A TORO PASADO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
¿HACIA DONDE VA EL TOREO COMO ARTE Y EXPRESION?
(Un recorrido, una reflexión por el tiempo)[1]
A escasos 5 años de que arribemos al siglo XXI, la fiesta de toros sigue acumulando una infinidad de acontecimientos siempre en medio de intensos debates. Fiesta y diversión a la vez, la de toros alcanza en España y como una realidad de su raíz profesional casi mil años, desde el momento en que por motivos nupciales de don Sancho de Estrada y doña Urraca Flores en la provincia de Ávila se realiza en ese año de 1080 concertada ocasión de lidiar gente de a pie y de a caballo «seis toros bravos y esquivos» en el coso de san Vicente. El mismo don Sancho, diez años después se distinguió como un bravo lidiador a caballo junto a Pedro Ansúrez y Pedro de Trava.
Si se trata de remontar la fiesta hasta el mundo romano encontramos que los emperadores Julio César, Claudio y Nerón [Julio César (360-63 d.C.); Claudio (41-54 d.C.) y Nerón (54-68 d.C.) ambos dentro de la dinastía Julio Claudia] introdujeron y fomentaron las corridas. Dice Fernando Claramount: Gordiano I [238 d.C.], cuando todavía era Questor, importó cien toros de Chipre (Touri Cypriani centum… haec omnia rapienda concessit die muneris, quod sextum edididt, Capitolino, Gordiani, tres: 3).
Tesalia fue el sitio donde la acción de lidiar con toros (lidia es el conjunto de suertes que se practican con el toro desde que se le da suelta del toril hasta que se arrastra. Se pueden hacer dos calificaciones: la lidia a pie y la lidia a caballo…) tuvo sus partidarios entre la élite de la juventud, convertida en verdadero juego nacional; y de esto hace más de tres o cuatro mil años. En reciente publicación de L. Alejandro Mora B., El enigma de la fiesta[2] el autor nos dice: “El enigma de la fiesta se extiende [con] una profunda antigüedad que hasta el momento, en cuanto a ingredientes de la FIESTA COMO RITO o como diversión, innegablemente se presenta [desde] el 2,500 a.C.”
Así no se antoja aventura -continua Alejandro Mora- iniciar una historia en torno al origen del TOREO en la cultura Cretense, dejando como meras hipótesis más remotas la relación hombre-toro que existió entre los asirios, egipcios y los mismos iberos o pre-iberos y la que se vislumbra en algunos pasajes de la BIBLIA, misma que algunos estudios han demostrado, pero al parecer se trata de algo diferente, de «sacrificio», como podrá ser de cualquier otro animal, y no de «Fiesta Táurica»; tan sólo recuérdese el CULTO DE MITRA.
Y termina diciendo:
En esta tesitura, aunque parezca arbitrario o caprichoso el origen de la FIESTA O TAUROMAQUIA, con antecedentes TAUROBOLICOS y TAUROFORICOS, es lógico asentarla en la maravillosa CULTURA CRETENSE…
Y si de alguna manera queremos navegar por un principio más remoto pero incierto, aunque no descalificado por la imagen testimonial y la leyenda de que se rodea, caemos en los mitos de Hércules y el toro, el rapto de Europa y la lucha del Minotauro en el laberinto, el rito de la taurocatapsia, la imagen del toro en las culturas asiria, del oriente medio, egipcia para llegar hasta una preocupación intelectual de José Ortega y Gasset: la caza y los toros representado en buen número de estelas rupestres como Minateda, Alpera, Remigia y por supuesto Altamira, por lo que, puede decirse simplemente que «el toreo nació en Altamira».
Esto es, el cuerpo de la tauromaquia en cuanto tal que comienza a tener una forma desde hace más de tres mil quinientos años, se ha ido transformando lenta o radicalmente según las circunstancias, donde el pueblo siempre ha jugado un papel de espectador y protagonista al mismo tiempo, atestiguando con el lento discurrir de guerras y reinados; o de la nobleza que quiere controlar desde el caballo una hegemonía obtenida tras la guerra de los ocho siglos (711-1492), aunque decadente cuando declina el destino español en manos ajenas (los borbones). Hegemonía que se traza bajo principios bélicos, con los cuales deambuló por plazas hasta la transformación que devino en un concepto estético.
Es una larga historia que hoy presenciamos como producto y suma de consecuencias milenarias o centenarias, las cuales mueven a cuestionar lo que será del toreo para después. En tanto la tauromaquia actual se mece en la balanza de la aceptación y el rechazo, por fortuna más de aquella que de esta. Ahora mismo es un espectáculo refinado, cada vez más lejos de la tragedia y cada vez más cerca del imperio pausado del ritmo y cadencia de la danza, una danza que aunque macabra (recordando la obra musical de Camile Saint-Saëns) va desprendiéndose cada vez más de su expresión original, dura y trágica; amarga y terrible con que se ha venido representando desde el inicio del siglo XX. Nuestro siglo recoge una fuerte influencia decimonónica que se carga de dureza al principio, y conforme avanza y se desarrolla logra los perfiles que le conocemos.
¿Hacia dónde va el toreo? Nadie puede saberlo, ahora que su expresión causa emociones singulares sin alejarse del sentido que la costumbre ha establecido. ¿Qué le depara a la diversión popular de los toros en los próximos tiempos? ¿Ocurrirá la permanencia o la decadencia? Un siglo XXI que se presenta como símbolo de la tecnología más refinada al servicio de una sociedad cada vez más obligada a sintetizar los conocimientos en estos maravillosos descubrimientos como la computadora por ejemplo, tiene que volver la cara -seguramente- a las tradiciones que nos constituyen para seguir entendiendo como hemos sido capaces de lograr la madurez de nuestra cultura, o la inmadurez también si pensamos que no ha sido posible superar viejos postulados que se arraigan entre las nuevas generaciones; si ya en el siglo XIX se cuestionaba profundamente el hecho de conservar todo aquello con lo que se estableció la cultura hispana desde la conquista y colonización mismas. Ya lo decía José Vasconcelos, «incorporamos a España como parte nuestra. No a la España de la conquista y el coloniaje, sino a la España que ha hecho posible la rica identidad étnica y cultural de la región. España no sólo trajo arrogancia y codicia, sino también el espíritu en que se había formado bajo el largo dominio islámico. Ocho siglos en los que el español que descubrió, conquistó y colonizó a América, ha aprendido a mezclarse con razas y culturas diversas a la propia».
Son solo cinco los años de diferencia con el próximo siglo, y para el toreo muchas las expectativas aunque la tendencia es que sea inamovible durante buena parte de tiempo porque satisface las exigencias comerciales por un lado, las técnicas y estéticas por otro, a pesar de que este factor sea el que se cuide más con respecto al resto. Por ahora, los toreros imponen sus estilos y sus escuelas, la van perfeccionando y depurando también. Ya lo decía Arturo Gilio luego de su faena a un toro de Rodrigo Aguirre la tarde del 26 de febrero de 1995, que con respecto a cargar la suerte encuentra no ya el típico y acostumbrado arquetipo que establecen las escuelas, sino uno diferente que él se ha acostumbrado a entender y a proponer también.