Archivo mensual: mayo 2013

ANUNCIAN LA CONFIRMACIÓN DE ALTERNATIVA DE RODOLFO RODRÍGUEZ “EL PANA”.

EFEMÉRIDES TAURINAS DEL SIGLO XXI.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

  Lo que  continuación leerán ustedes, pareciera tener visos de un hecho sólo entendido como una nota muy especial, de esas que circulan en el mero «día de los inocentes». Sin embargo, como aconsejaba Santo Tomás, «…hasta no ver, no creer».

   ¿Será este el anuncio del anuncio sobre la posible confirmación de alternativa concedida a Rodolfo Rodríguez «El Pana»?

   De acuerdo a una de las últimas noticias que se vienen dando a conocer por estos días, se ha mencionado que Rodolfo Rodríguez “El Pana”, un torero con todos los años de la vida debajo de su piel, alcanzará uno de sus más caros anhelos: confirmar su alternativa en la plaza de toros de Madrid. Apenas el domingo pasado, y en una más de sus anunciadas despedidas, lo hizo frente a la afición de Tijuana (domingo 26 de mayo de 2013. Véase: http://www.altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=15806), donde cosechó un triunfo rotundo, con el corte de dos orejas.

   Esta campaña, que ya se extiende desde su primera despedida y resurrección al mismo tiempo, hecho que ocurrió en la plaza de toros “México”, en aquella célebre jornada del 7 de enero de 2007, deja ver que sus propósitos de abandono se trocaron en un giro radical en su destino. De entonces acá, sus actuaciones –intermitentes, en medio de una sana e insana condición física, aunada al conflicto de sus tentaciones y vicios-, han sido un conjunto de también otras tantas ocasiones en que ha podido dar de sí una tarde sí, y otra también. Aunque no han faltado aquellas otras en que, simple y sencillamente ha salido del paso, o peor aún, con un nuevo “cate” que han hecho crecer el rastro de nuevas cornadas en su cuerpo. Entre una y otra tarde, de esas que lo elevan a la cima más anhelada por cualquier torero, aparece el infortunio de un derrumbe que lo lleva, una vez más hasta el delirio que lo pone en situación de la cual sólo puede desatarse tras una desintoxicación. Luego vinieron aquellos momentos en que su organismo, vulnerable ante semejantes excesos, quedaba al alcance de hospitales y médicos para salvarlo de otras tantas enfermedades…

   Sorprende que “El Pana” supere los escenarios más adversos y siga ahí, ensoberbecido, por lo que la nota que recién se ha publicado en el portal “OpiniónyToros.com” (véase: http://www.torosenelmundo.com/noticias.php?id_noticia=4395) sea el más rotundo testimonio de todas esas tribulaciones y sacrificios llevados hoy a su máxima aspiración.

                       NOTICIA CONFIRMACIÓN ALTERNATIVA EL PANA_30.05

   Lo demás, se confirmará, como su alternativa la tarde del 12 de octubre próximo, en la medida en que la empresa que le ha prometido semejante anhelo, cumpla su palabra. Aún faltan cinco meses para la materialización de semejante acontecimiento, el cual, y desde ahora, empieza a convertirse en una efeméride, en una anécdota, pues en el registro histórico, pocos son los casos en que un torero recibe, en el ocaso y no en el crepúsculo de su vida este privilegio, el cual se lo ha ganado a pulso. Veremos y diremos.

   Mientras tanto, y como en actitud torera, le brindo al “maestro”, a quien todos conocen como “el brujo de Apizaco” las siguientes notas que escribí hace algunos ayeres.

   ¡Va por usted, maestro!

 EL PANA… EN SEPIA.

    Abrí de pronto una revista de los años cuarenta del siglo pasado y no sólo me encuentro con los toreros allí reunidos, sino con la fresca y reciente puesta en escena interpretada por Rodolfo Rodríguez. Pareciera como si el diestro tlaxcalteca se hubiese escapado de aquellos tiempos idos, separados del peculiar color sepia para adquirir el color de nuestro tiempo, el que es posible admirar y lo atestiguamos el domingo 7 de enero pasado. Cada imagen, cada pase, cada suerte de las muchas que tiene guardadas en el arcón de los recuerdos El Pana, sin ningún empeño egoísta fue sacándolas una a una con lo que nos hizo retroceder en el tiempo pensando, de inmediato en toreros como Alberto Balderas “El torero de México” (etiqueta que hoy le cabría el honor de ostentar el fabuloso torero de Apizaco, Tlaxcala). Allí están también Lorenzo Garza, Silverio Pérez, Luis Procuna, Andrés Blando, Carlos Vera “Cañitas”, Antonio Velázquez, “Joselillo”, el “Ranchero” Jorge Aguilar, el “Loco” Amado Ramírez…

   La lista es impresionante, pero el grado de admiración con el que ha recreado esas maravillas del toreo lo son aún más.[1] Y no es que se descubra el hilo negro, sólo que hacía falta quien lo rescatara, bordando con él las suertes con que la tauromaquia ha pervivido a lo largo de los últimos tres siglos, en que ha alcanzado grados de madurez. Contra el minimalismo, estos aires de renovación. Contra la apatía de los últimos tiempos, la apuesta de Rodolfo Rodríguez El Pana, quien en una sola tarde, (seguida ya de otra también espectacular en Moroleón, Guanajuato el 15 de enero siguiente y otra en San Juan del Río el 21 del mismo mes) ha provocado un auténtico parteaguas entre lo que significaba su discreta despedida en medio del mejor silencio posible y ésta reacción en potencia que redescubre el toreo en México a la luz de su mágico quehacer.

   Los aficionados que tenemos el privilegio de acudir permanentemente a cuanto festejo mayor o menor que se organice en la capital del país, nos dimos cuenta, a partir del 7 de enero, que aquel “domingo siete” se convirtió en el vuelco esperado, en el brusco golpe de timón que se necesitaba para sacudir hasta las entrañas mismas, a una tauromaquia en descomposición. Estoy convencido que hasta las cuatro de la tarde de aquel primer domingo de enero, la fiesta no sólo había tocado fondo. Estaba en él, sumergida, padeciendo el ahogo que la llevaba a enfrentar la agonía que enfrentaba. Sin embargo, dos horas después el escenario era otro, tan diferente, en el que ocurrieron cosas radicales. De pronto, esa “catedral sumergida” emergía, salía a la superficie a respirar los aires de renovación provocados por la tempestad de un hombre sumergido también en los tentadores influjos del alcoholismo y que no esperaba nada de la fiesta, pero tampoco de la vida. Ese hombre, a sus 55 años, con muchas menos posibilidades físicas, y con una reducida cantidad de festejos por delante que compensen su desmejorada economía, pero que afiancen el porvenir del espectáculo en nuestro país, ponen todo esto sometido al destino. Recordemos que “Curro” Romero o Rafael de Paula, incluyendo a Antonio Chenel “Antoñete”, superaron los sesenta de su edad y continuaban toreando, quizá en menor cantidad, pero su caso estaba soportado por la frecuencia pertinente de sus apariciones que se precedían, además del misterioso velo de lo desconocido, de la incontenible brujería del arrastre que sus nombres en los carteles suponía para gozo y admiración de los aficionados. Pero para Rodolfo Rodríguez, el rodaje no existe. Que es torero de manifestaciones artísticas más que técnicas no lo ponen en el dilema de enfrentarse a una condición física inmejorable, pero sí la suficiente mentalización para enfrentar lo que cada día, y cada tarde que se le presente como una oportunidad más en la vida, serán, en conjunto, un reto, el profundo desafío a contender consigo mismo y la adversidad.

   El sacudimiento de ese “domingo siete” nos ha puesto de nuevo en el camino de aquellas viejas jornadas en que se comentaba, se platicaba y se analizaba el toreo con el gusto y regusto que supone la emoción y todos los elementos consubstanciales que intervienen y participan en la tauromaquia, tan española, pero tan mexicana que, por consecuencia la hacen universal en el sentido de su permanente intercambio que hoy tiene en la figura de Rodolfo Rodríguez El Pana a un torero relevante que aún mantiene en su vocabulario las mismas palabras con que un día salió con empeño quijotesco a enfrentar lo mismo molinos de viento que mandones consagrados. Es posible que hoy guarde ya un poco de mesura con respecto a lo que fueron sus años mozos, que tanto aislamiento y marginación le causaron, pero guarda la misma postura, los mismos principios que lo alentaron en el arranque de su ya prolongada trayectoria como matador de toros. Será que así le funciona mejor puesto que al trascender de nuevo en el medio, con esos vientos nuevos y frescos, mantiene el mismo talante provocador. Hay más equilibrio en sus palabras pero en el fondo conservan iguales razones que le identifican como el torero diferente, ese que no solo se ha conformado construyendo un pedestal. Es el mito en persona.

   Con un Rodolfo Rodríguez El Pana que de pronto nos proyecta en línea recta hacia todo cuanto ocurrió en un período específico como son los años 30, 40 o 50 del siglo pasado, etapa en la que se concentran numerosos acontecimientos imborrables, hoy, este personaje salido de las páginas color sepia, se ocupa de recuperar el tiempo perdido, no sólo el suyo. También el de la tauromaquia mexicana de nuestros días que adquiere aires de renovación.


[1] Y claro, es el propio Rodolfo Rodríguez “El Pana” quien ha aportado al amplio catálogo de suertes, las siguientes: Quite del clavel, quite del sueño, la Rielera, la Tlaxcalteca, la Adelita, el pase de cola de gallo, el del relicario, el del tomate, el de la amargura, el desaire o el del más allá sin faltar su inigualable “par de calafia”.

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EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. DE 1744 A 1749.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Los años tratados aquí, van presentando un ascenso en la dinámica de celebración de fiestas. Sobre todo, destaca en lo particular el de 1747, que encontró en la llegada al trono de Fernando VI motivos suficientes para la organización de fiestas. Ya lo veremos a lo largo de esta colaboración.

José Mariano Gregorio Elizalde Ita y Parra. Gloria de México en la mayor exaltación… María Santísima… en su triumphante assumpcion a los cielos… México: Vda. José Bernardo de Hogal, 1744.

FUNCIONES DEL PENDÓN O MEMORIA DE LA CONQUISTA. CELEBRACIÓN EN LA NUEVA ESPAÑA DEL DÍA DE SAN HIPÓLITO.

    La fiesta de San Hipólito (13 de agosto) se convierte en uno de los hitos virreinales de gran trascendencia cívica y política, junto a la gran celebración del día de la virgen de Guadalupe (12 de diciembre), la de Nuestra Señora de los Remedios (1º de septiembre), o el de la fiesta que celebra la beatificación de San Felipe de Jesús (5 de febrero).

   Tal conmemoración fue instaurada desde temprana edad –como veremos más adelante-, incluso antes del virreinato mismo, como una forma de rememorar la capitulación del último reducto indígena que combatió valiente y férreamente, durante la guerra sostenida entre soldados españoles respaldados por aquellos pueblos cempoaltecas, chalcas, totonacas y tlaxcaltecas, entre otros, que hicieron alianza con los hispanos. A partir de esos momentos comenzó el periodo colonial que abarcaría tres siglos de esplendor.

   Desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida, año con año la fiesta del santo patrono de la ciudad, misma que bajo la organización correspondiente de parte de los diputados de fiestas, y con la colaboración de la iglesia, los diferentes gremios, a saber: Arquitectos, Escueleros, cereros y confiteros, curtidores, tiradores de oro y plata, cobreros, tosineros, coleteros, gamuseros, loseros, entalladores, pasteleros, cerrajeros, sastres, toneleros, herreros, sombrereros, armeros, sayaleros, zapateros, pasamaneros, bordadores, sederos y gorreros; silleros, tenderos de pulpa, carpinteros, organistas, beleros, guanteros, algodoneros, figoneros, carroceros, herradores, tintoreros, fundidores, obrajeros, mesilleros, cajoncillos, surradores y un largo etcétera más, así como por el pueblo; al sumarse todos la convirtieron en una de las fiestas de mayor ámpula durante aquel período de tiempo.

   En un documento localizado en el Archivo Histórico del Distrito Federal,[1] se relacionan diversas razones que dan peso a este argumento, por lo que me parece importante citar ahora las notas que preparó Joaquín García Icazbalceta, planteándonos un interesante panorama sobre “El paseo del Pendón”, en el cual nos dice lo siguiente:

 EL PASEO DEL PENDÓN

    La primera disposición para solemnizar la fiesta data del 31 de julio de 1528. En cabildo de ese día se acordó “que en las fiestas de S. Juan e Santiago e Santo Hipólito, e Ntra. Sra. De Agosto se solemnice mucho, e que corra toros, e que jueguen cañas, e que todos cabalguen, los que tovieren bestias, so pena de diez pesos de oro”. A 14 de agosto del mismo año se mandaron librar y pagar cuarenta pesos y cinco tomines de oro, que se gastaron en el pendón y en la colocación del día de San Hipólito en esta manera: “cinco pesos y cuatro tomines a Juan Franco de cierto tafetán blanco: a Pedro Jiménez, de la hechura del pendón y franjas, y hechura, y cordones y sirgo (seda), siete pesos y cinco tomines: de dos arrobas de vino a Diego de Aguilar, seis pesos: a Alonso Sánchez de una arroba de confites, doce pesos y medio: a Martínez Sánchez, tres pesos de melones”. Por este acuerdo se viene en conocimiento de que el Pendón que se sacaba en el paseo, no era el que había traído Cortés, como generalmente se cree, sino otro nuevamente hecho, cuyos colores eran rojo y blanco. Aquí no se habla todavía del paseo, aunque es de suponerse que para él se hizo el Pendón; pero el año siguiente de 1629 se fijó ya el orden que con corta diferencia se siguió observando en lo sucesivo. He aquí lo que se dispuso en el cabildo de 11 de agosto: “Los dichos señores ordenaron y mandaron que de aquí adelante todos los años, por honra de la fiesta del señor Santo Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que dellos se maten dos, y se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales, y que la víspera de la dicha fiesta se saque el Pendón de esta ciudad de la Casa del Cabildo, y que se lleve con toda la gente que pudiere ir a caballo acompañándole hasta la iglesia de San Hipólito, y allí se digan sus vísperas solemnes, y se torne a traer dicho Pendón a la dicha Casa del Cabildo, e otro día se torne a llevar el dicho Pendón en procesión a pie hasta la dicha Iglesia de San Hipólito, e llegada allí toda la gente y dicha su misa mayor, se torne a traer el dicho Pendón a la Casa del Cabildo, a caballo, en la cual dicha Casa del Cabildo, esté guardado el dicho Pendón, e no salga de él; e en cada un año elija e nombre de dicho cabildo una persona, cual le pareciere, para que saque el dicho Pendón, así para el dicho día de San Hipólito, como para otra cosa que se ofreciere”.

   Y el día 27 del mismo mes se mandaron “librar e pagar a los trompetas doce pesos de oro, por lo que tañeron e trabajaron el día de Santo Hipólito”.

