EL ARTE… ¡POR EL ARTE!
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Es el tiempo en que el arte es un concepto incomprendido. Eso pasa frecuentemente en el toreo con seres humanos que habiendo decidido tan dura profesión, terminan devaluados no solo por las grandes masas, sino también por minorías elitistas de aficionados dogmáticos que se aferran a no aceptar esa condición en medio de los niveles industriales donde suele moverse el toreo, como factor de producción, pero no de inspiración.
Reloj astronómico construido en 1410 en Marthew Kïrkland (Holanda), que sigue funcionando, como si no pasara el tiempo…
Son dos cosas muy diferentes. Puede haber toreros muy artistas, aunque en su haber pocas corridas. Por otro lado allí están los toreros dueños de una capacidad envidiable y con los contratos siempre en la mesa. Estos últimos tienen asegurada una publicidad mediática y el afecto de sus seguidores, que cuando escalan las cimas más elevadas, tienen garantizada –además-, la gloria y la pervivencia. Probablemente no la eternidad. Estos son toreros que, por su dimensión sean equiparables al quehacer sinfónico de Bruckner, Tchaikosvky o Malher. Pero también existe la música de cámara, y las piezas para instrumento solo que se reducen a un espacio íntimo y pequeño para su interpretación. Qué razón tenía Stefan Sweig cuando apuntó que “…los artistas y los poetas y todos los verdaderos creadores están a veces meses enteros sin producir nada. Porque toda tensión espiritual, todo acto creador, necesita un tiempo de gestación. Antes de manifestarse, la fuerza poética precisa ser atesorada. El momento propicio para la creación no puede durar, ni en un hombre ni en una nación, eternamente, es decir, no puede convertirse en algo normal y duradero; por esto, sería absurdo pedir que la historia, esta misteriosa obra de Dios, como Goethe le llama, fuera una ininterrumpida serie de hechos extraordinarios”.
Un caso extraordinario viene a ser el de Alfonso Ramírez “Calesero”, a quien, luego de intensas lecturas en su más amplio sentido, hemos entendido un poco más –porque hay un profundo misterio que nos separa de su realidad más íntima como torero-, de ahí que ese grado de dificultad se nos presente bajo el manto de situaciones indefinidas dispuestas a ser explicadas, en tanto se tengan los elementos precisos para hacerlo. El quehacer de este extraordinario torero que vemos bajo la mirada ajena de un enorme tiempo que nos separa de su paso por los ruedos, es ya un primer conflicto. Bien habría dicho, como lo comentó en su momento el genial Gustav Malher –de nuevo Malher-, que “cuando los perros comienzan a ladrar, sabemos que estamos en el camino correcto”. Y vaya que no estaban equivocados, ni uno ni otro.
Calesero, al capote…
Pues bien, Alfonso Ramírez “Calesero” fue uno de esos toreros tocados por el arte entendido como una expresión consagrada a unos cuantos, a ese pequeño grupo de elegidos destinados a formar parte de esa unidad capaz de causar profundas conmociones. Capaces –insisto- no solo de conmover la condición del arte efímero del toreo, sino que además esa misma condición debe tener la virtud de que queden guardadas en la retina y en la memoria de los aficionados y por muchos años, el recuerdo quizá de un solo momento –como la larga cordobesa que trazó “Calesero” la tarde del 10 de enero de 1954-. Casi cincuenta años después sigue siendo motivo de polémica y emoción entre quienes tuvieron el privilegio de verla y de quienes hemos corroborado esa circunstancia gracias a las imágenes cinematográficas allí recogidas.
Calesero, con la muleta…
No cabe duda, que los artistas no han podido imponerse en medio de tremenda parafernalia que somete a los aficionados siempre dispuestos a seguir ciegamente ciertos dogmas que les limita tener un panorama más amplio, más universal del significado que posee el toreo, porque no bastan los grandes toreros que han llenado épocas representativas en los varios siglos de recorrido. Allí están otros importantes protagonistas de este quehacer, padeciendo tales indiferencias, pero que cuando ascienden hasta la gloria es cuando vuelven a acordarse de ellos. “Calesero”puso en práctica un medio muy particular, que consistió en prodigar su arte en pequeñas dosis, perfectamente aplicadas para causar desequilibrios entre aficionados poco convencidos de que el arte en su más pura expresión también existe. Esas pequeñas dosis, al paso del tiempo, se convirtieron en la summa de todo su legado, convirtiéndose en un capítulo particular de manifestaciones estéticas perfectamente compendiadas en esa genial piedra de toque. No bastan los números impresionantes que arrojan las trayectorias de otros tantos toreros, tan importantes como el propio “Calesero”, pero es que “Calesero” tuvo muy claro el compromiso de su profesión, convirtiendo su paso por la tauromaquia en una galería selecta de faenas memorables, imborrables que siguen siendo capaces de causar conmoción, discusión y el gozoso e imperecedero recuerdo de sus faenas, como cuentas de un collar cotizadísimo.