DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
ANTONIO LLAGUNO: HOMBRE DEL RENACIMIENTO Y DE LA MODERNIDAD JUNTOS PARA EL TOREO MEXICANO.[1]
Al andar ENTRE HUIZACHES con la presencia de la ganadería de SAN MATEO que José Antonio Trueba inició con mucho acierto, considero que debemos ocuparnos del principal protagonista de esta historia maravillosa. Me refiero a ANTONIO LLAGUNO GONZALEZ, con quien nos encontraremos en las siguientes colaboraciones que amablemente me permiten realizar quienes forman MATADOR. A todos ellos, muchas gracias.
Nació en Valparaíso el 29 de agosto de 1878. Sus padres son José Antonio Llaguno y Haza y Dolores González y Anza quienes casaron el 11 de junio de 1873 en Valparaíso. Tuvieron once hijos, de los cuales sólo cinco vivieron.
Su infancia y primera juventud se desarrollan en medio de un ambiente en el que la marca del progreso se consolida bajo un régimen porfirista que coquetea con modelos que nos llegan del extranjero.
Con el correr de los años, toda aquella forma de vivir que el joven Antonio encontró a su paso la asimiló y puso en práctica tan luego tuvo edad para iniciar su educación. Comenzó acudiendo al Instituto de San Luis Potosí y luego al «West End» de San Antonio, Texas. Más tarde hizo estudios como veterinario y amplió conocimientos de genética y nutrición animal en Suiza aplicando toda aquella experiencia en el ganado vacuno en sus diversas modalidades.
Antonio Llaguno González, ganadero. INAH-SINAFO N° CATÁLOGO 19988
A fines del siglo XIX apoya a su padre en las tareas cotidianas de las haciendas de el Sauz, Pozohondo, Cuevas y San Mateo, ocupándose junto con su hermano Julián (quien nació en 1882), de actividades muy concretas como fueron las de seleccionar ganado de raza para destinarlos a concursos importantes. También descubre los misterios de una de las actividades que más tarde lo colocarán en la cima del éxito, al calificársele sin ningún empacho como el mejor ganadero de bravo que ha habido en México. Hombre de recia personalidad, tipificada bajo la huella de los hacendados porfiristas, influye en mucho para la futura definición de su perfil. Antonio era un hombre muy orgulloso, de pocas palabras, pero con una personalidad bien trazada pues siempre puso el triunfo como propósito fundamental, sin que asomaran las banderas del fracaso en su camino. Enfrentó el duro golpe de la revolución, y el hecho de perder casi en su totalidad las tierras de san Mateo -al concluir el movimiento armado- no le impidieron reubicarse en Pozohondo, donde reinició el milagro bajo el nombre de uno de los cuatro evangelistas.
Antonio fue una especie de ranchero rejego, de esos altivos, de trato duro para quien se acercaba a él por vez primera. Cosa que se propuso, cosa que lograba. Nada dejaba a la suerte.
No queda la menor duda de que Antonio fue un genio de la intuición genética. Sus primeras lecciones in situ -allá en san Mateo– le dan clara idea del porvenir que se trazó. Pronto se va al extranjero y acumula experiencias en el campo de la genética y la zootecnia para ponerlas en práctica felizmente tanto con ganado de engorda y lechero, de los cuales obtuvo numerosos premios; entregándose con todo empeño en lo que resultó ser su verdadera pasión: los toros.
Para 1906 lo que criaba Antonio Llaguno González eran toros criollos, frutos seguramente de aquellas reses facilitadas por su propio padre y por vecinos del Barranco y Santa Cruz, seleccionándose finalmente 30 vacas a las cuales cruzaron con un toro criollo, del Barranco. Todo esto a fines del siglo XIX. Volvemos a reiterar: tal esfuerzo demostró que el señor Llaguno era tan buen ganadero de criollo como lo fue más tarde con el ganado de bravo.
En ese mismo año de 1906 se encuentran dos destinos: el de Antonio Llaguno González y de Ricardo Torres Bombita.
