HORROR EN CONTRA DE LA CULTURA.

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Es una desgracia este mundo que hoy vivimos. No salgo de mi asombro luego de observar en las noticias que proporciona la red, aquella en la que el Estado Islámico, que sigue cometiendo innumerables agresiones, hoy se apunta la consumación de un atentado…, atentado de lesa culturalidad luego de que un grupo de personas accedió de alguna manera a un museo en la ciudad de Mosul, donde hasta ayer estaban intocados una serie de monumentos funerarios de Nínive en Irak. Del video que queda como registro, se observa la forma brutal en que acometen, con mazos, a empujones y luego con golpes secos de aquellos enormes martillos, terminan partiendo en mil pedazos diversas figuras, como la de un guardia de una puerta asiria cuya antigüedad alcanza (más bien, alcanzaba) hasta los 2, mil 600 años.

   ¿En qué cabeza cabe entrar a un museo y cometer tal desatino?

DESTRUCCIÓN DE ESTATUAS EN EL MUSEO DE MOSUL_26.02.2015

Disponible, febrero 26, 2015 en: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/02/26/estado-islamico-destruye-reliquias-en-museo-de-irak-2077.html

    ¿No imagino a nadie hacer lo mismo en el Museo de Antropología de la ciudad de México, por ejemplo?

   Sin embargo esa cultura del medio oriente, de dura gestación y confrontación a lo largo de los siglos, hoy día llevada hasta el extremismo que cohabita con fuertes directrices militares lo ha hecho, no sé si para demostrar su fortaleza o su ensoberbecimiento, muy al estilo de lo que en otras partes del mundo ocurre con presencias como las del grupo Boko Haram en Nigeria, o las dictaduras al estilo de Kim-Jong-un en Corea del Norte.

   Mañana, día 27 de febrero, y luego el 28 y también el 1° de marzo, se celebrará en Albacete, España el I Congreso Internacional sobre la Tauromaquia como patrimonio cultural. Ojalá que los colegas allí reunidos, al margen de los asuntos por los que han sido convocados para exponer sus ideas, avances y propuestas en torno a la decisión de convertir este legado en un patrimonio cultural inmaterial de la humanidad aprobado y respaldado por la UNESCO, encuentren algún espacio para fijar su posicionamiento respecto del muy serio atentado en Mosul, que nos horroriza.

El patrimonio destruido, que lo sentimos tan nuestro, pues de él se ha afirmado la humanidad a lo largo de los siglos, y que con su contribución por y para la cultura, hoy somos esta sociedad, es precisamente un aspecto que preocupa a nuestra generación, pues preservar evidencias claras de lo que ha significado la creación humana, la forja de un sentido que intenta ir más allá de los tiempos que corren, para que se extiende generosa por los siglos. Ese patrimonio a veces tangible, a veces intangible, es el que hoy enfrenta peligros, peligros tan extremos como los que ya han vivido otros tantos elementos de la creación humana hecha arte en cualquiera de sus expresiones, también a lo largo de los siglos. Cada vez cobramos más conciencia de lo que significa rescatar y preservar el patrimonio cultural de un país, sea este de la antigüedad o de los tiempos recientes, y entre otros, la tauromaquia en esos ocho países que hoy la conservan como un legado existe un común acuerdo en proteger una forma de vida cotidiana, concebida desde sus más primitivas raíces como un ritual. Por todos estos motivos, es que comparto con los camaradas en Albacete, con unas reflexiones personales, intentando que se conviertan en un impulso… quizá en un aliento para que sirvan como elemento para fortalecer la defensa de la tauromaquia en cuanto tal.

   Considero que cualquier calificación excedida o extremosa de cierta realidad, sin haber sido evaluada conscientemente, es motivo de duda. Por eso, en estos días, cuando el asunto de los toros ha entrado no sólo en un debate, sino en polémicos enfrentamientos entre las partes –todos aquellos a favor o en contra-, cada quien ha mostrado sus diversas armas y también sus argumentos que son el ingrediente activo y reactivo para mantener y defender desde su propia trinchera, ideologías y principios que consideran como razonables.

