RECOMENDACIONES y LITERATURA.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
En la percepción que tuvo Leopoldo Vázquez para configurar, a distancia esta obra, tuvo que haber una serie de elementos que influyeran poderosamente en su construcción. Si bien es cierto que las pocas obras de producción nacional eran casi nulas, lo demás estaba supeditado a lo que la prensa comenzaba a informar como para poder estructurar algo en fondo, lo más coherente que fuese posible, mediando para ellos varios miles de kilómetros entre los dos continentes. Esas, entre muchas otras razones podrían crear un segmento peligrosamente especulativo, de ahí que sus deducciones tuviesen elementos que insisto, dieron alguna solidez a sus apuntes y más aún cuando en el capítulo II de la obra aquí analizada “Vicisitudes por que ha pasado el toreo en América”, don Leopoldo pone el dedo en el renglón de un asunto que era competencia exclusiva de un espacio por preservar componentes culturales que integraban a aquella que, por tres siglos dominó y controló el estado de cosas y por lo cual muchas naciones en cierne respondieron con su emancipación. Sin embargo, al quedar adherida la tauromaquia al espíritu de varios nuevos países americanos y preservar estos su puesta en escena hasta nuestros días, se tiene la certeza de que el mestizaje hizo su parte lo cual no es gratuito, pero tampoco una casualidad, pues tal proceso de asimilación tomó periodos de tiempo muy importantes para que los integrantes de cada lugar a donde enraizó esta expresión eminentemente española lo tomaran, lo hicieran suyo y al tenerlo como tal, le dieran elementos identitarios que los hizo únicos de este lado del mar, sin que esto alterara la esencia (cambia la forma, no el fondo).
Es interesante conocer la opinión de autores españoles cuya prudencia y equilibrio con la historia ven con naturalidad los hechos del pasado, al punto que Vázquez nos dice:
No solamente en México, sino en Chile, Perú, Uruguay y otros países de América que dominó España desde su descubrimiento hasta los primeros años del corriente siglo (se refiere al XIX) en que paulatinamente fueron declarándose independientes, puede decirse que el toreo de a pie estaba en su infancia hasta después de 1830, época en que pasaron a diferentes regiones de América algunos diestros españoles, ávidos, más que de gloria, de nuevos horizontes en que buscar fortuna.
Vázquez refiere algunos aspectos en los que aprecia la forma en que se configuró la primitiva y americana expresión independiente del toreo, destacando entre otras el todavía antiguo sistema del desjarrete, más de uso común en el campo que en la plaza. Y hete aquí que sin proponérmelo ha surgido un elemento que será la constante entre dos espacios importantísimos creándose entre ambos un diálogo permanente que hizo posible una tauromaquia a plenitud, exuberante a lo largo de buena parte del 19. Me refiero a los ámbitos urbano y rural.
Volvamos con Leopoldo Vázquez.
El toreo de capa estaba también en mantillas. Los lidiadores toreaban sin orden ni concierto, todos a la vez y por diferentes puntos, llamando la atención del toro, como se efectúa en las capeas de los pueblos y aún en las plazas de alguna importancia cuando para el público que quiera capearlos hay dispuestos moruchos embolados o vaquillas bravas.
Y como allí los toros son por el clima y la propiedad de los pastos bastante inferiores en bravura y condiciones de lidia a los españoles, menos duros y ligeros, de aquí que a los pocos capotazos dados en la forma indicada se queden mansos por completo.
Y es que lo anterior tiene cierta explicación.
Para empezar, la mejor manera de entender el caos que describe Vázquez, la mirada de John Moritz Rugendas es perfecta en la medida en que con ojos extranjeros pero no ajenos, se deja fascinar por las ocurrencias que seguramente pudo admirar en aquella tarde de reinauguración de la Real plaza de toros de San Pablo en abril de 1833, como se podrá observar a continuación:

Corrida de toros en la Plaza de San Pablo, John Moritz Rugendas, 1833. Óleo sobre cartón.
Fuente: Colección del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México.
Pueden contarse hasta seis de a caballo, todos con vara larga y otros siete de a pie, lo cual en nuestros días significaría un auténtico “herradero”, el desorden total, cuando por entonces sólo estaban vigentes algunas disposiciones legales que no veían por el lado de la lidia o su desarrollo, sino más bien en términos del orden al que se veían sujetos los actuantes e incluso el público, pero no más.
El otro aspecto que menciona nuestro autor tiene que ver con diferencias entre el ganado español y el americano. De aquel, tengo la certeza de que al consolidar la profesionalización del campo bravo a finales del siglo XVIII, España muestra un adelanto importante en ese sentido. No obstante, en México fueron dándose algunos indicios en ese sentido, por lo que debo hacer notar algunos ejemplos.
Allí está el caso de un bando que fue expedido el 5 de noviembre de 1770 en el que se anuncia la celebración de fiestas públicos a través de un aviso al público expresando los nombres de los toreros y las CASTAS de los toros… (Archivo General de la Nación, Bandos). Todavía es más interesante el contenido que aparece en una Cédula Real del 18 de febrero de 1686 que atiende la licencia concedida a José de Vera, mayordomo de la cofradía de Jesús Nazareno en la iglesia de Tulancingo, donde destaca el hecho de que habrán de lidiarse en sus fiestas “reses bravas”.
En ese sentido, me permito traer algunos apuntes de mi trabajo: “Atenco, la ganadería de toros bravos más importante en el siglo XIX. Esplendor y permanencia”, donde digo:
(…) entrando en materia, se ha podido comprobar que, aunque existe un número importante de haciendas ganaderas en el territorio mexicano durante los siglos virreinales y el XIX, muy pocas son proclives a destinar parte de sus actividades a la crianza del toro de lidia. ¿Cuáles podrían ser las causas?
Es posible que algunas unidades de producción contaran con un propósito bien definido por cubrir expectativas eminentemente comerciales, fundadas en aprovechar la presencia de un ganado cuya crianza está dirigida a unos fines que las ponían en lugar de privilegio, para ser llamadas a atender demandas establecidas por empresarios taurinos que buscaban entre las haciendas ganaderas, toros que sirvieran para los múltiples espectáculos programados durante el siglo XIX.
