A TORO PASADO. EL CUENTO DEL TORO CHICO. HABÍA UNA VEZ…[1]
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Hay ciertas historias que se repiten una y otra vez, de modo interminable. La del toro chico es una de ellas. El ideal de todo aficionado a los toros, a la fiesta es ver en el ruedo al toro de edad, trapío, pitones y en suma su bravura. Decir toro significa entenderlo como un animal de cuatro o más años, convertido una vez más en el protagonista del espectáculo. Toda época del toreo ha mostrado una serie de altibajos y así como salen toros, también salen novillos y hasta becerros y es entonces cuando brotan los reclamos, las críticas, el repudio y la indignación por semejantes burlas ante el derrumbe de la «seriedad del espectáculo».
Hace cien años, para no ir más lejos, ese síntoma de novillos y becerros en corridas de toros declarado abiertamente por la prensa de entonces a cada momento, y hasta nuestros días es una constante en la crónica y en la crítica del periodismo taurino. Si hemos sido observadores con el cine o la fotografía, ambos elementos han mostrado la evidencia fehaciente de esto que han calificado como «fraude». Así que durante muchos años el fraude ha ocurrido a la vista de todos, se ha consumado y poco ha sido el avance por erradicar un mal necesario. Parece que nuestra época vive un mejor momento con respecto a otras.
Bajo el dominio de Rafael Guerra ya ocurría esto y se llegó al extremo de buscar la alternativa del sorteo porque «Guerrita» se quedó -más de una vez- con toros chicos, como recurso a su favor. En años posteriores -sobre todo en México- toros grandes y chicos se lidiaban a granel (más adelante me remitiré a unos artículos de Carlos Quiróz «Monosabio» y de Rafael Solana «Verduguillo» al respecto del tema). y aunque hay una actitud que repudia el fraude, por otro lado se anda siempre a la búsqueda del prototipo ideal para torear.
Hubo y hay ganaderías que mantienen su línea y por el tipo de toros sabemos su procedencia. Pero otras no. Como que ingresan a una desigualdad de producción o al juego de intereses económicos; a la limitación de espacios también, o a la destrucción y el olvido irremediablemente.
Los años de 1920 a 1940 presentan una característica muy especial, originada por consecuencias como recuperar el tiempo perdido, luego de la revolución (y en algunas regiones concretas del país), aprovechar el potencial de la simiente española con la cual logra la ganadería mexicana un avance sin precedentes. Pero sobre todo destaca aquí un capítulo particularísimo en la historia del toreo en México que es el de San Mateo.
El toro de San Mateo ganó un lugar muy especial en la preferencia de los aficionados pero no escapó al juicio de prensa y público que encontró en esos toros un alejamiento de la realidad por lo que el «torito de plomo» fue la mejor definición que encontraron para descalificarlo.
Lo que no se entendió es que se estaba gestando un cambio radical en el concepto de la crianza del toro bravo. Antonio Llaguno, ganadero inteligentísimo se entregó totalmente, desde principios del siglo XX a buscar un toro apto para la faena moderna, cuando la tauromaquia ha dado ese paso trascendental, alejándose del toreo de lucha propio de una generación que comienza a ceder el paso a la que conforman fuerzas del orden de Gaona, Juan Silveti, Vicente Segura y españoles como Joselito (que no vino a México) o Belmonte. Concluida esa etapa comienza la vigencia de los toreros de la «edad de oro del toreo» en México. Mientras España sufre las consecuencias de la guerra civil, en nuestro país las corridas de toros ganan en calidad y en cantidad también.
A continuación hago un análisis de situaciones distintas que nos llevan a entender porqué Antonio Llaguno es un ganadero lleno de modernidad en medio del dominio de una vieja tradición y en medio ya, de su predominio al alcanzar las metas que se propuso.
Lo mejor es aproximarnos bajo algunas ideas novedosas, que dan el marco preciso de esta obra mayor.
Poco a poco toreros españoles se integran al ambiente mexicano y entablan amistad con ganaderos como el de San Nicolás Peralta Ignacio de la Torre Mier y Diego Prieto Cuatrodedos. Piedras Negras, Carlos González Muñoz con Antonio Montes y Antonio Fuentes, Ricardo Torres y Antonio Llaguno en San Mateo. Más tarde Juan Belmonte y Marcial Lalanda con los hermanos Madrazo, en la Punta.
