Archivo mensual: febrero 2015

UN TORO DESPROPORCIONADO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Una especie de toro desproporcionado, algo así como el “Buey Apis” sólo que bajo el tratamiento y la alteración que podría dar alguna desviación de la naturaleza. Un fallo genético, en fin…, todas aquellas posibilidades especulativas se pueden concentrar en el objetivo de la presente colaboración, cuando al hojear la antigua publicación Olé. Toros, teatros, cine, deportes y radio, N° 58, del 19 de julio de 1940, incluye en su página 11 un reportaje sobre la ganadería de Peñuelas, entonces bajo la égida de D. Miguel Dosamantes Rul, que contando con hembras y machos de “Campos Varela” y lo último de San Nicolás Peralta, consiguió entre los innumerables cruces un ejemplar que probablemente alteró todos los esquemas. Ya verán por qué.

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   En efecto, este ejemplar, sin duda un toro, paliabierto, quizá cornipaso y apenas con el desarrollo hacia arriba de las respectivas puntas, deja imaginar que de extremo a extremo, por lo menos, debe haber un metro de distancia, si no es que más. La foto lo presenta un tanto cuanto “humillado”, es decir con la cabeza abajo, sin lo erguido o altanero que podría haberse conseguido con un poco más de paciencia, como para destacar su arrogancia, por lo que apenas ese “bulto” nos deja entender que se trata de un toro, sin más. No apreciamos en su absoluta dimensión una figura egregia, quizá como la de aquel célebre toro de Santa Coloma, Bravío de nombre, el cual con su sola presencia permite admirar el trapío que adquieren los toros nada más llegada la edad en que alcanzan dicho esplendor, ¿o me equivoco?

EL CÉLEBRE BRAVÍO DE SANTA COLOMA

   Lamentablemente eran días aquellos del año 1940 en que Peñuelas andaba pegando tumbos, y hubo en la publicación que es motivo de consulta, una dura, durísima crítica hacia su responsable. Si Jesús Revilla “Don Biombo” era el editor y director de dicho semanario gráfico, es posible que tales notas fuesen suyas. No quisiera terminar sin incluir sus apreciaciones, lo que supone un duro golpe a los empeños del Sr. Dosamantes, ante un apunte cuyo título quedó presentado así:

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   En la búsqueda de ingredientes que permitieran darle “sabor” a este “platillo” de las curiosidades, encontré esta otra imagen, donde se puede apreciar la cabeza disecada de un toro que pudo haber sido imponente, como aquel “Cocinero” de Félix Gómez que estoqueó Rafael Guerra “Guerrita”…

EL GUERRA Y COCINERO...

En todo caso se trata de la testa de otro ejemplar que José Gómez Ortega “Joselito” enfrentó en Huelva, la cual ya no parece causar ningún asombro a ese chiquillo que se acercó a hacerle el respetivo adorno y luego consumar su visita con el infaltable desplante.

TORO PABLO ROMERO_LO ESTOQUEÓ JOSELITO EN HUELVA

¡…cómo han cambiado los tiempos!

GRABADO ANTIGUO_CABECERA DE CARTEL

Claro, por si faltara algo…

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HORROR EN CONTRA DE LA CULTURA.

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Es una desgracia este mundo que hoy vivimos. No salgo de mi asombro luego de observar en las noticias que proporciona la red, aquella en la que el Estado Islámico, que sigue cometiendo innumerables agresiones, hoy se apunta la consumación de un atentado…, atentado de lesa culturalidad luego de que un grupo de personas accedió de alguna manera a un museo en la ciudad de Mosul, donde hasta ayer estaban intocados una serie de monumentos funerarios de Nínive en Irak. Del video que queda como registro, se observa la forma brutal en que acometen, con mazos, a empujones y luego con golpes secos de aquellos enormes martillos, terminan partiendo en mil pedazos diversas figuras, como la de un guardia de una puerta asiria cuya antigüedad alcanza (más bien, alcanzaba) hasta los 2, mil 600 años.

   ¿En qué cabeza cabe entrar a un museo y cometer tal desatino?

DESTRUCCIÓN DE ESTATUAS EN EL MUSEO DE MOSUL_26.02.2015

Disponible, febrero 26, 2015 en: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/02/26/estado-islamico-destruye-reliquias-en-museo-de-irak-2077.html

    ¿No imagino a nadie hacer lo mismo en el Museo de Antropología de la ciudad de México, por ejemplo?

   Sin embargo esa cultura del medio oriente, de dura gestación y confrontación a lo largo de los siglos, hoy día llevada hasta el extremismo que cohabita con fuertes directrices militares lo ha hecho, no sé si para demostrar su fortaleza o su ensoberbecimiento, muy al estilo de lo que en otras partes del mundo ocurre con presencias como las del grupo Boko Haram en Nigeria, o las dictaduras al estilo de Kim-Jong-un en Corea del Norte.

   Mañana, día 27 de febrero, y luego el 28 y también el 1° de marzo, se celebrará en Albacete, España el I Congreso Internacional sobre la Tauromaquia como patrimonio cultural. Ojalá que los colegas allí reunidos, al margen de los asuntos por los que han sido convocados para exponer sus ideas, avances y propuestas en torno a la decisión de convertir este legado en un patrimonio cultural inmaterial de la humanidad aprobado y respaldado por la UNESCO, encuentren algún espacio para fijar su posicionamiento respecto del muy serio atentado en Mosul, que nos horroriza.

El patrimonio destruido, que lo sentimos tan nuestro, pues de él se ha afirmado la humanidad a lo largo de los siglos, y que con su contribución por y para la cultura, hoy somos esta sociedad, es precisamente un aspecto que preocupa a nuestra generación, pues preservar evidencias claras de lo que ha significado la creación humana, la forja de un sentido que intenta ir más allá de los tiempos que corren, para que se extiende generosa por los siglos. Ese patrimonio a veces tangible, a veces intangible, es el que hoy enfrenta peligros, peligros tan extremos como los que ya han vivido otros tantos elementos de la creación humana hecha arte en cualquiera de sus expresiones, también a lo largo de los siglos. Cada vez cobramos más conciencia de lo que significa rescatar y preservar el patrimonio cultural de un país, sea este de la antigüedad o de los tiempos recientes, y entre otros, la tauromaquia en esos ocho países que hoy la conservan como un legado existe un común acuerdo en proteger una forma de vida cotidiana, concebida desde sus más primitivas raíces como un ritual. Por todos estos motivos, es que comparto con los camaradas en Albacete, con unas reflexiones personales, intentando que se conviertan en un impulso… quizá en un aliento para que sirvan como elemento para fortalecer la defensa de la tauromaquia en cuanto tal.

   Considero que cualquier calificación excedida o extremosa de cierta realidad, sin haber sido evaluada conscientemente, es motivo de duda. Por eso, en estos días, cuando el asunto de los toros ha entrado no sólo en un debate, sino en polémicos enfrentamientos entre las partes –todos aquellos a favor o en contra-, cada quien ha mostrado sus diversas armas y también sus argumentos que son el ingrediente activo y reactivo para mantener y defender desde su propia trinchera, ideologías y principios que consideran como razonables.

   En un país donde la libertad de expresión y la tolerancia campean como dos componentes esenciales que nos permiten expresarnos y decir lo que pensamos, sin riesgo posible de censura, nos concede aquí y ahora, en este maravilloso espacio no tanto debatir, sino poner en claro el conocimiento, con objeto de entender porqué una expresión como la tauromaquia pervive, se mantiene no sólo dentro de una sociedad, sino de su conciencia y hasta de su imaginario colectivo. Y lo hace, no por casualidad, sino porque su mecanismo se ha integrado varios siglos atrás a un engranaje el cual ha operado para constituir finalmente a México.

   Por lo tanto, y luego de haber terminado la conquista española, con la capitulación de México-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, se puso en marcha un proceso en el que, por tres siglos convivieron y cohabitaron vencedores y vencidos primero. Luego toda una gama del mestizaje que dio sentido y carácter a la Nueva España. Entre los nuevos ingredientes en la forma de vivir y de compartir la cultura que se construía permanentemente, se incorporó el toreo como elemento de vida cotidiana, misma razón que pervivió tras la emancipación, a partir de 1810, adquiriendo en todo el siglo XIX una particular expresión que si bien, parecida a la española, se dejó notar con todo el peso de su propia idiosincrasia. Para el siglo XX, la evolución del espectáculo, en medio de todos los avatares que enfrentó, permite verlo y entenderlo como la culminación de muchas aspiraciones concebidas y construidas por diversos participantes que fueron otorgando elementos de madurez a una representación que evolucionaba técnica y estéticamente, que se ordenaba hasta quedar convertida justo en el significado que hoy, en pleno siglo XXI podemos apreciar en una plaza de toros.

   Sin embargo, con la presencia indiscutible de la modernidad, así como de una heterogénea forma de pensar entre sus integrantes, nos encontramos con que la tauromaquia vuelve a ser sentada en el banquillo de los acusados. No es de hoy. A lo largo de siglos, el cuestionamiento sobre la conveniencia de que perviva o no, ha sido parte de su difícil transitar. Para ello, y a lo largo de mucho tiempo, -gracias a la cultura- se han mostrado, con toda la evidencia posible, diversas condiciones que permiten interpretar su peculiar contenido. Aunque a veces, el uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

   En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

   En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

   Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

   Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

   La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

   Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que no comparten ideas u opiniones con respecto a lo que se convierte en blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por homofobia,[1] biofobia,[2] por lesfobia[3] o por transfobia[4]. Ahí el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.

   En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.[5]

   Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones culturales que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

   Metida en la entraña del pueblo, la tauromaquia ha sido interpretada de diversas formas, tanto por una cultura popular como por expresiones de otros hacedores de altos vuelos. Esos artistas, han hecho suyas una serie de manifestaciones que corresponden directamente a su sentir, a su interpretación, hasta acumular una infinidad de elementos que cohesionan e integran un amplio catálogo de versiones.

   Pero antes de continuar, debe quedarnos claro el hecho de que la medida en que este espectáculo se puso en riesgo, tuvo un trasfondo político. Precisamente la política dio condiciones para que los grupos a favor y en contra dirimieran sus diferencias. Cada frente puso e interpuso sus ideas, principios, virtudes y defectos.

 

   Sin entrar en mayor detalle, puedo concluir que la fiesta taurina es una compleja representación de la cultura, que abarca expresiones y manifestaciones concretas del arte, lo mismo académico que popular; que conceptual o efímero. Por otro lado, y en buena medida, se atiene a una serie de principios en los que los toros, como espectáculo, siguen siendo un sacrificio, o sea, el vestigio deformado y ritual de un acto religioso ancestral, de un acto primigenio de la era del nacimiento de los humanos y que como tal, dicha condición ancestral es el principal ingrediente de una puesta en escena, el otro gran ritual, que es la tauromaquia en su conjunto.

 26 de febrero de 2015.


[1] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.

[2] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales respectivamente.

[3] Fobia a las lesbianas.

[4] Odio a los transexuales.

[5] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección Mirador)., p. 18.

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SOBRE LA FIESTA DE LOS TOROS EN EL MÉXICO DE 1887.

ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

IMPORTANTES OPINIONES VERTIDAS POR ENRIQUE CHÁVARRI “JUVENAL” EN TORNO A LA FIESTA DE LOS TOROS DURANTE EL AÑO DE 1887.

    Carlos Cuesta Baquero siempre tuvo la opinión de que Enrique Chávarri era un declarado antitaurino. Conforme voy leyendo y encontrando nuevos textos suyos, que además fueron una constante, por lo menos durante el año que ahora es motivo de análisis, puedo concluir que en efecto lo fue, pero mantuvo una actitud congruente, en la que se nota, además del conocimiento general sobre la vida cotidiana, y los problemas que todo país podría tener, un desparpajo para escribir las extensas columnas que aparecían en la plana principal de El Monitor Republicano, que no era poca cosa, sabiendo que habría en ese entonces una auténtica legión de ávidos lectores por conocer lo que pensaba y decía ni más ni menos que Juvenal.

Por tanto, creo que Chávarri sabía manejar muy bien sus posturas, y en buena medida usar un lenguaje coloquial, sabroso y placentero a la hora de que uno viene enterándose no solo de aquello que apenas ha sucedido en los toros, sino también en otros asuntos de los espectáculos públicos, o simplemente de la vida en una ciudad, como la de México, que para ese entonces mantenía una especie de encanto provinciano, donde todo mundo se enteraba de las cosas en forma mucho más próxima e inmediata, dadas las dimensiones de la ciudad misma.

