POR “CURRO” ROMERO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con 66 años de edad, Francisco Romero, de profesión: TORERO pasa a convertirse en una figura digna de antropólogos o sociólogos que no responderían cabalmente a la pregunta de por qué un matador de toros con una edad que ha rebasado los estándares más o menos establecidos, sigue conmoviendo, conmocionando a la afición, enterada de sus caprichosos vaivenes con la inspiración, dispuesta así, con toda seguridad a seguirle en sus actuaciones y verle una o dos tardes excepcionales contra todo un resto nutrido de desigualdades, medias tintas y broncas fenomenales.

   El torero de Camas, pero más sevillano que la Giralda misma, ha cultivado con esmero un perfil digno de faraones. Probablemente sea una materia viva que aunque esté en peligro de extinción, es o ha sido capaz de fortalecer el misterio de su personalidad, de la que adolecen muchos, incluso a nivel general. Una decadencia que se manifiesta cada vez más con el paso de los años hace mella en “Curro” quien se sobrepone y aunque su quehacer se va limitando también, el público se conforma con oler el aroma cada vez más selecto de sus escogidos perfumes. En el “cante grande” la voz del mejor cantaor aparece de vez en vez. Así es “Curro” Romero, cuya torería es de vez en vez. Y no importa el escándalo, el mitin, el papel vergonzoso en que caiga el gran Romero. Hasta las broncas le han de saber pues el carácter premeditado de “hoy no estoy de vena” es lo que le pone sal al escándalo.

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El Mundo Taurino. Pensar alto, sentir hondo y hablar claro. México, D.F., Año I, N° 15, del 26 de marzo de 1963, p. 1.

    Los duendes no se embriagaron, se confundieron tomando un rumbo impreciso, dejando a “Curro” sin destino preciso. Lo demás se debate en tormentas que lo mismo pueden arreciar o diluirse inesperadamente.

   El duende, el ángel, aguardan la hora indicada para estallar, desbordándose en apenas unas lucecillas, suficientes para que de la bolsa, del saco salgan los manojos de romero, ofrenda con la que se suele celebrar al genial torero español, algo así como un Rafael “el Gallo” o un Joaquín Rodríguez “Cagancho” redivivos en Romero, enfundándose de nuevo el hermoso traje de luces que envuelve la figura cuya leyenda sigue y seguirá escribiéndose.

   Ha hecho elogio de la “verónica” como si con el se vieran los últimos reductos de ese lance fundamental que solo los elegidos son dignos de bordar en los ruedos. Su faena muleteril es, hoy en día una auténtica hazaña, capacidad de síntesis de la tauromaquia, demostración que ha logrado cautivar a estas generaciones de transición secular que todavía alcanzan a admirar el brillo crepuscular de un gran torero dispuesto, probablemente, a cruzar ese puente también milenario. Desde México enviamos esta apología, sabedores que difícilmente pueda quedar correspondida con su visita por acá, a menos que se trate de un verdadero milagro. Pero nos reconfortamos con verle hacer de lo efímero en el arte de la tauromaquia lo mejor y lo más acabado de su expresión, en plena madurez como torero y como ser humano, figura que el Olimpo no ha recogido y nos deja sentirlo, tangible, entre lo intangible de su corporeidad incorpórea.

   Vale pues esta confusión, pero es que por “Curro”, por “Curro”…, señores, por “Curro”, por ese embrujo nos dejamos llevar como aficionados.

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