CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
EL ANTITAURINISMO DE JUAREZ
En la plaza de toros.-
Imaginemos de pronto, el ingreso a la plaza de toros del Lic. Benito Juárez acompañado de su Sra. Esposa Da. Margarita Maza de Juárez. En la plaza vemos a los más insignes personajes, como los más desagradables individuos quienes han hecho de nuestra nación la viva imagen de su circunstancia.
Antes de hacer comentarios generales, quisiera presentar una pequeña relación de festejos donde vemos presente al oaxaqueño en corridas de toros.
-27 de enero de 1861. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran Función extraordinaria dedicada al Exmo. Sr. Presidente interino de la República D. Benito Juárez quien la honrará con su presencia. Toros de Atenco. Bernardo Gaviño y su cuadrilla. Graciosa mojiganga y magníficos juegos artificiales dirigidos por el afamado pirotécnico D. Severino Jiménez.[1]
-9 de noviembre de 1862. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Corrida a beneficio de los Héroes de Puebla. Cinco toros escogidos de Atenco para la cuadrilla de Pablo Mendoza. Dos para el coleadero y el embolado de costumbre.[2]
Cartel de la función…
Cuenta de gastos derivados de la organización de aquel festejo…
-22 de febrero de 1863. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran corrida de toros a beneficio de los hospitales militares de la Santísima y de las Vizcaínas. Cuadrilla de Pablo Mendoza.[3]
-3 de noviembre de 1867. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Beneficio de los damnificados del huracán en Matamoros. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, toros de Atenco. Toro embolado, mojiganga y toros para el coleadero.
Como se ve, quienes iban a mostrarse tan contradictorios de la fiesta no desdeñaban entonces usarla como instrumento para agenciarse recursos financieros con los cuales sostener su lucha.[4]
Ya metidos en considerar qué tan sincero haya sido Juárez o no con la fiesta, vayamos a conocer algunos testimonios que lo califican como antitaurómaco.
Tal consideración la encontramos expuesta por un periodista, pero uno de la fuente taurina, el Dr. Carlos Cuesta Baquero cuyo anagrama lo identifica como Roque Solares Tacubac. Refiriéndose a Julio Bonilla, otro periodista -creador del «Arte de la Lidia» en 1884- comenta:
Era (J. Bonilla) asiduo concurrente a las corridas que desde el año de 1867 en adelante eran efectuadas en los pueblos inmediatos, relativamente, a la ciudad de México. Eran en Cuautitlán, Tlalnepantla, Texcoco, Amecameca, Zumpango y otros. También en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México. No las había en la metrópoli y en la jurisdicción del Distrito Federal, POR TENERLAS PROHIBÍDAS EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, LICENCIADO DON BENITO JUÁREZ, QUIEN FUE ANTITAUROMÁQUICO, A PESAR DE QUE A VECES RECURRIÓ A «LOS TOROS» para arbitrarse dinero destinado al sostenimiento de hospitales militares, cuando el heroico asedio que sostuvo la ciudad de Puebla en el año de 1863.[5]
La contradicción a la que he orientado esta propuesta puede tener dos causas básicas:
1.-Que de verdad Juárez haya sido antitaurino y sólo se prestara para consolidar con su presencia una serie de festejos benéficos.
2.-Que resultara ser uno de los adoctrinados, bien por los liberales, bien por la prensa (o condicionado por ésta).
Con todo esto:
¿Qué pudo ver Juárez en todo aquel colorido espectáculo?
¿Repugnancia, aberración, barbarie o la oportunidad de fortalecer la ideología más recomendable por entonces a los ambiciosos proyectos de tener un México metido a trabajar en el progreso?