   Este año, tal vez por estreno, fueron largamente recompensados los trompetas; pero lo desquitaron al siguiente, porque en cabildo de 28 de agosto de 1530 se acordó “que no se les diese cosa ninguna”

   Esta ceremonia del Paseo del Pendón se verificaba también en otras ciudades de las Indias, y señaladamente en Lima el día de la Epifanía. El orden que debía guardarse en el paseo fue materia de varias disposiciones de la corte, con las cuales se formó una de las leyes de Indias. Veamos cómo se practicaba en México, según refiere un antiguo libro: “Tiene ya esta fiesta tan gran descaecimiento (1651) como otras muchas cosas insignes que había en México, y aunque uno u otro daño, por la diligencia e industria del regidor que saca el estandarte real, se adelante mucho, en ninguna manera puede llegar a lo que fue antiguamente, aunque se pudieran nombrar algunos regidores que en esta era han gastado más de veintidós mil pesos en adelantar y celebrar por su parte esta festividad”. Mas para que se crea lo que fue cuando se vea lo que es al presente, será bien traer a la memoria algo de la descripción que a lo retórico hizo el padre fray Diego de Valadés en la parte IV, capítulo 23, de su Retórica Cristiana, que vio en México lo que algunos años después escribió en Roma, en latín, año de 1578. Dice lo siguiente: “En el año de nuestra Redención humana de 1521, el mismo día de San Hipólito, 13 de agosto, fue rendida la ciudad de México, y en memoria de esta hazaña feliz y grande victoria, los ciudadanos celebran fiesta y rogativa aniversaria en la cual llevan el pendón con que se ganó la ciudad. Sale esta procesión de la Casa del Cabildo hasta un lucido templo que está fuera de los muros de la ciudad de México, cerca de las huertas, edificado en honra del dicho santo, adonde se está agora edificando un hospital. En aquel día son tantos los espectáculos festivos y los juegos que no hay cosa que allí llegue (ut nihil supra): juéganse toros, cañas, alcancías, en que hacen entradas y escaramuzas todos los nobles mexicanos: sacan sus libreas y vestidos, que en riqueza y gala son de todo el mundo preciosísimos, así en cuanto son adornos de hombre y mujeres, como en cuanto doseles y toda diferencia de colgaduras y alfombras con que se adornan las casas y calles. Cuanto a lo primero, le cabe a uno de los regidores cada año sacar el pendón en nombre del regimiento y ciudad, a cuyo cargo está el disponer las cosas. Este alférez real va en medio del virrey, que lleva la diestra, y del presidente, que va a la mano siniestra. Van por su orden los oidores, regidores y alguaciles, y de punta en blanco, y su caballo a guisa de guerra, con armas resplandecientes. Todo este acompañamiento de caballería, ostentando lo primoroso de sus riquezas y galas costosísimas, llega a San Hipólito, donde el arzobispo y su cabildo con preciosos ornamentos empiezan las vísperas y las prosiguen los cantores en canto de órgano, con trompetas, chirimías, sacabuches y todo género de instrumentos de música. Acabadas, se vuelve, en la forma que vino, el acompañamiento a la ciudad, y dejado el virrey en su palacio, se deja el Pendón en la Casa de Cabildo. Van a dejar el alférez a su casa, en la cual los del acompañamiento son abundante y exquisitamente servidos en conservas, colaciones, y de los exquisitos regalos de la tierra, abundantísima de comidas y bebidas, cada uno a su voluntad. El día siguiente, con el orden de la víspera, vuelve el acompañamiento y caballería a la dicha iglesia, donde el arzobispo mexicano celebra de pontifical la misa. Allí se predica el sermón y oración laudatoria con que se exhorta al pueblo cristiano a dar gracias a Dios, pues en aquel lugar donde murieron mil españoles, ubi mil ia virorum desubuere, donde fue tanta sangre derramada, allí quiso dar la victoria. Vuelve el Pendón y caballería, como la víspera antecedente. Y en casa del alférez se quedan a comer los caballeros que quieren, y todo el día se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos”. Hasta aquí Valadés.

   “En la víspera y día de San Hipólito se adornaban las plazas y calles desde el palacio hasta San Hipólito, por la calle de Tacuba por la ida, y por las calles de San Francisco para la vuelta, de arcos triunfales de ramos y flores, muchos sencillos y muchos con tablados y capiteles con altares e imágenes, capillas de cantores y ministriles. Sacábanse a las ventanas las más vistosas, ricas y majestuosas colgaduras asomándose a ellas las nobles matronas, rica y exquisitamente aderezadas. Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados; entre los más lozanos (que entonces no por centenares, si por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamenta y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra la naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo), sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Ostentaban multitud de lacayos, galas y libreas. Clarines, chirimías y trompetas endulzaban el aire. El repique de todas las campanas de las iglesias, que seguían las de la Catedral, hacían regocijo y concertada armonía”.

   Como esa solemnidad se verificaba en lo más fuerte de la estación de las lluvias, sucedía a veces que la comitiva, sorprendida por el agua, se refugiaba en los primeros zaguanes que encontraba abiertos, hasta que pasada la tormenta, continuaba su camino. Sabido por el rey, despachó una cédula en términos muy apremiantes, prohibiendo que tal cosa se hiciera, sino que a pesar de la lluvia continuase adelante la procesión, y así se cumplió.

   Por ser muy grandes los gastos que la fiesta ocasionaba al regimiento encargado de llevar el pendón, la ciudad le ayudaba con tres mil pesos de sus propios. Andando el tiempo decayó tanto el brillo de esa conmemoración anual de la conquista, que en 1745 (nótese la forma en que hago resaltar de manera muy especial el año en cuestión. N. del A.) el virrey, por orden de la corte, hubo de imponer una multa de quinientos pesos a todo caballero que siendo convidado dejase de concurrir sin causa justa. La ceremonia, que en sus principios fue muy lucida, vino después a ser ridícula, cuando el paseo se hacía ya en coches, y no a caballo, y el pendón iba asomado por una de las portezuelas del coche del virrey. Las cortes de España la abolieron por decreto de 7 de enero de 1812, y la fiesta de San Hipólito se redujo a que el virrey, audiencia y autoridades asistieran a la iglesia, como en cualquiera otra función ordinaria. Inútil es decir que hasta esto cesó con la Independencia.

JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA.[2]

Este es pues, lo que se puede anotar y recoger sobre un majestuoso acontecimiento representado en la significativa fiesta del “paseo del Pendón” o “memoria de la conquista”.

   A continuación, otras fuentes que guardan enorme semejanza con la anterior y las que restan en la presente colaboración:

-Relación puntual y verídica del ornato pompa y apaat conque el día diez d octubre del año de1746, hiz su entrada pública nuestro amado monarcha el muy alto y muy poderoso Señor don Fernano VI que Dios guarde) en su corte de Madrid. México, Viuda de Joseph Bernardo de Hogal. 1747. Encuadernado en permagino.

-Triunfal pompa y festivo aparato en que bajo la idea del dios Apolo se sombrearon las empresas del Excmo. Sr. Don Juan Francisco Güemes y Horcasitas, virrey, en el suntuoso arco que para su público ingreso erigió el afectuoso esmero de la nobilísima e imperial corte mexicana. México, 1746, por Imprenta Real.

 TdeT_II_p. 261 Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs., p. 261.

José Mariano de Abarca y Valda: Biblioteca Nacional: R/1748/M4ABA. El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad… por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México… México, María de Ribera, 1748, 36, 306, 20 p.

 1747 

En la proclamación de Fernando VI

 

Del caos informe el dedo soberano

a luz saca las obras en seis días;

porque sólo en un seis las mayorías

puede ostentar el resto de su mano.

 

No sin oculto al parecer arcano

muestra en España iguales bizarrías,

cuando en Fernando sólo monarquías

de un senario Perfecto forma ufano.

 

La Monarquía Española, al mundo entero

ya en perfección numérica compite,

pues de Fernandos es el sexto esmero:

 

Y porque más su innúmero acredite,

como Dios se remite a lo primero,

a sus obras Fernando se remite.[3] 

   Precisamente estamos en los días en que se proclamaba al monarca español en territorio novohispano. Para tan significativo acontecimiento, el padre José Mariano de Abarca escribió una importante relación de fiestas intitulada El Sol en León….,[4] acontecimiento iniciado el martes 14 de noviembre en la plaza del Volador.

   La jura de Fernando VI. No me resisto a tomar datos a cual más interesante, como los dejados para la posteridad por Artemio de Valle Arizpe que nos dan una idea más o menos precisa de la grandiosidad de fiestas y sucesos con la reseña de alardes y juegos de toros en México.

   Dice don Artemio en imaginada epístola escrita por Andrés de la Brisuela y Dávalos al señor Bachiller Felipe Brisuela, escrita en México y agosto, día 15, de este año de 1748:

    Allá va ello… mi prolija y difusa descripción, ayudada de un cuaderno, Sol en León, de mi confesor, el Padre don José Mariano de Abarca

   Ojos faltaban a la admiración para aplaudir el bello espectáculo que ofreció a la vista, el martes 14 de noviembre del pasado año de 1747, la hidalguía de esta corte. Ese día se presentaron en la galante campaña de la plaza cuatro cuadrillas de caballeros, cada una con siete sujetos, incluyendo sus cabos o caudillos.

    De las cuatro cuadrillas y, por ser tan detallado el suceso por nuestro galante cronista, escogemos la tercera para conocer su contexto.

    Apenas había acabado de entrar esta segunda cuadrilla, cuando siguiendo las huellas que imprimían en la limpia arena los castizos brutos, se presentó en la plaza la tercera, gobernada por el señor don José de Vivero y Peredo, Hurtado de Mendoza, conde del Valle de Orizaba, quien, valiéndose de su ilustre título para demostración de su amor y cuerpo de su empresa, pintó en el lienzo de la adarga aquel jayán de los montes a quien sirven de corona los astros y en las llanuras de su valle, al dios Cupido que, deponiendo el arco y la aljaba, dejaba de perseguir a los hombres y a las fieras para alternar el oficio de cazador con el de hortelano, entretejiendo de todas las flores que adornaba aquella fragante esfera, un breve ramillete que con letra consagraba a su soberanía.

   Luego, don Juan José Martínez de Soria presentó en la suya un sol tocando el punto vertical de la esfera desde donde divide los resplandores del día y un hermoso girasol que en su fragante copa de nácar atesoraba como propias las luces del astro. Decía la letra:

 Sólo se mueve esta flor

con el planeta mayor.

   Este mismo luminar estampó en la suya don Diego de Saldívar y Castilla, aunque no en la misma estación de su carrera, sino en la última, en que, encendido topacio, tramonta el carro de sus luces para proseguir en los antípodas el infatigable desvelo de su universal providencia. La letra decía:

Si este sol da vida, activo,

a dos orbes en que nace,

nunca yace, cuando yace.

   Un laurel y una palma (ambos timbres del valor y crédito de los trofeos), coronados de una verde oliva, mostró el señor don Miguel de Lugo y Terreros, como anuncio dichoso, a lo que parece, de que logrará su Majestad multiplicados triunfos y coronará sus glorias con una paz dilatada. Eso parece que significaba el mote Erit altera merces (Habrá otra recompensa).

   Como reina jurada de cuanta pluma puebla la vaga región del aire, dio en la suya don Juan del Valle, una águila con corona y cetro, extendidas las alas y sobre cada una de ellas un clarín, que por su boca gritaba a la América a quien, parece, representó:

Sólo puede un ave real

dar gloria y nombre inmortal

   El señor don Justo Trebuesto y Dávalos, conde de Miravalle, pintó en la suya un valle matizado de diversas flores, bañadas con la luz de un hermoso sol. Su letra decía:

Si este valle está lucido,

y se mira gastar flores,

el sol le da los colores. 

   Terminó esta tercera cuadrilla don Antonio Javier de Arriaga y Bocanegra, quien delineó en la adarga un brazo manteniendo un cetro, sobre cuya punta estribaba una cigüeña. El mote lo pidió a la erudición romana, trasladando a honor de nuestro Monarca aquel Pietas Augusta (Piedad Imperial), que Augusto Emperador grabó en una medalla, donde mandó imprimir una cigüeña por símbolo de su piedad.

   Estas fueron las lucidas empresas que dieron a la publicidad en sus adargas los caballeros, las que llevaron embarazadas todos los días que duraron sus festines, yendo también todos armados de lanzas con garboso descuido, tendidas sobre el muslo derecho y cuellos de los inquietos brutos, dejándolas luego que paseaban la plaza, para que sin su embarazo se ejecutasen las suertes prevenidas, con la destreza que se deseaba.[5]

   En virtud de ser la descripción uno de esos largos discursos descriptivos de todo lo que sucedía, viene enseguida la detallada vestimenta del señor conde del Valle de Orizaba, “en el color azul de entrambos y la del señor marqués de Uluapa en el color de pusol de los mismos”. Hubo botillas guarnecidas con punta de plata y bandas cruzadas, desde el hombro derecho hasta el terciado; peluquines cortos a la romana; sombreros de tres dedos de falda con toquillas y pedrasas de ricos diamantes.

    El aderezo de los caballos era diverso: la cuadrilla del señor Corregidor lo sacó de tela verde de plata, guarnecido con galones de plata de Milán; (…) Si bien todas las sillas eran iguales y cortadas al propósito, ni del todo bridas ni del todo vaqueras, con pretales guarnecidos de plata, cascabeles y florones también de plata de martillo y las mantillas o anqueras con sus higas y guarniciones de lo propio, las estriberas eran de lomo y las espuelas con rodajas grandes al uso de este reino, unas y otras plateadas a fuego, si no fueron las de los cuatro caudillos o guías, que eran de plata de martillo.

   Ya en la Plaza con sus padrinos, las cuadrillas se unieron en su centro, las cuatro con las necesarias evoluciones para incorporarse y llegar de frente todas a saludar a Su Excelencia el señor Virrey. Lo cual ejecutado, se fueron con grande orden separando de dos en dos, y dando círculo y medio a la Plaza, hicieron el paseo, quedando cada cuadrilla en la puerta fronteriza de aquella por donde entró; luego con otro medio círculo ejecutado al galope, se apoderaron de las cuadrillas de sus respectivas puertas.

   Desde ellas, en unos perfectos círculos, comenzaron un manejo o lucida escaramuza, en el que noblemente embargada la atención con la vista no acababa de admirar el primor y la destreza con que, mezclándose unas cuadrillas con otras, se unían en el centro de la Plaza y en sus ángulos se separaban, siempre variando de figura. Y habiendo hecho cada una de por sí, en el ángulo propio, su torno y reencuentro, lo repitieron en los tres de las demás, quedando todas en las puertas por donde hicieron la entrada.

   Como el manejo ejecutado duró mucho, cedieron a la fatiga los brutos, pero no los generosos bridones, y así, para proseguir sus lucimientos, tomaron las puertas con el fin de remudar los caballos. Y para que el alboroto no se interrumpiese, se promediaron los juegos con dos toros que se lidiaron, entrando a la parte de los regocijos no menos la razón, ajustando a su armonioso compás el métrico tropel de los caballos, que la brutalidad de las fieras, animando en cada amago de su coraje un peligro, y en cada bramido una muerte.

