ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Ponciano Díaz llegó a actuar hasta en 60 ocasiones durante el año de 1887. Fue uno de los mejores en su haber, junto al de 1888, cuando alcanzó las 85 comparecencias en ruedos nacionales.[1] . Precisamente en el año de la reanudación de las corridas de toros en la ciudad de México, el toreo que practicaba nuestro personaje quedó sometido a nuevas miradas, y los análisis sobre su desempeño. A pie o a caballo estaba siendo objeto de análisis diversos que desplegaban, sobre todo en la prensa, lo que a tal sector merecía opinar sobre el “torero con bigotes”. Luego de una serie de actuaciones sumamente brillantes que tuvo en Orizaba, Veracruz entre mayo y junio de aquel año, y otra más tan destacable (como aquellas) ocurrida en la plaza de “San Rafael” en la ciudad de México, precisamente el 3 de julio, se convirtieron en elementos de discusión que suscitaron la polémica, por lo menos la habida entre dos periodistas, uno que publicó su crónica llena de exaltaciones en “El Diario del Pueblo” y otro que envió réplica a la misma publicación algunos días después. En el debate, y por ausencia del que ya era primer ofendido, saltó a la palestra Joaquín de la Cantolla y Rico, célebre aeronauta y también muy popular y declarado “poncianista” que le puso lección ejemplar al “replicante”, y cuya “carta” no omitiré.
Para entrar en materia, he de seccionar la nota que se publicó in extenso en El Diario del Hogar del 21 de agosto de 1887, p. 2 la cual recoge las hazañas de Ponciano en Orizaba. Vayamos por partes.
ORIZABA, VERACRUZ. Respecto a las más recientes actuaciones de Ponciano Díaz por aquella plaza, fue en esta misma edición de El Diario del Hogar en que, a detalle se realizaron diversos apuntes que dan un mejor panorama de sus inenarrables hazañas toreras que por ser tantas, no deseo pasarlas por alto. Veamos.
Dice F.J.R., iniciales del autor de estas notas:
Recuerdo que en una rapidísima revista que publiqué en el “Monitor del Pueblo” del día 8 del pasado Julio, aludiendo a la corrida dada por Ponciano en la Plaza de San Rafael el domingo anterior a su fecha [refiriéndose a la del domingo 3 de julio de 1887] decía yo, entre otras cosas, que en la serie de cinco fiestas, el popular diestro mexicano había lucido de un modo espléndido sus singulares aptitudes para el arte del toreo, tan peligroso como discutido siempre; y continuaba yo así:

Hemeroteca Nacional Digital de México. U.N.A.M. (http://www.hndm.unam.mx/)

Hemeroteca Nacional Digital de México. U.N.A.M. (http://www.hndm.unam.mx/)
Baste decir por ahora, que en la función del domingo pasado, con reses de una calidad superior (esto lo certifican todos los concurrentes), Ponciano demostró a cuantos pretendían extrañar en él ciertas reglas del arte propiamente español, que no le son desconocidos, que sabe colocarse a la altura de ellas y que, dentro de las mismas, no ha habido, con excepción acaso del inolvidable Gaviño, torero alguno español.
(. . . . . . . . . .)
En sus estocadas del domingo, satisfizo a los partidarios de eso que llaman alta escuela, o escuela clásica, por el sitio en que las daba (las estocadas); con la circunstancia de que, como siempre y a excepción de un solo toro, para los demás no empleó sino una sola, mortal, con trasteces elegantes y lucidos y dos supremos descabellos al primer intento, que arrancaron tempestades de aplausos.
Eso que yo dije el 8 de julio último, y que es una verdad incontestable, presenciada por millares de espectadores a quienes no carcome la envidia ni ciega o embrutece el espíritu de paisanaje o de ridículo y vergonzoso extranjerismo, sublevó, sin embargo las aptitudes taurófilas y los sentimientos patrióticos de mi palurdo vilamelón ¡qué digo villamelón! villazoquete, el cual pretendió desmentirme en el mismo “Monitor del Pueblo”, con una carta publicada el 13 del mismo Julio.