   En un país donde la libertad de expresión y la tolerancia campean como dos componentes esenciales que nos permiten expresarnos y decir lo que pensamos, sin riesgo posible de censura, nos concede aquí y ahora, en este maravilloso espacio no tanto debatir, sino poner en claro el conocimiento, con objeto de entender porqué una expresión como la tauromaquia pervive, se mantiene no sólo dentro de una sociedad, sino de su conciencia y hasta de su imaginario colectivo. Y lo hace, no por casualidad, sino porque su mecanismo se ha integrado varios siglos atrás a un engranaje el cual ha operado para constituir finalmente a México.

   Por lo tanto, y luego de haber terminado la conquista española, con la capitulación de México-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, se puso en marcha un proceso en el que, por tres siglos convivieron y cohabitaron vencedores y vencidos primero. Luego toda una gama del mestizaje que dio sentido y carácter a la Nueva España. Entre los nuevos ingredientes en la forma de vivir y de compartir la cultura que se construía permanentemente, se incorporó el toreo como elemento de vida cotidiana, misma razón que pervivió tras la emancipación, a partir de 1810, adquiriendo en todo el siglo XIX una particular expresión que si bien, parecida a la española, se dejó notar con todo el peso de su propia idiosincrasia. Para el siglo XX, la evolución del espectáculo, en medio de todos los avatares que enfrentó, permite verlo y entenderlo como la culminación de muchas aspiraciones concebidas y construidas por diversos participantes que fueron otorgando elementos de madurez a una representación que evolucionaba técnica y estéticamente, que se ordenaba hasta quedar convertida justo en el significado que hoy, en pleno siglo XXI podemos apreciar en una plaza de toros.

   Sin embargo, con la presencia indiscutible de la modernidad, así como de una heterogénea forma de pensar entre sus integrantes, nos encontramos con que la tauromaquia vuelve a ser sentada en el banquillo de los acusados. No es de hoy. A lo largo de siglos, el cuestionamiento sobre la conveniencia de que perviva o no, ha sido parte de su difícil transitar. Para ello, y a lo largo de mucho tiempo, -gracias a la cultura- se han mostrado, con toda la evidencia posible, diversas condiciones que permiten interpretar su peculiar contenido. Aunque a veces, el uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

   En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

   En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

   Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

   Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

   La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

   Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que no comparten ideas u opiniones con respecto a lo que se convierte en blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por homofobia,[1] biofobia,[2] por lesfobia[3] o por transfobia[4]. Ahí el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.

   En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.[5]

   Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones culturales que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

   Metida en la entraña del pueblo, la tauromaquia ha sido interpretada de diversas formas, tanto por una cultura popular como por expresiones de otros hacedores de altos vuelos. Esos artistas, han hecho suyas una serie de manifestaciones que corresponden directamente a su sentir, a su interpretación, hasta acumular una infinidad de elementos que cohesionan e integran un amplio catálogo de versiones.

   Pero antes de continuar, debe quedarnos claro el hecho de que la medida en que este espectáculo se puso en riesgo, tuvo un trasfondo político. Precisamente la política dio condiciones para que los grupos a favor y en contra dirimieran sus diferencias. Cada frente puso e interpuso sus ideas, principios, virtudes y defectos.

 

   Sin entrar en mayor detalle, puedo concluir que la fiesta taurina es una compleja representación de la cultura, que abarca expresiones y manifestaciones concretas del arte, lo mismo académico que popular; que conceptual o efímero. Por otro lado, y en buena medida, se atiene a una serie de principios en los que los toros, como espectáculo, siguen siendo un sacrificio, o sea, el vestigio deformado y ritual de un acto religioso ancestral, de un acto primigenio de la era del nacimiento de los humanos y que como tal, dicha condición ancestral es el principal ingrediente de una puesta en escena, el otro gran ritual, que es la tauromaquia en su conjunto.

 26 de febrero de 2015.


[1] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.

[2] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales respectivamente.

[3] Fobia a las lesbianas.

[4] Odio a los transexuales.

[5] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección Mirador)., p. 18.

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