   Esto mismo se ejecutó los otros tres días de las carreras, y en el presente apenas había medido con su cuerpo el segundo toro la arena, forzado del violento impulso del rejón a exhalar por la boca de la herida, envuelto en humo y cólera, su bruto espíritu, cuando, despejada la Plaza y ardiendo la plata en los clarines, se hizo segunda llamada; y siguiendo el norte de sus acentos, las cuadrillas repitieron el circo, entrando cada cual por su respectiva puerta, y comenzando otro manejo, fueron con grande primor formando unos lazos. Cada cuadrilla los empezaba sobre su derecha, y torneando sobre su izquierda en el centro de la Plaza, iba a ocupar la esquina que dejaba libre la cuadrilla de mano derecha. Por eso, siendo cuatro las cuadrillas y otros tantos los lazos y tornos, vino a quedar en el último cada cuadrilla en el mismo puesto de donde había salido. Luego con gloriosa emulación de la coronada Villa de Madrid y de otras ciudades de Europa, se corrieron, como en sus plazas, alcancías, de dos en dos, expirando a la luz del primero día entre tantos brillos de nobleza y tantos resplandores de lealtad.

   Disputándole los lucimientos, amaneció el segundo. Cuando el sol con su decadencia da principio a la estación de la tarde, hecha al son de los clarines la llamada y concluido el paseo de los padrinos entraron por sus puertas las cuadrillas con otra distinta figura, e incorporándose con los padrinos en el centro de la plaza, la pasearon toda con mucho garbo y majestad, no siendo cosa inferior el denuedo y cortesanía con que saludaron a Su Excelencia y le pidieron facultad de proseguir estos festejos. Obtenida sin dificultad la licencia, se empezó un manejo que fue hacer cada cuadrilla un círculo en su esquina hasta los medios de sus ángulos. Sobre éste se formó otro de todas cuatro, que ocupaba toda la circunferencia de la plaza, siendo lucida corona de su recinto. Con esta figura dieron dos tornos al teatro; después se separaron, quedando puestas en dos alas y en esta forma hicieron una escaramuza de la una esquina a la otra contradictoria; de manera que, encontrándose en el centro de la plaza, se separaban para sobre el otro torno volverse a encontrar, y poderse atacar de frente sobre una y otra línea.

   Hechas cuatro escaramuzas en esta conformidad, volviendo a formar todas cuatro sobre un torno un círculo de todas, y separándose igualmente, quedó cada cual en su puerta. Después salieron a remudar los caballos, corriéndose en el entretanto dos toros. Poco tiempo duró esta diversión, porque, paladeados todos del primor y destreza de los caballeros, libraron en los toreadores el que se disminuyesen los plazos, cortando en breve con las vidas de los toros las demoras de los regocijos.

   Y así, apenas tomado las puertas cuando volvieron a entrar, haciendo inmediatamente otro manejo de tornos y parejas encontradas, de una a otra esquina. Luego se corrieron cañas y alcancías, y aunque tan generosos pechos, jamás fatigados en el servicio de su Monarca hubieran querido detenerse más en los obsequios de su nuevo Príncipe, se los estorbó la noche, que ya de pardas sombras iba a gran prisa cubriendo el horizonte, y así se retiraron, aliviando al dolor de fin de este día con la esperanza de la continuación del tercero.

   Este fue el martes veinte y uno del mismo mes… Se escucha la llamada de los clarineros, paseo de la plaza de los padrinos, y el pedimento de la venia al señor Virrey, las cuadrillas, desde el cuadro que correspondía a cada una formaron un airoso círculo acompañadas de los padrinos, que muraba todo el espacio de aquella galante campaña. Luego, separándose de ellos, todas en sus esquinas empezaron un lucido y vistoso torno mezclándose cada cuadrilla con su contraria y revolviéndose en los ángulos de la plaza y medios de los cuadros, entraban y salían unas con otras, bosquejando una pulida labor o rosa de ocho hojas, la cual perfecta, y todas las cuadrillas en su lugar correspondiente, repitieron desde él distintas escaramuzas de grande arte y lucimiento. Entretanto que después remudaban los caballos, hicieron paréntesis dos toros, el que brevemente cerró la segunda entrada de los caballeros quienes, para coronar su destreza, concluyeron la tarde corriendo sortijas en carrillos con listones.

   Las sortijas que se pusieron en dicho arco, fueron treinta y constaban de tres tiempos: el primero, la expresada sortija; el segundo, el ruido del carrillo; el tercero, tres varas de listón de varios colores que llevaban consigo las sortijas (…) Con esta diversión se dio fin a la tarde, quedando cada individuo de los que corrieron llenos de vítores y laureles, aunque con noble codicia de aumentar más coronas a sus sienes en el último día.

   Mucha había sido la gente que había concurrido a ver y admirar, en los precedentes días, tan bellos espectáculos, pero el día de hoy fue tan excesivo su número que se temió prudentemente quedase aquella ciudadela de troncos sepultada en sus mismas ruinas. Y no quedó fallida la esperanza que todos traían de que este día echarían el resto a los demás, pues, tocando todos los caballeros aquella línea del garbo y de la destreza, de donde ya no es posible que imprima adelante sus huellas humana planta, pusieron clave al primor y quedaron graduados de sin segundos en la bizarría.

   Las cuadrillas dieron a continuación sus escaramuzas y evoluciones que fueron cosa muy de ver “esta batalla, tanto más hermosa y divertida cuanto menos le concedía de horror y realidad la imitación…”

   Pues no quedando alguno, por inferior, vencido de los demás, salieron todos triunfantes y cada uno coronado de gloria como el mayor.[6]

    Aquí concluye la relación de tan curiosa fiesta dada a la letra por José Mariano de Abarca y trasladada a nuestra época por el ingenio de don Artemio de Valle Arizpe, no así de un dato más, el de un soneto escrito por el Sr. Comisario D. Joseph Francisco de Cuevas, Aguirre y Espinosa.

 1747

 A LOS CABALLEROS MEXICANOS EN SU FUNCIÓN DE CARRERAS

 

Coger a Phebo brillos y luceros

no temen para Adornos, y vestidos,

por superior planeta defendidos

de su enojo bizarros caballeros.

A Phaetonte no dudan lisonjeros

enmendar los errores advertidos;

y de Apolo Caballos bien regidos

manejar sin peligro más ligeros.

Ascender a la Esfera Soberana

de el Hesperio FERNANDO, Sol que anhelan,

con atención no excusan cortesana.

Y registrar sus rayos no recelan,

que de el águila Regia Mexicana

son Hijos, y no corren sino vuelan.[7]

    Otras relaciones de sucesos que comprenden este acontecimiento son las que siguen, y que aparecen ilustradas, como parte del trabajo que pretende dar un seguimiento lo más completo que este sea posible para entender la forma en que se comportaron las diversiones públicas en el pasado.

 TdeT_II_p. 259

Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs., p. 259.

TdeT_II_p. 267 Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs., p. 267.

 TdeT_II_p. 269

Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs., p. 269.

   Para 1749, las fiestas de la proclamación de Fernando VI no se consumieron sino que, por el contrario, su efervescencia continuaba activa. Fue así como la Nueva Vizcaya se suma con una relación más: Hércules Coronado…,[8] conteniendo a su vez descripciones taurinas y una pequeña muestra poética.

   Anota José Cosío:

Si preguntamos a los astrónomos, y mitologios, cuál fue la causa de poner el signo de Tauro allá en el cielo, cual la razón de colocarse este bruto feroz entre los Astros, nos responderán desde luego con Higinio, que por haber conducido a las espaldas hasta la sila de Creta sin lesión a Europa (…) Pues si es tal la belleza, y felicidad de Europa, que la venera un animal tan fiero, que un bruto tan horrible como un Toro sabe hacerle espaldas; que mayor obsequio pues de consagrársele en los triunfos invictos de Alcides, que el sacrificio de los Toros en sus aclamaciones, y en sus fiestas. Y ahí puede grabársele esta letra, que como escrita en Salamanca toca, y le viene bien a Europa, sin otra mudanza, que una sola línea: 

1749

Galán vizarro Toro…

 

Galan vizarro Toro,

divisando de lejos el estrado,

se fulminó bifulco rayo alado,

temiendo en la tardanza su desdoro;

mas de las ideas del fiel decoro

se halló tan sorprendido

del abanico al aire,

que equivocó el favor con el desaire

volante entre aprehensiones de corrido.

No obstante cortesano, y generoso

hace espaldas a Europa victorioso;

con que haciendo paréntesis de bruto,

de discreto merece el atributo.[9]


[1] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico del Distrito Federal.

Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante: A.H.D.F.): (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la ciudad de México, siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción.

16.-Acervo: Inventario general de los libros, autos y papeles de cabildo de esta N. C. de México, su mesa de propios, junta de pósito, cofradía de N. S. de los remedios, existentes en el archivo y escribanía mayor. ejecutado y extendido por el Lic. Dn. Juan del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Sudiencia del ilustre real Colegio contador substituto de propios, quien lo ofrece a la misma N. C. Período: 1798. Volumen: 1 vol: 430ª. 11 p. f. 16: Cédula para que se observe la costumbre en la Fiesta de N. S. San Hipólito, su fecha 8 de agosto de 1703, en 1 f.

[2] Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554. Tres diálogos latinos traducidos: (Joaquín García Icazbalceta). Notas preliminares: Julio Jiménez Rueda. México, 3ª edición, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1964. VIII-130 p. (Biblioteca del estudiante universitario, 3)., p. 124-129.

[3] Salvador Novo: Mil y un sonetos mexicanos. Selección y nota preliminar por (…). 3ª ed. México, Editorial Porrúa, S.A., 1971. 253 p. (“Sepan cuantos…”, 18)., p. 73.

[4] Biblioteca Nacional: R/1748/M4ABA: Abarca y Valda, José Mariano de: El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad…por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México… México, María de Ribera, 1748, 36, 306, 20 p. Cfr. Coello Ugalde: Relaciones taurinas…, op. Cit., p. 123-168.

[5] Artemio de Valle Arizpe: Juego de cartas. Por (…) Cronista de la ciudad de México. México, Editorial Patria, S.A., 1953. 222 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreynal, VIII)., p. 145-163.

[6] Op. Cit.

[7] José Mariano de Abarca y Valda: El Sol en León…, op. Cit., p. 262.

[8] Biblioteca Nacional: R/1749/M4HER/Cossío, José, edit. Hércules Coronado, que a la augusta memoria, a la real proclamación, del prudentísimo, serenísimo, y potentísimo señor D. Fernando VI Rey de las Españas, y legítimo emperador de las Indias, le consagró en magníficas fiestas y gloriosos aparatos, la muy ilustre, y leal ciudad de Durango, cabeza del nuevo Reyno de Vizcaya, quien lo saca a luz… por mano del Sr… México, Colegio Real y más antiguo de San Ildefonso, 1749 / (22). 96 p. Cfr. Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2)., p. 174-181.

[9] Coello Ugalde: Relaciones taurinas…, op. cit., p. 181.

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PONCIANO DÍAZ EN VILLA LERDO, DURANGO.

MINIATURAS TAURINAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

CARTEL ANUNCIADOR EN LA FERIA DE VILLA LERDO, ESTADO DE DURANGO.

    Villa Lerdo, Durango, -actual Ciudad Lerdo- casi al finalizar el siglo XIX, y durante los días de feria, realizada indistintamente en los meses de diciembre y enero, se convertía en un hervidero, puesto que diferentes visitantes, locales y foráneos, se daban cita para compartir el pretexto en una más de aquellas particulares celebraciones. No es extraño que durante la época de mayor esplendor del torero mexicano Ponciano Díaz, su nombre apareciera durante varios años hasta en 29 ocasiones, entre 1886 y 1891.

   Es gracias al siguiente cartel que podemos darnos cuenta sobre los distintos eventos que conformaron la feria en 1886, lo cual demuestra que sus pobladores y visitantes seguramente brincaban y rebrincaban de gusto, al solo anuncio de la

 Gran Feria

en “Villa Lerdo” Estado de Durango.

1886 Diciembre 1886

Lucidas fiestas.

Corrida de Toros.

Cuadrilla del primer espada Ponciano Díaz.

Ganado de Ramos.

Funciones teatrales por la Compañía de zarzuela en la que figura D. Joaquín Moreno, antes empresario y hoy artista y empresario, el que según varios periódicos, últimamente ha desempeñado con grande éxito el papel de Pipo en la opereta titulada La Mascota.

PELEAS DE GALLOS.

CARRERAS DE CABALLOS.

La mejor feria de la República.

Se recomienda en Villa Lerdo, el Hotel del Comercio. Aseo, comodidad, etc.

   A no dudar, Villa Lerdo, poblado duranguense que seguramente y por aquel entonces no debe haber sido sino una pequeña ciudad, se transformaba efímeramente en escenario para tamaño acontecimiento, como el reseñado en la tira publicitaria, que hasta el “Hotel del Comercio”, se daba el lujo de ofrecer buen servicio, amén del “aseo, comodidad, etc”, perfiles que deben caracterizar a todo buen sitio de descanso.

   En lugares que pudieran resultarnos inhóspitos en la geografía taurina mexicana, encontramos que Ponciano Díaz no tuvo inconveniente en torear por aquellos rumbos, y junto a él anduvieron en plan itinerante algunas compañías de zarzuela, y hasta los organizadores de peleas de gallos y carreras de caballos.

    Algo que enorgullece a los actuales propietarios en entre otros sitios de interés, la Presa “Francisco Zarco”, una de cuyas fotos obtuve en el portal “méxicoenfotos”.[1]

                        PRESA FRANCISCO ZARCO_CIUDAD LERDO

Contraste de luces y sombras…

PARROQUIA DEL SAGRADO CORAZÓN_CD. LERDO

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¿HACIA DONDE VA EL TOREO COMO ARTE Y EXPRESION?

A TORO PASADO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 ¿HACIA DONDE VA EL TOREO COMO ARTE Y EXPRESION?

(Un recorrido, una reflexión por el tiempo)[1]

    A escasos 5 años de que arribemos al siglo XXI, la fiesta de toros sigue acumulando una infinidad de acontecimientos siempre en medio de intensos debates. Fiesta y diversión a la vez, la de toros alcanza en España y como una realidad de su raíz profesional casi mil años, desde el momento en que por motivos nupciales de don Sancho de Estrada y doña Urraca Flores en la provincia de Ávila se realiza en ese año de 1080 concertada ocasión de lidiar gente de a pie y de a caballo «seis toros bravos y esquivos» en el coso de san Vicente. El mismo don Sancho, diez años después se distinguió como un bravo lidiador a caballo junto a Pedro Ansúrez y Pedro de Trava.

   Si se trata de remontar la fiesta hasta el mundo romano encontramos que los emperadores Julio César, Claudio y Nerón [Julio César (360-63 d.C.); Claudio (41-54 d.C.) y Nerón (54-68 d.C.) ambos dentro de la dinastía Julio Claudia] introdujeron y fomentaron las corridas. Dice Fernando Claramount: Gordiano I [238 d.C.], cuando todavía era Questor, importó cien toros de Chipre (Touri Cypriani centum… haec omnia rapienda concessit die muneris, quod sextum edididt, Capitolino, Gordiani, tres: 3).

   Tesalia fue el sitio donde la acción de lidiar con toros (lidia es el conjunto de suertes que se practican con el toro desde que se le da suelta del toril hasta que se arrastra. Se pueden hacer dos calificaciones: la lidia a pie y la lidia a caballo…) tuvo sus partidarios entre la élite de la juventud, convertida en verdadero juego nacional; y de esto hace más de tres o cuatro mil años. En reciente publicación de L. Alejandro Mora B., El enigma de la fiesta[2] el autor nos dice: “El enigma de la fiesta se extiende [con] una profunda antigüedad que hasta el momento, en cuanto a ingredientes de la FIESTA COMO RITO o como diversión, innegablemente se presenta [desde] el 2,500 a.C.”