Las plazas de toros en aquel y creemos que en todos los tiempos, eran y han sido el mejor termómetro con qué medir el gusto o rechazo del pueblo alrededor de sus toreros o hasta del papel que ejercen sus gobernantes. Y no nos lo niega el hecho de que el 3 de noviembre de 1867, fecha en la que se da la referida función a beneficio de los desgraciados de Matamoros, asiste el Presidente C. Benito Juárez. La cuadrilla se formó con el primer espada Bernardo Gaviño quien lidió cinco toros de Atenco. Un día después la prensa condolida o convencida de lo que significaba ese hecho, apuntó:
PRENSA NACIONAL
LA CORRIDA DE TOROS AYER.
La junta encargada de arbitrar recursos para las poblaciones devastadas por el huracán en la frontera, no han apelado en valde a los sentimientos filantrópicos de la capital. Para el primer llamamiento que a ellos ha hecho, creyó conveniente emplear el señuelo de placer, presentando al público un espectáculo más popular, por desgracia en México, de lo que pudieran desear los amigos de la civilización. Y a fe que el éxito de este buen intencionado artificio, no ha podido ser más brillante.
La corrida de toros, ese placer tradicional de la raza española, ese solaz predilecto de nuestro pueblo, a que se han replegado el interés sanguinario y salvaje del circo y del palenque, este espectáculo que no se debería dar al público, sin velar ante la estatua de la civilización, cuenta todavía en México, muchos partidarios, y los que tienen que impugnarlo, por no dar testimonio de poco refinamiento, apetecen una ocasión como la de ayer, en que la caridad sirve de madrina al mal gusto, y en los instintos feroces de la antigüedad se abrigan bajo el palio del sentimiento más dulce entre cuantos ha desarrollado el evangelio. A extraños contrastes y aproximaciones da lugar este siglo de transición en que vivimos: La Beneficencia patrocinada por la afición a la sangre y a la matanza, los combates con las fieras, el terrible suplicio de los primeros cristianos, convertidos hoy en un arbitro de caridad, en un medio para practicar la moral del Cristianismo!…
Las personas del sexo débil, la mitad más tierna y sensible de la raza humana, los ministros naturales de la conmiseración y de la beneficencia, quizá no son las menos propensas a aprovechar la coyuntura de un pretexto caritativo, el asistir a ese espectáculo a propósito, en medio de su bárbaro carácter, para saciar la sed femenil de sacudimientos y emociones.
La sociedad protectora de las poblaciones perjudicadas por el huracán, deben tener en su seno algún profundo moralista a quien se debe seguramente la idea de explotar en nuestra sociedad las disposiciones a que acabamos de aludir; y el buen suceso de la empresa acredita lo feliz de la concepción.
La corrida de toros de ayer formará época en los anales de la tauromaquia mexicana. Nuestra memoria se remonta hasta fechas muy lejanas y no recuerda otra ocasión en que la hermosa plaza del Paseo se haya llenado con tal y tan numeroso conjunto. Lo mejor de la sociedad mexicana, las bellas dolientes del imperio, la nova progenies que como de costumbre en las restauraciones, ha salido a flor de agua en la superficie social al renacer el gobierno nacional, el pasado y el presente, la aristocracia y la democracia, el Imperio y la República se han encontrado ayer frente a frente, quizá por primera vez, después de mucho tiempo, celebrando una alianza de buen agüero bajo los dobles auspicios del placer y de la caridad. Difícil sería hallar mejores intermedios para la reconciliación.
Este hecho a que nos referimos, y que creemos útil poner en realce, ha dado un carácter peculiarmente satisfactorio y risueño a la corrida de toros dada ayer a beneficio de las poblaciones de la frontera. Es acaso la primera fiesta después de la caída del imperio, en que el eclipse de ciertas fisonomías familiares para los que frecuentan el gran mundo, no han mezclado ciertos resabios de tristeza con la expansión y el regocijo.
Nosotros que aun en el momento mismo del triunfo sobre el imperio, no hemos vacilado en declararnos apóstoles de paz y reconciliación, huyendo estudiosamente de aparecer como ministros de la Némesis republicana, no es extraño que saludemos con sincero aplauso estos primeros síntomas que anuncian el término de nuestros grandes antagonistas sociales y políticos.