   Pues bien, aquí están otra serie de apreciaciones de nuestro autor, las que nos remiten a la que fue una constante tan luego se reanudaron las corridas de toros: los escándalos en las plazas de toros. El furor que ocasionó aquel nuevo capítulo en la historia de las diversiones públicas, significaba no otra cosa que todo aquel comportamiento puesto en práctica en plazas como el Huisachal, Tlalnepantla, Cuautitlán, Texcoco y otras a donde la afición acudía permanentemente, y desde años atrás, mientras estuvieron prohibidos los festejos taurinos en el Distrito Federal. Por tanto, no es casual que aquellos patrones de comportamiento se viesen en forma por demás extraña. Lo que sucedía, probablemente es que si ese fenómeno se estaba desbocando en la mismísima ciudad de México, tal circunstancia de seguro no iba acorde a los principios que alcanzaba cualquier ciudad que se preciara, y en ese sentido la de México contaba ya con una serie de imágenes que la ponían tan cerca de un cosmopolitismo, síntoma y patología de las grandes capitales del mundo.

   Ahora bien, es de explicarse también que el registro de la inconformidad o el reclamo subiese de tono o este fuese exponencial en la medida en que hubo más de una plaza en la capital. Llegó a haber momento en que funcionaran al mismo tiempo hasta tres de ellas… llegó a haber momento en que la ciudad misma contaba hasta con seis plazas, y todas reunidas en apenas un espacio reducido en términos de lo que significaba la más adelantada urbanización de aquel entonces.

   Es momento de que Juvenal nos platique sus impresiones.

 LA PRENSA OPINA… CHARLA  DE LOS DOMINGOS por Juvenal.

  El Monitor Republicano, del 23 de marzo de 1887, p. 1:

 RESUMEN.-LAS CORRIDAS DE TOROS.-LOS ESCÁNDALOS DE ESTOS DÍAS.-EL CARÁCTER DEL MEXICANO.-POR QUÉ NO PODRÁ ARRAIGARSE ESA DIVERSIÓN.-EL AUMENTO DE LA CRIMINALIDAD.-ASPECTO DE LA PLAZA EN DÍA DE CORRIDA.-RENCORES ENTRE ESPAÑOLES Y MEXICANOS.-LA PLAZA EN ESTADO DE SITIO.-EL RESPETO A LA AUTORIDAD.

    Y ahora que ya se ha sabido todo lo que ha pasado en las corridas de toros, ahora que prácticamente se ha visto cuál es el resultado, el desenlace preciso, inevitable de esa culta diversión, podemos decir a los diputados que tal plaga desataron sobre esta infeliz sociedad:

-¡Buena la hicísteis, señores!…

   Ahora podemos felicitarlos y repetirles y probarles que los argumentos de sus adversarios no eran sensiblerías ni escrúpulos de monja, sino resultado del conocimiento perfecto que tenían del carácter de nuestro pueblo.

   En efecto, que las corridas de toros estén aclimatadas en España, que ya comience la culta Francia, comience tan solo a contagiarse con el apego a las sangrientas lides, esto no quiere decir nada, cada pueblo tiene sus caracteres especiales, típicos y los del nuestro, la verdad, no son nada a propósito para una diversión tan propicia a las riñas, a los escándalos, al jaleo.

   Ahora no discutimos de memoria, ahora argüimos con hechos, con hechos palpitantes, y no se dirá que no salimos del terreno de las vanas declamaciones.

   En España, en la Habana, en donde quiera que las corridas de toros son el espectáculo favorito, no hay desórdenes, no hay el belen que estamos presenciando día a día en nuestras plazas. Es cierto, esto proviene de una razón que por mucha pena que nos cause debemos exponer; casi nos quema los labios lo que vamos a decir, pero ello es preciso para fundar nuestra franca y leal oposición al espectáculo que está trastornando el seso de esta sociedad.

   Nuestro pueblo es menos culto, está menos civilizado que el de aquellos países, que saben detenerse aun en sus raptos de entusiasmo, allí donde está el límite de lo justo y de lo conveniente.

   Por eso ruge delante del circo ensangrentado, y ebrio por el pulque y la sangre se abandona a demasías, tan lamentables como las que acabamos de ver en Tlalnepantla y en México.

   Grave y trascendental imprudencia ha cometido el Congreso al autorizar las lides de toros, ha obligado a nuestra sociedad a dar un paso hacia atrás, ha matado al arte en su senda de gloria, ha revivido rencores que deben no existir ya, que es ridículo que surjan entre dos naciones, entre México y España, hoy hermanas en el seno de la cultura social; no es esto todo, ese Congreso que no pensó en la trascendencia de su idea, ha aumentado la criminalidad dando, sin quererlo él por supuesto, incentivo a la vagancia.

   Se nos dirá que la representación nacional ni previó ni pudo prever que el delirio taurino fuese tan contagioso, tan temible, y que tan rápido cundiese en medio de un pueblo casi aletargado por el infortunio y la miseria.

   Está bien, aceptemos la disculpa, pero ahora que los resultados están ahí, ¿no debe la Cámara de Diputados derogar su inconveniente ley?… ¿no debe declarar que como homenaje a la cultura y a la civilización se prohíben las lides taurinas, al menos en el Distrito Federal, que es como el cerebro de la República?…

   Ya nos parece que los muchos partidarios que tiene esa diversión nos gritan que atacamos la libertad, que cada cual está en su derecho de divertirse como se le dé la gana, así sea destrozando toros o descuartizando caballos, y haciendo picadillo las plazas.

   Nosotros contestaremos que la libertad de un individuo, concluye allí donde comienza la de otro. Además no vamos a llorar sobre el toro agonizante, no vamos a derramar lágrimas al ver al caballo que arrastra sus intestinos palpitantes, no se trata de eso en el actual momento, nosotros, en nombre del orden público, pedimos la abolición de las corridas.

   Discutimos apoyados en los hechos: entre nosotros no hay remedio, si se trata de una buena, de una gran corrida de toros en que las fieras y los lidiadores han cumplido como buenos, el público ebrio de entusiasmo sale a reñir, a demoler casas, a atacar a los wagones del ferrocarril como acaba de suceder en Tlalnepantla; si los toros están malos, entonces ya hemos visto el casi motín que produjo el fiasco de Mazzantini.

   El domingo antepasado, el aumento de la criminalidad a causa de las corridas ascendió a ciento cuarenta y cuatro casos, y poco más o menos a la misma cifra asciende el aumento de la criminalidad cada día que las plazas abren sus puertas.

   No cabe duda, pues, el orden público se trastorna de una manera más o menos sensible, más o menos grave a causa del bárbaro espectáculo.

   Tiene pues, que suceder con los toros, lo que con los bailes de la gente de trueno. Esos bailes existen en todas las naciones aún en las más cultas, en México no ha podido establecerse, ha sido necesario prohibirlos porque nuestros apreciables compatriotas iban allí a romperse el bautismo, a pelear verdaderamente y armados de punta en blanco.

   Entre nosotros, lo estamos mirando, a la entrada de los toros es necesario poner batallones y escuadrones en alta fuerza para cuidar el orden, el pueblo sin embargo, se arroja sobre la guardia, o sobre la caballería y casi siempre hay machetazos, fusilazos, golpeados, en fin. ¿Qué clase de diversión es ésta, preguntamos nosotros, en que para entrar es necesario librar un verdadero asalto?

   Todo el mundo concurre armado al redondel, cualquiera diría que aquel recinto es una fortaleza o que se encuentra declarado en estado de sitio, en la sombra es de moda llevar el revólver, asomando bajo la chaqueta, en el sol nadie concurre sin su cuchillo bien afilado, más allá los centinelas con sus armas cargadas, los gendarmes con sus pistolas bien listas, más allá brillando las bayonetas y las espadas. Y todo esto es necesario, ¡guay de los taurófilos si no se les presentara frente a frente ese aparato de fuerza armada!

   Mientras en un teatro media docena de gendarmes bastan para cuidar el orden en las funciones más concurridas, en una plaza de toros se necesita hasta artillería; ¿qué quiere decir esto? ¿depende de la calidad de la concurrencia o de la calidad del espectáculo?… De cualquier modo, una sociedad cuta, preguntamos nosotros desapasionadamente, ¿puede tolerar eso que se llama pasatiempo, pero que en el fondo no es más que el peligro constante para la perturbación del orden?…

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El Monosabio. Periódico de toros. Ilustrado con caricaturas, jocoso e imparcial, pero bravo, claridoso y… la mar!. T. I., Ciudad de México, sábado 17 de noviembre de 1887, N° 4, p. 4-5. Col. del autor.

La caricatura fue identificada bajo la leyenda ¡¡¡Casa llena…!!!. El caso es que abunda más la gendarmería en los tendidos que el público mismo.

    Otro lado incivil acabamos de ver en esa llamada diversión, la facilidad con que ha revivido necios rencores entre españoles y mexicanos, esos mueras a España, esas injurias a sus hijos, que son, que deben ser nuestros hermanos, esas exclamaciones estúpidas de parte del populacho, cuando ya mexicanos y españoles se daban el abrazo de fraternidad, todo esto, es otro beneficio que debemos a los toros.

   ¡Cuánto nos trastornará a los hombres ese pasatiempo inocente, cuando se vuelven locos al grado de olvidar que la culta y grande España nada tiene que ver con los cuernos de los toros y la capa de un torero!

   Los españoles son aficionados a esa diversión y concurren a ella con ahinco, el día menos esperado hay un conflicto en cualquiera plaza de toros, entre españoles y mexicanos, porque, lo repetimos con pena, nosotros los excelentes hijos de este país, hacemos gala de dejar la cultura en la puerta de la plaza de toros.

   De cualquier modo que se considere a las corridas es difícil que puedan arraigarse en el seno de nuestra sociedad. Ellas vienen a combatir al arte, al arte pacífico que morigera y endulza las costumbres, estamos mirando que la fiesta taurina hace aborrecer los teatros, que las empresas se arruinan y que a continuar así las cosas, no tendremos más diversión que los toros.

   Hoy solo tenemos una plaza de toros; dentro de un mes tendremos cuatro; para entrar en competencia disminuirán los precios, pudiendo ir entonces a la corrida la ciudad entera.

   ¿Qué va a suceder, pues?… Que el jaleo aumentará de una manera espantosa, y la policía y aún la guarnición serán impotentes para contener el desorden.

   Y no es exageración, la actitud del pueblo el otro día delante del fiasco de la corrida de Mazzantini, hacía temer que incendiaran la plaza. ¿Quién nos responde de que esto no suceda el día menos pensado, y entonces; ¡cuántas desgracias, cuánta sangre derramada inútilmente!

   ¡Qué clase de espectáculo es este en donde los hombres, no viste como en la culta sociedad, sino con la exageración del charro, en donde las señoras no pueden asistir, en donde todos gritan y nadie está seguro de no ser insultado? La misma autoridad es tratada por los concurrentes con una confianza que raya en desprecio, en injuria.

   El otro día decía un regidor con mucho acierto, los toros es la única diversión en que se permite insultar a la autoridad…

   No nos cansaremos de repetir que ahora no argüimos con teorías, sino con hechos, con hechos que acaban de pasar, que están pasando, a la vista de todos.

   Los taurófilos van a rugir en contra nuestra, no importa, tratándose de cumplir el deber que nos hemos impuesto, somos toros toreados, hablado en el lenguaje ad hoc.

   Abandonamos nuestra personalidad a los sectarios de la taurolatría, pero les aconsejamos que piensen, que reflexionen en lo que hemos dicho.

JUVENAL.

