EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    México, nuestro querido y pobre país, pasa por estos días una de sus peores crisis de valores, a partir de dos situaciones extremas, tan penosa una como la otra. La desaparición de 43 estudiantes de la escuela rural “Raúl Isidro Burgos” en Iguala, Guerrero, se dice que confundidos con integrantes de un grupo de narcotraficantes, sigue siendo el peor sacudimiento social vivido en muchos años, y que se parece, por su dimensión a lo ocurrido en 1968. El otro asunto tiene que ver con esa irresponsable muestra de incapacidad, pero también de una burda representación de soberbia e intolerancia por parte de la mismísima cabeza principal que gobierna la nación, y quien, a pesar de haber firmado una “minuta” con los padres de los jóvenes desaparecidos simplemente no ha cumplido. Junto con él, su esposa también vino a sumarse al reparto de una auténtica “telenovela…” pero de la vida real, donde ese intento velado de decir que no es corrupción hacerse de una casa de muchos millones de pesos (94.5 para ser exactos), y que no representa ninguna ofensa para el pueblo, nos ha demostrado a todos los mexicanos de lo que es capaz el poder.

   Si ese ejemplo proviene de lo más alto y representativo no solo al interior, sino también más allá de nuestras fronteras, donde seguramente nos tienen etiquetados de todo, ¿qué estará sucediendo en los niveles medio o inferior de la sociedad en su conjunto? Ante un país que se desmorona, con solo un 2.6% en la expectativa de crecimiento, con un PIB en su tercer semestre al 2.2 % anualizado (lo que no significa nada respecto a países del primer mundo), con una gestión de cultura en su más baja influencia, lo cual significaría revalorar a muchos estudiantes para que estos alcancen la plenitud en su educación, garantizando con ello convertirlos en ciudadanos maduros y conscientes de la realidad, hasta entonces estaremos en condición de ostentar un significado como auténticos mexicanos. Cuando se logren condiciones como las señaladas hace unos días por el investigador Genaro Aguilar Gutiérrez, investigador de la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional (IPN, por sus siglas), el cual apunta que uno de cada 10 mexicanos, cerca de 15 millones, vive con 1.25 dólares al día, es decir, unos 17 pesos, de acuerdo con la línea de pobreza más conservadora del Banco Mundial. Y sigue el investigador: Si en México se hubiera conservado el poder adquisitivo de los trabajadores, hoy el salario mínimo debería ser de 5 mil 683 pesos con 39 centavos al mes (333.14 €). Considera que el salario mínimo hoy debiera ser superior a los 6 mil pesos mensuales y que aquellos trabajadores que deberían obtener entre 12 mil y 18 mil pesos al mes, lo cual significaría apenas un ligero aumento del poder de compra que se tenía en México en 1980.

   ¿Bastarán estos casos para decir hasta qué punto de desastre se encuentra México?

   Evidentemente ese ejemplo se refleja en sus distintas escalas, tanto en las del ciudadano común y corriente que con todo lo anterior pierde esperanzas y se hunde en el desaliento, como de factores empresariales, alentados hoy día con reformas como la laboral o la energética, esta última uno de los sueños dorados del actual gobierno, empeñado en llevarla hasta sus últimas consecuencias.

   Y en los toros, ¿cómo se viven estos casos?

   Conviene una evaluación a profundidad de todas sus estructuras, con objeto de depurar un conjunto de defectos que han invadido sus cimientos. Una primera situación de conflicto es aquella relacionada con su insegura permanencia en el panorama multinacional, entendiendo que se trata de un legado cultural  vulnerable a los dictados impuestos no solo desde la modernidad, sino los que la postmodernidad y la globalización han venido estableciendo entre las sociedades que hoy entienden diversas culturas desde otro punto de vista, perdiendo la oportunidad de conocer su esencia. Para ello han crecido en diversas partes del mundo una serie de grupos opositores a su continuidad, mismos que demandan eliminar una expresión, dicen ellos, que estimula o alienta la violencia por vía del maltrato a los animales. En verdad, se necesita una explicación coherente y equilibrada para que los aficionados y todos aquellos integrantes de nuevas generaciones que han venido incorporando a su conciencia valores que significa aceptar la tauromaquia en cuanto tal, cuenten con un bagaje lo suficientemente claro para convertirse, en automático en auténticos defensores de esta expresión. No nos conviene el uso de lugares comunes, sino de algo más que eso, y al menos debería utilizarse el recurso de que avanzan las gestiones para alcanzar algún día, plenamente justificado, el que la tauromaquia se considere, por parte de la UNESCO, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