Surgirá a partir de ese momento entre Ricardo Torres y Antonio Llaguno González una gran amistad, puesto que Bombita se convirtió además de asesor, en confidente y guía moral de las cuestiones ganaderas emprendidas por Antonio Llaguno González. Entre ambos fue posible que se consiguiera el perfil de un toro apto para faenas hoy recordadas por famosas e históricas a manos de casi toda la torería mexicana y de muchos otros españoles en este siglo XX.
La presencia de la sangre de Saltillo se da a partir de 1887, y adquiere una resonancia que se suma al hecho mismo de la reanudación de corridas de toros en el Distrito Federal. Es decir todos los elementos para una nueva época confluyen en un punto para lograr cambios radicales en el quehacer taurino de México. La sangre de Saltillo vino a demostrar poco a poco que sus condiciones en la lidia eran las propicias para el toreo que practicaban diestros españoles, acostumbrados al juego de toros de diversas ganaderías y en el cual era necesario sobreponerse al exceso de bravura, casta, fuerza que seguramente no les permitía un lucimiento más que aguerrido. Esta sangre en nuestro país pasó por un proceso de depuración que fue lográndose poco a poco, proceso que en cada nueva generación de toreros se iba moldeando para tener como resultado frutos en lo artístico por encima de lo estrictamente técnico, imprescindible en toda faena moderna; factor que desde luego no se perdió. Mejoró la expresión de arte y en este sentido, la ganadería de san Mateo ya consolidada como tal permitió ese concepto que fue dando como resultado el lento pero seguro alejamiento de las formas primitivas del toreo a pie -que por ningún motivo soslayamos, pues pertenecieron a su época- tanto como el feliz arribo del arte de torear en su expresión contemporánea.
Puede decirse que la sangre de Saltillo siendo un ejemplo del coeficiente de nobleza, en México dicho factor fue rebasado «aun antes que se lograra en muchas vacadas españolas» (dice Filiberto Mira). En ello pudo haber influido: clima, pastos y forma de crianza así como el criterio de los ganaderos, un criterio que más bien se podría interpretar como el sello de su propia sensibilidad.
Pero la revolución que había iniciado en noviembre de 1910 seguía devastando al país. Todas las existencias pertenecientes a la hacienda de san Mateo se perdieron durante el movimiento armado, desde julio de 1913 a diciembre de 1919. San Mateo estuvo intervenida entre 1914 y 1915 por las fuerzas revolucionarias y en ese tiempo el Gobierno Provisional de Zacatecas echó mano de todo cuanto se le puso por delante, así como de los pocos animales que quedaron al desocupar dicha hacienda a fines del año 15. La mayor parte de cabezas de ganado se las llevaron las fuerzas revolucionarias en los años de 1916 a 1919, al grado que en este año no quedó un solo animal en toda la hacienda de san Mateo, por lo que desde agosto de 1913 tanto Antonio como Julián se dedicaron exclusivamente a defender lo poco que quedó en pie.
Desde luego que esta no fue la puntilla al destino asegurado que, como ganadería de toros bravos mantuvo san Mateo gracias a la firmeza y vehemencia demostradas por Antonio Llaguno en esos años cruciales de un México que se conmovió en todas direcciones por donde apuntaba el movimiento armado.
En los toros de san Mateo pre y post-revolucionarios queda grabada la marca de fuego que Antonio Llaguno supo imponer a pesar de los obstáculos que enfrentó, llámese invasión de sus tierras por el ejército constitucionalista o acomodo forzoso de ganado bravo escogido previa y rigurosamente, tanto en el rancho de Sotelo como en su casa de la colonia Roma. Pérdida de algunas vacas y toros en el mismo rancho de Sotelo que se robaron y comieron los zapatistas o hasta lo ocurrido en aquel incidente en la plaza de Valparaíso, Zacatecas cuando un grupo de improvisados quiso torear a CONEJO, bravísimo sanmateíno, cuya fiereza incomprendida acabó por provocar que los «diestros» terminaran liquidándolo no de una estocada; pero sí a balazos.