    No cabe la menor duda de que lo dicho hasta aquí por Enrique Chávarri es, ni más ni menos que el vivo retrato de una sociedad que, como la mexicana, se comportaba bajo la clara y permisiva condición de ese “dejar hacer”, y donde la ya presente ausencia de la autoridad de la autoridad, a pesar de que se acusa al “porfiriato” de aplicar auténticas medidas de represión en condiciones de riesgo, parecen no verse en forma contundente. Debe reconocerse el serio atraso que habría entonces en términos de los altos índices de analfabetismo, lo cual era señal más que clara de un reflejo descarnado en buena parte de los sectores sociales. A su vez, quedaban fuertes rezagos de una antigua rencilla ocasionada, a decir de muchos, en lo que significó la “nefasta influencia” española, lo que significaba la construcción de un odio mental sobre los hispanos, a quienes había que combatir… y como en los toros encontraron el pretexto, se desató una auténtica campaña campal donde incitados por las hazañas de nuestras figuras, y las españolas, eso originó una apasionada confrontación que originó duras batallas, al grado de que se crearon frentes pro nacionalistas en ambos sentidos. Cuando la razón quedó rebasada, se llegó al extremo del patrioterismo o el chauvinismo como reacciones ya sólo impulsadas por resortes del absurdo. Y en buena medida, quienes impulsaron este fenómeno fueron precisamente personajes atrincherados en el sector de la prensa. Desde ese año de 1887 y en adelante, surgieron diversas publicaciones taurinas que abordaron el asunto con tal vehemencia que terminaron siendo estandarte de este o aquel toreo. Sin embargo, cumplieron una misión al predicar la enseñanza de la tauromaquia en cuanto tal, pues ello significó el cultivo de un conocimiento que representaba conocer a plenitud las suertes, las reglas que dicha representación había ganado al paso del tiempo como un espectáculo que llegó a alcanzar en esos años finales del siglo XIX un estado de evolución y madurez que lo puso al borde del profesionalismo.

   El aporte que deja Juvenal en sus apreciaciones, tiene que ver también con el comportamiento de la “pax porfiriana”, pero también de toda esa escala de valores bajo la cual se movían los estratos sociales. Por supuesto que se ve a las claras el grado de pasión que adquirió la fiesta de los toros nada más se reanudaron en la capital del país. Ante lo que significaba un ambiente de tranquilidad en los teatros, en las plazas vox populi era el monstruo de mil cabezas, vertedero de opiniones no siempre gratas, fuesen estas verbales o físicas. Sin embargo, durante aquellos años duros (que van de 1887 y al menos hasta 1910), incómodos, que acumularon infinidad de acontecimientos bastante desagradables, hubo de darse en una siguiente etapa, ya comenzado el siglo XX donde se superó, en forma razonada tal nivel de primitivismo para ser sustituido por otro en el que nuevas generaciones de aficionados llegaron a las plazas con una conciencia distinta, quizá mejor preparada en términos del conocimiento que significaba, precisamente para aquellos entusiastas, saber de toros, sin más.

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LA IMPORTANCIA Y LA ESENCIA DE CIERTAS “MINUCIAS” TAURINAS (XXI).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Habiendo dejado desde el pasado 25 de julio de 2014 la serie que ahora retomo (véase: https://ahtm.wordpress.com/?s=minucias), deseo considerar elementos revisados en diversas fuentes hemerográficas, correspondientes en su mayoría, a hechos taurinos ocurridos en el curso de la segunda mitad del siglo XIX mexicano. Por ejemplo,

En EL HIJO DEL AHUIZOTE. SEMANARIO FEROZ, AUNQUE DE NOBLES INSTINTOS, POLÍTICO Y SIN SUBVENCIÓN COMO SU PADRE, Y COMO SU PADRE, MATRERO Y CALAVERÓN (NO TIENE MADRE). T. II., Ciudad de México, Domingo 13 de febrero de 1887, Nº 24, p. 2 y 3 aparecen los siguientes versos:

 LOS PRIMEROS TOROS EN LA CAPITAL.

 ¡¡Saquen al toro!! ¡¡Saquen al toro!!

(Con ilustración).

 En la primera corrida

Se ha lucido Tuxtepec,

Pues siendo treinta los bichos

Los ha lidiado a la vez.

La plaza mayor del mundo

No pudo más grande ser

Porque ha sido todo México

La arena del redondel.

 

Los bravos salieron todos,

Bajaron juntos del tren

Y por las calles y plazas

Dieron a todo correr,

Aquí embistiendo a una vieja,

Allí cogiendo a otras tres

Y en todas partes alzando

El más terrible belén.

 

El día de la gran corrida

Fue el miércoles a las seis

Y era de ver por la calle

Un cuasi noventa y tres,

Regado el suelo de heridos

Y… varios muertos también;

Corriendo allí los gendarmes,

Dando un hombre aquí un traspiés

Y más allá un lagartijo

Que va de tomar café

Buscando como una valla

A una indefensa mujer.

 

Aquello fue el día del juicio

Y nadie lo ha de creer;

Pero esta página de oro

Se le debe a Tuxtepec;

A Tuxtepec que ha querido

Al pueblo valiente hacer,

A Tuxtepec que confirma

Lo que ha sido Tuxtepec.

 

Aquella jornada alegre

Tiene tristezas también

Y en la calle del Reloj

Donde apareció una res

Tan negra y tan bien armada

Como ligera de piés;

Fue aquello una tremolina

En un solo santiamén

Que imposible es describirla

Tan pronto como ella fue:

Algunos pobres muchachos

De esos mozos de cordel,

Que se paran a la esquina

De un alto poste a los piés,

Acometidos de pronto

No pudieron ya correr

Y uno de ellos fue arrastrado

Muriendo poco después.

Una pobre viejecita

Sentada sobre un dintel

Donde siempre se sentaba

Para pedir de comer,

Fue suspendida en el aire

Y la infeliz al caer

Solo era una masa informe

De la miseria que fue…

En otras calles la escena

Todavía más triste es,

Pero aunque la relatara

No hay medio de convencer

A tantas ilustraciones

Y a tanto hombre de saber

Que aseguran que la ciencia,

El valor y la altivez

De un pueblo, consisten solo

En enseñarlo a comer,

En matar por las espaldas

Y ver caída una res.

 

Sin embargo es de opinarse

Que sí, como en esta vez,

Un toro se entra a Palacio

Y no tienen que temer

Ni el Presidente ni aquellos

Que lejos los toros ven;

Se tenga en cuenta que el pueblo

Sí ha de entrar al redondel

Y esa es la única manera

De que valiente ha de ser,

Se le dé una leccioncita

Del arte que ha de aprender

Y que se pongan anuncios

Para que pueda saber

Cuándo ha de esperar al toro

Desde que baje del tren.

 EL IMPERIO. PERIÓDICO OFICIAL DEL GOBIERNO DEL DEPARTAMENTO DE JALISCO. PRIMERA ÉPOCA. T. I., Guadalajara, Sábado 24 de septiembre de 1864, Nº 23, p. 1 y 2:

 VARIEDADES

 EL PEINADO ACTUAL.

 Al ver tu rostro inocente

Y tus ojitos tiernos,

Me causan horror los cuernos

Con que te adornas la frente.

 

Tú de virtudes tesoro,

Sabrás que las niñas buenas

Corónanse de azucenas,

Mas no con astas de toro,

 

No adornes, por Belcebú,

Con montañas tus cabellos,

Que tus cabellos… son bellos,

Sólo con llevarlos tú.

 

Ante tu gracia y tu brillo

Se humilla toda beldad,

Y es triste que en la ciudad

Te parezcas a un novillo.

 

Amo tus pupilas castas

Cuando me miran tranquilas;

Mas cuando te emperijitas,

Me causan miedo tus astas.

 

Y mi mente se marea

Porque pienso, así peneque,

Que si te ve Tirabeque,

De seguro te trastea.

 

En fin niña, dame gusto,

Mírame con ojos tiernos,

Y no me amagues con cuernos,

Porque me ¡muero de susto!

 Anónimo.

 LA BANDERA NACIONAL, D.F., del 10 de diciembre de 1877, p. 3:

 LID DE TOROS.

    Este espectáculo civilizador, ha producido en Toluca los más felices resultados.

   El ganado que se lidiaba, era de mala calidad y el público, sintiéndose engañado por la empresa, arrojó las bancas a la plaza, promoviéndose un terrible escándalo.

   La empresa ha sido multada.

   Nosotros enviamos nuestros plácemes a la autoridad; bien lo merece, por haber permitido la construcción de una plaza de toros, con este grandioso y humanitario espectáculo de civilizar las masas.

EL COMBATE, D.F., del 9 de junio de 1878, p. 3:

-Toros. En una corrida que tuvo lugar en Monterrey, fue mortalmente herida una mujer que toreó, y se cree que haya muerto a la fecha.

   ¡Bravo por la diversión!

PREGUNTO SI SERÁ PAULINO LAMADRID...

Pregunto si alguno de estos tres personajes es Paulino Lamadrid?

Imagen utilizada con carácter meramente ilustrativo. Está tomada del libro del historiador Moisés González Navarro: Anatomía del poder en México (1848-1853). Puede verse al centro a Antonio López de Santa Ana, y que además apareció publicada en un periódico británico de 1850, según la observación que amablemente envía a este blog Saúl Martínez. Es posible además, que dicha ilustración corresponda a hechos anteriores a las de la primera salida de tan polémico personaje a Turbaco, Colombia entre 1850 y 1853.

 EL CONSTITUCIONAL, D.F., del 20 de febrero de 1862, p. 2:

 PAULINO LAMADRID.

 Este faccioso sigue merodeando en el Monte de las Cruces, y hace pocos días se apoderó de los toros que venían para la plaza del Paseo Nuevo. Lamadrid usa un jorongo verde con una cruz blanca, y dice a los transeúntes que dentro de pocos días tomará a Toluca.

   Entre tanto, el gobierno del Estado reside tranquilamente en Tlalnepantla.

    Interesantes muestras tomadas del que es un auténtico abanico de posibilidades en términos de la hemerografía que puede consultarse hoy día.

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¿QUÉ SE DECÍA EN LA PRENSA SOBRE EL EFECTO DE LAS CORRIDAS DE TOROS EN MARZO DE 1887?

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   CIUDAD DE MÉXICO. Domingo 6 de marzo de 1887. LA PRENSA OPINA.

    En su tradicional y muy conocida “Charla de los Domingos”, Juvenal, que no es sino el seudónimo de Enrique Chávarri, recordando aquellas otras grandes columnas como las que en su época también legaron Guillermo Prieto, Amado Nervo, “Bocaccio” y otros, no pudo menos que sentarse a escribir sus incómodas reflexiones, las que no necesariamente lo dejan apreciar como un antitaurino declarado (así lo creía el Dr. Carlos Cuesta Baquero). Sin embargo, con la sal y la pimienta que imprime en todas sus apreciaciones, nos deja más que clara su visión, la de un escritor enterado del acontecer cotidiano en aquella ciudad de México, la de 1887 y que hoy, a muchos años vista, parece crearnos un ambiente cargado de nostalgias, de antojadizos intentos por viajar en el tiempo y apostarse ahí, en el sitio o los sitios que refiere en sus sabrosísimas “Charlas…”, como esta que se publicó en El Monitor Republicano del 6 de marzo de 1887, p. 1:

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Enrique Chávarri, Juvenal. INAH. Fototeca INAH. Catálogo, SINAFO_31305

    ¡Pues, señores, estamos lucidos!…

   No se habla más que de toros en México, la taurolatría ha adquirido tal número de adeptos, que ya es cuando menos de mal gusto no pertenecer a la nueva secta.

   Casi estamos a punto de resucitar el culto del toro Apis, y de posternarnos ante el dios cornudo, como hacían los egipcios. La antigua Roma a la que ansiamos por imitar en sus sangrientos espectáculos, llamaba bestiarios a los que combatían contra las fieras, ebrios por la sangre y la matanza, nosotros, como los hijos de la Señora del Mundo, tenemos no nuestros bestiarios, pero sí unos hombres que matan toros y que llamamos sencillamente diestros, pero a lo que tributamos los honores augustos, como sucedió hace ocho días con Ponciano, que fue llevado en triunfo por la multitud que hubiera querido deificarle.

   Hombres serios, formales, circunspectos, encontrareis por ahí que deponen toda su honorabilidad en la plaza de toros, que no os hablan más que de la estocada a volapié, de la verónica o de las banderillas al cuarteo.

   Y esos hombres, que pasan a vuestros lados los días comunes hechos una estatua por lo estirados, los veis volverse locos frente al redondel, alentar apenas cuando el primer espada cita al toro y le hunde su estoque, allí, en el punto mismo en que el sublime arte lo ha preceptuado, allí donde el clasicismo lo ha prescrito.

   Y sostienen reñidas, luminosas discusiones sobre si la estocada a volapié, es más clásica que la estocada recibiendo, y sobre si la banderilla debe ser prendida a tal o cual altura del morrillo.

   No se habla más que de toros en esta buena ciudad, la fiebre taurina se ha apoderado de nosotros, los héroes del día son Mazzantini en primer lugar, después Ponciano, el Habanero, Machío, el Americano, todos los demás, los que no visten chaqueta de majo y calzón corto y birrete con borlas, son hombrecillos, vulgo, populacho.

