JOSÉ GUADALUPE POSADA EN LOS TOROS. (V).

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    De José Guadalupe Posada y los sentimientos reflejados en la mayoría de su obra, sabemos casi nada. Se tienen datos que lo ponen en la difícil y complicada situación de aprietos económicos, desde que nace hasta que muere. Otros, le ubican en la incómoda realidad de un alcohólico. Sin embargo, no sé si estos dos factores entre otros muchos, se reflejen en la obra, como una impronta más. Lo que sí es un hecho es que al elaborar desde un pequeño hasta un grabado de gran formato lo hace en buena medida para garantizarse un ingreso, pero también y en lo político, el riesgo de persecución o encarcelamiento.

A lo anterior, hay que agregar la terrible desgracia de que muchos de los trabajos que en vida realizó para este o aquel encargo, para esa o aquella publicación efímera hoy no perviven, siendo en realidad un número quizá menor al que pudo producir en su totalidad.

   En otra faceta suya, la de darse a entender en sus quehaceres cotidianos como caricaturista o grabador, hay un trabajo muy amplio que se decanta a favor de Porfirio Díaz. Buena parte de su vida creadora comprende los años del régimen del general Díaz, de la que Vera Estañol[1] establece una clara división al respecto:

 El gobierno tuxtepecano, 1876-1880.

El de gestación porfirista, 1880-1884.

El de desarrollo y culminación del porfirismo, 1884-1900.

El de decadencia del porfirismo, 1900 en adelante

 Así que nada difícil es que se haya convertido en un afecto de la causa del oaxaqueño, al punto de que con los años, y durante la constitución del Taller de Gráfica Popular, con Leopoldo Méndez a la cabeza, si bien existió el buen propósito de compilar en aquellas épocas la obra completa del grabador, en realidad desistieron por haber encontrado demasiados signos de lo reaccionario en Posada, con lo que habrían alterado la imagen de artista comprometido con el pueblo. Por tanto, ciertos juicios o prejuicios han sido suficiente materia para deformar la imagen del personaje que, en tanto artista no corresponde con ciertas realidades, de ahí que sigamos viéndolo como el “artista comprometido con el pueblo”. Creo que en nada habrían dañado la memoria del grabador si este, antes que como hacedor, hay que verlo como un hombre de carne, hueso y espíritu, desarrollando su vida de conformidad a sus convicciones y no a otra cosa. Un hombre que social o económicamente no tuvo esos privilegios en toda su vida, debía tener muy claro qué rutas seguir, sobre todo en unos momentos en que el país se debatía en una serie de nuevos conflictos no sólo militares. También sociales y económicos que deben haber marcado profundamente a la sociedad de esa época.

   Por todo lo anterior es importante comprender la siguiente reflexión:

 Posada asume estas posiciones como suyas, y el sentido de las estampas sólo se entiende en su contexto editorial original. Los estudiosos que llegan a leer las hojas volantes como piezas integradas, ven estos dibujos antirrevolucionarios como accidentes en la trayectoria del pintor o contradicciones provocadas por la confusión de una era turbulenta.[2]

    Por lo tanto, y como en muchas ocasiones lo he repetido, siguiendo el sabio consejo de Jacob Burckhardt: “No regañemos a los muertos. Entendámoslos”.

   En ese prejuicio por tanto, puede verse a un José Guadalupe Posada ambiguo, quien de seguro y ante la posibilidad de amenazas por parte de una prensa totalmente orientada a favor del régimen, e incluso de la que no lo era tuviera que verse obligado a contenerse, por un lado. A liberarse por otro, en función del tipo de publicación con la que colaboraba en el instante preciso en que pudieran estarse dando ese tipo de debates. Sin embargo, y como vuelve a decir Barajas Durán:

 La idea de que el caricaturista carece de ideología precisa o de opiniones o lealtades políticas no se ajusta a las normas éticas y de conducta de los periodistas de fines del siglo XIX; además hay piezas llenas de pasión que hacen pensar que el grabador es un hombre comprometido con ideas y causas; finalmente, una primera ojeada al conjunto de sus caricaturistas revela que el dibujante es un hombre de principios, que su posición política cambia y evoluciona con el tiempo, que su obra tiene ambivalencias y contradicciones –típicas del momento- pero también una gran coherencia.[3]

