POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Julio Bonilla, en su afán de concebir una obra inacabada, inconclusa como fue su “Diccionario Taurino Mexicano”, aún a pesar de que pasaron varios años para que ese asunto madurara en la importante cantidad de ejemplares publicados, aunque fuese de manera irregular, pues tal inestabilidad era resultado o espejo de aquellas intermitentes prohibiciones que afectaban las corridas de toros, sobre todo en la capital del país. Y es que el desorden, el caos seguían siendo un denominador común. Por eso, considero que el “Diccionario” de Bonilla no pudo concluirse, además de que, por la naturaleza de su extensión, era sumamente ambicioso, como ambiciosa era la idea de generar los elementos culturales suficientes para orientar y reorientar a una nueva generación de aficionados, quienes gracias a la aparición de El Arte de la Lidia, publicación dirigida por Bonilla, y otras más que comenzaron a circular de manera muy amplia en 1887, el hecho es que aquellos nuevos aficionados, tendrían suficientes datos para convertir su arcaica formación en una más apropiada, con la que entender el devenir de la fiesta de toros, espectáculo que se reanudaba luego de casi 20 años de prohibición en la capital del país.
Pues bien, en ese afán por recoger y traer hasta aquí esa labor, hoy me ocupo, como se ocupó Julio Bonilla, de retomar el asunto descriptivo del sólo término Arte, para el que, en el número 17, año II, del domingo 2 de mayo de 1886, publicaba con la siguiente y profusa anotación, aludiendo una comparación, o más que esta, la superioridad que las corridas tendrían sobre aquellos.
DICCIONARIO TAURINO MEXICANO.
(Continua).
Las funciones de toros llevan ventaja al baile.
Efectivamente, veamos si en el baile se encuentra la moralidad que dicen algunos falta a las corridas de toros; y prescindiendo de lo que tiene aquél de ridículo, juzguemos desapasionadamente acerca de los bienes y ventajas que reporta a la sociedad, y comparemos.[1]
Disponible agosto 7, 2012 en: http://www.dsloan.com/Auctions/A23/imagezoom2.php?file=ibarra-coleccion-1860-01
Sin remontarnos a los tiempos primitivos en que de seguro se bailaría; sin querer de intento hablar de las lúbricas danzas de la diosa del mundo, Roma: contrayéndonos a los tiempos modernos, preguntamos: ¿Es muy moral apretar el pecho del galán al escotado seno de la dama que con él valsa? Vaya, señores moralistas, que tanto malo encontráis en las fiestas de toros, no nos hagáis hablar, que entrando en el terreno de las comparaciones, sois vencidos. Os diremos que no sólo es inmoral, sino repugnante en alto grado, ver en un salón cien parejas o más, apretadas, estrujadas unas con otras, bailando lo que se llama bastante significativamente, Polka, Danza habanera, etc. Que la desnudez completa de las actuales bailarinas es vergonzosa, y sus movimientos sin gracia, obscenos y asquerosos. Que lo son mucho más y en grado más escandaloso, si es posible, los cancanes importados de la culta Francia y todos los bailes de allá venidos, en que no se ve más que andar de puntillas a una mujer desnuda, sacudir las piernas (casi siempre alambres) por todo lo alto, formando con ellas un ángulo tan abierto, tanto, que parecen línea recta. ¿Y qué se dice de los bailes de máscara? Nos ceñiremos a relatar las frases de Larra: “Allí hay madres que andan buscando a sus hijas y muchso maridos a sus mujeres, sin encontrarlas”. ¿Y la moralidad? Ni rastro ha dejado a su paso, si es que por allí ha pasado alguna vez. Y si en nuestras afirmaciones, por distintas causas y en diversas ocasiones debe exceptuarse algo, tampoco en lo absoluto, cuantos ven las corridas de toros, debe decirse que son bárbaros e inmorales tanto más cuanto que queda plenamente demostrado que si las corridas de toros son inmorales lo son mucho más los bailes.
Estos, además de los vicios que despiertan, de lo que a la moral ofenden, de lo que a la dignidad repugnan, de lo que a la sociedad pervierten, afeminan a los hombres, los hacen pusilánimes, endebles y cobardes. ¿Qué sentimiento noble, que idea de lo grande, de lo heroico, puede caber en el pecho de un joven que por ocupación frecuenta los bailes, por inclinación no conoce ni trata más que danzantas, y por costumbre no usa más armas que el bastón de junco ó el abanico de seda? No es envidiable su suerte, ni la de la nación que por su desgracia tuviese individuos de tal calaña. Por eso no queremos de ningún modo que nuestro pueblo se parezca en nada al que se forme de entes que, lejos de hacer alarde de valor, fuerza e inteligencia como cumple al hombre, no piense más que en la vida disipada del sibarita y en los goces del dinero. ¡Pobre nación donde tal suceda! Cuatro soldados y un cabo penetrarían impunemente en un pueblo, aunque tuviera cincuenta mil habitantes, y le impondrían su voluntad, porque nadie los resistiría. Afeminados los unos, cobardes por lo tanto y temerosos los otros de perder la vida, y con ella los goces a que tanto apego tienen, los que para nada estiman lo necesario que es a la educación de un pueblo, hacerle fuerte, inculcarle máximas para que sea valiente, para que desprecie la vida en ocasiones, sería imposible la defensa.
Disponible agosto 7, 2012 en: http://www.dsloan.com/Auctions/A23/imagezoom2.php?file=ibarra-coleccion-1860-04
En corroboración de lo expuesto y como prueba supernumeraria de nuestra aseveración, concluimos este artículo con las palabras de un célebre escritor: “Es difícil, dice, que los jóvenes puedan perseverar en el camino de la virtud cuando se les provoca de continuo con la torpe exhibición de mujeres medio desnudas ante los resplandores de las baterías. Es preciso, añade, que se prohíban los bailes en los teatros, pues que con ellos nada gana la moral ni la decencia, y sólo sirve para pervertir a la juventud y fomentarle vicios.
¿Puede decirse otro tanto de las funciones de toros? Lo hemos dicho ya, contéstesenos desapasionadamente y la respuesta no es dudosa.
J.M.B.
(Continuará).
[1] No olvidar que por aquella época, seguía siendo un referente la “Colección de Bailes de Sala… dedicada a la juventud mexicana” por Domingo Ibarra, edición de 1860. Domingo Ibarra como Julio Bonilla, fue otro de esos taurinos irredentos convencidos de que su conocimiento tenía que trascender, como trascendió también, en el mismo caso de Ibarra con su Historia del toreo en México que contiene: El primitivo origen de las lides de toros, reminiscencias desde que en México se levantó el primer redondel, fiasco que hizo el torero español Luis Mazzantini, recuerdos de Bernardo Gaviño y reseña de las corridas habidas en las nuevas plazas de San Rafael, del Paseo y de Colón, en el mes de abril de 1887. México, 1888. Imprenta de J. Reyes Velasco. 128 p. Retrs.