EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Una voz, una pluma tan calificada y reconocida como la de Mario Vargas Llosa ha surtido efecto, luego de aquel dardo que lanzó el escritor español Rafael Sánchez Ferlosio en reciente entrega hecha a El País, en su edición del domingo 5 de agosto de 2012, y que el propio premio Nobel de literatura en 2010 respondió en la misma publicación periódica del 12 de agosto siguiente. Aquí la versión impresa:

El País. Edición México, del 12 de agosto de 2012, p. 21.

   Vargas Llosa quizá, se ha convertido en el intelectual más reconocido en declarar su taurinismo, su afición a los toros sin prejuicios, sin tapujos, sin temores al “qué dirán…” y es, entre la elite cultural uno de los que junto a Fernando Savater o Francis Wolff, quienes han tenido que hacer declaraciones o entregar colaboraciones a la prensa escrita para afirmar y reafirmar que para el taurino, la “barbarie” taurina, tal y como lo apunta el autor de Pantaleón y las visitadoras no está considerada en nuestro bagaje cultural, y en cambio hasta es preciso moderarla como apunta Vargas Llosa en estos términos: “En los toros hay una violencia que para muchas personas como Sánchez Ferlosio, es intolerable, algo absolutamente digno de respeto. Sería un atropello brutal que alguien quisiera obligar a nadie asistir a un espectáculo que malentiende y abomina”. He aquí una de las principales razones en que se sustenta la discusión actual, y es la que sostienen los contrarios en hacer creer a los demás que en el espectáculo taurino se manifiestan unos síntomas de violencia, que en efecto son intolerables para ellos… no para nosotros quienes tenemos una clara y porqué no decirlo, correcta idea de que la tauromaquia es, vuelvo a repetirlo, un ritual en toda su dimensión. Si determinados sectores de las sociedades modernas ya no conciben en sus contextos lo que significa un “ritual”, con ello podrían estar manifestando un marcado alejamiento de ciertos valores que le corresponden a la constitución del hombre en las sociedades todas, desde su más primitiva formación e integración hasta nuestros días.

   Todo aquel que se considere aficionado a los toros debe saber que, para hacer una defensa legítima de un espectáculo cada vez más cuestionado, es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de procesos cuya integración puede sumar varios milenios. Sociedades primitivas vincularon los ciclos agrícolas concibiendo figuras idealizadas a las que comenzaron a rendir culto. En el bagaje complicadísimo de su andar por los siglos, fue necesario incorporar elementos que, llevados al sacrificio, cumplían con propósitos de celebración, veneración y hasta petición, cuyos fines se ligaban a la obtención de buenas cosechas o buscaban erradicar el mal producido por sequías, inundaciones o plagas.

   La caza del toro por el hombre primitivo para aprovechar su carne como alimento, su piel como vestido y más tarde, con el surgimiento de las sociedades agrícolas, como instrumento de trabajo, fue probablemente el embrión de la tauromaquia. Para apoderarse del animal, el hombre debió oponer su habilidad e inteligencia a la fuerza bruta del bóvido, dando origen a ciertas prácticas que podrían ser consideradas como una lidia primitiva. Más tarde, estas prácticas se utilizarían como deporte y como ritos religiosos.

   En el sincretismo, la amalgama que esas y otras sociedades tuvieron, ya fuera por expansión de sus dominios, por guerras o esa intensa lucha que las creencias también fueron forjando, permitieron que los pueblos fueran cambiando lentamente sus esquemas de vida, asunto este que permitió, entre otras muchas cosas, expresiones de la vida cotidiana. Es así, que en ese largo proceso además de que el hombre ya convivía con animales y los domesticaba, así también surgieron expresiones que, al cabo de los siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró espacios de desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el que, en su nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.

   Que el toreo despierte pasiones es un hecho. Los componentes que reúne han producido, producen y seguirán produciendo diversos niveles de intensidad en las polémicas, las confrontaciones, el debate que unos y otros han mantenido por siglos. Hoy día, con explicaciones como la que ahora mismo se presenta, se da un paso adelante en el sentido de justificar el porqué de los toros, de ahí la importancia de revalorar sus significados, sin mengua de que nos enfrentamos o podemos enfrentarnos a auténticos juicios sumarios que muchas veces se cierran a la razón, siendo para nosotros la única bandera que ondea en el campo de batalla.

   Y aún más. Vuelvo a citar parte de la que fue mi ponencia en el exitoso II coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Mesa 4: Eventual reconocimiento institucional de la fiesta de los toros como patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad por la UNESCO, en pro de su salvaguarda. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.

 AMBIGÜEDADES Y DIFERENCIAS: CONFUSIONES INTERPRETATIVAS DE LA TAUROMAQUIA EN NUESTROS DÍAS.

    El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

   En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

   En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

   Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

   Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

   La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

   Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que no comparten ideas u opiniones con respecto a lo que se convierte en blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por homofobia,[1] biofobia,[2] por lesfobia[3] o por transfobia[4]. Ahí el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.

   En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.[5]

   Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.

   Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

   Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:

   Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?

   Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.

   Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.

   Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos.[6]

   Finalmente no queda sino agradecerle a Mario Vargas Llosa haber logrado poner un fiel en la balanza a una discusión que seguirá su marcha, pero que por ningún motivo puede desgastar a los taurinos.

14 de agosto de 2012.


[1] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.

[2] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales respectivamente.

[3] Fobia a las lesbianas.

[4] Odio a los transexuales.

[5] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección Mirador)., p. 18.

[6] Op. Cit., p 31.

Deja un comentario

Archivado bajo EDITORIALES

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s