POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Muy oportuna ha sido la visión de mi buen amigo Horacio Reiba, quien establece en su texto una serie de asuntos que son, en su contenido, motivo de gran preocupación.
Antes, y al parecerme de alto interés, me permito incluirla aquí para complementar, con mis personales observaciones, cierta decodificación del mismo. Veamos.
¿Es ésta la fiesta que queremos?
17/02/2014 04:00
Publicado por Alcalino
La pregunta es casi retórica porque respuestas e intereses tienden a mezclarse y confundirse. Si uno repasa la poca información taurina que divulgan los medios, parecería que sí, que la tauromaquia vive en México uno de sus momentos estelares, pues todo son flores y elogios a diestra y siniestra. Como tal unanimidad mosquea, vale la pena acercar más la lupa al objetivo. Por ejemplo, al ambiente que reina durante el sorteo de cualquier corrida importante, donde los ganaderos se notan nerviosos y expectantes, la autoridad aparenta asumir muy seriamente su papel y los representantes de los toreros se desean suerte con talante taciturno; no faltan, sin embargo, aficionados curtidos que le ponen peros al ganado, engordado de prisa, dicen estos aguafiestas, con algún animal demasiado astigordo y varios de ellos extrañamente jadeantes tras las maniobras de entorilamiento. Por contraste, un ganadero joven que asoma por ahí con aires de protagonista se hará lenguas sobre lo bonitos que están los seis o el gran juego que dieron los del festejo anterior, que uno recuerda como un caso más de ausencia de casta e invalidez supina.
Confirmado queda que, en esta vida, no se consuela el que no quiere. Aun así, tanto optimismo suena exagerado. Como debe parecerles también, a los heraldos del esplendor de la fiesta, el rigor de cualquier comentario que los contradiga.
El punto de vista interesado. Como desapareció la oportunidad de cotejar textos, dichos y pareceres por la noche o al día siguiente de la corrida porque, si uno exceptúa La Jornada y ciertas páginas web, el coro de alabanzas suena tan insípido como monocorde –adiós al placer de leer y concordar o discrepar con los Pellicer, Rafael Solana, Manuel Horta, García Santos, Alameda, Carlos León, don José, Leduc, Bitar, Jarameño…–, lo que queda, más allá de reseñas que se repiten casi palabra por palabra, son las entrevistas con personajes de la fiesta, todos optimistas, ninguno “amargado”, y más de un torero figura empeñado en convencernos de que acaba de bordar el faenón de su vida, a un toro por supuesto “de gran calidad”, como por lo demás corroborarán criador e informador con desbordada euforia. Pero si la entrevista es el género periodístico más manoseado de nuestro tiempo, es también el más monótono y carente de imaginación, pesado lastre que, con raras excepciones, se distribuye a partes iguales entre entrevistadores y entrevistados.
De modo que ni los entresijos del ambiente ni la bendita “libertad de expresión” nos sirven para desentrañar la cuestión: para la gente del toro, todo marcha a pedir de boca. Al grado que no se entiende cómo es que, bajo esas aguas tersas y cristalinas, no paran de patearse personas tan bien entrenadas en el tacto diplomático y los declaraciones de concordia y afectos mutuos.
Cartas sobre la mesa. Lo de las patadas bajo el agua puede derivar de repente en zipizapes como el de la empresa Pagés de Sevilla, de un lado, y del otro los famosos coletas del G–5 (Morante, Juli, Manzanares, Perera y Talavante), cuya agria disputa y definitivo alejamiento de la Maestranza y su feria de abril ha sido la noticia bomba de la pretemporada en España. O, en un medio menos dado a hostilidades como aparentemente es el mexicano –donde dos empresas monopólicas lo dominan prácticamente todo–, la suspensión de la temporada en Mérida por parte de ETMSA, en represalia porque la autoridad municipal rechazó un encierro falto de trapío, contrariando la manga anchísima que usualmente preside la fiesta en nuestra república, donde la mofa de los reglamentos y sus supuestos garantes gubernamentales es lo normal. Ante tamaño atrevimiento y semejante incongruencia, la reacción del stablishment taurino nacional no podía hacerse esperar, incluidas perlas como la carta, de tono indignado, remitida al ayuntamiento meridano por el representante de la asociación de subalternos, Carlos Sánchez Torreblanca, con una redacción de sobaquillo y zambullida de cabeza al callejón, ausencia total de argumentos y la flagrante inexactitud de asegurar que el toro mexicano es más pequeño que el español porque “desciende de los toros navarros” llegados a México en el siglo XVI por iniciativa de Hernán Cortés. Como si fuese esa añeja y desaparecida rama –toros efectivamente de cuerpo breve y ligero– y no la de Vistahermosa, a través de SaltilloLlaguno, la que domina abrumadoramente la cabaña nacional.
