CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
UNA INTERESANTE Y CURIOSA CRÓNICA PARA EL SEGUNDO FESTEJO DE INAUGURACIÓN DE LA PLAZA DE TOROS EN TLALNEPANTLA, EDO. DE MÉX., EN MARZO DE 1886, REGISTRADA EN EL PERIÓDICO ESPAÑOL EL TOREO.
Desde 1884 comenzó a circular en la ciudad de México el periódico El arte de la Lidia, comandado por Julio Bonilla. Seguramente los hechos que ocurrieron la tarde del 21 de febrero de 1886, en que se notifican los acontecimientos celebrados en la plaza de toros de Tlalnepantla, no fueron ajenos entre la afición mexicana, y con toda seguridad se dieron a conocer en la publicación dirigida por Bonilla. Sin embargo, Gadea, del que por cierto no se ha encontrado mayor información, aunque pudo ser un corresponsal mexicano de El Toreo, debe haber tomado el alias del célebre Ignacio Gadea, quien todavía para esos años estaba en activo, luego de tres décadas de permanencia, no dudó en enviar a España su propia interpretación, apoyada por aquella necesidad del sustento teórico y técnico que empezaba a notarse con mayor relevancia, justo en unos momentos en que la introducción del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna está ocurriendo con todos sus ímpetus. Es más, esta crónica es una muestra de ello, pues los espadas que actuaron aquella tarde, son dos españoles, que ejercieron una influencia definitiva. Pusieron en práctica una estrategia que soportó al principio de su aplicación demasiadas críticas, pues enfrentaban la potencia del orgullo taurómaco nacional, que por esos días se encontraba a la alza, debido a Ponciano Díaz, el torero híbrido que se apersonó para enfrentar semejante provocación. Por aquellos días, la afición mexicana se unió al duelo por la muerte de Bernardo Gaviño, el patriarca del toreo mexicano quien, por cincuenta años impuso sus influencias. Todo este panorama no era impedimento para que José Machío y Antonio González, ambos españoles, se presentaran en la nueva plaza de toros de Tlalnepantla, para enfrentar a cuatro toros de Atenco y otros dos de Venadero.
No se tiene una clara idea de lo que pasaba entonces respecto a que un cartel estuviera constituido por extranjeros, como hoy se discute tanto, contando para ello con un reglamento que establece condiciones muy claras. El caso es que donde no se dejaba escapar detalle era en el desarrollo de la lidia, pues “notamos desde luego que los espadas no se colocaron donde debían estar”. Y, ¿dónde debían estar?
¿Dónde normalmente se instalaban las cuadrillas mexicanas, o donde las normas revolucionarias de la tauromaquia –hasta entonces desconocidas en nuestro país con tanta profundidad- establecían?
La larga reseña explora con detalles muy precisos diversas ocurrencias, entre las cuales destaca la manera en que son descritos uno a uno los toros y su respectivo juego y presencia, que por cierto no fueron notables, a excepción del quinto de la tarde, el mejor presentado y el de Gadea no deja de mencionar las lacónicas faenas acordes a la época, apenas unos cuantos pases preparatorios para dar paso a la suerte suprema. Destaca, eso sí, como era la costumbre, el largo episodio de la suerte de varas, importante sustento de la lidia, pues era común todavía que los caballos fueran sin peto, lo que ocasionaba numerosos tumbos, intervenciones de parte de las infanterías traducidas en los incesantes quites que evitaban mayores daños a los jamelgos.
No faltan aquí las especificidades del tercio de banderillas, con lo que la crónica se afirma como un perfecto tratamiento técnico de la lidia.
Por cierto, y tras el incómodo brindis que Machío hizo a una estrella española, Gadea anota el siguiente incidente, luego de concluir la lidia del tercero de la tarde
La concurrencia en general se indignó, gritó y silbó a más no poder. Algunas naranjas y jarros de pulque fueron tirados al redondel por el público del sol, en el que Machío no tiene en nuestro concepto ninguna simpatía. Horror y escándalo.
Y es que
A Machío, lo hemos visto otras veces mejor y aunque conocemos que es un torero, por más que se diga no tiene simpatías en Méjico. Se le criticó y con razón que siendo él un matador de categoría brindara, como lo hizo a una de esas señoras, lo cual repugna en Méjico.
Esa falta de simpatías trajo a José Machío un alto costo como víctima del sacrificio, un sacrificio que dos años más tarde se convirtió en un auténtico triunfo de la torería española, que consumaba con la presencia de Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro dedos” la reconquista vestida de luces. No era fácil ganar un territorio tan difícil, el cual defendía a capa y espada los profundos valores del nacionalismo taurino que, como quedó dicho, su más destacado representante era Ponciano Díaz, mismo que tuvo que enfrentar la consistente operación española durante esos primeros años. Al paso de los años, Ponciano no imaginó que aquella empresa lo abatiría, ya que se convirtió en el último reducto que defendió lo poco que quedaba de un maltrecho emblema taurino nacional. La gran mayoría de los espadas aborígenes no tuvo más remedio que aceptar y adecuarse a los nuevos tiempos, lo mismo que toda la afición, misma que asumió ese carácter gracias a la labor sistemática de la prensa que aleccionó como nunca antes a quienes entonces tenían una vaga idea de lo que significaba la tauromaquia, entendida como factor donde se daban la mano técnica y arte al mismo tiempo.
