LA IMPORTANCIA Y LA ESENCIA DE CIERTAS “MINUCIAS” TAURINAS (XXVI).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.  

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Va aquí otro manojo de noticias recogidas en forma natural, conforme uno va acudiendo a los repositorios de este o aquel archivo; de esa o aquella biblioteca con la esperanza de encontrar novedades… Afortunadamente fue el caso en esa constante y necesaria tarea que emprendemos los historiadores, buscando –como siempre-, el “dato” o el “documento” que a veces convertimos en la figura de nuestras pretensiones. A veces no son más que meras piezas de ese enorme rompecabezas, el que ya armado, pero no completo, presenta un mejor panorama de las cosas, suficiente para ir teniendo un mejor panorama, sobre todo del pasado, con objeto de entenderlo a la luz del presente. No es cosa fácil, pues esos nuevos informes a veces son capaces de afirmar o desaprobar nuestras teorías, con lo que es necesario utilizar herramientas como las de la reinterpretación misma que se debe a nuevos componentes con los cuales es obligada una nueva visión de los hechos. Por encima de todo, ante esa alternativa conviene crear todo un estado de certidumbre para que aquellos que han creído a pie juntillas tal o cual episodio histórico del toreo. Y que además lo elevan a niveles de “mito”, reconsideren en esa nueva lectura la resignificación del hecho hasta aceptarlo como lo que debe ser, sin apelar desde luego al hecho de que debe alcanzarse exitosamente lo que en derecho se conoce como “verdad histórica”, pero que en este otro territorio, el histórico se acerca en términos de lo que es una verdad relativa. La verdad absoluta definitivamente es imposible concebirla o imponerla como dogma, pues ello significaría un riesgo en la construcción o reconstrucción del pasado mismo.

 EL DIARIO DEL HOGAR, D.F., del 12 de febrero de 1893, p. 2:

 El toro sabio “Frascuelo”.-Nos escribe de San Luis Potosí el diestro Saturnino Frutos Ojitos, comunicando que después de muchos trabajos ha conseguido domesticar un toro bravo de la ganadería del Espíritu Santo, que ejecuta infinidad de suertes, cuya res puede presentarse sin riesgo ninguno en la pista de los circos y escenarios de los teatros. El toro Frascuelo es retinto claro y oscuro, bien armado y de bonita estampa.

   Las Empresas que deseen explotar esta novedad, pueden tomar informes en esta Agencia (Agencia Teatral y Taurina que tiene establecida en México el Sr. Julio Bonilla).

 LA ESPADA DE DON SIMPLICIO, D.F., del 23 de noviembre de 1855, p. 2:

 TOROS.

 ¡Buena estuvo la corrida

Que dio Bernardo el domingo!

Murieron veinte caballos

Y quedaron diez heridos.

Los toros eran puntales

Y de Atenco ¡bravos bichos!

Toreros y picadores

Andaban despavoridos.

Todos midieron el suelo,

Todos hicieron el mingo,

Y Media Luz temerario

Tuvo la vida en un hilo.

 

En los toros hay chiripas

Y son sangriento los fallos;

Si mueren veinte caballos,

Y diez se quedan sin tripas,

Exclaman los concurrentes:

¡Buenos toros! ¡Qué valientes!

    Miren ustedes, hoy día tan escasos de argumentos en ese episodio de la defensa legítima del espectáculo, con vistas a considerarlo como un patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, aquí hay un buen número de elementos con qué comprobar el hecho de que desde épocas tan remotas como 1851, se tenía una idea clara sobre la legitimación del espectáculo. Todo lo que ustedes leerán a continuación, se relaciona con el hecho de la inminente inauguración de la que fue una de las plazas más importantes en la ciudad de México. Me refiero a la del “Paseo Nuevo”, la cual funcionó entre diciembre de 1851 y diciembre de 1867. Como dato complementario apuntaré que en ese lapso de tiempo, el diestro Bernardo Gaviño actuó la friolera de 320 ocasiones.[1]

 EL ESPECTADOR DE MÉXICO, D.F., del 22 de noviembre de 1851, p. 10-12:

 NUEVA PLAZA DE TOROS.

 MUCHO se ha hablado contra la diversión española de los toros; pero lo más curioso es, que casi siempre los mismos extranjeros que la crítican, solicitan con ansia asistir a ese espectáculo, cuando se hallan en lugar en que lo hay.