Y si Antonio Llaguno en vida no permitió más que algunos toros para que se constituyeran unas cuantas ganaderías, su hijo José Antonio Llaguno García abrió las compuertas por donde fue arrojada al campo bravo mexicano la sangre sanmateína la cual logró darle vida a más de un 85% de nuevas ganaderías, conservando todas ellas un sello distintivo que aun no se pierde. Al contrario, se consolida cada vez más bajo la custodia de sinfín de criadores que por supuesto imprimen a sus desvelos un propio criterio sin que esto ocasione la pérdida de la esencia misma de la sangre saltillo-san Mateo que corre por las venas de toros bravos mexicanos. Por fortuna la propia ganadería no ha desaparecido, recayó en otras manos, las del señor Ignacio García Aceves y más tarde en las del Arq. Ignacio García Villaseñor quien pone también todo su empeño para que continúen sumándose a su historial nuevos y memorables triunfos.
La actitud de Antonio Llaguno no puede considerarse egoísta. En su época existe una competitividad que se da con las otras tres columnas vertebrales del toro bravo en nuestro país: Atenco-san Diego de los Padres, Santín (familia Barbabosa). Piedras Negras-Coaxamaluca, La Laguna (familia González) y La Punta-Matancillas (Francisco y José Madrazo).
Hasta aquí, dos son los grandes acontecimientos de esta historia:
Primero. La personalidad y carácter de Antonio Llaguno, gente de pocas palabras y sí de hechos contundentes para lograr lo que se propuso: una verdadera hazaña de la ganadería brava mexicana. Era un hombre muy orgulloso, de personalidad definida y siempre buscando ser un triunfador en todo aquello donde pusiera su atención.
Segundo. Los aspectos particulares en que radica la influencia de Ricardo Torres en el marqués del Saltillo y luego la presencia de Antonio Llaguno para que buena parte de la actual ganadería se sustente en valores genéticos y de fenotipo que hacen del toro mexicano fácil de distinguir por su estampa, juego y bravura.
La aprehensión más sólida que ocurre con la sangre de Saltillo va a darse a partir de la fusión amistosa de Ricardo Torres y Antonio Llaguno; el uno torero, el otro, ganadero en búsqueda del ganado ideal para el ejercicio y arte de torear.
Los toreros españoles se compenetraron tanto en la ganadería que, basándose en elecciones y de correcciones afinaron el estilo de muchas de ellas y hasta la liquidación de otras tantas, en aras de lograr un acomodo técnico y estético, concibiendo el término acomodo en lo que significa desde su raíz misma.
Nos parece que sobre don Antonio se puede seguir escribiendo una historia a la misma altura de la historia que se merecen el padre y la madre intelectuales de la casi totalidad de las ganaderías de bravo en México. Se trata, evidentemente de SAN MATEO, la ganadería a la que dedicaremos nuestra atención en las siguientes entregas.
Lleno de particulares enigmas como ser humano, Antonio Llaguno sigue forjando el perfil de su historia. Este hombre quiere convertirse en el renacimiento mismo para el toreo. Logra romper con una época a la que el mismo Rodolfo Gaona se negó a abandonar, aun y cuando el propio «indio grande» obtuviese un resonante triunfo con QUITASOL y COCINERO, pupilos de don Antonio en la recordada fecha del 23 de marzo de 1924. Esa tarde el leonés tiene un enfrentamiento consigo mismo ya que, logrando concebir la faena moderna sin más, parece detenerse de golpe ante un panorama con el que probablemente no iba a aclimatarse del todo.
¿Por qué?
