POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.[1]
A Rosana Fautsch Fernández, con afecto.
José Alameda escribió y vio publicados los siguientes libros o trabajos:
Disposición a la muerte, en 1944.
Con un lapso de nueve años aparece
El toreo, arte católico, en 1953.
Los arquitectos del toreo moderno, en 1961.
Trece años después:
Seis poemas al valle de México y ensayos sobre estética, en 1974.
Los heterodoxos del toreo, en 1979.
La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo, en 1980.
Crónica de sangre. 400 cornadas mortales y algunas más, en 1981.
4 LIBROS DE POESÍA. I SONETOS Y PARASONETOS. II PERRO QUE NUNCA VUELVE. III ODA A ESPAÑA Y SEIS POEMAS AL VALLE DE MÉXICO. IV EJERCICIOS DECIMALES,en 1982.
Retrato inconcluso. Memorias, tambiénen 1982.
Seguro azar del toreo, en 1984.
De este libro, el que además –y en lo personal-, me gusta mucho por su capacidad de síntesis y la buena selección de poemas y otros textos que decidió su autor, elijo uno de ellos que refleja buena parte del estilo “alamediano” o “alamedano”. Veamos.
Historia verdadera de la evolución del toreo… que Bibliófilos Taurinos de México, como grupo editor publicó en dos presentaciones, allá por 1985.
… y El Hilo del Toreo, que Espasa-Calpe también presentó en dos versiones en 1989.
Todo esto en vida.
Como ediciones post-morten, existen dos:
Retrato de tres ciudades: Sevilla, Madrid, México, en 2006 y Los arquitectos del toreo moderno, en 2010.
Además, se sabe que escribió otros dos libros:
Moctezuma… y
Una Tauromaquia…
Pero se desconoce su paradero.
Por otro lado, editó dos discos L.P.:
Poemas de amor y poemas de toros, publicado en 1973 y…
José Alameda, el poeta, que salió al mercado en 1980.
Ambos, contienen una rica y variada selección de sus mejores poemas y algunos más.
Pero ahí no termina todo. Al llegar a México el 1º de marzo de 1940, El ciudadano español Luis, Carlos, José, Felipe, Juan de la Cruz Fernández y López-Valdemoro (Madrid, 24 de noviembre de 1912; ciudad de México, 28 de enero de 1990) se convierte para la tauromaquia mexicana y el ambiente social en José Alameda, para unos. En Pepe Alameda para muchos, si cabe el síntoma afectivo y cariñoso que se le prodigaron, aunque no faltara quien lo sometiera a juicios de valor; o peor aún, a juicios sumarios porque su cultura, finalmente su cultura despertaba sospechas y desdén.
Pues bien, recuperando el “hilo de la conversación”, al poco tiempo de establecerse, sus escritos comenzaron a aparecer lo mismo en El hijo pródigo que en Estampa, Sol y Sombra y La Lidia, aquella particular revista de tonos verdes, editada en principio por D. Roque Armando Sosa Ferreiro. Años más tarde esa labor periodística se ampliaría en Últimas Noticias de Excelsior, Excelsior, Semanario D.F. y finalmente El Heraldo de México. Ésta última va del 9 de noviembre de 1965 a 2003 (colaborando de 1965 a 1990), año en que sus ediciones hacían notar fuertes signos de decadencia, pero también de una firme institucionalidad en apego a los principios políticos de un partido como el Revolucionario Institucional, que para ese año ya había perdido importantes grados en su radio de influencia. Lo notable aquí es que en el rango de 1965 a 1990, se encuentran 25 años muy importantes por revisar, sobre todo en la sección de deportes que acogió la siempre amena y esperada columna “Signos y Contrastes”, firmada por José Alameda. De lo anterior, estoy convencido que quien realice dicha tarea de acopio e investigación, encontrará valiosos resultados en la tarea periodística y cotidiana del personaje que, en este trabajo es motivo de merecido homenaje.