Cabalmente porque la democracia republicana es la última palabra de nuestras disensiones, cabalmente porque es el poder de la época y el porvenir, debemos poner término a la diversión entre proscriptores y poscritos y demostrar que en las repúblicas del siglo XIX no caben los Alcmenoides ni los Sylas.
El espectáculo de ayer no solo ha sido la fiesta de la filantropía y de la caridad, sino la fiesta de la esperanza. Cuando una sociedad entera se entrega a una especie de solaces que ponen en contacto a los hombres y les distraen de las preocupaciones políticas, hay motivo para esperar que estas no sigan siendo una barrera que divida a los hijos de una misma patria en dos bandos irreconciliables.
La comisión encargada de preparar la corrida salió airosa de la encomienda y supo hacer a su buen gusto tributario de su filantropía. La decoración vegetal de la plaza, compuesta de ramas de sabino y festones de flores graciosamente dispuestos, daban al gran anfiteatro un aire alegre y risueño y proporcionaba un fondo boscoso bien calculado, para que sobre él se destacaran como otras tantas flores, las bellas concurrentes que poblaban las lumbreras. Hasta la atmósfera, turbia y variable en estos últimos días, se despejó ayer tarde, armonizando con la disposición cordial y apacible de los corazones, y dando un nuevo realce á la función de que vamos hablando. Todos los necesarios de ella correspondieron al empeño de la comisión directora, por dar un espectáculo digno de la desusada concurrencia que llenó ayer la plaza de toros; bien que en tributo de justicia, debemos declarar que al buen éxito contribuyó mucho la eficaz cooperación de la compañía y muy especialmente de su simpático director D. Bernardo Gaviño, quien con un desinterés superior a todo elogio, allanó todas las dificultades e hizo fáciles y nada dispendiosos, muchos de los recursos que contribuyeron a dar interés al espectáculo.
Los habituados a él nada tuvieron que desear. Aun hubo en los lances tauromáquicos muchos de los incidentes feroces y sangrientos que por desgracia complacen tanto a la mayoría de los aficionados a la lid de toros. Los cadáveres de varios caballos sirvieron de trofeo a la fiereza de los bichos de Atenco.
Cuando el resultado de la función de ayer se traduzca en socorros abundantes y oportunos para nuestros hermanos de la frontera, comprenderán aquellos pueblos que la sociabilidad y la afición al placer de esta gran metrópoli, de esta Capua política, de esta corrompida meretriz, como por allá suele llamarse a México, no merecen tantas maldiciones.-F.M. (El Globo).[6]
La prensa que afirmaba esto da a notar que el «imperio» y la «república» no estaban reñidos. Muy al contrario, formaron alianza en la plaza y daban por iniciado un largo período de bonanza social, rota muchos meses atrás, pretendiendo prolongar la vida a algo ya liquidado.
La fiesta nunca encerró -y por lo visto- repulsa alguna entre los conservadores (o es que acaso los disturbios sociales y militares no dieron tiempo de atender esta circunstancia y pasó desapercibida). En conclusión podemos ver que la reacción, el ataque da inicio en cuanto Juárez ocupa la capital del país recuperando el federalismo y proporcionando alternativas y reformas para el nuevo régimen de paz que se mostró tan próspero y reluciente, ambicioso y lleno de modernidad y de progresos.
Ilustraciones hechas por Luis Inclán, para las “Reglas con que un colegial puede colear y lazar”.
Fuente: Hugo Aranda Pamplona. Luis Inclán El Desconocido.
CONTINUARÁ.
[1] Agradezco al Lic. Julio Téllez García el permitirme el acceso a su biblioteca y llegar hasta el original de dicha corrida.
[2] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. T. I., p. 166.
[3] Op. cit., p. 167.
[4] Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. (Colección Regiones de México)., p. 122.
[5] La Lidia No 3 del 11 de diciembre de 1942.
[6] El Boletín Republicano No 110 del 6 de noviembre de 1867.