A este complejo, se suma la infraestructura y los objetivos perfectamente definidos que pudieron mostrar ciertos propietarios al estimular, gracias a sus bien fincadas relaciones empresariales, la mencionada crianza, como un elemento que apoyó durante mucho tiempo las irregulares condiciones económicas padecidas al interior de haciendas con este perfil.
Crianza en cuanto tal, como concepto y actividad modernas (ya lo veremos en el cuarto capítulo de esta tesis), no se dará sino hasta finales del siglo XIX, justo en el momento de la incorporación masiva del pie de simiente español, que alentó la reproducción con fines que se tornaron profesionales. Antes de esto, simplemente existe un concepto donde la intuición de muchos de los vaqueros y administradores, junto con los consejos de los toreros en boga, se sumaron con objeto de buscar el mejor prototipo de ganado para la fiesta que entonces se practicó.
(. . . . . . . . . )
Lo que ha sido una constante: la del esplendor y la permanencia se reflejan no sólo en el número de encierros lidiados, sino también en el juego o desempeño durante la lidia, lo que favorece en buena medida los factores del comportamiento del toreo decimonónico, pues deben haber sido toros que pudieron ofrecer mejores condiciones, aprovechadas por los diestros que, como Bernardo Gaviño se inclinaron por su notoria predilección. En la crónica a la corrida del 26 de septiembre de 1852 revisada en detalle en el capítulo anterior, pueden observarse características que fueron común denominador entre esos toros, tal y como lo confirma el siguiente documento, que corresponde a unos meses antes:
Cervantes, José Ma. le informa a su hermano del éxito de una corrida de toros y del entusiasmo de su afición a esa clase de diversión. Méjico, enero 26 de 1852. 1f.
“Con mucho gusto te participo que la corrida de toros ayer ha sido tan sobresaliente que por voz general se dice que hacía mucho tiempo que no se veía igual: los toros jugaron como unos leones y á cual mejor, diez y ocho caballos hubo entre muertos, heridos y lastimados Magdaleno y otros dos picadores”.
(…)Tu hermano José María.
Fueron labores comunes y cotidianas durante aquellos años y en la hacienda de Atenco las de la vaqueada, así como los herraderos. Por otro lado, se tenía la creencia de que ciertos toros a pesar de su mal color, se podía disponer de ellos para jugarlos. Además, otros factores que influyeron a la buena “crianza” son los de las tierras donde pastaban dichos ganados, para lo cual los grupos de vaqueros contaban con la ventaja de desplazar de un sitio a otro para optar por este o aquel, lo cual era un factor para decidir cuáles toros se enviaban a las plazas. El río Lerma también influyó en estos aspectos, pues existían procedimientos para hacer pasar por sus afluentes las puntas de ganado, primero para aprovechar su necesaria limpieza; segundo para evitar en cierta medida la presencia de insectos y sus posibles infecciones, asuntos que fueron atenuándose con la desecación del río Lerma, intentos que tuvieron lugar entre los años de 1757, 1857, 1870, 1907 y 1926.
En cuanto al estilo que fue peculiar en los toros de la hacienda de Atenco, hubo caso en 1864, año en el que siendo José Juan Cervantes su propietario, establece un compromiso con el entonces empresario de la plaza de toros del Paseo Nuevo, ofreciéndole garantías en cuanto al ganado de su propiedad se refiere.
El Sr. D. José Juan Cervantes, se compromete bajo las bases siguientes á dar a D. José Jorge Arellano, los mejores toros del ganado de la Hacienda de Atenco para que se jueguen en las corridas que el Sr. Arellano tenga a bien dar en esta capital.
1a. El Sr. Cervantes dará a Arellano los toros que este señor le pida para que se jueguen en esta capital.
2a. El Sr. Cervantes se obliga a que por su cuenta y riesgo sean conducidos los toros hasta ponerlos en la Plaza, mandando para cada corrida uno más del número que se le tenga pedido, por si acaso no agradara al público alguno de los toros de la corrida y tenga que dejarse de lidiar. Sin embargo Cervantes no queda obligado al cumplimiento de esta cláusula siempre que por algún caso fortuito los toros se huyesen o murieren (sic) en parte o en todo.
3a. El Sr. José Jorge Arellano pagará al Sr. Cervantes 60 pesos por cada toro de los que fueren muertos en la plaza.
4a. El Sr. Arellano pagará al Sr. Cervantes, quince pesos por el toro que el público devolviese quedando además en ese supuesto, el toro a favor del Sr. Cervantes.
5a. El Sr. Arellano pagará al Sr. Cervantes 30 pesos por cada uno de los toros que hubiese servido para mojiganga, o como embolados o si habiéndose picado, se hubiese indultado a petición del público. Si algún toro embolado o de mojiganga muriere o fuere matado queda la carne a beneficio de Cervantes.
6a. El Sr. Arellano pagará al Sr. Cervantes 15 pesos por cada uno de los toros que de otra raza proporcione para jugar los embolados.
7a. El Sr. Arellano pagará al Sr. Cervantes el valor de los toros que hayan jugado en una corrida, al día siguiente de esta, y el mismo día de la corrida se hará el pedido para la corrida siguiente.
8a. El Sr. Cervantes disfrutará de una lumbrera gratuitamente en cada función para que la ocupe, y al efecto se le mandará a su casa la víspera la planilla correspondiente.
9a. Cuando S.S.M.M.Y.Y. asistan el regalo de moñas será hecho y por cuenta del Sr. Cervantes como dueño del ganado.
10a. Si el Sr. Arellano desgraciadamente perdiera en la primera o siguientes corridas que ha de dar, queda rescindido este contrato y no tiene el Sr. Cervantes derecho a demandar a Arellano daños, perjuicios ni a deducir acción alguna.
México, Diciembre 19 de 1864.