La aprehensión más sólida que ocurre con la sangre de Saltillo va a darse a partir de la fusión amistosa de Ricardo Torres y Antonio Llaguno; el uno torero, el otro, ganadero en búsqueda del ganado ideal para el ejercicio y arte de torear.
Los toreros españoles se compenetraron tanto en la ganadería que, a base de elecciones y de correcciones afinaron el estilo de muchas de ellas y hasta la liquidación de otras tantas, en aras de lograr un acomodo técnico y estético, concibiendo el término acomodo en lo que significa desde su raíz misma.

Cabecera del semanario… Col. del autor.
Existen detalles tan significativos como que los toreros españoles recién llegados a México por el puerto de Veracruz, descansaban más tarde en ganaderías tlaxcaltecas y del estado de México, donde además iniciaba su entrenamiento y su acercamiento con el ganado bravo mexicano. En aquellas ocasiones debe haberse establecido un importante juicio de valores sobre el juego que proyectaba el ganado mexicano hacia la forma de opinar por parte de los toreros españoles quienes también pudieron influir en dar una serie de condiciones que moldearan el estilo de aquellos toros.
Carlos Quiróz MONOSABIO entendió ese tránsito a la modernidad. Del acontecimiento mayor del que Rodolfo Gaona y el toro COCINERO son protagonistas la tarde del 24 de marzo de 1924, Quiróz dejó una serie de testimonios escritos que ahora me propongo citar y comentar. Su artículo apareció publicado ocho días después de la hazaña mayor del «Indio grande» en el UNIVERSAL, en su número 2716, cuarta sección, pág. 4 del 30 de marzo de 1924. De su serie de artículos PAGINAS TAURINAS DE MONOSABIO se refiere a las faenas de COCINERO Y QUITASOL apostando ¿CUAL DE LAS DOS? fue mejor.
Han pasado ocho días y aún se comentan las faenas que Gaona realizó con los toros «Quitasol» y «Cocinero», de la ganadería de San Mateo. Todavía no nos hemos puesto de acuerdo acerca de cuál de ellas tuvo mayor mérito.
De una y otra hace un acertado balance, primero sobre las condiciones de los toros y luego sobre las faenas a cada uno. Si QUITASOL fue sosote, trotando al hilo de las tablas, pero atendiendo al llamado del matador; COCINERO acometió con más nervio y tuvo más poder, amén de llevar la cabeza suelta.
Para MONOSABIO fue mejor el trasteo de COCINERO que el de QUITASOL, en cuanto a poderío se refiere, pero de mayor elegancia estética la de este sobre aquel.
Sí: porque todos vimos que al cuarto muletazo «Cocinero» que empezó achuchando y revolviéndose codicioso, estaba con la lengua fuera, muy quieto y permitió que el leonés le volviese la espalda, cual si ya lo considerase enemigo insignificante.
Al primero que fue QUITASOL le ligó los famosos seis naturales, sin perder terreno en ninguno, haciendo que el bruto girase en torno al diestro. «Seis pases naturales que en realidad constituyeron uno sólo: en redondo y que fueron rematados con el clásico pase de pecho, complemento obligado del pase natural. Seis pases en los que el diestro sujetó al toro para que no saliera de la muleta».

Imagen que apareció en El Puntillero. Semanario taurino. México, domingo 16 de octubre de 1909. Col. del autor.
Sin embargo con COCINERO el Gaona poderoso y torero no escapó de la línea a que estaban acostumbrados los aficionados de entonces, misma generación que en poco tiempo atestiguará una transición importantísima: la del arribo del toreo moderno en su más acabada expresión.
Enseguida Carlos Quiróz no deja escapar la oportunidad de mencionar a una prensa que se encargó en todo momento de enquistar las faenas del «Califa». Detrás de sus comentarios se revela un conflicto sostenido con VARETAZO, PUNTILLERO y el Dr. Carlos Cuesta Baquero ROQUE SOLARES TACUBAC, redactores en aquel momento de la revista EL UNIVERSAL TAURINO. Luego que se ventiló el lío de marras, saliendo el grupo de los tres ya mencionados, MONOSABIO, junto con Rafael Solana aparecerán de nuevo al frente de la publicación semanaria.
Lo fundamental en el conflicto lo asienta Quiróz diciendo: «Hay quienes reprochan al Califa el poco clasicismo que empleara al torear a «Quitasol».
