MINIATURAS TAURINAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Durante los últimos años del virreinato, esto desde 1765, se tiene noticia de la participación directa de las autoridades para lograr que el orden prevaleciera en la plaza de toros, en virtud del fuerte relajamiento que imperaba en los tendidos y hasta en el ruedo. Al paso de los años, nuevas disposiciones fueron reorientando el espectáculo, por lo que se recuerdan algunos bandos como los de 1785, 1815 o 1822. Este último, concebido como Reglamento para las corridas de toros tuvo que extenderse hasta el año de 1887, en que la autoridad pudo tener la oportunidad de elaborar algo acorde a la época y a las nuevas circunstancias presentes.
El Diario del Hogar, D.F., del 16 de noviembre de 1884, p. 7.
Para la temporada de 1884 que se desarrolló en la plaza del Huisachal, el periódico El Arte de la Lidia colaboró desinteresadamente para suplicar a los asistentes su mejor comportamiento posible, evitando así que una cierta mala costumbre de arrojar todo tipo de objetos al redondel, pusiera en riesgo la actuación de los toreros. En el Nº 2, año I, del 16 de noviembre de 1884 de la mencionada publicación apareció la siguiente recomendación:
El público de los toros.-
Hoy que la temporada de toros promete estar muy animada y con más orden que otros años y supuesto que en la plaza del Huisachal se verificarán corridas hasta que comiencen las aguas, es indispensable hacer ver al público que concurre a esta diversión y sobre todo al Sol lo mal que hace con tirar al redondel jarros, piedras y naranjas, pues como se ha dicho repetidamente: esto, además de que afea el espectáculo puede muy fácilmente ocasionar desgracias que serían de gran trascendencia. El público está en su derecho para hacer sus demostraciones, y éstas, solo se deben reducir a aprobar o desaprobar; no habiendo necesidad de recurrir a un medio tan impropio.
Esperemos que tanto la empresa, como la autoridad que preside las corridas de toros del Huisachal, procure evitar esta mala costumbre.
Dicho precepto no era nuevo. Ya en 1851, y con motivo de la inauguración de la plaza de toros del “Paseo Nuevo”, la autoridad también mostró interés y rigor con aquella forma de reaccionar por parte del público.
Colección del autor.
No fue una campaña que tuviera resultados inmediatos. A lo ya experimentado en medio de las pasiones que despertaba una mala corrida, tuvieron que pasar todavía un buen número de años para remediar, en buena pero no en gran medida, los desmanes provocados por el público asistente, que, o muchas veces se siente engañado, respondiendo en consecuencia de manera bastante violenta.
El mencionado “orden de la lidia” también adquirió mejores escalas en cuanto se fue manifestando la evolución del espectáculo, que se alejaba de los viejos principios establecidos por una costumbre que de alguna manera se estacionó, giró en su mismo eje, con la salvedad de que para evitar la monotonía se fue enriqueciendo en sí misma, por lo que la variedad de circunstancias con que se vistió hizo que se notara como un espectáculo fresco, novedoso, pero siempre al margen de la modernidad, una modernidad de la que no fue ajeno, pero cuyo avance fue sumamente lento en comparación con el que registraba la tauromaquia en España. De ahí, que al llegar esta expresión a nuestro país, resultó un capítulo de novedades sin precedentes, por lo que se renovó indefectiblemente.
De 1884 a 1887 solo hay una diferencia temporal muy corta, pero entre ambos años se tendió el puente definitivo que impulsaría el nuevo estado de cosas.