El director de ese periódico dio a luz la refutación de mi antagonista de Monte Romo, o del bosque de los alcornoques, pero con estas palabras preventivas:
UNA CARTA.-En prueba de imparcialidad publicamos la siguiente que se nos ha dirigido, refutando el artículo titulado: “Corrida de toros” escrito por uno de nuestros compañeros de redacción, quien contestará pronto de una manera conveniente”.
Me disponía yo, en efecto, a contestar de una manera conveniente la respuesta necia y grosera de mi palurdo adversario, cuando una circunstancia imprevista, inesperada, me hizo salir de México, privándome del goce, no de entrar en una discusión razonada con quien ninguna razón daba, fundada en las reglas de una crítica inteligente e ilustrada, sino de fustigar convenientemente al que empujado por sentimientos mezquinos e intereses acaso innobles, y con el lenguaje propio de quien aún no suelta el pelo de la dehesa, vomitaba injurias, únicamente injurias, contra Ponciano Díaz, contra el pueblo mexicano, y contra el que esto escribe y escribió lo otro.
Intermedio de Joaquín de la Cantolla y Rico en favor de Ponciano Díaz.
Casa de vdes., Julio 14 de 1887.-Sres. Redactores del “Diario del Hogar”.
Muy señores míos:
Suplico a vdes. tengan la bondad de insertar en las columnas de su ilustrado Diario el siguiente remitido:
“En el periódico “El Monitor del Pueblo”, con fecha de ayer, aparece suscrita por un imparcial (¿?) una carta en la que vierte apreciaciones injustas en contra del diestro mexicano Ponciano Díaz. Paso a contestar dicha carta y apelo al buen criterio de las personas inteligentes en la materia, quienes sabrán hacer la debida justicia al verdadero mérito.
Me haría favor el remitente de decirme, en qué cree que consista el arte del toreo? Las notabilidades ibéricas que han pretendido hacerse admirar en México y que precedidos de gran fama hemos visto en nuestros redondeles, han estado muy lejos de corresponder a ella, lo cual indica que es debida, no tanto a sus conocimientos en el arte, cuanto a un apasionado provincianismo. Mazzantini, esa gran figura de la tauromaquia, nos lo ha demostrado.
Los toreros españoles que en la temporada que termina hemos visto trabajar, necesitan varias estocadas para dar fin a un toro. Ponciano no necesita generalmente más de una sola estocada para cada toro, como se ha visto en las últimas corridas.
Carece el diestro mexicano tal vez de esa mímica con la que los toreros españoles conquistan a uno que otro pollo cursi de la sombra, de esos movimientos de brazos, cabeza, caderas y tiernas miradas, muy a propósito para conquistar manolas; mas en cambio demuestra con el arte, el valor y la serenidad, el dominio que ejerce sobre la fiera. Califica a Ponciano el autor de la citada carta, de tonto y orgulloso; precisamente el diestro mexicano es modesto de sobra y esta opinión no puede interpretarse más que como el desahogo de una ruin pasión o envidia. Las numerosas simpatías con que cuenta, el entusiasmo que inspira con su sola presencia, es debido a su modestia, a su falta absoluta de pretensiones y a su deseo de complacer a un público inteligente formado en su mayor parte de la clase media de la sociedad, y de artesanos a quienes audazmente llama plebe el suscritor de la mencionada carta. Ponciano recibe las merecidas ovaciones de todo el público que concurre a los redondeles donde trabaja.
Reconocido el mérito de Ponciano Díaz como jinete y a las banderillas a caballo, diré el articulista que el charro a que se refiere podría haberlo cuando más igual; superarlo, nunca.
En cuanto al estilo de matar a la cuatrodedos, el público sensato hará comparación; por ejemplo entre la faena empleada por este señor para despachar al famosísimo toro que importó de las renombradas ganaderías de España, y la que el diestro mexicano dedicó a Diego Prieto en la corrida que presenció y en la que sorprendido le hizo obsequio de una espada. El primero después de tres pésimos pinchazos, haciéndole pedazos el hocico al animal para obligarlo a rendirse, hizo catorce intentos infructuosos de descabello, teniendo que rematarlo en puntillero. El segundo, después de unos pases de indiscutible mérito, dio al bicho una estocada por todo lo alto, con la que bastó sin necesidad de ayuda. ¿Será de imitarse aquel estilo?