Porque faena clásica lo era ya la de Gaona con los seis pases y el de pecho, de haberse tirado a matar. Era como seguir a pie juntillas el modelo y la tradición impuesta por CHICLANERO. Pero no todos estaban a favor del clasicismo. No bastaba con que un doctrinal taurómaco impusiera ideas a poco más de treinta años de haberse escrito los de Sánchez de Neira o el de Fernández de Heredia.
Y es que no podemos olvidar la presencia casi divina que ejercieron en la crónica: Sánchez de Neira, Peña y Goñi, Leopoldo Vázquez e incluso, Carlos Cuesta Baquero quienes influyeron con sus ideas en una época sustentada en valores como: Rafael Molina «Lagartijo», Salvador Sánchez «Frascuelo», Rafael Guerra «Guerrita» o Ponciano Díaz. Esa idea en la época de oro, con Gaona, Belmonte y «Joselito» era vigente, pues tal trilogía es la heredera directa de la generación ya señalada. Pero -ya en México- la incompatibilidad es total bajo el reinado de «Armillita», Balderas, Solórzano, Garza, «El Soldado» o Silverio Pérez. Todos ellos son miembros de una generación nueva, distinta, como el toro nuevo y distinto que Antonio Llaguno está aportando a la fiesta de toros en nuestro país.
Pero en medio de tanta disquisición, -seguimos con los apuntes de MONOSABIO– «tenemos que concluir perfectamente convencidos: (Gaona) es un maestro».
Al prolongar su clasicismo aprendido de «Ojitos» -su maestro-, buscó no caer en monotonía. De aquí que sus hazañas fueran todas distintas. Y la faena de «Quitasol» en nada se pareció a la de «Cocinero».
Si los dos toros eran igualmente nobles y faltos de respeto, como se dice por allí, cualquier otro lidiador los hubiese toreado con el mismo procedimiento, hasta hacer creer que era uno mismo.
Después de tan sesudos análisis, pasó a comentar un detalle por demás significativo: el tamaño de los toros, tomando como escudo protector un verso de Jorge Manrique que un cierto aficionado a los toros lo utiliza como recurso permanente: Todo tiempo pasado, fue mejor.
Porque la corrida de San Mateo fue una corrida terciada, adelantada, aunque los dos últimos toros del encierro hayan sido los más pequeños. En general, fueron terciados, no chotos, como dicen.
Y sin que yo pretenda hacer el elogio de los toros chicos, -dice MONOSABIO– sí debo recordar que no sólo los toros grandullones saben dar cornadas, ni son los que mayores dificultades ofrecen a los lidiadores. A menudo los chicos y escurridos de carnes tienen más lijereza y nervio que los regorditos y corpulentos. Tenemos un caso reciente: Los toros de San Mateo lidiados en la corrida a beneficio de la Casa de Salud del Periodista. El más corpulento y en mejor estado de carnes, fué el «Silveti», toro bravísimo y de nobleza ideal, que se dejó hacer cuanto quiso el «Hombre de la regadera». Y el de menos libras, pero con mucho poder y nervio, fué el más pequeño: el «Facultades», aquel que ya con todo el estoque hundido en lo alto y listo para que de él diera cuenta el puntillero, se levantó y persiguió a Paco Peralta de tercio a tercio, y por poco le echa mano.
«Relojero», de Piedras Negras, el bicho que cogió a Nacional, no fue un toro grande. Nacional toreó a muchos otros de mayor respeto, y el que le atravesó un muslo fué el de menor tipo… Y, se explica: todos traen cuernos y sangre; y las cornadas no las dan con los años, sino con lo que llevan en la cabeza.
Siempre, es costumbre inveterada que quienes han conocido otros tiempos se entreguen a lanzar suspiritos de monja, añorando aquellas épocas en que veían lidiar reses con los cinco años cumplidos, con muchos kilos sobre el lomo y con pitones kilométricos.
Y lo creen como lo dicen. Están convencidos de que conocieron algo mejor de lo que nos sirven ogaño.
Hace veinte años yo escuché los mismos suspiros. Entonces se envidiaba a nuestros abuelos, que no vieron lidiar chotos.
En aquellos tiempos, yo ví a Mazzantini lidiar seis becerros del Cazadero, muy bravos, por cierto; y con ellos Don Luis y Villita dieron la más lucida tarde de aquella temporada.
