REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
El siguiente no es propiamente un retrato… pero sí un retrato hablado de la realidad que vivió México nada más se reanudaron las corridas de toros en el Distrito Federal, a partir del 20 de febrero de 1887. Desde aquella fecha, lo intenso que ya era de por sí el gusto por el espectáculo, por contar para ello con muy buenos seguidores, que acudían con frecuencia a plazas como las del Huisachal, Tlalnepantla, Texcoco, Cuautitlán… y un poco más allá, Toluca, Amecameca o Puebla, alcanzó cotas nunca antes vistas. La prensa, que hasta esos momentos se había mostrado más bien indiferente, pero que no dejaba de hacer serios cuestionamientos hacia los diversos síntomas taurinos. Y aunque no faltaron buenas plumas que de pronto dedicaban varios párrafos a los hechos más recientes e cualquiera de las plazas que ya quedaron mencionadas, el hecho es que su postura fue crítica, en la mayoría de los casos. Sin embargo, luego de aquella recuperación, no tardó mucho tiempo en que se registraran hechos tan lamentables como los ocurridos en la plaza de “San Rafael” un 16 de marzo, y luego el día 20 en Tlalnepantla, donde los ánimos se desbordaron de tal forma que, ya no era desde las columnas firmadas por Bocaccio, Juvenal, o Pompeyo de donde provenían aquellas escandalizadas y amenas opiniones; sino que la propia Redacción tomó “cartas en el asunto”; y queriendo poner una “pica en Flandes”; vino a publicar lo siguiente en El Nacional, del 23 de marzo de 1887, p. 2:
“TOROS y CAÑAS”
Ahora sí podemos decir que hemos llegado a la cumbre de nuestra ambicionada prosperidad: tenemos toros, como el pueblo romano tenía circos, y tenemos un pueblo como aquel, que aunque carcomido por la prostitución y desconociendo que marcaba a la decadencia y de la decadencia a la ruina, vivía feliz y contento, olvidando su antigua grandeza, con tal de que los emperadores, sus augustos amos, le repartiesen trigo y le diesen combates de fieras y de gladiadores y espléndidas naumaquias. ¡Panem et circenses! Pan y circo, o lo que es lo mismo: Toros y cañas, como pedían antes los españoles, o Pulque y Toros, que es lo que pedimos nosotros, menos exigentes y ateniéndonos a lo que produce la tierra; con esto nos basta, que bien humildes y moderados somos.
El Tlachiquero. INAH-SINAFO, N° DE CATÁLOGO: 163301
Pero como a pesar de nuestra humildad y nuestra moderación, somos empujados hacia adelante por ese paganismo envilecedor que arrastró por el fango a los romanos, tenemos también como ellos muchas tabernas, muchas cortesanas desvergonzadas, bastantes Lúculos que comen en casa de Lúculo y numerosos adolescentes que, si no concurren al Forum ni a las Termas, sí pasen su fastuosa holgazanería por los teatros y las alamedas, los billares y las cantinas.
¡Pulque y Toros! Esta es la frase del día y que expresa la más grande aspiración del pueblo, y por eso vemos que no solo en la capital, sino en otros muchos puntos de la República afánanse las gentes por construir espaciosas y elegantes plazas, que den testimonio de nuestra prosperidad y de nuestra grandeza. Nos divertimos y esto nos basta. ¿Quién piensa en el día de mañana, ni para qué apernarnos? Bebamos vino, es decir, pulque, y coronémonos de rosas para concurrir sonrientes y llenos de regocijo al grandioso espectáculo de las corridas de toros, que viviendo así en constante barullo, en continua disipación y excitados por la sangre que enrojece la arena del circo, nada más necesitamos para ser poderosos e invencibles. ¿Cuándo el ebrio se espanta con la inminencia del peligro, ni cuándo deja tampoco de arrojarse rugiente de cólera y ciego de ira sobre su víctima para desgarrarle las entrañas?
Las medidas para despachar el pulque. INAH-SINAFO, N° DE CATÁLOGO: 276165
Hacemos bien, debemos divertirnos y mucho, que para eso somos libres, muy libres, lo demás… ¿qué nos importa? ¿Acaso debe preocuparnos la miseria espantosa que tan lastimoso contraste forma con esa prosperidad y esa riqueza de que pretendemos hacer ostentación? Toros para la aristocracia y para la clase media, y toros y pulque para los peladitos, que todos son hijos de este privilegiado suelo y con derecho a los mismos goces; para unos, Mazzantini el espada cortesano; para otros, Ponciano, el hijo del pueblo, ambos matan reses y nuestra atención debe fijarse exclusivamente en ver si el torero mata bien o mal, o si la res más diestra y más ligera da al traste con su adversario, que cuando se llega a este desenlace, tócase a lo supremo de tan civilizador espectáculo. ¡Buenos estuvieron los toros! Que una víctima más ¿qué importa al mundo? Así eran también los romanos, quienes no quedaban conformes ni contentos si no veían la arena de los circos cubierta de cadáveres de hombres y de animales.