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El Monosabio (…) T. I, sábado 10 de diciembre de 1887, N° 3, portada.

    Las gentes se quedan lelas en la calle cuando pasa un torero. ¡Ahí va! dicen, pudiendo apenas convencerse de que aquel hombre sea como los demás un simple y mísero mortal.

   Somos muy impresionables los excelentes mexicanos.

   Después de tantos años en que casi olvidadas estaban las peripecias de la lidia, viene la reacción, pero reacción terrible, espantosa. Jamás puede asegurarse que desde que México conoció el sangriento espectáculo jamás ha habido tal fiebre, tal delirio por los toros.

   Los domingos la gente se precipita ávida, loca, a las plazas de toros, y veces hay, casi siempre, que el pueblo se arroja sobre las puertas para abrirse ancho paso, tal es la ansia por llegar a la corrida. Es necesario un batallón para guardar el orden, y aun así, tienen siempre lugar escenas de sangre y de puñal, y aun así, no es raro oír la detonación del revolver entre el toque del clarín del redondel.

   No es caro cualquier precio que pongan los empresarios, no se repara en estas nimiedades, se saca el dinero del empeño, hasta debajo de la tierra, y cuando no le hay se arroja uno sobre la guardia, ciego, loco, atraído al espectáculo como un hipnotizado bajo el peso de repetidas sugestiones.

   Tenemos en México una plaza de toros que se llena de bote en bote; pero esto es muy poco, esto es nada, se construyen cuatro más y a toda prisa, se forman nuevas cuadrillas; por todas partes vemos los grandes rojos anuncios llamando al pueblo a su pasatiempo favorito.

   Ahora, al sentir esta reacción que se opera en nuestra sociedad, comprendemos mejor al pueblo romano, olvidándolo todo, su poderío., su futuro, hasta sus libertades delante del anfiteatro.

   Los domingos se desprende de la plaza de toros un inmenso aullido, un grito que se represente en toda la ciudad como el imponente rebramar del huracán; es el pueblo que se divierte, es el eco del rugido taurino, es que allá a lo lejos, el toro herido de muerte, los caballos arrastrando por el suelo sus intestinos palpitantes, la arena manchada de sangre, acaso un torero herido dolorosamente, todo esto ha llevado al delirio a nuestros apreciables conciudadanos, que parodiando a los héroes de la antigua Roma solo piden:

   ¡Pan y toros!…

   Es una catarata que se ha desbordado sobre nosotros arrollando el arte y a la cultura. Los toros han triunfado, la garrocha, el estoque y la muleta se ostentan enlazados por doquier, como el laurel de la victoria.

   Como es natural, dada la locura taurina que nos ha invadido, las corridas en que ha tomado parte la cuadrilla del famoso diestro Mazzantini, en Puebla, son el asunto del día, el objeto de todas las conversaciones y de todos los comentarios.

   Los infelices pasajeros que fueron de México a la Ciudad Angélica el último domingo para ver al astro del arte taurino, tuvieron que sufrir todo lo que se sufre en los viajes de recreo, todo lo que se sufre siempre que hay rebaja de precios; “lo barato cuesta caro”, dice un refrán sapientísimo, ahí está una prueba entre muchas; esos viajes al purgatorio, en que los desdichados pasajeros hacinados como fardos, y salen y llegan a la hora que lo dispone el capricho de una alta y poderosa empresa.

   Dicen que en Puebla, al regresar los excelentes mexicanos a su ciudad natal, hubo empellones, pescozones y machetazos, que en Apam, el depósito de petróleo de los wagones se reventó y casi todos los pasajeros quedaron impregnados del oloroso líquido… en fin, las delicias de los viajes de recreo…

   Pero todo vale la pena, aseguran los taurófilos, Mazzantini es un astro en ese arte que inmortalizó a C´chares y a Pepe Hillo, ha hecho fanatismo en Puebla; mata, dicen, los toros con una delicadeza, que el mismo berrendo debe sentirse feliz al ser despachado al otro barrio con tanto comedimiento, con tan buena educación; sobre todo tiene lo que los grandes artistas, lo que sólo da el genio, esa difícil facilidad para hacer las cosas; da una estocada con tal tino, con tal desembarazo, pone unas banderillas con tal limpieza, que, al verlo, parece que aquello no cuesta trabajo alguno y que el toro es una mansa oveja que permite que le hagan añicos con toda amabilidad.

   El Diario del Hogar nos ha contado que en la última corrida de toros en que tomó parte Mazzantini pasó lo que ustedes van a oir.

   Habla el colega aludido:

   “El quinto y último toro negro listón, llamado El Rayo, dio gran juego, y Mazzantini hizo gala de su serenidad y maestria manejando la capa. Antes de proceder a la suerte de estocada, Mazzantini, que parece tener facultades oratorias, arengó al público de sombra brindándole la suerte que iba a ejecutar, agradecido al recibimiento que se le había hecho; puso manos a la obra; dio algunos pases en redondo muy buenos, luego otros de costado y al contrario, apuntando una estocada de volapié con media espada, que decidió a varios de los concurrentes a decirle: “no dejes la espada, aquí no se acostumbra eso”. Entonces Mazzantini, accionando con marcada vehemencia, dijo:

   -“Yo toreo para mí y no para el pueblo; me ajusto a las reglas del arte, y si esto no gusta, me iré… a otra parte.

   Esta manifestación del diestro español fue escuchada sólo por los espectadores del lado derecho de la sombra, en donde tuvo lugar esta escena”.

   La verdad sea dicha; yo quiero creer que mi colega no oyó bien lo que dijo el famoso diestro, porque no es verdad que él toreo para sí mismo, lo hace para el público que es quien le aplaude y le retribuye.

   Seguramente entre la gran batahola no se oyeron bien las palabras del Mazzantini y casi estoy seguro que las rectificará, pues se avendrían muy mal con sus manera elegantes y cultas, que según es fama, le dan ese tinte simpático que le distingue en su terrible arte.

   Cuentan también que el galante torero brindó un toro, es decir, la muerte de un toro, por las lindas muchachas, y por la unión de México y España.

   Suponemos que las lindas muchachas fueron las señoritas que asistieron al redondel.

   Hoy se presenta de nuevo Mazzantini en el redondel, es el héroe del día, no cabe duda; irá mucha gente a Puebla, hará ese viaje lleno de penalidades; gastarán nuestros compatriotas quince duros, que es lo que por término medio cuesta por persona ir y venir y presenciar el espectáculo, y volverán encantados, proclamando que los toros son la diversión del siglo.

   Y gente, y de sobra irá a la plaza que tenemos aquí en la calzada de San Rafael, en donde es fama que las corridas no pueden ser más ratoneras, y Texcoco, Toluca y Tlalnepantla serán visitados por los taurómanos.

   La fiebre taurina cunde, es contagiosa, el pobre arte está de duelo, los espectáculos en México están de capa caída, ¿quién gasta en el teatro?… Cuánto mejor no es reservar sus fondos para ir a los toros!…

   Figúrense vdes. que ya gentes emprendedoras, gentes que de negocios entienden, andan por ahí pensando en la manera de hacer una plaza con techo de cristal, y dar allí corridas en la noche, a la luz de innumerables focos eléctricos y esto por abono, como la ópera o la zarzuela.

   Decididamente estamos perdiendo la chaveta, como dicen en mi tierra.

    Y poco más adelante remata:

    ¡A propósito de toros!…

   Es tanto el furor por las lides taurinas, que en medio del fragor de las máscaras, se recuerda al redondel de una manera ruidosa. Está ahora de moda una danza algo subversiva que se llama ¡Maten al toro! la música es una habanera, interrumpida a tiempo, por el clarín, que en los toros parece decir ¡maten al toro, maten al toro!…

   Pues bien, cuando ese clarín se deja oír, toda la concurrencia interrumpe el baile, y hombres y mujeres gritan entusiasmados, ¡maten al toro!

   A las dos de la mañana ya nadie tenía careta, ni se necesitaba por cierto en medio de la batahola, andaba por ahí alguno que otro máscara circunspecto, llevando misteriosas compañeras, estos desaparecieron en el momento en que la locura pareció galvanizar a sus soñolientos sectarios.

   Y el baile continuó (esto ocurría en el teatro Nacional) ordenado; allá, entre el ruido de las patadas sobre el piso de tablas, se oía alguna vez la ronca carcajada de la bacante, o alguna de sus exclamaciones poco puleras. Los hombres, aún los pertenecientes a lo que llaman la jeunesse dorée se disputaban el alto honor de bailar con alguna hija de la noche, y arrostraban y sufrían pacientemente sus groserías, con tal de dar una vuelta por el salón, del brazo de esas señoras, las que en cambio los trataban como a sus cocheros.

CARTEL_TEATRO NACIONAL_01.03.1857

Cartel reproducido en el libro de Armando de María y Campos: El programa en cien años de teatro en México. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 62 p. + 57 ilustraciones. (Enciclopedia mexicana de arte, 3).

    La concurrencia era bastante abundante, más, mucho más de lo que era natural esperar, casi todo el inmenso salón estaba lleno.

   A las dos de la mañana que llegaron a México los viajeros que fueron a Puebla a aplaudir a Mazzantini, la concurrencia aumentó de una manera notable, la gente alegre, del tren, se trasladaba al teatro Nacional. La hora era propicia, era la hora del delirio, como decía Offenbach, y además la transición no era brusca; del redondel al baile de máscaras.

   El baile de Piñata es el último que se dio en el teatro Nacional, pero sigue ahora el mundo del trueno haciendo locuras en Arbeu (…)

   Pues vaya ambiente el que se vivía, en aquellos tiempos prácticamente a todas horas del día. El jaleo de los toros, lo delirante de acudir al baile y entremezclarse en aquel conjunto de personas que tenían oportunidad de gastar su dinero, y disfrutar la vida, se registró una buena parte en ese ambiente que también es motivo para verlo y estudiarlo, desde la composición de la vida cotidiana, hasta entender todos sus entresijos, sus más oscuros rincones y lo que significaba relajamiento en unos; distensión en otros. 

CARTEL_TEATRO NACIONAL_15.02.1880

Cartel reproducido en el libro de Armando de María y Campos: El programa en cien años de teatro en México. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 62 p. + 57 ilustraciones. (Enciclopedia mexicana de arte, 3).

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¡ESCÁNDALO POR VER TOREAR A MUJERES EN 1887!

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Un hecho inusitado, que por alguna causa no alcanzó a concretarse, fue motivo de noticias y rumores, casi al finalizar el año de 1887. Se trata de la que iba a ser la actuación, en la plaza del Paseo de una cuadrilla de “Señoritas Toreras”, de cuya integración nos da suficiente información, no Julio Bonilla, ni Eduardo Noriega. En todo caso fue Enrique Chávarri el encargado de notificar ese acontecimiento, al que se sumaba el rum rum de la actuación de otra cuadrilla, esta de niños, lo cual indica el grado de relevancia que estaba tomando “este negocio”, el cual estuvo incentivado por el hecho de que en breve, estarían funcionando en la capital del país hasta seis plazas de toros. Veamos cómo nos los comenta en su columna “Charla de los Domingos” el inefable Juvenal, misma que apareció publicada en El Monitor Republicano, del 4 de diciembre de 1887, sobre todo al referirse a un par e hechos que habrían de ocurrir el lunes 28 de noviembre anterior, y días más adelante.

    Y los toros van perfeccionándose entre nosotros; figúrense ustedes que para el lunes pasado estaba anunciada una corrida cual no otra, una corrida en la Plaza del Paseo, en donde debía hacer su solemne presentación una cuadrilla femenil dirigida por un capitán de cuadrilla.

   Las primeras espadas son Margarita Flores y Julia Martínez; las banderilleras Petra González, Carlota Rodríguez y Amparo Rodríguez; las demás toreras Rosa Ramos, Sra Gama y Concepción Hurtado, unas españolas y otras mexicanas.

   Había grande alboroto en el mundo bramador de los taurófilos por asistir a esa corrida, ya se les figuraba que el toro revolcaba a las marimachos, ya creían percibir la bola, el jaleo que producirían la lucha entre esas mujeres y las fieras de Atenco, menos temibles éstas, según es fama, que las bravas lidiadoras.

   Los precios, además, para las costumbres, eran moderados; dos pesos asiento en sombra, precio equitativo con respecto a las tarifas de Cuatro Dedos o Mazzantini.