En la extinta plaza «México», Minuto y Fuentes, torearon seis ratitas de Saltillo, noblotas y bravas. Fué corrida brillantísima y fué entonces cuando Antonio ensayó la suerte de recibir, con el cuarto.
A Mazzantini, a Lagartijillo y a Fuentes, yo los ví lidiar la primera corrida de Piedras Negras, con cruza española. Fueron seis bichos pequeños y de asombrosa bravura.
¿Bueyes? En aquéllas épocas pretéritas se lidiaban a pasto. Pocas veces escapaban los toros del Cazadero sin ser quemados. Atenco estaba por los suelos. Dígalo aquella bronca de la segunda corrida de Reverte. Cuando Reverte volvió a torear en la plaza «México», domingo a domingo, se las veía con mansos, sacudidos de carnes y mal encornados de San Diego y de Santín.
En cambio, a últimas fechas y a partir de las corridas que se dieron en Tlalnepantla, han menudeado los toros bravos en todas las ganaderías. Hemos visto bravura ejemplar en algunos bichos de Atenco y San Diego de los Padres, de Piedras Negras, La Laguna, Zotoluca, Coaxamaluca, y San Mateo.
Y, si ayer Tepeyahualco presentaba corridas de soberbio trapío, hoy La Laguna nada tiene que envidiarle.

El Universal Taurino. año III, N° 81 del 2 de mayo de 1923. Portada. Col. del autor.
En el beneficio de Gaona, Atenco mandó una corrida grande, brava, gorda y de largos pitones. De San Diego este año hemos visto una corrida muy dura, y de San Mateo una con un nervio que no conocieron nuestros padres.
Sin embargo, los abuelos repiten su vieja cantilena.
¡Ah, aquellos tiempos!…
Suspiran por los días en que también se lidiaban mansos, y chotos, como ahora y como siempre.
Jorge Manrique lo dijo:
Cómo a nuestro parecer
Cualquier tiempo pasado
Fué mejor.
Pero estar repitiendo tonterías, resulta una necedad.
Aquí está la esencia del pensar de Carlos Quiróz. La influencia de una tradición a veces se vuelve una pesada losa para muchos aficionados, quienes rechazan el comportamiento que se da en su propio presente, por lo que renuncian a las innovaciones y se quedan comulgando con un pasado lleno de utopías. La lucha draconiana y vacía que a veces manifiestan los aficionados a los toros se da mientras sucede frente a ellos un cambio que, a pesar de su rechazo lo siguen fomentando al acudir a la plaza. Y los toros de san Mateo son efecto de un cambio necesario, un cambio que, como ya hemos visto, está imponiendo Antonio Llaguno, primero para depurar y mejorar la ganadería brava; segundo, con su esfuerzo participar en el perfeccionamiento que requiere el arte y la técnica del toreo. Ambos conceptos no pueden quedar encasillados en un pasado, en todo caso, en una tradición que es permanente transitar por los siglos de su presencia entre las culturas -española y mexicana- que la han hecho suya.
Por otro lado, un cronista como Rafael Solana Verduguillo era consciente con su propio tiempo, dándose cuenta de que no podía seguir rindiéndose ante un pasado taurino que se diluía lentamente entre recuerdos (ya lo veremos más adelante). Reconoce en Antonio Llaguno a un hombre moderno -para su época- capaz de criar y crear un toro distinto y nuevo que hará cambiar todos los sentidos del espectáculo taurino. Quedó atrás el equivocado concepto de que para ver toros era necesario que el parámetro para identificarlos fuera el toro-elefante. Si bien los toros de Antonio Llaguno son toros algo pequeños, pero toros al fin y al cabo, bajitos de agujas, bien puestos de pitones, de pelo sedoso y abundante cola, pezuña recogida, cuello corto, y bravos por excelencia. ¡Qué más pedir!
Con Chicuelo va a darse la consolidación de todos aquellos alcances, justo con los toros de san Mateo al alzarse en triunfo mayor con el toro DENTISTA, la tarde del 25 de octubre de 1925. Ayudémonos de la crónica de Rafael Solana Verduguillo:
Para describir las faenas ejecutadas esta tarde por Manolo Jiménez, hacían falta la brillantez de «Don Modesto», la gracia de «Sobaquillo», la profundidad de Peña y Goñi, la sabiduría de Sánchez de Neira, y la amenidad de «El Barquero». Todas esas plumas reunidas, acaso darían una impresión aproximada de lo que ha sido la labor de «Chicuelo» esta tarde inolvidable.