Para concluir, le recomiendo al autor de la tantas veces citada carta lea la reseña de la corrida del día 5 del pasado, que publica “La Lidia de Madrid” en la que tomaron parte los famosos matadores Currito, El Gallo y Ángel Pastor. Este periódico nos cuenta que para seis buenos toros hubo: 9 pinchazos, dos estocadas idas y caídas, 3 atravesadas, 4 medias estocadas, 3 intentos de descabello, un descabello, una estocada baja y una buena. ¿Qué opina de esto el caballero imparcial?
Suplico a vdes., señores Redctores, dispensen lo difuso de la presente, y aprovecho esta ocasión para ofrecerme a sus órdenes como afmo. S.S.Q.B.SS.MM.-Joaquín de la Cantolla y Rico.
De vuelta con el misterioso F.J.R.
Cuando regresé a esta ciudad, ya no era tiempo; ya el Sr. Joaquín de la Cantolla y Rico y otra persona habían derrotado con poderosos argumentos a mi contradictor Villazoquete, dándole una lección dura, pero merecida, por los torpes desahogos que se había permitido, y haciendo constar una vez por todas el hecho de que esos pseudo críticos del arte de torear, que nos han caído no sé de donde, creyéndose formalmente a la altura de un Federico Minguez o un Víctor Balaguer, se fundan para levantar a las medianías españolas que han venido a México, sobre los toreros mexicanos, en las zalamerías que para los últimos guardan las manolas del callejón de López, los tontos de la aristocracia, que tienen horror por cuanto pertenece a su patria, y una parte de la clase media que en caricatura imita a los magnates.
Nunca han sido tales elementos el mejor testimonio del mérito ante la sana razón.
Pero dejemos eso a un lado y vamos a otra cosa.
Muy próximo está ya el beneficio de Ponciano Díaz, y el valiente y celebrado artista dará una nueva prueba de sus altas cualidades para el arte del inolvidable Pedro Romero, cuya escuela superior es, sin duda, la que sigue el diestro mexicano, a juzgar por el reposo y la serenidad de todos sus movimientos, que no diferencían un mucho de esa otra escuela sevillana, tan aturdida y muchas veces apayasada.
Si para las anteriores corridas, Ponciano eligió personalmente el ganado supremo que todos hemos admirado, ya podrán los lectores imaginarse la calidad del que tiene preparado para su función de gracia. La elección del ganado de lidia es otra de las eminentes cualidades que distinguen a Ponciano, de los demás toreros, y que acreditan sus grandes y especiales conocimientos.
Todo será bueno, de brillo y de lujo, y parece que algunos diestros españoles tomarán parte en la corrida, como una ofrenda de cariño y de sincera admiración por el modesto torero mexicano.
Viene Ponciano justamente satisfecho de las grandes ovaciones que recibió últimamente en Orizaba.
¿Cómo trabajó allí? Nos lo dice “La Revista Taurina” en estos extractos que de ella tomamos:
Primer toro.-Ponciano, de rojo y oro, pidió venia y brindando su suerte por Orizaba, buscó al bicho y lo pasó de muleta de varias maneras para propinarle un metisaca hasta los pomos. El toro conservó sus facultades, y a petición de una persona del tendido de sombra, le dio un magistral descabello, cayendo a sus pies el animal. Muchas dianas y aplausos.
Segundo toro.-Volvió con sus trastos Ponciano y brindando al tendido de sol buscó a su enemigo bregándolo de la manera siguiente: dos naturales, uno de pecho, dos de telón, tapando la salida al diestro, quien le dio después de prepararse, una magnífica estocada delantera, de la que cayó la res; el cachetero a la primera. Muchos aplausos y vivas a Ponciano.