No conforme, de 1955 a 1973 colabora en las poco más de 1000 ediciones de Cine Mundial, noticiario cinematográfico cuyo editor fue Manuel Barbachano Ponce donde fue guionista y locutor no sólo de las emblemáticas notas taurinas que causaban furor en los cines, sino que también ocupó sus capacidades en otros muchos temas, de ahí que en 2004, este servidor tuviese el honor de ser el editor del disco DVD que publicó la Filmoteca de la U.N.A.M. bajo el título de Los toros vistos por el noticiero Cine Mundial (1955-1973), donde hay poco más de medio centenar de esos materiales, que se seleccionaron rigurosamente. También tendré el gusto de compartir algunos de ellos con ustedes poco más adelante.
Y tenemos más. Transmitió centenares, quizá miles de festejos a través de las ondas hertzianas, cosa que también ocurrió por televisión, tanto en México como en España.
Fue responsable del programa de televisión Brindis Taurino entre los años 70 y 80 del siglo pasado.
Llevó una vida donde coqueteó con más de dos mujeres, y con la bohemia.
Actor eventual en una obra de teatro –en la obra Chao-, pero actor al fin y al cabo.
Polémico y detonador de polémicas, desde la célebre y “amigable” con José Bergamín, que con aquella otra con Carlo Coccioli, o hasta la que sostuvo consigo mismo, en ese afán de ser mejor cada vez como puede notarse en su propia “Historia verdadera de la evolución de… José Alameda”, el que quería que a lo largo de toda escritura de sus libros, que va de lo que ya aparece bien escrito, estuviese lo impecable. Debo confesarles, en el fondo tengo obsesión por los escritores que podría llamar perfectos, sintéticos, directos en sus ideas. Lo bueno si breve, dos veces bueno, como afirmaba Baltasar Gracián o como lo dicho en aforismos contundentes, los del arrogante historiador Edmundo O`Gorman, como por ejemplo:
Se tenía en tan elevado concepto que nunca alcanzó a ver quién era…
El amor se nutre de soledad y de su hambre… o este otro:
El reto del historiador es hacer inteligibles con la imaginación las zonas irracionales del pasado.
O con el también asombroso Vicente Lombardo Toledano que, lejos de sus complejas teorías políticas nos deja en uno de sus libros fundamentales Summa reflexiones de esta naturaleza:
El arte tiene un fundamento material –la realidad de la naturaleza-, pero sin la labor del espíritu no existiría. El hombre es una criatura de la vida; pero también su creador. Esta fórmula que representa su alto significado afuera y adentro de sí mismo, tratándose del arte se convierte en ley. Percibir lo que existe y devolverlo enriquecido, es la tarea del artista; pero también la de señalar los caminos del hombre, que tiene una misión: mejorar lo que existe, agigantándose a sí mismo.
Así, con la seguridad de lo que se dice o piensa debe uno ir por la vida y ejemplos, modelos o paradigmas como el de Alameda, no nos van nada mal, sobre todo cuando hay que entender ciertos significados de fondo en la tauromaquia. No lugares comunes, sino razones que pulvericen esa amenaza, al punto que las razones allí expuestas se conviertan en auténticas catedrales, donde el peso del convencimiento sea tal, que no haya por tanto la menor duda al respecto de cuanto ahí se afirma. Y en eso, Alameda llevaba una carga de experiencias que él mismo se ocupó de afirmar, cuando por ejemplo, confesaba que mucho de lo aprendido para ver y entender el toreo, lo asimiló en el campo, lugar donde los toreros complementan el duro aprendizaje para luego concretarlo, reafirmarlo, e incluso para derrumbarlo en la plaza de toros, ante las multitudes que esperan ver la consolidación del maestro o hasta la caída de esa frágil figura que no fue capaz de mantener o sostener sus dominios.
