Archivo mensual: febrero 2014

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Espero que muchos de los lectores que amablemente pasan por aquí, coincidan conmigo y es que a  estas alturas, el conjunto de balances emitidos por la prensa taurina al respecto de la temporada taurina 2013-2014 en la ciudad de México es, en lo general, un conjunto optimista de números, junto con una que otra insinuante anotación de disgusto por malos resultados.

   Allá ellos. Lo que aquí interesa es esa otra realidad, la que se han negado a mirar, y es que a lo largo de 21 festejos, salvo dos muy identificados por lo que significó la presencia de toros en el ruedo, con Barralva y los de de Haro, el resto fue un triste reflejo de la realidad que se vive en el campo bravo mexicano, donde evidentemente tienen toros (nada es casual), pero cuando las condiciones son indiscutibles, no queda otro remedio que plegarse a los dictados de un poder que termina siendo el que manda. Iniciada esa cadena del subdesarrollo taurino, este alcanza sus mejores notas en la plaza, justo cuando tienen que ser avalados –simbolicamente- por jueces de plaza a quienes toca presidir, casi siempre en situación limitada, porque no teniendo otro remedio, también se someten a esos poderes fácticos que terminan imponiéndose, y les es imposible que apliquen un reglamento taurino, porque además de que por ahora es imposible que se haga cumplir, la delegación en turno –que ha sido la “Benito Juárez”-, simplemente brilla por su ausencia en términos de apoyo. Y no se diga la Jefatura de Gobierno.

   Hace poco, la ganadería de “Jaral de Peñas” fue vetada en Guadalajara por haberse comprobado en exámenes post morten que varios de esos ejemplares fueron manipulados en sus astas. Bien, esa misma sospecha fue una constante en muchos festejos aquí, en la capital, y es la hora en que en lo que duró la temporada, nunca se ordenó, por falta de las autoridades, solicitar un examen de esta naturaleza, no sólo para comprobar tal sospecha, sino para conocer con mayor certeza la edad de muchos de los ejemplares que, habiendo sido pasados por toros, la presencia de buen número de ellos apenas daba para considerarlos como novillos. ¿Y qué me dicen del peso? ¿Sospechoso, verdad?

   ¿Grandes faenas, grandes hazañas?

   No, no me vengan con cuentos. No las hubo, en resumidas cuentas, y no las hubo por falta de elementos extraordinarios como la capacidad de asombro, lo insólito, lo increíble en una faena. Muchas de ellas vinieron a ser el corte perfecto, con tijera del molde con que nos intentan “vender” la idea de “faenas de época” cuando, en bastantes ocasiones no se trata más que de pega-pases que intentan, sin el planteamiento requerido, bordar lances o tejer muletazos que pierden sustancia porque escasea en su bagaje ese principio elemental de conocer el toro hasta la médula, y descifrar, decodificar después ese misterio en labores correctas, en apego a la caudalosa riqueza de una tauromaquia que cuenta con decenas de lances y otros tantos pases de muleta, reafirmados con el conocimiento previo en las condiciones del toro, lo cual daría por resultado una interesante propuesta. Pero si en estos casos priva el minimalismo y todo queda reducido a verónicas y chicuelinas; naturales y derechazos… estamos fritos de verdad.

   Otro efecto que incomodaría a cualquier empresario atrevido en estos tiempos es esa constante “a la baja” de las entradas en día de corrida. Ciudad de México: con una población cercana a los 10 millones de habitantes, más la zona conurbada da, en estos tiempos la posibilidad de que 20 millones concentrados en un territorio como el del altiplano encuentren, entre las muchas opciones, un verdadero abanico de posibilidades para la diversión o el entretenimiento. Sin embargo, en el caso de la fiesta brava, el fenómeno que no es nuevo, viene siendo cada vez más notorio y, una empresa que confiaba en que el “5 de febrero” se llenaría la plaza, se volvió a topar con pared. Si el “5 de febrero” era la “tablita de salvación” en estos casos, se ve, a las claras que ya no. ¿Qué pasa ahí? ¿Cuál es la falla que provoca semejante problema? ¿Cómo resolver ese conflicto y esperar que los aficionados vuelvan a los tendidos de la plaza?

   Creo que la primera pregunta que debería hacerse el empresario es: ¿por qué no va gente a la plaza? Imaginará, como cualquiera de nosotros que, con semejantes carteles, la plaza de toros “México” y sus poco más de 42 mil localidades sería insuficiente para dar cabida a entusiastas aficionados, ávidos de acudir a un festejo más, pero con ganado de esa especie como la referida líneas atrás, y con jueces sin autoridad, con precios elevados, y muy pocas garantías de que el espectáculo resulte atractivo para muchos, el único resultado es el de entradas como las que pudieron apreciar en bastantes ocasiones. Pero el problema no para ahí. ¿Qué capacidad económica se requiere para mantener un negocio que linda con la bancarrota? ¿Se imaginan ustedes las pérdidas y los números rojos en un asunto condenado al fracaso, en donde lo único que queda es cerrar, poner el candado y colgar el letrero de “Se Vende” o “Se Renta”?

   Sin embargo, ante semejante circunstancia, pasan ya más de 10 años (quizá un poco más) en que la empresa que hoy día regentea el coso de Insurgentes sigue encarando esos problemas. ¿Qué capacidad económica tan poderosa se necesita para mantener un negocio en el que la pérdida es un factor de riesgo tarde con tarde?

   En ese secreto a voces, sabemos que detrás de todo esto se encuentra TELEVISA, y supongo que las finanzas de dicho consorcio darán para salvar del fracaso a ese ámbito que, por otro lado, lo tienen bastante descuidado, y que con desgano no falta quien declara en forma insolente e indolente también: “Al que le gusten los toros que vaya a la plaza, y al que no le gusten, que no vaya”.

   En fin, que tenemos el espectáculo de toros que nos merecemos gracias a un poder que sigue empeñado en mantener en su “cartelera”, por ejemplo a gente del nivel más bajo y que se encarga de alentar los “Reality shows”, uno más de los muchos ingredientes de programación de dicha empresa que tanto daño ha ocasionado a la EDUCACIÓN y a la CULTURA de este país.

   ¿Recuperaremos en algún momento esos puntos de esplendor que tuvo algún día la fiesta brava en México?

28 de febrero de 2014.

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SALTO POR ENCIMA DEL TORO…

ILUSTRADOR TAURINO. SOBRE SUERTES TAURINAS MEXICANAS EN DESUSO (XI).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

AHTM24RF1_605 El 31 de mayo de 1831 se presentó Bernardo Gaviño en Cuba. De él dijo la prensa lo siguiente:

 Es curioso el anuncio que, en 1832 y con el título de “Corrida sobresaliente y divertida”, aparece en el diario habanero El Noticiero y Lucero. “Juan Gutiérrez -comenta- dará el gran salto por encima del toro y en otro pondrá las banderillas de nueva invención desde lo alto de un taburete.

   “El beneficiado (Bernardo Gaviño) matará el segundo toro sujetándose los pies con un par de grilletes y en otro se burlará de su fiereza bailando la cachucha sobre una mesa al compás de la música con castañuelas.

   Antonio Fernández montará el tercer toro a pelo”.

    Escena de LA TAUROMAQUIA, de Francisco de Goya y Lucientes: Lám. N° 19.-Otra locura suya (de Martincho) en la misma plaza (Zaragoza).

Fuente: Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 98.

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REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    En el siguiente conjunto de imágenes, se pueden notar algunos elementos estéticos que van trascendiendo, gracias al avance de la técnica en aquella tecnología, la afirmación estética del toreo, componente que en esos primeros años del siglo XX comenzaba a insinuarse. El toreo era otro respecto al que se practica en nuestros días.

CCF21022014_0009bis La escena transcurre la tarde del 14 de enero de 1909. Esa ocasión, los aficionados capitalinos tuvieron la oportunidad de ver torear a Vicente Segura, quien recibe gran ovación después de culminar una de sus faenas, en la tarde de su beneficio. Tarjeta postal editada por F. Miret (1909). Archivo General de la Nación. México.

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Tamaño señorío no podía ser otro que el de Rodolfo Gaona, “El Indio Grande”, “El Petronio de los ruedos”. Este es un retrato de un Gaona joven, muy joven, de un Rodolfo Gaona Jiménez preparado y listo para dar cara a las otras cumbres de la tauromaquia, cosa que ocurrió en Mëxico y España, fundamentalmente. Apostura, galanteo, torería, todo eso y más en el continente de Gaona.

