POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
El martes 19 de agosto en la sesión del Congreso de San Luis Potosí, y a través del diputado Jaén Castilla Jongitud, fue hecha la solicitud de declaratoria para que la Tauromaquia sea considerada en dicha entidad como Patrimonio Cultural Inmaterial. Lo anterior se convierte en un aliento más para la fiesta, sobre todo por el hecho de que en dicho estado se venía gestando un movimiento en sentido contrario a este propósito, por lo que hubo necesidad de que alcanzara la máxima escala: el Congreso estatal.
Disponible en internet, agosto 20, 2014 en: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=20088
No es cosa menor todo lo que ha venido sucediendo en términos de que prosperen solicitudes de tal dimensión, puesto que se genera inmediatamente un debate que pone en entredicho, en este caso al “sujeto” y también el “propósito” de la petición: la fiesta de los toros. Lamentablemente mucho de lo que se cuestiona, está sustentado en lo que la oposición considera como “tortura”, así como en desmedidos excesos cometidos en las explotaciones ganaderas, lo cual guarda una serie de significados que van más allá de supuestos “excesos”. En ese sentido, un especialista en el asunto, como lo es el MVZ Pedro Martínez Arteaga, apunta al respecto:
En ese sentido, es bueno recordar que en México existen 284 explotaciones ganaderas dedicadas a la cría del Bos taurus; Raza de lidia, muchas de ellas establecidas en la zona centro del país y en el altiplano mexicano, caracterizadas por su aridez, con escasa precipitación y producción de biomasa. Los predios donde se desarrolla esta especie facilitan la recuperación del ecosistema ya que existe una rotación sistemática de potreros. Como referente importante tomamos a la FAO, que no dice: un 60% de las tierras del mundo están sometidas al pastoreo directo extensivo, sosteniendo alrededor de 360 millones de cabezas de ganado vacuno y más de 600 millones de ovejas y cabras. Eso ha conllevado a que nuestros ganaderos de bravo hayan iniciado un manejo holístico de su rancho, dicho manejo consiste en un proceso metodológico de toma de decisiones que establece una meta concreta, la cual incluye calidad de vida de los animales y una visión futura para la conservación de la biodiversidad. Mediante estudios realizados sobre la diversidad biológica encontramos una distribución de porcentajes muy variados de biodiversidad, haciendo una comparación de predios ganaderos dedicados a la producción de ganado domestico comparados con otros dedicados a la cría de toros bravos y encontramos una distribución de porcentajes muy variados de biodiversidad, p.e. la vegetación mixta (matorral) fue mayor en los ranchos dedicados a la cría de toros bravos, ya que se cuantificó una cobertura aérea del 14.2% contra un 6.7% de los ranchos productores de ganado para carne. La cobertura basal del pastizal fue de igual manera mayor para los ranchos dedicados a la cría de toros bravos con 12.9% contra un 7.7% de los ranchos productores de otro tipo de ganado. Especial mención merece la fauna silvestre que encontramos en los ranchos de bravo que fue de un total de 42 especies animales silvestres en promedio, mientras que para los ranchos productores de otro tipo de ganado se encontró un número muy inferior de especies silvestres, que tan solo fue de 29. Así pues, las condiciones de los ranchos bravos han contribuido a mantener la biodiversidad en equilibrio (homeostasis) del ecosistema por la mayor cantidad de diversidad biológica encontrada, contra aquellos ranchos dedicados a la cría de ganado manso. Los ranchos ganaderos de bravo garantizan la interacción entre flora y fauna dando una estabilidad sobre el hábitat de las especies presentes. Sumándole además que nunca se sobre pasa la capacidad de carga animal del terreno, ya que solo se crían los toros que son demandados, lo que a su vez nos garantiza una conservación del ecosistema. En tanto que los ranchos productores de ganado para carne enfrentan un serio problema de sobre pastoreo muy serio y una pérdida gradual de su diversidad biológica.
Lo anterior no es, ni por casualidad comparable con las consecuencias de la recientemente aprobada Reforma Energética (que por cierto ya se están dejando sentir en forma desmedida), pero que de seguir como van, ocasionarán que se agoten las reservas, y la apertura de nuevos campos generará tierras y aguas contaminadas por el procedimiento de explotación. Se tiene claro que el gobierno mexicano entregará a las compañías privadas el 78% de los recursos en hidrocarburos, por parte de PEMEX o de que CFE busque ceder infraestructura eléctrica a los capitales privados, mismos que ya rebasan el 60% de la infraestructura a su favor.
Este es, en esencia el verdadero atentado que se comete para los mexicanos, uno de cuyos porcentajes habita y trabaja en el campo, con lo que ese espacio quedará en condiciones verdaderamente vulnerables ante una voracidad ilimitada de capitalistas extranjeros. Si buena parte de ese campo, de propiedad privada corresponde a la condición del pastoreo directo extensivo, se entenderá hasta dónde pueden llegar esas intenciones. Es bueno saber que varias de estas unidades de producción agrícola y ganadera también han pasado por el agobio de las redes tendidas por el narcotráfico, de ahí que se convierta en migrante forzado o que desaparezcan del mapa definitivamente, puesto que el ganado allí reunido puede ser blanco de comercio ilícito, e incluso de matanzas sin orden ni concierto, distantes incluso de todo control sanitario.