   En Francia se han hecho esfuerzos para establecer las corridas de toros, y no se ha llevado a cabo porque la policía lo ha impedido. En Nueva-Orleans se han visto en este año cuatro o cinco lides, a que ha concurrido número considerable de espectadores.

   Necesario es convenir, que sería más injusto impedir entre nosotros el espectáculo de que hablamos, cualesquiera que sean los defectos que tenga, que cerrar los teatros, no obstante las muchas piezas inmorales que en ellos se representan, y cuyos frutos en el ánimo del público son más funestos que los de aquella diversión.

   Para contestar a los que tan atrozmente censuran el espectáculo de toros, creemos que nada tendrá más fuerza que las siguiente palabras del presbítero doctor Balmes, que no podrá ser tachado de ridículo; y sobre todo, que él mismo confiesa que no está por esa diversión.

   “Ante todo, dice en el cap. 31 del Catolicismo y Protestantismo comparados, y para prevenir toda mala inteligencia, declaro que esa diversión popular es, en mi juicio, bárbara, digna, si posible fuese, de ser extirpada completamente. Pero toda vez que acabo de consignar esta declaración tan explícita y terminante, p0ermítaseme hacer algunas observaciones, para dejar en buen puesto el nombre de mi patria. En primer lugar, debe notarse que hay en el corazón del hombre cierto gusto secreto por los azares y peligros. Si una aventura ha de ser interesante, el héroe ha de verse rodeado de riesgos graves y multiplicados; si una historia ha de excitar vivamente nuestra curiosidad, no p0uede ser una cadena no interrumpida de sucesos regulares y felices. Pedimos encontrarnos a menudo con hechos extraordinarios y sorprendentes; y por más que nos cueste decirlo, nuestro corazón, al mismo tiempo que abriga la compasión más tierna por el infortunio, parece que se fastidia si tarda largo tiempo en hallar escenas de dolor, cuadros salpicados de sangre. De aquí el gusto por la tragedia: de aquí la afición a aquellos espectáculos, donde los actores corran, o en la apariencia o en la realidad, algún grave peligro.

   “No explicaré yo el origen de este fenómeno; bástame consignarlo aquí para hacer notar a los extranjeros que nos acusan de bárbaros, que la afición del pueblo español a la diversión de los toros, no es más que la aplicación a un caso particular de un gusto cuyo germen se encuentra en el corazón del hombre. Los que tanta humanidad afectan cuando se trata de la costumbre del pueblo español, deberían decirnos también, ¿de dónde nace que todos asistirían con gusto a una batalla por más sangrienta que fuese, si fuera dable asistir sin peligro? ¿de dónde nace que en todas partes acude un numeroso gentío a presenciar la agonía y las últimas convulsiones del criminal en el patíbulo? ¿de dónde nace finalmente que los extranjeros, cuando se hallan en Madrid, se hacen cómplices también de la barbarie española asistiendo a la plaza de toros?

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Fuera de ese escenario -la Plaza del PASEO NUEVO– la vida mexicana palpitaba agitadamente, en medio de conmociones que causaban el natural desconcierto. La anhelada paz aún no llegaba. Solo guerras, solo invasores; o la presencia de un príncipe extranjero también. Y como contraste, seguía cabalgando Carlos IV a las afueras del coso, símbolo el suyo de la tradición colonial que no desaparecía; como los toros. Hasta que un día…

Autor: Casimiro Castro.

Fernando Benítez. LA CIUDAD DE MÉXICO, T. 6, p. 60.

    “Digo todo esto, no para excusar en lo más mínimo una costumbre que me parece indigna de un pueblo civilizado, sino para hacer sentir que en esto, como en casi todo lo que tiene relación con el pueblo español, hay exageraciones que es necesario reducir a límites razonables. A más de esto, hay que añadir una reflexión importante, que es una excusa muy poderosa de esa reprensible diversión.

   “No se debe fijar la atención en la diversión misma, sino en los males que acarrea. Ahora bien, ¿cuántos son los hombres que mueren en España lidiando con los toros? Un número escasísimo, insignificante, en proporción a las innumerables veces que se repiten las funciones; de manera, que si se formara un estado comparativo entre las desgracias ocurridas en esta diversión y las que acaecen en otras cases de juegos, como las corridas de caballos y otras semejantes, quizás el resultado manifestaría que la costumbre de los toros, bárbara como es en sí misma, no lo es tanto sin embargo que merezca atraer esa abundancia de afectados anatemas con que han tenido a bien favorecernos los extranjeros”.