Tercer toro.-Ponciano, entusiasmado con el éxito de sus anteriores suertes, quiso lucirse más en ésta, y al efecto, pidió una silla para matar sentado, y tomándola en la derecha, y en la izquierda espada y muleta, citó a la res para ponerla en suerte, y una vez que estuvo, después de 25 pases y 3 medios, sentóse, y citó al estar el bicho en jurisdicción, largándole una media estocada delantera, aplomándose la res y sin acudir ya más, trapeóla varias veces, hasta que descabelló al segundo intento.
Cuarto toro.-Por última vez armóse Ponciano para pasaportar a este bicho y pasándolo con 1 natural, 2 de pecho y 2 telonazos, lanzó la gorra atrás y le pintó en los rubios la más soberbia y magistral estocada, de la que murió sin necesidad de puntilla. ¡Ovación completa!
(. . . . . . . . . .)
He allí cómo mata toros Ponciano. ¿Es por esto por lo que los Villazoquetes de aquende y allende el Océano le motejan y le quieren mal? Sea enhorabuena.

El Monosabio. Periódico de toros. ilustrado con caricaturas, jocoso e imparcial, pero bravo, claridoso y… la mar!. T. I., Ciudad de México, sábado 14 de enero de 1888, N° 6 (Portada).
No teniendo otra cosa que decir de él sus zoilos, suelen acusarle de que no da estocadas de recursos como la del volapié y otras, sino que se ha adherido a las de aguantar. No es cierto esto, pues ya se ha visto a Ponciano apelar a tales medios cuando el caso lo pide de un modo absoluto; pero huye de tales recursos, y hace bien, porque no son esas las suertes supremas ni las que más reputación dan a un matador. En esto está precisamente su mérito. Quédese ello para los que no tienen ni el valor, ni la firmeza de pies y puño, ni la serenidad, ni los conocimientos de Ponciano, y que asesinan toros a la mala.
Pero no es cierto tampoco que Ponciano mate siempre aguantando. Aguantar es suerte lucida y de peligro; pero por regla general estoquea recibiendo, lo que no hace aquí ninguno, y no quieren confesar nunca sus apasionados críticos, porque en ello está precisamente la superioridad de Ponciano sobre cuantos matadores españoles han venido a México en esta última época.
Vamos a ver lo que sobre recibir dice Neira, autor de la mejor obra sobre el toreo.
“La suerte de matar los toros recibiendo es la suprema del toreo, y la que han considerado más difícil los inteligentes. Vamos a describirla como lo hace Pepe Hillo, Montes y Domínguez, y después diremos cómo la entienden los más acreditados y antiguos toreros que hoy viven, como la hemos visto practicar a Montes, a Domínguez y al célebre José Redondo el Chiclanero, y en qué se diferencia de la que ahora se llama aguantando, y que muchos confunden con aquélla. Pepe Hillo, en su Tauromaquia, edición de 1804, que es la corregida y aumentada, dice en la página 79: “En la suerte de muerte debe el diestro situarse a la derecha del toro, casi en frente, con la muleta baja y recogida a medida que fuese necesario, y el estoque en la mano derecha, pero la tendrá como reservado hasta el preciso momento en que, embistiendo este último a la muleta, le dé la estocada en el acto de querer verificar la cabezada, haciendo un quiebro de muleta para su mayor seguridad y dirección”. Montes, que en su Tauromaquia amplió mucho las reglas de torear, explica del siguiente modo la manera de matar los toros recibiendo: “SE situará el diestro en la rectitud del toro, a la distancia que le indiquen las piernas de él, con el brazo de la espada hacia el terreno de afuera, el cuerpo perfilado igualmente a dicho terreno, y la mano de la espada delante del medio del pecho, formando el brazo y la espada una misma línea, para dar más fuerza a la estocada, por lo cual el codo estará alto y la punta de la espada mirando rectamente al sitio en que se quiera clavar. El brazo de la muleta, después de haberla cogido un poco sobre el palo en el extremo por donde está asida, lo que se hace con el doble objeto de reducir al toro al extremo de afuera, que es el desliado, y de que no se pise, se pondrá del mismo modo que para el pase de pecho; en la cual situación airosísima por sí, cita al toro para el lance fatal, lo deja llegar por su terreno a jurisdicción, y sin mover los pies, luego que esté bien humillado, meterá el brazo de la espada, que hasta este tiempo estuvo reservado, por lo cual marca la estocada dentro, y a favor del quiebro de muleta se halla fuera cuando el toro tira la cabezada”.