En cada escrito suyo se tiene la misma sensación, la de encontrarnos a un intérprete dominando a la perfección su instrumento musical, o con la seguridad con la que el “mandón” controla todos los territorios del toreo. Ese es, ese era José Alameda, de pronto también incomprendido por su sabiduría misma, caudalosa, capaz de echar abajo y sin ningún miramiento a quien pretendiese encararlo. Por tanto, le era difícil entrar en conversación con cualquier que pretendiese tal atrevimiento. Con Alameda se debía ir bien preparado para aprenderle y poder conversar o discutir con él. En sus soledades se mostraba duro consigo mismo: “Yo debí haber sido un gran tribuno, y no esto –señalando un manojo de cuartillas- con la reseña de la última corrida de toros…” Sin embargo, son memorables todas aquellas ocasiones en que micrófono en mano impulsaba al espíritu hasta convertir cada transmisión en auténtico género literario que, por desgracia su lugar sigue sin ser ocupado. De seguro se habría preguntado como Rafael el Guerra en su momento:
Después de mi, naiden… después de naiden… Fuentes.
Después de mi, naiden… después de naiden……… largos puntos suspensivos.
Hasta aquí, todo parece miel sobre hojuelas, hasta aquí todo aparentar mostrar a un Alameda intocado. Pero Alameda en sí mismo fue un personaje que permanentemente buscaba llevar a escalas de perfección la serie de teorías que desarrolló desde su Disposición a la muerte hasta el Hilo del Toreo, antípodas literarias, los dos extremos del puente, tendido en medio de un abismo que como tal abismo no se convirtió sino en el reto a vencer. Por supuesto que no pasaría lo mismo, como pasó por ejemplo con Johannes Brahms, el genial compositor alemán del romanticismo. Sabemos que ya en su madurez, este músico revisó la su obra de juventud y el resultado no pudo ser más desastroso: terminó destruyendo una buena cantidad de partituras o rehaciendo algunas composiciones que le parecían más o menos coherentes. No sé si Alameda tuvo el mismo empeño, la misma obsesión, pero sí es posible apreciar a lo largo de su obra un anhelo en el que en ocasiones defendía sus postulados y en otros los cuestionaba. Ya en El toreo, arte católico, tiene un primer conflicto, sobre todo por aquello publicado en El Hijo Pródigo al respecto de en qué medida Joselito y Belmonte serían tan grandes como nos los había planteado en la Disposición a la muerte. Seguramente porque José Gómez Ortega y Juan Belmonte García poseían una dimensión que lo rebasaba todo. De ahí que ni el mismo Alameda alcanzara a entender esa escala, cosa que luego terminó aterrizando a plenitud de madurez teórica en El Hilo del Toreo, su más acaba obra, la que reúne como lo aseguro, la summa del toreo. Entendiendo la summa como la gran acumulación de experiencias, de conocimientos.
Por cierto, José Carlos Arévalo, quien estará aquí en unas semanas más, ha recuperado a José Alameda a través de las páginas de su emblemática publicación 6TOROS6, llegó a decir, al respecto de las “infinitas” dimensiones de Joselito y Belmonte:
“Hay un grave malentendido en la cultura de los aficionados: Que Belmonte fue el primer torero del siglo XX y Joselito, el último maestro del XIX. Es falso, la historia del toreo demuestra que todas las revoluciones no son más que el último y definitivo paso de una larga evolución. Tanto la quietud belmontina como el toreo ligado en redondo de Joselito tuvieron importantes precedentes. Pero ambos toreros son los dos pilares, los dos grandes legisladores de la tauromaquia moderna”.
Por lo tanto, tengo la certeza al pensar que El Hilo del Toreo en lo musical, podría ser exactamente igual a una sinfonía, porque lo comprende todo.
