CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    A lo largo del siglo XIX, hubo diversos comportamientos que reprochaban al espectáculo taurino, fuera por una o por otra razón. Sin embargo, la que a lo largo de una larga investigación que, por más de treinta años me ha tomado integrar un nuevo planteamiento de este espectáculo, es aquella información donde las notas o editoriales se decantan por un rechazo, por un repudio a la tauromaquia. Y no era para menos. El novedoso esquema de estado-nación que había adquirido México apenas culminó todo el proceso de independencia, permite liberar una válvula por la cual se destilan todo tipo de comentarios y cuestionamientos al legado hispánico cuyo peso, tres veces centenario, había dejado una secuela, un trauma existencial que había que superar lo más pronto que fuera posible. A lo anterior, se debe agregar todo aquel ambiente en el que se respiraban ideas del progreso, donde la presencia de la masonería y con los años, de un liberalismo sólido, así como un importante fenómeno en el que diversos personajes cuya cultura resaltaba, comenzaron a intervenir en forma contundente, divulgando sus ideas a través de la prensa y otros tantos libros que se convirtieron en referente. Todo este conjunto de ingredientes empujó con enorme fuerza aquel sentimiento en el que lo hispano no era ya, necesariamente un elemento indispensable en la forma de ser y de pensar entre los mexicanos, a pesar de que el peso de aquella influencia seguía tan firme y tangible en la realidad de la vida en este país. Fue por eso que, cuando uno se remite a hechos particulares como el desarrollo de las corridas de toros, no encontremos sino una tendencia crítica, a pesar de que no dejan de estar presentes otro tipo de notas cuyo referente proviene de la aprobación hacia un espectáculo que seguía formando parte del imaginario popular, como seguía ocurriendo con otro tipo de diversiones públicas.

   A continuación, comparto con todos ustedes una serie de opiniones, tomadas al azar, pero que dejan ver, según la época en que fue redactada cada nota, y que van de 1825 y hasta 1886, ese patrón de comportamiento que se mantuvo vigente en distintas fuentes periodísticas. No hay un responsable, ni un autor específico que se responsabilice de tales opiniones, pero es de tomar en cuenta que hay un trasfondo que mueve, desde una estructura bastante compleja la idea central de oponerse a un pasado que ya no existe –teóricamente en la práctica-, aunque se mantiene en otro tipo de patologías que aún, a poco más de doscientos años de la obtención de la libertad, sigue latente en un estado mental que nos perfilan como individuos o como sociedad, con señales evidentes de un pasado que nos sigue constituyendo.

 EL SOL, D.F., del 4 de octubre de 1825, p. 3:

El papel de Washington que vamos extractando al referir el suceso del incendio de la plaza de toros de esta capital hace la siguiente observación: Aquel edificio era uno de los únicos de todos los de la ciudad de México susceptible de ser consumido por el fuego, porque todos los demás están construidos de piedras volcánicas con muy poco material de madera. Esta plaza era un grande anfiteatro, construido de madera con tres o cuatro órdenes de palcos que podrían contener por lo menos doce mil almas; en el recinto había un grande espacio donde maltrataban y hacían padecer a los caballos y toros para diversión de las damas mexicanas. Como las corridas de toros hayan sido en todos tiempos los pasatiempos favoritos de los mexicanos de todas clases, edades y condiciones no hay duda de que estarán de duelo hasta que se les construya una nueva plaza de toros: Sic transit gloria mundi.

 EL ÓRGANO DE LOS ESTADOS, D.F., del 15 de junio de 1877, p. 3:

TOROS TOROS.-Los aficionados a esta diversión están de buenas.

   El próximo Domingo, el inteligente y diestro Lino Zamora, da otra corrida con el carácter de última. El expresado Lino clavará banderillas a caballo, los toros son escogidos entre lo mejor de la raza de Atenco, en fin, todas las barbaridades que amenizan estos espectáculos, están dispuestas para el Domingo. Tlalnepantla va a verse llena de gente, que va ansiosa a presenciar la antítesis de los toros y la civilización.

 EL REPUBLICANO, D.F., del 12 de diciembre de 1880, p. 1:

Con el invierno se ha iniciado una temporada de corridas de toros. El espectáculo está proscrito de la capital y de los pueblos del Distrito. Pero no hay más que salir a algún punto de los Estados limítrofes y se ve gotear impunemente sangre de toros y de caballos.

   Si el gran Juárez hizo que se prohibiesen los toros en la capital y sus alrededores, se elude la prohibición trasladándose en alas del vapor a Amecameca o a Cuautitlán. ¡Y después hay quien diga que no sirven mucho los ferrocarriles!

   Una gran caravana de expedicionarios salió el martes (7 de diciembre, N. del A.) para Cuautitlán, con objeto de asistir a la función de toros dada en ese pueblo en honor de la Inmaculada Concepción.

   Pío XIX regaló un dogma a ese misterio cristiano; Cuautitlán le decretó la inmolación de cinco bichos de Atenco.

   No quiero detenerme, Blanca, en enviarte mis comentarios sobre los toros de Cuautitlán.

(. . . . . . . . . .)

   -¡Uf! No valió gran cosa, chico… No hubo más que dos caballos despanzurrados, un solo hombre aporreado y ningún picador muerto…, ni siquiera herido!…

   Y en efecto, un aficionado a la tauromaquia, descendido de las filas del populacho del sol y lanzado varias veces al aire, a guisa de pelota, por las astas emboladas de un toro furioso, fue el único accidente que mereció los aplausos ardorosos del público de Cuautitlán…

   Tuyo, Filinto.

 EL TELÉGRAFO, del 9 de agosto de 1881, p. 3:

TOROS.-El domingo anterior se inauguró en Veracruz una temporada de toros, siendo director de la cuadrilla de los desgalichaos el histórico Bernardo Gaviño.

   Increíble parece que en un Estado tan culto como el de Veracruz, se permitan aún esas bárbaras diversiones, aunque bien mirado el asunto, no hay por qué quejarse cuando hemos tenido corridas de toros casi en el centro del Distrito Federal.

 EL HIJO DEL TRABAJO, del 28 de septiembre de 1884, p. 4:

Ponciano Díaz se hallaba a últimas fechas en Monterrey, y Bernardo Gaviño en Veracruz, ambos acariciando cuernos y expuestos a que los despanzurren.

 LA PATRIA ILUSTRADA, D.F., del 24 de mayo de 1886, p. 2:

ECOS DE LA SEMANA

(…)

   En cambio los espectáculos taurinos adquieren mayor boga cada día. En nuestro público se advierte una predilección manifiesta por las corridas de toros, y no hay vez que estas se verifiquen que las plazas del Huisachal y Tlalnepantla, no se vean completamente llenas de una multitud ebria de entusiasmo, que acude presurosa a aplaudir la agilidad de Cuquito o la destreza del “Chiclanero”. Verdad es que estos espectáculos, ya de sí condenados por la civilización, suelen traer algo de provecho. La corrida que tuvo verificativo en Tlalnepantla el domingo, fue dedicada por la empresa a beneficio del Hospital de aquella población, y según nos dicen, los productos de la corrida, que fueron considerables, han sido ya entregados a aquella institución benéfica.

   Algo, pues, de provecho se obtiene de esta clase de espectáculos, y ya que no es posible hacer declinar el gusto del público que los favorece, consuélenos siquiera la idea de que ellos suelen servir algunas veces para enjugar lágrimas y socorrer necesidades.

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