En suma, Domínguez, citado también por Neira, describe y considera la suerte de recibir lo mismo que Hillo y Montes.
Neira dice que algunos han sostenido que un toro es aguantado y no recibido, por ciertos detalles insignificantes a ciertas circunstancias ineludibles que ocurran en el acto de la suerte y que no son, sin embargo, de las que pueda quitarle su grado. Por los unos y por los otros los mismos Pepe Hillo, Montes, el Chiclanero y Domínguez, se apartaron más de una vez del modo de recibir, ejecutándolo cada cual a su manera, aunque con sujeción a las principales reglas del arte, consentidas por ellos. Mas no se debió decir nunca que por eso podía confundirse el recibir con el aguantar, que varía mucho de forma y de calidad.
Neira, en fin, termina así:
“No porque un torero dé las estocadas más altas o más bajas, ni porque se embraguete más o menos con el toro, ni porque se coloque algunas pulgadas más al frente o a la derecha, deja por eso de recibir, si observando las reglas escritas por Montes, cita, espera sin mover los pies (que es lo que hace Ponciano), y al humillar el toro, da la estocada, aunque inmediatamente después de esto los mueva, ya porque haya pinchado en hueso (cosa que rara vez le sucede a Ponciano), y no pueda resistir el encontronazo, ya porque se haya revuelto el animal, como casi siempre sucede. Recibir, pues, es la suerte de matar toros frente a frente y a pie quieto hasta después de meter el brazo, en que el torero saldrá a colocarse en posición de dar frente al toro con la muleta desliada”.
Fijándose bien el espectador y siendo verdaderamente imparcial, convendrá en que no es ordinariamente la actitud de Ponciano, otra en el lance de la muerte, estando ya tan habituado a ella, que en muy pocas ocasiones tropieza con los contratiempos de que habla Neira, los cuales no quitan a la suerte sin embargo, su carácter de recibir. Y si la suerte de matar los toros recibiendo es la suprema del toreo, y así mata por regla general Ponciano, nadie podrá disputarle con razón el título de rey de los redondeles. ¿Sólo se quiere conceder que mata aguantando; pues aún así, está muy por encima de otros muchos que solo asesinan toros arrancando o a volapié que no son volapiés que no son volapiés, acribillando a puntazos el hocico de la res y teniendo, a pesar de todo, frecuente necesidad de lazo o del cabestro.

Las iniciales con que se remata esta interesante disección-discusión son de F.J.R. que no alcanzo a identificar en la que apenas era la alborada de un periodo que, como el desarrollado en 1887, iba a convertirse también en la génesis de la evangelización taurina en nuestro país. Como se habrá podido notar, este autor cita a José Sánchez de Neira, “autor de la mejor obra sobre el toreo”, y de la que seguramente tuvo alcance y lectura a partir de los primeros ejemplares que comenzaron a llegar por entonces, para consolidar también los que fueron primeros indicios de bibliotecas formales con una línea temática tan particular como la tauromaquia que hoy día, quien las posea como tales, cuenta en su haber con un sustento intelectual específico inapreciable.
Lo que ha cambiado el toreo en poco menos de 150 años. Puede percibirse el enorme abismo, pero también la brecha por donde se ha construido ese andamiaje técnico y estético que hoy tiene otras dimensiones, distantes pero cercanas también con los postulados que las forjaron. Me refiero a las “Tauromaquias” de Pepe Hillo y Montes que a tanto tiempo de su elaboración, siguen vigentes, por lo menos en el alma de esa gran estructura de que en nuestros días goza el toreo.
[1] Estos datos puedo darlos de manera fehaciente. Forman parte de una larga investigación, de casi 30 años de trabajo de campo y de gabinete que aún permanece inédita y cuyo título es: “Ponciano Díaz Salinas, torero del XIX, a la luz del XXI. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro”. 403 p. Ils., fots., grabs., caricaturas, tablas. (N. del A.).