ALGUNOS DATOS SOBRE LA PLAZA DE EL HUISACHAL…

MUSEO GALERÍA-TAURINO MEXICANO. Nº 33.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 EL HUISACHAL YA NO ES, CON MUCHO, IGUAL AL PASEO NUEVO Y A SAN PABLO.

    La plaza de toros del Huisachal estuvo ubicada en su tiempo, al interior de la famosa hacienda de los Morales, ambas propiedad de don José Cuevas y Rubio. Construida con madera, y donde podían acomodarse unas 8,000 personas, no era, ni por casualidad, un coso que se pudiera considerar como estéticamente agradable. Más bien feo, aunque con la suficiente raigambre que depositó un sinfín de acontecimientos que la convirtieron en sitio de congregación de muchos aficionados capitalinos que hacían el viaje hasta aquel lugar para gozar de diversos espectáculos, que comenzaron a efectuarse desde el 1º de mayo de 1881, fecha en que se inauguró, con el concurso de Ponciano Díaz, Felícitos Mejía “El Veracruzano” y Genovevo Pardo “El Poblano”, con cinco toros de Atenco, tal y como se estilaba entonces. De vida más bien corta, que terminó en 1887, no soportó las inclemencias del tiempo lo que ocasionó su desaparición. 

SINAFO_455112 Interior de la plaza de toros de el Huisachal (ca. 1885). INAH_SINAFO_455112

    En El Arte de la Lidia, año 1, Nº 2, del 16 de noviembre de 1884 apareció una interesante apreciación sobre la actividad taurina que entonces se desarrollaba por aquellos rumbos.

 El actual empresario de las corridas de toros en el valle de México, es el conocido y entusiasta amigo Pepe Cuevas y Rubio. La plaza del Huisachal levantada a sus expensas y en la Hacienda de su propiedad, llena por ahora las exigencias del público amante a la diversión que nos ocupa. No es ni con mucho el redondel en donde antes se reunía una sociedad ávida de emociones fuertes, que premiaba la agilidad de los toreros, la fuerza y astucia de los picadores que con valor y sangre fría resistían el empuje de la fiera, no es una plaza en las condiciones de las del Paseo Nuevo y San Pablo, plazas de eterna recordación para nuestros mayores en donde los Gaviño, Mendoza, Barragán, Gadea y otros, lucían sus habilidades recibiendo en cambio sonrisas de las bellas, las miradas apasionadas de las chinas, las peluconas y patacones de los hoy venerables ancianos ante cuya presencia la actual generación se descubre respetuosamente, en donde Patricio Dueñas, Agustín del Río, comenzaban sus ensayos de calaveradas en aquellas plazas en fin, en donde su Alteza Serenísima hacía esperar y cuya llegada era anunciada con toda pompa por el tropel de las caballerías que lo escoltaban, entre cuya oficialidad descollaba por su gallardía, porte marcial y hermosura. D. Miguel Badillo, sepultado en la actualidad en los archivos del Ministerio de la Guerra; pero en cambio es una plaza en donde todas las clases de la sociedad, desde el gomoso que abandonando el clásico traje de inglés de agua dulce y las polainas, se transforma en un charro de pega y se dirije aullando a más y mejor escapulario en mano a tomar lugar junto al redondel, hasta el ensabanado de Getsemaní (con perdón del gomoso Mateos) que armado de su jícara de neutle, sus naranjas, y llevando toda su familia, se dirijen a tomar su parte de sol en aquel concurso de la gente de trueno…

    Interesante y nostálgica evocación de personajes, como una auténtica “galería de fantasmas” (dixit Enrique Fernández Ledesma), el autor de estas notas hizo un recuento sobre los diversos cuadros que se formaron en diversos momentos, con la sola presencia de Bernardo Gaviño y Rueda, Pablo Mendoza, el desconocido Barragán y desde luego, Ignacio Gadea, quien desde el 23 de enero de 1853 se presentó en el Paseo Nuevo, ante la admiración de los capitalinos que repartidos en ambos sexos y en los dos departamentos que caracterizan a las plazas, proyectaban un interesante comportamiento, donde desde entonces, y hasta nuestros días, ha sido imposible evitar que los tendidos se conviertan en pasarela y aparador que muestre los últimos gritos de la moda, al personaje público o famoso que hace acto de presencia para ser blanco de todas las miradas y los comentarios, como fue el caso de S.A.S. don Antonio López de Santa Anna, asiduo asistente a las corridas de toros en su época de mayor notoriedad. O de Patricio Dueñas y Agustín del Río, seguramente estudiantes cuyas “calaveradas” nos recuerda el anónimo columnista (que probablemente haya sido el propio Julio Bonilla).

   A los ojos de nuestro comentarista, aquellas eran típicas escenas de gente de la más variopinta procedencia, mostrando galas en los sitios de privilegio, que bebiendo neutle, y armados de naranjas por si la ocasión ameritaba lanzar más de una al diestro que no dejara satisfechas sus demandas. Más allá, la familia completa que toman “su parte de sol en aquel concurso de la gente de trueno…” para no perderse el más mínimo de los detalles.

   Cabe una última aclaración. El “gomoso de Mateos”, no es otro que el periodista, escritor y parlamentario Juan A. Mateos, a quien recuerdan las crónicas como un tribuno que se desbordaba en discursos rimbombantes, quien en 1888 intentó escribir la zarzuela PONCIANO Y MAZZANTINI, con música del maestro José Austri (debido a un asunto político que derivó en su cancelación). Pero todo aquello fue debido a la gran pasión despertada por estos dos espadas.

   Como punto final, vale la pena apuntar que el 17 de enero de 1847 se organizó en la plaza de San Pablo una corrida de toros en la que participando el Regimiento Hidalgo de la Guardia Nacional, con objeto de obtener fondos para los “gastos de guerra”. El Monitor Republicano del 10 de enero publicó el programa de la función:

 

Con una marcha militar dará comienzo el espectáculo. Las Compañías de Granaderos del Cuerpo Hidalgo harán el partimiento de plaza, con algunas evoluciones militares. Enseguida se lidiarán seis toros escogidos de la mejor raza. Los intermedios se cubrirán con tres toros de cola. Se ejecutarán algunas suertes de los toreros propias del arte, amenizando la corrida cuatro muñecos, que al golpe del toro se iluminarán”. Pasada la amarga experiencia de la invasión norteamericana, y repuesto el maderamen de la plaza que había sido utilizado para fortalecer las trincheras, la plaza volvió a dar funciones a partir del 15 de septiembre de 1850.

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