Explicadas algunas apreciaciones sobre lo que pasaba en aquel entonces, pasemos a la lectura integral de la crónica, publicada, además en El Toreo, periódico español que no se sustraía a los acontecimientos de un país tan lejano geográficamente como México, pero que ponía al tanto a la afición española del desarrollo y evolución que entonces empezaba a darle forma y cuerpo a lo que más tarde sería una auténtica realidad de este ejercicio técnico y espiritual.
Como última observación, es de tomarse en cuenta las gélidas cifras que dan un panorama telegráfico del reflejo general del festejo:
Han tomado los toros 42 puyazos.
Han dado 15 caídas.
Caballos muertos, 8.
Les han puesto 7 pares. Medios, 8.
Pases de muleta, 19.
Pinchazos, 3.
Estocadas, 7.
La corrida en general, mala.
El servicio de caballos, bueno.
El de plaza muy bueno.
La entrada un lleno.
La Presidencia acertada.
La tarde magnífica.
El Toreo. Año XIII. Madrid, lunes 22 de marzo de 1886, Nº 579.
MÉJICO.
NUEVA PLAZA DE TOROS DE TLALNEPANTLA.
Segunda corrida verificada el Domingo 21 de Febrero de 1886.
Cuatro toros de la ganadería de Atenco, propiedad de D. Rafael Barbabosa, vecino de Toluca, y de dos más de la hacienda del Venadero, Estado de Aguas Calientes.
PRIMER ESPADA, JOSÉ MACHÍO.-SEGUNDO, ANTONIO GONZÁLEZ (FRASQUITO).
Presidencia dl Sr. Lic. José Zubieta.
A la hora anunciada y con un lleno completo igual al de la corrida de inauguración, dio comienzo la fiesta.
A las cuatro en punto, que apareció en el palco presidencial la autoridad que debía presidir la bien construida plaza de Tlalnepantla, estaba llena de gente y toda muy dispuesta a pasar un buen momento. A esta hora se presentó la cuadrilla y hecho el saludo de ordenanza, cada uno tomó su puesto. Notamos desde luego que los espadas no se colocaron donde debían estar.
Dada la señal salió a la arena el primer toro de Atenco.
Amarillo, flaco y de mala estampa, desde luego dio a conocer que esta huido.
Por más que hicieron los piqueros para acosarlo y buscarlo en todas partes, procurando taparle la salida, no les fue posible hacerle entrar a la pelea.
El público, indignado, pidió que volviera al corral, y el Presidente accedió con justicia a la petición. El buey fue lazado volviendo al corral al son de una gritería y rechifla espantosas.
Sonó el clarín de la presidencia y abrióse el toril, dando paso al sustituto, que pertenecía a la misma raza.
Era enchilado, de bonita estampa, ligero y de muchos pies. A fuerza de buscarlo embistió a los piqueros, recibiendo ocho puyazos. Guillermo Morón sufrió un batacazo y perdió el potro.
Frasquito hizo varios quites con bastante arte y valentía.
Al propio diestro tocó banderillar este toro, adornándole el morrillo con un buen par al cuarteo, otro superior de frente aprovechando y un medio par de igual modo entrando bien y por derecho. El público, siendo justo, aplaudió frenéticamente a Frasquito.
Llega el momento de matar, José Machío, con traje verde y oro, brinda ante el presidente y pasa a vérselas con el cornúpeto. Retirado más de lo regular, lo pasa de muleta con un natural y uno de pecho para una malísima estocada baja; más pases y un pinchazo precipitado, concluyendo por fin la faena con una estocada regular por todo lo alto, pero fuera de regla. Algunas palmas y una silba espantosa.
Pasemos al segundo. Pertenecía a la ganadería del Venadero, estado de Aguascalientes. Su color, lo mismo que su nombre, era Moro, salió blanco y receloso.
De Varguitas y el Gorrión tomó de cada uno cuatro puyazos, sufriendo los piqueros cinco caídas.
Candela clavó un par de frente, otro al cuarteo y medio a la media vuelta.
Machío se presenta por segunda vez con los tratos, y después de brindar a una estrella española, lo pasa de muleta cuatro veces con dos naturales y dos de pecho para una estocada que podremos decir baja, con lo que a poco se echó el toro. El puntillero lo remató a la segunda. Machío podría haber lucido si no hubiera tenido tanta desconfianza.
Parte del público de la sombra aplaudió, el del sol obsequió al matador con una gran ovación de silbidos.
Y salió el tercero, que pertenecía a la ganadería de Atenco, y era hosco, chico y de alguna ley.
Recibió con muchas fatigas siete varas de Anastasio y seis de Anguiano. Ocasionó cinco caídas, dejando en la arena un jamelgo difunto.