    Así no se antoja aventura -continua Alejandro Mora- iniciar una historia en torno al origen del TOREO en la cultura Cretense, dejando como meras hipótesis más remotas la relación hombre-toro que existió entre los asirios, egipcios y los mismos iberos o pre-iberos y la que se vislumbra en algunos pasajes de la BIBLIA, misma que algunos estudios han demostrado, pero al parecer se trata de algo diferente, de «sacrificio», como podrá ser de cualquier otro animal, y no de «Fiesta Táurica»; tan sólo recuérdese el CULTO DE MITRA.

    Y termina diciendo:

    En esta tesitura, aunque parezca arbitrario o caprichoso el origen de la FIESTA O TAUROMAQUIA, con antecedentes TAUROBOLICOS y TAUROFORICOS, es lógico asentarla en la maravillosa CULTURA CRETENSE…

    Y si de alguna manera queremos navegar por un principio más remoto pero incierto, aunque no descalificado por la imagen testimonial y la leyenda de que se rodea, caemos en los mitos de Hércules y el toro, el rapto de Europa y la lucha del Minotauro en el laberinto, el rito de la taurocatapsia, la imagen del toro en las culturas asiria, del oriente medio, egipcia para llegar hasta una preocupación intelectual de José Ortega y Gasset: la caza y los toros representado en buen número de estelas rupestres como Minateda, Alpera, Remigia y por supuesto Altamira, por lo que, puede decirse simplemente que «el toreo nació en Altamira».

   Esto es, el cuerpo de la tauromaquia en cuanto tal que comienza a tener una forma desde hace más de tres mil quinientos años, se ha ido transformando lenta o radicalmente según las circunstancias, donde el pueblo siempre ha jugado un papel de espectador y protagonista al mismo tiempo, atestiguando con el lento discurrir de guerras y reinados; o de la nobleza que quiere controlar desde el caballo una hegemonía obtenida tras la guerra de los ocho siglos (711-1492), aunque decadente cuando declina el destino español en manos ajenas (los borbones). Hegemonía que se traza bajo principios bélicos, con los cuales deambuló por plazas hasta la transformación que devino en un concepto estético.

   Es una larga historia que hoy presenciamos como producto y suma de consecuencias milenarias o centenarias, las cuales mueven a cuestionar lo que será del toreo para después. En tanto la tauromaquia actual se mece en la balanza de la aceptación y el rechazo, por fortuna más de aquella que de esta. Ahora mismo es un espectáculo refinado, cada vez más lejos de la tragedia y cada vez más cerca del imperio pausado del ritmo y cadencia de la danza, una danza que aunque macabra (recordando la obra musical de Camile Saint-Saëns) va desprendiéndose cada vez más de su expresión original, dura y trágica; amarga y terrible con que se ha venido representando desde el inicio del siglo XX. Nuestro siglo recoge una fuerte influencia decimonónica que se carga de dureza al principio, y conforme avanza y se desarrolla logra los perfiles que le conocemos.

   ¿Hacia dónde va el toreo? Nadie puede saberlo, ahora que su expresión causa emociones singulares sin alejarse del sentido que la costumbre ha establecido. ¿Qué le depara a la diversión popular de los toros en los próximos tiempos? ¿Ocurrirá la permanencia o la decadencia? Un siglo XXI que se presenta como símbolo de la tecnología más refinada al servicio de una sociedad cada vez más obligada a sintetizar los conocimientos en estos maravillosos descubrimientos como la computadora por ejemplo, tiene que volver la cara -seguramente- a las tradiciones que nos constituyen para seguir entendiendo como hemos sido capaces de lograr la madurez de nuestra cultura, o la inmadurez también si pensamos que no ha sido posible superar viejos postulados que se arraigan entre las nuevas generaciones; si ya en el siglo XIX se cuestionaba profundamente el hecho de conservar todo aquello con lo que se estableció la cultura hispana desde la conquista y colonización mismas. Ya lo decía José Vasconcelos, «incorporamos a España como parte nuestra. No a la España de la conquista y el coloniaje, sino a la España que ha hecho posible la rica identidad étnica y cultural de la región. España no sólo trajo arrogancia y codicia, sino también el espíritu en que se había formado bajo el largo dominio islámico. Ocho siglos en los que el español que descubrió, conquistó y colonizó a América, ha aprendido a mezclarse con razas y culturas diversas a la propia».

  Son solo cinco los años de diferencia con el próximo siglo, y para el toreo muchas las expectativas aunque la tendencia es que sea inamovible durante buena parte de tiempo porque satisface las exigencias comerciales por un lado, las técnicas y estéticas por otro, a pesar de que este factor sea el que se cuide más con respecto al resto. Por ahora, los toreros imponen sus estilos y sus escuelas, la van perfeccionando y depurando también. Ya lo decía Arturo Gilio luego de su faena a un toro de Rodrigo Aguirre la tarde del 26 de febrero de 1995, que con respecto a cargar la suerte encuentra no ya el típico y acostumbrado arquetipo que establecen las escuelas, sino uno diferente que él se ha acostumbrado a entender y a proponer también.


[1] Estas notas fueron redactadas en 1995, y a lo que se ve, no dejan de perder actualidad. (N. del A.)

[2] Alejandro Mora Barba: El enigma de la fiesta. México, Plaza y Valdés, 1995. 137 p.

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EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Mi buen amigo, el periodista español Antonio Petit Caro, responsable del bien posicionado portal de internet “Taurología.com” (http://www.taurologia.com/), recién ha publicado una interesante noticia a la que ha dado especial énfasis, hasta convertirla en un análisis que merece centrar todas las más atenciones que sean posibles. Justo en aquel país que ahora pasa por una de las más terribles crisis económicas, se genera, al interior del espacio universitario un proyecto del que México debería hacer eco, para que desde esas estructuras pueda validarse en su exacta dimensión, la importancia histórica y cultural que ha supuesto, desde 1526 y hasta nuestros días el caso de la tauromaquia.

   Me parece de suma importancia el proyecto propuesto allende el Atlántico, que para ello recojo las líneas dedicadas por Petit Caro y que se convierten en caja de resonancia para algo que se denomina “Academia de las Artes y Cultura de la Tauromaquia”.

   Desde aquí, doy no solo mi voto de confianza, sino que me agrego a la causa para contribuir con mis personales quehaceres, sumándolos en tamaña aventura, con vistas a evitar que lo epidérmico, lo superficial y hasta el engañoso y ligero “glamour” se encarguen de fascinar a las masas que, con esos elementos parecen tener suficiente para “documentarse” en asunto de toros, soslayando la siempre rica y necesaria memoria, compañera fiel de la historia, dos virtuosas a quienes poco voltean a verlas.

 El proyecto es difícil, pero no una utopía.

¿Ha llegado la hora de crear la Academia de las Artes y la Cultura de la Tauromaquia?[1]

                       ACADEMIA DE LAS ARTES Y CULTURA DE LA TAUROMAQUIA

    El proyecto para la creación de la Academia de las Artes y Cultura de la Tauromaquia, promovido desde esferas universitarias, se presentó en estos días, dentro del programa cultural que desarrolla el Centro de Asuntos Taurinos de Madrid.

   La presentación fue realizada por los autores del proyecto: Ángel Moreno y Andrés Verdeguer, contando también con la participación de Mónica Pérez Alaejos, Vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca; Ignacio Lloret, abogado y empresario de Valencia; Juanma Lamet, redactor del diario Expansión; y Lucía Martín, responsable de comunicación en la Unión de Criadores de Toros de Lidia.

   La Academia de las Artes y Cultura de la Tauromaquia fue presentada por sus autores como “el proyecto de futuro que necesita la tauromaquia, pero para ello es necesario despertar la iniciativa del sector, despertar sus conciencias”.

   De hecho, como se afirmó en este acto, la propia presentación constituía una acción de “activismo taurino” ya el proyecto plantea afrontar la realidad desde todos sus ámbitos y proponer un cambio que no puede considerarse utópico. Haciendo una traslación de escenarios, del este proyecto se vino a realizar una especie de analogía con la iniciativa de José Gómez ‘Gallito’ de crear las plazas monumentales hace un siglo y con la realidad de la Francia taurina, que cuando van a cumplirse 160 años desde la primera corrida de toros allí, la tauromaquia goza de total respeto democrático y es considerada Patrimonio Cultural.

   Para sus promotores, el gran reto de la Academia se debiera centrar en poner en valor la Fiesta y en la capacidad desde el trabajo, el compromiso, el conocimiento y la dirección estratégica para “dejar de sobrevivir por la inercia de su riqueza, a vivir potenciándola y anticipándose a las circunstancias”.

La profesora Mónica Pérez Alaejos, que trabaja en esta propuesta desde sus inicios, mostró su satisfacción por cuanto supone la presentación de un proyecto así en la catedral del toreo, la plaza de toros de Las Ventas, con unas propuestas de futuro.

   Juanma Lamet, por su parte, destacó la riqueza que genera la Fiesta –en resumen: 2.000 millones por temporada; 970 millones en las grandes ferias; 50 millones en la feria de San Isidro– y se mostró convencido de que la propia industria taurina podría mantener y beneficiarse de un proyecto como el de la Academia de la Tauromaquia.

imagen%20-%20la%20academia El grupo de académicos que recientemente hizo la propuesta.

    Por su parte Lucía Martín destacó la necesidad de una estrategia de comunicación como la que plantean los autores del proyecto. Y por último, el empresario Nacho Lloret destacó que “uno de los próximos retos que debe afrontar el toreo es la creación de un organismo como el que se propone y que más que empresarios, la Fiesta de los Toros lo que necesita son buenos gestores”.

   A la presentación siguió un amplio debate, en el que barajaron distintos aspectos colaterales al proyecto. Desde sus posibles vías de financiación, área en la que se hizo referencia a los derechos de imagen, de los cuales en la industria taurina no se reinvierte ninguno, a la posible creación de una tasa taurina de no más de 0,20 céntimos por cada una de los siete millones de entradas que se venden por temporada.

El itinerario de las Academias

    Como es sabe la institución de las Reales Academias fue una creación nacida de la Ilustración, a lo largo del siglo XVIII, y se idean como centros para el cultivo del saber y de difusión del conocimiento. Desde sus orígenes, en la Cédula Real de 1738, han constituido entidades que representan la excelencia en los diversos campos de las ciencias, las artes y las humanidades.

   En la actualidad, la implantación social de estas Reales Academias ha estado en razón de la singularidad y valía de sus miembros y en su estabilidad e independencia frente a intereses económicos o políticos.

   Por los valores que representan, en nuestro país están bajo el Alto Patronazgo de Su Majestad el Rey, como establece la Constitución, donde se especifica la importancia de que sigan siendo centros de pensamiento, de cultura y de investigación avanzada, libre y sosegada, que aporten luz sobre los complejos problemas de nuestro tiempo.

   El conjunto de las ocho Reales Academias actuales de ámbito nacional se integran en el Instituto de España, instituido para la coordinación de las funciones que deban ejercer en común. Pero en coherencia con la estructura autonómica del Estado, se han ido creando otras Academias de ámbito territorial e incluso existe una legislación autonómica propia en distintas autonomías.

   La reforma con carácter nacional que se realizó en esta materia se aborda en el Real Decreto 1160/2010, por el que se regula el Instituto de España y el Gobierno se compromete, dentro de sus competencias, al mejor desarrollo de los trabajos de las Academias y al refuerzo de su presencia en la sociedad, de modo que se utilice al máximo el inmenso caudal de conocimientos, experiencia de investigación y pensamiento de estas instituciones.

   Con el título de Real Academia, en la actualidad en España existen un total de ocho con un amplio currículum histórico: la Española de la Lengua, la de Bellas Artes de San Fernando, la de la Historia, la Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la de Ciencias Morales y Políticas, la de Medicina, la de Jurisprudencia y Legislación y la de Farmacia –que es la única creada en el siglo XX–. Pero en el Instituto de España se integran, además, otras 50 instituciones de esta naturaleza, en la que junto a aquellas de ámbito local y regional figuran las de Ciencias Económicas y Empresariales o la de Doctores, entre otras. La última incorporación a este rango institucional fue la Real Academia de Ingeniería, creada en 1994.

   Pero en España se da otro tipo de instituciones promovidas a semejanza de las Reales Academias, pero que jurídicamente carecen de ese estatus y por lo mismo no está incluidas en el Instituto de España. En este sentido, cabe citar el caso de la Academia de Gastronomía, que años más tarde incorporó el título de Real, y que en la actualidad reúne también a sus correspondientes de ámbito regional. Más ajustado hasta a la propia idiosincrasia taurina puede ser la fórmula que siguen la Academia del Cine o la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión, en la que conviven sectores profesionales muy diversos e incluso son compatibles con organizaciones profesionales y/o sindicales, una vez bien delimitados los campos que corresponden a cada uno.

   En cualquiera de los casos, puede tratarse tanto de corporaciones de Derecho Público –y como tales sus fines, estructura y funcionamiento vienen establecidos por una ley–, como de instituciones de naturaleza privada. Sin embargo, a diferencia de las Reales Academias estas corporaciones representan los intereses de determinados sectores sociales ante los Poderes Públicos y ante la Sociedad. En suma, cabe diversas fórmulas, en ese binomio que compatibiliza simultáneamente lo propio de entidades de base privada, al constituirse con el fin de representar y defender los intereses de un determinado colectivo, y al mismo tiempo su dimensión pública, que viene determinada por el ejercicio de determinadas funciones públicas administrativas.

 Interés para la Tauromaquia

    Aunque resulta evidente que pretender hoy entrar con todas las formalidades del caso en ese reducido grupo de instituciones que conforman el Instituto de España constituye una utopía, pero no por ello deja de encerrar interés.

   Concebida por sus promotores como la Academia de las Artes y Cultura de la Tauromaquia, sus objetivos son tan amplios y sus manifestaciones concretas tan diversas que más de una de ellas cabe en otras Academias ya existentes. Junto a ello debe considerarse el complejo camino legal que debiera seguirse para su constitución.

   Pero desde otro punto de vista, nada impide que en el caso de la Tauromaquia se siga un camino similar al que ha tenido la Real Academia de Gastronomía y, en especial, a las del Cine y la Televisión, que sin alcanzar el rango de las que integran el Instituto de España, vienen prestando un importante servicio a sus sectores, como se demuestra con la multitud de actividades que desarrollan y los logros que han conseguido.

   Resultaría una institución de rango diferente a las Reales Academias convencionales, pero no por ello dejaría de ser útil para el presente y el futuro de la Tauromaquia. En especial para cuanto representa la médula del hecho taurino: su fundamentación cultural y artística, acreditada a lo largo de la historia.

   Bien fuera por la vía de constituir una corporación de derecho público, bien acogiéndose a otro tipo de legislación más sencilla –la correspondiente a las Fundaciones e incluso a la Ley de Asociaciones, por ejemplo–, la iniciativa podría ser viable. De hecho, el mayor obstáculo que puede encontrar en su camino no es precisamente su apoyatura legal, sino la endémica desunión de los sectores taurinos, que tantos proyectos importantes ha hecho inviables.

