DEL ANECDOTARIO TAURINO MEXICANO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Ahora bien, y ya en el tratamiento a fondo de todas las circunstancias relacionadas con este accidentado capítulo, uno de los primeros detalles que llaman la atención es aquel enunciado que aparece en el cartel, que ya ha sido incluido aquí, apenas comenzar las líneas del trabajo. Sin embargo, procuro detenerme en una de sus partes que va así:
Es decir, que tales medidas sirvieron como medida contundente para eliminar cierto escenario caótico que pervivía en el ruedo, de tal forma que su principio fue adecuarse a las “reglas fijas de tauromaquia”, doctrina eficaz que tuvo que ser impuesta, contra viento y marea (tolerancia cero, aunque saliera a relucir el cobre). Algo que es novedoso, por lo menos en este grupo de “evangelizadores”, fue haber suprimido lazadores y locos que se sustituían ipso facto por “juegos de mulillas ricamente enjaezados y mozos de plaza perfectamente uniformados” lo que daba a la lidia, un toque complementario, desplazando elementos que ya no se correspondían con las “reglas fijas de tauromaquia”.
En seguida, el asunto que quedó bajo la responsabilidad de la empresa de Puebla, encabezada por Joaquín Camacho, nos habla de que este personaje venía haciendo labores como tal desde años atrás, lo cual significa que no era ningún improvisado. En todo caso, lo que pudo haber ocurrido es que, al aliento de los tres festejos celebrados días atrás en Puebla, con la comparecencia del propio Mazzantini y su cuadrilla, con regulares resultados, debe haber habido condiciones, como queda visto, para celebrar un festejo más, que sirviera como culminación de los que se dieron días atrás. Lamentablemente un exceso en el cobro de las entradas y un encierro cuyas garantías no estaban confirmadas, dieron al traste con el festejo, mismo que, por las razones ya conocidas, pudo ser presenciado por un segmento privilegiado de la sociedad mexicana, elite cuyas condiciones económicas permitían estar en la plaza, quedando desplazado en su totalidad el pueblo, cuyo resquemor se multiplicó en cuanto se desarrollaban los hechos mismos, que iban de mal en peor. Todos estos ingredientes, así como el balance mismo del festejo, dieron por resultado:
1.-Que buena parte de la plaza resultara afectada, debido al hecho de que una buena parte de sus asistentes (que pertenecían a la clase privilegiada) se sintiesen defraudados, y no conformes con lo que sucedía, realizaron destrozos importantes al interior de la misma.
2.-Que otra cantidad de ciudadanos expectantes a las afueras del coso, enterados del desaguisado, sumaran su inconformidad manifestándose en forma bastante violenta, lo que elevó el grado de riesgo en aquellos momentos.
3.-El factor de manejos indebidos en nacionalismos irracionales, acompañados de la desmesura de oscuros y pasados odios, partiendo de la idea de que el toreo “a la mexicana” se convertía en la causa a defender. Si además, el grito de batalla: “¡Ora Ponciano!” se utilizó como instrumento de provocación para ensoberbecer al pueblo, esto no sólo fue un agente delicado, sino peligroso en unos momentos en que se estaba produciendo la auténtica transición de dos expresiones taurinas. Lamentablemente los elementos para que esto sucediera no fueron los más propicios y que aquí están expuestos de sobra.
Una razón más es que, al margen de todos los acontecimientos, este capítulo es lo que puede considerarse como “golpe de timón”, la “vuelta de tuerca” con lo que se genera un parteaguas, el antes y el después de la condición taurina en México, donde la expresión nacionalista de la que era fiel representante Ponciano Díaz queda sentenciada a desaparecer o a asimilar su puesta en escena, por aquella otra recién arribada en forma abundante, pero que no era ajena a cuanto venía ocurriendo, por lo menos desde 1885, en que otro pequeño sector de diestros hispanos se iban posicionando en sitios estratégicos, en medio de cierto aislamiento pero no por ello dejaba de ser una estrategia que culminó, si no felizmente en marzo de 1887, al menos se afirmó al paso de los años, gracias a un hecho que ya he sugerido en otras ocasiones. Se presenta lo que considero como la “reconquista vestida de luces”.
¿En qué consistió aquel episodio?
Avanzado ya el siglo XIX, se sabe que el torero potosino Pedro Nolasco Acosta, adquirió un ejemplar de la obra de Leopoldo Vázquez con la cual se sirvió para difundir ese conocimiento en un pequeño círculo de amigos, entre los cuales se encontraba Carlos Cuesta Baquero, entonces joven y entusiasta aficionado, cuya labor crearía y provocaría un vuelco sin precedente años más tarde junto a otro grupo que comulgó con la idea precisa de que todo habría de cambiar en aras de una serie de postulados venidos de las obras que siguieron llegando de España o se publicaron en México. A ese cambio se sumó aquel grupo de toreros españoles, los cuales consumaron «la reconquista vestida de luces», y desde luego el interés creado por una afición formada bajo el nuevo credo, cuyo sustento fue el principio teórico y práctico del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Ese cambio desde luego que estimuló los deseos de lectura y alentó a una serie de creadores a producir obra, fuera en términos periodísticos, literarios o seudo literarios que los hubo en buena cantidad. Por lo tanto, La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar en lo espiritual al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no sólo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano, también universal que se llamó Rodolfo Gaona.
Fue necesario llegar al extremo de cometer un abuso a nivel empresarial. Fue necesario que la cuadrilla se prestara a aquel riesgo. Fue necesario que uno de los integrantes de la cuadrilla misma, haciendo las veces de “veedor”, eligiera el ganado de una hacienda que contaba con un prestigio menor, a diferencia de otras, asentadas por ejemplo en el valle de Toluca (aunque uno de los encierros lidiados en Puebla perteneciera a San Diego de los Padres y resultara tan malo como el de Santa Ana la Presa, lo cual debe haber sido suficiente motivo para encontrar una salida fácil, contando la empresa para ello con toros sobrantes, entonces propiedad del Sr. Manuel González). Fue necesario, en fin, que el festejo, en términos de cotización, se elevara a unos precios de entrada que sólo cierto sector de la sociedad podía pagar. Fue necesario que el pueblo se convirtiese en fuerte material explosivo ante aquellos hechos y que, por tanto surgieran con fuerza inusitada todos los riesgos que se desarrollaron por lo menos en un par de horas en que la tensión pública subió al máximo de sus riesgos.
De lo anterior queda preguntarse ¿por qué procedieron de esa y no otra manera tanto la empresa, los toreros como el público? Por otro lado, la reacción de la prensa: deja ver lo polarizado que estaba el ambiente. Pervivían unas fuertes ideas cargadas de liberalismo que permeaban a buena parte de los escritores que, siguiendo los principios de aquellos postulados, rechazaban el anacronismo del espectáculo, herencia española. A eso, hay que agregar el delicado aspecto de un antagonismo que renacía en la abierta y declarada pugna, que además se hizo pública en declarar ¡vivas! y ¡mueras! a una nación y otra, lo que también tomó por sorpresa a algunas de las publicaciones de carácter taurino que ya circulaban por entonces, y que, a mi parecer, no pudieron resolver el caso sino hasta tiempo después, precisamente a partir del adoctrinamiento que aceleró el curso de las cosas.
El caso, hasta aquí visto, tiene otros tantos trasfondos que obligan hacer nuevas disecciones. Por ahora, este es un primer acercamiento que permite observar, si es que puede entenderse como propósito de mi parte, habernos acercado tanto como fue posible, a las causas y a las consecuencias del mismo.
Muchas gracias por su paciencia.