PERDÓN, ¿…QUÉ DICE USTED…? ¿QUE ACABA DE TOREAR “MORANTE”?

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. Nº 45. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Para descifrar el misterio de cuánto hemos sido testigos nada más ver desplegar aquel portento de faena realizada por José Antonio Morante Camacho, nada mejor que explicarnos, para ayudarle a explicar a este ángel extraviado que la lectura a un libro[1] más que apropiado:

    Véase al ángel que conduce la bicicleta: portando ni más ni menos que una chaquetilla torera, sin golpes, muy al estilo de las que llegaron a usar ciertos toreros en los años 30 del siglo pasado… o “Curro” Rivera en alguna de sus grandes épocas. El resto de la vestimenta es la muy apropiada que puede llevar cualquiera de esos seres etéreos que dicen que andan por ahí, lo mismo arrancando suspiros, que puede ser una hermosísima mujer… o que se visten de verde hoja y oro, como “Morante de la Puebla” y nos llevan a la perdición, como ocurrió el lunes pasado, en la plaza de toros “México”.

   En la presentación de este pequeño volumen, José Ángel Leyva apunta:

 El poeta Rainer María Rilke, en las Elegías de Duino, afirma que todo ángel es terrible por contener una verdad absoluta, por su belleza, por su indistinguible situación que se hace de silencios… de ahí que el propio poeta en su “Primera elegía” afirme lo siguiente: “Los ángeles (se dice) no saben a menudo si andan / entre los vivos o los muertos”. Aunque cercanos, no están hechos para comprender el peso, el agobio del mensaje. Son preguntas lo que deja su presencia: ¿cómo renunciar al deseo de desear? o ¿se podría vivir, acaso, sin los ángeles?[2]

    De esta ya maravillosa selección, me decanto por un poema que ahora sirve de manera más que perfecta para descifrar eso, lo indescifrable… en “Morante”.

 CONVERSACIÓN CON EL ÁNGEL

 Contigo en aquel tiempo yo andaba siempre absorta,

siempre a tientas, a punto de carme, pero indemne y

eterna,

tomada de tu mano.

Ya casi te veía, lo mismo que al destello de un farol en

la niebla,

una señal de auxilio en la tormenta.

Sí, tú, mi sombra blanca, transparencia guardiana,

mi esfinge azul hecha con el insomnio y el íntimo

temblor de cada instante,

igual que una respuesta que se adelanta siempre a la

pregunta.

Sin duda que en algún sitio estarán marcados tus pies

            delante de mis pasos

porque te interponías de pronto entre mi noche y mi

abismo.

Sospecho que convertías en refugios dorados mis peores

            pesadillas.

que apartabas las setas venenosas y las piedra

            sangrientas

y venciste acechanzas y castigos.

Tal vez hasta me contagiaras la sonrisa

y lloraras después un larguísimo tiempo con mis

            lágrimas, vestido con mi duelo.

Después, mucho después, en esos años en que creí

            perderte

en algún laberinto o en una encrucijada,

fue cuando me dejaste a solas, tan mortal, en el

destierro.

Quizás te convocaron desde lo alto para un duro relevo,

y acudiste como un vigía alerta sin mirar hacia atrás,

aunque a veces descubrí tu perfume de nube y de

            jazmín en una ráfaga

y hasta palpé la suavidad que deja la huida de una

            pluma debajo de la almohada.

Ahora, ya replegada toda lejanía con un golpe ritual,

frente al fuego donde arte de una vez el lujoso

inventario de todo lo imposible,

contemplamos los dos el muro que no cesa,

no aquel contra el que lloraríamos como estatuas de sal

            a la inocencia,

su mirada de huérfana perdida,

sino el otro, el del principio y final,

donde comienza tu oculto territorio impredecible,

donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi

            ceguera.

 De Eclipses y fulgores.

 Olga Orozco (Argentina, 1920-1999)[3]


[1] José Ángel Leyva (Compilador): Rumor de alas. POESÍA DE ÁNGELES (…). México, alforja, Arte y Literatura, A.C., 2006. 78 p. (Col. Poesía en el Andén). La portada es obra de Benjamín Domínguez: Ángel de prisa, óleo sobre tela.

[2] Op. Cit., p. 6 y 7.

[3] Ibidem., p. 35-7.

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