   Incluso tiene ya de antemano una base muy sólida sobre la que apoyarse: aunque los taurinos parezcan que le conceden una escasa importancia, en las Universidades españolas hay departamentos y expertos que trabajan mucho y bien en las cuestiones más diversas en torno a la Tauromaquia: desde los aspectos veterinarios a los propiamente artísticos, pasando por los históricos y los jurídicos, entre otros. Se tendría así una base muy sólida y solvente desde el punto de vista intelectual y de estudios, que garantizaría lo que es más propio del concepto de Academia: la excelencia en los diversos campos que integran el amplio campo temático de la Tauromaquia. Sobre esa base, luego se podrá ir incorporando a los sectores profesionales.

   Habrá quien considere que todo esto no es mucho más que “soñar despiertos”. Sin embargo constituiría un verdadero paraguas bajo el que guarecer a la Fiesta frente a los embates sociales y, sobre todo, una fórmula que permitiría una proyección de futuro.

   Tal como lo conciben sus promotores, “la Academia de la Tauromaquia tiene que ser un proyecto de presente y de futuro para el conjunto de la Industria Taurina y sus protagonistas. Un instrumento de acción necesario para revalorizar toda la fuerza económica, artística y cultural que genera su equipo humano y poder compartirlo con la sociedad. Desde el respeto a sus valores esenciales, propone el cambio en el modelo de gestión y en los métodos de fomento, difusión y análisis, con el objetivo de adaptarlos a los nuevos tiempos”.

   De forma resumida, los principios y objetivos rectores de este proyecto se estructuran según sus promotores de la siguiente forma:

– La Academia es la unión sin ánimo de lucro e independiente de cualquier grupo ideológico o político. Se sustenta en el compromiso de todos por trabajar, generar y difundir el conocimiento, y así reafirmar la industria del toro tanto de forma interna como externa.

– Es un organismo moderno para dotar de transversabilidad al sector, permitir la comunicación fluida y ganar en rapidez de reacción.

– Espacio de estudio, formación, análisis y acción estratégica para el fomento, promoción, desarrollo y reconocimiento de la Tauromaquia, su diversidad y sus diferentes expresiones.

– Es el instrumento del que debe partir la actualización y renovación de los modos de gestión del toreo y formas de comunicar una imagen adaptada a la actualidad.

– Velar, preservar y difundir la esencia de la Tauromaquia o los valores ecológicos y culturales que aporta la crianza del toro bravo y toda su rica variedad genética.

26 de mayo de 2013.


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UN DOCUMENTO TAURINO DE 1766.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Agradezco al Lic. Julio Téllez quien me ha invitado a participar en esta publicación considerando mi actividad para con la fiesta de toros desde una posición independiente, pero perfectamente vinculada con la formación académica.[1]

   Guardada por varios años entre máquinas de imprenta y el olor característico de la tinta, pronto saldrá a la luz Un documento taurino de 1766 (inédito).[2]

   En la biblioteca del Lic. Julio Téllez se conserva un interesante documento que es la cuenta de gastos donde se da detalle de todo cuanto desembolsó el Cabildo para celebrar los desposorios del Príncipe de Asturias (el futuro Carlos IV) con la «fogosa» María Luisa de Parma, metida años más tarde en aventuras de amor en la corte con Godoy.

   Ese año de 1766 vísperas de la expulsión de los jesuitas, es el que marca el probable arribo de Tomás Venegas «El Gachupín Toreador» a la Nueva España y que en la mencionada cuenta se le llama «El Gachupín Valenciano». Por otro lado es interesante considerar que entre la numerosa bibliografía que se ocupa del toreo en México, dicho año no aparece por ningún lado. Para ese entonces el toreo de a pie ya se había dejado sentir pero aún compartía protagonismo con el de a caballo.

   ¿Qué se sabe de las cuentas de gastos?

   ¿Qué son esos documentos?

   Desde 1722 existe evidencia de estos aunque ya en 1713 el Cabildo solicitaba la elaboración de dichas reseñas o relaciones minuciosas y desglosadas de todos los componentes que intervenían en las funciones taurinas ocurridas por un motivo determinado. Vemos: gastos, por pequeños o grandes que estos sean enunciados de un modo progresivo y hasta por partida doble, sin tomar en cuenta su valor directo dentro de un proceso o diferenciación jerárquica dentro del suceso en sí. Se reiteran cifras, las firmas de todos aquellos que reciben o entregan dineros en un cotejo exhaustivo de información, lo que no da pie a ninguna duda o suspicacia (claro, un fraude como el de los «confiteros» es la mejor muestra de que «al mejor cazador se le va la liebre»). Entra además en terrenos oficiales y administrativos y manifiesta frente a las altas autoridades -incluyendo al virrey- el rigor y destino de los dineros en juego. Por cierto, el gasto ascendió a $17,533 7 rs. 6 grs. y el alcance de que son deducidos los gastos a $7,173 3 rs. 6 grs.

   El escenario fue la plaza del «Volador» y detrás del mismo una estela interminable de componentes que nos dan idea de la magnificencia, del aparato y boato alcanzado en varios días de fiestas, celebradas en mayo de aquel año. En el ambiente se respiran ideales reformistas y un patriotismo criollo que se elevaba amenazante, de cara al sistema colonial que ya se degeneraba y era anacrónico frente al nuevo orden de ideas. Era este «el siglo de las luces», las luces de la razón.

   Junto con el «Gachupín» salieron Luis, Mondragón y Becerra quienes cobraron $175.00 y $110.00 aquellos; $60.00 estos dos respectivamente. Datos como los anteriores se incluyen en un estudio preliminar que acompaña a la paleografía y al facsímil, trabajo por demás relevante pues nos proporciona además, un marco histórico y un marco técnico para entender el movimiento de esas fiestas en su momento, destacándose entre las curiosidades el uso de luminarias, fuente de barquillos cuya nieve era traída -para sofocar el calor de mayo- desde el mismísimo Popocatépetl. Asimismo hace referencia de «dominguejos» figuras alegóricas formadas de carrizo y con base redonda donde se colocaba plomo o material pesado consiguiéndose así que el toro embistiese fúrico aquel monigote que también, en diversas ocasiones lo aderezaban de cohetes estallando al menor derrote del astado.

   90 toros propiedad del Dr. y Mtro. don Agustín de Quintela («La Goleta») ganadería situada en el hoy estado de Querétaro, a 8 pesos cada uno y 30 del «Salto» al mismo precio de D. Pedro Lorenzo Rodríguez se concentraron quizás en algún anexo al Volador para ser jugados. Hubo rejones de quebrar, banderillas de fuego, «liebres corridas», perros y una diversidad de cosas que, para no confundirlos más, esperemos la pronta circulación de este trabajo el cual proporcionará y enriquecerá una idea del toreo dieciochesco en la Nueva España, y apunto novohispano pues logró adquirir un sello sintomático y propio al que se desarrollaba del otro lado del mar. 

007_1994              Portada de la obra aquí reseñada.

    Por último es de hacerse notar la presencia de don Tomás Venegas, prófugo al parecer de la justicia española, que escapó con destino a Nueva España en 1766 (o quizás un año antes, en septiembre). Su vigencia y trascendencia ocupa el último tercio del siglo XVIII, pues si ya en 1792 se sabe de su última actuación, en 1794 le piden parecer en un proyecto para la construcción de una plaza de toros, de madera, como todas las que se levantaron en la época colonial.

   Y bien, pronto daremos la bienvenida a un trabajo que aclarará dudas sobre el curso de la fiesta de toros en México en una época que podríamos llamar oscura pero, que no por ello deja de proyectar su manera de comportarse y latir en el entorno del espectáculo que nos ocupa, que nos atrae y nos fomenta (ya no la obsesión) un interés por estudiar su trayectoria a lo largo de varios siglos de convivir entre nosotros.

   A continuación incluyo la PRESENTACIÓN del libro.

    Con la publicación de UN DOCUMENTO TAURINO DE 1766. INTERPRETACION HISTORICA Y REPRODUCCION FACSIMILAR, el CENTRO DE ESTUDIOS TAURINOS DE MEXICO se presenta por primera vez al público en general y en especial en el ámbito de la fiesta de los toros, considerada como una de las más importantes manifestaciones de cultura popular.

   Esta publicación es un trabajo interpretativo que nos acerca a entender el espectáculo durante el siglo de las luces americano, a partir de una cuenta de gastos que rememoran los desposorios del futuro rey Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma en 1766.

   Gracias al Instituto Politécnico Nacional es posible haber realizado este esfuerzo que se convierte, a su vez en el primer acercamiento de una institución de educación superior con lo taurino, incluyendo desde ahora, en su amplio catálogo de publicaciones, la presente obra que nos permite entender el sentido del espectáculo taurino durante el siglo XVIII mexicano, al mismo tiempo que nos da la oportunidad de escarbar en las más profundas raíces de nuestro origen nacional.

   Nos complace que sea el Politécnico la instancia cultural que apoye la presente edición, cuyo contenido se acerca a una fiesta netamente popular, hecho cultural desde el momento en que distintos pensamientos la juzgan y le dan su interpretación en medio de valores históricos y tradicionales.

   De esa forma, el documento que ahora se publica viene a ser un importante soporte que nos entera del carácter propio del espectáculo en los momentos de una de sus más contundentes variaciones; esto es la posesión definitiva de la fiesta por los que, poco a poco se irán convirtiendo en profesionales: los toreros de a pie.

   De nuevo reiteramos nuestro agradecimiento al Instituto Politécnico Nacional esperando volver a gozar de su apoyo con más publicaciones de este género que enriquezcan el conocimiento de nuestro pasado histórico y nos den nuevas luces sobre el origen de nuestra mexicanidad.

 EL DIRECTOR

Lic. Julio Téllez García

 CENTRO DE ESTUDIOS TAURINOS DE MEXICO

COORDINADORES

Julio Téllez García

José Francisco Coello Ugalde

COMISION EDITORIAL

Benjamín Flores Hernández

Pablo Pérez y Fuentes

Leonardo Páez

José Luis Carazo

Marco Antonio Ramírez

Salvador García Bolio

COMISION DE CINE Y T.V.

Pedro Candór

Marisol Reyes

Arturo Avila

Ulises Martínez

Eréndira Márquez

JEFATURA DE PRODUCCION Y REALIZACION

DE PROYECTOS EDITORIALES

Manuel Toral Azuela

«Nina» Maldonado


[1] Las presentes notas fueron redactadas en 1994, recién que salió publicada esta obra.

[2] Un documento taurino de 1766. Interpretación histórica y reproducción facsimilar. México, I.P.N., 1994. 132 p. Ils., facs. (Coautor). Colaboración de: Julio Téllez García, Benjamín Flores Hernández y José Francisco Coello Ugalde.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    A lo largo del siglo XIX, hubo diversos comportamientos que reprochaban al espectáculo taurino, fuera por una o por otra razón. Sin embargo, la que a lo largo de una larga investigación que, por más de treinta años me ha tomado integrar un nuevo planteamiento de este espectáculo, es aquella información donde las notas o editoriales se decantan por un rechazo, por un repudio a la tauromaquia. Y no era para menos. El novedoso esquema de estado-nación que había adquirido México apenas culminó todo el proceso de independencia, permite liberar una válvula por la cual se destilan todo tipo de comentarios y cuestionamientos al legado hispánico cuyo peso, tres veces centenario, había dejado una secuela, un trauma existencial que había que superar lo más pronto que fuera posible. A lo anterior, se debe agregar todo aquel ambiente en el que se respiraban ideas del progreso, donde la presencia de la masonería y con los años, de un liberalismo sólido, así como un importante fenómeno en el que diversos personajes cuya cultura resaltaba, comenzaron a intervenir en forma contundente, divulgando sus ideas a través de la prensa y otros tantos libros que se convirtieron en referente. Todo este conjunto de ingredientes empujó con enorme fuerza aquel sentimiento en el que lo hispano no era ya, necesariamente un elemento indispensable en la forma de ser y de pensar entre los mexicanos, a pesar de que el peso de aquella influencia seguía tan firme y tangible en la realidad de la vida en este país. Fue por eso que, cuando uno se remite a hechos particulares como el desarrollo de las corridas de toros, no encontremos sino una tendencia crítica, a pesar de que no dejan de estar presentes otro tipo de notas cuyo referente proviene de la aprobación hacia un espectáculo que seguía formando parte del imaginario popular, como seguía ocurriendo con otro tipo de diversiones públicas.

   A continuación, comparto con todos ustedes una serie de opiniones, tomadas al azar, pero que dejan ver, según la época en que fue redactada cada nota, y que van de 1825 y hasta 1886, ese patrón de comportamiento que se mantuvo vigente en distintas fuentes periodísticas. No hay un responsable, ni un autor específico que se responsabilice de tales opiniones, pero es de tomar en cuenta que hay un trasfondo que mueve, desde una estructura bastante compleja la idea central de oponerse a un pasado que ya no existe –teóricamente en la práctica-, aunque se mantiene en otro tipo de patologías que aún, a poco más de doscientos años de la obtención de la libertad, sigue latente en un estado mental que nos perfilan como individuos o como sociedad, con señales evidentes de un pasado que nos sigue constituyendo.

 EL SOL, D.F., del 4 de octubre de 1825, p. 3:

El papel de Washington que vamos extractando al referir el suceso del incendio de la plaza de toros de esta capital hace la siguiente observación: Aquel edificio era uno de los únicos de todos los de la ciudad de México susceptible de ser consumido por el fuego, porque todos los demás están construidos de piedras volcánicas con muy poco material de madera. Esta plaza era un grande anfiteatro, construido de madera con tres o cuatro órdenes de palcos que podrían contener por lo menos doce mil almas; en el recinto había un grande espacio donde maltrataban y hacían padecer a los caballos y toros para diversión de las damas mexicanas. Como las corridas de toros hayan sido en todos tiempos los pasatiempos favoritos de los mexicanos de todas clases, edades y condiciones no hay duda de que estarán de duelo hasta que se les construya una nueva plaza de toros: Sic transit gloria mundi.

 EL ÓRGANO DE LOS ESTADOS, D.F., del 15 de junio de 1877, p. 3:

TOROS TOROS.-Los aficionados a esta diversión están de buenas.

   El próximo Domingo, el inteligente y diestro Lino Zamora, da otra corrida con el carácter de última. El expresado Lino clavará banderillas a caballo, los toros son escogidos entre lo mejor de la raza de Atenco, en fin, todas las barbaridades que amenizan estos espectáculos, están dispuestas para el Domingo. Tlalnepantla va a verse llena de gente, que va ansiosa a presenciar la antítesis de los toros y la civilización.

 EL REPUBLICANO, D.F., del 12 de diciembre de 1880, p. 1:

Con el invierno se ha iniciado una temporada de corridas de toros. El espectáculo está proscrito de la capital y de los pueblos del Distrito. Pero no hay más que salir a algún punto de los Estados limítrofes y se ve gotear impunemente sangre de toros y de caballos.

   Si el gran Juárez hizo que se prohibiesen los toros en la capital y sus alrededores, se elude la prohibición trasladándose en alas del vapor a Amecameca o a Cuautitlán. ¡Y después hay quien diga que no sirven mucho los ferrocarriles!