CCF21022014_0010bis Y adoptando la moda de la época, donde destacan ese sombrero de carrete, la camisa con cuello de “pajarita”, el saco ajustado y reafirmado con la botonadura y el clavel en el hojal, hicieron de esta figura un elemento publicitario del que supo aprovecharlo la cervecería “Moctezuma” entre los años de 1910 y 1915. Archivo General de la Nación. México.

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  Y aunque no hay más datos al respecto que ser una imagen registrada en 1910, los claroscuros, la sombras, el significado de las siluetas en las tablas y el redondel parecen servir para versos como el que sigue:

Picador

 

Bajo el sol

el toro y el torero se confunden

luz y sombra

                                               en los pinceles maestros.

 

Bajo el sol

el picador se confunde

                                               y lanza su pica al cielo

no en Flandes.

 

Y yo

me confundo

cuando armo un acertijo

 …que son versos de Becky Rubinstein F.

CONTINUARÁ.

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APUNTES PARA UNA TESIS DE FILOSOFÍA EN TORNO A LA TAUROMAQUIA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

APUNTES PARA UNA TESIS PRESENTADA POR NATALIA RADETICH FILINICH: “FILOSOFÍA Y SACRIFICIO: UNA EXPLORACIÓN EN TORNO AL SACRIFICIO TAURÓMACO”.

   Estamos frente a la primera tesis que, desde el territorio de la filosofía se ha elaborado en torno al tema de la tauromaquia en México. Su autora, la actual Maestra en Filosofía Natalia Radetich Filinich elaboró un trabajo académico de altísimo valor teórico en el que revisa y postula una serie de elementos relacionados fundamentalmente con uno de los más profundos misterios que emanan del toreo mismo. Me refiero al sacrificio del toro y en ello, le fue la vida al hacer extenso ejercicio hermenéutico, cognoscitivo y especulativo en torno a tamaño asunto. Ejercicio nada fácil si el tema tiene entre sus textos a ciertos “clásicos” como George Bataille, José Bergamín, Jacques Derrida o Michael Leiris cuyas ideas, como catedrales no habían sido puesta a revisión, en este caso por una inteligente pensadora, sabiendo que este aporte, desde México, le vendría muy bien para enriquecer, desde la filosofía su propia mirada al respecto del asunto que nos convoca.

   En el todo de su tesis, estructura un índice impecable. A saber:

 PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

I. LA PLAZA DE TOROS: RECINTO SACRIFICATORIO

II. EL TORO: VÍCTIMA SACRIFICIAL, ESPECTRO DE LA DISOLUCIÓN

             La encornadura

            La potencia sexual y vital

            La animalidad

 III. EL TORERO: SACRIFICADOR, FIGURA DEL UMBRAL

             La posición o el lugar del torero

            Miedo, valor, serenidad

            El erotismo

            Cuerpo bello, cuerpo lacerado

 IV. NOTAS SOBRE EL SACRIFICIO

             El desprecio por el sacrificio

            La pregunta por el sacrificio

            Lo más extraño que tiene la existencia humana

            El sacrificio como crítica del trabajo

            Dos rasgos sacrificiales de la tauromaquia

                         a)El pase tauromáquico

                        b)El sacrificio del toro

             el sacrificio taurómaco como sacrificio sin dios

 EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ICONOGRÁFICO

    La culminación en sus afanes, es lograda en la parte II: El toro: víctima sacrificial, espectro de la disolución, donde hace alarde de ese complejo ejercicio interpretativo hermenéutico que no les es dado más que a unos cuantos.

   Lo anterior, a partir de una imagen, aquella que corresponde a un impecable trabajo interpretativo, como hacía mucho tiempo no se daba a conocer algo de tan elevada calidad.

 He aquí el prodigio.

 NATURAL DE MANOLETE

Manuel Rodríguez «Manolete» interpretando un pase natural con la izquierda de magnífica manufactura. En: Antonio Abad Ojuel (seud. Don Antonio) y Emilio L. Oliva Paíto: LOS TOROS. Prólogo de Antonio Díaz-Cañabate. Barcelona, Librería Editorial Argos, S.A., 1966. 463 p. Ils., retrs., facs., p. 276.

    De lo demás, se encarga la autora.

   Luego, a lo largo del texto decanta muchas de sus inquietudes sobre los significados del toro, pero sobre todo del sacrificio en cuanto tal. Por ejemplo, nos dice, en la página 14:

   “En este tenor, el sacrificio taurómaco es un sacrificio paradigmático; escapa resueltamente al cálculo de los medios y los fines, no busca nada, no quiere nada, no postula –ni siquiera en la explicación discursiva que ofrece de sí mismo- una finalidad como razón de sí. el sacrificio del toro en la fiesta brava es un sacrificio sin futuro y sin fruto: no quiere nada a cambio de su víctima, no busca la unión con una instancia trascendente o divina, no aspira a mantener ningún orden, no quiere constituirse en expresión de sumisión, no persigue un objetivo expiatorio, propiciatorio, adivinatorio o de gratitud. El sacrificio tauromáquico, digámoslo así, se aguanta a si mismo en su inutilidad constitutiva: no apela a ninguna finalidad para justificarse o para explicarse, no construye un discurso justificatorio alrededor de sí mismo”.

   Es decir, estamos frente a la experiencia sacrificial, considerada como el acto último que hombre produce –y en este caso concreto-, tomando como “víctima” al toro, en un complejo proceso denominado asimismo como tauromaquia.

   Estamos ante la lucha sostenido entre toro y torero que conducen a pensar que se trata del medio para justificar el fin como el sacrificio, mientras la propia autora se cuestiona “Y para qué todo eso?, ¿para qué se mata al toro”. La respuesta no puede ser sino ésta: “Para nada”. El sacrificio del toro en la fiesta brava es, estrictamente hablando, del orden de la gratuidad, se encuentra entre las prácticas que escapan al principio de utilidad y que no pueden pensarse desde su lógica. El sacrificio taurómaco es, sin duda, un escándalo: no persigue fin alguno, no tiene justificación.

   Pero su empeño no tiene propósitos demoledores, sino de justificación plena para hacernos entender que esta representación, que le es tan propia a la cultura occidental, no se ha convertido, a lo largo de varios milenios en un mero accidente.

   En ese sentido, Occidente no es solo un referente geográfico o punto clave en la brújula. Occidente también es reflejo pluriétnico y pluricultural de otras tantas latitudes concentradas en ese sólo término de identificación.

   Finalmente, en el Epílogo nos dice: La plaza, vimos, es lugar de dilapidación, allí se da muerte a los majestuosos toros y su muerte es un escándalo, pues no persigue fin alguno, escapa al cálculo de los medios y los fines. En efecto, el sacrificio tauromáquico nos ha presentado el rostro del sacrificio inútil: pertenece a la inutilidad, no quiere nada a cambio de su víctima, no quiere conquistar los favores de una divinidad, no pretende comunicar con ella, ni mostrarle agradecimiento, sumisión o dependencia. El sacrificio del toro en la fiesta brava es sacrificio acéfalo, descentrado, inmolación que no quiere constituirse en tributo, ofrenda o intercambio.

   Así pues, la valiosa aportación de Natalia Radetich Filinich viene a ser, en estos tiempos de confrontación ideológica, de conflicto en el que dos frentes perfectamente definidos: los taurinos y los antitaurinos siguen sosteniendo, a veces tan ajenos a ideas como estas, que le vienen muy bien al espectáculo, para darle lustre, alejarlo de algún modo de los lugares comunes. Es por ello que los argumentos de nuestra autora, son de suyo, bienvenidos en momentos de escasez ideológica y sustantiva para justificar la pervivencia de un espectáculo milenario.

 Natalia Radetich Filinich: “Filosofía y sacrificio: Una exploración en torno al sacrificio taurómaco”. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras-Instituto de Investigaciones Filosóficas. Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía. Tesis que, para obtener el grado de Maestra en Filosofía, presenta (…) Director de tesis: Dr. Ignacio Díaz de la Serna. Octubre de 2009. 134 p. Ils.

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REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Viene a continuación otro interesante puñado de imágenes de la época, de conformidad con el propósito que se puso en marcha en la entrega anterior.

CCF21022014_0006bisEn esta corrida de la temporada 1908-1909, el matador Rodolfo Gaona hace el quite después de que el toro había derribado al picador y su cabalgadura.

Ciudad de México. Plaza de toros “El Toreo”. Tarjeta postal editada por F. Miret en 1908. Archivo General de la Nación.