Para no ser menos, El Juli, también por carta, se ha animado a levantar la bandera de la ética frente a la empresa sevillana que, a su parecer, les faltó gravemente al respeto a él y las demás figuras del G–5. Asevera el madrileño –que por lo menos le dio quehacer a algún amanuense menos torpe que el de la asociación de subalternos aztecas–, que su ruptura y la de sus colegas con el empresario Eduardo Canorea fue un paso obligado, de lesa dignidad, dado su despectivo trato hacia quienes se juegan la vida en el ruedo y frente al toro; una pugna donde la razón moral asiste a los diestros en la misma medida en que desasistió a su agreste contraparte.
Suena bien, y resultaría hasta convincente, si ahora mismo no estuviera dedicado El Juli a matar, por cosos mexicanos, una parva colección de erales y utreros que fácilmente alcanza ya el medio centenar, con algún indulto de por medio y faenas tan admirables como, en otras circunstancias, lo sería la que cuajó el domingo anterior en Tlaxcala a huidizo y corniausente novillote de Montecristo, cuando tras hipnotizarlo con su muletaimán le bordó una faena llena de sapiencia, temple y, lo que no deja de ser raro en él, inspirada y fértil imaginación. Habría sido una obra de arte si hubiese tenido delante algo parecido a un cuatreño íntegro y cabal. Y seguiría mereciendo elogios, a pesar de la sucesión de pinchazos que la afeó.
Eso por no hablar de las ratas que este mismo abanderado de la ética profesional despachó hace poco en Cancún, pues lo que las fotografías muestran ni en Las Vegas habría pasado por toro. Las Vegas, otra de las “plazas” americanas pisadas hace no tanto por el mismo “matador de toros”, junto con otros distinguidos colegas de oficio.
Autorregulación y mantra hindú. Volviendo al tema original de la presente columna, pareciera que sí, que la fiesta que quieren y entienden como tal taurinos y toreros, con la prensa sistémica y buena parte de la afición de su lado, es ésa que por hábito nos asestan, más disimuladamente en la capital del país y sin el menor recato en los estados con la sola excepción del Nuevo Progreso de Guadalajara, única plaza seria de América. Una fiesta autorregulada –viva el neoliberalismo– aunque nada globalizada, pues sería inviable bajo el rígido control de los reglamentos europeos. Donde, además, aún existe un periodismo taurino que, sin ser precisamente inmaculado –nunca lo fue–, al menos cuenta con gente alerta y cuidadosa de aplicar responsablemente la crítica a los festejos que comenta. Y también a la trastienda y sus bambalinas, tan movidas últimamente.
Cuando uno señala estas diferencias, que no son simplemente geográficas, no es raro topar con una frase, repetida como mantra hindú por los taurinos mexicanos: “ésta es nuestra fiesta y éste nuestro toro, el mejor del mundo por su calidad y duración (?); y al que no le guste, que se haga a un lado y nos deje disfrutar”. Nótese que, sin querer, dieron en el clavo. Que, efectivamente, la evidente retracción del público taurino –los muchos que ya “se hicieron a un lado”– ha ido en aumento a medida que la autorregulación empresarial, la omisión cómplice de las autoridades y la autocomplacencia de ganaderos, revisteros y demás taurinos se apoderaban impunemente de la fiesta.
Todavía quedan arrestos en la gente para ilusionarse con tal o cual cartel más o menos bien rematado –es verdad que con mucho malinchismo y distorsiones del gusto y el criterio de por medio–. Esto, las buenas entradas que esporádicamente se ven en la México y principales cosos del país, y con mayor frecuencia en las alegres ferias pueblerinas, no impide que, conforme una corrida avanza, la atención del público se relaje y el tedio y las manifestaciones etílicas se apoderen del ambiente, por más que los diestros se encimen al agonizante pseudotoro o anuncien obsequiosamente algún pilón relativamente astado. Obsérvelo usted: prácticamente no ha habido, en esta temporada grande ni en las anteriores, torito de regalo que se lidie con el graderío ocupado por la totalidad de la concurrencia original: muchos se van sin esperarse a más. Y rara vez se perdieron de algo realmente valioso y digno de ver.
Este fenómeno, hoy común y antes desconocido, dice mucho acerca de lo que pasa en el ruedo. Que ni suele parecerse a lo que rezan las elogiosas reseñas ni logra ya despertar las sacudidas emocionales que dieron justificación y grandeza a la tauromaquia de toda la vida.
¿Es ésta la fiesta que queremos? Sus defensores y beneficiarios dirán que sí, no pocos de ellos felizmente autoengañados por su engendro. Toca a nosotros decidir si les seguimos mansamente la corriente o continuamos esta desigual pugna, en afán de recuperar las esencias del mito que durante siglos diera contenido a una entrañable y hermosa tradición. En uno u otro caso, habrá que convenir en que la empobrecida versión de la tauromaquia que ante nosotros desfila perdió ya casi todo contacto con sus valores primigenios –verdad, valentía, equilibrio de fuerzas entre hombre y bestia, belleza al filo de la muerte, fuerza emocional…–, derivando en un producto comercial de calidad tan dudosa que ni siquiera comercialmente se sostiene.