José Jorge Arellano (Rúbrica)
Las 10 cláusulas representan la síntesis de la capacidad que para entonces ya había alcanzado una dedicada atención a la crianza (todavía sin el sentido profesional que comenzó a darse a finales del siglo XIX) de toros para la lidia, misma que se encuentra por encima de las otras haciendas que de igual forma nutren a las plazas para la celebración de festejos. El trabajo conjunto de vaqueros y toreros que están formados dentro del propio territorio atenqueño, o que visitan la hacienda elevan notablemente los índices de calidad que presentó el ganado. Entre esos toreros locales se encuentran Tomás Hernández “El Brujo”, junto con su hijos Felipe y José María “El Toluqueño” que, al lado de Bernardo Gaviño, Mariano González o Pablo Mendoza, y más tarde Ponciano Díaz seguramente influyeron, aportando ideas, interviniendo directamente en tareas selectivas como por ejemplo: el apartado y arreo, el enchiqueramiento o la tienta, preparación de la corrida, el traslado y embarque e incluso el desembarque en la plaza a donde eran destinados los toros.
Dice el Manual del ganadero mexicano “que todas las grandes mejoras que han llegado a constituir distintas razas, se han alcanzado por el medio fundamental de la selección, que es la reunión de los tipos más selectos en que se encuentran especificadas las calidades que se procura desarrollar, hasta fijarlas en condiciones permanentes, como tipo característico de una raza”.[1] La selección aplicada en el siglo XIX debió traer consigo excelentes resultados, independientemente de que la catalogue como autóctona, para diferenciarla de la que a partir de 1887 elevó aquella “selección” a su nivel profesional, respecto al hecho de la introducción masiva de ganado español a las haciendas mexicanas, mismas que se aliaron a la vanguardia que se practicaba en España. Antes de esta época los métodos eran meramente intuitivos, como resultado de la cotidiana experiencia alejada de fundamentos dirigidos a buscar una selección más rigurosa que arrojara balances satisfactorios, mismos que servían seguramente para establecer principios que luego derivaban en sistemas aplicados, a los cuales se agregaban otras prácticas que, en conjunto, se utilizaban para lograr mejores resultados.
Después en el capítulo IV: PRESENCIA Y ESENCIA DEL GANADO DE CASTA EN LA HACIENDA DE ATENCO, apunté lo que sigue:
a)Criterios para la selección del ganado. La crianza: nueva palabra en las tareas campiranas.
La empeñosa misión de los hacendados, que dirigieron sus propósitos a la crianza de toros bravos, tuvo momentos de señalada evolución, aplicando criterios selectivos que iban de la sencilla intuición, a complejos cruzamientos que actualmente han llegado al empleo de la moderna técnica donde se utilizan factores genéticos, apoyados por la ciencia, médicos veterinarios y el uso de la computadora.
Al mediar el siglo XIX, con el abundante despliegue de encierros que Atenco envió a las diversas plazas donde eran requeridos esos toros, deben haber existido principios cuya especificidad estaba sustentada en la experiencia, sobre todo de vaqueros y administradores, más de aquellos que de estos, debido al principio natural del contacto permanente y cotidiano que esos hombres del campo tuvieron, compartiéndola de seguro con el propietario, como es el caso en Atenco, pero también en haciendas inmediatas como Santín y San Diego de los Padres, en cuya historia encontramos datos de notable interés.
José Julio Barbabosa Saldaña, primo de Rafael Barbabosa Arzate, escribió entre 1886 y 1930 tres cuadernos, de los cuales existen dos, intitulados:
…al que leyere Nº 1 Orijen [sic] de la raza brava de Santín, y algunas cosas notables q.e ocurran en ella J(osé) J(ulio) B(arbabosa). Santín, Nbre 1º/(18)86, y Nº 3 Orijen [sic] de la raza brava de Santín, y algunas cosas notables q.e ocurran en ella J(osé) J(ulio) B(arbabosa). Santín, Nbre 2 de 1914.
que son dos documentos esenciales para conocer el origen y desarrollo de esta hacienda, enclavada en el hermoso valle de Toluca, cuya historia arrancó con fuerza durante el segundo tercio del siglo XIX, adquiendo verdadero esplendor durante el curso de los siguientes 100 años.
Entre las páginas 3 y 16 del primer “Cuaderno”, hay una amplia narración sobre cómo fue la formación de la mencionada hacienda, y más aún, de la selección “autóctona” con la que se constituyó la esencial característica de la casta en el ganado, así como los primeros encierros escogidos y quienes de aquellos toreros tuvieron a bien adquirir diversos lotes para enviarlos a las plazas, apuntando también el juego que dieron en las mismas. Veamos algunos de estos pasajes:
(Pág. 3) Al que leyere
Hay recuerdos que el S. mi abuelo D. José Julio Barbabosa dueño que fue de esta hacienda de Santín, se divirtió muchos días viendo a sus gañanes torear beserros q.e llenos de cólera y ley, hasian volar por los aires y vailaban sobre aquellos que enardesido su arrojo con pulques y licores q.e apropósito mandaba darles, entraban a un redondel perfectamente cubierto de estiercol y dispuesto de manera, que jamás una desgracia pudiera venir á apartar de mi alegre abuelo y sus amigos las estrepitosas risas y alegría con q.e festejaban á los fieles hijos de Baco, que llenos de arrogancia lidiaban cual Juan Panadero con los calzones al beserro, dando con toda su humanidad en el suelo, y parándose (o parándolos) muchas veses bañados con los /(p. 4) perfumados y fragantes orines de sus pequeños, pero bravos adversarios, la continuación de estos espectáculos despertó en mi abuelo el deseo de tener mayor número de bravos, a cuyo efecto mandaba poner de padres a los beserros q.e con mayor empeño y decisión, lidiaban puesto por los suelos a los movibles alambiques, hé aquí en mi concepto el orijen de esta raza, la que ciertamente estuvo a punto de concluir, pues las épocas calamitosas por que pasó esta hacienda de Santín (origen aproximado: 1836) por los años de 1840 ó 1845, hizo que se hubiera vendido todo el ganado con excepción de unas cuantas beserras escojidas entre lo más bonito del ganado, las q.e fueron suficientes para conservar aquella raza que por pura diversión propagó mi expresado abuelo; así fue ciertamente, pues luego q.e pasaron