    En ese contexto, Posada legó una serie de grabados en ciertos periódicos,, de los denominados “de a centavo”, sometida, como en otros casos de la época a la persecución ideológica, típica muestra de represión periodística durante el Porfiriato. Esa prensa “del arrabal” estaba dirigida a los sectores obreros a partir de esquemas de propaganda política e ideas de unión y solidaridad de los mismos trabajadores quienes, en el uso conveniente de cierta doctrina gozaban o disponían del arma intelectual para defender sus intereses. Una de esas publicaciones era El Fandango, del que en alguno de sus números se elaboró aquel denominado El Fandango Taurino, no faltaba más.

  

Rafael Barajas Durán (seud. “El Fisgón”): POSADA. MITO y MITOTE. La caricatura política de José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manilla. México, Fondo de Cultura Económica, 2009. 548 p. Ils., facs. (Colección Tezontle)., p. 172.

    Evidentemente detrás de cada grabado hay un mensaje social y político que, hermanados sufrían el mismo embate de aquellas condiciones de represión, por lo que además de la primera mirada al dibujo debe existir una segunda, para encontrar el mensaje subliminal y decodificarlo en consecuencia. Por ejemplo, una caricatura que salió publicada en El Fandango con fecha del 8 de abril de 1894, da cuenta de un toro que embiste a un hombre del pueblo quien, con un sarape en el brazo, el que hace las veces de capote, y además sirve al perseguido para “lancearle a una mano”, como aquellos lances que Antonio Fuentes o Antonio Reverte hicieron célebres: recorte capote al brazo.

   Pero hay más. La carrera que emprenden toro y “torero” improvisado, sucede a las afueras de la cárcel de Belen, célebre porque allí fueron confinados buen número de periodistas. Y es que esto es entendible a la luz de la siguiente opinión de Rafael Pérez Gay:

 La segunda prensa de esos años fue la del entusiasmo; va de la llegada de los «científicos», en 1888, a la cuarta reelección de Díaz -1893-. Los diarios fueron entonces cada vez menos libres, la figura presidencial era monárquica y su autoritarismo feroz. El comentario crítico desaparece de los periódicos y la oposición vive el trajín de las persecuciones, las demandas y las visitas a la cárcel de Belén. Los diarios que alcanzaron mayor vuelo en esos años fueron El Partido Liberal, (1880) y El Universal (1890). Si la voz política se esfuma de las columnas, la literatura aparece con una fuerza inopinada, las páginas de estos diarios son muchas veces auténticas lecciones de periodismo cultural.[4]

    La única expresión de descargo que puede expresar, por tanto aquel ciudadano, que no es otro que uno más de los redactores de El Fandango fue la que aparece al pie del grabado: “Que te torié Juan Diego, Vale”.

 

 Rafael Barajas Durán (seud. “El Fisgón”): POSADA. MITO y MITOTE. La caricatura política de José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manilla. México, Fondo de Cultura Económica, 2009. 548 p. Ils., facs. (Colección Tezontle)., p. 175.

    ¿Qué nos dice ese mensaje? El toro, convertido en política -término que queda grabado en la divisa-, y al más puro estilo porfirista no es de porfiar. Por lo tanto, si tiene malas intenciones, pues entonces allí está “Juan Diego” para que lo toree. 

CONTINUARÁ.


 

[1] Jorge Vera Estañol, La Revolución Mexicana. Orígenes y resultados, México, Porrúa, 1957, p. 74.

[2] Rafael Barajas Durán (seud. “El Fisgón”): POSADA. MITO y MITOTE. La caricatura política de José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manilla. México, Fondo de Cultura Económica, 2009. 548 p. Ils., facs. (Colección Tezontle)., p. 24.

[3] Op. Cit., p. 25-6.

[4] Disponible noviembre 26, 2012 en: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=267120 “Prensa Porfirista”.

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