Pues bien, todo lo anterior tiene que ver con el hecho de que en breve, y a iniciativa de la Peña Taurina Taurina «El Toreo», de Monterrey (que este año celebrará sus 50 años de fundación), comandada por los siguientes integrantes:
José N. Candelaria V., Presidente
Rubén Leal Garza, Secretario
José N. Candelaria V., Presidente
Homar L. Rojas García, Vicepresidente
José Antonio Quiroga Chapa, Coordinador de eventos
la Universidad Autónoma de Nuevo León publicará mi libro: Del hilo de Ariadna al hilo y summa del toreo. Homenaje a José Alameda, en el cual reviso la obra integral del extraordinario personaje, con el simple objeto de recuperarlo como el gran escritor que legó ese conjunto compacto de obras presentadas al principio de la presente exposición. En el libro en puerta, no procuro, ni fue mi intención sentarlo en el banquillo de los acusados, y mucho menos de aplicar juicio sumario para “destrozarlo”. Ya lo decía Jacob Burckhardt, el gran historiador holandés: “No regañemos a los muertos. Entendámoslos”. Bajo esa consigna, se busca entender al Alameda escritor, al Alameda ser humano, con todos sus conflictos, sus fantasmas a cuestas, sus defectos y sus virtudes en tanto revisión a la obra literaria, misma que arroja un sinnúmero de posibilidades que lo ubican en una posición de privilegio, pues como lo dije anteriormente, su formación, a la sombra de obras y autores universales, la misma de carácter académico que le confiere el título de Licenciado en Derecho por la Universidad Central, en Madrid, pero que no ejerció como tal, aunque de esa experiencia consigue convertirse en gran tribuno, en defensor absoluto de sus creencias. Y ya, con ese andamiaje, fue por la vida convirtiéndose poco a poco en un individuo cuya cultura universal no sólo le da condiciones para ser lo que fue en los toros, sino que respondía a cuanta duda o sospecha viniera del frente contrario o enemigo, ese que nunca lo dejó en paz, ese que aplicó grandes dosis de envidia pero que no pudo ante lo que llamo un manantial de sabiduría. En eso sorprendía gratamente José Alameda, de ahí que el paradigma en que está convertido nos lleve a reflexionar como es que habiendo “toreros para toreros” no haya, en el caso de quienes empuñan una pluma para escribir sobre toros “escritores para escritores”.
Ausentes en estos tiempos de un modelo a seguir como es el caso de Alameda, cuando se perciben las limitaciones en cuanta transmisión radial o televisiva se hace de un festejo taurino, salvo muy honrosas excepciones. Y aún más, cuando tenemos que leer o procurar leer una “crónica”, son notorias las lagunas de desinformación. Lean ustedes cualquier crónica de Alameda y el mismo ejercicio procuren hacerlo con quien en nuestros días intenta o pretende escribir de toros… encontrarán un abismo notorio. No cabe duda que cuando alguien tiene las posibilidades de proyectar y compartir sus conocimientos como lo hizo en su tiempo José Alameda, nos damos cuenta de la riqueza de posibilidades literarias, del amplio bagaje de información el que, además, cual si se tratara de un archivo mnemotécnico, se tienen los datos a flor de piel.
Por todo esto, Alameda es un “escritor para escritores”.
Confieso haber sido uno de sus últimos amigos, y es más confieso también que pensando José Alameda en quién dejar a su cargo la sección taurina que entonces detentaba en El Heraldo de México, fui uno de los seleccionados. Pero nada más darme cuenta del ambiente que significaba hace poco más de 20 años no sólo el medio periodístico sino el taurino también, desistí de la oferta. El mismo Alameda llegó a despotricar contra lo que se convirtió en su propia fuente de ingreso y de vida sentenciando que aquello no era más que una gran montaña de mentiras…”
Duro reproche, dura realidad de quien no conforme en el medio en que se movía, lo cuestionara en esa forma. Y no le faltaba razón. Pero es probable que en prometeica condición de arrancarle al dios el fuego, se fuese por la vida demostrando sus capacidades que es mucho con lo que uno se encuentra en la gozosa lectura de sus libros, sus escritos, donde todavía quedan tareas pendientes como las de reencontrar todo su quehacer como periodista, en la etapa de El Heraldo de México.