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Con los tendidos a reventar, Rafael Gómez “Gallito” (que por entonces así se anunciaba en los carteles) y Rodolfo Gaona torean al “alimón”. El escenario no podía ser otro que la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa. Tarjeta postal editada por F. Miret s/f. Archivo General de la Nación.

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   En el mismo “Toreo”, aquí podemos apreciar un detalle de Vicente Segura, pasando de muleta en la corrida que tuvo lugar en su beneficio el domingo 24 de enero de 1909. Obsérvese el detalle de las infanterías, las cuales están al pendiente de cualquier incidencia en la faena, misma que se realiza en el tercio, al amparo de la querencia de un caballo muerto y de la que el toro se aferró a ella, en aras de encontrar condiciones para mostrar toda su codicia… o quizá sus debilidades. Tarjeta postal editada por M. Miret el mismo año. Archivo General de la Nación.

ESTA SERIE CONTINUARÁ CON OTRAS TANTAS IMÁGENES…

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REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Retomo esta serie dándole un giro interesante y curioso. De tiempo atrás, conservo una carpeta la cual, contiene imágenes extraídas de la muy entrañable publicación El Mundo Ilustrado (c1895-1914), convertida en una de más más importantes que dieron a conocer el mundo de las artes y las letras de la época. Colaboraron grandes escritores mexicanos, entre ellos: Amado Nervo, Manuel José Othón y Luis G. Urbina; este último fue por muchos años su director. El fundador de la misma fue otro gran personaje: Rafael Reyes Espíndola.

   En sus páginas, además de notables reportajes, se incluyeron registros fotográficos de sinfín de acontecimientos, los que no ignoraron el ambiente taurino, para lo cual dispongo, como decía al principio de estas notas, de un buen número de fotografías, las cuales se reprodujeron bajo la más alta calidad de la época, contando para ello con el uso de un papel espléndido. Así que si ustedes lo permiten, pasaré a mostrar este “revelado” con la selección de un buen número de imágenes que serán de enorme utilidad para entender el comportamiento de la fiesta de hace poco más de un siglo, en donde a pesar de lo primitivo en ciertas técnicas fotográficas, ya se percibe el propósito de “detener el tiempo” a partir de ciertas circunstancias técnicas o estéticas derivadas en el toreo. La combinación de esos registros con algunos fotogramas y las localizadas en algunas otras fuentes biblio y hemerográficas, serán el complemento para entender mejor este propósito.

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He aquí la plaza de toros de San Pablo, Ciudad Juárez, Chih. (1896). Ubicada en: Willivaldo Delgadillo y Maribel Linnongi: La mirada desterrada. Juárez y El Paso vistas por el cine (1896-1916). Ciudad Juárez, Chihuahua, 2000, p. 44.

   En esta plaza, Echoch Rector filmó la primera película rodada en México (febrero de 1896) “Una corrida de toros”.

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Aquí tienen ustedes a Rufino San Vicente “Chiquito de Begoña”. Tarjeta postal editada por F. Miret en 1908. Proviene del Archivo General de la Nación. El diestro español lleva con mucho tronío el traje corto andaluz y un calañés de ala corta. Nótese el telón de fondo, uno más de los que se utilizaban con frecuencia en los gabinetes fotográficos de la época.

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 Finalmente este es un momento de la corrida en la que actuó Rodolfo Gaona el 18 de octubre de 1908. Sobre la arena el famoso picador Veneno hace sangrar al astado. Tarjeta postal editada por F. Miret en ese mismo año. Archivo General de la Nación.

 ESTA SERIE CONTINUARÁ CON OTRAS TANTAS IMÁGENES…

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ADENDA A LA FECHA DEL 20 DE FEBRERO DE 1887: REINICIO DE LA ACTIVIDAD TAURINA EN LA CIUDAD DE MÉXICO.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    En las dos entregas anteriores pude reunir la información del día, la que emanó de aquella célebre jornada del 20 de febrero de 1887 con la que, como ya pudimos comprobar, se reiniciaron las actividades taurinas en la ciudad de México, mismas que tendrían hasta el final del siglo XIX un comportamiento intermitente, debido entre otras cosas, a la serie de irregularidades que fueron presentándose a lo largo de esos 13 años, y cuyo origen fue ese riguroso reacomodo al cual ingresó el toreo mexicano de entonces, el cual fue encontrando su verdadera dimensión, misma que consistió en seguir al pie de la letra los nuevos postulados de la tauromaquia de a pie, a la usanza española y en versión moderna. Cosa nada fácil, si para entonces esa misma expresión estaba plenamente dominada por una serie de representaciones que se sustentaban en puestas en escena derivadas del permanente diálogo habido entre la plaza y el campo. Es decir, entre los ámbitos urbano y rural, encontrando en ello seguidores que hicieron legión. Sin embargo, con ese “nuevo amanecer” también se incorporó en forma sólida el ejercicio periodístico de diversos personajes que, habiendo divulgado sus doctrinas, estas se convirtieron en auténticas trincheras desde donde se defendía el toreo a la mexicana o a la española, con lo que al encontrarnos en un auténtico campo de batalla, el fuego cruzado fue toda esa serie de nuevas ideas las cuales permitieron configurar los principios ideológicos de muchos que, no siendo aficionados, lo fueron a partir de esos momentos.

   Por estos y otros motivos de corta, mediana o larga duración fue posible entender que, al cumplirse los cien años de aquel acontecimiento, era necesario una revisión para conocer los diversos grados en que evolucionó el toreo de a pie en cuanto tal, y la forma en que la afición y sus diversos actores lo hicieron suyo. De ahí que el movimiento que encabezó precisamente Bibliófilos Taurinos de México se haya convertido en la mejor de las experiencias para entender tales procesos.

   Derivado del mismo, se dio un largo ciclo de conferencias, exposiciones, presentación de publicaciones, jornadas cinematográficas y otras actividades que, al final quedaron aderezadas por un conjunto de corridas de toros, celebradas en el “Palacio de los Deportes”.

   Como parte de esa experiencia, comparto con ustedes algunos de aquellos aspectos, concentrados fundamentalmente en el programa en general, del cual sólo incluyo la portada, así como el tríptico de la primera de aquellas exposiciones que fueron todo un éxito en su momento.

PROGRAMA FESTEJOS 1887-1987

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20 DE FEBRERO DE 1887: REINICIO DE LA ACTIVIDAD TAURINA EN LA CIUDAD DE MÉXICO (2 de 2).

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

II

 1887

   Como consecuencia de la inauguración de la plaza de toros “San Rafael”, la prensa no descansó en dar detalle del gran acontecimiento. Por ello, los versos que vienen a continuación aparecieron en un alcance extraordinario de El Arte de la Lidia. 

Ayer palpó esta verdad…

 Ayer palpó esta verdad

el público mexicano;

¡Qué espléndida novedad,

el estreno en la ciudad

de una plaza por Ponciano!

 

Y a caballo, y en simón,

cuánto catrín, cuánto charro!

 

¡Cómo el ansia sostenida

con la plaza prometida

desde que empezó el mes loco,

fue creciendo poco, a poco

hasta el día de la corrida!

 

¡Qué emoción y qué algaraza

cuando la primera plaza

de México se abrió al fin,

y de Parangueo la raza

saliá al toque del clarín!

 

¡Y qué estruendo, qué alharaca

que hasta la música opaca

cuando estoque y trapo en mano,

se dispone al metisaca

el arrojado Ponciano!

 

Cielo azul, sol abrazante,

regadas las anchas vías,

mil simones, mil tranvías,

llenos de gente anhelante;

gendarmes de curvo sable,

que como estatuas escuestre,

de jinetes y pedestres

ven el curso inagotable;

soldados, charros, catrines,

hombres, niños y mujeres,

proletarios, mercaderes,

figurones, figurines;

mucho jarano y rebozo,

mucho tápalo y sombrilla,

mucho abanico y mantilla,

mucho fuego, mucho gozo.

 

Mucho francés y español,

mucha frugra por el suelo,

mucha carita de cielo,

muchos ojitos de sol.

 

Gente en puertas y ventanas,

y en balcones y azoteas,

viendo amoríos y peleas,

y empellones y jaranas.

Mil carreras, mil rumores,

del festejoso gentío,

que semeja hirviente río

entre márgenes de flores.

Polvo, sudores, afanes

dichos, hechos, apreturas,

chillidos de las criaturas,

diabluras de los galanes;

y en el fondo, coronada

de ondeantes banderolas,

la plaza, en que se hace olas

la gente frente a la entrada.