Los taurofóbicos tendrían que sentirse muy reconfortados de saber que los taurinos, con su actual fiesta de toros a la mexicana, les están proporcionando el argumento más contundente y el mejor antídoto contra la vieja pasión taurómaca que hizo del toreo –en México como en España y unas cuantas naciones afortunadas más–, celebración de la vida a través de la dignidad de la muerte, dando así forma a un arte popular de extraña, peculiar, incomparable belleza.
Disponible, febrero 18, 2014 en:
Portal de internet: “AlToroMéxico.com”:
http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=18341 y
La Jornada de Oriente en su edición del 17 de febrero de 2014:
http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2014/02/17/es-esta-la-fiesta-que-queremos/
Con lo que Alcalino plantea, parece haber un estado de cosas donde aparentemente la fiesta de toros en México marcha al ritmo de aquellos reportes militares en un desfile: “Sin novedad”. Pero la “novedad” en estos casos puede ser más peligrosa que la influenza, otra de esas circunstancias en donde el sector salud de este país parece no enterarse o no quererse enterar de sus verdaderas dimensiones, ya que por un lado se notifica el balance en miles de decesos y por otro de que todo está controlado.
Ese mismo surrealismo priva en la tauromaquia mexicana en la que solo parece ser oportuno destacar los triunfos de orejas, rabos, indultos y demás aspectos “benéficos”, cuando se enfrenta en otro sentido la verdadera crisis, la que pretenden ocultar cuando parece que no existe para una mayoría de comunicadores razón, pero sobre todo argumento para explicar que los poderes fácticos, también presentes en esta dinámica, hacen de las suyas, alcanzando acuerdos que solo convienen a unos cuantos. Pero lo peor de todo, decidiendo cual es el toro que estorba, por lo que hay que facilitar las cosas incorporando a los festejos ganado que no alcanza, ni por casualidad la presencia o la edad para ser lidiados dignamente.
Cuando esto sucede y que es lo más notorio, lo más descarado, permite notar el alto grado de inmadurez presente en el espectáculo, con lo que todos aquellos opositores tendrían suficiente materia para deslegitimar la capacidad de articulación de un patrimonio, de un legado que presenta semejantes síntomas de comportamiento.
En esa apariencia, y en medio de excesiva carga de especulación a la que exponen a esta suma de expresiones, no nos queda sino a un reducido grupo de aficionados que solo estamos comprometidos con el futuro de la fiesta, a alertar sobre lo desmedido de aquellas circunstancias donde ciertas empresas, con el suficiente poder para moverse a sus anchas, se permitan estar por encima de la ley y de quienes están obligados a hacerla cumplir (me refiero en este caso a la Ley de Espectáculos Públicos, al Reglamento Taurino en vigor y a los jueces de plaza y veterinarios concreta y respectivamente). A su vez, esa capacidad que le es exclusiva a la empresa, le permite controlar a la mayoría de los representantes de los medios masivos de comunicación por lo que, el resultado es miel sobre hojuelas. Señores, ¡aquí no pasa nada! Es más: la fiesta de toros en México se encuentro como en sus mejores tiempos y si me apuran un poco, mejor que nunca.
Cuando se describe un escenario así queda muy poco por hacer. Sin embargo, en el restringido margen de una vaga posibilidad por y para denunciar tales excesos –insisto-, estamos los aficionados que vemos en todas esas maniobras ocultas el afán de distraer a las masas de semejantes atropellos y violaciones a una representación cargada de usos y costumbres, a un espectáculo que merece, por todos quienes lo hacen posible, al menos un grado más dignidad. Es por eso que la contemplación hecha por “Alcalino” sea en esta ocasión, una más de esas voces de alarma (“más vale un grito a tiempo y no cien después…”).
Y es que en ese largo anhelo, acariciado empeño de que un día se distinga a la fiesta de toros en México como patrimonio cultural inmaterial, justo para que ello suceda es porque las condiciones en su dinámica tienen que ser otras a las que privan en la actualidad. No basta una imagen aparente, debe mantenerse para conservar su esencia, para asegurarle a muchos un ingreso digno, asegurando con ello que la tauromaquia es merecedora de todo tipo de apoyo, el cual hoy día ha perdido y que por ello no puede reactivarse; de ahí que requiera remontar el vuelo al punto de que entre muchos, el factor cultural sea elemento integrador para hacerla comprender mejor.
Esperemos que un buen día, sea precisamente la cultura quien participe en forma directa y concreta en una indispensable recuperación de valores, como tantos que ha perdido el espectáculo gracias a ese conjunto de personajes sin escrúpulos que, sin ningún miramiento, la han dañado irreversiblemente.
18 de febrero de 2014.