Antonio González, el Orizabeño, lo banderilló muy mal, el público silbó y con razón. Sólo pudo colocar un par a la media vuelta y dos medios pares de igual manera.
Machío coge la espada y la muleta, y dirigiéndose al cornúpeto, desde muy lejos lo pasa cinco veces al natural, dos con la derecha y dos de pecho, dando, durante su faena, una estocada alta trasera, un pinchazo regular, otro pinchazo muy malo y bajo que hizo cojear al toro, concluyendo con una estocada a volapié, con la que se echó el animal. El puntillero lo remató.
La concurrencia en general se indignó, gritó y silbó a más no poder. Algunas naranjas y jarros de pulque fueron tirados al redondel por el público del sol, en el que Machío no tiene en nuestro concepto ninguna simpatía. Horror y escándalo.
Se llamaba el cuarto Catrín, y era prieto, con cola y patas blancas, de bonita lámina y bien armado. Pertenecía a la raza de Aguascalientes.
Salió hecho un buey y huyendo de la gente montada, de quien no recibió más que tres cariños.
Fue necesario prenderle banderillas de fuego para alegrarlo y volverlo retozón. Mochilón fue el encargado de la suerte. En el primer par quedó mal, pero volviendo después por su crédito, clavó dos buenos pares aprovechando. El chico escuchó palmas y música.
A Frasquito, que vestía azul y seda negra, correspondía matar este toro. Después de los cumplimientos de rúbrica, emplea parando y con mucho aquél, cuatro naturales y dos de pecho para una estocada alta, otros dos pases naturales para otra estocada de igual manera, rematando con otra buena, con la que fue suficiente para acabar con la vida del bicho. El puntillero lo remató.
La faena de Frasquito fue buena y corta.
Aunque al herir no estuvo el diestro muy certero, al pasar de muleta lo vimos hecho un valiente, y los aplausos que el público le prodigó fueron merecidos.
El quinto que saltó a la arena fue el mejor de la tarde, dando a conocer desde luego por su bravura y ley que era legítimo de Atenco. Sus señas: alazán, bien puesto, bragao y cornicorto.
Recibió del Gorrión dos puyazos, cayendo una vez el jinete; otros tres de Anguiano, con tumbo y pérdida del potro; tres más de Guillermo Morón, también con caída, y dos de Varguitas, con batacazo y jaca difunta.
El toro mostró gran poder en varas.
Guillermo Morón, estando montado, dejó el penco y se echó sobre la cabeza del toro y abalanzándose a las astas logró dominarlo. Al quite toda la cuadrilla. El valiente picador fue aplaudido frenéticamente y la música tocó varias veces diana. Morón recibió algunos pesos por su guapeza.
Otro picador de Atenco que no recuerdo su nombre ejecutó la misma suerte, lo que vino a dar por resultado que el toro quedara humillado e inservible para la lucha.
Aconsejamos a la Empresa que en lo sucesivo prohíba esta suerte, pues no es posible que un toro, por bravo que sea, recibiendo este castigo sirva después para cualquiera otra suerte, así como también que se ejecuten cosas que no estén anunciadas.
Felipe Hernández a caballo, clavó un buen par de banderillas que mereció aplausos.
Antes de llegar el toro a la muerte se echó e tierra y fue preciso indultarlo. Fue lazado y volvió al corral.
El sexto y último que cerró plaza fue de Atenco, amarillo, blando y enfermo.
Fue imposible lidiarlo, pues no entraba a nada y no hacía más que huir, no mereciendo en consecuencia los honores de una reseña.
Siguió después el embolado y concluyó la fiesta con disgusto de los espectadores.
DETALLES
Los toros de Atenco, con excepción del quinto que se jugó, resultaron blandos, huidos y recelosos. A nuestro entender, esto consistió en la mala conducción y poco cuidado que se ha tenido al traerles de la Hacienda a la Plaza de Tlalnepantla.
Los dos toros de la ganadería del Venadero, Estado de Aguascalientes, tampoco dieron buen juego mostrando esta raza que es muy inferior en ley y bravura a la de Atenco, Santín y San Diego de los Padres.
A Machío, lo hemos visto otras veces mejor y aunque conocemos que es un torero, por más que se diga no tiene simpatías en Méjico. Se le criticó y con razón que siendo él un matador de categoría brindara, como lo hizo a una de esas señoras, lo cual repugna en Méjico.
Frasquito en banderillas y pasando de muleta lo hizo perfectamente.
Pusieron algunas buenas varas Anastasio, el Gorrión y Varguitas. Fueron los únicos que picaron en el morrillo.
Han tomado los toros 42 puyazos.
Han dado 15 caídas.
Caballos muertos, 8.
Les han puesto 7 pares. Medios, 8.
Pases de muleta, 19.
Pinchazos, 3.
Estocadas, 7.
La corrida en general, mala.
El servicio de caballos, bueno.
El de plaza muy bueno.
La entrada un lleno.
La Presidencia acertada.
La tarde magnífica.
La Empresa no fue culpable del mal éxito de la corrida, y procuró satisfacer hasta donde le fue posible los deseos del público. El orden se mantuvo inalterable.
GADEA