En dicho diario se concentra la última etapa del escritor, la del periodista consumado, quien no sólo escribe las crónicas cada domingo de toros, sino que las reafirma gracias a sus “Signos y contrastes”, columnas hebdomadarias que se publicaron durante 25 años, lo que significa cientos, miles de escritos y sus correspondientes reflexiones.
Suyas son, y más que suyas dos frases, dos aforismos tan contundentes como las columnas de Hércules en Sevilla, como las pirámides del Sol y de la Luna en Teotihuacan. Suyas son estas dos sentencias, estas dos máximas que aplican, lo mismo en el toreo que en la vida:
El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega
Y esta otra, sin desperdicio alguno:
Un paso adelante, y puede morir el torero. Un paso atrás, y puede morir el arte.
En ese sentido, cuando las letras también las emplea para ir escribiendo sus poemas, hay una parte del camino en que otros aforismos suyos, adquirían una potencia y una profundidad que se va más allá de lo profundo mismo, a lo soterrado y descarnado como lo que aquí dice:
Por muchos años que alcance el hombre y por mucho que endurezca, siempre conserva en lo íntimo, aunque sea muy al fondo, el espectro del niño que fue… Mientras la madre vive… El día en que nuestra madre muere, aunque sea muy lejos, se muere también nuestro niño espectral, por muy al fondo que esté.
Finalmente, en buena parte de su legado bibliográfico se encuentra la fresca presencia de la poesía. Cualquier poeta, y más aún, cualquier sonetista que se precie, tendría en el famoso poema de 14 versos, el soneto por antonomasia su mejor prueba de fuego. O de honor. Incluso, habría de someterse a la rigurosa constitución del mismo, teniendo como modelo el soneto satírico que escribiera en su momento el barroco Lope de Vega, nada más por el sólo placer de proponerse fijar las reglas, las que un gran autor inscrito en el “siglo de oro de las letras españolas” supuso como el mayor de los retos, para concebir, con todo el rigor de la exacta métrica, del equilibrio y el balance, justo en los momentos en que surge “especial encargo”, donde la magia que se puede hacer con dos cuartetos y dos tercetos, catorce versos en los que todo cabe, todo se explica y todo se expresa, aparecen enseguida con su graciosa precisión:
Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
Pues bien, creo a mi parecer que tal empeño se lo propuso –a conciencia- José Alameda realizando así uno de los libros clave en su afortunado recuento literario. El oficio de escritor, sumado a la notable cultura universal de que disponía el madrileño y mexicano a la vez, hicieron posible que Sonetos y Parasonetos se concretara como una más de las partes de un título indispensable, esencial. Si para entender al soneto mismo ya tenemos más que claro el panorama, ¿qué pasa con los parasonetos? Entiéndase el uso del prefijo que, a decir del Diccionario de la Lengua Española es aquello que significa “junto a”, “al margen de”, “contra” (tal y como ocurriría con paracronismo, paráfrasis o paradoja). Por tanto, los “parasonetos” en Alameda vendrían siendo la construcción rigurosa de esos catorce versos, sólo que al margen de las normas, sin seguir los dictados establecidos, en auténtica y deliberada práctica cuya libertad podría confrontarse con la costumbre sin más… hasta llegar al punto en que para Alameda mismo, el parasoneto no es otra cosa que una “moderna epidemia”. Que lo es, por ejemplo cuando revisa la obra de Machado. “En la obra de éste he podido contar treinta y ocho sonetos, pero en rigor solamente cuatro de ellos lo son”.[2]
En este libro, se encuentran reunidos todos aquellos poemas que José Alameda fue esparciendo en el resto de la obra literaria que ahora se pretende reseñar de manera integral.
En posible réplica de lo satírico que resultó Lope de Vega, y con la natural ironía de Alameda es que al encontrarse con el Soneto de los participios, dedicado al pintor sevillano Diego Velázquez, aquel que con su pintura mantuvo con el pincel los brotes de la decadencia de los Austrias… hete aquí lo alucinante de un soneto…
Perdón, pero una mosca aquí ha pasado
y antes de que la viéramos se ha ido,
pero dejando al paso algún sonido,
tal el cristal por dedo vulnerado.