Y todavía, algo más. El desmedido crecimiento urbano que se extiende sin orden ni concierto por entre los espacios rurales, así como la invasión de tierras o el cambio climático, están generando condiciones que ponen en alerta a los ganaderos de bravo, por lo que es preciso que dichas condiciones queden protegidas de alguna manera, pensando que el campo es uno, entre muchos de los factores que intervienen directamente para que el espectáculo de los toros cuente con elementos de estímulo, puesto que allí hay una serie de garantías en términos de producción –insisto, agrícola y ganadera-, donde participa mano de obra que además recibe un ingreso, por lo que no sería deseable que se haga presente un estado de cosas que se contraponga de manera irracional o quede fuera de control.
Si estas no son razones de peso para que se entiende hasta qué punto puede desarticularze un esquema tradicional que, con su sola presencia se constituye en parte esencial de la tauromaquia, estaremos no solo ante el riesgo de su prohibición, sino que ello podría estimular aquellas condiciones expuestas párrafos arriba, puesto que dichos espacios (es decir las ganaderías) por pequeños o grandes que estos sean, además de sumarse a cuanto riesgo se plantea, en automático perderían capacidades para sumarse a los principios de un mercado al cual también se integran.
Es bueno recordar que la parte opositora apuesta por la desaparición del espectáculo en función de un criterio muy limitado, cuyo soporte tiene que ver, desde mi muy personal perspectiva, con aquel principio en el que los dictados de la globalización y el neoliberalismo establecen línea de acción, pero se niegan a aceptar –como lo decía el gran historiador Edmundo O´Gorman- aquella condición que plantea que el pasado nos constituye como seres humanos, y de que para eso hay que entender la inmensa suma de factores de lo que hoy somos, al paso de muchos siglos de lenta constitución ideológica. En este espacio, he reiterado, y ahora lo haré de nueva cuenta sobre una serie de ideas que establecen el porqué de este conflicto, buscando justificar conscientemente su permanencia. Veamos.
Todo aquel que se considere aficionado a los toros debe saber que, para hacer una defensa legítima de un espectáculo cada vez más cuestionado, es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de procesos cuya integración puede sumar varios milenios.[1] Sociedades primitivas vincularon los ciclos agrícolas concibiendo figuras idealizadas a las que comenzaron a rendir culto. En el bagaje complicadísimo de su andar por los siglos, fue necesario incorporar elementos que, llevados al sacrificio, cumplían con propósitos de celebración, veneración y hasta petición, cuyos fines se ligaban a la obtención de buenas cosechas o buscaban erradicar el mal producido por sequías, inundaciones o plagas.
La caza del toro por el hombre primitivo para aprovechar su carne como alimento, su piel como vestido y más tarde, con el surgimiento de las sociedades agrícolas, como instrumento de trabajo, fue probablemente el embrión de la tauromaquia. Para apoderarse del animal, el hombre debió oponer su habilidad e inteligencia a la fuerza bruta del bóvido, dando origen a ciertas prácticas que podrían ser consideradas como una lidia primitiva. Más tarde, estas prácticas se utilizarían como deporte y como ritos religiosos.
En el sincretismo, la amalgama que esas y otras sociedades tuvieron, ya fuera por expansión de sus dominios, por guerras o esa intensa lucha que las creencias también fueron forjando, permitieron que los pueblos fueran cambiando lentamente sus esquemas de vida, asunto este que permitió, entre otras muchas cosas, expresiones de la vida cotidiana. Es así, que en ese largo proceso además de que el hombre ya convivía con animales y los domesticaba, así también surgieron expresiones que, al cabo de los siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró espacios de desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el que, en su nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.
Que el toreo despierte pasiones es un hecho. Los componentes que reúne han producido, producen y seguirán produciendo diversos niveles de intensidad en las polémicas, las confrontaciones, el debate que unos y otros han mantenido por siglos. Hoy día, con explicaciones como la que ahora mismo se presenta, se da un paso adelante en el sentido de justificar el porqué de los toros, de ahí la importancia de revalorar sus significados, sin mengua de que nos enfrentamos o podemos enfrentarnos a auténticos juicios sumarios que muchas veces se cierran a la razón, siendo para nosotros la única bandera que ondea en el campo de batalla.
El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.
En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.
En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante el hecho evidente ante la presencia de una “segunda modernidad”, donde las reses sociales se han cohesionado hasta entender que regímenes como los de Mubarak o Gadafi cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, con lo que viene dándose en fenómeno de muchos cambios, algunos de ellos radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que, a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.
Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética que le son consubstanciales al espectáculo para culminar con aquellos “procedimientos”, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.
La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que no comparten ideas u opiniones con respecto a los que se convierte en blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por homofobia, por homofobia,[2] biofobia,[3] por lesfobia[4] o por transfobia[5]. Ahí el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.
En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.[6]
Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.
Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.
Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:
Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?
Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.
Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.
Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos.[7]
Espero que traer una vez más todas estas opiniones, signifiquen desde luego elementos de prueba para justificar plenamente la pervivencia del espectáculo de los toros en México.
20 de agosto de 2014.
[1] José Francisco Coello Ugalde: “AMBIGÜEDADES Y DIFERENCIAS: CONFUSIONES INTERPRETATIVAS DE LA TAUROMAQUIA EN NUESTROS DÍAS”. Ponencia presentada en el II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.
[2] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.
[3] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales respectivamente.
[4] Fobia a las lesbianas.
[5] Odio a los transexuales.
[6] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección Mirador)., p. 18.
[7] Op. Cit., p 31.