…LLEVADO A HOMBROS POR LA CIUDAD.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. Nº 44.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

La Jornada, D.F., del 6 de julio de 2010. Foto: Cristina Rodríguez.

    Es costumbre en los más recientes años que en los últimos días de cada mes, grandes cantidades de fieles se acercan a la antigua iglesia originalmente dedicada a San Hipólito, patrono de la ciudad de México desde los primeros tiempos del virreinato, y cuya advocación pasó para venerarse a otro santo que allí encontró espacio para la fervorosa devoción de creyentes. Me refiero a San Judas Tadeo, santo de las causas perdidas.

   La fiesta mayor de esta imagen ocurre de manera multitudinaria, el 28 de octubre, para lo cual sinfín de sanjuderos que llegan de diferentes sitios del país o de la ciudad, van concentrándose en los alrededores del templo, que hasta la fecha sigue conservando el nombre de San Hipólito. Entre lo peculiar de esa forma de expresión de quienes guardan fidelidad a la imagen, es el hecho de que pueden cargar desde pequeñas y hasta grandes piezas escultóricas, en que algunas de ellas son de tamaño natural, mismas que llevan hasta el templo mencionado, en tanto que otros visten camisetas con la imagen del discípulo de Jesús. Se les puede ver abrazando aquel icono con verdaderas manifestaciones de pasión.

   La calle por la que llevan “a hombros” a San Judas Tadeo es la actual rúa de “Francisco I. Madero”, que se ha convertido en peatonal desde hace unos meses y la dinámica que tiene es impresionante.

Calle peatonal de “Francisco I. Madero” en nuestros días. Fotografías tomadas por el autor.

El antiguo templo de San Hipólito, hoy destinado a la devoción de San Judas Tadeo. Fotografía del autor.

    Pues bien, y partiendo de la primera imagen en esta sección, no puedo sino afirmar, de manera respetuosa, para quienes son fieles a San Judas Tadeo que, con frecuencia, se le ve por las calles, cual figura taurina, llevado a hombros, en olor de santidad, por entusiastas “aficionados” y “devotos”, quienes han encontrado en su efigie, como nosotros los taurinos en las “figuras” del toreo ese blanco de devoción que se extiende más allá del templo, más allá de la plaza de toros.

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