Pero lo bueno, lector,

está dentro de la plaza,

do la vista se solaza

con el taurófilo ardor.

Mas cuida el orden ufana

la guardia, con la guapeza

de los tiempos de Su Alteza

serenísima Santa-Anna.

Llega el Juez, y al par resuena

la charanga y el clarín,

y en medio al clamor sin fin

la cuadrilla entra en la arena.

Marcha a la cabeza airoso

el diestro Ponciano Díaz,

que con vivas simpatías

saluda el pueblo gozoso.

El diestro saluda, escucha

mil vivas, y la cuadrilla,

peones y gente de silla

corren listos a la lucha.

Suena al fin el cuervo ufano

y dan comienzo al jaleo

las fieras de Parangueo

y el grito de ¡Ahora, Ponciano!

 

Anónimo.[1]

    Además, incluyo a continuación el facsímil de tres ejemplares de El Arte de la Lidia, publicación que para entonces ya se había consolidado en el gusto de los lectores y aficionados a los toros. Tales ejemplos, corresponden a los días más cercanos a tan notable acontecimiento. Se trata de las publicaciones del domingo 20 de febrero, martes 23 de febrero (alcance extraordinario) y del domingo 27 de febrero de 1887, respectivamente.

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[1] El Arte de la Lidia. Revista taurina y de espectáculos. Órgano del toreo en México. Año 3º. México, martes 22 de febrero de 1887, 3ª época. Estreno de la “Gran Plaza de Toros de México. Calzada de San Rafael, Colonia de los Arquitectos. Primera corrida de inauguración. Domingo 20 de febrero de 1887.

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20 DE FEBRERO DE 1887: REINICIO DE LA ACTIVIDAD TAURINA EN LA CIUDAD DE MÉXICO (1 de 2).

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hace 27 años, justo en 1987 y con la concreta participación de Bibliófilos Taurinos de México, se llevó a cabo durante casi medio año, un conjunto de conmemoraciones que rememoraban la reanudación de las corridas de toros en la ciudad de México, luego de que cien años atrás fue derogado el decreto que había sido impuesto, a finales de 1867, con motivo de la aplicación de la Ley de Dotación de Fondos Municipales. A continuación, pretendo incluir las condiciones que se desarrollaron para que aquella medida se eliminara, con lo que, a partir del 20 de febrero de 1887 comenzó una nueva etapa de actividad taurómaca en este punto esencial del país.

    Fue la Segunda Comisión de Gobernación del Congreso Décimo tercero (con período del 15 de septiembre de 1886 hasta igual fecha de 1888), la que en sesión del 29 de noviembre de 1886, presentó un Dictamen, exponiendo: que a su juicio era de aprobarse la solicitud que pedía la derogación del artículo número 87 de la Ley para Dotación de Fondos Municipales, expedida en 28 de noviembre de 1867.

   Si bien, el anterior congreso rechazó la propuesta y heredó en la siguiente la posible solución, ésta en cambio, en el primer trimestre de ejercicio presentó el dictamen con respaldo de los diputados Abogado Tomás Reyes Retana y Ramón Rodríguez Rivera.

   Los elementos de que dispusieron ambos diputados se basaron en tres considerandos, a saber:

Primera.-Solamente en un sentimentalismo exagerado y exclusivo a unos cuantos, puede fundarse la prohibición de un espectáculo del que la mayoría afirma debe señalarse como una costumbre nacional, determinada por una afición peculiar en nuestra raza. Afición en que se marcan nuestros predecesores históricos y el carácter e índole de nuestro pueblo.

Segunda.-El ejemplo del Distrito Federal al abolir las corridas de toros en 1867, no fué secundado, por largo tiempo, en los Estados de la Federación ni aun siquiera en los más limítrofes; y es ridículo para esa Ley que existan plazas de toros a inmediaciones de la Capital, favorecidas y concurridas por los habitantes de ésta, cuyo Tesoro Municipal paga en una de ellas -la del Huisachal– el servicio de policía, haciéndolo con sus propios gendarmes.

Tercera.-Las corridas de toros, consideradas bajo el punto de vista utilitario, tienen dos ventajas: son una diversión preventiva a los delitos porque proporcionan al pueblo distracción y la apartan de los sitios en que se prostituye, y además son fuente de recursos para los municipios.

   Luego entonces, la Comisión Dictaminadora se concentró en un cuidadoso y preferente estudio que resolvió con la siguiente primer formulación:

Primera.-Deróguese el artículo 87 de la Ley para Dotación de Fondos Municipales expedida en 28 de noviembre de 1867.

Segundo.-Concédase licencia para dar corridas de toros pagando los empresarios por cada licencia la cantidad de cuatrocientos y ochocientos pesos.

Tercero.-Dedíquese el producto de estas licencias exclusivamente a cubrir parte de los gastos que originan las obras para hacer el desagüe del Valle de México.[1]

   Solo fue leído e impreso para un nuevo análisis el 4 de diciembre de 1886. Pero tres días después se discutió severamente y quienes tomaron la palabra para impugnarlo fueron los ciudadanos Emilio Pimentel y Gustavo Baz.

   El primero dijo:

 que no consideraba cierto que las corridas de toros fueran una costumbre nacional, porque ni aun son primitivas de nuestros conquistadores y progenitores los españoles, sino que entre ellos las introdujeron los romanos. Además, que nuestra verdadera fisonomía nacional no debía serla de la raza Hispana, sino la de la Azteca.[2]

    Es un hecho que las corridas de toros han arraigado tanto en el pueblo y sus costumbres que se convierten así en una tradición cuyo recorrido parte desde el fin de la conquista de los españoles, hasta nuestros días. Sin embargo, los matices del nacionalismo y más aún, los del neoaztequismo hacen pronunciar a Pimentel un juicio vindicador que comienza a gestarse poderosamente cuando se decide por la conservación de lo prehispánico, con la idealización de ese mismo pasado

 forma de crear una alternativa culta pero a la vez popular, como parte de la ruptura ya evidente entre campo y ciudad, industria y arte popular, obreros y campesinos.[3]

    Esto es que ya configuraban una razón de ser que para algunos significaba el alumbramiento de nuevos esplendores en el campo de la nacionalidad, discusión esta que no podía darse mejor que en la Cámara de Diputados.

   El segundo (Baz) dijo:

 que no consideraba el asunto como digno de ocupar el tiempo de un parlamento civilizado, porque era ridículo, y protestaba que se afirme que la opinión pública pida el restablecimiento de una diversión sanguinaria y bárbara. Cree que si algunos hacen tal petición no serán ciertamente los padres de familia y las mujeres honradas, sino los solterones y las hembras que importa en sus vapores la compañía naviera «ANTONIO LOPEZ».[4]

    Gustavo Baz antepone el progreso como auténtico valor que se soslayó en esa discusión, asomando para placer de la polémica los propios de un ambiente netamente popular el cual se manifestaba en forma que nada guardara proporción a los principios civilizados.

   Por eso Reyes Retana y Rodríguez Rivera más conscientes de aquello que sucedía a nivel del pueblo se lanzaron a la ofensiva y expusieron ideas como de que:

  El legislador, para dictar las leyes, debe de tener en consideración las costumbres e índole de los pueblos que legisla, y está demostrado que las corridas de toros son una costumbre en el pueblo mexicano, porque

le son habituales y las prefiere a todas las otras diversiones. Además, están acordes con su índole belicosa e influyen en ella, conservándole la valentía necesaria para militar.

   Si las corridas de toros deben estar prohibidas por considerarlas diversión indigna de pueblos civilizados, igual reto tendrá que imponerse a otras, también sangrientas y que son admitidas y ninguno impugna.

   Es mejor que las corridas de toros sean fuente de recurso para aumentar los fondos de los municipios, y no que sean causa de que ellos menoscaben su tesoro, gastando en cuidar el orden público en una diversión que no les produce rendimiento, pero a la que tiene que vigilar por celebrarse en puntos próximos a su jurisdicción, la capital, y repercutir en esta los desórdenes que hubiera.[5]

    Claro, es de notarse la búsqueda por los beneficios en obras públicas proporcionada por espectáculos masivos como este. Pero también señalan el hecho de que la propia policía de la capital se tuviese que apostar en las cercanías con plazas del estado de México las muchas veces en que se celebraron corridas, implicando este asunto gastos excesivos que no producían ganancia alguna a las arcas públicas. Antes al contrario, gastos indebidos.