   Una gran caravana de expedicionarios salió el martes (7 de diciembre, N. del A.) para Cuautitlán, con objeto de asistir a la función de toros dada en ese pueblo en honor de la Inmaculada Concepción.

   Pío XIX regaló un dogma a ese misterio cristiano; Cuautitlán le decretó la inmolación de cinco bichos de Atenco.

   No quiero detenerme, Blanca, en enviarte mis comentarios sobre los toros de Cuautitlán.

(. . . . . . . . . .)

   -¡Uf! No valió gran cosa, chico… No hubo más que dos caballos despanzurrados, un solo hombre aporreado y ningún picador muerto…, ni siquiera herido!…

   Y en efecto, un aficionado a la tauromaquia, descendido de las filas del populacho del sol y lanzado varias veces al aire, a guisa de pelota, por las astas emboladas de un toro furioso, fue el único accidente que mereció los aplausos ardorosos del público de Cuautitlán…

   Tuyo, Filinto.

 EL TELÉGRAFO, del 9 de agosto de 1881, p. 3:

TOROS.-El domingo anterior se inauguró en Veracruz una temporada de toros, siendo director de la cuadrilla de los desgalichaos el histórico Bernardo Gaviño.

   Increíble parece que en un Estado tan culto como el de Veracruz, se permitan aún esas bárbaras diversiones, aunque bien mirado el asunto, no hay por qué quejarse cuando hemos tenido corridas de toros casi en el centro del Distrito Federal.

 EL HIJO DEL TRABAJO, del 28 de septiembre de 1884, p. 4:

Ponciano Díaz se hallaba a últimas fechas en Monterrey, y Bernardo Gaviño en Veracruz, ambos acariciando cuernos y expuestos a que los despanzurren.

 LA PATRIA ILUSTRADA, D.F., del 24 de mayo de 1886, p. 2:

ECOS DE LA SEMANA

(…)

   En cambio los espectáculos taurinos adquieren mayor boga cada día. En nuestro público se advierte una predilección manifiesta por las corridas de toros, y no hay vez que estas se verifiquen que las plazas del Huisachal y Tlalnepantla, no se vean completamente llenas de una multitud ebria de entusiasmo, que acude presurosa a aplaudir la agilidad de Cuquito o la destreza del “Chiclanero”. Verdad es que estos espectáculos, ya de sí condenados por la civilización, suelen traer algo de provecho. La corrida que tuvo verificativo en Tlalnepantla el domingo, fue dedicada por la empresa a beneficio del Hospital de aquella población, y según nos dicen, los productos de la corrida, que fueron considerables, han sido ya entregados a aquella institución benéfica.

   Algo, pues, de provecho se obtiene de esta clase de espectáculos, y ya que no es posible hacer declinar el gusto del público que los favorece, consuélenos siquiera la idea de que ellos suelen servir algunas veces para enjugar lágrimas y socorrer necesidades.

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PONCIANO EL TORERO CON BIGOTES, DE ARMANDO DE MARÍA y CAMPOS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

COMENTARIOS AL LIBRO: PONCIANO EL TORERO CON BIGOTES, DE ARMANDO DE MARÍA y CAMPOS.

    Hoy, 23 de mayo es bueno recordar, en una efeméride más, a Armando de María y Campos, quien nació un día como hoy, pero de 1897. (Su muerte ocurrió en 1967).

    Armando de María y Campos, prolífico autor, con cerca de 100 libros en su haber, dedica poco más de una docena de ellos a los toros. El resto es para el teatro, la literatura, el quehacer en la radio y para la reunión de conferencias. Sus archivos son inmensos, materiales a su disposición los hay de distinta índole e incluso llegaron a sus manos papeles de la colonia y del siglo XIX. Del como se hizo de ellos, fue su labor. Las historias que borda en torno a sinfín de documentos son verídicas e incluso las acompaña de imágenes como carteles, grabados, impresos, fotografías, planos, viñetas y otros. A pesar de todo este esfuerzo hay un detalle de parte del «Duque de Veragua». Asume una condición de historiador positivista en el sentido de que ofrece los datos en algún sentido, los analiza pero no llega a más. No se compromete y como que parece decirnos: ahí están los informes, se los dejo para que ustedes los revisen, los estudien. Recurre a la anécdota, siempre válida, pero no es el elemento suficiente para reconstruir un pasado frente a nosotros.

   En las publicaciones donde escribió está, entre otras el ECO TAURINO de la que fue director e infatigable colaborador. En todos sus trabajos queda impreso un esfuerzo pero también un gusto por dejarnos entrar a compartir con los mismos protagonistas lo que él nos cuenta a partir de sus fuentes. Es de lamentar su esfuerzo al no consolidar los trabajos con un mejor sentido de las cosas.

   Son de él los siguientes títulos con tema taurino:

 1921                GAONERAS (Ensayo sobre estética taurina).

LOS LIDIADORES. Pról. Ignacio Sánchez Mejías. Proemio por Ricardo de Alcázar. Apuntes por Ernesto Cabral.

1924                DON VALOR FREG, por el Alcalde de Zalamea. seud. (Ilustr. con varias fotografías inéditas de faenas de Luis Freg en plazas de España y México).

                        GAONA EL GRANDE, por el Alcalde de Zalamea.

                        GAONA SE VA…, por el Alcalde de Zalamea

1925                LO QUE CONFIESAN LOS TOREROS (Entrevistas), por el Duque de Veragua. seud.

1934                HISPANOAMERICANISMO DE LOS PERIODICOS TAURINOS (Conferencia).

1938                LOS TOROS EN MEXICO EN EL SIGLO XIX. 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura.

1940                BREVE HISTORIA DEL TEATRO EN CHILE Y DE SU VIDA TAUROMACA.

1943                PONCIANO, EL TORERO CON BIGOTES (Biografía).

                        VIDA Y MUERTE DE ALBERTO BALDERAS (Biografía).

1953                IMAGEN DEL MEXICANO EN LOS TOROS.

1958                VIDA DRAMATICA Y MUERTE TRAGICA DE LUIS FREG (Confesiones y recuerdos).

1960                MEMORIAS DE VICENTE SEGURA. De niño millonario a matador de toros.

    En toda esta visión sobre periodistas o escritores que se ocupan de la historia no buscó satanizar ni criticar su papel ante los hechos del pasado taurino, pero sí de revalorar y reinterpretar lo que han dejado escrito, apreciaciones que en su momento plasmaron convencidos tras un análisis a fondo de las situaciones, pero que hoy deben ser revisadas con atención, puesto que lo cambiante de una época con respecto a otra induce a buscar nuevas explicaciones. Sin sus trabajos creo que sería bastante difícil entender lo que fue y significó el toreo de otros siglos, hoy en día lejos de toda inteligibilidad.

    Antes de reflexionar sobre el protagonista de esta reseña: Ponciano Díaz, es preciso detenerme a entender el perfil sobre el enigmático, pero no por ello polémico autor capitalino: Armando de María y Campos.

   Nació, como ya dije, en la ciudad de México el 23 de mayo de 1897. Pretendió seguir la carrera de Derecho, pero

 Preferí -dice-, entrar al periodismo e iniciarme en tal disciplina a examinarme de segundo curso de Leyes. Desde esa fecha he vivido del, para y por el periodismo. No he ganado para vivir del producto de mis crónicas y libros, pero mi profesión de escritor me derivó hacia otros logros económicos que me permitieron ganar dinero sin enriquecerme.

    María y Campos, “el Olavarría y Ferrari del siglo XX” como lo designó Salvador Novo, o el “Goethe mexicano” que asimismo me atrevo a calificarlo, es un prolífico autor, con cerca de 100 obras publicadas, desde 1916, con GEMAS DE PRIMAVERA, hasta 1994 con Las peleas de gallos en México.[1]

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El autor aquí reseñado. Fot. Melhado. Col. del autor.

    Sin embargo, “El Duque de Veragua”, seudónimo que adoptó Armando de María y Campos, desempeñó un excelente papel como escritor, confundido con el del historiador.

   Existen “historiadores” autodidactas que han sido capaces de entregarnos auténticos compendios sin haber de por medio un sustento académico que no siempre es condición para trascender este ejercicio, pero sí una llave elemental que nos permite abrir otros senderos de interpretación, así como del uso y manejo de las herramientas con que se desenvuelven los adoradores de Clío.

   Bien lo ha dicho Benedetto Croce en su obra fundamental LA HISTORIA COMO HAZAÑA DE LA LIBERTAD:

 (…) están los aficionados y recopiladores de libros de anécdotas, que se encuentran en el nivel espiritual de los soñadores de aventuras y asuntos de amor; todos ellos han contribuido a formar una especie de producción literaria que se llama historia y a veces se toma equivocadamente por historia, cuando es, de hecho, cosa que en ocasiones conmueve y excita, pero no agradable para el que busca la verdad, y que se ha de distinguir cuidadosamente de los tratados en que domina la severidad del pensamiento y no una imaginación patriótica o un propósito didáctico. (Recordemos que Polibio se burlaba de los que componían tragedias, sacándolas de la historia).

    O como afirma Edmundo O´Gorman en su Crisis y porvenir de la ciencia histórica:

    De ahí a que nadie está obligado a escribir historia, pero quien la escriba, como quien pinte cuadros, componga poemas y música, idee sistemas metafísicos, invente formas de gobierno o funde religiones, es decir, como todo aquel que se sienta avocado a expresar algo, hágalo de tal suerte que reconozca que de no hacerlo, verdaderamente no vive, y que haciéndolo, en ello le va la vida, y quítese de temas, fuentes, bibliografías y otros fantasmas dogmáticos y rituales que no son sino lindos subterfugios que sirven para usurpar el honor de haber cumplido con fidelidad la única tarea verdaderamente significativa que le es dable desempeñar al hombre: expresarse con autenticidad.

    Seguramente fue el caso de Armando de María y Campos. Sin embargo, sus obras padecen la falta de rigor, la falta del aparato erudito, acompañadas de un criterio positivista que parece decirnos: “aquí están los datos, los interpreto en lo indispensable, pero no me comprometo a una auténtica valoración de fondo”.

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Esta es la portada a la edición de 1943.[2]

    Ante esta circunstancia, no quiero caer en el juego de la sentencia del historiador Jacob Burckhardt quien dijo: “No regañemos a los muertos. Entendámoslos”. Pero es un hecho que María y Campos incurrió en faltas que a nosotros, los historiadores nos ponen en un aprieto, puesto que el hecho histórico en cuanto tal es esa suma de acontecimientos sometidos permanentemente a la interpretación. En la medida en que se entiende mejor una época y toda su circunstancia, en esa misma medida tenemos frente a nosotros la posibilidad de reafirmar el pasado a la luz del presente.

   Pero vayamos a la obra que hoy nos congrega. María y Campos tuvo oportunidad de hacer acopio de una rica colección de carteles e impresos, con los que construyó biografías como las de Ponciano Díaz. Sin embargo, y vuelvo a citar a Croce por lo siguiente:

 (…) el estado actual de mi mente constituye el material, y, por consiguiente, la documentación de un juicio histórico. La documentación viva que yo llevo dentro de mí. Lo que suele llamarse, en sentido histórico, documentación, ya sea en escritos, esculturas, retratos o esté aprisionada en discos de gramófono, ya exista en objetos materiales, esqueletos o fósiles, todo esto no llega a ser documentación efectiva, mientras no estimule y asegure en mí la memoria de estados de conciencia que son míos.

    Y es que la cita del historicista italiano, lleva el propósito de decirnos que, a pesar de tener a la mano todos los elementos posibles, si estos no se emplean adecuada y correctamente para cimentar una historia, la historia de un personaje o de un acontecimiento en cuanto tal no se alcanzará la plenitud del objetivo.

   Ahora bien, en su inteligible y personal idea por lograr la biografía sobre Ponciano Díaz, María y Campos presenta un panorama previo, un marco histórico que en su “Ruedo Nacional” adquiere resonancia sobre todo aquello que fue el pasado como escenario previo a la aparición del torero de Atenco. El pasado colonial, con sus matices criollos y también mestizos propician el clamor de un grito: ¡Yo no soy español, soy americano! He allí el lema del liberalismo, por lo que el México independiente significó la puerta de entrada a la enorme posibilidad de que emergiera un propio ser, como entidad.

   El mestizaje como fenómeno histórico nace en el siglo pasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que ha sido la voluntad del mexicano en cuanto tal.

   Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.

   Conforme avanza el siglo XIX, el proyecto de patria provoca que el mexicano vaya buscando y encontrándose así mismo, con todas sus utopías, pero también con todas sus realidades que limitadas o no, viables o no en ese nuevo estado en el que ahora conviven y convivimos, hacen de ese siglo una de las aventuras más fascinantes, por complicadas, bajo tiempos difíciles entre la inercia del intento por vivir en el progreso; porque lo único que encuentran es un regreso o estancamiento que parece no identificarse con una meta que, entre otras cosas, busca símbolos de lo nacional, sin soslayar herencias de tres siglos coloniales.

   Durante los años centrales del siglo que dentro de muy poco será antepasado, sobrevino el caos, la anarquía, el deseo irrefrenable del poder. Pero en el ambiente taurino aconteció -plaza adentro- algo similar a lo que ocurría -plaza afuera-, sin que surgiera el riesgo de que la tauromaquia se dejara influir de fuerzas extrañas y ajenas. Fue capaz de ser dueña de su propio destino en esto de concebir su carácter, que también hizo suyo Ponciano.

   Ponciano Díaz, como apunta María y Campos se debe, en gran medida a Bernardo Gaviño, un gaditano que conocemos, gracias al manejo eficaz que hizo de los carteles nuestro autor (recordando a Croce “…todo esto no llega a ser documentación efectiva, mientras no estimule y asegure en mí la memoria de estados de conciencia que son míos”). Gaviño influyó en la torería nacional con un poder impresionante de mando y control, por lo que Pablo Mendoza, Mariano González “La Monja”, Ignacio Gadea, entre otros, orbitaron alrededor del diestro de Puerto Real.

 PONCIANO..._EL TORERO... 001

Portada de la edición de 1979.[3]

    María y Campos al detenerse a explicar los datos biográficos de Ponciano incurre en un primer error. “Nació Ponciano Díaz y Salinas, el 19 de noviembre de 1858”. Claro, no es del todo error suyo. LA MULETA Nº 5 del mes de junio de 1887, así como la obra HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO, de Domingo Ibarra, publicada en abril del mismo año dan esa fecha. Hasta hace algún tiempo corroboré que no fue 1858, sino 1856 el verdadero año
de su nacimiento. Ponciano había muerto de cirrosis hepática el 15 de abril de 1899 y la sospecha que saltó a la vista, sin ser médico, lo digo por mi cuenta, es que se trataba de un paciente joven, de ahí que buscara su fe de bautizo. Pero no fue sino hasta un año después, en 1857, cuando comenzó a funcionar el registro civil. Dicha fe nunca fue localizada, solo su acta de defunción.