   Es importante que la capacidad de compromiso prive entre empresarios, con objeto de que logren cumplir con un objetivo de primerísimo orden: montar desde un festejo hasta una temporada con objeto de que dicho pretexto se convierta en eje de atención de un sector de la sociedad, interesado en acercarse para presenciar la puesta en escena de un espectáculo que además sigue ligado a una serie de elementos rituales que lo hacen distinto de los demás. Esa “celebración” cobra hoy en día un significado muy especial que de no mantener su esencia original, termina convirtiéndose en una falsa versión de la realidad. Por eso también es importante que los ganaderos colaboren a cabalidad en ese mecanismo y ofrezcan un producto capaz de convertirlo en la materia prima más importante de dicho espectáculo: el toro. Sin él, o con un remedo no se alcanzan, por más que quieran, los propósitos que también una utópica tradición ha venido estableciendo, pues idealizar una corrida de toros o una novillada significa que en uno u otro caso, lo que debe aparecer en el ruedo son toros o novillos respectivamente. Eso lo sabe la afición que por años, e incluso reflejada en el paso de generación en generación, ha mantenido un afecto entrañable que se hereda, y esto genera síntomas evangelizadores que predican la pureza del espectáculo, síntomas que deben propagarse por vía de labor misionera con vistas a lograr que el convencimiento entre nuevos y potenciales aficionados a los toros garantice la permanencia y la continuidad de esos principios. A veces, el que pareciera un auténtico “decálogo” no es más que la suma de aspiraciones que permiten comprobar el punto de certeza con que se repite una vez más ese ritual idealizado.

   Con respecto a los medios masivos de comunicación, lo único que puedo traer a cuenta es el ejemplo, y no voy a decantarme con intenciones maniqueas, sabiendo si es bueno o es malo, pero el hecho es que la renuncia de Héctor Tajonar al diario “Milenio” en diciembre de 2011 es la mejor forma de demostrar que no se puede estar maniatado a ninguna condicionante si antes uno no se traza, al menos con el mínimo de sentido común, el código de ética que conviene en casos como el que muestro a continuación:

 Apreciado Carlos Marín:

He reflexionado acerca de la breve conversación telefónica que sostuvimos la semana pasada y he tomado la decisión de suspender mi colaboración semanal en MILENIO Diario.

Antes de exponer mis razones, quiero agradecerte el haberme invitado hace cinco años y medio a colaborar en este diario después de haber publicado, a solicitud mía y en calidad de columnista invitado, el texto titulado “¿La rebelión de las masas?”, fechado el 16 de julio de 2006.
Desde entonces he podido expresar con toda libertad mi visión personal, independiente y crítica acerca del acontecer político nacional. Tu proposición de modificar esas condiciones me obliga a escribir esta carta de renuncia, con la atenta solicitud de que sea publicada en el espacio que tuviste a bien asignarme en Acentos.

   Me has pedido que dejara de criticar a Televisa en mi columna, aduciendo que MILENIO Televisión está asociado con esa empresa para sus transmisiones en cable.