   Siguieron interviniendo otras personas a favor de Pimentel y Baz y se pusieron de su lado el Coronel Francisco Romero y D. Julio Espinosa. De ahí en fuera no hubo más opinión al respecto por lo que se procedió a la decisión por el planteamiento. De esa forma los resultados fueron de 81 votos a favor y 41 en contra para la derogación del art. 87, consiguiéndose así la recuperación de las corridas de toros en el Distrito Federal.

   Del segundo aspecto que propuso la Comisión Dictaminadora se le hizo una objeción, la cual aducía que «Se presta a predilecciones y arbitrariedades, porque a unos empresarios les cobrarán por licencia el mínimo de la cuota y a otros les exigirán el máximun. Por lo tanto, este artículo debe ser reformado».

   Dentro de la comisión se encuentra el ya para nosotros conocido Alfredo Chavero quien al enterarse de lo propuesto en la objeción, propuso que el artículo fuera modificado bajo el siguiente planteamiento:

   «Los empresarios pagarán por la licencia para cada corrida, el quince por ciento de la entrada total que haya».

   Todo ello acarreó nuevos debates y fueron los diputados Dr. Francisco García López y Guillermo Prieto quienes declararon furibundos su reacción en el estrado.

   El artículo tercero se aprobó sin mayores dificultades (118 votos a favor; 15 lo fueron en contra).

   Y para confirmar que todo quedaba lógicamente definido, todavía el diputado Baz pidió que el dictamen -ya para entonces decreto de ley- le fuera agregado la petición de que «En la reglamentación de la presente ley se observará lo prevenido en el Código Penal».

   No fue discutida la petición y fue posible entonces que se canalizara el asunto; pero en la Cámara de Senadores, para que lo revisara y dictaminara, acatándose de ese modo los trámites Constitucionales.

 Leyes prohibitivas que los enemigos de la Tauromaquia tienen siempre en los puntos de la pluma y por las que dedican ardiente alabanza a los gobernantes. Sin considerar que esos decretos nacieron, mejor que de la voluntad de sus autores de las críticas circunstancias en que los mismos se encontraban con la relación a sus gobernados.[6]

    Esta idea parte de considerar si las leyes elaboradas para liquidar un espectáculo como el taurino son bien vistas por los oponentes al mismo, y es cierto también que se da a notar el estado que guarda cada régimen que, en su esquema político, económico y social enfrenta circunstancias de esta índole.

   Tras los debates y discusiones se inició una época distinta para el toreo en México, donde conceptos y especificidades diversas permitieron orientarlo por rutas más seguras.

   Y bien, bajo esta revisión minuciosa, no me queda establecer más que lo ya muchas veces señalado: que el espectáculo gozó de continuidad provinciana mientras la capital se veía relegada y nada más que a la espera. Una espera que dicho sea de paso, no colmó la paciencia de los afectos a las corridas de toros. Estos acudieron a las cercanas de estados próximos a la capital, sin que los evolucionistas dejaran de seguir su campaña de repudio,[7] lo cual viene a mostrarnos que aquella conseja manejada por el pueblo, a propósito de «lo que el viento a Juárez» es un juego de palabras donde la fiesta, prohibida en el Distrito Federal y bajo el régimen del oaxaqueño, «le hizo lo que el viento a Juárez» en la provincia.

   La reanudación -en tanto- de las corridas de toros en el Distrito Federal ocurre el 20 de febrero de 1887 con el estreno de la plaza de San Rafael. El único espada fue Ponciano Díaz lidiando 6 toros de Parangueo.

CARTEL_20.02.1887

Cartel: Plaza de Toros. 20 de febrero de 1887. Archivo Histórico del Distrito Federal. Ayuntamiento de la Ciudad de México, Diversiones Públicas, vol. 860, exp. 1, Tip. Callejón del Ratón N° 2. (58 x 17.1 cm).

PONCIANO DÍAZ

El gran torero con bigotes entrando a matar, suerte sometida a las normas más avanzadas que se pusieron en práctica hacia 1887. Fuente: Colección del autor.

CONTINUARÁ.


[1] Centro de Estudios de Historia de México (Condumex) [C.E.H.M.]

Desagüe, México=ciudad.

082.172.521

V.A.                        JOHNSTONE, F.W.

1886.=Proyecto para el desagüe de la ciudad y el valle de México propuesto por el Sr. F.W. Johnstone, y dictamen de la comisión nombrada por la Secretaría de Fomento.=México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 58=(I) p. 13.2×20.7 c. Enc. rúst. (Miscelánea Ciudad de México No. 6, Folleto No. 7).

III=6=1973                  A.=No. 35352=c.

[2] Cuesta Baquero, ib., T. II., p. 7.

[3] Daniel Schávelzon. La polémica del arte nacional, p. 13.

[4] Cuesta Baquero, Ib.

[5] Ib., p. 7-8.

[6] Ib., p. 9.

[7] Luis González y González, y Guadalupe Monroy. Historia moderna de México. República Restaurada (Vida social), p. 618.

   Los grandes esfuerzos de los hombres pensadores y sencillos de la Unión, están ya nulificados con la plaza de toros de Tlalnepantla… parece que después de tanto trabajar, sólo se dictaminó que no hubiera toros en el patio de una casa, y por consiguiente, ha quedado en pie, con una burla terrible; pues burla es la que a las puertas de México exista la plaza de toros, y que los convites para ellos se fijen en las esquinas de la Capital y se repartan a los transeúntes de ella… Recordemos lo que el poeta Selgas dijo a los españoles: Tres bestias entran en la plaza de toros: una va a fuerzas, la llevan a lazo; la otra va por cobrar y la tercera paga por entrar… ¿Cuál de las tres es la mayor?

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Archivado bajo EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS

PABLO Y BENITO MENDOZA: TAUROMAQUIA DEL XIX MEXICANO (2 de 2).

MUSEO-GALERÍA TAURINO MEXICANO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 PABLO Y BENITO MENDOZA. TOMÁS Y JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ, TOREROS DEL XIX QUE NO SE PERDIERON GRACIAS A LAS SIGUIENTES HAZAÑAS POR CONTAR.

   En el caso de Tomás y José María Hernández, los datos también son de suma importancia. No se trataba de dos improvisados. Eran más bien, dos diestros aguerridos que ya veremos en la siguiente información de lo que eran capaces a la hora de ponerse delante de un toro, o de armar escándalo hasta con el administrador de la hacienda de Atenco.

   En el ya conocido Fondo de los Condes Santiago de Calimaya, que vengo citando, aparecen los dos siguientes documentos, cuyas particularidades comentaré en seguida.

 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de la remisión de 10 toros para una corrida que son de lo mejor según Cresencio, y que espera contestación con Zacarías.-Atenco, 9 de diciembre de 1857, 1f.

   “Muy Señor mío de todo mi afecto y respeto.

   “Llegó Tomás (¿Hernández?) con el objeto de que se hiciera la vaqueada de los toros para la corrida de la apuesta; pero como yo vine instruido de esa, ya con tiempo se había dispuesto todo lo concerniente para remitir los diez que hoy salen y que según Cresencio y todos es de lo mejor y aún Tomás quiso que recorriera el cercado para escoger alguno pero no encontró mejores que los expresados: se han puesto los medios: ahora falta la suerte (…)”

 Tomás Hernández, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa sobre la existencia de unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos.-Atenco, abril 29 de 1862, 1f.

    Lo que llama la atención de entrada, es la manera en que Tomás Hernández juega un papel decisivo para valorar las condiciones del toro en el campo, antes de conducirlo a la plaza. Su opinión era determinante en la medida en que daba la última palabra al respecto de qué toros saldrían del cercado de Atenco, con dirección a las plazas, e incluso hasta llega a opinar sobre el hecho de que “unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos”, como si existiera un criterio muy particular sobre las características de los toros atenqueños, mismos que, para la época salían al ruedo manifestando diversidad de capaz, como se puede comprobar en la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852, y que apareció en El Siglo XIX Nº. 1367 del sábado 25 de septiembre.

   Heriberto Lanfranchi califica a la crónica de aquella tarde, como la primera de carácter taurino publicada en México. Creo que, por la importancia del acontecimiento que se reseña, traslado aquí tal testimonio. En él, vamos a encontrarnos con características muy particulares de los toros lidiados aquella ocasión, y que cumplen con el fenotipo navarro. Enseguida de traer hasta aquí la reseña, me ocuparé de abordar un tema en el que la influencia del gaditano pudo dejarse ver en dicha situación.