   Ahora bien todo el cúmulo de sus andanzas infantiles y de primera juventud, es suma de anécdotas que, con toda seguridad fueron recogidas gracias a testimonios orales o a las fuentes de donde abreva: la del propio Ibarra, del periódico de Eduardo Noriega o los escritos de Carlos Cuesta Baquero, soslayando la obra de Enrique de Olavarría y Ferrari RESEÑA HISTÓRICA DEL TEATRO EN MÉXICO que consulta pero no cita.

   El resto del recuento de las hazañas y las gestas del torero con bigotes hace del libro un delicioso relato biográfico, falto del juicio de valor que supo remontar con excelente estilo literario Armando de María y Campos, autor a quien no reprocho su esfuerzo. En todo caso, establezco, desde una perspectiva crítica a un personaje que coqueteó con la historia, pero que no pudo dominar un enorme defecto, hacer de la historia lo que E. H. Carr califica de aquel que la intenta construir con “tijeras y engrudo”. Por cierto, Roque Armando Sosa Ferreyro en alguna de las célebres y recordadas reuniones de hace diez años en el seno de este grupo, nos platicaba, en tono anecdótico la forma en que llegó a ser conocido María y Campos por sus contemporáneos. No sólo era el “Duque de Veragua”. También era “Don Tijeras”, por aquello de que su amplia y rica información sufrió el rigor de las mutilaciones.

 PERFIL DEL TORERO-CHARRO PONCIANO DIAZ SALINAS.

    Ponciano Díaz Salinas nació el 19 de noviembre de 1856 en la famosísima hacienda de Atenco. Hijo de D. Guadalupe Albino Díaz González «El Caudillo» y de Da. María de Jesús Salinas. Pronto se dedicó a las tareas campiranas propias de su edad y de una ganadería de reses bravas. El 1° de enero de 1877 tiene para su haber la primera actuación que se puede considerar como profesional en Santiago Tianguistenco. Sus primeros maestros en el arte propiamente dicho son Bernardo Gaviño y José María Hernández «El Toluqueño».

   Imprescindible en los carteles se le contrata para estrenar la plaza de «El Huisachal» el 1° de mayo de 1881. Torea por todos los rincones del país y hasta en el extranjero pues en diciembre de 1884 actúa en Nueva Orleans (E.U.A.) y entre julio y octubre de 1889 lo encontramos en Madrid, Puerto de Santa María, Sevilla. En Portugal,  Porto y Villafranca de Xira. Semanas más tarde, en diciembre torea en la plaza «Carlos III» de la Habana, Cuba. Precisamente en Madrid, y el 17 de octubre recibe la alternativa de matador de toros siendo su padrino Salvador Sánchez «Frascuelo» y el testigo Rafael Guerra «Guerrita» con toros del Duque de Veragua y de Orozco.

   Entre México y otros países sumó durante su etapa de vigencia y permanencia 713 actuaciones registradas y comprobadas luego de exhaustivas revisiones hemerográficas, y a otras fuentes de consulta aunque esa cifra es muy probable que aumente como resultado de que muchos periódicos de la época o desaparecieron o simplemente no dejaron testimonio de su paso por lugares diversos de la provincia mexicana.

   Estrena su plaza «Bucareli» el 15 de enero de 1888. Nunca alternó con Luis Mazzantini más que en un jaripeo privado el 20 de enero de 1888 en la misma plaza.

   Fue el torero más representativo de lo nacional, mezclando sellos de identidad con los aceptados desde tiempos de Gaviño y luego con la llegada de otros españoles desde 1885, puesto que vestía de luces y mataba al volapié o hasta recibiendo, pero me parece que no quiso aceptar derrota alguna, a pesar de la campaña periodística en su contra y con una pérdida de popularidad que ya no volvería a recuperar jamás.

   Existen, hasta hoy 73 diversas muestras de versos en poesía mayor y menor, todas las cuales giran para celebrar o idolatrar a este personaje popular de fines del siglo XIX. Zarzuelas y juguetes cómicos tales como: «¡Ora Ponciano!», «Ponciano y Mazzantini», «La coronación de Ponciano», «¡Ahora Ponciano!’, «A los toros», son otras tantas evidencias de la fuerza de que gozó el atenqueño. Bueno, hasta su nombre impreso en etiquetas servía para darle nombre a una manzanilla importada de España con la «viñeta Ponciano Díaz». Manuel Manilla y José Guadalupe Posada después de burilar sus gestas y sus gestos, se encargaban de apresurar en las imprentas la salida de «hojas volantes» donde Ponciano Díaz era noticia, quedándose mucho de estas evidencias en la historia que lo sigue recordando.

   De este personaje sui géneris se tienen un conjunto de historias que nos acercan a entender a un hombre de carne, hueso y espíritu lleno de conflictos internos, pero también lleno de esos otros conflictos que por sí mismo generó alrededor del espectáculo, puesto que su tauromaquia llegó a saturarse frente al nuevo estado de cosas que se presentó a partir del año 1887, momento de la reanudación de las corridas de toros en la capital, momento en que un grupo de diestros españoles comenzó lo que vendría a considerarse como la etapa de “reconquista” taurina, encabezada, fundamentalmente por Luis Mazzantini. Para Ponciano, este acontecimiento marcó una sentencia definitiva, y aunque abraza aquel concepto establecido, prefiere no traicionar sus principios nacionalistas, llevándolos -hasta sus últimas consecuencias, como una mera enfermedad o deformación- hasta el momento mismo de su muerte, convirtiéndose en último reducto de esas manifestaciones. Pero además, ante todo aquello ostentó una capacidad como empresario que trajo consigo solo tragos amargos, lo cual acelera el repudio de sus ya pocos partidarios en la capital del país. Y uno más de los asuntos que también afectaron su carrera, “haciendo cosas malas que parecían buenas”, fue comprar ganado sin una procedencia clara, el cual terminaba lidiándose en su plaza de “Bucareli”. Dichos toros, o remedos de toros, eran mansos, ilidiables, pero también bastante pequeños de tamaño, lo que puso en evidencia la buena reputación que Ponciano había logrado luego de varios años de ser considerado el torero más querido de la afición mexicana, de ser un “mandón”, el cual tuvo que refugiarse en plazas provincianas para seguir haciendo de las suyas por aquellos rumbos. Lástima que su fama se convirtiera en infortunio, y lo que pudo ser una trayectoria llena de pasajes anecdóticos de principio a fin, solo se conservó fresca durante sus primeros 12 o 13 años. Luego, todo se dejó llevar por esas incongruencias en las que cayó, probablemente, víctima de su propia fama, o de su propio deseo por demostrar que un torero de su naturaleza podía efectuar, además, como empresario o como contratista de toros.

   Muere como ya se sabe, el 15 de abril de 1899.

   Felicidades a Ponciano, desde luego con un ¡¡¡Ora Ponciano!!!, grito de batalla y exaltación lanzado por los aficionados de su época, que estremecían las plazas donde se presentaba.

   ¿Qué mas agregar cuando Ponciano Díaz nos rebasa por el solo hecho de estar convertido en un personaje, para el que no han bastado los intentos de biografía, tanto de Manuel Horta como de Armando de María y Campos, e incluso la que he terminado hace un año luego de intensa y exhaustiva revisión, y que aún permanece inédita?

 EL ECO TAURINO

Armando de María y Campos, fue director de El Eco Taurino, entre 1925 y 1939.

    Armando de María y Campos autor de una amplia producción bibliográfica no descuidó a este protagonista por el que se suele tener una vaga idea, mientras no nos acerquemos a conocer su tiempo. Lamentablemente lo abordó en un sentido más anecdótico que crítico, por lo que ciertos vacíos siguen ocultando su verdadera personalidad.


[1] El presente texto, se remonta al año de 1999. N. del A.

[2] Armando de María y Campos: Ponciano, el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. 218 p. fots., facs. (Vidas mexicanas, 7).

[3] Armando de María y Campos (reed.): Ponciano, el torero con bigotes. (Edición Facsimilar de la de 1943), a cargo de Dionisio Victoria Moreno. Toluca, estado de México, Gobierno del Estado de México, Fonapas, Libros de México, 1979. XVIII-218 p. Facs. (Serie Juana de Asbaje. Colección Letras).

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EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACION: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO?

ILUSTRADOR TAURINO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Un tema que de siempre me ha causado especial inquietud es el de la forma en que los americanos aceptaron el toreo, tras el proceso conquistador, lo hicieron suyo y después le dieron interpretación tan particular a este ejercicio convirtiéndose en una especie de segunda sombra que ya de por sí, proyectaba el quehacer español. Segunda sombra pues sin alejarse del cuerpo principal se unía a la estela de la primera, dueña de una vigencia incontenible. Solo que al llegar a América y desarrollarse en nuevos ambientes se gestó la necesidad no tanto de cambios; sí de distintas interpretaciones. Y esto pudo darse -seguramente- por dos motivos que ahora analizo: el criollismo americano y la «tibetanización» desarrollada en la península ibérica.

   Entendemos al criollismo como un proceso de liberación por un lado y de manifestación de orgullo por el otro, cuando el mexicano en cuanto tal, o el criollo, -incluso el indio- se crecen frente a la presencia dominante del español en nuestro continente. Maduran ante las reacciones de subestimación que se fomentan en la España del siglo XVIII que ve en el americano a un ser inferior en todos sentidos, incapaz de ser comparado con los hombres de espíritu europeo, que son los que ocupan los cargos importantes en la administración, cargos a los cuales ya puede enfrentarse el criollo también.

   David A. Brading nos dice que «las raíces más profundas del esfuerzo por negar el valor de la conquista se hallan en el pensamiento criollo que se remonta hasta el siglo XVI». Desde entonces es visible la génesis del nacionalismo o patriotismo criollos que va a luchar por un espacio dominado por los españoles, tanto europeos como americanos, los cuales disfrutaban de un virtual monopolio de todas las posiciones de prestigio, poder y riqueza.

   Poco a poco fue despertándose un fuerte impulso de vindicación por lo que en esencia les pertenece pero que el sistema colonial les negaba. De esa manera el criollo y el mestizo también buscan la forma de manifestar un ser, una idea de identidad lo más natural y espontánea posible; logran separarse del carácter español, pero sin abandonarlo del todo, hasta que comenzó a forjarse la idea de un nacionalismo en potencia. De ahí que parte del planteamiento de la independencia y de la recuperación de la personalidad propia de una América sometida esté dada bajo los ideales del patriotismo criollo y el republicanismo clásico que luego buscaron en el liberalismo mexicano sumergido dentro del conflictivo pero apasionante siglo XIX.

   La asunción del criollo a escena en la vida novohispana es de suyo interesante. Quizás confundido al principio quiere dar rienda suelta a su ser reprimido, con el que se siente afín en las cosas que piensa. Y actúa en libertad, dejándose retratar por plumas como sor Juana o Sigüenza y Góngora, por ejemplo. No faltó ojo crítico a la cuestión y es así como Hipólito Villarroel en sus «Enfermedades que padece la Nueva España…» nos acerca a la realidad de una sociedad novohispana en franca descomposición a fines del siglo XVIII y cerca de la emancipación. Pero es con Rafael Landívar S.J. y su Rusticatio Mexicana donde mejor queda retratada esa forma de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo de las luces.

   Precisamente en su libro XV Los Juegos aparece una amplia descripción de fiestas taurinas. La obra fue escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia.

   El poema nace en un clima espontáneo que armoniza los divergentes elementos de tres mundos: el latino, el español y el americano, amalgamados en la psicología del poeta bajo los fuegos vehementes del trópico guatemalteco, su cuna, y transidos por el espíritu de la altiplanicie mexicana, en la cual se desarrolló al arte y a la sabiduría.

   En el libro X: «Los ganados mayores» se apunta la vida del toro bravo en el campo. Pero, desde luego es el libro XV en el que se incluyen las peleas de gallos, las corridas de toros campiranas y las carreras de caballos.

   Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo. Se extiende una plaza espaciosa rodeada de sólida valla, la cual ofrece numerosos asientos a la copiosa multitud, guarnecidos de vivos tapices multicolores. Sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro.

   Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional, sale bruscamente un novillo indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza; con el furor en los ojos inflamados, y un torbellino de ira salvaje en el corazón, hace temblar los asientos corriendo feroz por todo el redondel, hasta que el lidiador le pone delante un blanco lienzo y cuerpo a cuerpo exaspera largamente su ira acumulada.

   El toro, como flecha disparada por el arco tenso, se lanza contra el enemigo seguro de atravesarlo con el cuerno y aventarlo por el aire. El lidiador, entonces, presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco esquiva las cornadas mortales. Otra vez el toro, más enardecido de envenenado coraje, apoyándose con todo el cuerpo acomete al lidiador, espumajea de rabia, y amenaza de muerte. Mas aquél provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro. Herido éste con el agudo dardo, repara y llena toda la plaza de mugidos.

   Mas cuando intenta arrancarse las banderillas del morrillo y calmar corriendo el dolor rabioso, el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir. Está el brioso Etón, tendidas las orejas, preparado a burlar el golpe en tanto que el lidiador calcula las malignas astucias del enemigo. La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida.

   El padre Rafael Landívar nació en la ciudad de Guatemala el 27 de octubre de 1731. En el curso de 1759 a 1960 Landívar pudo haber enseñado retórica en México, pero sus biógrafos se inclinan a que lo hizo en Puebla y en 1755 en México. El autor habla de su obra:

Intitulé este poema Rusticatio mexicana (Por los campos de México), tanto porque casi todo lo que contiene atañe a los campos mexicanos, como también porque oigo que en Europa se conoce vulgarmente toda la Nueva España con el nombre de México, sin tomar en cuenta la diversidad de territorios.

   Viene ahora la continuación al libro XV:

   Pero si la autoridad ordena que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte, el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro. El toro, súbitamente exasperado su ira por los gritos, arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este, entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acomete, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador.

   Algunas veces el temerario lidiador, fiándose demasiado de su penetrante estoque, es levantado por los aires y, traspasadas sus entrañas por los cuernos, acaba víctima de suerte desgraciada. El toro revuelca en la arena el cuerpo ensangrentado; se atemoriza el público ante el espectáculo y los otros lidiadores por el peligro. Sucédense luego nuevas luchas, por orden, cuando se desea alternarlas con el fin de variar.

   Los mozos, en efecto, suelen aprestar para montarlo, un toro sacado de la ganadería, muy vigoroso, corpulento y encendido en amenazas de muerte. Uno de aquellos le sujeta en el lomo peludo los avíos, como si fuera caballo, y le echa al pescuezo un lazo; sirviéndose luego de él, impávido, a manera de larga brida, sube a los broncos lomos del rebelde novillo, armado de ríspidas espuelas y confiando en su fuerza. El animal, temblando de coraje, se avienta en todos sentidos, luchando violentamente por lanzar al jinete de su lomo. Ya enderezándose rasga el aire con los corvos cuernos, ya dando coces en el vacío arremete furibundo a todo correr, contra los que se le atraviesan; y cuando intenta saltar el redondel, alborota las graderías de los espectadores espantados.

   Como el líbico león herido por penetrante proyectil, amenaza con los colmillos, los ojos feroces y las mandíbulas sanguinarias, tiembla, se mueve contra sus astutos adversarios mostrando las garras, y ya se lanza por el aire con salto fulmíneo, ya corriendo velozmente fatiga a los cazadores; lo mismo el toro, encolerizado por el extraño peso, trastornando la plaza embiste ora a unos, ora a otros. Pero el muchacho sin cejar se mantiene inconmovible sobre el lomo, espoleándolo constantemente.