   Se ve por estas razones que las corridas de toros son, cuando más, uno de los defectos perdonables que precisamente debe tener toda sociedad; y que, sobre todo, en el grado de perfección a que ha llegado la tauromaquia, el hombre ya casi no corre peligro de perder la vida.

   Se dice que es una crueldad presenciar la muerte de un toro y un caballo; y aunque confesamos que semejante vista es nada tierna, decimos, que casi la misma escena pasa en las peleas de gallos, a que es tan afecto el pueblo eminentemente civilizado de la Gran Bretaña, cuya nación gusta además de ver luchar a los hombres a puñadas; costumbres que se llama pugilato, y a que los franceses han dado el nombre de anglomanía.

   Concluimos, pues, esta cuestión diciendo, que en el estado de tolerancia a que han llegado las sociedades moderna, es más contra el espíritu del siglo prohibir las diversiones de toros, que consentirla; sin que se entienda por esto que nosotros la consideremos tan honesta que la deseáramos admitida en todo el mundo.

   Contrayéndonos a la nueva plaza, cuyo grabado acompaña nuestro artículo, decimos, que nos parece la más sólida, hermosa y bien construida que ha habido en esta ciudad, al menos en nuestro tiempo. La casa que se ve al frente formará un café o sociedad para el recreo de los concurrentes en los ratos que quieran dejar la plaza e ir a disfrutar del paseo de Bucareli. Esa ventaja de poder gozar la vista de los toros y paseo, ha hecho que todo el mundo pronostique al dueño de la plaza el más feliz éxito en su especulación.

   Las dimensiones de la plaza son las siguientes:

   La altura, inclusive el balaustrado que la corona es de nueve varas. La circunferencia exterior es de doscientos cuarenta y seis; y la interior, que forma el lugar de la lid, o como se llama ordinariamente, valla, tiene doscientas varas.

   El número de palcos o lumbreras es de ciento treinta y seis primeras, y otras tantas segundas. Las gradas formarán siete líneas, con distancia entre sí de cuatro pies, lo que les da una amplitud extraordinaria. En la azotea se colocarán también concurrentes; lo que hace que en toda la plaza puedan estar cómodamente de ocho a nueve mil personas.

   El público no debe temer lance alguno desgraciado, pues todo está previsto y preparado lo necesario; por ejemplo, para un caso de numerosa concurrencia, el techo tiene cada cuatro o cinco varas seis o siete fuertes vigas que lo sostienen, con la mayor firmeza; y para un principio de incendio hay buenas bombas listas, y agua por varios puntos sin salir del edificio.

   Damos el parabién al propietario, y deseamos ver perfectamente premiados los esfuerzos con que ha levantado una obra tan dificultosa en menos de diez meses.-LOS REDACTORES.

 EL FENIX DE LA LIBERTAD, D.F., del 23 de noviembre de 1833, p. 4:

 AVISOS

 Los vecinos de Huichapan han dispuesto que en los días 4,5 y 6 del inmediato diciembre se celebre en la iglesia Parroquial de dicha villa una función solemne, en acción de gracias al Santísimo Sacramento por haberlos librado de la devoradora epidemia del Cholera-Mórbus, y dado la victoria en los campos de Guanajuato a las armas federales; y asimismo han dispuesto que en los días 7 y 8 del propio mes se celebre el aniversario de los héroes de la independencia, y concluidas estas funciones habrá tapada de gallos en los días 9, 10 y 11; y por último tres corridas de toros que se verificarán en los días 12, 13 y 14 del referido diciembre; lo que se avisa al público para su inteligencia.

 EL FENIX DE LA LIBERTAD, D.F., del 19 de febrero de 1834, p. 3:

 PERIÓDICOS FORÁNEOS. ESTRACTO.

 TOLUCA.-Reformador.-Excitados los editores para tratar sobre la policía de la ciudad de Toluca, comienzan por las diversiones públicas que se reducen a la de toros, circo y teatro. Respecto de la primera, dicen que es necesario permitirla aunque es bárbara porque están convencidos de que las costumbres de los pueblos no se morigeran en corto tiempo, y hay además multitud de personas dedicadas al campo, inclinadas naturalmente a luchar con los toros, quienes se disgustarían si se llegase a destruir esta costumbre (…)


[1] José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

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