Un sonido que apenas ha sonado
y aún yo no sé si vive, mantenido
en vaga intermitencia, diluido
o en lienzo de los aires asordado.
Cuando por fin es todo terminado
y el insecto se fue sin dejar huella,
de suceso tan breve cual soñado
algo cierto a los ojos ha quedado:
el vuelo de la mosca, ya sin ella,
el pincel de Velázquez lo ha pintado.
Hoy día, a veintidós años de su ausencia, la estela de recuerdos crece y al extrañarlo tanto, se debe, en buena medida, a su gran personalidad, pero también a la impresionante estela desplegada a partir de sus imprescindibles obras literarias. Por eso, el enorme hueco que dejó, sigue allí, y creo que seguirá mientras alguien no se fije esos claros fieles de la balanza que lo caracterizaron, al margen de sus personales debilidades. Nadie es perfecto, pero él, intentó la perfección y, sin temor a exagerar, lo consiguió. No estaba equivocado al decir de Bécquer “Yo no busco, encuentro”, como después diría Picasso (que no hacía sino buscar). Bécquer no traía propósitos, deliberaciones. Bécquer cantaba… Canta por siempre.
Alameda, como Bécquer, encontró. Alameda, como Bécquer… canta y habla, Alameda como Bécquer hablará por siempre.
José Alameda produce una nueva, fresca Tauromaquia en tanto tratado para explicarnos, con ojos de siglo XX lo que significaba el arte de torear, pero también su indispensable e imprescindible técnica, nociones ambas que felizmente superaron la etapa primitiva de aquellos otros tratados que pusieron a la consideración de profesionales y público en general José Delgado, Francisco Montes, Rafael Guerra entre 1796 y 1897; o lo que publica Federico M. Alcázar hacia 1936 como Tauromaquia moderna. Mero intento, apenas una leve insinuación del cambio que, casi cincuenta años después, Alameda habría de culminar rotunda y felizmente. Es por esa sencilla razón que, cuando El hilo del toreo vio la luz pública en Madrid el año de 1989, y se hizo entender sobre todo entre un conjunto muy cerrado de intelectuales, así como de periodistas españoles que creyeron que solo lo teorizado por ellos poseía valor, se dieron cuenta que el planteamiento de Alameda enriquecía, sin más, el horizonte de postulados que hacían falta para entender no sólo la evolución. También el devenir y el porvenir de un espectáculo que ha transitado en medio de la prosperidad, pero también sometido a difíciles momentos depresivos. Todo eso supo verlo, entenderlo y trascenderlo José Alameda, al grado que hoy día, su obra está siendo valorada en su justa dimensión, y es una fuente esencial para soportar cualquier buen trabajo que se precie en explicar histórica, técnica o estéticamente el curso de la tauromaquia.
En el presente blog: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS, que he puesto a funcionar desde el 13 de diciembre de 2010 y que se mantiene activo hasta hoy, encontrarán ustedes una gama diversa de propuestas donde abordo con sumo detalle todo el trabajo literario del personaje que hoy ha sido motivo de este reconocimiento.
Por todo lo demás, agradezco su comprensión y su paciencia.
Zacatecas, septiembre 14 de 2012.
[1] Esta conferencia la he presentado en el marco de la Feria Nacional de Zacatecas 2012, el 14 de septiembre de 2012, con objeto de sumarme a las celebraciones por los 100 años del nacimiento de tan notable personaje. (N. del A.).
[2] José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): 4 LIBROS DE POESÍA. I. Sonetos y Parasonetos. II Perro que Nunca Vuelve. III Oda a España y Seis Poemas al Valle de México. IV Ejercicios Decimales. Apéndice I: Primeros Poemas. Apéndice II: Tauro lírica Breve. México, Ediciones Océano, S.A., 1982. 239 p. Ils., p. 57.