¡Qué lances a la verónica! Erguido el torero, majestuoso el conjunto, grandioso el momento en que la fiera pujante y el artista se reunían. Fueron ocho verónicas, que provocaron otros tantos alaridos de la multitud. ¡Chicuelo», eres inmenso!
Cuando «Chicuelo», sin brindar a nadie, salió a contender con «Dentista», reinaba en la plaza un alboroto tremendo. Todos sabíamos que el maestro iba a hacer una faena de las grandes, pero ni por la mente nos pasaba que llegara a ser lo que nuestros ojos tuvieron la dicha de ver.
El muletazo inicial fue un natural con la zurda, siguió otro natural imponente por el temple y valor derrochado, y luego otro más enredándose el toro a la cintura.
…fueron VEINTICINCO PASES NATURALES, todos ellos clásicamente engendrados y rematados, provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza hasta casi tocar los pitones la barriga del lidiador, y en ese momento, ¿me entienden, señores? en ese momento desviar la cabezada, mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla.
Lo que hubo fueron varios pases de la firma estatuarios, llenos de gracia y majestad; lo que hubo fueron varios pases ayudados, corriendo la mano, barriendo los lomos, y sacando la muleta por el rabo. Lo que hubo fue un pase afarolado, divino, vistosísimo, seguido de otros dos pases cambiándose el artista la muleta por la espalda con gracia extraordinaria. Y para qué decir más. Imagínese el lector la faena más meritoria, la más artística, la más apegada a las reglas del toreo, la más completa en todos sentidos, la más valiente en lo que respecta a la distancia entre el cuerpo del diestro y los pitones de la res, y se quedará corto. Tres pinchazos, y un estoconazo hasta la pelota rubricaron la gloriosa hazaña. El ruedo se alfombró materialmente con sombreros, abrigos y otras prendas. Millares de pañuelos ondeaban en las diestras de los espectadores, y el Presidente concedió las dos orejas y el rabo (…)
Antonio Llaguno González logró en un momento determinado el toro que él quería para integrarlo a la fiesta torera mexicana, la que supieron aprovechar en franca ventaja los toreros españoles también. Fue un toro bravo de principio a fin las más de las veces. Quizás el defecto que no pudo evitar o deseó encontrar -don Antonio- fue el de su tamaño. El trapío característico de los toros zacatecanos provocó encontradas reacciones entre prensa y aficionados. Los primeros se colocaron en dos frentes de lucha: de cerrado respeto a la tradición, unos; de apertura al cambio, sin alterar la costumbre, otros. Sin embargo, arreciaron las críticas de quienes no aceptaban al toro chico, sin más. Pero al no aceptarlo tampoco veían el arribo de un toro distinto capaz de ponerse a niveles de casta, bravura y nobleza que poseían los de ganaderías entonces en el candelero. Por lo que se ve, Antonio Llaguno está favoreciendo y preparando la consolidación del toreo moderno en México al romper con viejos principios de un toreo que ya no podía seguir en escena, un toreo anacrónico donde el enfrentamiento de toro y torero en cuanto tal, se significaba como un ritmo cotidiano hasta que apareció la influencia del ganadero zacatecano. La fiesta mantenía cierto nivel de estabilidad, había cambios importantes, pero no radicales. Con esto no despreciamos el esfuerzo personal de toreros, ganaderos, empresarios o periodistas. Pero a no ser por el caso excepcional de Joselito en su momento o de Antonio Llaguno después, -por citar dos casos muy particulares- la tauromaquia se habría mantenido sin movimiento importante alguno.
Ahora bien, ¿qué argumentaba la prensa con respecto a los toros chicos del señor Llaguno?
No dudamos de la capacidad intelectual de aquellos periodistas, que hacían gala al reseñar corridas de toros como pasajes literarios. Sin embargo pocos entendieron los avisos del cambio. Uno de ellos, Rafael Solana lo hacía justo cuando Gaona y Chicuelo están triunfando. Es decir, en el despertar y apoteosis de San Mateo como ganadería. En la crónica de la corrida en que Chicuelo triunfa con Dentista, y que venimos consultando, Solana apunta en TOROS Y DEPORTES, Tomo IX, No. 209 del 26 de octubre de 1925:
LOS TOROS DE SAN MATEO.