aquellos asiagos tiempos en /(p. 5) algunos combates, bendición de la capilla, y algunas otras veces, jugaron los dependientes algunas corridas de toretes, los que siempre manifestaron algunas condiciones propias para lid, hasta que en Toluca, el 2 de septiembre de 1866 compró Mariano la Monja cinco beserros para jugar en la plaza de toros de Toluca, los q.e ciertamente jugaron bien. Esta circunstancia despertó aunque todavía con frialdad el deseo de mejorar el ganado para lid, el año de 1868 Pablo Mendoza jugó varias corridas en la misma plaza de Toluca, en las que jugaron algunos toros bastante bien, esto unido á la compra de la plaza de toros del referido Toluca, que fue el año de 1870, hizo más enardeser el deseo de mejorar la raza, pues como he dicho, varios de los toros de Santín q.e en ella jugaron, no dejaron que desear, pero sucedió, /(p. 6) lo que generalmente pasa en la mayor parte de los negocios, que concluidos los toros de primera calidad, siguieron los de segunda que dieron poco juego, y a estos los de tercera, que no teniendo las condiciones necesarias, el público se disgustó y… hechemos un velo sobre pasos que nos causan disgustos y prosigamos nuestra historia; concluyó la plaza de Toluca para evitar disgustos, y el año de 1872, José M. Hernández dependiente de la hacienda de Atenco, se presentó en solicitud de toros para Puebla los llevó efectivamente, y tuvimos la suerte de q.e agradara su juego en aquella población, hasta el grado de q.e sin embargo de que los toros se cobraban a cuarenta y cinco pesos cada uno, D. Bernardo Gaviño que fue quien después de Hernández /(p. 7) los siguió toreando, mandó uno de nuestros toros después de jugado a no se que hacienda de las inmediaciones de Puebla para raza por cuyo toro nos dieron 60 pesos, y así siguió el ganado jugando en la mencionada Puebla, que como tenía demanda, el S. mi padre tomó empeño he hizo cuanto pudo para mejorarlo, pero no sé que pasó, en aquella época el ganado de Santín iva unido con el de S. Diego de los Padres q.e pertenese al S. mi tío y padrino D. Rafael Barbabosa, pero sea la maledisencia de algunas personas, o lo q.e se quiera, el caso es q.e en Puebla, se desía q.e todos los toros que de la plaza se desechaban por malos, eran de Santín, y viceversa, los que salían buenos pertenesían a S. Diego, esta circunstancia obligó al S. mi padre a no continuar mandando ganado, lo que ciertamente /(p. 8) produjo un gran decaimiento en la raza, pues como en esa fecha los toros estaban prohibidos en Toluca dejaron por largo tiempo de salir a jugar, con esepción de una o dos corridas cada año; este estado de postración hizo q.e el ganado bravo se descuidara algún tanto, hasta que volvieron a demandar toros para Puebla en Diciembre de 1878, época en la q.e estaba el ganado en tan bajo consepto con los empresarios de aquella plaza, que el primer (anuncio) de esta época, que se conserva en el despacho de esta Hacienda, ni menciona de que finca es el ganado q.e va a lidiarse, solo dise “Del valle de Toluca”. El Ser supremo dispuso q.e el ganado diera buen juego, y cada día se hizo de más crédito en Puebla, donde jugó hasta que se prohibieron en aquella poblasión las funciones, siendo en to- /(p. 9) das ellas, o mejor diremos en muchas de ellas, aplaudido el ganado, no solamente por la mayoría del público, sino también por los ganaderos de por ahí, como lo demuestra la pretención y ofresimiento q.e a mi personalmente hizo el S. González dueño de la ganadería de Piedras Negras, (q.e dicho sea de paso en mi humilde consepto es la mejor de las que por ahí se encuentran) en una corrida en que jugó y fue indultado un toro q.e tenía por nombre “Veneno” repito, el mismo S. González me ofresió ciento cincuenta pesos por él, no quise dárselo sin embargo de q.e me hasia ver q.e lo muy maltratado que quedó el toro, le impediría llegar a Santín por lo muy largo del camino; como sucedió efectivamente, en Lerma murió el toro, y no tuve el gusto de volverlo a ver en Santín. Ningún resentimiento tuvo la raza de Santín a causa de /(p. 10) las prohibiciones en Puebla pues como ya de alguna reputación gozaba el ganado (se dise vulgarmente que vale más caer en gracia, que ser desgraciado) todos los años subsecuentes, jamas han sido suficientes los toros q.e en Santín ha habido p.a cubrir los pedidos; sin embargo de habérseles ido subiendo gradualmente el precio hasta llegar al de cien pesos toro, que es el precio en que hoy vendemos. Desde el año de 1881 poco más o menos yo fui quien quedó únicamente encargado de esta hacienda, así pues desde esta fecha siguiendo los pasos de mis antepasados, he procurado mejorar la raza cuanto me ha sido posible comprendo q.e ciertamente no tengo la pericia y capasidad necesarias para ello; siendo esto así, sirvame lo dicho como escusa si mis posteriores el que leyere /(p. 11) o escuchare me culpan por el atraso en que encuentren al ganado, les recuerdo q.e si la Divina Providencia no me ha dado la inteligencia suficiente para ello, no soy culpable de esta falta y que “el que hase lo que puede, hace lo que debe”.
Al escribir el libro lo hago con el único objeto en 1er. lugar de que la posteridad sepa el origen de la raza, y en 2º de dejarle también recuerdos de alguno q.e otro toro que sea notable por alguna circunstancia referiré las peripecias que tengan lugar con la sencilles que aparezcan; precisamente por haberme propuesto haserlo así, me abstengo de escribir sobre varias reses cuyos nombres han quedado gravadas en nuestra memoria, pues no deseo escribir azañas ni escribir de los toros como mis deseos son, sino como son en sí, la /(p. 12) idea de que dentro de algunos años se haga comparación de las notabilidades de esta época con las de aquellos, p.a notar el progreso o degeneración q.e en el ganado haya habido, me ha hecho disidirme a escribir una fiel narración q.e ciertamente me resguarda y creo que con razón ¿quien no nos conose a los hombre que ciertamente estamos siempre dispuestos a murmurar y a pensar mal de nuestros semejantes? ¿quien de nosotros los hombres repito no acostumbra enalteser lo suyo y denigrar lo ageno? ¿y quien de los hombres pregunto por última vez no cree q.e los mismos defectos de que él adolese están más abultados en su hermano?