 PLAZA DEL PASEO NUEVO.-Domingo 26 de septiembre de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco.

   Deseando la empresa proporcionar cuanto antes a sus numerosos favorecedores, la diversión de toros de que han carecido por tanto tiempo, ha dispuesto comenzar sus corridas en este día.

   “Se lidiarán 6 toros de Atenco. En el intermedio se echarán dos toros para el coleadero, concluyendo la función con el toro embolado de costumbre. La función comenzará después de las cuatro, si el tiempo lo permite. (EL SIGLO XIX, N° 1367, del sábado 25 de septiembre de 1852).

 PRIMERA CRÓNICA TAURINA PUBLICADA EN MÉXICO:

 “FIESTAS DE CUERNOS.- …En la tarde de antier se presentaron seis animalitos de la famosa raza (Atenco), chicos, vellosos en la frente y cuello, y ligeros como todos los de la hacienda de don J. J. Cervantes (el dueño de Atenco en 1852. N. del A.). La concurrencia fue numerosísima en la sombra; en el sol, como pocas veces la hemos visto; y la azotea bien coronada de gente. El interior de la plaza no ha presentado novedad alguna, ni la necesita, pues se conserva tan primorosa como el día que se estrenó; más el exterior que tiene el soberbio adorno en su frontis de una hermosísima casa, que según sabemos, se destina para café, billares, etc…

   “A las cuatro y cuarto de la tarde comenzó la corrida con asistencia del Exmo. Sr. Presidente. La cuadrilla de Bernardo se presentó formada de dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores, todos bien vestidos, como se acostumbra siempre en esta plaza.

   “Antes de comenzar nuestros artículos de cuernos, suplicamos a los peninsulares no establezcan comparaciones entre sus cuadrillas y las nuestras; pues en España, en primer lugar, se hace un estudio especial y detenido de Tauromaquia, y en segundo, allá los grandes toreros tienen sueldos que equivalen a una fortuna, cosa que aquí no podría proporcionarse. Así, pues, huyendo de toda comparación y concretándonos a México, es como haremos nuestras calificaciones.

   “El primer toro que se presentó a la lid era colorado, muy velloso en la frente, corni-cerrado, muy bien armado, ligero y entrador: tomó cuatro varas de Ávila y tres de Magdaleno, una de éstas sobresaliente; y habiendo quedado muy mal herido su caballo, creemos que habrá muerto. Delgado y “El Moreliano” quisieron poner sus dos pares de banderillas adornadas, y sólo pusieron una cada uno; después puso el primero un par de corrientes bien, y otro regular, e igualmente “El Moreliano”, aunque el par que éste puso bien, nos gustó más que el de Delgado. La espada la tomó Bernardo Gaviño y mató al animal de un mete y saca regular.

   Segundo toro. Colorado retinto, corni-cerrado, muy velloso, poco ligero y recelosísimo, pues rara vez se puso en suerte. Recibió cinco varas de “Champurrado” y dos de Cruz; del primero dos buenas, y una del segundo. El andaluz Joaquín le puso una banderilla muy adornada y dos corrientes, éstas bastante regular: al saltar este banderillero la valla, el toro quiso brincar tras él, y aunque no lo salvó, le rompió el calzón: repetidas desgracias de éstas le han sucedido y seguirán sucediendo a este andaluz por demasiado confiado al saltar la valla; mientras olvide que los toros de Atenco se distinguen por su tenacidad en seguir al bulto, recibirá más y más golpes, que algún día lo inutilizarán para siempre. Un nuevo banderillero que no conocíamos, José María, puso un par de banderillas adornadas y otro de corrientes bastante regular. Lo mató Mariano González de un mete y saca, que si hubiera sido un poco más alto habría recibido nuestros aplausos.

   Tercer toro. Color oscuro, vulgarmente conocido bajo el nombre de hosco, y para que nos entiendan los rancheros, josco, corniabierto, el más grande de la corrida, muy ligero y entrador. Ahora es tiempo de hacer advertir a los picadores la ventaja que hay en esperar a los toros, sobre ir a buscarlos; cuando el animal sale del chiquero con toda su ligereza, corre por el circo deslumbrado, y si se le sigue, además de cansar al caballo, el toro se acostumbra a huir. Si nuestros picadores no abandonan esta manía de correr tras el bicho, y la de coger la pica larga, no saldrán nunca de chapuceros. Recibió cuatro varas de Ávila y ocho de Magdaleno, casi todas éstas buenas, una sobresaliente. “Champurrado” le dio un buen pinchazo, pero habiéndole derribado del caballo, el toro jugaba por el suelo con éste y su jinete; Bernardo, que nunca pierde de vista a toda su cuadrilla, cuando vio en tamaño conflicto al picador, tomó la cola al bicho, el que dando vueltas, hizo tropezar a aquél, y se vieron por algunos segundos a ambos toreros ser el juguete de los cuernos del animal. Sin embargo, se pararon ilesos, cosa que produjo un aplauso y entusiasmo en toda la concurrencia, difíciles de referir. Cruz dio dos piquetes, y en segundo hizo la barbaridad que otras veces, y que se le aplaude mucho en el sol, y por la que merece un mes de cárcel. El toro ensartó al caballo, y el picador se bajó de éste y cogió al bicho de los cuernos, queriendo dominarlo, como otras veces ha hecho con toros más chicos; el presente, que era grande y fuerte, no permitió el desacato, y a no ser por Bernardo, el bárbaro Cruz es víctima de su temeridad. No nos cansaremos en reclamar contra este acto de barbarie, digno de los comanches y apaches, ni de suplicar al empresario y a las autoridades que presiden, corrijan esta audacia imprudente que hará morir algún día a ese picador a la vista de todo el público. Delgado y “El Moreliano” pusieron cada uno su par de banderillas adornadas, y un chulillo, Manuel, clavó un par medio regular; no dudamos que llegue a ser un buen banderillero con el tiempo. Llevó la espada el capitán, y después de un golpe en hueso, le dio un buen mete y saca.

   Toro cuarto. Del mismo color que el anterior, cornigacho y entrador. Recibió siete varas de “Champurrado” y seis de Teodoro: este muchacho acaba de salir de una larga enfermedad, así que nada extraño es que la falte pujanza para sostener a su cornudo antagonista; entre los piquetes del primero hubo tres buenos, y en uno de éstos dejó dentro la garrocha al toro por más de dos minutos; este bárbaro accidente, que llaman desabotonarse la pica, es visto con mucho desagrado por el público de la sombra, y quisiéramos que se tratara de corregir a toda costa. También vimos otra cosa que mucho nos desagrada, y es picar y poner banderillas al mismo tiempo. Esto fatiga mucho al animal y no le deja entrar bien para la muerte: hágalo enhorabuena Bernardo con el toro que ha de matar; pero no con los ajenos. Si este toro no hubiera sido por sí tan bueno, estamos seguros que Mariano habría degollado al bicho; Bernardo fue el único que puso banderillas, y fueron dos pares de adornadas con lujo y cinco pares comunes, todas bien puestas. El señor de la corrida fue Mariano González, que a la primera estocada en los rubios, o sea en la cruz, mató con gran primor al animal. Bien, muy bien don Mariano; si en las tres corridas siguientes dais la misma estocada, os ofrecemos llamarla, ya que hoy está de moda ese nombre, “la estocada Mariana”. ¿No veis el entusiasmo que produce en el público este modo de matar, mientras que da náuseas y horripila ver derramar bocanadas de sangre al pobre cuadrúpedo? Aplicaos a repetir la estocada de hoy, y contad con nuestros aplausos.

   “Toro quinto. Del mismo color que los dos anteriores; estaba muy corneado; recibió cuatro varas de Ávila, cuyo caballo murió; Magdaleno dio seis pinchazos, uno de ellos buenos, y otro Cruz; Delgado saltó bastante bien al trascuerno. Pusieron regular su par de banderillas muy adornadas, “El Moreliano”, Joaquín y José María; éste, además, par y medio comunes, y Joaquín dos pares. Lo mató Bernardo a la segunda, de un bonito mete y saca.

   Ultimo bicho. De color que llaman colorado bragado; era muy corniabierto y algo cansado: fue el único de la corrida que nos gustó poco. Las nueve varas que tomó de “Chapurrado” y Teodoro, no tuvieron nada de particular. “El Moreliano” puso muy bien su par de banderillas con esa audacia con que se mete al toro, y que al fin le ha de costar caro; además clavó cinco comunes; Delgado puso dos bien, cinco regular, todas de las comunes. El bicho pasó a mejor vida de manos de Magdaleno a caballo, del tercer pinchazo.