Sabemos de sobra que los señores Antonio y Julián Llaguno, se dedican a la cría de reses bravas y no de elefantes. La diferencia esencial que existe entre el paquidermo y el toro (aparte lo de la piel gruesa, los colmillos, la trompa, etc.), es el tamaño. El elefante es más grande que el toro. En cambio, el toro tiene dos afilados pitones y una ligereza que no tienen los tranquilos habitantes de las selvas africanas.
Pues bien; quedamos en que en la Hacienda de San Mateo no hay cría de elefantes.
¿Qué los toros deben tener cierta edad, cierto peso? Admitido. No seré yo quien salga ahora en defensa del toro sacudido de carnes, y con los pitones como plátanos. No. Para que las corridas sigan siendo un exponente de valor, precisa que exista el peligro. Pero cuando vemos salir un toro fino, gordo, bien puesto de pitacos, con abundante armamento en la sesera, con poder, con nervio y todo lo demás, no tenemos por qué chillar. Ya hace tiempo, mi ilustre compañero «Monosabio» escribió en estas mismas columnas un artículo titulado «Los Chicos también la dan». A «Joselito» lo mató un toro pequeño y cornicorto, y ¡qué coincidencia! se llamaba «Bailaor», como uno de los de esta tarde.
La referencia al artículo de Carlos Quiróz aparece en el UNIVERSAL TAURINO No. 133 del mes de marzo de 1924 y es en relación con toros, que siendo chicos en tamaño, también propinan cornadas tan serias como las que pegan toros de mayor respeto.
Años más tarde el periódico MULTITUDES No. 211 del 28 de diciembre de 1942 aporta un pasaje valioso sobre el destino que tiene la ganadería de San Mateo en medio de la batalla a favor y en contra de los toros que está creando el señor Antonio Llaguno.
Rotunda y contundente es la pregunta de Tapabocas: «¿En qué quedamos por fin…?» la contesta mostrándonos un resumen exacto en los dos cintillos que a la letra dicen:
Si el tamaño de los toros, que tanto pregonan, significara algo para ellos mismos, la placa que le colocaron a un diestro por la lidia de varios becerros, no tendría ningún motivo justo para estar en el «Toreo». Además:
Los ganaderos triunfan por la bravura y buen estilo de sus reses, no por el tamaño ni el peso de éstas. El toro cómodo, joven, recortado de cabeza, gordo sin exceso, es el que da el triunfo a toreros y ganaderos.
La placa en cuestión fue dedicada a Jesús Solórzano por inmortalizar entre otros a: GRANATILLO, TORTOLITO (de San Mateo), PICOSO (de la Laguna) toros que, a juicio de algunos periodistas, fueron chicos, sobre todo inclinándose esa opinión en Alfonso de Icaza quien, por apreciación de Cutberto Pérez descalificaba a los sanmateínos por chicos. De ahí que, Tapabocas recalcara con insistencia en lo siguiente:
Hemos pregonado hasta el cansancio, que el tamaño de los toros, sin llegar a extremos, es lo de menos; la bravura es la que embiste y la corpulencia es la que da las cornadas ayudada por aquélla; nosotros no estamos por una fiesta de toros salpicada de tragedias; estamos por una de las artes de más excelsa grandiosidad y belleza. Creemos sinceramente que el público estará con nosotros.
El día 16 de marzo de 1941 se lidió en la plaza de toros «El Toreo» una de las corridas de toros más chicas que han pisado la arena de la Condesa. La lidiaron «Armillita», Lorenzo Garza y Silverio Pérez; fueron seis toros jóvenes, muy chicos, recortados de cornamenta, pesaron con muchos trabajos lo que marcaba el reglamento como mínimo en un toro de corrida formal; los oposicionistas, los partidarios de la carne y el morrillo, trataron por todos los medios a su alcance de hacer que la corrida fuera desechada por su falta de trapío; no lo consiguieron. El resultado del festejo, cuando ellos ya sonreían pensando en la bronca, fué que «Armillita» y Silverio, acompañados del ganadero salieron en hombros por la puerta grande en medio de vivas, escándalo y entusiasmo general. Eso después de varios años de campaña contra el toro recortado.