Lejos, sí, muy lejos de mi pluma estarán las adulaciones de los hechos, por las siguientes razones, es una /(p. 13) verdad q.e varias personas que leen las presentes narraciones han visto jugar, han conosido, y saben tanto como yo lo ocurrido con tal o cual vez q.e se menciona en la espresada narración, por que el actual caporal, Jesús Mercado y demás vaqueros y dependientes de esta hacienda que son quienes primero leen lo escrito, saben repito, tanto como yo lo ocurrido con la vez a que alude la narración; es probable q.e algunas personas (eseptuadas las dichas) de las que lean lo presente hayan visto también jugar los toros que se mencionan en el presente libro, en vista de esto: ¿sería yo tan falto de vergüenza que actos públicos cuyo color es negro yo los pintara blanco, y quisiera contrarestar a sentenares por no decir a millares de personas?
Convensido de que el honor /(p. 14) del hombre es su prenda sagrada, no quiero apareser ante las personas que hasta hoy sin méritos me honran con su aprecio, como jactancioso y embustero. ¿que honor resultaría a la ganadería de mi dicho aunque yo pusiese hasta las nuves a un toro, si dos mil (estoy seguro q.e más) desian q.e no había ido sino una cosa mala o cualquiera?
Siendo una verdad que la mentira dura mientras la verdad llega con la adulteración de los hechos al fin resultaría deshonrado, mientras que usando la verdad pura, podría resultarme un honor, pues siendo los toros actuales nada más que una medianía, si la Divina providencia /(p. 15) haré que se mejoren, sobre mi pobre persona resultaría el honor de haberla algún tanto mejorado.
En vista de las razones espuestas que son las que prevalesen en mí, me contraigo repito haser una fiel narración de lo que ocurra, circunscribiéndome a mencionar los hombres de toros antiguos y los nombres de varios toreros que han sido heridos por ellos, no diciendo nada sobre su juego aunque el de todos ellos fue notable, por no recordarlo, y encargando muy especialmente sea el pte. libro muy particular y de familia, por evitar criticar si por acaso alguien murmura sobre este proceder; llevese y tenga fijo en la memoria este mi consejo, “Desprecie los defectos y faltas agenas, pues son peque-/(p. 16) ñas, y sobre todo no le interesan, conosca y sobre todo evite las suyas que ciertamente son grandes y le importan.
Santín Nbre. de 1886.
José Julio Barbabosa (Rúbrica)
Tan importantes son estas notas, que decidí hacer la trascripción completa, en virtud de tratarse de la génesis y primera edad de Santín, que, como vemos, se señala el año de 1836, mismo en el que se pone punto de partida al historial de dicha hacienda, la cual vivió estragos entre 1840 y 1845, superados con el interesante asunto que tiene que ver con la forma de seleccionar al ganado, en medio de curiosos procedimientos, lejos de otras prácticas tradicionales, aunque muy a la manera de los dos José Julio Barbabosa, el padre quien comenzó un registro de notas sobre los acontecimientos ocurridos en Santín, desde 1853. Por su parte el hijo, hizo lo mismo a partir de noviembre de 1886.
En torno a ciertos datos sobre el desarrollo de Atenco, también José Julio Barbabosa, nada ajeno a estos avances, refiere lo siguiente:
(Pág. 132) Mayo de 1898
Aunque no es cosa q.e atañe a Santín, por ser cosa notable asiento en el pte libro lo siguiente: Juan Jiménez (Exijano) hizo venir de España los meses de Obre ó Sbre de 96 varios toros Españoles, y como no llamaron la atención del público de México los primeros q.e se lidiaron, y perdió el dinero en las corridas q.e dió con ellos, los dejó en Atenco padreando desde esa fecha hasta el 5 del pte. mayo q.e se resolvió a lidiarlos, tenía curiosidad de saber la clase de toros q.e serían, y aunque no fuí a la corrida supe por persona verídica q.e se pueden calificar de bueno uno, otro malo, y otro remalo, el bueno fue toro de Miura, bueno p.a la vara p.o mañoso como los diablos, tuvieron q.e matarlo a paso de banderilla, y desde el primer par de banderillas ya sabía leer y escribir, /(p. 133) el toro de Benjumea, q.e disen era precioso y esperaban un gran toro, motivo por el q.e anunciaron q.e no se mataría; malo, no se huyó á la vara, p.o era más blando q.e una mantequilla, en seis varas q.e resibió, no solo no mató ningún cabayo, p.o ni derribó ni tocó un pelo a los cabayos, lástima de las 28 @ de carne q.e tenía el animalito; y remató el del Saltillo, q.e con trabajos resibió 4 varas. En la actualidad tienen raza en Atenco de las siguientes: Antigua de Atenco, mesclada con S. Diego de los padres, Atenco con Navarro (ví jugar este toro, p.a mi cualquier cosa) con Miura, Saltillo, Benjumea, Concha y Sierra y con toro de Ybarra, (feo pero buen torito), además, las cruzas de estos toros con vacas de S. Diego, por tanto no bajan de tener 12 clases diferentes /(p. 134) de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena?
Es decir, hubo dos toros, uno de Miura y otro de Benjumea que dejó padreando Juan Jiménez “El Ecijano” en fecha que corresponde al mes de mayo de 1898, cuyo resultado en la lidia deja perfectamente sentados. Además, destaca que Atenco en esos momentos, era el producto de una mezcla entre sangres de San Diego, Atenco con Navarro, Miura –desde luego-, Saltillo, Benjumea también; Concha y Sierra y un toro de Ibarra, así como la mezcla de toros atenqueños con vacas de San Diego, lo que daba por resultado un ámbito ecléctico, que hacia notar la presencia de hasta “12 clases diferentes de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena?”