   Pero contaron sin la huéspeda, la autoridad prohibió el espectáculo, cuando todo estaba preparado, cuando las mujeres tenían ya listos sus trajes de lentejuela y bricho, cuando la plaza estaba tomada, cuando los amigos de cada curra ya preparaban una ovación de gritos y bramidos.

   ¡Qué lástima! decían…

   Y aun ahora se oye el rum rum de que altas influencias hablan ya al oído de la autoridad para que permita la corrida y de que la autoridad cejará y las toreras saldrán al redondel y habrá la bola que es de rigor.

   Y tan decididas están las manolas, que si no les permiten una corrida pública, harán una corrida privada, para lucir su habilidad en el arte de Cúchares.

   Como se vé los toros van perfeccionándose, hasta las mujeres quieren tomar parte en la hermosa diversión; dentro de poco, según los vientos que corren, ya no tendrán parte en el redondel, las coletas, y las chaquetillas bordadas; lo heroico, lo sublime, será ver la enagüilla corta, el tápalo de burato y la cara acanallada de la torera que poniendo los brazos en jarras saludará al público, brindándole la muerte de un berrendo.

   Viene también a México una compañía de toreros niños, que se llaman el Lobito, el Tigrillo, el Búfalo, etc., todos alias de lo más apropiado.

   Y una corrida en que la cuadrilla infantil y la cuadrilla femenil trabajen unidas, será divina, será la glorificación a la cultura del siglo, será la última palabra en materia de civilización.

   Y eso que un toro despanzurre a un muchacho o que embista a una mujer y la haga pedazos. ¡Por vida de Mazzantini que eso será el summun de las delicias tauromáquicas.

   Nuestros legisladores deben estar contentísimos ¡verdad? del giro que va tomando este negocio.

EL ENANO_15.08.1896_SEÑORITAS TORERAS

El Enano, del 15 de agosto de 1896. Cuadrilla de “Señoritas Toreras” que actuó entre la Habana y las principales plazas de México, por los años de 1896 y 1905.

    Por ahora, parece ser que la moda va entrando de que las mujeres, es decir, cierta clase de mujeres ejerzan el noble oficio de toreras. En Tixla acaba de presentarse en el redondel una hembra barbiana, que se ha hecho aplaudir por su audacia y su serenidad para pinchar al toro en las diversas suerte de la lidia.

   ¡Las mujeres toreando al toro! Ellas que hasta aquí no habían lidiado más bicho que el hombre.

   Hé aquí los progresos del siglo en nuestra patria.

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ACONTECIMIENTOS FUNDAMENTALES EN EL CURSO DE 1887.

ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Ponciano Díaz llegó a actuar hasta en 60 ocasiones durante el año de 1887. Fue uno de los mejores en su haber, junto al de 1888, cuando alcanzó las 85 comparecencias en ruedos nacionales.[1] . Precisamente en el año de la reanudación de las corridas de toros en la ciudad de México, el toreo que practicaba nuestro personaje quedó sometido a nuevas miradas, y los análisis sobre su desempeño. A pie o a caballo estaba siendo objeto de análisis diversos que desplegaban, sobre todo en la prensa, lo que a tal sector merecía opinar sobre el “torero con bigotes”. Luego de una serie de actuaciones sumamente brillantes que tuvo en Orizaba, Veracruz entre mayo y junio de aquel año, y otra más tan destacable (como aquellas) ocurrida en la plaza de “San Rafael” en la ciudad de México, precisamente el 3 de julio, se convirtieron en elementos de discusión que suscitaron la polémica, por lo menos la habida entre dos periodistas, uno que publicó su crónica llena de exaltaciones en “El Diario del Pueblo” y otro que envió réplica a la misma publicación algunos días después. En el debate, y por ausencia del que ya era primer ofendido, saltó a la palestra Joaquín de la Cantolla y Rico, célebre aeronauta y también muy popular y declarado “poncianista” que le puso lección ejemplar al “replicante”, y cuya “carta” no omitiré.

   Para entrar en materia, he de seccionar la nota que se publicó in extenso en El Diario del Hogar del 21 de agosto de 1887, p. 2 la cual recoge las hazañas de Ponciano en Orizaba. Vayamos por partes.

 ORIZABA, VERACRUZ. Respecto a las más recientes actuaciones de Ponciano Díaz por aquella plaza, fue en esta misma edición de El Diario del Hogar en que, a detalle se realizaron diversos apuntes que dan un mejor panorama de sus inenarrables hazañas toreras que por ser tantas, no deseo pasarlas por alto. Veamos.

 Dice F.J.R., iniciales del autor de estas notas:

 Recuerdo que en una rapidísima revista que publiqué en el “Monitor del Pueblo” del día 8 del pasado Julio, aludiendo a la corrida dada por Ponciano en la Plaza de San Rafael el domingo anterior a su fecha [refiriéndose a la del domingo 3 de julio de 1887] decía yo, entre otras cosas, que en la serie de cinco fiestas, el popular diestro mexicano había lucido de un modo espléndido sus singulares aptitudes para el arte del toreo, tan peligroso como discutido siempre; y continuaba yo así:

EL MONITOR DEL PUEBLO_08.07.1887_p. 1

Hemeroteca Nacional Digital de México. U.N.A.M. (http://www.hndm.unam.mx/)

EL MONITOR DEL PUEBLO_08.07.1887_p. 2

Hemeroteca Nacional Digital de México. U.N.A.M. (http://www.hndm.unam.mx/)

    Baste decir por ahora, que en la función del domingo pasado, con reses de una calidad superior (esto lo certifican todos los concurrentes), Ponciano demostró a cuantos pretendían extrañar en él ciertas reglas del arte propiamente español, que no le son desconocidos, que sabe colocarse a la altura de ellas y que, dentro de las mismas, no ha habido, con excepción acaso del inolvidable Gaviño, torero alguno español.

(. . . . . . . . . .)

   En sus estocadas del domingo, satisfizo a los partidarios de eso que llaman alta escuela, o escuela clásica, por el sitio en que las daba (las estocadas); con la circunstancia de que, como siempre y a excepción de un solo toro, para los demás no empleó sino una sola, mortal, con trasteces elegantes y lucidos y dos supremos descabellos al primer intento, que arrancaron tempestades de aplausos.

   Eso que yo dije el 8 de julio último, y que es una verdad incontestable, presenciada por millares de espectadores a quienes no carcome la envidia ni ciega o embrutece el espíritu de paisanaje o de ridículo y vergonzoso extranjerismo, sublevó, sin embargo las aptitudes taurófilas y los sentimientos patrióticos de mi palurdo vilamelón ¡qué digo villamelón! villazoquete, el cual pretendió desmentirme en el mismo “Monitor del Pueblo”, con una carta publicada el 13 del mismo Julio.

   El director de ese periódico dio a luz la refutación de mi antagonista de Monte Romo, o del bosque de los alcornoques, pero con estas palabras preventivas:

   UNA CARTA.-En prueba de imparcialidad publicamos la siguiente que se nos ha dirigido, refutando el artículo titulado: “Corrida de toros” escrito por uno de nuestros compañeros de redacción, quien contestará pronto de una manera conveniente”.

   Me disponía yo, en efecto, a contestar de una manera conveniente la respuesta necia y grosera de mi palurdo adversario, cuando una circunstancia imprevista, inesperada, me hizo salir de México, privándome del goce, no de entrar en una discusión razonada con quien ninguna razón daba, fundada en las reglas de una crítica inteligente e ilustrada, sino de fustigar convenientemente al que empujado por sentimientos mezquinos e intereses acaso innobles, y con el lenguaje propio de quien aún no suelta el pelo de la dehesa, vomitaba injurias, únicamente injurias, contra Ponciano Díaz, contra el pueblo mexicano, y contra el que esto escribe y escribió lo otro.

 Intermedio de Joaquín de la Cantolla y Rico en favor de Ponciano Díaz.

 Casa de vdes., Julio 14 de 1887.-Sres. Redactores del “Diario del Hogar”.

   Muy señores míos:

   Suplico a vdes. tengan la bondad de insertar en las columnas de su ilustrado Diario el siguiente remitido:

   “En el periódico “El Monitor del Pueblo”, con fecha de ayer, aparece suscrita por un imparcial (¿?) una carta en la que vierte apreciaciones injustas en contra del diestro mexicano Ponciano Díaz. Paso a contestar dicha carta y apelo al buen criterio de las personas inteligentes en la materia, quienes sabrán hacer la debida justicia al verdadero mérito.

   Me haría favor el remitente de decirme, en qué cree que consista el arte del toreo? Las notabilidades ibéricas que han pretendido hacerse admirar en México y que precedidos de gran fama hemos visto en nuestros redondeles, han estado muy lejos de corresponder a ella, lo cual indica que es debida, no tanto a sus conocimientos en el arte, cuanto a un apasionado provincianismo. Mazzantini, esa gran figura de la tauromaquia, nos lo ha demostrado.

   Los toreros españoles que en la temporada que termina hemos visto trabajar, necesitan varias estocadas para dar fin a un toro. Ponciano no necesita generalmente más de una sola estocada para cada toro, como se ha visto en las últimas corridas.

   Carece el diestro mexicano tal vez de esa mímica con la que los toreros españoles conquistan a uno que otro pollo cursi de la sombra, de esos movimientos de brazos, cabeza, caderas y tiernas miradas, muy a propósito para conquistar manolas; mas en cambio demuestra con el arte, el valor y la serenidad, el dominio que ejerce sobre la fiera. Califica a Ponciano el autor de la citada carta, de tonto y orgulloso; precisamente el diestro mexicano es modesto de sobra y esta opinión no puede interpretarse más que como el desahogo de una ruin pasión o envidia. Las numerosas simpatías con que cuenta, el entusiasmo que inspira con su sola presencia, es debido a su modestia, a su falta absoluta de pretensiones y a su deseo de complacer a un público inteligente formado en su mayor parte de la clase media de la sociedad, y de artesanos a quienes audazmente llama plebe el suscritor de la mencionada carta. Ponciano recibe las merecidas ovaciones de todo el público que concurre a los redondeles donde trabaja.

   Reconocido el mérito de Ponciano Díaz como jinete y a las banderillas a caballo, diré el articulista que el charro a que se refiere podría haberlo cuando más igual; superarlo, nunca.

   En cuanto al estilo de matar a la cuatrodedos, el público sensato hará comparación; por ejemplo entre la faena empleada por este señor para despachar al famosísimo toro que importó de las renombradas ganaderías de España, y la que el diestro mexicano dedicó a Diego Prieto en la corrida que presenció y en la que sorprendido le hizo obsequio de una espada. El primero después de tres pésimos pinchazos, haciéndole pedazos el hocico al animal para obligarlo a rendirse, hizo catorce intentos infructuosos de descabello, teniendo que rematarlo en puntillero. El segundo, después de unos pases de indiscutible mérito, dio al bicho una estocada por todo lo alto, con la que bastó sin necesidad de ayuda. ¿Será de imitarse aquel estilo?

   Para concluir, le recomiendo al autor de la tantas veces citada carta lea la reseña de la corrida del día 5 del pasado, que publica “La Lidia de Madrid” en la que tomaron parte los famosos matadores Currito, El Gallo y Ángel Pastor. Este periódico nos cuenta que para seis buenos toros hubo: 9 pinchazos, dos estocadas idas y caídas, 3 atravesadas, 4 medias estocadas, 3 intentos de descabello, un descabello, una estocada baja y una buena. ¿Qué opina de esto el caballero imparcial?

   Suplico a vdes., señores Redctores, dispensen lo difuso de la presente, y aprovecho esta ocasión para ofrecerme a sus órdenes como afmo. S.S.Q.B.SS.MM.-Joaquín de la Cantolla y Rico.

 De vuelta con el misterioso F.J.R.

    Cuando regresé a esta ciudad, ya no era tiempo; ya el Sr. Joaquín de la Cantolla y Rico y otra persona habían derrotado con poderosos argumentos a mi contradictor Villazoquete, dándole una lección dura, pero merecida, por los torpes desahogos que se había permitido, y haciendo constar una vez por todas el hecho de que esos pseudo críticos del arte de torear, que nos han caído no sé de donde, creyéndose formalmente a la altura de un Federico Minguez o un Víctor Balaguer, se fundan para levantar a las medianías españolas que han venido a México, sobre los toreros mexicanos, en las zalamerías que para los últimos guardan las manolas del callejón de López, los tontos de la aristocracia, que tienen horror por cuanto pertenece a su patria, y una parte de la clase media que en caricatura imita a los magnates.

