Pagés Llergo o por lo menos su fisonomía así lo declara.

Pablo González en la parte superior. Jerónimo Merchand o Coignard, abajo a la izquierda.

   Es así como ciertos trabajos de reconstrucción del pasado, requieren de minuciosas tareas que no sólo son de carácter histórico. Parecieran aliarse las arqueológicas como para recuperar testimonios gráficos que como el presente, ofrecen un alto grado de dificultad para su identificación o calificación.

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