Sus datos son una aportación importante, pues en las postrimerías del siglo XIX, la hacienda de Atenco estaba buscando una mejor opción, independientemente de la intensa mezcla presente, aunque para Santín no significara ningún tipo de insinuación, puesto que los toros de don José Julio seguían siendo “criollos”, y lo serían hasta el 8 de septiembre de 1924, referidos en su tercer cuaderno.
Antes y durante el movimiento de emancipación de 1810 la actividad taurina alcanzaba niveles de gran importancia. Incluso hasta en los protagonistas de los hechos revolucionarios como Miguel Hidalgo, Ignacio Allende o José María Morelos se les veía como criador, torero y vaquero respectivamente.
Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.
Ante este panorama Atenco siguió lidiando en cantidades muy elevadas, según los registros con que dispone la historia del toreo en México. Justo es recordar que la ganadería desde sus inicios estuvo en poder del licenciado Juan Gutiérrez Altamirano y de su descendencia, conformada por el condado de Santiago de Calimaya; esto desde 1528 y hasta 1879, año en que es adquirida por la familia Barbabosa.
primera mitad- fueron:

Iniciada la segunda mitad del siglo que nos congrega, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, fueron San Diego de los Padres y Santín, enclavadas en el valle de Toluca. En 1836 fue creada Santín y en 1853 San Diego que surtían de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.
Junto a esta célebre ganadería de Atenco, y para 1874, don José María González Fernández adquiere todo el ganado criollo de San Cristóbal la Trampa, y lo ubica en terrenos de Tepeyahualco, en el estado de Tlaxcala. Catorce años más tarde este ganadero compra a Luis Mazzantini un semental de Benjumea y es con ese toro con el que de hecho toma punto de partida la más tarde famosa ganadería de Piedras Negras la que, a su vez, conformó otras tantas de igual fama. Por ejemplo: Zotoluca, La Laguna, Coaxamaluca y Ajuluapan.
Día a día se mostraba un síntoma ascendente cuya evolución era constante. Quedaron atrás aquellas manifestaciones propias de aquel toreo sin tutela, clara muestra por valorarse así mismos y a los demás por su capacidad creativa como continuidad de la mexicanidad en su mejor expresión.
De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa, por el público que dejó de ser simple espectador en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.
Las nuevas alternativas solo se disponían a su indicada explotación, por lo cual el destino del toreo en México tuvo por aquellos primeros años del siglo sus mejores momentos. El ganado lo había español y nacional ya cruzado de nuevo con aquel y dándole en consecuencia gran esplendor a la fiesta.
Por otro lado es evidente el hecho de la adquisición de un semental de Zalduendo que llegó a Atenco el año de 1894, suficiente motivo para originar la leyenda de los toros navarros en campo bravo mexicano, aunque el dato manejado en el capítulo I de esta tesis, abunda en aquellas circunstancias de compra-venta de reses bravas de casta Navarra que se verificaron entre Francisco Javier Altamirano y el Marqués de Santacara o sus descendientes entre los años de 1721 y 1750, con lo que se tiene otro soporte contundente, como lo es también el dato sobre ciertas actuaciones que tuvo Bernardo Gaviño en Puebla hacia 1858, quien junto con Pablo Mendoza lidiaron toros de Atenco, “entonces ganadería recientemente fundada”.
Como ya pudo verse en el capítulo anterior, bajo el análisis de volumen, método y eficacia, allí se encuentran perfectamente establecidas las condiciones que prevalecieron durante una buena parte del siglo XIX, espacio temporal en el que una hacienda tan peculiar como Atenco, cuyas principales tareas estaban dirigidas a la crianza de ganado bravo, actividades de las que se obtuvieron índices bastante notables, que sobre todo se destacan al mediar ese siglo, como puede observarse en el cuadro número cinco. Otras ganaderías que aparecían con frecuencia eran: Xajay o Sajay, Tlahuelilpa, El Cazadero. Entre 1815 y 1850 las noticias, mas que los datos son escasas, por lo que es imposible conocer los ámbitos de desarrollo en cuanto a las actividades en las que se involucraron administradores, vaqueros, caballerangos, “chilcualones” y otros. Una idea aproximada sobre que pudo ocurrir en ese período de 1815 a 1850, la encontramos en importantes apuntes que nos proporciona José Julio Barbabosa, dueño de Santín, que ya vimos párrafos arriba, acerca de sucedidos que se remontan al año 1836.
Ya sabemos también, gracias a la correspondencia entre propietario y administradores qué pasaba en Atenco en el período que se ha escogido para el análisis de este trabajo, por lo que ahora mismo ya es posible tener una perspectiva mucho más amplia de circunstancias sobre el manejo del ganado destinado para la lidia. Más tarde, y cuando Rafael Barbabosa Arzate es responsable en esta hacienda (entre 1879 y 1887, año este último en que fallece) no se tienen datos muy evidentes, salvo una reseña periodística recogida en La Muleta que se revisará más adelante, precisamente en los momentos en que la fiesta de toros y en la ciudad de México fue a recuperarse luego de que fue derogado el art. 87 de la Ley de Dotación de Fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867 que impuso la prohibición a las corridas de toros.[2]
En aquella época, sobrevino una condición absolutamente renovadora: el establecimiento del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.
En la ganadería surgieron alternativas muy importantes, pues se llegaba el momento de crear nuevos escenarios fundados en la posibilidad de cruzar ganado criollo, “toros nacionales” se les llegó a denominar, con toros españoles recién llegados al mismo tiempo de los diestros hispanos, encabezados por Luis Mazzantini, José Machío, Diego Prieto, Valentín Martín, Ramón López y otros.