   Nunca han sido tales elementos el mejor testimonio del mérito ante la sana razón.

   Pero dejemos eso a un lado y vamos a otra cosa.

   Muy próximo está ya el beneficio de Ponciano Díaz, y el valiente y celebrado artista dará una nueva prueba de sus altas cualidades para el arte del inolvidable Pedro Romero, cuya escuela superior es, sin duda, la que sigue el diestro mexicano, a juzgar por el reposo y la serenidad de todos sus movimientos, que no diferencían un mucho de esa otra escuela sevillana, tan aturdida y muchas veces apayasada.

   Si para las anteriores corridas, Ponciano eligió personalmente el ganado supremo que todos hemos admirado, ya podrán los lectores imaginarse la calidad del que tiene preparado para su función de gracia. La elección del ganado de lidia es otra de las eminentes cualidades que distinguen a Ponciano, de los demás toreros, y que acreditan sus grandes y especiales conocimientos.

   Todo será bueno, de brillo y de lujo, y parece que algunos diestros españoles tomarán parte en la corrida, como una ofrenda de cariño y de sincera admiración por el modesto torero mexicano.

   Viene Ponciano justamente satisfecho de las grandes ovaciones que recibió últimamente en Orizaba.

   ¿Cómo trabajó allí? Nos lo dice “La Revista Taurina” en estos extractos que de ella tomamos:

   Primer toro.-Ponciano, de rojo y oro, pidió venia y brindando su suerte por Orizaba, buscó al bicho y lo pasó de muleta de varias maneras para propinarle un metisaca hasta los pomos. El toro conservó sus facultades, y a petición de una persona del tendido de sombra, le dio un magistral descabello, cayendo a sus pies el animal. Muchas dianas y aplausos.

   Segundo toro.-Volvió con sus trastos Ponciano y brindando al tendido de sol buscó a su enemigo bregándolo de la manera siguiente: dos naturales, uno de pecho, dos de telón, tapando la salida al diestro, quien le dio después de prepararse, una magnífica estocada delantera, de la que cayó la res; el cachetero a la primera. Muchos aplausos y vivas a Ponciano.

   Tercer toro.-Ponciano, entusiasmado con el éxito de sus anteriores suertes, quiso lucirse más en ésta, y al efecto, pidió una silla para matar sentado, y tomándola en la derecha, y en la izquierda espada y muleta, citó a la res para ponerla en suerte, y una vez que estuvo, después de 25 pases y 3 medios, sentóse, y citó al estar el bicho en jurisdicción, largándole una media estocada delantera, aplomándose la res y sin acudir ya más, trapeóla varias veces, hasta que descabelló al segundo intento.

   Cuarto toro.-Por última vez armóse Ponciano para pasaportar a este bicho y pasándolo con 1 natural, 2 de pecho y 2 telonazos, lanzó la gorra atrás y le pintó en los rubios la más soberbia y magistral estocada, de la que murió sin necesidad de puntilla. ¡Ovación completa!

(. . . . . . . . . .)

   He allí cómo mata toros Ponciano. ¿Es por esto por lo que los Villazoquetes de aquende y allende el Océano le motejan y le quieren mal? Sea enhorabuena.

EL MONOSABIO_14.01.1888_PORTADA

El Monosabio. Periódico de toros. ilustrado con caricaturas, jocoso e imparcial, pero bravo, claridoso y… la mar!. T. I., Ciudad de México, sábado 14 de enero de 1888, N° 6 (Portada).

    No teniendo otra cosa que decir de él sus zoilos, suelen acusarle de que no da estocadas de recursos como la del volapié y otras, sino que se ha adherido a las de aguantar. No es cierto esto, pues ya se ha visto a Ponciano apelar a tales medios cuando el caso lo pide de un modo absoluto; pero huye de tales recursos, y hace bien, porque no son esas las suertes supremas ni las que más reputación dan a un matador. En esto está precisamente su mérito. Quédese ello para los que no tienen ni el valor, ni la firmeza de pies y puño, ni la serenidad, ni los conocimientos de Ponciano, y que asesinan toros a la mala.

   Pero no es cierto tampoco que Ponciano mate siempre aguantando. Aguantar es suerte lucida y de peligro; pero por regla general estoquea recibiendo, lo que no hace aquí ninguno, y no quieren confesar nunca sus apasionados críticos, porque en ello está precisamente la superioridad de Ponciano sobre cuantos matadores españoles han venido a México en esta última época.

   Vamos a ver lo que sobre recibir dice Neira, autor de la mejor obra sobre el toreo.

   “La suerte de matar los toros recibiendo es la suprema del toreo, y la que han considerado más difícil los inteligentes. Vamos a describirla como lo hace Pepe Hillo, Montes y Domínguez, y después diremos cómo la entienden los más acreditados y antiguos toreros que hoy viven, como la hemos visto practicar a Montes, a Domínguez y al célebre José Redondo el Chiclanero, y en qué se diferencia de la que ahora se llama aguantando, y que muchos confunden con aquélla. Pepe Hillo, en su Tauromaquia, edición de 1804, que es la corregida y aumentada, dice en la página 79: “En la suerte de muerte debe el diestro situarse a la derecha del toro, casi en frente, con la muleta baja y recogida a medida que fuese necesario, y el estoque en la mano derecha, pero la tendrá como reservado hasta el preciso momento en que, embistiendo este último a la muleta, le dé la estocada en el acto de querer verificar la cabezada, haciendo un quiebro de muleta para su mayor seguridad y dirección”. Montes, que en su Tauromaquia amplió mucho las reglas de torear, explica del siguiente modo la manera de matar los toros recibiendo: “SE situará el diestro en la rectitud del toro, a la distancia que le indiquen las piernas de él, con el brazo de la espada hacia el terreno de afuera, el cuerpo perfilado igualmente a dicho terreno, y la mano de la espada delante del medio del pecho, formando el brazo y la espada una misma línea, para dar más fuerza a la estocada, por lo cual el codo estará alto y la punta de la espada mirando rectamente al sitio en que se quiera clavar. El brazo de la muleta, después de haberla cogido un poco sobre el palo en el extremo por donde está asida, lo que se hace con el doble objeto de reducir al toro al extremo de afuera, que es el desliado, y de que no se pise, se pondrá del mismo modo que para el pase de pecho; en la cual situación airosísima por sí, cita al toro para el lance fatal, lo deja llegar por su terreno a jurisdicción, y sin mover los pies, luego que esté bien humillado, meterá el brazo de la espada, que hasta este tiempo estuvo reservado, por lo cual marca la estocada dentro, y a favor del quiebro de muleta se halla fuera cuando el toro tira la cabezada”.

   En suma, Domínguez, citado también por Neira, describe y considera la suerte de recibir lo mismo que Hillo y Montes.

   Neira dice que algunos han sostenido que un toro es aguantado y no recibido, por ciertos detalles insignificantes a ciertas circunstancias ineludibles que ocurran en el acto de la suerte y que no son, sin embargo, de las que pueda quitarle su grado. Por los unos y por los otros los mismos Pepe Hillo, Montes, el Chiclanero y Domínguez, se apartaron más de una vez del modo de recibir, ejecutándolo cada cual a su manera, aunque con sujeción a las principales reglas del arte, consentidas por ellos. Mas no se debió decir nunca que por eso podía confundirse el recibir con el aguantar, que varía mucho de forma y de calidad.

   Neira, en fin, termina así:

   “No porque un torero dé las estocadas más altas o más bajas, ni porque se embraguete más o menos con el toro, ni porque se coloque algunas pulgadas más al frente o a la derecha, deja por eso de recibir, si observando las reglas escritas por Montes, cita, espera sin mover los pies (que es lo que hace Ponciano), y al humillar el toro, da la estocada, aunque inmediatamente después de esto los mueva, ya porque haya pinchado en hueso (cosa que rara vez le sucede a Ponciano), y no pueda resistir el encontronazo, ya porque se haya revuelto el animal, como casi siempre sucede. Recibir, pues, es la suerte de matar toros frente a frente y a pie quieto hasta después de meter el brazo, en que el torero saldrá a colocarse en posición de dar frente al toro con la muleta desliada”.

   Fijándose bien el espectador y siendo verdaderamente imparcial, convendrá en que no es ordinariamente la actitud de Ponciano, otra en el lance de la muerte, estando ya tan habituado a ella, que en muy pocas ocasiones tropieza con los contratiempos de que habla Neira, los cuales no quitan a la suerte sin embargo, su carácter de recibir. Y si la suerte de matar los toros recibiendo es la suprema del toreo, y así mata por regla general Ponciano, nadie podrá disputarle con razón el título de rey de los redondeles. ¿Sólo se quiere conceder que mata aguantando; pues aún así, está muy por encima de otros muchos que solo asesinan toros arrancando o a volapié que no son volapiés que no son volapiés, acribillando a puntazos el hocico de la res y teniendo, a pesar de todo, frecuente necesidad de lazo o del cabestro.

ORLAS

    Las iniciales con que se remata esta interesante disección-discusión son de F.J.R. que no alcanzo a identificar en la que apenas era la alborada de un periodo que, como el desarrollado en 1887, iba a convertirse también en la génesis de la evangelización taurina en nuestro país. Como se habrá podido notar, este autor cita a José Sánchez de Neira, “autor de la mejor obra sobre el toreo”, y de la que seguramente tuvo alcance y lectura a partir de los primeros ejemplares que comenzaron a llegar por entonces, para consolidar también los que fueron primeros indicios de bibliotecas formales con una línea temática tan particular como la tauromaquia que hoy día, quien las posea como tales, cuenta en su haber con un sustento intelectual específico inapreciable.

   Lo que ha cambiado el toreo en poco menos de 150 años. Puede percibirse el enorme abismo, pero también la brecha por donde se ha construido ese andamiaje técnico y estético que hoy tiene otras dimensiones, distantes pero cercanas también con los postulados que las forjaron. Me refiero a las “Tauromaquias” de Pepe Hillo y Montes que a tanto tiempo de su elaboración, siguen vigentes, por lo menos en el alma de esa gran estructura de que en nuestros días goza el toreo.


[1] Estos datos puedo darlos de manera fehaciente. Forman parte de una larga investigación, de casi 30 años de trabajo de campo y de gabinete que aún permanece inédita y cuyo título es: “Ponciano Díaz Salinas, torero del XIX, a la luz del XXI. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro”. 403 p. Ils., fots., grabs., caricaturas, tablas. (N. del A.).

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EL LÍMITE DE LA TENSIÓN…

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

UN QUITE

   Es bueno mirar el instante en que queda congelado el límite de la tensión producida no solo por el aparatoso tumbo. Allí cohabitan lo tremendo que puede ser el ritual de un espectáculo en el que la doctrina de sus tauromaquias han establecido aplicar diversos métodos para soliviantar la bravura, la casta de un toro que, en ese tenor puede sorprender, como ocurrió en esos momentos en que, al parecer el picador de apodo “Pueblita” se convirtió en el blanco de ataque de ese toro que además, con dos pitones, aprovecha uno para arrancarle la casaquilla y con el otro intentar darle el gañafonazo al caballo que va derrumbándose con motivo de la aparatosa caída; que todos quienes están cerca tratan de disuadirlo a base de capotazos; gritos y otros recursos que sirvan para evitar más desastres, que hasta el momento son notorios.

   A la izquierda, Luis Briones atento en el trance, mete el capote en auténtica demostración del quite, esa suerte que por lo menos hoy, ya desapareció pero que muchos siguen empeñados en afirmarla cuando “quitar” era eso, precisamente lo que estaba haciendo el diestro de Monterrey: el intento a base de lanzar su capotillo para lograr que una furiosa y encastada embestida de ese toro, imponente toro, se desatara, logrando así alejarlo del lugar en que han caído picador y caballo para luego lucirse en arrogantes lances rematados garbosamente. Imagino que el toro, sintiéndose herido momentos antes, pudo remontar acordándose de la casa ganadera de la que procedía, siendo el resultado una contra embestida, más intensa y tan desatada que por eso en medio de aquel maremagnum donde el picador pareciera estar siendo desollado, circunstancia que por fortuna no fue tal, pero que lo aparenta ante la forma en que el toro le quita sin mayor miramiento la casaca.