   “Entre el tercero y cuarto toros, hubo dos de cola muy mal servidos, a pesar de que el segundo era muy retrechero. Hablando en su idioma a los coleadores, les decimos que no refuerzan mucho el rabo, pues por esto se les queda en la mano, y ya no tienen modo de colear; que espíen el momento en que el toro queda parado en los cuartos delanteros, que es cuando más fácilmente va al suelo el animal. De siete veces que cogieron antier la cola los rancheros, sólo una tiraron al bicho.

   “Preciso es confesar que no obstante la tarde nublada y desagradable, la corrida estuvo muy bonita y animada, y si continúa el esmero por parte de la cuadrilla y de la empresa, las entradas seguirán en aumento. Se nos asegura que pronto será el beneficio del señor don José Juan Cervantes, dueño del ganado, y es de creerse que el de esa tarde sea de lo más bravo y escogido que haya pisado la plaza de Bucareli, pues además de que lo exige el honor de la persona, lo merecerá la concurrencia, que aseguramos ha de ser numerosísima”·. (El Orden. N° 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852).[1]

    En seguida comentaré las referencias que he destacado para mejor apreciarlas.

   Al mencionar dos toros para el coleadero y además, el toro embolado de costumbre, ello nos refleja el carácter de mezcolanza habido durante buena parte del siglo pasado (que ya pronto será “antepasado”), anejo indispensable y complementario de las diversas corridas efectuadas tanto en la Real Plaza de toros de San Pablo, como en la Plaza de toros del Paseo Nuevo y que tanto gustaban al público de entonces. No concebían una corrida si no llevaba como uno más de sus actos, el coleadero y el toro embolado. Como vemos, la cuadrilla de Gaviño, independientemente de la que presentara Mariano González “La Monja”, esta constituida por: dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores. Es decir, un auténtico grupo formado con los elementos que por entonces exigía la tauromaquia concebida y realizada en México.

   Ávila y Magdaleno Vera eran, entre otros los picadores. Para la fecha, quiero suponer simplemente que al respecto del primero, se tratara de uno de los famosos hermanos Ávila, ya fuera Luis, Sóstenes o José María. En cualquiera de los casos, y si esto resultara verídico, encontramos que el torero mexicano aprovechaba cualquier circunstancia para poder actuar en la plaza, pero sobre todo cuando Gaviño tenía compromiso. Bernardo, en algún momento debe haber representado un centro de atención muy especial, puesto que la cantidad de festejos donde actuó marcan la línea de un “mandón” de los ruedos, influyente en todo sentido y capaz de tener finalmente controlado todo el sistema que se movía alrededor de las corridas de toros. En cuanto a José Delgado y “El Moreliano”, de este último puedo decir que pudiera tratarse de Jesús Villegas, más tarde conocido con el remoquete de “El Catrín”. Era un torero de Morelia que se entusiasmó tanto cuando vio a Gaviño actuar en alguna plaza michoacana, que dejó a la familia y se fue a hacer la legua con el gaditano. Sin embargo, es Francisco Soria el verdadero “Moreliano” quien pertenece a la cuadrilla del torero español. En todo esto no hay más que una coincidencia y casualidad al mismo tiempo.

   La suerte del mete y saca era tan común que hasta hubo manera de identificar a cada torero a la hora de ejecutarla. No es casualidad que a grandes estocadas, como las de Mariano González “La Monja” se le conocieran con denominaciones como la “estocada Mariana”. Adjetivos de grandeza y “eficiencia” también.

   Siguiendo con las referencias señaladas, es ahora el “Champurrado”, picador de toros y Joaquín, banderillero español, a quienes dedicamos estas líneas. “Champurrado”, aparte de ser el popular atole de masa de maíz con chocolate, leche, canela y azúcar, también es una denominación para calificar un mestizo a otro mestizo. En la época que nos detiene para su revisión el “Champurrado” debe haber sido un picador cuyas características nos pueden ser reveladas por esos maravillosos apuntes de costumbre, recogidos en ASTUCIA de Luis G. Inclán. Joaquín López, banderillero andaluz, quizá estuvo integrado a la cuadrilla de don Bernardo, como un subalterno más. Ya vimos que Gaviño no aceptaba “intrusos” que empañaran su trayectoria artística, sobre todo a la hora de las ganancias, pero también del renombre que tenía de sobra, ganado por nuestro torero español y mexicano al mismo tiempo.

   José María, otro de los picadores, Pilar Cruz, el bárbaro Cruz, es uno más de los varilargueros, temerarios y valientes como el que más, y Manuel Lozano García, banderillero.

 UN CASO DE LUCHA POR EL PODER Y EL CONTROL DEL GANADO BRAVO EN ATENCO ENTRE 1862 Y 1863: TOMÁS HERNÁNDEZ VS. AGUSTÍN LEBRIJA.

    A mediados de 1862 comenzó a darse en el cercado de Atenco un conflicto que alcanzó proporciones bastante delicadas, debido a que Tomás Hernández “El Brujo” era el “Caudillo”, o jefe de los “chilcualones”, encargados en las tareas de la vaquería.

   Tomás es en esos momentos un maestro consumado, porque sabe y conoce todos los secretos, todos los movimientos que ocurren en los cercados de la hacienda atenqueña. Esto le garantiza cierta inmunidad, en tanto privilegio que lo llevó a ser impune. Por eso Agustín Lebrija, entonces administrador de la hacienda, le dice a su hermana Da. Ana María Lebrija de Cervantes, a la sazón, esposa del Conde de Santiago de Calimaya, José Juan Cervantes, en carta fechada en Toluca el 29 de noviembre de aquel año lo siguiente:

 Toros, han ido y no he tenido razón ninguna así es que, si Tomás ha de hacer lo que quiere avísamelo para mi gobierno y dese mi responsabilidad en lo que hago el nuevo administrador esto solo a tí te lo digo de estos procederes estoy cansado, pues en el cercado han hecho prodigio y medio con los pastos, en fin pronto te escribiré largo sobre este asunto. Si consideras que hay incomodida por lo que no hables nada, pones en la misma tarde recibido que tu Conde escribió a Tomás para que le mandara la corrida y lo cierto es que yo no he visto tal carta y solo me avisó el Caudillo que se llevaban para Méjico seis toros que pedía el amo.

    Leyendo entre líneas percibimos una lucha por el poder entre Lebrija y Hernández (aunque este último garantizaba para sí mismo un coto cuyas barreras fueron sus amplios conocimientos que podía ocultar o condicionar, bajo el respaldo absoluto del Conde, del “l´amo”). De ahí que Agustín estuviese preocupado en buscar un “nuevo administrador”, que un poco más adelante veremos a quien se le designó la responsabilidad. Lebrija en cuanto tal, se siente rebasado, desplazado inclusive por un poder adquirido por el “Caudillo”. Derrama gotas de hiel, tiene coraje de los hechos que viene causando el “Brujo”, entre otros, los de “prodigio y medio con los pastos”. El prodigio como tal no existe. En todo caso se refiere a que cometió barbaridad y media, estropeando “los pastos”. Y lo puedo afirmar, seguro de lo que digo, con la carta que el mismo Lebrija fechó el 8 de marzo de 1863 que veremos más adelante. Por el momento, me concreto a terminar con este asunto.

IMAGEN DE ICAZA

 En esta escena de Ernesto de Icaza, parece recrearse el encuentro de Tomás y José María Hernández (padre e hijo, respectivamente) en el viejo y recordado Atenco del XIX. En Charrería Nacional, año I, N° 1, del 1° de julio de 1963.

    Ahora bien, el manejo independiente de correspondencia entre Lebrija y el Conde y de Tomás con don José Juan causaba “incomodida” al angustiado Agustín, porque “El Brujo” podía arreglar cualquier asunto con el Conde, dejando con un palmo de narices al administrador de la hacienda, que le pide a su hermana lo tenga al alba en tanto se entere de una carta que envió Tomás Hernández al Conde, concretándose este al mandar una corrida bajo su conducción y custodia, asunto que con toda seguridad era una tarea común, donde Tomás consumaba el privilegio de “hacer lo que quiere”. De esa forma hizo lo que quiso y se fue a la ciudad a dejar los toros para el PASEO NUEVO, y de paso visitar al Conde, con quien existía completa libertad para platicar con él, darle su propia versión y sentirse protegido. Era pues, el “favorito” del Conde de Santiago de Calimaya.