   Y aun también, el muchacho jinete blandiendo larga pica desde el lomo del cornúpeta, manda a los de a pie sacar otro astado de los corrales y a puyazos lo empuja gozoso por todo el llano. Atolondrado al principio por la novedad, huye precipitadamente de su compañero enjaezado vistosamente.

   Pero aguijoneando su dorso por la punzante pica, se enfurece encendido de cólera, embiste a su perseguidor, y ambos se trenzan de los cuernos en bárbara lucha. Mas el robusto jinete dirime la contienda con la pica, y continúa persiguiendo a los toros por la llanura, hasta que con la fatiga dejen de amenazar y doblegados se apacigüen.

   Toda ella es una hermosa, soberbia y fascinante descripción de la fiesta torera mexicana, con un típico y profundo sabor que, desde entonces comienza a imprimirle el criollo, deseoso por plasmar géneros distintos al tipo de fiesta que por entonces domina el panorama. Ese aspecto se determinaba desde luego por lazos de fuerte influencia española que aún se agita en la Nueva España en vías de extinción.

   A la pregunta de qué, o cómo es el criollo, se agrega otra: ¿quién permite el surgimiento de un ente nuevo en paisaje poco propicio a sus ideales?

   Una respuesta la encontramos en el recorrido que pretendo, desde la Contrarreforma hasta el siglo XVII en España concretamente.

   Este movimiento católico de reacción contra la Reforma protestante en el siglo XVI tiene como objeto un reforzamiento espiritual del papado y de la Iglesia de Roma, así como la reconquista de países centroeuropeos como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Inglaterra instalados en la iglesia reformada. Pero la Contrarreforma fue a alterar órdenes establecidos. Italia fue afectada en lo poco que le quedaba de energía creadora en la ciencia y la técnica.

   José Ortega y Gasset escribió en la Idea del principio en Leibniz su visión sobre los efectos de aquel movimiento. Dice:

Donde sí causó daño definitivo la Contrarreforma fue precisamente en el pueblo que la emprendió y dirigió, es decir, en España.

   Pero en el fondo la Contrarreforma al aplicar una rigurosa regimentación de las mentes que no era más que la disciplina al extremo logró que el Concilio de Trento celebrado en Italia de 1545 a 1563 restableciera -entre otras cosas- el Tribunal de la Inquisición. Por coincidencia España sufría una extraña enfermedad.

Esta enfermedad -dice Ortega- fue la hermetización de nuestro pueblo hacia y frente al resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión ni a la teología ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida, que tiene, por lo mismo, un origen ajeno por completo a las cuestiones eclesiásticas y que fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro imperio. Yo le llamo «tibetanización» de España. El proceso agudo de esta acontece entre 1600 y 1650. El efecto fue desastroso, fatal. España era el único país que no solo necesitaba Contrarreforma, sino que ésta le sobraba. En España no había habido de verdad Renacimiento ni por tanto, subversión. Renacimiento no consiste en imitar a Petrarca, a Ariosto o a Tasso, sino más bien, en serlos.

   El fenómeno es fatal pues mientras las naciones europeas se desarrollan normalmente, la formación de España sufre una crisis temporal. Por tanto esto retardó un poco su etapa adulta, concentrándose hacia adentro en sus progresos y avances. En España lo que va a pasar entonces es una hermetización bastante radical hacia lo exterior, inclusive -y aquí nos fijamos con mayor atención- hacia la periferia de la misma España, es decir, sus colonias y su imperio.

   Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España.

   ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero; torera o pedestre después con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el «retorno del tumulto» justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1700, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado «Pepe-hillo».

   Si el criollo encontraba favorecido el terreno en el momento en que los borbones -tras la guerra de sucesión- asumen el trono español, su espíritu se verá constantemente alimentado de cambios que atestiguará entre sorprendido y emocionado. Dos casos: la expulsión de los jesuitas en 1767, compañía que la Contrarreforma estimuló y en la Nueva España se extendió por todos los rincones y provincias. La ilustración, fenómeno que, bloqueado por las autoridades novohispanas y reprobado ferozmente por el santo Oficio sirvió como pauta esencial de formación en el ideal concreto de la emancipación cuyo logro al fin es la independencia, despierta desde 1808.

   Todo esto, probablemente sea parte de los giros con que la tauromaquia en México haya comenzado a dar frutos distintos frente a la española, más propensa a fomentar el tecnicismo, ruta de la que nuestro país no fue ajeno, aunque salpicada -esta- de «invenciones», expresión riquísima que dominó más de cincuenta años el ambiente festivo nacional durante el siglo antepasado.

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ALTERNATIVA DE LEOPOLDO CAMALEÑO. MAYO 20 DE 1894.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hoy, 20 de mayo se recuerda la ceremonia de alternativa que recibió Leopoldo Camaleño en la plaza de toros de Mixcoac, con el siguiente cartel:

 PLAZA DE TOROS “MIXCOAC”, DISTRITO FEDERAL. Domingo 20 de mayo de 1894. Inauguración de la plaza. José Centeno, Juan Moreno “El Americano” y la alternativa de Leopoldo Camaleño, con 6 toros de Atenco y San Diego de los Padres.[1]

    La escasa información al respecto por ahora, se reduce a ciertos datos aparecidos en La Patria, D.F., del 22 de mayo de 1894, en cuya página 2 se tiene la oportunidad de encontrarse con la columna “Revista de espectáculos” de la que leemos lo que sigue.

    El domingo ha sido una continua fiesta tauro-trágica-dramática y lírica.

   Los toros fueron los que llevaron a Mixcoac gran concurrencia, aunque no la que se esperaba, dado el entusiasmo que parecía reinar por el restablecimiento del permiso para que se verifiquen las corrida. Ello es que las entradas costaban un ojo de la cara, y si hemos de ser justos, no está en relación el precio con la bondad del espectáculo.

   No cabe duda que la cuadrilla Centeno, es trabajadora y sabe cumplir, pero los toros que se lidiaron en la corrida del domingo y que pertenecían a la ganadería de Atenco, desdijeron mucho de su fama, pues casi todos ellos aunque de bravura y de pies, son de menguada estampa y se van al bulto.

   Desgraciadamente, la corrida de que tratamos, se señaló por una continuada serie de percances, algunos de ellos irreparables.

   Salió el primer bicho, y al quererle pasar los pies el Americano, sufrió una tremenda cogida de una gravedad tal, que desde luego fue retirado a la enfermería, donde el médico que lo reconoció manifestó que era difícil que se salvara.

   Sería prolongar demasiado esta crónica hacer una descripción suscinta de ella. Baste decir que Centeno y Camaleño que recibió la alternativa, se portaron como veremos.

   Centeno, en los tres toros que estoqueó, estuvo feliz, especialmente en el quinto que fue el de la tarde, pues se prestó perfectamente a todas las suertes. En pases de muleta se distinguió Centeno. En parear se distinguió Cortés,[2] que ha dado pruebas de que es torero y sabe lo que trae entre manos.

   Camaleño mató al segundo y cuarto. Al empuñar los trastos para matar a aquel, sufrió la primera cogida que fue sin más consecuencias que una herida… al pantalón.[3] Con coraje y valentía siguió la faena y dio al bicho una media estocada que le hizo caer, rematando el puntillero. El sexto toro debió haber sido estoqueado también por Camaleño, pero no fue posible, porque sufrió una cogida que tuvo consecuencias, recibiendo una herida cerca de la ingle, que aunque no es de gravedad, lo dejó inútil. Centeno tuvo que matarlo, pero desmoralizado por tanta desgracia, no pudo dar más que pinchazos que echaron al cornúpeto, rematando el cachetero.

   La gente montada, de desgracia también.

   Mota sacó una contusión.[4] A otro picador,[5] le atravesó un pie el toro, que habrá que amputárselo.

   En resumen, la corrida no se puede decir que haya sido mala, pero desgracias sí las hubo.

   La presidencia en algunos casos desacertada, como cuando mandó tocar a banderillas estando un picador en suerte. Por lo demás, pasadera.

    La reseña anterior se encuentra colmada de datos interesantes. Entre otros, nos confirma la alternativa que recibió Camaleño, personaje cuyo perfil he tenido la oportunidad de conocer, gracias a la consulta que me remite hasta “La voz de río seco.com”, página virtual de la que es responsable Teresa Casquete Rodríguez, Historiadora del Arte, y de la cual me permito traer hasta aquí lo que de su trabajo resultó una grata información. También es de mencionar el apunte que complementa las notas de Teresa Casquete Rodríguez, y que corresponden a la labor de Ángel Cabello Rubio, quien realizó un auténtico rastreo sobre este misterioso personaje, del que por ahora, sólo se cuenta para ilustrar, el par de imágenes que sirvieron para elaborar el registro de entrada a nuestro país, mismo que fue elaborado en 1937 por las autoridades de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

 LA VOZ DEL AYER.

 UN RETRATO DEL TORERO RIOSECANO LEOPOLDO CAMALEÑO.

 Es fantástico el trabajo que están realizando los Archivos Estatales en los últimos años con la digitalización de sus fondos. Gracias a esta labor muchos historiadores que vivimos alejados de sus sedes, podemos continuar con nuestras pesquisas y encontrar de vez en cuando entre los cientos de miles de documentos guardados, curiosidades históricas relacionadas con Rioseco como ésta que publicamos hoy.

 LEOPOLDO CAMALEÑO

Imagen que aparece en el portal de la colega Teresa Casquete Rodríguez, Historiadora.

    Dentro de las fichas de los emigrantes españoles a Sudamérica, nos topamos con la del torero riosecano, Leopoldo Camaleño, del que apenas conocíamos unos pocos datos gracias al libro de Alberto Pizarro “De Enríquez a Manrique…”. La fotografía no es de gran calidad, pero los datos que guarda este registro nos aportan un mayor conocimiento de su biografía, a los que podemos unir los conseguidos a través de un pequeño rastreo por las hemerotecas de Méjico.

   Leopoldo Camaleño Obregón nació en Medina de Rioseco un día de San Juan de 1868, hijo de Gabriel y Jacoba, siendo bautizado en la parroquia de Santa María. Los apellidos no son oriundos de nuestra ciudad, por lo que es fácilmente deducible que sus padres eran inmigrantes en el Rioseco de esos años.

   En 1882, se trasladó a Méjico junto a un hermano suyo, llegando al puerto de Veracruz el 22 de enero de ese año con apenas 14 años de edad. Comenzó trabajando de empleado de comercio en una empresa, pasando más tarde a desempeñar el puesto de cajero en otra diferente. Su actividad taurina tuvo su inicio como banderillero, tomando la alternativa el 20 de mayo de 1894 de manos de José Centeno. Además de éxito como matador gozó en este país americano de un no menor reconocimiento social, que le llevó a actuar incluso en una obra musical -un sainete lírico titulado Niña Pancha[6] en el que Camaleño hacía el papel principal. También fue el inspirador de la personalidad de Jarameño, en la novela de Federico Gamboa, Santa y se le dedicó un corrido mexicano titulado La alternativa de Camaleño, que comienza en sus primeras estrofas diciendo:

A Leopoldo Camaleño
Le tocó banderillear
Tomando la alternativa
En la plaza de Mixcoac.

 

Tiempo hace que se alternó
Aquel Cayetano Leal,
Y por cierto que esa tarde
Al pobre le fue fatal…

   La ficha de su entrada en México, fue realizada en 1937, estando ya retirado de los ruedos, y en ella se le describe como un hombre de complexión media, de 1,76 de altura, ojos castaños, pelo blanco, cejas pobladas y mentón plano. Casado, comerciante, de origen español y residiendo en la Calle Zaragoza, Nº 49 de San Luis Potosí.

   Precisamente murió en esta misma ciudad poco tiempo después, el 16 de septiembre de 1939, sin haber regresado nunca a su tierra natal.

 La carrera taurina de Camaleño; por Ángel Gallego Rubio

    Algunos datos más, de los pocos que se conocen, sobre este cuasi desconocido paisano que fue el primer matador de toros que dio la provincia de Valladolid. Inició su carrera saltando como espontáneo en la plaza de Colón de México D.F. iniciando allí su vida torera como banderillero y figurando después como segundo espada, dando elocuentes pruebas de valor en la Ciudad de México, San Luis Potosí, Pachuca, Puebla, Guadalajara, Veracruz, Mérida o San Pedro de Zacatecas.

   El día de su alternativa se inauguraba la Plaza de Toros de Mixcoac, con él torearon José Centeno y Juan Moreno El Americano. Los toros lidiados fueron de Atenco y la tarde fue sangrienta ya que El Americano fue corneado de gravedad, Camaleño y el subalterno Sebastián Gil Pimienta también fueron heridos aunque de menor gravedad, y al picador Irineo García le atravesó el pie un toro y le tuvieron que amputar la pierna, muriendo en septiembre de ese año.

   Otras corridas en las que actuó y de las que he podido localizar reseñas en antiguas revistas son la del 18 de octubre de 1891 en la plaza de toros Colón, a la que asiste el general Porfirio Díaz. La del 11 de noviembre de 1894 en Tacubaya como testigo de la alternativa del bigotudo matador mejicano Ponciano Díaz. La del 17 de enero 1897 en Guanaciví (Durango),[7] donde dicen que está muy recuperado de una cornada anterior. En esa misma plaza el 6 de diciembre de 1897 le propina una grave cornada, tanto que corrió el rumor de que había muerto, un toro de Ramos que tenía ¡10 años! El 16 de octubre de 1898 se encierra en San Bartolo Naucalpan con cinco toros de la ganadería Espíritu Santo. En Puebla actuó a su manera el 22 de enero de 1899. El 9 de diciembre de 1901 lidió en solitario cuatro toros en Tamalimpa (quizá debe decir Tamaulipas). En Torreón el 14 de diciembre de 1902 se resiente de otra cornada reciente y en esa misma plaza el 21 de diciembre de 1903 sufre otra muy grave cogida en el vientre, que posiblemente significara el final de su carrera.

   Los públicos de México vieron en él un buen matador, pundonoroso, arrojado y cumplidor, aunque, al parecer, no era un virtuoso con los engaños. También debió de organizar alguna corrida ya que en 1896 cursó una solicitud para que se le devolviera el valor de una licencia por un espectáculo taurino que no realizó en la plaza del Buen Gusto por falta de concurrencia.[8]


[1] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 221.

[2] Probablemente el autor de la crónica aluda a León Prieto Cortés.

[3] Dice “pantalón”… Debe decir, “taleguilla”.

[4] Quizá se trate de José María Mota.

[5] Se trata de Irineo García.

[6] Representada muy probablemente durante el curso del mes de enero de 1901 en el teatro Principal, justo cuando se presentaba la Compañía Española de zarzuela “La Aurora Infantil”, formada por  la tiple Pilar Ramírez, de 12 años, y la bailarina Isabel Díaz, de la misma edad. Entre las obras que presentan en dicho Coliseo se encuentran El anillo de Hierro, La verbena de la paloma, Niña Pancha y Marina.

[7] Dice Guanaciví… debe decir: Guanaceví.

[8] Disponible mayo 19, 2013 en: http://www.lavozderioseco.com/?p=38497

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