   La fotografía que tomó si no me equivoco, Genaro Olivares capta todo aquello que socava la mirada. Lo que aún siendo un material en blanco y negro adquiere color, drama y dimensión al observar la brava acometida de ese ejemplar de ancestrales recorridos contraviniendo todas las reglas que perviven en nuestro tiempo, quizá más atenuadas, y con menores posibilidades de que hoy se repita una escena como la que ahora nos causa el impacto de gritos contenidos.

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POESÍA TAURINA PRODUCIDA EN MÉXICO DURANTE 1887.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Con la derogación del decreto que prohibió las corridas de toros desde 1867 y hasta 1886, hubo suficientes motivos para impulsar la reanudación de este espectáculo en la ciudad de México. Heriberto Lanfranchi nos da una síntesis sobre el desenlace de aquella medida prohibitiva.

    La “Segunda Comisión de Gobernación del Congreso Decimotercero”, que legisló del 15 de septiembre de 1886 al 15 de septiembre de 1888, en su sesión del 29 de noviembre de 1886 presentó el siguiente dictamen:

   “…que a su juicio es de aprobarse la solicitud que pide la derogación del artículo número 87, de la Ley para Dotación de Fondos Municipales, expedida el 28 de noviembre de 1867…” (Que prohibía las corridas de toros en el Distrito Federal. N. del A.)

   El dictamen fue impreso y se le dio segunda lectura en la sesión del 4 de diciembre de 1886. Fue puesto a discusión los días 7 y 9 de diciembre, votado, aprobado con algunas modificaciones y transformado en el siguiente decreto:

1°.-Deróguese el artículo 87 de la Ley para Dotación de Fondos Municipales, expedido en 28 de noviembre de 1867. (85 votos a favor; 36 en contra).

2°.-Los empresarios pagarán por la licencia para cada corrida, el quince por ciento de la entrada total que haya. (75 votos a favor; 30 en contra).

3°.-Dedíquese el producto de estas licencias exclusivamente a cubrir parte de los gastos que originan las obras para hacer el desagüe del Valle de México. (118 votos a favor; 15 en contra).

   Ya aprobado, pasó a la Cámara de Senadores, donde fue examinado, revisado y ratificado, pera que el 17 de diciembre de 1886, al ser publicado, fueran permitidas de nueva cuenta las corridas de toros en el Distrito Federal. No las hubo de inmediato, por carecer la ciudad de México de plazas de toros; pero algunos días después empezó a ser construida la primera de ellas, la de “San Rafael”, que se estrenó el domingo 20 de febrero de 1887, y se reanudó una costumbre que se había interrumpido durante 19 años.[1]

 PLAZA DE TOROS “SAN RAFAEL”, CIUDAD DE MÉXICO. Domingo 20 de febrero de 1887. Inauguración de la plaza. Ponciano Díaz y su cuadrilla. Toros de Parangueo. Toro embolado para los aficionados.

CARTEL_P. de T. SAN RAFAEL_20.02.1887

Archivo Histórico del Distrito Federal. Fondo: Diversiones Públicas, Vol. 860, exp. 1.

   Ahora bien, y con motivo de estar elaborando por estos días el “Anuario Taurino Mexicano del año 1887”, y habiendo una información abundante sobre el mismo, la poesía no puede quedar fuera de su contenido, de ahí que en esta ocasión, me permita compartir con ustedes la presente muestra (de poco más de medio centenar) de ese quehacer, el que produjeron varios poetas de reconocida fama y de otros que estaban afirmando su presencia, sin que falten algunos otros ejemplos provenientes del anonimato, generalmente convertidos en corridos, expresión forjada desde el ámbito popular. Y eso, sin incluir por ahora los muchos  ramilletes de versos que se le dedicaron a Ponciano Díaz, que ya me ocuparé de ellos en otra oportunidad.

   Con la narración poética que sigue, uno podría afirmar: ¡Y así se reanudaron las corridas de toros en el Distrito Federal…!

 1887

 PRIMERA CORRIDA DE TOROS

En la plaza de San Rafael, el domingo 20 de Febrero de 1887.

 

Les juro a ustedes, lectores,

que ni en la hecatombe habida

en la famosa corrida

de los toros del Fortín,

Mostraron esos cornúpetos

tan furioso desenfreno

cual la gente en el estreno

de antier. Fue aquello un motín.

Para bosquejar siquiera

en tauromáquica charla

la fiesta, hay que compararla

con una tromba, un ciclón,

Con una riña de gatos,

de suegras y matrimonios,

con un festín de demonios,

con volcánica erupción.

Ni en los tiempos de Su Alteza

Serenísima Santa-Anna

se había visto tal jarana,

tan horroroso belén.

Todo el México taurófilo

concurrió a la magna fiesta

y ejecutó a toda orquesta

el taurino somatén.

Desde antes de medio día,

y como en son de paseo,

se dio comienzo al jaleo

de la plaza en derredor.

La gente llegaba en grupos

y después en pelotones

y más tarde en batallones

llenos de taurino ardor.

Los simones y tranvías

corrían henchidos de gente

festejosa, sonriente,

dispuesta a la diversión.

Las tabernas y figones

ambulantes se animaban,

y aspecto a la fiesta daban

de católica función.

Se almorzaba al aire libre,

se gritaba en tonos varios

y se hacían mil comentarios

sobre la próxima lid.

Se hablaba de Mazzantini,

del héroe del día, Ponciano,

y del toreo mexicano,

de Cúchares, y aún del Cid;

Parecía aquella la fiesta

de un centenario taurino;

y se hacía taurino el vino

y se hacía taurino el sol.

Y menudeaban los brindis

ricos de taurófilo estro

por un mexicano diestro

y por un diestro español.

 

En el centro del fandango,

ya con anuncios de fiesta,

veíase la plaza enhiesta,

izado su pabellón;

Y en las cajas del expendio

se oía la música grata

de los torrentes de plata

caer sin intermisión.

A la una era ya aquello

un tumulto, una Babel,

la gente acudía en tropel

queriendo en tropel entrar.

Comenzaron las carreras,

los gritos y las disputas,

y los bastones-batutas

de gendarme a solfear.

¡Cómo ama esa gente el palo,

la patada y el insulto!

¡cómo goza en el tumulto

¡cómo estropeada es feliz!

¡Qué ariete es el populacho!

No era de nieve la bola:

La taurina batahola

tenía un infernal caríz.

Lo más extraño y más chusco,

es mirar en tales cuitas

las chisteras y levitas

mezcladas en el belén,

Y como flores tronchadas

y arrastradas por un río,

algunas bellas ¡Dios mío!

gritar y reír también.

Muy pronto se armó la gorda;

muy pronto prendió la mecha,

y el pópulo abrió la brecha

y las puertas asaltó.

El grito, el sable, el garrote.

fueron vanos, impotentes,

y el populacho a torrentes

y ¡toro! Gritando entró.

Muy pronto llegó la guardia

y con su fiera actitud

rechazó a la multitud

y se apaciguó el motín;

Pero muy pronto también

volvió el pueblo soberano

gritando: ¡ahora, Ponciano!…

y aquello no tenía fin.

 

Mas entremos a la plaza

por entre las bayonetas

que inspiran todo el respeto

de la cólera y la fuerza.

Confieso que no sentí

al entrar y verla plena,

ni asombro por el gentío

ni por verme allí, vergüenza;

lo que sí sentí fue miedo

de ver convertirse en fieras

aquel pópulo taurófilo

que rabiaba de impaciencia.

Era una oleada de caras,

agitada, gigantesca,

todas con aspecto fiero,

todas con la boca abierta.

Era aquel inmenso circo

henchido hasta la azotea

como el cráter de un volcán

haciendo erupción de fieras.

Dos músicas militares

sin interrupción alternan

y sus bélicas sonatas

a las gentes ponen bélicas.

No hay un claro, sólo el claro

despejado de la arena

que espera a los lidiadores

y las taurinas tragedias.

Y es tan grande el entusiasmo,

y es tan grande la impaciencia,

que todo el mundo está espiando

las aún cerradas puertas

del palco presidencial,

y cuando se abren, y entra

el regidor con su corte

y dando órdenes se sienta,

es la grita tan feroche,

Y tan feroche la gresca,

que los toros han de creer

que a echarlos van a las fieras.

Pero esto es nada: se da

la señal con la trompeta,

que parece la del Juicio

según el efecto de ella,

y sale al fin la cuadrilla

con el rey a la cabeza,

es decir, Ponciano Díaz,

luciendo todos la seda,

y el raso y el terciopelo

en los que al sol centellean

los bordados de oro y plata

sobre las flamantes telas.

Y saludan, y sonríen,

y en el ruedo se dispersan

y resuenan las charangas

y cien mil gritos resuenan,

y como si del infierno

el mismo Judas saliera

sale el toro y acomete,

y corre, y salta, y babea,

y los charritos de raso

bordado con lentejuelas

que lucen en el sombrero

nacional escarapela,

corren garrochas en alto

al encuentro de la fiera,

y al encuentro del caballo

salta el toro si lo encuentra,

y todo se desbarata

y se confunde y revuelca,

caballo, jinete y pica,

silla, cueros y correas,

y el vientre de los Troya

sus frutos al sol enseña,

y se rasgan los capotes

y la sangre al fin chorrea,

y el pópulo grita como

si quisiera ir a beberla.

No se yo como se llaman

ni los diestros ni las fieras,

ni los lances ni las suertes;

sólo sé que aquella guerra

fue reñida, que a los toros

se hizo fieros a la fuerza,

y que Mota dio soberbios

costalazos en la tierra,

y que Carlos Sánchez puso

sus tres pares de manera

que se vino abajo el circo

aplaudiendo su guapeza;

y que cuando al fin Ponciano

brindó la muerte primera,

y se fue risueño al toro

con la espada y la muleta,

todo el mundo quedó mudo,

todo el mundo fue de piedra,

y cuando al segundo embroque

rodó sin vida la fiera,

todo el mundo quedó sordo

y se estremeció la tierra.

Y así fue el segundo toro

y el tercero; en la faena

de parear, los otros diestros

no lucieron; mas las fieras

a la segunda también

recibieron muerte cierta

de Ponciano. Al cuarto toro

aplicóle la sentencia

Carlos Sánchez, a la quinta,

de rayo, en las agujetas.

El quinto tuvo reemplazo

por cobardón y maleta,

y el reemplazo recibió

muerte de mano maestra,

y fue Guadalupe Sánchez

quien lo mató, de una buena

en la cruz hasta la mano

y un descabello; a la sexta

víctima o toro, Ponciano

lo banderilló en su yegua,

con ese traje de charro

que luce el rey de la arena,

y quedando como nunca

en esa suerte. Pie a tierra,

tomó los trágicos trastos

y de una estocada espléndida

de las suyas, murió el toro

sin puntilla en la cabeza,

y el público hizo a Ponciano

una ovación gigantesca.

 

Con un furioso embolado

dio fin la famosa fiesta,

que sólo fue regular

por no ser las reses buenas;

la cuadrilla es de lo fino,

y si hoy son mejor las fieras,

se lucirá mucho más

que en la corrida primera.

Entrada no habrá mejor:

¡fue antier de veinte talegas! 

Pintamonas.[2]


 

[1] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 188.

[2] El Diario del Hogar, D.F., del 22 de febrero de 1887, p. 2.

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JOAQUÍN DE LA CANTOLLA y RICO LE DEDICA SENDOS ELOGIOS A PONCIANO DÍAZ. (2 de 2).

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

II

 JOAQUÍN DE LA CANTOLLA y RICO LE DEDICA SENDOS ELOGIOS A PONCIANO DÍAZ.

   Pocos días antes de esta peculiar actitud de otro personaje que hizo fama, la cual permanece hasta hoy, en las páginas 2 y 3 de El Nacional, en su edición del 3 de julio de 1887, se publicaba la muy interesante entrevista que concertó con Ponciano Díaz.

 Un testimonio periodístico de la época.

EL NACIONAL_03.07.1887_p. 2 Hemeroteca Nacional Digital de México (U.N.A.M.)

El Nacional, 3 de julio de 1887, p. 2.

 EL REY DE LOS REDONDELES MEXICANOS. PONCIANO. ENTREVISTADO POR EL NACIONAL. LA VIDA Y EL HOGAR DEL CÉLEBRE TORERO. SUS OPINIONES. ASUNTOS DE LA PROFESIÓN. (Está acompañado por un grabado, probablemente elaborado por José Guadalupe Posada, en el que se observa a Ponciano Díaz de Frente, en el acto del brindis, con la montera en la mano diestra, y muleta y espada en la siniestra. Su rostro es alto. En dicha imagen se destaca su figura más bien corta).