   Las cosas se complicaron aún más en marzo de 1863. Agustín Lebrija vuelve a escribirle a su hermana Da. Ana María el día 8 de aquel mes en estos términos:

 Muy querida Gordita: con ancia de saber de Uds. y por saber hoy de un nuevo robo grande, dime y pongamos (sic) de acuerdo por lo que pueda suceder.

   Los toretes por fin no salieron porque hubo enfermedad en la corriente del Gral. Beltrán y ni así se fue Tomás y sin embargo de que Gregorio le dio tu recado desde hoy hace ocho días, pues como te dije, tu carta la recibí después de 8 días sin embargo en el acto dispuse se fuera.

   Te hablaré claro respecto a Tomás y familia que todos los mozos están muy disgustados con ellos, principalmente Guadalupe el Caudillo que es el responsable del cercado, y como a este le pido cuentas de los partes y muchas partidas las recoje José Ma. (Hernández) y solo Dios sabe lo que se vuelve, pues aunque este dice lo que recibe ya ha cojido varias denuncias como el que tu sabes. A Tomás respecto de esa nota te diré nada en su obsequio porque estoy satisfecho de su manejo, pero como tu sabes no es para nada de eso, y todo lo enreda, así es que José María es el bravo. Hace ocho días que se queja un vaquero de que José María le pegó y por tal asunto se sacaron prodigios. Las circunstancias me contienen para correjir sin embargo te lo aviso para que sepas y no te cuenten chismes, lo que hice fue regañarlos a todos.

   El sueldo de José María es nocivo a la raya porque ya no trabaja cosa en los corrales, así es que solo está ya de cuidador que con Tomás sobre pues ya las cobranzas ni caso hacen y todos los días digo que cobren, en esto hay mucho enmiendo como te diré en otra vez.

   Con disimulo no dejes de preguntarle a Tomás sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen.

    Dicha carta nos acerca a varios pasajes de vida cotidiana que bajo la historia de las mentalidades nos arrojaría vertientes interminables y muy ricas.

   Atenco era botín de constantes robos. En 1818

 se acercó a estas inmediaciones el cabecilla cura Hidalgo sufrió esta hacienda una extracción considerable de reses… Además los yndios así arrendatarios y circunvecinos se insurgentaron (y) cada uno se tomó la cabeza [de ganado] que pudo, destruyendo zanjas y haciendo cuanto perjuicio pudieron…

    La corriente del Gral. Beltrán debe haber sido algún atajo o sitio donde se manifestaron condiciones epidémicas o de insalubridad que impidieron el paso de los toretes de un lugar a otro dentro de los mismos cercados, motivo suficiente para que Tomás no saliera de Atenco como era el deseo de Agustín.

   ¿Qué alboroto armaría Tomás que “todos los mozos están muy disgustados” con él y su familia? En esos momentos, “El Brujo” no era más que “El Brujo” y no ostentaba el grado de “Caudillo” que sí tuvo “Guadalupe”, o sea José Guadalupe Albino Díaz, padre de Ponciano, personaje de amplios conocimientos, pero incómodo al movimiento de rebeldía que encabezaban los Hernández, sobre todo Tomás y José María su hijo que está interviniendo e interfiriendo en los reportes que Guadalupe prepara para informar al administrador, Agustín Lebrija. “El Caudillo” y Lebrija sabían en esos reportes que existen varias denuncias (lógicamente perdedizas) “como el que tu sabes” refiriéndose abiertamente a Tomás, que no es “El Brujo”, sino el “Rebelde”.

   “A Tomás (…) te diré nada en su obsequio”. No hay elogios abiertos a quien se ha venido convirtiendo en un insurrecto, en el personaje que no llega a ningún acuerdo con Lebrija pero en relación al trabajo “estoy satisfecho de su manejo”. Lamenta Agustín que Tomás “todo lo enreda, así es que José María es el bravo”. Si Tomás “mete cizaña” y origina con ello un ambiente de intrigas, pues resulta que José María emplea la fuerza y hasta es capaz de golpear a un vaquero y decirse ambos lindezas y “prodigios” echando mano de un amplio repertorio de “palabrotas” que se “sacaron” cada quien enturbiando el ambiente.

   Lebrija se enfrenta a una situación crítica, la cual tiene un remedio: la reprimenda, el engaño: “lo que hice fue regañarlos a todos”, le escribe a su hermana.

   Mantener a José María que ya no trabaja más que como cuidador es un conflicto, pero su paga y la de Tomás se quedan “y todos los días digo que cobren” sin que se acerquen a cumplir con ese derecho, apunta Lebrija.

   Agustín le pide a su hermana esté atenta en cuanto vea a Tomás para preguntarle “sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen”. Poco después “El Brujo” desapareció intencionalmente y el caos con el ganado que pastaba pero no podía beber agua, porque ahí el papel de los vaqueros es indispensable para conducir las cabezas de ganado de un lugar a otro, debe haber puesto las cosas al rojo vivo. ¿Vino la solución? Tal vez. ¿Qué quería Tomás demostrando con todo lo que hemos visto la antitesis de sus conocimientos?

   Probablemente:

a)Operar con absoluta independencia, tomando acuerdos exclusivamente con el Conde.

b)Desconocer con todas esas acciones ya referidas al “administrador”.

c)Encabezar y hacer destacar a un grupo de expertos con amplios conocimientos quienes, en la posibilidad de verse bloqueados o frenados, ponen a funcionar la rebeldía como bandera.

   Al principio de estas notas hablé de la génesis y desarrollo del conflicto. ¿En qué terminó? Varios años después (1875) encontramos que Tomás Hernández ostenta el cargo de “Caudillo jubilado”, cargo vitalicio que le garantizó permanencia (de 15 años aproximadamente), así como el derecho de mantenerse firme en un cargo que nunca quiso perder, a costa incluso de rebeliones y levantamientos de él o con él y su familia.

   Aquí pongo fin a un caso de lucha por el poder manifestado abiertamente entre Tomás Hernández “El Brujo” y “El Caudillo” al mismo tiempo, en contra del representante del Conde de Santiago de Calimaya, Agustín Lebrija. Esa lucha es por el control en el cercado, del ganado de bravo, de las tierras de que se nutren los toros. Y ambos personajes no aspiran más allá que a esto. El Conde sigue siendo, para uno y para otro “su” protector y quizás se sirva de ambos, aunque ambos entren en conflicto, el caso es que el ritmo de producción en Atenco no sea entorpecido, puesto que los toros siguen enviándose a las plazas con la periodicidad acostumbrada. Atenco es una hacienda que durante esos años en particular alcanza proporciones muy importantes en producción de cabezas de ganado vacuno en general, y toros bravos o para la lid, en particular.

   De José María Hernández, apunta Heriberto Lanfranchi:

 JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ. Nació en la hacienda de Atenco, donde empezó a torear. En 1869 estuvo de segunda espada en la cuadrilla de Manuel Hermosilla y con él toreo por los estados de Puebla y Veracruz. Luego, formó con sus hermanos una cuadrilla en la que Ponciano Díaz, por cierto, fue banderillero en 1878. Mucho toreó durante varios años; pero a partir de 1884, ya sólo lo hizo en Toluca y otros pueblos cercanos, no presentándose en la ciudad de México.[2]

    Al pretender elaborar el perfil biográfico de estos cuatro personajes me encuentro con escasez de datos, resultado de esa vida de aventuras no sólo recorrida por ellos. También otros los que, en conjunto, desplegaron la esencia fascinante del velo de misterio, que así como llegaban, aposentándose como dueños de la situación, así también desaparecían. Únicos testimonios de su presencia son algunos carteles, fantasmas sobrevivientes de la itinerancia, camino de gitanos, presencia e influjo de duendes, capaces de encantar y desencantar sin que nadie se entere y cuando existe la oportunidad de sentarse a platicar con ellos, no acuden a la cita.

   Hasta ahora, solo podemos tener cierta idea sobre la vida de Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz. Seguramente, algún día surgirá por ahí un rasgo sobre la vida de cualesquiera de estos otros cuatro enigmáticos personajes que cubrieron el periodo decimonónico mexicano, con quienes seguiremos manteniendo una deuda permanente, debido a la magnitud de su trascendencia… que no fueron cuatro más en el panorama. De eso, Mendoza y Hernández, estén seguros.


[1] Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España…, op. cit., vol. 1, p. 147-8.

[2] Lanfranchi: Ibidem., vol. 2, p. 658.

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