EL QUEHACER DE LA HISTORIA ANTE LOS TOROS COMO HISTORIA.

MINIATURAS TAURINAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    El acercamiento cabal que hemos tenido con la historia es de una dimensión maravillosa. Gracias a esta ciencia los valores de apreciación sobre tal o cual acontecimiento han cambiado porque ahora es posible analizar un hecho taurino con mayor profundidad, alejados de la ligereza con que muchas veces tenemos que convivir. Esto es, cabe ya la interpretación y la reinterpretación de acontecimientos sustentados en nuevas visiones que giran alrededor de la historia en su conjunto. En torno a esas historias se tejen circunstancias que constituyen o reafirman un suceso en su exacta dimensión. Vienen empujados por algo y surcan caminos, en un constante cambiar de ritmo o de pulso. Por eso la historia del toreo en cuanto tal comienza a gozar del trabajo de investigadores serios que traban compromiso con la verdad (muchas veces subjetiva) al poner en claro las cosas que han sucedido y porqué. Abunda y mucho, cierta literatura denominada como lírica, lograda con muchas ganas y afición por aquellos que, siendo aficionados al toreo y a la historia, demuestran un amor marginal por el saber, aquellos cuya afición por el saber no constituye forma de vida. Y si a sus trabajos falta el esquema básico en cuanto a formación académica o aparato erudito se refiere, ello no demerita sus esfuerzos.

   Particularmente en México, muchas historias han sido escritas partiendo de la base de trabajos ligeros, muchas veces con articulaciones positivistas que sin asumir ningún compromiso plantean simplemente «ahí está la información, ahí se las dejo. Yo ya cumplí». Hoy en día pugnamos por una historia-vida, llena de sus vericuetos para entender el fondo de los acontecimientos. No se puede aceptar ya esa propuesta rankeiana acerca de «mostrar lo que realmente aconteció». No están nuestros tiempos para eso.

   Colocar al toreo frente a la historia adquiere significados de una condición pocas veces valorada. Han escrito tantos autores sobre asuntos diversos y han aportado riqueza y fuente, numerosas ambas. Muchas veces esos asuntos se revaloran, se reinterpretan y las luces que se proyectan, apuntan ahora en otra dirección que a su vez nos deja admirar un nuevo y distinto panorama de las cosas.

   Me detengo para analizar un detalle interesante y apasionante también. La figura protagónica en la fiesta brava mexicana es el torero. Se le ha colocado en el pedestal, convirtiéndolo en mito, en figura de bronce cuando no es más que un hombre de carne, hueso y espíritu como nosotros. El caso de Ponciano Díaz, personaje a quien he abordado en todos sentidos, es típico. Hombre que se formó y se forjó solo en una época que le benefició por el auge de la tauromaquia mexicana (o como califica el Lic. Julio Téllez, era una fiesta española a la mexicana) es rechazado tiempo más tarde por públicos que aprendieron y aprehendieron la expresión del toreo moderno de a pie, a la usanza española y en versión moderna. Esto es, del ídolo que hizo el pueblo, acabó siendo olvidado por ese mismo entorno y del pedestal a donde se le tributaban todo tipo de elogios y exaltaciones se le pasó a la realidad terrenal de alguien que no alcanzó a lograr la celestial (valga la expresión). ¿Por qué motivo? Porque la prensa de su momento, entre otras cosas, evitó la permanencia del mito. Es cierto, a cien años de su paso por el toreo, el de Atenco continua siendo un personaje, un mandón pero más revalorado conforme avanza el tiempo. Se le ubica en su tiempo bajo la doble y recíproca función de la historia, de fomentar nuestra comprensión del pasado a la luz del presente y la del presente a la luz del pasado tal y como ha propuesto Edward H. Carr.

   Así nos acercamos del modo más inteligible a formar un consenso de ideas lógicas, adecuadas con una realidad respecto al momento histórico que estudiamos, o con el ser humano que buscamos para dialogar con el, y que sea él mismo quien nos cuente sus hazañas, aventuras y desventuras sin ayuda de falsos elementos o de alteración al construir un perfil, lo más cercano a realidades y verdades. Que la verdad en muchos casos es subjetiva, no nos impide acercarnos a los hechos de la historia, sumergirnos e interpretarlos lo más correctamente posible.

   Esa es, en esencia, la tarea del historiador, oficio que ya no es de tinieblas sino de una clara intensidad, apoyado en el juicio, en el criterio que se forma al entender el momento histórico en el que discurren hechos que conforman una sociedad y le van colocando en distintas etapas de su propia evolución, desarrollo o decadencia.

   El quehacer histórico es de importancia vital en los toros, fiesta cuya trayectoria ha recorrido varios siglos, ha penetrado en sociedades de diversa condición y especificidad, y ha mantenido su permanencia a pesar de los duros golpes asestados por otros tantos personajes a veces oscuros, que no casan con el principio de la fiesta, de lo lúdico que es y como se comporta, o de su condición tangible del sacrificio y muerte del toro, ser humano en el que -a sus ojos- se depositan los más bajos instintos de barbarie y salvajismo. Todo ello, en conjunto es de un profundo interés para estudiar e historiar el curso de la fiesta torera.

   Deseo terminar con una hermosísima cita del gran maestro de tantas y tantas generaciones, maestro respetadísimo como es el Dr. Edmundo O’Gorman quien al referir cómo quiere lograr la historia nos dice:

    Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejidas de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza una supuestamente necesaria causalidad; una historia solo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable.

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© INAH_SINAFO_119592

Estamos a unos días de conmemorar el 72 aniversario de la muerte de Alberto Balderas. Un asunto de esta naturaleza, mueve a reflexionar en la forma en que han quedado hechas las presentes propuestas por y para la historia. En breve, dedicaré un homenaje al “Torero de México”.

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