   Comprendo que en la actual coyuntura mis puntos de vista puedan resultar disfuncionales para los legítimos intereses empresariales de esta casa editorial; sin embargo, sabemos que en el ámbito de los medios de comunicación, los intereses empresariales se traducen en políticas editoriales. Ello me impide aceptar tu planteamiento. Permanecer en esas condiciones significaría no sólo coartar mi libertad de expresión sino convertirme en cómplice pasivo de una situación política con la cual no comulgo.
Ha llegado el momento de marcharme. Durante 40 años he estudiado la relación entre el poder político y los medios de comunicación, en especial la televisión, y como sabes trabajé en Televisa durante dos décadas. Por tanto, puedo decir sin el menor asomo de vanidad que cuento con las herramientas teóricas y empíricas para hablar acerca de estos temas con suficiente conocimiento. Así lo he hecho desde la soledad de mi escritorio y mi conciencia en este espacio del que hoy me despido.

   Ahora más que nunca cobra actualidad la conocida advertencia de Karl Popper: La televisión se ha convertido en un poder político colosal, el más importante de todos… Se ha vuelto un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia puede sobrevivir si no se pone fin al abuso de este poder.
Televisa es el ejemplo más claro del abuso de ese poder sin control, su inocultable vínculo con el PRI representa una burla a las leyes electorales del país y el riesgo de un grave retroceso democrático. La televisora y el tricolor constituyen un binomio político-electoral indivisible y, para muchos, invencible. Lo concesionarios de la televisión han pasado de ser soldados del presidente a inventores de presidenciables. Por ello, dejar de criticar a Televisa, como me lo has pedido, equivaldría a dejar de criticar a Peña Nieto. No puedo aceptar el ejercicio de un periodismo amordazado.

   Interpreto tu exhorto a la autocensura como el resultado de una presión de los estrategas de Peña Nieto, cuya función primordial es cuidar su imagen pública, la cual ha resultado un tanto dañada en días recientes. Entiendo que les haya incomodado mi texto publicado hace dos semanas en este espacio, titulado “Los dos Peña Nieto”, en el cual menciono que la popularidad del personaje está íntimamente vinculada al secreto mejor guardado por el PRI: el costo financiero y político de su alianza con Televisa.
Hace seis años, Santiago Creel fue derrotado en la elección interna del PAN por Felipe Calderón debido a que se dio a conocer que, siendo secretario de Gobernación, el delfín de Fox intercambió presencia en la pantalla televisiva por permisos de casas de apuestas para Televisa. Los artífices de esa táctica son los mismos que se han encargado de diseñar la hasta ahora exitosa estrategia de comunicación política de Peña Nieto. Es comprensible que la máxima prioridad de dichos estrategas sea impedir que el fracaso de la alianza de Televisa con Creel se repitiera con Peña. Si alguien estorba es preciso neutralizarlo. En consecuencia, se ha recurrido al método del PRI de siempre: cooptar o silenciar. El mismo que usaron antes Echeverría, López Portillo y Salinas. Surge ahora el neoautoritarismo peñista.

El disenso no debe equipararse con la enemistad. Felicidades.

   LO QUE ESTÁ HACIENDO TELEVISA, T.V. AZTECA Y MILENIO ES IMPONER A PEÑA NIETO PRIISTA. A CAMBIO DE QUE? DE CARRETADAS DE DINERO? MONOPOLIO TELEVISIVO? Ó AMBOS?

   RECUERDA TELEVISA, MILENIO Y T.V AZTECA MIENTEN.

 Héctor Tajonar.

22 de diciembre de 2011. [1]

    De lo anterior se puede sacar una sola conclusión: Así irá cayendo uno a uno de los más o menos sinceros, con lo que será más fácil admirar el horizonte y contemplar quien o quienes permanecen al servicio de intereses y prefieren seguir pensando que lo que escriben es “su verdad”.

 22 de noviembre de 2014.


[1] Adiós de Héctor Tajonar a Milenio (por hablar mal de Peña-Televisa). 28 de octubre de 2014 [en línea], 2014, http://www.horacero.com.mx/columnas/adios-de-hector-tajonar-milenio/ [consulta: 22 de noviembre de 2014]

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