En el caso particular de Atenco sucedió un primer y fallido intento al cruzar un semental de Zalduendo, hecho que ocurrió en 1894, de extraña procedencia, vendido con toda seguridad a Aurelio y Manuel Barbabosa Saldaña, quienes representaban, junto con sus hermanos Juan de Dios, Antonio y Herlinda la sociedad “Rafael Barbabosa, Sucesores”. No olvidemos el pasaje en el que Juan Jiménez tuvo que dejar el año de 1896 tres toros españoles en Atenco: de Miura, Benjumea y Saltillo, los que seguramente no estuvieron aislados; es posible que hasta hayan sido aprovechados por los señores Barbabosa para padrearlos con vacas de la propia hacienda. Parece que en ambos casos, los resultados fueron desastrosos, por lo que decidieron continuar con actividades convencionales, al margen de la mezcla con ganado español, de las cuales no se tuvieron frutos, conforme a los estándares de años atrás. Incluso se notó un declive, donde el juego ofrecido por los toros atenqueños fue a menos. Existe una crónica de 1895, cuando 5 toros de Atenco fueron lidiados en la plaza de San Bartolo Naucalpan[3] y en ella puede observarse el estado de decadencia en que se encontraba una hacienda aparentemente abandonada o descuidada en la crianza de ganado, lo cual nos señala que entre esos cinco últimos años del siglo XIX, y los primeros diez del XX, se mantuvo en medio de una situación bastante crítica, recuperada con la adquisición de simiente española en 1911; confiable de suyo, y que vino a convertirse en un importante respiro. Tras los años de natural espera, sumados a los que tuvieron que soportar la prohibición impuesta por el Gral. Venustiano Carranza, de 1916 a 1920; y luego la presencia de una reñida competencia con otras ganaderías ya no permitió recuperar los años gloriosos de que fue dueña en el período de esplendor y permanencia de amplia revisión hecha aquí.
Volviendo a la aplicación de los criterios para la selección del ganado, es posible entender que se dio continuidad a los que la experiencia y la cotidianidad establecieron durante los años de mayor resonancia en la hacienda, donde se agregan todas aquellas influencias ejercidas por matadores de toros. Tal es el caso de Bernardo Gaviño, Tomás, José María y Felipe Hernández, Ponciano Díaz desde el punto de vista de una primera etapa evolutiva que se consolidó plenamente.
En la etapa que corresponde a la aparición masiva de toreros españoles, a partir de 1887 se va a presentar un período de transición que buscaba redefinir ciertas trayectorias entendidas como comportamientos uniformes con tendencias a la baja, sobre todo si se trataba de ponerlas al servicio de ese nuevo capítulo español en México, que no cuadraba con los esquemas del toreo nacional, tipificado en diversas condiciones por un lado uniforme, pero por otro bastante desgastadas que posiblemente no establecían exigencias más allá de lo que en condiciones normales necesitaban para cubrir los requisitos o estándares bajo los cuales se movió esa expresión, que adquirió enorme influencia entre los años de 1850 a 1890, tiempo este último en el que comienzan a registrarse cambios radicales en cuanto a lo que representaba la novedosa expresión incorporada algunos años atrás, y lo que para públicos y prensa representó en sus cambios de opinión. Todo ello representó un vuelco, un giro de 360º por lo que se manifestaron preferencias definitivas que favorecieron ese nuevo capítulo de la tauromaquia en México.
d)Surgimiento de una ganadería “profesional” bajo el control de la familia Barbabosa a fines del siglo XIX.
Independientemente de los factores en contra, Atenco fue de alguna manera rescatada por Rafael Barbabosa en 1879 el que, por su parte puso un empeño muy especial, con el conocimiento de causa tras su experiencia acumulada en San Diego de los Padres, así como por la asociación con José Julio Barbabosa, dueño de Santín, y de seguro con otros hacendados del rumbo. El testimonio de Eduardo Noriega, publicado en 1888, da idea de las ventajas alcanzadas en esos momentos. Era un esfuerzo contundente, aunque con resultados poco alentadores. Bernardo Gaviño había muerto en 1886. La última ocasión que Gaviño lidió ganado de Atenco fue el 25 de octubre de 1885. Por su parte Ponciano Díaz continuó por ese sendero, aunque sin el brillo de los toros atenqueños, que por esa razón se tuvieron que buscar otras alternativas, no las mejores pues el ganado que lidió provenía de “haciendas” desconocidas, emparejándose en calidad que en ese sentido era mínima. El ganado español no tuvo los niveles recuperados y la espera tuvo que darse, en el caso de San Mateo en 1908 y Atenco en 1911, con la experiencia de otras haciendas ganaderas tales como: San Nicolás Peralta, San Cristóbal la Trampa, Piedras Negras, Guanamé, Santín, San Diego de los Padres, Tepeyahualco, y otras.
El concepto “profesional” se lo asigno en el momento en que las haciendas ganaderas y sus propietarios, fijaron su atención en el ganado importado que vendría a servir como un elemento novedoso para efectuar diversas cruzas entre el mucho ganado criollo que entonces existía, conveniente para el tipo de espectáculo que se desarrolló con fuerza en la segunda mitad del XIX, pero que ya había perdido su capacidad de interés en los últimos quince de la misma centuria, debido a la razón fundada en la presencia del grupo de diestros españoles quienes dieron sustento a los cambios representativos con los que la tauromaquia en México tomó un curso absolutamente renovado en todas sus estructuras.
De todo eso fueron conscientes, tanto Rafael Barbabosa Arzate como sus hijos, quienes a su muerte, en 1887, constituirían la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores”, columna vertebral que habría de continuar con el proyecto emprendido por quien desde 1879 adquirió la hacienda de Atenco, corrigiendo, mejorando en todo sentido los aspectos específicos respecto al ganado de lidia. Por razones que se desconocen pero que saltan a la vista, esta hacienda no pudo recuperar el ritmo contundente que tuvo décadas atrás, y todo, debido a la reestructuración primero. A la serie de mejoras que pusieron en práctica después, lo que significó un buen número de años, porque entre las haciendas dedicadas a la crianza de toros de lidia, los resultados deben esperarse pasado un buen tiempo, y si lo experimentado no trae consigo un buen balance, hay que dedicarse a las enmiendas obligadas. Veamos cual fue la imagen que tenía Atenco para 1921.