    Un repórter de El Nacional llamaba ayer a la puerta de una modesta habitación que lleva el número 2 en la casa número 6 de la calle de Nuevo México, con objeto de tener una entrevista con esa personalidad simpática que es hoy el ídolo del pueblo en los redondeles de toda la república: PONCIANO DÍAZ.

   Un joven moreno, de tez limpia, bajo de cuerpo, cabello negro rizado, bigote castaño, mirada apacible, facciones regulares y llevando un traje cheviot, de cuadritos cafés y blancos, con un correcto jacket abotonado hacia arriba y dejando ver sobre el chaleco una modesta leontina de oro, salió a abrir. Se hubiera dicho que era un artista del pincel o del teclado, un amateur de la pintura o de la música, tal era su aspecto de dulce y reposado, tal era su traje de sencillo y elegante. Y sin embargo, aquel joven era PONCIANO.

   Grande fue la sorpresa del repórter ante aquella personalidad que no hería por cierto la imaginación con la figura de cromo del chulo o del matador.

   Aguardábase el visitante ser recibido por un majo de rapado rostro, cabellera de coleta enroscada sobre el cráneo, pantalón ceñido a la cintura por ancha banda roja que se destacase sobre un abierto chaleco que deja ver una escandalosa pechera de camisa llena de olancitos y de alforjas; y por último, una chaquetilla corta de paño negro orlada de cordones y alamares y dentro de ella una gran navaja de Albacete, de esas que dicen sirvo a mi dueño.

   Nada de eso.

   Nuestro PONCIANO es torero, pero no majo; es valiente, pero no fanfarrón; es correcto, perno presumido.

   Para cualquiera que encuentre en la calle a ese joven de baja estatura vestido como todo el mundo y sin ir contoneándose con ese aire especial del chulo que va diciendo aquí voy yo, será cosa imposible el poder decir: ese es un torero.

   Su hogar es tan modesto como su persona. En los momentos en que nuestro reporter penetró a la pieza que da inmediatamente a la puerta de entrada, había en ella cuatro o cinco personas visiblemente ocupadas en preparar la corrida de toros de esta tarde, sellando boletos, firmando, empaquetando, recontando, etc., etc.

   PONCIANO con un ademán cortés indicó al reporter que se sentara, y éste, sin perder tiempo y al estilo americano, le indicó que deseaba vivamente entrevistarlo.

-Estoy a sus órdenes, respondió PONCIANO.

-Desearía que me diese vd. algunos datos acerca de su vida.

-Con mucho gusto, dijo él, y se paró para tomar un librito de apuntes personales y recortes de periódicos.

   Mientras PONCIANO registraba en el bufete, la mirada indiscreta del repórter fue inventariando todo cuanto lo rodeaba en aquella habitación para decir a ese eterno curioso-impertinente que se llama el público, en dónde y cómo vive el rey de los redondeles mexicanos.

   La pieza en que PONCIANO recibe es una habitación como de 7×7 varas, de alto techo, empapelada con un tapiz claro, con una ventana de reja que da a la calle mirando al Sur, una puerta vidriera que da acceso a la pieza misma, otra puerta frente a la de entrada que comunica con las recámaras y piezas interiores, y por último, otra más que hace frente a la ventana. Al entrar, inmediatamente a la derecha se ve un escritorio cargado de papeles y coronado por unas tres decenas libros, entre los cuales descuellan los más célebres tratados de tauromaquia. Fijo en la chambrana de la puerta se ve muy buen termómetro de puro cristal, y en el muro, haciendo frente al que escribe, está un reloj suizo, de madera, coronado por un gallo negro. En la pared que hace ángulo con ésta se ve otro buen reloj de pared, de gran tamaño, encerrado en su caja de madera y cristal. Al lado opuesto, sobre el mismo muro, hay un recuerdo de la Exposición de Nueva Orleans, que PONCIANO visitó, y es un grabado que representa los edificios de la gran feria. Respaldado a la pared oriental hay un mueble que es casi desconocido en México a pesar de su utilidad notoria: es un folding-bed americano, o sea un lecho de doblar, que cerrado presenta el aspecto de un ropero. Los que no hayan estado en los Estados Unidos no conocerán jamás lo que es aquel ropero de apariencia.

   Haciendo pendant al folding-bed hay un ropero efectivo con grande luna francesa. En el costado restante se ven: una Magdalena al óleo, sobre el marco de la puerta, una Carta Orohidrográfica de la República Mexicana (1879-García Cubas), y un precioso crayón que representa la Plaza de Toros de Marfil en Guanajuato, en la cual se ve a PONCIANO de frente, capa en mano, asistiendo a un peligroso incidente de un picador. Este estudio al lápiz es una joyita artística y primorosa que está firmada Bibriesca. El mobiliario de la pieza, además de lo mencionado, consiste en un sofá y dos sillones forrados de verde; cuatro o seis sillas amarillas de bejuco, un veladorcito de mármol blanco con pies de metal, de forma ovalada; una mesita redonda de lámina de fierro, con su tripié de doblar, y una columna en un ángulo de la pieza, sobre la cual descansa un jarrón sustentando cuatro o seis banderillas viejas y maltratadas que probablemente tendrán recuerdos gratos para PONCIANO. la alfombra de tripe, fondo blanco, con flores encarnadas ya descolorida por el uso y por el tiempo. No hay cortinas ni objetos de ostentación de ninguna clase. Todo allí revela una modesta aisance y nada más.

   Cuando PONCIANO volvió con sus apuntes, el indiscreto reporter había concluido su atrevido y minucioso inventario.

   Compendiemos aquí, en unas cuantas líneas, lo que dicen esos apuntes, completados por las noticias que nos suministra el Sr. Juan C. Ramírez, grande y sincero amigo de PONCIANO:

    PONCIANO DÍAZ GONZÁLEZ, nació en la hacienda de Atenco el 19 de noviembre de 1858 (sic), siendo sus padres D. Guadalupe Díaz González y Doña María de Jesús Salinas. La señora su madre es la única que le vive, y PONCIANO tiene hoy ella una reverencia, un amor, una idolatría que rayan en fanatismo. Por ella vive, por ella trabaja, por ella quiere nombre y fortuna, por ella no ha pensado jamás en contraer matrimonio pensando que al casarse tendría que separarse de ella. PONCIANO, en una palabra, es un hijo modelo, y esa circunstancia le ha traído quizás las bendiciones de la Providencia y el respeto y el cariño de cuantos lo conocen.

   PONCIANO no recuerda cuándo se vio por vez primera enfrente de un toro. Como una memoria vaga refiere que apenas comenzaba a andar cuando su padre, que era un charro completo, lo llevaba a las corridas semanarias que se hacían en la Hacienda de Atenco, en que estaba empleado, y se servía de él, tomándolo por las arcas, para sacarle vueltas al toro como pudo servirse del trapo de brega. Este prematuro aprendizaje, quizás demasiado prematuro y un tanto rudo, familiarizó a PONCIANO de tal manera con los toros, que sus primeras carreras las dio ya en el redondel, mezclándose a los muchachos de la hacienda que continuaban sus diversiones semanales. Apenas en la pubertad fue ya un torero hecho y derecho, y bajo la dirección y en compañía de los Hernández vistió en el mismo Atenco por primera vez la roja chaquetilla y el calzón corto del torero.

   En 1878 apareció, al fin, en una plaza pública, en Tlalnepantla, en la cuadrilla de los Hernández, siendo aplaudido por su valor y su destreza que parecían extraños en aquel joven que era casi un niño.

   De Tlalnepantla pasó a Puebla, contratado por el inolvidable Bernardo Gaviño que fue siempre para él un amigo cariñoso y un maestro asiduo, y después de seis meses de trabajar en su compañía, teniendo la espada de alternativa con el viejo campeón español, se vio obligado a aceptar la dirección de la cuadrilla que trabajaba en Puebla, inaugurando su carrera de Capitán en dicha ciudad el 13 de Abril de 1879, que fue domingo de Pascua, habiendo sido sus padrinos los Sres. Quintero y Aspíroz, y alcanzando en aquella fecha, célebre para él, un triunfo que le será difícil olvidad mientras viva.

   No es nuestro ánimo hacer la biografía de PONCIANO en este artículo: por lo mismo nos limitaremos a recordar que entre los golpes que ha recibido no cuenta más que una herida, bastante profunda y bastante grave, que recibió en Mayo de 1883 en la plaza de Durango, mientras ejecutaba su suerte favorita de banderillar a caballo, en la que no tiene rival en la República. Sin embargo de la gravedad de esa herida, a los quince días ya estuvo en aptitud de presentarse de nuevo al público.

   ¿Cómo se ha formado la inmensa popularidad que hoy le rodea como una aureola?

   ¿Qué progresión ha seguido su gloria para llegar hasta el delirio que hoy siente el público taurófilo por PONCIANO?

   No estamos bastante imbuidos en ella para detallarlo, y además nos faltan tiempo y espacio.

   Pero bástenos asentar el hecho: PONCIANO es el semi dios de las masas, es el prototipo de todo lo grande para el pueblo.

   Si un día faltara el Arzobispo de México y se llamase al público que va a los toros para elegir Arzobispo, el Arzobispo sería PONCIANO.

   Si en las elecciones presidenciales se dejase el voto en manos de los que deliran con los redondeles, PONCIANO sería presidente.

   Si un día se tratase de derribar el sistema republicano y erigir la monarquía en México, ya veríamos a miles de admiradores del joven diestro proponer al pueblo el nombre de PONCIANO I para el trono.

   ¿Lo dudan vdes?…

   Pues se conoce que no han visto a una muchedumbre delirante quitar las mulas que tiraban del coche que conducía a nuestro héroe el día que iba a ver la primera corrida de Mazzantini en Puebla, y pegarse por centenares a aquella carroza para arrastrarla triunfalmente por las calles hasta ponerle en un cuarto del Hotel de Diligencias, mientras lo aclamaban con un entusiasmo febril.

   Se conoce que no han visto las ovaciones que se le hacen donde quiera que alguno que lo conoce dicen a los transeúntes: ¡Allí va Ponciano!

   Si un hombre puede llegar al colmo de la popularidad, PONCIANO es ese hombre.

   Interrogado por el reporter de El Nacional acerca de ciertos puntos, dio contestaciones que condensamos aquí por falta de espacio.

   PONCIANO cree que los toreros españoles que hemos visto en México no son la última expresión del arte de Pepe Hillo. El dice que ha leído en las tauromaquias preceptos y reglas a que no se ajustan siempre los lidiadores que él ha visto, que por cierto son muchos. Agrega que su juicio es inseguro en este punto porque generalmente le ha tocado presenciar corridas con toros malos en que los toreros españoles no han podido lucir.

   Respecto de ganado, opina que en México hay toros tan grandes, tan buenos y tan boyantes como en España misma; pero cree que la avaricia y el interés mal comprendido de los ganadero, hacen que presenten como buenos 80 toros de cada cien, cuando en realidad no hay sino veinte. En España, dice, los criadores de toros no sacan a la lidia sino veinte de cada cien, y por nada en el mundo entregarían un toro en malas condiciones para la lidia. Esto cimenta el crédito de los de la Península al par que mata el de los nuestros. Cuando los hacendados vean el perjuicio que se causan con pretender salir a precios altos de sus toros malos, los ganados mexicanos cobrarán la fama a que son acreedores.

   PONCIANO tiene vivos deseos de ir a España, pero cree que los absurdos rumores circulados cuando el desagradable incidente de Mazzantini, lo pondrían en una posición muy difícil en la península, lo que siente sobremanera.

   Algunas otras apreciaciones menos importantes oímos de labios del primer diestro mexicano, pero por ahora y sin hacer el panegírico de la profesión que ha abrazado, por estar ella contra nuestros principios, cumplimos con el deber de fotografiar en El Nacional a toda persona que se distingue, y nos avanzaremos hasta cerrar este artículo saludando en PONCIANO al buen hijo, al hombre trabajador, y al diestro a quien la popularidad aclama y el cariño general eleva un pedestal de gloria… tauromáquica.

    Como habrán podido apreciar, la sola “Figura” de Ponciano Díaz por aquellas épocas, es suficiente motivo para haber elegido al personaje que, en esta ocasión merecía un reconocimiento, el que proviene de recordar y recuperar de entre la memoria histórica, todos aquellos valores que merecen su rescate.

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