EFEMÉRIDES TAURINAS DEL SIGLO XX.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Palmas y pitos (Madrid). Año I, Nº 36 del 23 de noviembre de 1913, p. 18. Disponible octubre 22, 2012 en: http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0004023506&search=&lang=es
Uno de los personajes clave más importantes en el devenir, pero también en la afirmación y consolidación del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna en este país, fue Saturnino Frutos “Ojitos” (1855-1913). Llegó a México en compañía de Ponciano Díaz, luego de que el diestro de Atenco regresaba de su viaje a España de 1889, con el grado de “matador de toros”, concedido apenas el 17 de octubre de ese año, en la plaza de toros de Madrid. Así que desde 1890, “Ojitos” ya se encuentra en activo en diferentes ruedos de nuestro país, lo mismo participando como jefe de cuadrillas, que como banderillero o peón de brega. Su paisano Ramón López, quien prácticamente se estableció en nuestro país desde 1887, le aconsejó algunos años más tarde que además de dedicarse a esta profesión, lo hiciera invirtiendo su tiempo a la enseñanza, para lo cual era necesario constituir una cuadrilla formal que se significara como ejemplar en un medio que requería este tipo de presencia, con objeto seguramente, de confrontar o equilibrar la presencia masiva de toreros españoles que se imponían sin ningún problema en el ambiente taurino, o por el hecho de que veía condiciones propicias para hacer un despliegue de experiencias entre futuros aspirantes a ocupar lugares de privilegio. En esos tiempos, con la marcada decadencia y luego, la desaparición de Ponciano Díaz, el resto de los espadas nacionales se diluía pues ya no garantizaban la defensa de lo que pudo haber significado en esos momentos, una sólida vertiente. Así que ni Gerardo Santa Cruz Polanco, ni Timoteo Rodríguez, ni ningún otro espada o “Capitán de gladiadores”, antigua denominación que caracterizó a los diestros en nuestro país, durante la segunda mitad del siglo XIX daban garantías de segura permanencia.
Saturnino se convenció de aquella posibilidad y en León de los Aldama, luego de intensas jornadas de búsqueda, encontró las condiciones y los elementos apropiados para poner en marcha aquella empresa.
Cuadrilla juvenil mexicana, dirigida por Saturnino Frutos “Ojitos”. Entre los más destacados alumnos, Rodolfo Gaona sería la pieza más acabada, heredero de las formas técnicas impuestas por Salvador Sánchez “Frascuelo” y las de carácter refinado que legó Rafael Molina “Lagartijo”. Al centro mírase al maestro “Ojitos”, y de izquierda a derecha aparecen Manuel Rodríguez, Blas Hernández, Antonio Conde, Rodolfo Gaona, Eustolio Martínez, Antonio Rivera, Pascual Bueno, Daniel Morán, Prócoro Rodríguez, Rosendo Trejo y Fidel Díaz. Fotografía de la Galería Taurina de don Celerino Velásquez. La Lidia. Revista gráfica taurina, Nº 53, del 6 de noviembre de 1943.
En efecto, estamos ante la cuadrilla en la que su elemento sobresaliente fue Rodolfo Gaona
El Dr. Carlos Cuesta Baquero, mejor conocido como Roque Solares Tacubac dijo de “Ojitos”:
Tuve amistad con Saturnino Frutos y lo traté en condiciones de extrema aflicción, cuando estaba agobiado por la carencia de dinero y por las dolencias crueles de tremenda enfermedad.
En aquellas circunstancias, cualquier especulador, despechado por no haber logrado sus fines, habría dejado escapar involuntariamente o coléricamente expresiones zaherientes para aquél a quien no pudo explotar. “Ojitos” sólo tenía, al referirse a su discípulo predilecto, palabras de cariño y alabanza. Siempre inquiría por los periódicos, donde relatábanse los éxitos de Rodolfo, y oía su lectura, sobreponiéndose a los atroces dolores que le causaba su enfermedad. Esa conducta no la tiene un especulador metalizado; solamente la observa un padre que tiene por guía el cariño.
Saturnino Frutos resultó para Gaona un tutor riguroso, muy riguroso, al grado de que en algún momento del encumbramiento del leonés, se rompieron las relaciones definitivamente. Por fortuna, Gaona abrevó todo aquel secreto que le reveló el madrileño no sólo en términos técnicos. También estéticos que le permitieron colocarse en lugar de privilegio.
En ese sentido, hay un libro clave que revela y desvela toda una serie de circunstancias, alegrías y tribulaciones que padecieron de manera conjunta estos dos personajes, mismos que se convirtieron en columnas vertebrales, en columnas fundamentales del toreo contemporáneo en el México de comienzos del siglo pasado. Me refiero a El maestro de Gaona, de Guillermo Ernesto Padilla.[1]
En sus páginas, y con el inconfundible estilo de mi buen amigo “Don Guillermo”, de quien ahora mismo tengo entendido se encuentra bien de salud, debido a su avanzada edad y a la infatigable vida que, como escritor y cronista de Tlalnepantla de Baz le mantuvieron siempre ocupado y dedicado en dichos menesteres, hay todo un relato de acontecimientos que dejan ver y entender cómo se desplegaron aquellas jornadas de intensa enseñanza, pero también los momentos en que estuvo presente la discusión y el desacuerdo. La autoridad con que aborda el tema Guillermo E. Padilla en su libro me lleva a sugerir su lectura. Sé que por los 25 años que han transcurrido desde su publicación, es difícil adquirirlo. Sin embargo, todo aquel que lo tenga en su biblioteca coincidirá conmigo en el sentido de que no puede entenderse a Rodolfo Gaona si no se mira la sombra –clara o perversa- de Saturnino Frutos. No se puede entender a “Ojitos” como el responsable de una de las figuras del toreo UNIVERSAL que se afirmaron en una especie de eternidad, misma que les está conferida a ciertos personajes cuya trascendencia dejó estela, misma razón por la cual hoy, a por lo menos a 87 años vista de la despedida del leonés, ocurrida el 12 de abril de 1925 muchos aficionados –como usted o como yo-, sigamos incluyendo en nuestras conversaciones al “indio grande”, como si apenas lo hubiésemos visto triunfar ayer, o antier. Solo eso puede pasar con un personaje de la talla de Gaona, talla perfecta de “Ojitos”.
[1] Guillermo Ernesto Padilla: El maestro de Gaona. Prólogo de Esperanza Arellano “Verónica”. México, Compañía Editorial Impresora y Distribuidora, S.A., 1987. 359 p. Ils., fots.