Carlos Quiroz “Monosabio”, importante periodista de finales del siglo XIX, y primeros 30 años del XX, va de una posición privilegiada, hasta llegar a la del desprestigio total, debido a sus métodos poco honestos de manejarse en un medio que le descubre inclinaciones descaradas, al escribir infinidad de notas en función del ingreso percibido, creando verdaderos elogios en algo que no lo merecía, y notas discriminatorias si el aludido no era espléndido o capaz de soltar dinero conforme a la exigencia del redactor. Así pasó con el Sr. José Julio Barbabosa, quien tuvo que soportar una lapidaria reseña de sus toros, los toros de Santín, en la crónica de la corrida del 11 de septiembre de 1921. Pero por otro lado, quienes se vieron halagados con sus apuntes, fueron los señores Barbabosa, dueños de Atenco, hacienda que visitó el periodista en el mismo mes patrio, que además estaba revestido con la magna celebración del centenario de la consumación de la independencia.
Desgraciadamente, en vez de hacerles un favor, provocó con sus apreciaciones desafortunadas y poco precisas en su mayoría, un desconcierto en lo que a información verídica se refiere. Esto tiene que ver con la nota titulada: “Atenco: Nuestra ganadería brava de más lustre abolengo”. De hecho, el señor Carlos Quiroz incurre en serios errores, como mencionar de entrada que “Atenco se formó (en 1550) gracias al patrimonio de un noble señor, don José María Altamirano, Conde de Santiago y Marqués de Calimaya”.
Al respecto, el Condado lo asumió la familia Gutiérrez Altamirano hasta el 6 de diciembre de 1616, tiempos de Felipe III.
Entusiasta aficionado a la fiesta brava, -sigue apuntando Carlos Quiroz- no podía resignarse a perder su espectáculo favorito. Y como para hacer guisado de liebre lo primero precisa tener es la liebre, el Excmo. Sr. Conde de Santiago pensó el la crianza de toros bravos. Y como lo pensó lo hizo: compró en la ganadería Navarra de Pérez de la Borda (sic) (es correcto, en todo caso Pérez Laborda) doce pares de becerros y becerras bravos, que formaron la simiente de la famosa vacada.
Junto con aquellos doce pares de becerros y becerras, S.E. El Conde hizo traer las crías del magnífico pescado blanco, que surca las aguas del Lerma para regalo del paladar de los moradores de la hoy infortunada Toluca.
La zona lacustre del valle de Toluca desde tiempos prehispánicos proporcionaba alimento a sus pobladores y no veo como pudo ocurrir esta citada reproducción pesquera, habiendo una variedad importante, como la que cita Bernardino de Sahagún en su “Códice Florentino” (L. XI, f 67r):
Peces de rio o lagunas” como:
Topotli.”pececillos, anchuelos… son pardillos: críanse en los manantiales: son buenos de comer y sabrosos”.
Amilotl. Por la información que vierte Sahagún parece que aquél era el principal pez blanco, pues indica que los “peces blancos llaman amilotl, o xouili; su principal nombres es amilotl: especialmente de los grandes y gruesos”, y luego añade que los “peces blancos que se llaman amilotl tienen comer delicado”.
Xouili. Otro pez que el autor describe como “bogas pardillas que se crían en el cieno y tienen muchos huevos”.
Xalmichi, “pececillos pequeñuelos”.
Cuitlapetotl, “pececillos barrigudillos, que se crían en el cieno… son medicinales para los niños”.
Michzaquan, “pecesitos muy pequeños”.
Tenzonmichi, “críanse en los ríos y en los manantiales… tienen escamas y… barbas”. De acuerdo con el etnohistoriador Gabriel Espinosa, cabe la posibilidad de que se trate del pez llamado bagre, el cual parece no ser lacustre sino de lugares con agua corriente y emergente, tal como lo puntualiza Sahagún.[4]
De todo lo anterior debo justificar el hecho de que el campo mexicano se convirtió en un permanente caldo de cultivo hasta que llegó la etapa en que la crianza del toro se tornó profesional. Tal fenómeno vino a concretarse hacia 1887, momento en el cual esta expresión en el campo, mostró
En la próxima entrega retomaré los apuntes de Vázquez cuando refiere que “A lo que hemos llamado guindaleta[5] denominan en el reino de México Peal y Mangana y en los de Lima y Buenos Aires lazo”.
CONTINUARÁ.
[1] MANUAL DEL GANADERO MEXICANO. Instrucciones para el establecimiento de las fincas ganaderas, por el Dr. C. Dillmann. Obra revisada y aumentada por el comisionado de la Secretaría de Fomento Miguel García, Médico Veterinario. México, Imprenta y Litografía Española, San Salvador el Seco núm. 11, 1883. 419 p., p. 146.
[2] José Francisco Coello Ugalde: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 p.
[3] EL DIARIO. Político, informativo, jocoso e ilustrado. Año I, N° 14. México, lunes 9 de diciembre de 1895.
Resumen:
La tarde buena; la entrada bastante regular y tuti cuanti.
León Cortés, en la cogida que sufrió, recibió un golpe contuso con la pala del cuerno, en el vientre al ser enganchado y volteado, un puntazo en el pliegue glúteo de la pierna izquierda, y una fuerte contusión en la frente.
La corrida, en general, resultó muy mala.
REHILETE.
[4] Beatriz A. Albores Zárate: Tules y sirenas. El impacto ecológico y cultural de la industrialización en el alto Lerma. Toluca, Edo. De México, El Colegio Mexiquense, A.C.-Gobierno del Estado de México. Secretaría de Ecología, 1995. 478 p., ils., facs., maps., p. 107.
[5] La guindaleta, de uso común en el Perú, Chile y Río de la plaza es un instrumento para cazar los toros ligándoles los pies revolcándose y tirándoles la “guindaleta”, a la que van sujetas tres bolas en otros tantos ramales dos como de un metro de longitud y el otro más corto en forma como de triángulo.
La guindaleta va atada por la punta opuesta a la concha o cola del caballo, al que tienen amaestrado a burlar la acometida del toro por medio de un recorte cuando le embiste y a estar siempre tirando del toro para que no se levante una vez derribado.