Precisamente por estar dentro de una generación que se formó al amparo de las experiencias que vertieron gentes cercanas a Lagartijo, Frascuelo, Guerrita o Mazzantini. Toreros de esa dimensión dejaron un legado que hizo suyo todo aquel grupo integrado por Machaquito, Bombita, Rafael el Gallo y desde luego, Joselito el Gallo, Juan Belmonte y por supuesto Rodolfo Gaona. El comportamiento de todo esto nos deja entender que nuestro «indio grande» fue fiel a los principios donde tuvo origen y desarrollo. No podría claudicar y mucho menos traicionarlos por lo que un grito lanzado desde el tendido aquella tarde primaveral de 1924: «¡Gaona: por abajo!» no le impidió al diestro cumplir ese mandato popular pero no rendirse ante algo que no sentía como propio.
Los toros de san Mateo no significaron para Gaona más que una nueva experiencia, pero sí un parteaguas resuelto esa misma tarde: Me quedo con mi tiempo y mi circunstancia, en ese concepto nací y me desarrollé, parece decirnos. Además estaba en la cúspide de su carrera, a un año del retiro y a esos niveles de madurez donde es difícil romper con toda una estructura perfectamente diseñada y levantada al cabo de los años.
Don Antonio Llaguno acompañando a David Liceaga la tarde del 13 de diciembre de 1942, luego de que el gran torero inmortalizara a “Zamorano”, conquistando la oreja y el rabo. Col. del autor.
Se dan en ese justo momento la transición y camino definitivos hacia el toreo contemporáneo. El toreo moderno fue abanderado por Gaona y toda su generación, un toreo que moldeó y afinó viejos quehaceres de auténticos gladiadores y al entregarlo Rodolfo y su generación a la que les sucede en el camino, promueve en consecuencia, el toreo contemporáneo que sigue produciendo un arte consumado, hermoso, arte a un paso del ballet mismo, tan ajeno cada vez más a los rigores del tecnicismo, corpus de toda faena, corpus vestido del alma efímera, estética de gozos privilegiados que surge en los momentos de inspiración.
Antonio Llaguno con la intención de consolidar el propósito, su propósito como nuevo ganadero, tuvo que luchar a brazo partido frente a una sólida tradición que detentaban familias como los González de Tlaxcala y los Barbabosa en el estado de México.
La sangre de toros bravos de SAN MATEO se regó por los campos y tierras mexicanas, una sangre que Antonio Llaguno a base de celosos cuidados supo moldear a su propio gusto y también al gusto del toreo que maduró estética y técnicamente particularmente en México, donde adquirió aparte una sensibilidad, una interpretación donde a los tiempos citar, templar y mandar se les agregó el de ligar. No solo fueron nuestros toreros los privilegiados. También de España y otras nacionalidades asimilan esa grata experiencia que da el temple, un temple producto de la nobleza y bravura juntas del toro mexicano; luego se lo llevaron experimentando y proyectando ese logro depurado entre otros elementos, al de la influencia de san Mateo.
El esfuerzo de Antonio Llaguno se cubre de gloria permanentemente pues abundan los toros bravos y sobre todo de «bandera» que se lidian tanto en la capital como en provincia. Desde el mismo momento de su aparición en 1912 con sangre de Saltillo en sus venas se proyecta la ganadería como el fruto y búsqueda de la modernidad. La búsqueda de un nuevo toro da como resultado características muy particulares. Partimos del hecho de que no es un toro monumental en cuanto a alzada se refiere. Es más bien de un tamaño regular que incluso se les llamó de modo peyorativo «toritos de plomo». Pero don Antonio tan cuidadoso de sus actos realizaba minuciosos apuntes donde llevaba registro de todo su ganado, desde fecha de nacimiento, nota de tienta y hasta su juego en la plaza, de ahí que la constancia en datos es abundante en todos sentidos.
Sin Antonio Llaguno no sabemos qué camino o derrotero tendría la fiesta. Es seguro que surgiría alguien como don Antonio puesto que en todas las épocas ha habido grandes criadores de toros bravos tan capaces como él. Sin embargo es el estilo, es el hombre a quien nos referimos puesto que los empeños que se lograron fueron producto de una búsqueda permanente para resolver los misterios que encierra el toro de lidia en su conjunto.
[1] Publicado originalmente en la revista MATADOR Año 2, N° 7 y 8, abril y mayo de 1997.