Varios años antes, el día tres de febrero de 1935, la arena de la plaza de toros «El Toreo» se estremeció al sentirse hollada por las breves pezuñas de seis toros, seis cromos, arrogantes y de finísima lámina. La corrida más grande de la temporada… dijeron algunos. Son seis elefantes, aseguró el de más allá… Ese toro lucero pesó quinientos sesenta quilos… dijo uno que parecía el más enterado. El resultado fué el que nunca se olvidará en todo el mundo. Seis toros de bandera que consagraron a Lorenzo Garza como el torero de toda una época y de toda una vida.
¿En qué quedamos por fin?… El tamaño de los toros tiene algo que ver en la parte primordial de la fiesta, o estamos haciendo el más espantoso de los ridículos?
La gente aplaude con mucha más razón el arrastre de un toro que su aparición en el ruedo. El toro, al salir, puede provocar admiración por su estampa, pero no todo el público aplaude porque muchos temen un desencanto. Cuando el triunfo es innegable, cuando todas las campañas que se hagan en contra resultan estériles, es cuando el público en masa se levanta de sus asientos y arroja sus prendas de vestir al ruedo al paso de un toro muerto, y cuando ese mismo público se tira al ruedo y saca en hombros al propietario de la ganadería y a los toreros que han triunfado. El triunfo, la algarabía, el apoteosis no lo armaron las toneladas de carne que están colgadas en el destazadero; lo armó una casta, una sangre, una bravura inteligentemente llevada y administrada y un escrúpulo sin par que hace que la fiesta de toros permanezca en el plan de la más bella de todas. TAPABOCAS.
El artículo del señor Cutberto Pérez nos muestra una realidad muy particular de la fiesta, en la que ya participa directamente Antonio Llaguno. Fue especialmente Alfonso de Icaza quien llamó a los toros de San Mateo «toritos de plomo» no sabemos si en franca calificación despectiva o peyorativa, «toritos» que, para «Ojo» (seudónimo de de Icaza) cumplían el mínimo indispensable para ser aceptados en la más importante de las plazas del país: el «Toreo» de la colonia Condesa. Puede verse con estos dos periodistas el choque de ideas entre lo que debe conservarse y la modernidad misma. Ambas están reñidas en un constante intercambio de planteamientos; pero de ataques también. Antonio Llaguno bien pudo haberse convertido en espectador pasivo de todas aquellas pugnas y continuar, en tanto, con su labor como criador de reses bravas. Su mira estaba bien dirigida, no había motivo para desviarla.
De regreso a nuestra época solo me resta mencionar que desde mediados de 1995 se llevaron a cabo reuniones de trabajo con la Comisión Taurina del Distrito Federal cuyo objeto es modificar de forma, pero no de fondo el reglamento taurino (el cual es autorizado en mayo de 1997), donde ciertos criterios siguen operando a contrapelo para beneficio de unos cuantos, a pesar de lo establecido. Concretamente sobre el toro se analizan varios apartados en el siguiente tenor:
a)El toro, para lidiarse en plazas de primera categoría deberá de tener cuatro años cumplidos como mínimo y 450 kilogramos de peso.
b)Deberá eliminarse el límite de edad para el toro de lidia en corridas en que participen matadores de toros, y para efectos de novilladas se mantendrá el texto del reglamento actual.
c)Tomando en cuenta que existen diferencias de criterios por cuanto hace a lo que debe considerarse como trapío, se sugirió detallar lo que se estima como falta de trapío, esto es encornaduras defectuosas y que la cara, cuadril y caja del animal tengan verdadera presencia.
d)Se propuso la posibilidad de que fuera obligatorio el registro de edades en los toros.
Es importante mencionar que al haber consenso de las partes que intervienen en el espectáculo se nota la preocupación por encontrar un criterio común que apunta hacia el cumplimiento de la edad. La edad, por encima de peso, de presencia y de muchas cosas hace que la corrida se convierta en un espectáculo digno y serio y no en la ridícula imagen que burla los principios de una tradición que, como ya hemos visto no es asunto solamente de nuestro tiempo. Se remonta 100 años atrás, incluso desde que el toreo se profesionalizó, por lo que seguirá siendo -y no quiero sentenciar- un mal necesario.
[1] Este material, originalmente fue publicado en la revista Matador, año 3, N° 1, 2 y 3, octubre, noviembre y diciembre de 1997. (N. del A.).