Francamente diremos, que cuando se dictó la disposición, prohibiendo en México la diversión de los toros por considerarla bárbara e indigna de un pueblo que a sí mismo sabe respetarse, creímos de veras, que habíamos entrado en juicio y dado un gran paso por el sendero de la verdadera civilización; pero nos engañamos, y ahora estamos plenamente convencidos de que somos como siempre, inconstantes, tornadizos, que las cosas más grandes y más graves nunca las tomamos a lo serio, y que jugamos con nuestras leyes e infringimos nuestros más rectos y sanos propósitos, no sabremos decir, si con la veleidad de un niño o con el atolondramiento y la tontería de un mozalbete, a quien nada le preocupan sus futuros destinos. Así somos y no podemos ser de otra manera, porque el juicio, la constancia y el buen sentido práctico para marchar en pos de una prosperidad positiva y de una grandeza verdadera, sin dotes que realmente no poseemos. Tenemos por ahora toros, y con esto nos basta y nos sobra para vivir contentos y satisfechos; pero que se nos gobierne bien o mal, que la miseria se extienda, que la prostitución se difunda, que el indiferentismo religioso se propague, que la juventud se envilezca y se marchite al soplo de innobles y degradantes placeres, poco o nada nos importa. ¡Y a todo esto se llama en lenguaje patriotero progreso y civilización!
El triunfo de la Onda Fría, pulquería. Ca. Finales del siglo XIX. INAH-SINAFO, N° DE CATÁLOGO: 5629.
Y bien tenemos toros; ¿pero quién ha venido ganando y ganará con la resurrección de semejante espectáculo? ¿El pueblo acaso? No, ciertamente, porque allá van ahora el obrero y el artesano, no solo a sacrificar el producto de una semana de trabajo, sino a embriagarse y a excitar sus pasiones a la vista de sangrientas escenas. El hombre del pueblo no puede salir mejor y corregido después de presenciar una corrida, y con la cabeza extraviada por la embriaguez, hambriento y haraposo, dará en público y en su pobre hogar muestras bien patentes de su repugnante degradación. ¿La sociedad culta y refinada sacará algunas ventajas de una diversión que por más que se diga es bárbara y que por mismo no puede nutrir en el corazón delicados y nobles sentimientos? Tampoco, ciertamente; pero se obedece hoy a la corriente y se va a los toros, como antes iban al circo los próceres, los senadores y las damas romanas para gozarse con las últimas convulsiones del moribundo gladiador. ¿Quién gana, pues? Los especuladores y los empresarios a quienes se les ha ofrecido tan riquísimo filón para que lo exploten, y de lo cual hemos tenido pruebas, bien escandalosas por cierto, en las últimas corridas. Pero aún hay otros que a consecuencia de ellas están haciendo su agosto, los pulqueros, que venden semanariamente y por toneladas el sabroso neutle, poderosísimo excitante de insanas y malas pasiones. La moneda de oro no deja de serlo aunque se la saque del fango, y el oro es lo que importa.
No tenemos, pues, remedio. ¡Pulque y toros y toros y pulque¡ La embriaguez por la sangre y por el licor; y subyugados así por el delirium tremens, tambaleándonos y lanzando gritos destemplados,[1] marcharemos impávidos, pero dando como los ebrios un paso hacia adelante y tres atrás, hasta caer rendidos, no sobre el lecho de rosas de Heliogábalo, sino en el cieno de la más grosera prostitución.
¡A cabalgar, a cabalgar…! INAH-SINAFO, N° DE CATÁLOGO: 6362.
LA REDACCIÓN.
NOTA: Las imágenes utilizadas para documentar el presente texto, provienen del portal de internet disponible, marzo 2, 2014 en: http://fototeca.inah.gob.mx/fototeca/
[1] Lo mismo se escuchaban gritos destemplados e inconducentes de viva Ponciano y mueran los gachupines, que en lo absoluto eran reprimidos por los encargados de mantener el orden, que aquel otro en que un pelado gritaba, para justificar sus bárbaras declamaciones, decía: “yo tengo mucho amor patrio”.
¡Pobre de la Patria si éstos fueran sus defensores el día del peligro!
Notas que se publicaron en El Nacional del 20 de marzo de 1887, p. 1.
Tres días después, y en la misma publicación, pág. 3 apareció esto:
Resultados de los toros.-Refiere el Monitor Republicano lo siguiente:
Nos cuentan que hace pocos días un grupo de toreros españoles iba pacíficamente por una de las calles principales, a la sazón que otro grupo de ciudadanos mexicanos venía pro el mismo rumbo.
Nuestros compatriotas reconocieron a los hijos de Cúchares y les dijeron:
-¡Viva Ponciano Díaz!
-¡Viva! –contestaron los toreros españoles.
-¡Muera Mazzantini!…
-¡Muera! -contestaron ellos
-¡Muera España!…
-Eso sí no –dijeron ellos, sacando los revólvers y las navajas.
En la parte contraria se hicieron los mismos aprestos bélicos, y si la policía ¡cosa rara! no acude a tiempo, hay una de todos los diablos.
Esto pasó el sábado en la noche.
Todo esto no viene al caso; el nombre de la culta España está muy elevado para que se le mezcle en estas cuestiones triviales.