MUSEO-GALERÍA TAURINO MEXICANO. N° 49.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
En alguna parte de su extensa obra, Octavio Paz declara que los poemas de Ramón López Velarde se parecen a las notas musicales de Silvestre Revueltas. Y es que cuando se trata de descifrar un misterio revelado como es el toreo, es dado acudir a las viejas normas acuñadas por Pepe Hillo y Paquiro, que siguen vigentes una, por 208 años; la otra, por 168 respectivamente. Sin embargo, también se tienen que soportar los lugares comunes y las citas que se parecen a los viejos discos de pasta, en 78 r.p.m., inconfundibles, con su peculiar “scrachs” que, al finalizar sus efímeras melodías era incómodo escuchar el cíclico ruidillo de disco rayado, hasta que se levantaba el pesado brazo que retenía a la brusca aguja, dejándose de oír entonces aquel molesto susurro. Esa caja de resonancia atormenta a la tauromaquia que, en tales condiciones, parece un espectáculo decadente. Es necesario, por tanto, que nuevas manifestaciones teóricas se ocupen de reinterpretar la técnica y el arte de este peculiar ejercicio para ponerlo al día, suscitando de ese modo las incómodas reacciones de tradicionalistas y por lo menos la curiosidad entre los nuevos y raros aficionados que se incorporar al entramado del que un día Antonio Díaz-Cañabate etiquetó como “el planeta de los toros”.
Al finalizar el siglo XIX, Rafael Guerra Bejarano pretendió incorporar con su “Tauromaquia” los significados que dicha expresión estaba adquiriendo en momentos tan particulares como la proximidad con la transición de siglos. Sin embargo, aquel intento no prosperó, por lo que resulta misterioso que la férula de un “maestro”, además convertida en teoría, no fuera tomada en cuenta. Más tarde, y al transcurrir la tercera década del siglo XX, Federico M. Alcázar, con su “Tauromaquia moderna”, tampoco logró modificar los esquemas establecidos por José Delgado y Francisco Montes, cuya acumulación de antigüedad los iba haciendo cada vez más indispensables. Pero esa antigüedad era meramente espiritual. Las transformaciones técnicas y estéticas del toreo acordes a los nuevos tiempos que corrían, demandaban también nuevas expresiones en el papel. De seguro, éstas se fueron dando gracias al papel que jugó la prensa. Pepe Hillo y Paquiro eran ya figuras del olimpo taurino y difícilmente iban a quedar desplazadas, más que por una expresión coloquial pero auténticamente agresiva, si se considera que ellos eran los patriarcas del toreo de todos los tiempos. La famosa frase del “arte de Cúchares” fue un sesgo, y lo sigue siendo, para indicar algunas diferencias establecidas entre significados magisteriales y los que la inspiración puede ser capaz de provocar, hasta el grado de que de ese “arte de Cúchares” han surgido, bajo su sombra escuelas como la rondeña, la sevillana o la castellana. Incluso mexicana del toreo. Pero, aproximándonos a los aspectos inexplicables que tiene el toreo, y como en el breve cuento de Augusto Monterroso de su composición -Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí- está considerada como el relato más breve de la literatura universal lo mismo sucede con Pepe Hillo y Paquiro. Despertamos a un nuevo siglo, y las Tauromaquias emblemáticas, siguen ahí.
Preocupa en estos momentos una patología muy amplia, cuyo despliegue es necesario separar, con objeto de entender cual es el motivo que da origen a sus diversas enfermedades, que las tiene. También se entendería como resultante natural de la evolución registrada en siglos de andanzas. Una consecuencia más del ritmo o la arritmia, como pulso de los comportamientos peculiares en el toreo moderno, ese que ya se ejecuta desde hace, por lo menos tres siglos de forma permanente, bajo plena condición profesional.
El toreo, a lo que se ve, ha sufrido alteraciones para evolucionar y así, ponerlo primero, al servicio de nobles y plebeyos, en expresiones alternadas, tanto a pie como a caballo. Su maleabilidad ha permitido adaptarlo lo mismo a la buena expresión primitiva y caótica que a los dictados de la modernidad globalizada, que sólo repercute en un pequeño puñado de naciones que sostienen dicha tradición secular, pero también milenaria.
Este documento digitalizado se encuentra a disposición de los lectores e interesados en el portal: GARBOSA, Biblioteca “Salvador García Bolio” (http://www.bibliotoro.com/index.php) en la opción “Biblioteca digital”.
Desde luego que esos últimos tres siglos han mostrado la consistencia del ejercicio practicado por los de a pie, sin que los de a caballo desparecieran de la escena (lo hicieron, en todo caso, los nobles que no encontraron en la nueva casa reinante de los Borbones apoyo alguno a sus sólidas aspiraciones. Al desintegrarse su protagonismo, este devino papel de los varilargueros). A todo esto, se antoja una revisión a las obras escritas no por José Delgado ni por Francisco Montes, dictadas, eso sí, tanto a José de la Tixera como a Santos López Pelegrín, respectivamente. Habremos de entender antes de todo, los tiempos en que fueron elaboradas para no descontextualizarlas del sentido que persigue este estudio. Provienen de dos épocas distintas pero comunes en el propósito que persiguen por separar al toreo en su más burda expresión, a la de refinadas concepciones que la teoría se ocupa de destacar como La Tauromaquia o arte de torear(…), de José Delgado (1796); y Tauromaquia completa o sea el arte de torear en plaza(…), de Francisco Montes (1836). Más tarde, incorporaré diversos estudios y análisis hechos a estos dos fundamentos o los más destacados discursos inspirados por sendas obras, para finalmente ubicarnos en el tiempo que nos ha tocado vivir y establecer no tanto conclusiones. En todo caso, especificidades que se desprenden de su vigencia y/o permanencia, así como los aspectos que siguen siendo fieles a esos principios y los que ya no caben por anacrónicos. Se sugerirá la posibilidad de un nuevo y aconsejable marco teórico, pero también la posibilidad de validez que puedan seguir teniendo ambas tauromaquias, si como tales entendemos el sustento discursivo que instruye a profesionales y practicantes para entender la forma en que debe ser lidiado un toro, a partir de sus diferentes estados de comportamiento, los terrenos del ruedo y algunos otros secretos.